Buscando un símbolo de paz Este joven director argentino (35 años, egresado de la FUC y radicado en Nueva York) logró convencer a Juan Pablo Escobar, hijo del ex zar de la droga (que vive con su madre en Buenos Aires con un nombre cambiado), para que cuente desde su mirada íntima la historia de su padre, y luego se reencuentre con los hijos de dos políticos conservadores asesinados por orden del Cartel de Medellín. El film -muy prolijo y bastante atrapante- tiene más méritos periodísticos que en cuanto a su narración cinematográfica, ya que todo luce demasiado armado y estructurado (incluso en el pedido de perdón y la búsqueda de paz interna y externa del protagonista). La inclusión de material de archivo y especialmente de home-movies que permiten apreciar las dimensiones del imperio que creó Pablo Escobar Gaviria son los principales hallazgos de una reconstrucción testimonial valiosa, pero que no fue aprovechada en todas sus posibilidades.
Todo sobre mi padre Una película no puede cambiar la historia, pero si nos puede ayudar a entender mejor lo que pasó y reconciliarla con el pasado. Pecados de mi padre (2009) es un caso concreto de como el cine puede aportar su granito de arena a que el mundo sea un poco mejor, gracias a la buena voluntad de un grupo de personas que dejó el odio de lado para lograr la paz. Aunque suene utópico, esto fue así. Centrándose en la vida del narcotraficante colombiano Pablo Escobar Gaviria, pero desde la visión de su hijo Sebastián Marroquí, el documental de Nicolás Entel (Orquesta Típica, 2006) sigue dos líneas narrativas: la biográfica y la reconciliatoria. Lo que comienza siendo la construcción de un retrato paterno desde la mirada de su hijo, finalizará en el encuentro de quienes fueron las víctimas de una guerra que los hizo partícipe de manera indirecta. Pecados de mi padre nos presenta un recorrido elíptico por la historia narco de Colombia de las últimas décadas, pero desde la visión de quien estuvo involucrado en los hechos por ser “hijo de”, motivo que desencadenó en el exilio forzado y el cambio de identidad para poder seguir con una vida normal. Sin duda uno de los puntos más altos del film, a pesar de recurrir a cierto a ciertos elementos trillados –música ampulosa para asentar el efectismo sobre el espectador-, es cuando se corre de lo biográfico y se introduce en los hechos concretos. Un ejemplo podría ser la reunión que entabla Marroquí con los hijos de dos de los políticos que su padre mandó a matar. Dicha escena es un acto reconciliatorio, que más allá del efectismo que puede llegar a provocar, evidencia al cine en toda su extensión como elemento de ayuda para cambiar la historia. Hechos como los que desencadenó la película justifican medios y fin. Provocando una ruptura en el formato del documental clásico, Pecados de mi padre, más allá de ciertos reparos estéticos en su construcción, innova en la forma de involucrarse con un tema. Una película que hay que ver para entender los hechos que convirtieron una nación en el imperio del narcotráfico más poderoso del mundo. Un documental que ya es parte de la historia. Imprescindible.
Dos historias son las que nos muestra Nicolás Entel en este extraordinario documento. Una es la de Pablo Escobar, uno de los hombres más ricos del mundo; el narcotraficante número uno que tuvo Colombia y cabeza del cartel de Medellín. La otra, seguramente la más fuerte, es la de Sebastián Marroquín, hijo de Pablo y cuyo nombre original era Juan Pablo Escobar. Es Sebastián quien cuenta, en primera persona, cómo fue aquel personaje en el rol de padre, cómo vivió él mismo a su corta edad parte importante de la realidad colombiana –violenta, sin límites-; qué le queda luego de aquella vida de peligros, muertes, persecuciones, escondites y emigración. Con un comienzo atrapante –y por demás significativo- a modo de comic, Pecados de mi padre alterna diversos géneros: periodismo, documental, entrevista, diálogo… diversos formatos que, combinados, dan un resultado extraordinario. Lejos de ser una lección de historia, este film va más allá; uno puede involucrarse con los personajes, sentirse identificado con sus sentimientos, comprenderlos. Es profundo, fuerte, movilizador. La película rescata de entre la violencia y la ambición maquiavélica de poder la fuerza interna, el valor de la libertad, de la vida propia y ajena, el amor por la patria y la importancia de aprender de la experiencia del pasado si se quiere seguir adelante. Es una excelente muestra de que, a pesar de todo, el Hombre es capaz de perdonar y construir sobre el dolor y la miseria humana. Solamente hace falta voluntad.
