Este es un film sobre el siglo XX. Es también, como su indesmentible título lo indica, un retrato sobre uno de los músicos más extraordinarios de ese siglo: Astor Piazzolla. El propósito consciente es contar la historia del compositor y bandoneonista marplatense, y la amable línea cronológica para hacerlo demuestra que Daniel Rosenfeld ha cuidado tanto la inteligibilidad como la estética. Film afable y meticuloso, Piazzolla, los años del Tiburón puede despertar curiosidad por este genio de la música en todos aquellos que aún no lo han descubierto, ocasionar en los seguidores del músico placeres diversos y desconocidos debido a los múltiples archivos que el film emplea y suscitar admiración en quienes gustan del cine. La puesta en escena es refinadísima, a la altura de la sofisticación del músico.
Este documental de Daniel Rosenfeld (Cornelia frente al espejo) intenta una aproximación a la vida más que a la música de Astor Piazzolla, refiriendo, tendiendo cabos entre sus experiencias personales, sus viajes y relaciones. Pero por supuesto que si la música, y el tango –su tango- lo atravesó, ésta tiene un lugar privilegiado en Piazzolla, los años del tiburón (mejor descubrir el porqué del título viendo la película). Rosenfeld es un documentalista obsesivo, si se quiere fuera de lo común, en el sentido de que sus trabajos no suelen parecerse unos a otros, y le escapa al formato clásico o convencional. Aquí ha contado con un material invalorable: cintas de audio y entrevistas a Piazzolla hechas por su hija, Diana (el bandoneonista falleció en 1990, su hija, en 2009) y con el relato de su otro hijo Daniel. Y entonces esa voz, que nunca se había escuchado, va armando un relato en el que desde la infancia del autor de Adiós Nonino se va tejiendo una crónica autobiográfica, sí, pero no complaciente. Y con momentos que al temperamental Astor lo habrían sacado de las casillas. Desde el complejo por “su pierna más flaquita” a su encuentro con el dictador Videla, su infancia entre gángsters en Nueva York, su aprendizaje de piano, el primer bandoneón que le regala su padre, sus continuos viajes, su éxito afuera y la escasa repercusión que tenía en Buenos Aires esos primeros trabajos en los que demostraba que el tango era música también para escuchar, no sólo para bailar. Sus fracasos, sus actuaciones en cabarets en el Bajo de Buenos Aires, su participación en la Orquesta de Troilo, sus peleas, su Octeto y su Quinteto, y el concierto en el Colón. Todo ello está, y están, entonces, sus actuaciones. La voz cantante (y contante) muchas veces es la de Daniel, y Rosenfeld le da espacio como referente más que necesario, por más que hayan estado distanciados diez años “por cinco palabras” que su hijo le pronunció a su padre. A quienes admiran a Piazzolla disfrutarán de su arte en grageas y escucharán de su voz sus pensamientos. Y quienes aún no lo conocen el documental los ayudará a comprenderlo, y tal vez descifrar muchos de los por qué Astor combinó músicas y alteró y enriqueció el tango.
El documental de Daniel Rosenfeld tiene grandes hallazgos. Primero es que vemos por primera vez materiales inéditos, verdaderos tesoros de la familia. Por un lado esta su hijo Daniel, y también esta Diana con su voz registrada en casetes en conversaciones con su papá con la idea de escribir un libro sobre él. Esos diálogos son el hilo conductor, junto con los recuerdos, a veces crueles, de su Daniel. Pero también hay filmaciones caseras hechas por Astor, con su primera mujer. Entrevistas, actuaciones, reportajes. Todo un tesoro abierto con fotografías, la niñez del genio, sus anécdotas en Nueva York, el encuentro con Gardel, los padres fabricando licor clandestino. Toda una caja de Pandora atractiva y única. Para repensar, recordar y conocer mejor a un genio de la música a 26 años de su muerte.
Lejos de las limitaciones del documental-tributo, del informe periodístico con “cabezas parlantes” o del ensayo musical solo para iniciados, Piazzolla, los años del tiburón es una película con múltiples facetas que propone un acercamiento rico y profundo a la figura de este brillante artista. Rosenfeld tuvo acceso a diversos archivos públicos y privados, en especial al de la propia familia Piazzolla, que le permitió conseguir no solo imágenes de sus más memorables actuaciones sino también de su intimidad: fotografías, grabaciones en audio, home-movies en Súper 8. Mucho de esos materiales, además, son inéditos. También están presentes en el relato su hijo Daniel (que expresa en toda su dimensión las sensaciones encontradas ante una relación dominada por la admiración, pero también por la frustración, el resentimiento y el dolor) y su hija Diana (ya fallecida luego de una existencia tan intensa como trágica), que llegó a ser biógrafa de su padre. El film aborda el genio creativo de Piazzolla (1921-1992), sus incesantes búsquedas para revolucionar el tango y vincularlo con el jazz, sus pasos por Nueva York y Europa, su pasión obsesiva por el estudio y la composición, su necesidad por experimentar y sorprender, pero también su inconformismo, sus desplantes, sus desprecios e incluso sus abandonos hacia los seres queridos, así como su relación de amor-odio con la Argentina, donde siempre sintió que no fue reconocido como merecía (el concierto en el Teatro Colón funcionó, en ese sentido, como una revancha tardía). La investigación de Piazzolla, los años del tiburón (el título hace referencia a la afición del protagonista por la pesca de esos peces depredadores) es prodigiosa, los testimonios utilizados son los necesarios, la edición es impecable, pero hay algo más que esfuerzos de producción y un buen acabado técnico. Es la mirada del director la que convierte a este film en una experiencias intensa, potente, fascinante. Con mayores o menores hallazgos, Rosenfeld siempre ha conseguido retratos que se alejan de las convenciones, de las fórmulas del documental clásico. Un cineasta con sensibilidad, con ideas, con ansias de experimentación que ha salido más que airoso del desafío de acercarse a una figura genial y al mismo tiempo desconcertante como Piazzolla.
