En la primer escena del film se escucha un disparo, para luego situarnos seis meses antes donde, a través de un flashback, se muestran los acontecimientos que llevaron a ese trágico final. Así conocemos a Suzanne, una mujer casada y con hijos, quien inicia un romance con un albañil y ex-convicto, a quien conoce mientras realiza un trabajo en su casa. Cuando ella descubre estar enamorada, se lo confiesa a su marido, quien no puede aceptar la posibilidad de perderla. El marido intentará impedir que su mujer acceda al dinero y bienes del matrimonio, buscando así que ella regrese con su familia. Suzanne deberá conseguir dinero por sus medios para lograr salir adelante con su nueva pareja. Este drama francés de corta duración (sólo una hora y veinte minutos) tiene un desarrollo atrapante y preciso, al que no le sobra una sola escena. Lo único que podría criticar es que algunos aspectos de la historia pueden resultar poco creíbles, al ver como una mujer de clase media-alta es capaz de abandonar todo, inclusive a sus hijos, por un ex-convicto. A pesar de ser una película francesa, los tres papeles principales están interpretados por una inglesa, un catalán y un iraní. Kristin Scott Thomas ("The English Patient", "The Horse Whisperer", "Il y a longtemps que je t'aime", "Ne le dis à personne", una gran actriz en el cine francés como el inglés) se destaca por encima del resto con su interpretación de la mujer infiel. Sus emociones y estados de ánimo frente a cada relación se evidencian claramente, por un lado, la pasión y amor por su nueva pareja, y por el otro, el desprecio por su marido. A pesar de ser infiel y abandonar a su familia, K. S. Thomas logra construir un personaje querible y por el que uno se preocupa. Es el marido por quien debiéramos sentir compasión, interpretado por Yvan Attal, pero la infidelidad saca lo peor de él y lo convierte en una hombre morboso, capaz de continuar su matrimonio de cualquier forma. Sergi López ("El Laberinto del Fauno") como el amante, completa el triángulo amoroso. Una gran historia de amor, pasión y tensión.
Diferencias de clase... sin clase "Al menos las actuaciones y la fotografía de Agnès Godard logran que esta sea una muy elegante basura". Así define, con absoluta contundencia y no poca justicia, el crítico Jason Anderson en EyeWeekly.com a este nuevo film de Catherine Corsini. OK, quizás lo de "basura" es un término demasiado fuerte, pero esta (otra) historia de infidelidad matrimonial obvia, "de manual", huele a fórmula rancia, a cúmulo de clisés, estereotipos y lugares comunes que -pese a sus intenciones y esfuerzos- no resulta jamás audaz ni provocativa ni perturbadora. Un médico exitoso (Ivan Attal) vive con su esposa (Kristin Scott Thomas, definitivamente convertida en la nueva "musa" del melodrama romántico francés), que tiene intenciones de volver a ejercer como kinesióloga luego de una década alejada de la profesión. Mientras reciclan un sector de la mansión familiar (tienen dos hijos ya adolescentes) para que ella pueda tener su consultorio, la protagonista se va obsesionando por (y enamorando de) un albañil español (Sergi López) que es padre de una niña y acaba de salir de la cárcel. La cosa transita por carriles esperables dentro del drama pasional con una trama de manipulaciones, extorsiones y engaños que hacen un claro hincapié en las diferencias de clases y los abusos de poder. Algo que, por citar un ejemplo, el gran Claude Chabrol ya ha elaborado con mucha mejor fortuna en joyas como La ceremonia. Gran éxito en Francia, Partir llega aquí en busca de lo que queda de ese público adulto e intelectual, pero -más allá de los paliativos que cita el colega canadiense (y que suscribo)- resulta otra decepción de una directora (Replay, La repetición) con la que sigo sin tener suerte. Una pena.
El amor mata La directora y también guionista, Catherine Corsini, desarrolla en Partir (2009) una historia atrapante. La habilidad en el uso de los recursos fílmicos distingue al film y evita que este caiga en los lugares comunes que los dramas románticos suelen tener. Partir tiene un comienzo impactante. En la primer escena del film vemos a Suzane (Kristin Scott Thomas) salir de la cama de su cuarto y a su esposo durmiendo. La cámara acompaña a la protagonista hasta que sale de cuadro. La siguiente imagen muestra el exterior de la casa en plano general con la noche de fondo y ahí se escucha el claro disparo de un arma. La continuidad de esta escena queda inconclusa y el film se transforma en un largo flashback que nos remonta a seis meses antes de ese momento. Suzane es una fisiotereapeuta que tras retirarse de la profesión 15 años decide construir una clínica propia en su casa. Su apariencia es la de una mujer feliz, con un matrimonio armónico y dos hijos adolescentes que completan el retrato de la típica familia burguesa. Este retrato comienza a desdibujarse cuando Suzane decide tener un romance con Iván (Sergi López), el albañil catalán que trabaja en su clínica y para ello decide enfrentar a su esposo Samuel (Yvan Attal). La relación se transforma en algo más que un affaire y la posibilidad de consumar dicho amor es el punto de inflexión que pondrá en crisis los valores y prioridades de la vida de Suzane. No suele ser lo ideal enmarcar las películas en una tipología pero, si se hace, lo interesante es destacar su unicidad (si es que existe). Partir pertenece a la clase de films que interpelan al espectador, que pueden llegar a incomodar pues generan una cierta complicidad o empatía con el/los protagonistas frente a las elecciones que les tocan vivir. Este planteo se manifiesta en diferentes modos pero quizás la crisis de pareja y la posibilidad de un futuro mejor con otra persona sea una de las más explotadas cinematográficamente. Partir incursiona en esta idea pero no se detiene en la mera pregunta “¿y si…?” y esto es quizás lo que el film tiene de distinto y de audaz, y lo que convierte a Suzane en algo más que una psique femenina standard. El camino que decide emprender comienza a delinear cierta imagen de heroicidad que la enaltece pero que abre también el camino del sacrificio arriesgando también la identidad. Antes se habló del impactante comienzo del film. Ahora se debe acotar astuto y preciso. La directora logra con una pertinente alteración de la estructura temporal crear y mantener hasta el final el suspenso que ese disparo del principio despierta. La idea de retomar el comienzo al concluir el film no es ciertamente novedosa pero si esta no es utilizada apropiadamente nunca resultará eficaz. En este sentido, el título del film también colabora a abrir la ambigüedad y generar la incertidumbre en el espectador. Este inteligente giro hitchckoniano sumado a la audacia argumental convierten a Partir en una película interesante, lograda y desafiante.