Tras la expiación Documental centrado en el hijo del jefe narco Pablo Escobar. Aunque se estructure alrededor de su vida y muerte, Pecados... no es un documental sobre el narcotraficante colombiano Pablo Escobar. Es una mirada acerca de él -ambigua y por lo tanto enriquecedora- de su hijo, radicado desde los '90 en la Argentina bajo el nombre Sebastián Marroquín. Un filme sobre crímenes, poder, ambiciones desmedidas, espiral de violencia, sí. Pero también sobre culpas heredadas, dilemas e intentos de expiación; Pecados ... juega con la búsqueda de uno o varios exorcismos. El relato del ascenso y caída del zar de la droga -admirado por vastos sectores humildes- crece, en paralelo, con el de un hombre que fue un padre cariñoso (al menos, eso transmite Marroquín). Las imágenes de asesinatos cometidos por los sicarios de Escobar se intercalan con filmaciones y grabaciones caseras que muestran al traficante en su faceta paterna. Dos caras de un personaje que parece salido una desmesurada ficción de Hollywood, pero que existió y ahora "regresa", entre tantas otras obras sobre él, en este documental que impacta y atrapa. Su estructura es convencional. No su historia -llevada con pulso prolijo- ni sus "personajes". Pecados ..., además, interactúa con la realidad. El director argentino Nicolás Entel no sólo consiguió la participación del hijo de Escobar: también procuró un acercamiento de él con los hijos de dos víctimas trascendentes de su padre: Rodrigo Lara Bonilla y Luis Carlos Galván. Este dificultosa reunión de descendientes de victimario y víctimas -todos hombres de treinta y pico, todos huérfanos de padre, todos niños que sufrieron y odiaron y fantasearon con vengarse- le agrega tensión y expectativa presente al filme. "Usted no debe pedirnos disculpas, porque también fue una víctima: tal vez la primera", le dice un hijo de Galán a Marroquín, como un psicoanalista. El filme abunda en asombros, tamizados por un hombre que parece cargar una mochila enorme y querer aliviarla. En este sentido, sólo en este sentido, Pecados ... se acerca más a Tarnation que a Scarface o El Padrino y genera una empatía con Marroquín, siempre ambivalente. Querer a un padre y no avalar -muchas veces, repudiar- todo lo que hizo fuera de ese rol: Shakespeare o Freud se habrían hecho un festín. Entel nos transmite, aunque sea en parte, cómo es vivir esa vida.
Cuando la astilla no quiere parecerse al palo Pecados de mi padre, un sólido documental La historia que cuenta este documental realizado por el director argentino Nicolás Entel tiene corazón colombiano, pero su mensaje es universal. Se trata de padres e hijos, de ausencias y orfandades provocadas por la lucha política y económica que dividió a aquel país en los tiempos de Pablo Escobar. Más allá de sus crímenes, de quienes lo consideraban un Robin Hood moderno o de aquellos que intentaron ponerle freno al narcotraficante de más alto perfil de la historia, lo cierto es que aquí la mira está puesta en su familia. Más específicamente, en las vivencias de su hijo varón, Juan Pablo. Con el nuevo nombre de Sebastián Marroquín, y desde su vida actual en la Argentina, el heredero de una historia de sangre y lágrimas protagoniza este relato fascinante. Y no sólo decide ponerse frente a cámaras, sino que, junto al director, se propone una suerte de reconciliación con su pasado tanto privada como pública. A través de una gran cantidad de material de archivo inédito y de imágenes ya conocidas pero igual de impactantes, Entel reconstruye al hombre que era Pablo Escobar desde la perspectiva de su hijo y, en menor medida, de su viuda. Claro que aquí lo que más impacta es la vida de este hombre, Sebastián, criado primero entre todos los lujos que el dinero del narcotráfico pudo comprar y que luego, con 16 años a la muerte de su padre, se transformó en un perseguido tanto de la justicia como de los carteles que buscaban reclutarlo o eliminarlo. Padres e hijos Lejos de quedarse en las anécdotas de su peculiar infancia, este documental se juega por una línea argumental conmovedora: intentar reunir a Sebastián con los hijos de Rodrigo Lara Bonilla y Luis Carlos Galán, dos renombrados políticos colombianos asesinados por Escobar. Con un tema tan rico desde el punto de vista tanto testimonial como emocional, el film no se atreve demasiado en términos estéticos. Prolijo pero sin salir demasiado de los recursos básicos del documental biográfico, en Pecados de mi padre nada desentona, pero tampoco nada se destaca demasiado desde una perspectiva cinematográfica. La voz en off, tal vez una de las herramientas más utilizadas en este género, utiliza constantemente la primera persona del plural, un nosotros inclusivo que termina por enfatizar escenas y situaciones que no necesitaban de esa ayuda. Aun así, Pecados de mi padre construye un relato apasionante a partir de las revelaciones de una vida tan trágica y tumultuosa.