En el nombre del padre Buceando en archivos familiares y de dominio público, y en la propia voz de Astor Piazzolla como vector narrativo, el realizador Daniel Rosenfeld (Al centro de la tierra, Cornelia frente al espejo) reconstruye en Piazzolla, los años del tiburón (2018) un íntimo, potente y simple relato sobre el artista, su música y su particular manera de relacionarse con los demás y el mundo. Las grabaciones de las charlas entre Piazzolla y su hija Diana, quien ofició de biógrafa de su padre, son solo la excusa para recorrer desde la infancia, el camino que el músico comenzó tras recibir como regalo de su padre en Nueva York un bandoneón. Además la utilización de este particular material permite conocer el cercano vínculo del músico con su hija, logrando empatizar con los espectadores más allá del contraste que luego se generará con los comentarios de otro de los personajes que se mostrarán. El esfuerzo, la lucha, la obstinación y la pasión con la que Piazzolla fue trazando su destino son reflejadas por Rosenfeld a partir de la utilización de materiales de archivo, de grabaciones caseras, entrevistas televisivas y el testimonio de Daniel, su hijo, quien de alguna manera hace de guía en el intrincado laberinto de la vida del músico. La habilidad del director está en resemantizar materiales a la luz de hechos y comentarios relatados por el propio artista. La elección de iniciar el documental con la visita de Daniel Piazzolla al lugar en donde una exhibición sobre su padre se desplegará en breve, es también una manera de darle reconocimiento como protagonista, un personaje acuciado por los recuerdos, en constante contradicción por los fantasmas que merodean la relación que mantuvo con su padre. En ese punto la película busca correrse de elegir un punto de vista propio, y prefiere ahondar en las idas y venidas del Piazzolla padre, músico, compañero, marido, hijo, siguiendo los compases de su obra y los ritmos que a medida que iba avanzando en su carrera lograba plasmar con su pasión. Piazzolla, los años del tiburón opta por una progresión narrativa más lenta para reforzar su sentido, reposando en fotos, en recortes, en grabaciones en Super 8, en detalles de reuniones familiares, en las eternas tardes de pesca y, desde allí, mostrar un Piazzolla diferente, aquel alejado de los flashes y las críticas, conectado con su familia y los suyos. El mayor mérito de una propuesta de estas características es poder envolver al espectador con la música del artista, seleccionando de manera contundente los retazos de aquellos hitos que marcaron a fuego su biografía y dejaron que la propia obra hable y relate la historia. El mostrar las imágenes de Piazzolla jugando con sus hijos, coqueteando a su primera mujer, son también una decisión de acercar una mirada distinta sobre el músico, un recorte temporal que demuestra que no siempre, ni siquiera estando en la cresta de la ola, la fama garantiza felicidad y tranquilidad, al contrario, en las reflexiones del hijo, en su mirada perdida escuchando a su padre, con quien estuvo distanciado por largo tiempo, hay una reflexión sobre cómo impacta el éxito no solo en el “exitoso” sino en su entorno. Piazzolla, los años del tiburón oficia de homenaje, pero también de divulgación. Sobre momentos, esquelas, retazos, de la vida de un hombre que siempre tuvo que rendir examen ante los puristas del tango, un examen aprobado para muchos, y desaprobado para aquellos que sólo querían estar cerca del ser amado.
En busca del alma Si la vida de cualquier hombre es compleja, entreverada, llena de pequeños logros y reveses, coloreada por pinceladas eclécticas de anécdotas más o menos interesantes, la vida de Astor Piazzolla es particularmente rica, tanto en lo personal como en su producción artística, atiborrada de datos curiosos y de experiencias únicas. Es por ello que se constituye en un material de partida ideal para el cine. En su crítica sobre El ciudadano, Borges apuntaba que el tema de la película era “la investigación del alma secreta de un hombre, a través de las obras que ha construido, de las palabras que ha pronunciado, de los muchos destinos que ha roto”. Salvando las distancias lógicas entre Welles y el director de Cornelia frente al espejo (2012) y entre, allí, una ficción y, aquí, un documental, esta definición de Borges bien puede aplicarse a Piazzolla, los años del tiburón, una suerte de biografía familiar que se propone mostrar distintas facetas del músico y así, de alguna manera, bucear en su alma. La referencia a Borges en esta crítica del film sobre Piazzolla no es caprichosa; va de suyo. Más allá, por un lado, de tratarse de dos personalidades que marcaron de manera decisiva la cultura argentina del siglo pasado y cuyas influencias aun pueden rastrearse a nivel internacional y, por el otro, de la colaboración entre ambos que supuso la grabación del disco “El tango”, Diego Fischerman y Abel Gilbert señalan en su libro “Piazzolla, el mal entendido”: “Ambos generaron estilos únicos e irrepetibles (aunque imitables) a partir de de enciclopedias parciales y lecturas sesgadas”. De estas referencias diversas, heterogéneas que forjaron el particular estilo Piazzolla se ocupa el documental de Rosenfeld apelando para ello, principalmente, a una fuente directa, gracias a acceder al archivo privado del compositor. Rosenfeld, un intruso respetuoso, hurga en las memorias familiares para extraer de ellas todo dato significativo y así ir ensamblando tan multifacética personalidad: su Mar del Plata natal, la infancia en Nueva York, sus peleas callejeras, la primera conexión azarosa con el bandoneón, el encuentro con Gardel, Troilo, el tango y los burdeles, la relación con Alberto Ginastera, la afición por la pesca, el perfeccionamiento en Paris, Borges, la tensa relación con sus críticos, la fama internacional y la modesta supervivencia nacional. Las