La amante inglesa El cine está colmado de historias de amor trágico, intensas, vividas de una manera absoluta y única por los protagonistas. El peor riesgo que corren este tipo de películas es concluir en la banalidad absoluta, forzar demasiado la descripción de los acontecimientos y las emociones y caer progresivamente en la ridiculez (El paciente inglés quizás sea el ejemplo más claro de este tipo de films). Aquí, en menor medida, en esta Partir que ahora nos ocupa, también atisbamos esa lenta agonía de una historia cuyo planteamiento inicial no cumple para nada sus expectativas finales. La realizadora francesa Catherine Corsini, quien alcanzara cierto reconocimiento con la comedia generacional La nueva Eva (La nouvelle Eve, 1999), comentó en algunas entrevistas que quería una historia contada desde una perspectiva exclusivamente femenina. En gran medida: un relato feminista para defender a todas aquellas mujeres que, una vez casadas, siguen siendo dependientes de sus maridos en todos los sentidos y no desarrollan su propia vida personal. La película logra comunicar esta buena intención, aunque el mérito sea más de la protagonista, una excelente Kristin Scott Thomas (casualidades de la vida también protagonizó El paciente inglés), quien sabe dotar en todo momento a su personaje de una espesura y una falta de concesiones que enriquece su presencia en pantalla. Sin embargo, cuando la explosión de sentimientos inunda la pantalla y las escenas más comprometidas hacen acto de presencia, la mano de Corsini se muestra menos precisa y más trivial, un poco menos creíble. El triángulo amoroso que tiene a Suzanne como eje central y a Iván (Sergi López, quien ya había trabajado anteriormente con la directora) y a Samuel (Yvan Attal) en los lados opuestos, no acaba de transmitirnos la fuerza y la intensidad derivadas del torrente de emociones creado cuando la primera se enamora perdidamente del segundo, un obrero español al que contrata el tercero en discordia, un marido incrédulo que no sabrá asumir la marcha de su mujer a los fornidos brazos de su amante. Hay un cierto aire de impostura que palpita en cada fotograma: no tan solo la protagonista engaña a su marido, sino que la directora nos induce a creer que nos hallamos ante una experiencia única; ante un amor sin barreras original, cuando lo contado lo hemos visto mil y una veces. Y por si fuera poco, se permite la libertad de utilizar algunos fragmentos de músicas de películas de Truffaut, compuestos por Georges Delerue y Antoine Duhamel, con el firme propósito de dotar al conjunto de una dimensión romántica adicional. De todas formas, hay que reconocerle a Partir algunos méritos que no deberían pasarse por alto: su estructura de escenas cortas que acaban en un abrupto fundido a negro y ayudan a crear un ritmo en la narración bastante interesante, aunque una vez sabidos por dónde van a ir los tiros (nunca mejor dicho, y si no ya verán porqué) pasa de ser un recurso efectivo a una simple reiteración en la forma que acaba por no aportar nada novedoso en el tramo final del film. También hay que reconocer una acertada sensualidad en las escenas de sexo entre los atribulados amantes (el cine francés le ha tomado el gusto a desnudar continuamente a Sergi López, y sus personajes suelen tener aventuras bastante subidas de tono con mujeres que han entrado en su más esplendida madurez), aunque en algunas ocasiones se les vaya un poco la mano, como en esa secuencia bucólica en la que los apasionados se aparean como Dios los trajo al mundo ante la única mirada de la inmensidad de la naturaleza. A partir de entonces, la violencia, física y psíquica, hace acto de presencia en el guión derivando hacia un último tercio en el que se desencadena la tragedia, aunque para entonces el interés por el porvenir de los afectados ya ha dejado de interesarnos lo suficiente y su final, supuestamente abierto, vaya fluyendo en nuestras retinas sin posibilidad de retentiva.
Un intenso drama pasional Catherine Corsini dirige este triángulo amoroso a cargo de muy buenos actores La bella señora burguesa secretamente frustrada que, una vez criados los hijos, quiere recuperar una vida propia; el marido poderoso que sólo habla de dinero, la colma de lujos y la exhibe (y la considera) como una posesión más; el albañil fornido, rústico y simple pero respetuoso que pasa largas jornadas en la mansión mientras construye el consultorio donde ella volverá a ejercer su profesión de fisioterapeuta. Además, muchas horas de obligada convivencia entre la dueña de casa y el obrero. Todo listo para que el fuego se encienda y se consume el clásico triángulo que, como el mismo film se encarga de sugerir en el comienzo, concluirá con un disparo. No puede decirse que la propuesta de Catherine Corsini rebose originalidad ni que le tema a los clichés. Cuando la esperada chispa se produce y el trato educadamente cordial entre la dama y el proletario deriva en pasión voluptuosa e incontenible, la reacción del tercero, el engañado, tan convencido de la distancia que separa a las clases que ni siquiera recelaba de esa presencia masculina en el hogar, es violenta y se exterioriza en el terreno donde él lleva las de ganar: el del poder económico. Probablemente su furia procede menos de los celos que de la secreta humillación de sentirse derrotado por un ser que juzga de clase inferior. Partir quiere ser la radiografía de una mujer cuya crisis existencial se manifiesta en una rebelión contra el orden social que le ha destinado un papel pasivo y que hasta aquí aceptó por comodidad, por negligencia o por subordinación a las convenciones y, al mismo tiempo, la historia de un amour fou , quizá concebido con el pensamiento puesto en Truffaut (de sus films vienen las citas musicales) y en especial en La mujer de la próxima puerta . Estamos lejos aquí de esa referencia, pero aun así pueden anotarse aciertos en el film de Corsini: en especial el desempeño de Kristin Scott Thomas, Sergi López e Yvan Attal, en ese orden, que transforman personajes esquemáticos en seres vivos turbados por la pasión; la elegancia con que han sido resueltas las escenas eróticas y la admirable fotografía de Agnès Godard.