Retrato cercano del rey de la coca Aunque no llega a formalizarse como el gran documental que podría haber sido, el film en el que el hijo de Pablo Escobar recuenta tiempos pasados y una inesperada paz con los hijos de las víctimas del capo narco consigue momentos de alto valor. En lugar de vengarlo y sucederlo, el hijo del Rey del Narcotráfico se reúne con los hijos de los hombres a los que su padre asesinó para pedirles perdón y hacer las paces. Es una de esas historias por las que cualquier realizador vendería su alma, con tal de filmar en vivo. El argentino Nicolás Entel no la vendió, que se sepa, y pudo filmarla. Crónica del acercamiento de Juan Pablo Escobar (hijo de Pablo, mítico líder y fundador del Cartel de Medellín) a los hijos de Rodrigo Lara Bonilla y Luis Carlos Galán –hijos del ministro de Justicia y del candidato presidencial a quienes su padre mandó matar–, Pecados de mi padre es esa película que nueve de cada diez documentalistas quisieran haber podido filmar. Es esa película y otras. Entre ellas, un retrato público e íntimo del Rey de la Coca y una crónica del exilio de Juan Pablo en Argentina, donde pasó a llamarse Sebastián Marroquín. Lo que Pecados de mi padre no llega a ser es el gran documental al que por tema, personajes y motor narrativo parecía destinado. Algunas decisiones erradas, alguna ambición desencaminada tal vez, se lo impiden. Aun así, sigue siendo el embrión de varios grandes documentales posibles, y eso no es poco. Pecados... es, antes que nada, la larga, audaz, tenaz gestión de una historia por parte de Nicolás Entel (Buenos Aires, 1975). Desde que se enteró de que el hijo de Pablo Escobar Gaviria vivía en Argentina bajo nombre falso, Entel se propuso contar su historia y la de su padre, a través de sus ojos. Los hechos indican que no se conformó con contarla: intervino en ella, la impulsó, de algún modo escribió su guión. ¿Cómo? Allegándose a Juan Pablo Escobar, exiliado aquí desde mediados de los ’90 y por entonces (mediados de la década siguiente) cercano a los treinta. Alentándolo luego a regresar, si no a su país (donde su cabeza tenía precio, puesto por el Cartel de Cali), al menos hasta la frontera con Ecuador. Aprovechando luego la iniciativa de Escobar (h.) de intentar un acercamiento con los hijos de las víctimas más encumbradas de su padre. Filmando en vivo, finalmente –conclusión tan redonda como las que toda película de Hollywood aspira a encontrar, pocas veces con fortuna– una paz de altísimo valor simbólico, teniendo en cuenta que al día de hoy en Colombia las diferencias se siguen resolviendo con la muerte del otro, como un cartel final se ocupa de recordar con acierto. Llevada por las varias líneas de relato, Pecados de mi padre se narra en dos tiempos. En presente, Sebastián Marroquín/Juan Pablo Escobar cuenta a cámara su novela familiar, y al mismo tiempo comienza a elucubrar una reconciliación se diría que imposible. Ese relato dispara, a su vez, una narración en tiempo pasado –la de Escobar, su familia y su consumación como capo del narcotráfico– en base a material de archivo. De alto valor documental, ese material es tanto fílmico (de noticieros, pero también películas caseras) como, sobre todo, de audio. Puede escucharse al capo dar órdenes de muerte, tramar crímenes políticos y hablar por teléfono con los suyos “30 segundos antes de su muerte”, según indica, casi con orgullo, un cartel sobreimpreso. Si la novela del hijo es de reparación, construcción y sensatez, la del padre