voces de esta película son las voces de una familia: Piazzolla y sus hijos. Porque es el mismo protagonista quien retrata sus vivencias y sus creaciones mediante fragmentos visuales (en súper 8) o auditivos de grabaciones caseras, presentaciones en teatros, conciertos, notas en revistas y en programas de televisión locales e internacionales pero, sobre todo, a través de las grabaciones de la serie de entrevistas efectuada por su hija y biógrafa, Diana. El único testimonio realizado expresamente para el documental fue el de su hijo, Daniel, quien además posibilitó la apertura de todo este anecdotario. Suele ocurrir en muchas biografías (filmadas y de otros tipos) sobre alguna personalidad del arte que se prioriza la vida privada en detrimento de la obra del artista en cuestión. Parece a veces como si las producciones artísticas fueran algo externo al individuo que se está retratando, como si no fueran la carne misma del creador. Este no es el caso. Aquí la música, las composiciones de Piazzolla, su “Adiós Nonino” o su “María de Buenos Aires” tienen igual o mayor importancia que los datos biográficos. Es que de otra manera sería imposible empezar a entender la complejidad del bandoneonista. En su música, en sus composiciones pero, sobre todo, en sus interpretaciones, en la forma tan única de sentir y tocar el bandoneón es donde radica el mayor acierto de este film: logra transmitir la potencia y la exuberancia de una relación apasionada, la del músico y su instrumento. Apenas comienza el relato se escucha contar a Piazzolla que mientras pueda seguir pescando tiburones seguirá tocando el bandoneón, pues una cosa y la otra requieren de él el mismo esfuerzo físico. La fisicidad, lo corpóreo, lo que está a flor de piel, lo táctil se plasman, desde el principio, en la narración como lo hacían en la obra y en la vida misma del compositor. En todo caso, protagonista y documental parecen decir que el alma (y aquí también la genialidad que trae aparejada) no es algo etéreo, es algo que se busca sudando.
ambito.com ESPECTÁCULOS jueves 30 de Agosto de 2018 Astor Piazzollaen documental imperdible años del tiburón. Astor Piazzolla en París, en una de las imágenes que rescata el documental de Daniel Rosenfeld. años del tiburón. Astor Piazzolla en París, en una de las imágenes que rescata el documental de Daniel Rosenfeld. El contenido al que quiere acceder es exclusivo para suscriptores. SI ES SUSCRIPTOR INGRESE AQUÍ Para hacer esta obra Daniel Rosenfeld tuvo una ayuda única: el propio Astor Piazzolla, recuperado por el archivo de la familia y en especial por los 17 casetes de confesiones que le grabó su hija Laura. Así es como se van alternando la voz del propio artista, la de su hijo, a veces en contrapunto, y los fragmentos de mucho material de archivo: cortos de Feldman, de Berú, del propio Astor con su camarita, entrevistas de José de Zer, de Jorge Jacobson y tantos otros, una charla regocijante con el gran Juan Carlos Mareco, una discusión telefónica resuelta a lo Don Segundo Sombra por el atacado, y hasta la primera grabación que el bandoneonista hizo en su vida, a los 11 años. Y lo mejor es que no se trata de una exaltación acrítica. Ahí está el genio, el artista, el amigo humorista, pero también el viejo chinchudo, el marido egocéntrico, el padre irascible, así como los recuerdos de abuelo y Nonino en actividades non sanctas, Gardel y la anécdota de un regalo que si no es cierta merece serlo, el amor a Nueva York, los maestros, los vaivenes de una carrera llena de injusticias, terquedades y triunfos, las reconciliaciones, los recitales en el Borda junto al poeta Jacobo Fijman ahí encerrado, y ese garabato final que alcanzó a pergeñar en sus últimos días, sintiéndose solo. Y, claro, los tiburones. El decía que pescar un tiburón y tocar el bandoneón eran dos esfuerzos de igual exigencia. Y esas dos actividades, así de exigentes, eran su vida. Este documental lo pinta entero. Es un libro abierto, un deleite, un ejemplo y un milagro. Años pasó Daniel Rosenfeld buscando, negociando y restaurando con la mayor dedicación todo ese material de diversa clase y procedencia. Y luego, estudiando cómo exhibirlo de modo claro, atrapante, y con nivel artístico. El resultado es admirable. Lo disfrutarán los fanáticos lo mismo que los detractores de Piazzola, los curiosos y los conocedores, e incluso aquel que ignora el tango pero ama las historias bien contadas y bien equilibradas.
Valioso retrato de un artista único Ástor Piazzolla fue un personaje único. Tanto por sus logros artísticos como por su polémica personalidad, el músico marplatense fue siempre motivo de endiosamientos y discordias, algo que este documental de Daniel Rosenfeld refleja con seriedad y precisión. El hallazgo de varios casetes con charlas entre Diana, la hija de Astor, grabadas para escribir una biografía de su padre publicada a fines de los 80, es una de las fortalezas de la investigación que llevó a cabo el director. Y su equilibrada combinación con un valioso material audiovisual de archivo y los melancólicos testimonios de Daniel, el otro hijo de Piazzolla, terminan por delinear acabadamente el perfil de un artista singular. La película da cuenta de la estrecha relación de Astor con su padre, Nonino, de su profundo amor por Nueva York y del desencanto que le produjo no conseguir en esa ciudad el reconocimiento con el que soñaba, de la sagacidad y la obstinación para construir una mitología propia, de la ferocidad con la que enfrentaba a sus enemigos y hasta de su particular afición por la pesca de tiburones, una tarea complicada, a la altura de la que se planteó cuando se propuso renovar el lenguaje del tango, cruzándolo con el jazz, las influencias clásicas y la música contemporánea y proponiendo la creación de un estilo en el que la experimentación pudiera convivir en perfecta armonía con la emocionalidad.