Misterios del amor Kristin Scott Thomas encarna a una mujer que deja a su marido y se mete en serios problemas. La estructura, el tema, el conflicto y hasta la presentación de la trama son archiconocidos, pero cuando saltan en la pantalla los sentimientos que afloran en la relación entre los personajes que magníficamente interpretan Kristin Scott Thomas y Sergi López Partir se aleja del clisé del triángulo amoroso para convertirse en un filme dinámico, potente y, a la vez, sensible. Suzanne llega a sus 40 queriendo volver a trabajar como fisioterapeuta, profesión que había relegado para la crianza de sus dos hijos. Con su marido, Samuel, deciden reacondicionar un sector de la casa que habitan en el sur de Francia para que sea su consultorio. En la refacción conoce a Iván, un obrero español (catalán) y es verlo y enamorarse. Suzanne deja todo por él: marido, hijos, profesión, casa, una vida supuestamente resuelta. Supuestamente, porque si hace lo que hace es que algo (mucho) no cuajaba en su existencia. Desdibujado el papel del marido (Yvan Attal), más que nada porque es el único de los personajes que tiene un solo perfil –odia la situación, maltrata a su esposa pero está desesperado para que vuelva al hogar-, Corsini se apoya y mucho en el dúo protagónico. Y lo bien que ha hecho. Kristin Scott Thomas es ya una adalid en el cine europeo, francés o inglés, a la hora de encarnar mujeres insatisfechas que viven una realidad romántica que muchas veces las supera y que van más allá de lo que imaginaban. Y Sergi López, al margen de deber cumplir con el physique du rol del macho latino, tiene ese rostro entre angelical y perverso que a Iván le cae como anillo al dedo. La historia de la burguesa y el proletario es más que un clisé cuando Suzanne hace cualquier locura con tal de mantener a su lado a su amante. Algunas líneas de diálogo ahora leídas (como “Me gusta todo cuando estoy contigo”, dice ella; “Te vas y pierdo el mundo de vista”, le dirá luego él) pueden parecer banales, pero en el contexto en el que las coloca la directora de El ensayo (o La répétition ) tienen un sentido preciso. Tal vez mantener fresca en la mente la primera escena ayuda poco a disfrutar, si cabe el término, el desarrollo dramático del filme. Un amor loco, apasionado, vivido con intensidad, necesitaba dos intérpretes como los que tiene para redondear un filme que se gana su propio lugar para el público adulto en la cartelera de las vacaciones de invierno.
De amor, coraje y tragedia Suzanne (Kristin Scott Thomas) tiene alrededor de cuarenta años y una vida casi perfecta; es esposa de un médico que le dio todas las comodidades materiales y un excelente pasar económico. Sus hijos, por los que ella dejó de lado su profesión para poder dedicarles todo su tiempo, son ya adolescentes. Suzanne quiere retomar su carrera, y aunque para su esposo Samuel (Yvan Attal) esto es un capricho, él le pone un consultorio propio. Allí conoce a Iván (Sergi López), un albañil simple, pobre, amable, del que pronto se enamora. Personalidades detalladamente marcadas son las de los protagonistas de Partir. La historia relata la vida de una mujer que tiene todo, pero se ahoga; necesita vivir su propia vida, valerse por sí misma y demostrarse (a sí misma como a su marido) que ella es alguien y puede sola. A Suzanne se la ve débil, vulnerable, pero interiormente tiene una fortaleza y valor que asombra. Su marido es un hombre exitoso, tanto profesional como socialmente. Tiene claro que puede lograr lo que quiere y que es el dueño absoluto de todo, incluso, de la vida de su mujer. Es posesivo, machista y con un autoritarismo que disimula con gestos de condescendencia. En el otro extremo está Iván, un hombre trabajador que día a día debe luchar por su sustento. Estuvo preso muchos años y tiene una hija pequeña a la que su ex mujer no deja ver más que de vez en cuando. Iván se cruza en el camino de Suzanne en el momento en que ella se da cuenta de que sus hijos ya no la necesitan como antes y de que su vida no le es suficiente. La directora –quien en otros filmes ha demostrado su interés por las heroínas- elige en este caso poner el centro de atención en el drama que la mujer debe enfrentar para lograr su propósito. La dependencia económica de Suzanne con respecto a Samuel es lo que hace casi imposible a la protagonista alejarse completamente del marido, a tal punto, que llega incluso a robar en su propia casa para poder subsistir. La escenografía del film está cargada de significados, como para que no queden dudas del contexto en el que ocurre lo que allí se cuenta. La casa de Samuel es grande, sofisticada, cara, pero fría, casi vacía; sus paredes anchas y los ventanales de vidrio dan una sensación de encierro, la misma que siente Suzanne por dentro. La de Ivan en cambio es pequeña y lo que ella contiene es tan simple como su dueño; pero es suficiente como para sentir calidez. Nada más hace falta; se tienen el uno al otro. Las escenografías aportan más valor aún. Caminatas junto al mar, una casa abandonada, la naturaleza, tomas amplias al aire libre; evocan la libertad y distención que los amantes sienten al estar juntos. Opuestos son los planos que abundan cuando Suzanne está con el marido: son más cortos, acrecentando la idea de encierro y poder de uno sobre la otra. Partir es una historia de amor como las de las novelas clásicas. La protagonista se enamora y deja absolutamente todo, sin importarle nada ni nadie, por ir tras su amante y sentirse plena. El amante la contiene y siente culpa por las miserias que ella debe pasar. El marido engañado, por su lado, siente odio e impotencia porque acaba de perder algo –en este caso alguien- que le pertenece y para peor, le hace frente y se atreve a retarlo. El final, tremendo, es una muestra de que el amor siempre triunfa, a pesar de lo que cueste.