oscila, como era de esperarse, entre el thriller político-criminal, el biopic del poderoso y el delirio tropical. La conversación en la que Escobar llama a “prender fuego a las casas de los políticos”, las imágenes de elefantes, hipopótamos y cebras de su zoológico privado y las fotos de la cárcel VIP que él mismo mandó a construir –para ser único huésped durante los trece meses que precedieron a su fuga– son momentos privilegiados de esa novela. La sensación de que la parte que tiene que ver con la reconciliación entre los Escobar, los Lara Bonilla y los Galán podría ser una noticia autoconstruida –como las guerras de Charles Foster Kane– lleva a poner cierta distancia. Ingenuidades narrativas y políticas acentúan el distanciamiento. Esto sucede, notoriamente, cuando el relator en off atribuye al asesinato, por parte de Escobar, del líder liberal Luis Carlos Galán, “el fin de la esperanza para Colombia”, asignando a Galán el lugar de “líder de masas”, como si se lo hubiera confundido con un líder populista de los ’50. Se habló de relator en off: créase o no, Pecados... acude a esa figura perimida, usándola del modo más televisivo y unanimista imaginable. “Colombia”, dice el relator en off al comienzo, sobre imágenes de... Colombia, antes de lanzarse a una suma de todos los lugares comunes, que hacen pensar que se perdió el rumbo, yendo a parar a Discovery Channel. Por suerte, no toda la película es así. Lamentablemente, el fantasma del audiovisual televisivo nunca desaparece del todo, en el que pudo haber sido un gran documental y se quedó a sus puertas.
Son muchos los que ya han dicho que “la realidad supera a la ficción”. Suelen referirse a algún que otro hecho que luego puede inspirar una historia, que después será espectacularizada para el público. Lo que comprueba Los pecados de mi padre es que no hace falta sobredimensionar nada: la vida de Pablo Escobar hace que Scarface parezca un film para niños. Los pecados de mi padre es un documental cuyo gancho está en que es la primera vez que el hijo del capo máximo de la historia del narcotráfico rompe el silencio. Juan Pablo Escobar (que ha cambiado su nombre al de Sebastián Marroquín para poder tener una vida “normal”) cuenta la trastienda vivida desde el ascenso hasta la caída del imperio de su padre. El largometraje sirve para tomar real dimensión del poder que tenía Pablo Escobar durante sus años de “gloria”. Algunos datos puede que grafiquen la situación: como líder máximo del Cartel de Medellín llegó a controlar el 80 por ciento del tráfico mundial de cocaína; tenía tanto dinero que gastaba millones en animales exóticos; en sólo un operativo, la policía le quemó cocaína valuada en más de 5 mil millones de dólares. Repito: en sólo un operativo. Y tal vez lo más llamativo y que demuestra no sólo la fuerza económica, sino la influencia política que llegó a tener: ¡fue electo diputado! Como decía anteriormente, no sólo en cuanto a la historia de fondo supera a una película de acción, porque si bien mantiene el lenguaje documental, el ritmo narrativo es sumamente intenso. El cenit del film se logra cuando los hijos de figuras políticas prominentes de Colombia que en su momento fueron asesinadas por Escobar acceden a reunirse con Marroquín, dando el mensaje de que el hijo fue también una víctima de su padre. Creo que Los pecados de mi padre es una película fundamental, porque logra combinar interés e información con la posibilidad de captar la atención de cualquier fanático del cine.