Quereme así, piantao, piantao, piantao Elaborado esencialmente a partir del riquísimo archivo familiar, el film de Rosenfeld será, de aquí en más, de consulta obligada para melómanos, historiadores del tango y, por supuesto, todo aquel interesado en la música popular argentina. Y la culta también. ¿Puede especializarse un cineasta en películas sobre ejecutantes de determinados instrumentos musicales? ¿El bandoneón, por ejemplo? Parecería ser el caso de Daniel Rosenfeld (1973), quien inició su carrera con Saluzzi, ensayo para bandoneón y tres hermanos (2000) y cuatro películas y dieciocho años más tarde presenta ahora Piazzolla, los años del tiburón. Se trata de un exhaustivo documental sobre esa figura capital de la música argentina post-años 50, que durante 90 minutos descarga una apabullante catarata de imágenes fijas y en movimiento de Piazzola, parientes, amigos y conocidos, desde la primera niñez de Astor hasta sus últimos años. Públicas y privadas. Imágenes y sonidos: veinte años después de la muerte de su padre, Daniel Piazzolla puso a disposición de Rosenfeld el completo archivo familiar, que incluye charlas de su padre y hasta una “apretada” telefónica a un crítico musical, que había osado oponérsele. ¿Apretada que grabó quién, para qué? Vaya a saber. La cuestión es que desde ahora queda a disposición del público este documento que de aquí en más será de consulta para melómanos, piazzoleanos, historiadores del tango y, por supuesto, de todo aquel interesado en la música popular argentina. Y la culta también. Tanto como para explicar el título, Piazzolla, los años del tiburón comienza con la voz del marplatense en off, comparando la ejecución del bandoneón con la pesca (¿ejecución?) de escualos. ¿Piazzola, pescador de tiburones? El documental de Rosenfeld tiene muchos secretos para develar. Tiburones, lo que se dice tiburones… Una imagen sobre una barcaza deja ver un cazón, tiburón pequeño que suele arrimar a las costas del Atlántico bonaerense, y tiene una carne deliciosa. Piazzola tenía un ego muy alto, ganado de pequeño a las trompadas en las calles de Nueva York, y nunca le escapó a la bravuconeada. Como cuando le daba por agarrarse con Troilo, los tangueros, los roqueros y los Montoneros. No es rima nomás: en política, el revolucionario musical nunca fue muy progre. “A vos te gustaba cuando yo me peleaba”, le comenta a su hija Diana, en off. “Cuando ibas conmigo por la calle te agarrabas a las trompadas con cualquiera, por cualquier cosa”, agrega ella. “No soportaba que te miraran, y si te miraban me iba a las piñas. Y yo cuando tiro una piña no paro hasta que lo hago mierda al otro.” El de Rosenfeld no es un documental crítico. Más bien lo contrario. Pero en verdad, desde lo musical, que es el terreno que Los años del tiburón pisa más a fondo, ¿qué habría para criticarle al autor de Lo que vendrá, Adiós, Nonino, María de Buenos Aires, Balada para un loco, Libertango, Años de soledad o la Suite troileana? El archivo iconográfico de los Piazzolla es impresionante, y en su carácter de hijo único el pequeño Astor gozó de todas las atenciones fotográficas por parte de Nonino y Nonina, los padres italianos. Allí donde el fondo familiar no provee imágenes, Rosenfeld sutura unas con otras apelando a los archivos públicos, con fotos o filmaciones de época, de Mar del Plata, Nueva York, Buenos Aires o París. Ésas son, en ese orden, las estaciones de Astor, que vivió desde muy pequeño hasta la adolescencia en la Gran Manzana, donde volvería mucho más tarde, tras su ruptura definitiva con el tango tradicional y antes de su consagración con lo que en su momento se conoció como “nuevo tango”. De esta segunda estadía hay kilómetros de metraje familiar en 16 mm. Incluido un plano en el que Astor posa delante del Hotel Astor. Están aquí las imágenes de cuando tocó el bandoneón para el mismísimo Gardel, en Nueva York, siendo un pibe de pantalones cortos, superdotado por supuesto. “Tocás fenómeno, pibe”, le dice Gardel, y uno se lo imagina con una enorme sonrisa. “Lástima que de tango no entendés nada”. Primera consagración, primer rechazo. Hay, en off, fragmentos de los siete cassettes que se conservan de la serie de entrevistas que le hizo Diana para su biografía Astor (1986, reeditada en 2000). Fragmentos que Rosenfeld ilustra con imágenes puestas para tapar huecos: no está aquí la posibilidad de filmar en directo, como el realizador tuvo en su documental con Dino Saluzzi. Diana debió exilarse en México en 1975: militaba en el Peronismo de Base y rompió con su padre poco más tarde, cuando éste aceptó una reunión pública con Videla. Se reconcilió diez años más tarde. Diez años también estuvo sin hablarle Piazzolla a su otro hijo, Daniel, que funciona aquí como una suerte de Virgilio en La divina comedia, guía casi mudo y tristón. Algo de comedia hay en Los años del tiburón. Infierno no. O sí, pero coexistiendo con el paraíso.
En las antípodas de los clásicos documentales biográficos, llenos de citas, testimonios pertinentes y material de archivo, Piazzolla, los años del tiburón es una película vital y estimulante, tan llena de música como de las voces que importan: Astor y sus dos hijos. El archivo, en buena parte inédito, en gran parte familiar, es una maravilla, pero qué decir entonces de la voz del músico, en castellano o en inglés, que suena como si estuviera acá a la vuelta y es capaz de hablar de sí mismo y de su música con una lucidez, un brillo y una gracia únicas. El director Rosenfeld busca y encuentra, en la forma, una voz autoral, con personalidad suficiente como para orquestar ese material en escenas de una elocuencia abrumadora. Sustancial y rica en detalles, para amantes de Piazzolla o ignorantes absolutos, una película que despierta la atención, porque no queremos perdernos nada.