Amantes en crisis (económica) La historia no presenta ninguna novedad: ama de casa burguesa con hijos adolescentes y esposo lleva una vida aburrida. Quiere empezar a volver a trabajar de lo que le gusta (kinesióloga), pero esto no significa que pueda quebrar la rutina. El marido le presta más atención a su consultorio, sus pacientes, sus amigos y sus fiestas. Suzanne necesita un cambio y será un albañil hosco pero honesto, amable, Iván quién le robe el corazón y la lleve por los románticos caminos del sexo sin edad y el riesgo… a ser descubiertos. Hasta aquí nada sale de lo convencional. Las mujeres franceses no soportan estar casadas a los 40 y agarran al primer catalán que se les cruza en el camino… y si es ex presidario, mejor. Veremos algo similar en el próximo estreno, Un Affair du Amoir. Sin embargo, cuando ya creíamos que teníamos la película vista y terminada, la guionista y directora, Corsini nos sorprende con un giro que a los argentinos nos acerca un poco más a la historia: Suzanne es una mujer honesta y decide decirle la verdad a su esposo, quien se niega a darle el divorcio y en venganza, le corta la cuenta corriente e ingresos a Suzanne, echa a la calle a Iván y gracias a sus amistades gubernamentales, les prohíbe conseguir otro trabajo.a ambos. ¿Cómo sobrevivir sin dinero? Del sexo solamente… no se puede. Ante un planteo inicial lleno de lugares comunes, climas reconocibles, clisés, nos terminamos encontrando con un film social, una sátira extrema a la crueldad de una burguesía dominante. De repente Suzanne, debe vivir con el sueldo de una obrera. La reina se tiene que bajar del trono para estar al lado de su amante. De forna sutil, Corsini va convirtiendo su melodrama romántico en un thriller psicológico en línea netamente chabroliana. Combinación perfecta entre la magistral El Carnicero y La Ceremonia, con elementos de La Dama de Honor, El Infierno y La Mujer Partida en Dos, la veterana Corsini homenajea al maestro del suspenso francés. Sin embargo los méritos no recaen solamente en la paulatina y sólida forma en que la directora lleva el relato, sino también en decisiones estéticas importantes, como elegir a la gran directora de fotografía Agnes Godard, para diseñar encuadres emotivos, líricos, o fotografiar el rostro de la protagonista, Kristin Scott Thomas de manera impecable para que cada arruga de su rostro denote un sentimiento y preocupación. El montaje tiene un ritmo inusualmente in Crescente para este tipo de películas, inusual. Al principio planos largos en duración van dan paso a cortes violentos y sin raccord (como en la nouvelle vague) con inesperados saltos de eje. Pero más allá de los toques estilísticos se destaca su trío protagónico. Tanto el israelí Yvan Atal como el catalán Sergi López están sólidos como es acostumbrado verlos en sus complejos personajes. López es un oso tierno. Lejos están los oscuros personajes de Harry, un Amigo que te Quiere Bien, El Laberinto del Fauno y Negocios Entrañables. Su Iván es parecido al protagonista de Ricky, pero con mayor profundidad dramática y búsqueda interior. Pero la verdadera revelación vuelve a ser Kristin Scott Thomas. La actriz de El Paciente Inglés ya se había destacado el año pasado en el film francés Hace Mucho que te Quiero, y en Partir, se la ve mucho mejor: más liberada, capaz de pasar del minimalismo gestual al desenfreno pasional, de la mirada sutil a la expresión más exagerada. Son difíciles los diversos estados de ánimo que atraviesa el personaje, y Thomas, con un fluido francés transmite emoción, risa e inocencia… y además demuestra ser una de las mujeres de 50 años más hermosas y sexis de la pantalla, sin necesidad de hacerse cirugías u ocultar su edad con maquillaje. Su excepcional trabajo enaltece la calidad del film. La directora logra mantener un clima de tensión latente a lo largo de todo el film. No tiene miedo de hacer escenas de sexo “osada” para un film de estas características. Poco importa si el final es o no previsible. A diferencia de otras películas la breve duración ayuda a que el impacto final deje reminiscencias en la conciencia del espectador.
La mujer de la próxima puerta La directora francesa vuelve al melodrama como se vuelve a las fuentes y plantea un film clásico, que remite a François Truffaut. El punto de partida de Partir puede pensarse como trillado, por no decir convencional: una mujer de la pequeña burguesía francesa de provincia, esposa de un próspero médico y madre de familia, se enamora perdidamente de un hombre ajeno a su medio, un ex presidiario que trabaja en su casa como albañil. Es verdad: se diría que no hay nada en Partir que no haya sido visto antes, que los lados de ese triángulo amoroso ya han sido recorridos desde todos los ángulos posibles. Sin embargo, la directora francesa Catherine Corsini, prácticamente desconocida en Argentina (apenas si se exhibieron aquí, en funciones especiales, Les amoureux y La répétition, hace casi diez años) vuelve al melodrama como quien vuelve a las fuentes, desde Anna Karenina hasta Madame Bovary, y plantea un film no necesariamente démodé sino más bien clásico, terso, sin sorpresas pero también sin hipocresías ni golpes bajos. Lo primero que consigue Corsini es apoyarse firmemente en la calidad y la personalidad de sus intérpretes. Kristin Scott Thomas es Suzanne, una mujer que ha pasado largamente los cuarenta años, que siente que su vida comienza a escaparse de sus manos y está decidida a retomar su antigua profesión de fisioterapeuta, no tanto para reconquistar su independencia económica como para sentir que es capaz de volver al mundo. Los chicos ya no necesitan tanto de ella y su marido (Yvan Attal) está más interesado en abultar la cuenta bancaria que en ocuparse de su esposa. Por su parte, Sergi López es Iván, un hombre que vive de changas y que ha dejado en su pasado una temporada en la cárcel y una pequeña hija en España. Lo que a priori nace apenas como un flirteo frívolo o un escozor de verano no tarda, sin embargo, en convertirse en una típica historia de amour fou: el deseo y la pasión se imponen a todo y a todos. Iván no tiene mucho que perder. Está acostumbrado a vivir con poco, a dormir donde sea, a no echar raíces en ningún lado. Pero el caso de Suzanne es distinto: ella da un salto mortal, se arroja a un abismo sin fondo, está resuelta a abandonar no sólo su confortable vida material, esa casa fría y lujosa como una jaula de oro, sino también a dejar atrás a sus propios hijos. Los quiere, sin duda, pero no pueden detenerla. Ella se deja arrastrar por los impulsos como nunca lo ha hecho y encuentra en esa libertad desconocida un placer que va mucho más allá de sus encuentros furtivos con Iván. La película, en este sentido, está siempre con Suzanne, adopta su punto de vista, no sólo la comprende, sino también la acompaña, aun en sus decisiones equivocadas o menos felices. La cámara de Agnès Godard (la fotógrafa habitual de Claire Denis) sabe cómo enfocarla, sin esconder jamás su edad, pero a su vez resaltando una sensualidad que Suzanne parecía tener oculta y que de pronto comienza a florecer. Hay un primer rasgo de honestidad en un film modesto pero sincero: Partir empieza por el final, con los signos de desorden y violencia que indican que esa relación no puede sino estar condenada de antemano. Será virtud entonces de la puesta en escena remontar la historia y mantener el suspenso aun sabiendo que la felicidad de esa pareja nunca va a poder ser la que los personajes imaginan. Un dato cinéfilo, a su vez, ayuda a entender un poco mejor la filiación de Partir: la banda de sonido está integrada por extractos de composiciones de Georges Delerue y Antoine Duhamel para films de François Truffaut, el más clásico de los directores de la nouvelle vague. Esos arrebatos románticos, que parecen escapados de La mujer de la próxima puerta, le dan un valor adicional a un film que todavía cree, con convicción, que es posible enfrentarse cara a cara con los clichés y contar una historia de amor.