Documental crudo sobre el hijo de Pablo Escobar, zar del narcotràfico colombiano que ha devenido en una de las mas grandes guerras de narcos que han sucumbido a una nacion, con resultado de muertes de lideres politicos y una persecución incesante dentro como fuera del pais. El film no intenta colocar un manto sobre los errores de su padre, sino por lo contrario llegar al perdon de las familias destrozadas por su acción como asi una nacion. Hijo y esposa, han vivido en Buenos Aires, exiliados, cambiando sus nombres, el simple reingreso a Colombia significaria sus muertes. Sebastian, sorpresivamente se presento en la sala para contestar preguntas sobre el documental que està ocasionando movimientos en Colombia frente a su futuro estreno el 10 de diciembre del corriente. El film es sumamente duro, lo que vemos parece una historia cinematogràfica de gangsters, muertes y venganzas, con la diferencia que lo visto es real. Es meritorio el acercamiento a las familias, instancias del film que llevan a la reflexión, y preguntarnos si una generación subsiguiente puede permitir el perdon de los crímenes a cargo de sus padres. Un documental para tener en cuenta a la vez en nuestro pais, donde tambien tenemos instaurados un odio caracteristico por heridas que parecen no sanar jamas. Un ejemplo.
Nadie puede negar la importancia del cine en la construcción del relato histórico. No como reemplazo ni como complemento de la historia sino como narración colindante y forma de relacionarnos con el pasado. Los pecados de mi padre, como documental sobre un personaje sobresaliente de la historia latinoamericana reciente, tiene el valor de relato histórico pero suma un plus, un hecho que trasciende el ámbito cinematográfico aunque imposible por fuera de él. Empecemos por el principio. Los pecados de mi padre trata sobre Pablo Escobar Gaviria, el jefe del cartel de Medellín y uno de los hombres más poderosos de los años 80. El relato tiene la perspectiva en primera persona de su hijo, Juan Pablo Escobar, quien vive exiliado hace 15 años en Argentina escondido bajo el nombre de Sebastián Marroquín. Su testimonio, como puede desprenderse del título del documental, matiza en tono crítico, cartas, fotos, videos VHS caseros y audios en casetes provenientes del archivo familiar. De esta manera se lleva a cabo un doble recorrido: Pablo Escobar como el padre cariñoso que le daba los gustos a sus hijos, por ejemplo, haciéndolos elegir a través de documentales, animales exóticos para tener en su zoológico particular; y Pablo Escobar como el hombre ambicioso y despiadado sin techo en términos de influencia y poder. En el último punto surge la bisagra: el proyecto de ser presidente y el ingreso a la política marcado como el momento en que “todo se desbarranca”. Recursos económicos, respaldo público y carisma personal no le faltaban… sumando donaciones y planes puestos en marcha vinculados al deporte y construcción de barrios humildes hacen de Escobar un personaje evidentemente popular. Sus aliados del Nuevo Partido Liberal, el Ministro de Justicia de aquel entonces, Rodrigo Lara Bonilla y el candidato presidencial Luis Carlos Galán Sarmiento, progresivamente ven en Escobar un contrincante de peso y ponen una mácula indeleble en su meteórica carrera política imputándolo como narcotraficante y echándolo posteriormente del partido. La denuncia sobre negocios ilícitos lo hace trastabillar pero no tiembla: manda sicarios para matar a Lara Bonilla y a Galán, sus antiguos aliados. Como estrategia para limpiar su imagen, Escobar se entrega y va a parar a una cárcel que resulta ser un palacete construido por él mismo desde donde sigue manejando los hilos de la droga. Más tarde cuando sale, acorralado en la clandestinidad, termina muerto por la policía en diciembre de 1993. Su hijo tenía 16 años. Otra historia comienza para él y para la vida política colombiana. Hasta acá tenemos un film que cuenta muy bien hechos que pueden seguirse desde cualquier diario de la época con el toque doméstico y fustigador de su hijo. Pero aquí, el documental deja de ser un registro de hechos ya ocurridos y comienza a tomar vida propia propiciando un hito en la historia política social de Colombia. El acontecimiento, ideado por del director de la película Nicolás Entel, es que Sebastián Marroquín escriba una carta de perdón por los crímenes de su padre a los hijos de Galán y Lara Bonilla. La misiva, que sería mandada por mail, propondría un encuentro que pueda obrar como ejemplo de pacificación. Es muy destacable