Piazzolla: Los años del tiburón Una película sorprendente que refleja con humor y sensibilidad la audacia creativa del legendario compositor. Con gran variedad de material inédito sobre Astor Piazzolla. Ágil, entretenido y no solo para entendidos. (Por Patricia Chaina (Especial para Motor Económico)) El ensamble de joyería está logrado y el material de archivo, casi todo inédito, es muy bueno. Con la suma de algunas secuencias, minimalistas, grabadas en la actualidad, Daniel Rosenfeld hace de Piazzolla, los años del tiburón, un relato de alta intensidad sobre la vida y la obra del polémico compositor. Revela sentimientos, muestra la voracidad de su faceta creativa y aborda su perfil más humano, no siempre diáfano. Aunque el final adolece de un impacto más expansivo donde reverbere el mítico sonar de sus acordes, quizá sea solo a causa del vacío, ante el adiós, de ese mágico y loco bandoneón. Piazzolla en primera persona, explica: “Si no puedo tocar mas el bandoneón es que ya no puedo sacar más un tiburón y si ya no puedo sacar un tiburón es que ya no puedo tocar el bandoneón”. La cita abre una de las primeras secuencias de un documental destinado a humanizar un mito: El del músico que moderniza el tango y lo vuelve universal, en un gesto épico signado por la melancolía. Cazador de tiburones, a la sazón. Hijo obediente, padre de Diana y de Daniel. En casi todas las imágenes en familia que ofrece el filme, a Piazzolla se lo ve hacer bromas, se ríe, es el payaso que tira bolas de nieve. Y es la magia de esa intimidad y el tono confesional del relato de familia, lo que le da cuerpo a esta nueva película de Daniel Rosenfeld, también director de “Saluzzi, ensayo para un bandoneón y tres hermanos” y de la ponderada “Cornelia frente al espejo”. El director cuenta con valiosos registros fotográficos y de película en Súper 8, con palabras de su hijo Daniel, y con una serie de audios con la propia palabra de Astor, en conversaciones con su hija Diana. El audio en cuestión, es de una riqueza emocional sorprendente. Y Rosenfeld sabe utilizarlo. Combina esas voces con imágenes de Nueva York o Paris, de conciertos o segmentos de películas como “El día que me quieras” donde el niño Astor debuta con Carlos Gardel. Lo sigue una discusión con un periodista de la elite tanguera que reclama la potestad de la música ciudadana y lo acusa de “no hacer tango”. O se interna en los laberintos más oscuros de la popularidad. Piazzolla habla en inglés, en francés o en italiano. Juega en la nieve. Fuma. Camina, compone “Adios Nonino”. Presenta “María de Buenos Aires”. Se presenta en hospicios con “Balada para un loco”. Adora a su hija Diana, una comprometida militante política de la generación del ‘70. Habla pausadamente. Sonríe. Compone. Toca su bandoneón. Se obstina. Viaja. El contrapunto de imágenes logra pendular entre el humor y la reflexión. “Mi música es para pensar, no para entretenerse”, sostiene el protagonista. Y explica que el mayor enemigo de su tango no fue la elite conservadora, sino “el baile” en las pistas de aquel entonces. Y no lo dice triste, lo dice serio. El Piazzolla de Los años del tiburón, se tensa en clave realista. Y funciona desde ahí, la paradoja y el humor guían gran parte del filme. Desde su niñez en los barrios pobre de Nueva York hasta la construcción del mito que lo aleja de las orquestas porteñas para ubicarlo en la escena universal, donde brilla la influencia innovadora de su música gestada en el cruce entre la cultura popular argentina tan latina, y el ritmo cosmopolita de Nueva York, como él explica. Para ver, reír y pensar; para escuchar y disfrutar. Incluso para aquellos a quienes el tango, todavía no les acarició el corazón. Piazzola los.jpg Ficha: Piazzolla: Los años del tiburón (Argentina, 2018) / Dirección y guión: Daniel Rosenfeld / Montaje: Alejandro Carrillo Penovi/ Producida por: Françoise Gazio, Idéale Audience, Daniel Rosenfeld Films. Duración: 90 minutos.
Este documental dirigido y guionado por el realizador Daniel Rosenfeld nos trae una serie de entrevistas, un interesante archivo de la vida del compositor y bandoneonista argentino Astor Piazzolla (1921-1992) con sorpresas y algunos secretos jamás revelados. Nos muestra un material inédito, su infancia, la convivencia con sus padres, la pesca de tiburones, como se conocieron con Carlos Gardel, entre otros artistas altamente reconocidos, las épocas que vivió en el exterior y Argentina. Sus hijos Diana Piazzolla (1943-2009) y Daniel Piazzolla hablan de su padre, tienen cintas, filmaciones y audios, que solo se pueden descubrir en esta ocasión, conjuntamente con un buen trabajo de investigación de Rosenfeld (“Al centro de la tierra”, “Cornelia frente al espejo”). Esta cinta nos da la posibilidad de descubrir a este importante artista y disfrutar su música.