Matar o morir por amor La directora Catherine Corsini pone a su personaje Suzanne en el tapete pero no lo juzga. Kristin Scott Thomas encarna a la esposa de un médico influyente y madre de familia que luego de llegar a sus cuarenta y, con hijos adolescentes, decide retomar su trabajo de kinesioterapeuta, abandonado al casarse. Ella no imagina que un fuerte e irrompible lazo de pasión la unirá con, paradójicamente, el encargado de restaurar el consultorio. Ivan es un albañil catalán, además es ex convicto y reside en Francia mientras intenta rehacer su vida, papel interpretado por el multifacético Sergi López (se lo pudo ver en Ricky). Todo se complicará cuando el matrimonio se despedaza y su marido toma cartas en el asunto mediante controles de poder y económicos. La historia que parecía ser un drama más, cargado de sensualidad y efusión, deja entrever dos escenarios reales: uno el de la mirada del médico de clase alta acomodada, que mide su poder a su antojo y echa en cara a diario a su esposa que todo lo que tiene “es gracias a él”. Y por otro lado, la vida que debe llevar una pareja que se encuentra fuera del sistema europeo, donde los trabajos (que además no abundan) son casi esclavisantes. Con más de una vuelta de tuerca, Catherine, supo llevar adelante la historia, agregando hechos que nutren mucho al film. Al mismo tiempo, unió los extremos con un principio de historia que deja la duda hasta el final: “un disparo" que sólo se develará en el último segundo. Amores, pasiones, deseos, reclamos y venganzas en una película que trata sobre las relaciones y el volver a sentirse vivo.
Cuando lo social quita lo valiente Triángulo amoroso entre frío profesional que piensa sólo en su cuenta bancaria y se violenta con su mujer; ama de casa que se siente asfixiada y desea tener una vida independiente; y extranjero que trabaja de albañil, tiene un pasado carcelario y resulta una bestia sexual que hace gozar a la doña reprimida. Usted creerá que el crítico ha tomado una cucharada grande de cinismo y etiqueta la película así, en tres frases simplistas y reduccionistas. Un poco sí y otro poco no: porque es la directora Catherine Corsini quien se encarga de armar una historia así, puro cliché, que si bien se sostiene a partir de un clasicismo a rabiar y un seguimiento férreo del punto de vista de la protagonista, le adosa al relato una serie de elementos descontextualizados y que llevan la película para el lado del patetismo, como por ejemplo poner a la mujer a vender un reloj en una estación de servicio para ganarse unos pesos. Antes de castigar a Partir, rescatemos el par de cosas buenas que tiene. Como decíamos, el film -que no pasa de los 90 minutos- es clásico en lo narrativo y claro en su exposición de la burguesía de provincias en Francia, un poco a la manera de Chabrol, donde lo policial emerge progresivamente. Tal vez la decisión de empezar con el final le quita algo de nervio al relato, pero hasta en eso es evidente Corsini: no cree en jugar al falso suspenso, sino en graduar la tensión del vínculo entre Suzanne (Kristin Scott Thomas) y su marido Samuel (Yvan Attal) hasta el límite para comprender la decisión que toma la mujer. De hecho, esto se vincula con el otro acierto, que es cómo el punto de vista se sostiene siempre en ella: esto es explícito en las escenas de sexo donde el plano siempre descubre el placer de ella. Y en sus decisiones el film no la justifica, pero la comprende: no juzga, no señala. Y para que esa escapada que emprende Suzanne en brazos del albañil catalán Iván (Sergi López), a pesar de todos los lugares comunes que la contienen, resulte creíble, tenemos que contar con dos intérpretes de excepción como Scott Thomas y López. Si bien ambos parecen repetirse en sus papeles (¿hasta cuándo López será ese extranjero proletario con ganas de coger en todo momento del día?) siempre parecen encontrarle nuevos escondrijos a esos personajes entre frustrados y fatalistas. Scott Thomas con un cambio en la mirada pasa de la adolescente caliente que escapa con Iván a la mujer torturada y aburrida de la vida que lleva con Samuel. Ella es la película. Pero hasta ahí llegan los logros de Partir, porque -valga la redundancia- a partir del giro definitivo por el que Suzanne no volverá con Samuel, la directora y coguionista Corsini elegirá los caminos menos ideales para su película. Si Partir venía siendo Chabrol, donde lo social yace como subtexto y lo que siempre está en primer plano es el cuento, de repente se convierte en Dardenne, donde lo social toma preponderancia pero ya sin la posibilidad de la sutileza de los hermanos belga y sí con los explícitos modos del cine de género. Porque Samuel hará tronar el escarmiento y, ante la huída de su esposa, pondrá en funcionamiento sus vínculos con el poder para lenta y progresivamente irle cerrando los caminos a la feliz pareja. La forma en que lo hace Corsini, con un trazo grueso poco digno resumido en frases demasiado explícitas y en situaciones burdas -lo anteriormente apuntado de la venta del reloj-, convierte a la película en algo alejado de la inteligencia. Es esa necesidad de la directora por suscribir su película a un cine que dice algo importante sobre el mundo, cuando ya nos habíamos dado cuenta de antemano, da por tierra con los potenciales aciertos de un film que en su primera parte nos había mostrado acertadamente un universo placentero, pero potencialmente peligroso. Ese universo reservado sólo para los que pertenecen, donde esos otros (y si Iván es catalán, no podemos obviar que Suzanne es una inglesa convertida en francesa) están condenados a jugar un rol de peones funcionales al sistema. Y pienso en el cine rumano del último lustro, ese que sabe imbricar el drama social con el cine de género sin que una cosa tape a la otra, y pienso por ejemplo en Francesca, vista en el último BAFICI como un ejemplo que Partir no toma. Como decíamos, todo lo que dice Corsini está bien, pero precisábamos una voz menos gritona y una directora menos horrorizada que pudiera contar sin que el noticiero de la tele se le intrometiera en su reconstrucción de los hechos.