este documento fílmico. Por los aspectos técnicos de la producción, por el guión, el buen tono del narrador, la música original a cargo Diego Gutman y principalmente, por el logro del director al generar confianza en el hijo de Pablo Escobar, quien a su vez toma este medio para salir a la luz luego de 15 años, enfrentarse a una cámara contando su propia versión de los hechos y regresar a su país mediante un gesto histórico. Pero afortunadamente la película resulta más profunda que sus personajes. En un país en donde la lista de crímenes es interminable, la intención de los hijos de victimas y victimario es sembrar semillas de perdón y de reconciliación. Pero es esta misma premisa se convierte en el punto más debatible por resultar algo indolente y superficial en boca de sus protagonistas (vamos p´alante, repiten). Un documento audiovisual que registre paso a paso el encuentro, les cierra a todos los huérfanos. Marroquín presenta al mundo un documental como una elegante manera de expiar las culpas en nombre de su padre y los delfines Lara y Galán, profundizan un perfil muy potable en su joven y meteórica carrera política asentada en el asesinato de sus padres. En este pequeño marco, la idea de “reconciliación” suena a tintineo algo hueco. En un plano más amplio, el encuentro es valioso. Y acentuado porque entre todos elaboran un mensaje válido no sólo para colombianos sino para todos los crímenes que cruzan cuestiones políticas y personales heredadas de otros protagonistas: no a la venganza ni a la violencia, sí al perdón. El documental estrenado en Mar del Plata en el Festival, recorrió el mundo y también se exhibió en Colombia, provocando evidente repercusión. Es que Los pecados de mi padre es una obra que no sólo registra un hecho histórico, sino que lo promueve, lo construye y lo difunde con una voz propia, con el valor de acompañar la visión de un controvertido protagonista pero de agrandar el marco en un contexto y una problemática más profunda que excede los propósitos individuales de los protagonistas.
“Pecados de mi padre” contiene dos narrativas. Por un lado, cuenta la historia de Pablo Escobar Gaviria (poderoso narcotraficante colombiano muerto en un enfrentamiento con la policía en 1993) desde el punto de vista de su único hijo varón, Sebastián Marroquín. Por el otro, los intentos de Sebastián por contactar a los hijos de las más prominentes víctimas de su padre. El resultado termina por enseñarnos que entre sus hijos no hay un gran rencor. Sebastián Marroquín, hijo directo de Pablo Escobar cuenta de qué manera ha vivido en Buenos Aires, narra que por haber sido hijo de Pablo Escobar estuvo 45 días preso, y su madre, por haber sido la mujer estuvo más de 18 meses en prisión. En el filme también están los testimonios de Rodrigo Lara, Juan Manuel Galán, Carlos Galán, Claudio Galán y Maria Isabel Santos. Ellos en definitiva son víctimas de una u otra manera de Pablo Escobar. Uno de los momentos más emotivos es cuando Sebastián Marroquí se entrevista con los hijos de Galán, muertos por su padre. Lo interesante es la manera adulta que tienen de encarar la charla. La dirección de Nicolás Entel se realza con los primeros planos y la narración que acompaña las imágenes. Quizás la voz en off le resta emotividad a un filme que vale la pena ver para entender un poco más la vida de este narcotraficante.
El realizador argentino Nicolás Entel consiguió que Sebastián Marroquín, hijo de Pablo Escobar Gaviria (líder del Cartel de Medellín), accediera por primera vez a dar su testimonio acerca de lo que significó crecer al lado del narcotraficante más importante de los años 80. El documental presenta dos lineas narrativas. La primera (y más interesante) detalla la historia del zar de la droga desde la mirada de su hijo. Con una gran cantidad de material de archivo inédito (fotos, videos, grabaciones), sumado a los testimonios de María Isabel Santos (viuda de Escobar) y familiares de víctimas, se describe el ascenso y caída de este hombre: los comienzos, la fortuna, el ingreso a la política, los crímenes cometidos, la persecución, el paso a la clandestinidad y, finalmente, la muerte. La segunda linea narrativa muestra el acercamiento y encuentro entre Sebastián Marroquín (antes Juan Pablo Escobar) y los hijos de políticos asesinados por orden de su padre. Un intento de reconciliación meritorio que resulta un tanto forzado. "Pecados de mi Padre" es un documento valioso sobre un personaje violento y ambicioso, contado por alguien que lo vivió y sufrió de cerca.