En una sala en semipenumbras mientras el público ingresa se escuchan los sonidos de un bandoneón. Es el clima previo que predispone de excelente manera al espectador a presenciar Piazzolla: Los años del tiburón, un documental dirigido por Daniel Rosenfeld que toca algunos aspectos de la vida del gran compositor. Desde un principio se instala en la pantalla su hijo Daniel, músico también, para traer recuerdos a través de grabaciones en cintas, cassettes, por medio de fotografías y películas caseras de su familia, compuesta por la madre Dedé Wolff, su hermana Diana y su padre Astor. Vínculo que se mantuvo desde 1942 hasta 1965 en que Piazzolla decide abandonar el hogar. Son ellos cuatro, con foco claro está en el creador de Libertango, los que ocuparán el centro de la escena. Amelita Baltar, con quien mantuvo un romance por más de cinco años, solo aparece como figura decorativa en reportajes al protagonista o cantando algunos compases de Balada para un loco. Laura Escalada, su última mujer, apenas se la menciona y sólo forma parte de los agradecimientos en los créditos finales. Así desfilan numerosas imágenes: el primer año con las constantes operaciones y yesos de su pierna derecha; la infancia y adolescencia en Nueva York, su contacto con Gardel y la participación como canillita en El día que me quieras (John Reinhardt -1935); el primer bandoneón que el padre le trajo un día a la casa “como quien compra un ventilador” según manifiesta el artista; el regreso al país y sus primeras participaciones en orquestas como la de Pichuco en Buenos Aires; el acercamiento al maestro Rubinstein quien le aconseja estudiar con Ginastera, etapa en la que se consustancia con la música clásica. Tambien está su primera estadía en París y la influencia de Nadia Boulanger en su futura carrera; el retorno a Buenos Aires, la formación del octeto y las furibundas críticas que recibe su nuevo concepto de “tango” lo que provoca su exilio en Manhattan con toda la familia por dos años; las penurias económicas en la ciudad del norte que contrastan con el disfrute de las imágenes caseras; la década del sesenta en la Argentina que lo llevan a la consagración en su etapa de mayor creatividad; su pasión por la pesca del tiburón y los veranos en Punta del Este y su última gran actuación en el teatro Colón como solista bajo la batuta del maestro Pedro Ignacio Calderón. Los hijos recuerdan los desencuentros que tuvieron con Astor en la adultez. La hija escritora, exiliada en Méjico debido a su militancia sindical, se sintió ofendida cuando su padre apareció en los diarios extendiendo la mano al dictador Videla. Sin embargo, años más tarde sería quien se hiciese cargo de la biografía a pedido del padre. El hijo, que lo acompañó como instrumentista de un octeto durante unos cuantos años en la década del setenta en Italia, fue ignorado por Piazzolla durante diez años por un comentario que no fue de su agrado. El documental no sigue una línea cronológica, las rememoraciones y las melodías se entremezclan al igual que sus distintos lenguajes musicales que renovaron la música ciudadana. El valioso material de archivo dispara imágenes con evocaciones que llegan al corazón. ¿Cómo no estremecerse ante los primeros acordes de Adiós Nonino, dedicado a su padre Vicente? Un conmovedor tributo, el mejor regalo que un hijo puede hacer a un gran creador, que dejó una huella imborrable en la historia del tango argentino. Valoración: Muy Buena
Asistir a la proyección de “PIAZZOLLA: los años del Tiburón” es una pequeña fiesta, no solamente cinéfila. Previo a cada una de las proyecciones, el director ha planteado que un bandoneonista en vivo toque alguna de las obras de Piazzolla para el público que está en la sala, generándose una forma especial y nada convencional de comenzar a sumergirse en el mundo de uno de los compositores más talentosos y revolucionarios de la música del siglo XX. La idea de disfrutar de esos acordes previos, ya predispone de una forma especial a esta ceremonia del cine y sobre todo poder saborearlo como acto grupal y, según palabras del mismo Rosenfeld, “valorar que no es lo mismo asistir a una proyección que la nueva costumbre de ver cine desde un monitor”. Daniel Rosenfeld, productor de pequeñas joyas como “Las cinéphilas” y “La calle de los pianistas” y director de los documentales “La quimera de los héroes” y “Saluzzi, ensayo para bandoneón y tres hermanos” y de la ficción “Cornelia frente al espejo” sabe que tiene en Astor Piazzolla un material riquísimo para encarar un documental atractivo y atrapante. Pero todo el invalorable material de archivo con el que cuenta Rosenfeld –en su doble papel de director y guionista- gana mucha más fuerza todavía cuando la voz cantante del relato sea la propio hijo de Piazzolla, Daniel, con el que estuvieron durante más de diez años distantes y sin cruzar una sola palabra. “PIAZZOLLA: LOS AÑOS DEL TIBURON” atraviesan toda su historia. Su niñez, sus padres: Nonino –quien fue amorosamente escribiendo el diario de la vida de su hijo, declarándolo una estrella, desde que Astor tenía 10 años- y Nonina, los sacrificios familiares, su encuentro con el primer bandoneón: todos estos elementos comienzan a construir la figura de este músico talentoso e increíblemente dotado que ha revolucionado el concepto del Tango. Desde sus primeros estudios con Nadia Boulanger, su contacto con Gardel, su paso por la orquesta de Aníbal Troilo -de la que “deserta” para poder sentirse libre de tocar cómo realmente le gusta y cómo siente que debe ser-, Piazzolla ha tenido el talento y la fuerza de crear sus propias orquestas, quintetos y octetos, con los cuales han trabajado, por ejemplo, Juan Carlos Copes y María Nieves y los cantantes Jorge Sobral y Edmundo Rivero. Su innovación en el tango le hizo ganar la profunda enemistad de todos aquellos tangueros más tradicionales que lo consideraban a Astor como una especie de “asesino del Tango”, aquellos que tildaban a su música de “híbrido”, sin poder entender ese nuevo enfoque que él le había dado a la música contemporánea de su ciudad. New York –ciudad en la que vivió durante muchos años de su infancia y a la cual vuelve para desarrollar una carrera y que lo recibe con un puesto como empleado en un banco-, Viena y Paris; Puerto Rico, Alemania e Italia fueron algunos de los lugares en el