La burguesa, el obrero y el fantasma En principio, Partir es la típica película francesa industrial como cierto aire “de importancia” desde su tema que, pese a lo remanido y ya visto en oportunidades, siempre funciona dentro de códigos conocidos y digeridos de antemano. Oh, otra vez las casualidades del amor reúnen a una señora burguesa (Kristin Scott Thomas, lánguida y seductora), casada y con dos hijos y con ganas de hacer algo en el ámbito laboral, y por el otro lado, al obrero albañil (Sergi Lopez), de origen catalán y algo más joven que la dama risqué. El melo ya está de parabienes, más aun cuando la película comienza a narrar los cambios que se producen en ella junto a las sospechas del marido (brillante Yves Attal). Catherine Corsini nunca hizo una gran película, aferrada a una medianía que solo sostiene su interés por la prolijidad de los guiones y la luz de Agnes Godard, habitual colaboradora de la cineasta. En este punto, Partir puede parecer el mejor film de Corsini, ya que despliega algunas ideas visuales, aunque algo obvias (ambientes cerrados para el matrimonio en crisis, lugares abiertos para la pareja adúltera) que van más allá de la solidez del guión. Por su parte, la narración fluye sin problemas, de manera previsible pero acertada, como si las situaciones dramáticas (hasta las menos interesantes), conformaran un corpus que no permite crítica alguna. En ese sentido, el protagonismo que va cobrando el esposo del matrimonio –un personaje que oscila entre la arrogancia, el patetismo y la crueldad- neutraliza, especialmente en la segunda mitad del film, el amor entre la señora burguesa y el albañil. Y es un melo. Y el fantasma, claro es el de Francois Truffaut, maestro del cine al que en Partir Corsini rinde más de una alabanza, utilizando en su banda de sonido composiciones de Delerue y Duhamel, concebidas en su momento para la obra del director de Los cuatrocientos golpes. Pero la referencia no termina allí: ecos de La mujer de próxima puerta, la locura de amor de la hija de Victor Hugo en La historia de Adela H y el tono gris y trágico de La sirena del Mississippi son convocados –aunque no de manera puntual- en el desarrollo de Partir. Allí sí, al recordar a estos y a otros films de Truffaut es donde el film de Catherine Corsini poco o nada puede hacer.
Drama romántico que se sostiene en sus actuaciones y pierde por su fórmula reiterada. Suzanne (Kristin Scott Thomas) hace quince años que no trabaja, durante los que ha llevando una vida de madre y esposa, relativamente cómoda. Ha llegado el momento de retomar su labor como fisioterapeuta, cuando la vida le da tiempo para sí, en la etapa que los hijos adolescentes requieren menos atención y la relación marital se hace algo previsible. Ajustando detalles edilicios en un abandonado ambiente hogareño, conoce a Iván (Sergi Lopez), un albañil español, emigrado a Francia, con una historia personal algo turbia. Surgirá entre ellos una pasión potente, erótica y afectiva, arrebatada pero comprensible, que constituirá el nudo del relato. La historia de esta relación incontrolable en la medianía de la vida de una mujer con escaso desarrollo personal, no presenta ribetes novedosos en el cine. Lo más interesante del modo en que Catherine Corsini construye la narración, está dado por lo que queda abierto a la suposición, lo que queda librado a la reconstrucción por parte del espectador. No solo por el pasado de Iván, que aparece como el secreto más evidente, sino por las tramas oscuras de la relación entre Suzanne y su esposo, que parece cargada de cierta violencia y opresión contenida. El secreto de una trama de poder hilado en la larga construcción familiar. Incluso lo no dicho en la relación de la protagonista con sus hijos, una vez hecha pública la nueva relación amorosa, permite hacer lecturas sobre cuestiones vinculadas a los imaginarios individuales y sociales, tanto en cuestiones de clase como de género. Pero esto, más las muy buenas actuaciones de la pareja central, que los confirma como dos actores dúctiles y ricos en matices y sutilezas, no alcanza para hacer de Partir una película que entusiasme, o que despierte la atracción por una trama visitada infinidad de veces por el cine, a la que la directora no agrega nada interesante en su tratamiento. Incluso en sus cortos ochenta y cinco minutos, la película parece, por momentos, más larga que lo deseable.