mundo en los que logró hacer llegar sus armonías, sus ensayos de tango-jazz y sus acordes revolucionarios e innovadores. Podríamos enumerar muchísimos puntos importantes en su vasta trayectoria: el Colón o el Gran Rex en Buenos Aires, el Olympia de París, su Mar del Plata natal o el Central Park han respirado los acordes de “Adiós Nonino” “Libertango” o “Balada para un loco” y fue así como sus creaciones han llegado a ser escuchadas hasta en Japón. Pero “PIAZZOLLA: los años del tiburón” no solamente indaga en las profundidades del artista sino que el documental crece y se agiganta cuando en la voz de su hijo, comience a delinearse un personaje completamente diferente por detrás de los escenarios. Sus partes más oscuras, sus zonas más erróneas, su fuerte carácter, sus “broncas” y su ego luchando contra todos sus complejos, se muestran al desnudo, cuando Daniel se entrega a la cámara y aporta con su archivo, diversos fragmentos fílmicos, fotos, registros familiares y aquellos cassettes con grabaciones que fueron la base de la biografía escrita por su hermana Diana, que pudo ser editada meses antes de su fallecimiento. Cada uno de estos recuerdos, de estos fragmentos, de estos recortes, irán conformando un complejo rompecabezas donde además de aparecer el músico, aparecerá fundamentalmente el hombre, el hijo, el padre: Astor estará presente en sus múltiples facetas. Las imágenes de archivo en donde se lo muestra en momentos familiares de mucha felicidad con la madre de sus hijos, Dedé Wolf, el período de más de cuatro años en el que salieron de gira Daniel y Astor junto a la orquesta recorriendo el mundo, el recuerdo de Diana y su enfermedad, Astor y su voz, sus objetos y esta entrañable reconstrucción que hace su hijo sobre su propio pasado... Todo esto permite que el ambiente se vaya llenando de una rara melancolía, de un tiempo que se añora, de la figura de ese Piazzolla invadiéndolo todo con una cierta angustia y con la mirada vidriosa de Daniel que aparece en varios pasajes, haciendo que la historia nos conmueva. Con una hermosa fotografía de Ramiro Civita y un trabajo de remasterización en que hace que el sonido sea impecable, es importante destacar que todo este material de un valor artístico incalculable no sería el mismo sin el excelente trabajo de montaje de Alejandro Penovi. Su edición meticulosa, minuciosa, detallista, hace que la narración fluya, que la historia familiar vaya entramándose con el resto del relato y por sobre todo, ayuda a que el film de Rosenfeld crezca, aun cuando el director haya decidido no tomar ningún otro riesgo que mostrar ese material que habla por sí sólo y haya depositado su confianza en el magnetismo de las imágenes que nos acercan a esta historia íntima y personal, absolutamente imperdible.
Astor Piazzolla es un nombre mayor de la cultura argentina. No solo del tango, no solo de la música. Este film, con material inédito gracias a la colaboración de la familia del músico, logra ser mucho más que la ilustración respecto del personaje para convertirse en algo así como una novela biográfica. Es el propio Piazzolla interpretando su vida y es su música como algo indisoluble de su persona. Existe aquí una búsqueda de sentido, la del artista y la del cine como medio para revelar algo que, sin las imágenes, permanecería inaccesible. Una belleza.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
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Este documental funciona como un retrato biográfico de la célebre figura de Astor Piazzolla, indiscutible músico y compositor que generó un cambio radical en la historia del tango, un paradigma entre los grandes artistas nacionales del siglo XX. Dirigido por Daniel Rosenfeld, productor y realizador argentino que ya había marcado el terreno como director en el mundo documental con dos impecables relatos: Saluzzi. Ensayo para bandoneón y tres hermanos (2001) y La quimera de los héroes (2003). En esta nueva propuesta, Rosenfeld retorna a la dirección documental con la cuidada estética que lo caracteriza y una meticulosa narración que se va hilvanando para reconstruir fragmentos, datos, una perspectiva diferente sobre vida algo desconocida del controversial músico. En esa búsqueda en la que entramos al universo musical, visual y familiar de Piazzolla se nos revelan algunos datos desconocidos, tanto como aquel que le da el nombre al filme: Los años del tiburón, relacionado al berretín exótico que tenía el protagónico Astor: el de cazar tiburones. Sus hijos, uno músico cual calcada imagen de su progenitor, y la otra biógrafa de la historia de su padre, participan del filme para desplegar la incógnita de ese otro Astor que estaba bajo los escenarios, y surge así de alguna manera un retrato construido como una novela familiar, tal vez subtextual clave narrativa. Los fragmentos de audios rescatados y de filmes, entrevistas y otros retazos más familiares de su vida personal están montados y sonorizados con un exquisito cuidado, transmitiendo a su vez la impronta que generaba su música, variada, ágil, intensa y visceral. El espectador podrá descubrirlo si se le presenta como una figura lejana o reafirmar aquello que ya sabía más nítidamente si Astor, su música y su vida le son íntimos, cercanos y emotivos. Un elemento esencial de la narración es definir como se lo veía al genio del bandoneón en su misma época, ya que como músico sería un virtuoso pero como compositor revolucionario transformándose casi en un extranjero en su tierra, visto de forma negativa por muchos grupos más canónicos del tango y sufriría de esa anti-popularidad musical que llevaría como una marca por muchos años. Aun cuando su genialidad y su talento era indiscutibles costó que el reconocimiento masivo y popular llegara a su carrera, pero llegó más tarde o más temprano. Es muy atractivo escucharlo definir como es que su estilo musical se había creado en relación con las ciudades que había habitado: hay cosas que suenan a Buenos Aires, hay acordes que nacen de la multiplicidad Neoyorkina, hay silencios… hay un mundo de ciudades en sus notas, y un universo de sonidos en su percepción que unidas crearon una historia, la de su vida y la de su música una mezcla de ritmos diversos de aquel polifónico siglo XX. Por Victoria Leven @LevenVictoria