El prólogo. Antes de los títulos, una serie de imágenes anuncian la tragedia. Un tiro en la noche anticipa que esta historia no terminará bien. En una crítica de la película publicada en Página/12, Luciano Monteagudo sostiene que la decisión de empezar por el final representa el “primer rasgo de honestidad en un film modesto pero sincero”. Estamos de acuerdo. Partir es una película cristalina, breve, pragmática. La directora Catherine Corsini no aspira a otra cosa que narrar sin ambages las delicias y los costos de un amor apasionado vivido en la madurez. Aunque la fábula no sea original, uno puede dejarse llevar por los amantes y sus arrebatos, anzuelo que funciona en la primera parte del film. Hasta que la protagonista comienza a adoptar actitudes que distorsionan la simpatía. La dama, el vagabundo y el villano favorito. Alguna vez un crítico escribió que en el cine actual no existe boca más perfecta que la de Kristin Scott Thomas. Yo añadiría que no hay muchas actrices que impongan tanta elegancia como ella, aun cuando le toca pilotear un film a cara lavada y gris como lo hizo en Hace mucho que te quiero (dirigido por Phillipe Claudel, melodrama atractivo pero no del todo logrado, estrenado en 2009). Scott Thomas es la finura hecha mujer. Aquí interpreta a Suzanne, una mujer casada, aburrida, con ganas de retomar su trabajo como kinesióloga, abandonado hace años para dedicarse a ser madre y esposa. Quien aparece para despabilarla es Ivan (Sergi López, ¡obvio!), un inmigrante español que estuvo preso y ahora recorre Francia haciendo changas. La primera vez que Suzanne lo ve, Ivan luce una remera gastada y una mosca revolotea sobre su cabeza. Un albañil que emana todas las fragancias de la fantasía. Del marido (Yvan Attal) se puede decir que es un médico prestigioso, tiene un dinero interesante y llega a la violencia cuando lo sacan de quicio. Que sea tan (innecesariamente) brutal es el único motivo por el cual uno se pone un poquito del lado de la protagonista. Hasta ahí. El anexo. En Partir todos los días son soleados. Suzanne habita una casa moderna y hermosa, con pileta, amplios ventanales, paredes de una blancura relajante. Los obreros están refaccionando un cuarto para que sea un espacio de ella, quizás el inicio de un proyecto personal. Un anexo, un palpitar alternativo en su estructurada rutina burguesa. Hacía mucho tiempo que el plan estaba en danza. “Si ya esperaste quince años, un mes más no importaría”, propone el esposo, y así uno confirma que esta mujer creció a la sombra de un cacique proveedor y despectivo. Dejar esos almohadones no será nada sencillo para ella, y sus intentonas de adolescente enamorada resultarán un tanto extravagantes para una dama de su estilo. Lejana. De todas maneras, el gran descuido dramático del film es la relación entre Suzanne y sus hijos. Se entiende que ella esté sumida en la desesperación, pero el problema es que se la muestra demasiado ciega, con nulo registro del dolor que está causando. No, no es cuestión de juzgarla ni de pedirle un proceder más racional: es solo la impresión de que la protagonista se nos va tornando fría, necia, ajena, para comprobar hacia el final que se trata de un personaje débilmente construido, una heroína con un pasado cómodo, con una identidad tan obturada que ni siquiera logra conquistarnos con el precipitado amor fou de su presente. No le echemos toda la culpa al marido.
Un dramón al mejor estilo francés. La semana pasada se estrenó en Argentina este drama de Corsini que aun permanece en cartelera. Como muchos sabrán ya el cine francés es uno de mis favoritos y sobretodo el género del drama. Lo que me sucede, sin embargo, con el género dramático que maneje como línea argumental una historia de amor es que simplemente tiene que estar muy bien llevado para no parecerme extremadamente melodramático. No obstante este film sale bastante bien parado dentro de lo que intenta contar: la historia de una aburrida ama de casa, ex profesional, con una vida extremadamente chata y con un matrimonio que hace mucho ha perdido la chispa y que tiene por desgracia (?) enamorarse de un simpático obrero español. Por sobretodas las cosas destacan las actuaciones de la siempre fantástica Kristin Scott Thomas y de Sergi López quienes establecen una muy buena química, creíble por sobretodas las cosas, ya sea en los momentos del delicado coqueteo como en los explosivos encuentros sexuales posteriores. Pero el argumento no se queda meramente en un triángulo amoroso y en las desventuras de verse a escondidas, sino que centra la atención del espectador en la sucesión de erradas decisiones que toma Suzanne, nuestra protagonista, y cómo poco a poco estas la corrompen hasta llegar a un mar de torpezas exasperantes. No es un film pretencioso pero sí por momentos irritante gracias a la grandiosa fibra que Thomas le impregna al personaje, una mujer ante todo desesperada por huir de la realidad que la agobia, capaz de abandonarlo todo- incluiso los hijos y el cómodo pasar económico- por una realidad mas rústica y dolida. El film parecería casi atemporal por los sinsabores que Suzanne debe afrontar con su marido, casi parecería una reformulación de la vida de Georgiana Cavendish, Duquesa de Devonshire, si hasta parecería que la mujer aun no logra superar ciertos tipos de sometimientos. Si bien corta en su duración, el film tiene por momentos un andar un tanto pesado y por otros escenas que no se borrarán fácilmente de la mente del espectador. Un film que corre lineal- a pesar de un comienzo a modo de flashback- y que discurre sin grandes pomposidades. Directo, apasionado (quizá demasiado por momentos) y de impecables actuaciones. Un título que quizá se saborea mejor con segundos visionados y que ante todo se disfruta como se disfrutaría leer los grandes clásicos literarios de temática similar.
"Si el amor salvara lo que el oro condena" Podría decirse que este film, trabajado en un principio como un thriller, es un buen homenaje al gran director francés Claude Chabrol, pero también es una radiografía de una sociedad en franco proceso de deterioro, y no estaría del todo mal hablar de un melodrama con triangulo amoroso incluido. Es más si se quiere, podría reducirse a la dramática existencia de una mujer de alrededor de 50 años que, viendo y viviendo que sus hijos entre adolescentes y jóvenes ya no la necesitan, por quienes abandono sus proyectos, entra en crisis. No es problemático que el relato, digo la historia, y su estructura narrativa sea, salvando que en realidad es un gran Flash Back, funcional, lineal y sin demasiada originalidad. Entonces vale la pena plantearse que es lo que termina seduciendo al espectador, en primer lugar la pareja protagónica, Kristin Scott Thomas y Sergi Lopez son magistrales en sus composiciones. Ella reconocida por el público a partir de su papel en “Hace mucho que te quiero” (2008), pero para los cinéfilos no fue una revelación, ya había deslumbrado en “Ángeles e Insectos” (1995) y “Gosford Park” (2001), entre otras. Por su lado Sergi López que había aparecido en la maravillosa “Una relación pornográfica” (1999), en el gran thriller “Harry, un amigo que te quiere bien” (1999), o más recientemente en la pequeña obra maestra “El laberinto del Fauno” (2006). Datos que determinan la versatilidad actoral de ambos. Otra variable a favor del producto, valida como parte del análisis, estaría encuadrado desde lo estético, es decir el diseño de arte, el manejo de los espacios, la elección del encuadre y los colores. Específicamente la fotografía, excelente trabajo de Agnes Godard, quien trabaja la imagen constantemente en concordancia con los personajes y con las situaciones, lo que se distingue claramente en la utilización de tonos azulados, fríos, para la “mansión” que Suzane (K.S.T. ) ocupa con su marido Samuel (Ivan Attal), medico exitoso, y sus ya mencionados hijos, mientras recurre a tonos pasteles, calidos un poco virados al anaranjado,para el pequeño departamento de Ivan (S.L.) su amante, un albañil de origen catalán que acaba de salir de prisión y padre de una hija a la que no puede visitar muy asiduamente. Igualmente el arte en cuanto a la disposición, cantidad y calidad de los objetos que se observan, está en función de la historia. Poco interesa en el relato las diferencias sociales, las pujas por los lugares de poder, el uso del económico como forma de coacción, la corrupción, la mirada de los hijos, su juzgamiento, el dolor, el valor, el deseo, el amor fraternal, etc. Uno de los puntos más salientes es la mirada de la directora sobre el mundo femenino. Hay una escena que sintetizaría el conjunto, esta jugada en las miradas de los personajes, en como se miran y como se instala el otro como deseo, ella le pide a Ivan que la eche, y el obedece……. Como dice la canción, si el amor salvara lo que el oro condena…… Sabiendo que la directora es francesa, con apellido de origen italiano, una actriz inglesa, dos actores, uno español y el otro israelí, semejante ensalada podría haber sido un fiasco, sin embargo opera como una fórmula bien condimentada.
Suzanne, esposa y madre que hasta el momento ha cumplido con todas las convenciones, pasados los 40 años comienza a sentir que le pesa enormemente la rutina de esa vida burguesa. Decide, entonces, volver a trabajar como fisioterapeuta. En esa tarea conoce a Iván, un obrero español por quien siente una enorme atracción. Se trata de una sensación nueva que la descoloca. Tantos años de hacer siempre lo correcto, lo que todos esperan de ella, al principio la frenan. Cuando decida dar un paso adelante, será la hora de la verdad. Porque no se tratará de una mera aventura. Ni de un juego, un mero escarceo erótico sin consecuencias: lo suyo será a todo o nada. Catherine Corsini encara el asunto con una mirada lúcida, que remite a la crisis de cualquier mujer al llegar a la madurez y ver que no ha hecho otra cosa que obedecer mandatos ajenos. Por primera vez se permitirá hacer lo que siente y asumir las consecuencias. Kristin Scott-Thomas, impecable. No desentona para nada Sergi López.
Cuento de amor, locura y de muerte Ya desde la primer escena, que luego queda congelada para que en un intenso y extenso flash-back nos puedan contar cómo llegaron los protagonistas hasta allí, "Partir" se construye desde lo más clásico del drama pasional. Una historia muchas veces contada, por el cine, por el teatro, por la literatura, una historia de infidelidad, de triángulo amoroso que tiene todos los condimentos de un melodrama esquemático y que por ende, no deparará mayores sorpresas. Pero sobreponiéndose a todo esto, el típico terceto pasional que nos presenta la directora Catherine Corsini (que tiene varias películas filmadas, pero es ésta la primera que se conoce en Argentina), es resuelto eficazmente, contando la historia sin ningún tipo de rodeos y precipitándonos sobre los hechos de forma absolutamente convincente. Ella es una típica mujer de clase alta, inmensa en la aparente seguridad que le brinda su rutinario matrimonio, su lujoso pasar y su familia bien constituida. Su marido está ocupado en su trabajo, en sus negocios, vive como en otra sintonía. Y el aburrimiento y la falta de interés se percibe en el ambiente. Cuando aparezca en su casa Iván, el obrero que venga a efectuar unas reformas, la atracción será mutua e inmediata. Ella estará dispuesta a dejarse llevar por lo que siente por él, una persona completamente diferente y ajena a su mundo pero que sin embargo mueve en ella una versión desconocida. Quizás sea esa notable diferencia la que los empuje a vivir una pasión incontrolable. Desde Flaubert con su "Madame Bovary" hemos tenido incontables retratos de mujeres hartas de una seguridad matrimonial aparente, encerradas en una jaula de cristal que no las hace felices. Como ya fue dicho, en "Partir" no hay nada nuevo en la historia, pero Kristin Scott Thomas logra darle una fuerza y una convicción a su personaje que nos hace sentir necesaria esta nueva mirada a la típica historia de infidelidad condimentada por un amor entre diferentes clases sociales. Después de su notable trabajo en "Hace mucho tiempo que te amo", demuestra nuevamente que es una actriz de un talento singular, que logra transmitir en una mirada, en un gesto, una catarata de sentimientos. La acompaña, como el obrero que revoluciona su vida, Sergi López (conocido por nosotros por sus trabajos en "El laberinto del Fauno", la genial comedia "El cielo abierto", la reciente "Mapa de los sonidos de Tokio" y el uno de los estrenos de este año de Ozon: "Ricky"). Juntos son dinamita: logran transmitir una química que hace que esta historia sea absolutamente creíble y logre captar la atención en todo momento. Como el marido engañado, completa el excelente terceto Yvan Attal, el director de un segmento de "New York, I love you" y "Mi mujer es una actriz", aquí en su faceta de actor. Si bien Corsini mueve los personajes por todos los lugares comunes posibles en el género y les dé una dimensión demasiado aferrada al cliché, vale la pena asomarse a este drama pasional por las excelentes actuaciones que logran Scott Thomas y Lopez y por la seguridad con la que la directora logra llevar el melodrama a buen puerto sin que en ningún momento -por más esquemática que pueda ser la historia- dejemos de querer saber qué les sucederá a los personajes.