La música de una vida. Las imágenes del mar, al comienzo, no sólo resultan apropiadas porque Astor Piazzolla era marplatense y le gustaba pescar: el movimiento de las aguas y la belleza arrebatada del oleaje bien sirven para representar la agitada vida y el temperamento de este gran músico. Pronto aparece Daniel, su hijo, cuyo dejo de tristeza irá comprendiéndose en el transcurso del film. Los preparativos de una exposición serán la llave que abrirá el torrente de recuerdos que vuelca este riquísimo documental de Daniel Rosenfeld (director de Saluzzi, ensayo para bandoneón y tres hermanos, La quimera de los héroes y Cornelia frente al espejo). El material del que se vale Rosenfeld para Piazzolla, los años del tiburón es diverso, apasionante y casi se diría que no da respiro, nutrido de fotografías, grabaciones registradas en distintos formatos, películas familiares en Super 8 y fragmentos de antiguos programas de TV, con los intersticios ocupados por archivos documentales de los lugares que se mencionan. En la misión de recuperar zonas olvidadas o desconocidas de la memoria de la vida del autor de Adiós Nonino ayuda el rescate de unas cintas desde las cuales se oye una conversación con su hija Diana. Las pinceladas en el lienzo abarcan el humor y la ternura, la pasión y las contradicciones, los períodos de privaciones y los de reconocimiento internacional, el joven Astor perseverante y estudioso junto al artista consumado e inconformista, la inestabilidad de su salud y de su carácter, algunas actitudes cuestionables (en lo personal y en lo público) y el esplendor de su música. No hay un narrador convencional ni textos aclaratorios en el film, que a veces va y vuelve en el tiempo; sin embargo, no se disgrega ni resulta oscuro para el espectador: aunque en el recorrido se salte de Mar del Plata a Nueva York y de ahí a Buenos Aires o París, y aunque ante una obra tan fecunda es inevitable que algunas piezas queden afuera (sus notables trabajos para la banda sonora de tantas películas, por ejemplo), Rosenfeld logra equilibrar de manera ajustada los elementos. Por otra parte, transitar la historia de Astor Piazzolla resulta un buceo por buena parte de la cultura argentina del siglo pasado, cruzándose nombres como los de Gardel, Troilo, Borges o Ginastera. En ese trayecto no pueden faltar las discusiones en torno al tango y al arte en general: Piazzolla, los años del tiburón expone, por ejemplo, sin estridencias, el audio de un áspero altercado telefónico con un periodista radial y las resistencias a Balada para un loco. Del mismo modo, asoman alusiones a hechos históricos que acompañaron o condicionaron el devenir del músico y sus hijos. Uno de los aciertos de la película es referirse a enfermedades, muertes, casamientos o despedidas sin subrayar los hechos, sugiriéndolos apenas a partir de viejas fotografías o de palabras dichas sin solemnidad desde archivos de audio. Es que Rosenfeld manipula el material con precisión y delicadeza, logrando un trabajo luminoso, nunca efectista, en el que brotan ocasionalmente apuntes íntimos que disparan la emoción, al mencionarse el paso del poeta Jacobo Fijman por un pabellón de enfermos mentales, al escucharse una grabación de la primera esposa de Astor Piazzolla cantando, o cuando la mirada y los silencios de Daniel (músico también) expresan una desazón que le da a Piazzolla, los años del tiburón otro matiz, haciendo que el homenaje al genial músico deje espacio, por momentos, a los claroscuros de la historia de una familia. Por Fernando G. Varea
La película del director de “”Cornelia frente al espejo” abre las puertas al universo del célebre bandoneonista y compositor argentino a partir de materiales inéditos filmados a lo largo de su vida. Un recorrido musical, biográfico y emocional que logra ser visualmente tan estimulante como lo es en lo musical. En cierto punto, la película y la carrera de Daniel Rosenfeldd puede ser pensada en relación a la de Astor Piazzolla. Con sus diferencias y su distinta repercusión, claro, en cierto modo el realizador de SALUZZI: ENSAYO PARA BANDONEON Y TRES HERMANOS siempre intentó escaparle a los modelos clásicos del género en el que trabaja. Esa suerte de hermandad espiritual o estética los une. Así como Astor deconstruyó y reconstruyó en cierto modo el tango argentino, las películas de Rosenfeld intentan algo parecido: tomr un género estandarizado en diversas formas (tanto el documental convencional de entrevistas como el hoy ya casi igualmente convencional de observación) e intentar hacer, dentro de esos marcos, algo propio, personal. Algo que vuelve a conseguir en PIAZZOLLA: LOS AÑOS DEL TIBURON. Su película es un recorrido por la carrera y la vida de Piazzolla a partir de materiales documentales inéditos encontrados después de su muerte y, en su mayoría, jamás vistos públicamente. A partir de esas horas de material filmado, Rosenfeld reconstruye una cronología y traza el perfil de una persona tan fascinante como compleja, tan talentosa como controvertida y polémica. Alguien que logró revolucionar un género musical y que, como todos los genios de algún tipo de arte, tenía sus demonios a flor de piel. Es un retrato amable y amoroso que, por eso mismo, no oculta las partes más complejas de la personalidad del retratado. Sabe desde qué lugar parte y eso tiñe toda la obra. Rosenfeld procede con una estética que intenta, a su manera, capturar el tipo de trabajo de Piazzolla, con un pie en la tradición y otro en la modernidad, sin escaparle a algunos recursos clásicos del género (documental) y a la vez tratando de forzarlos, poéticamente, para crear algo diferente, más ambicioso y personal. Hay entrevistas, sí, pero la película jamás las hace funcionar de manera convencional ni se plantea como una cronología clásica en la que distintas personas recuerdan a un celebridad. Al contrario, lo que prima es el archivo, la música y la posibilidad de ver al propio Astor en acción, palabra y bandoneón, circulando alrededor de su profuso e internacional anecdotario, que incluye algunas situaciones desopilantes y otras hasta violentas. Su hijo Daniel es la principal fuente, si se quiere, informativa. Y la voz de su fallecida hija Diana, desde un casete, la otra. Pero sus testimonios/grabaciones van más allá de lo anecdótico o episódico. Lo que Rosenfeld trata de hacer combinando sus palabras y el archivo es llevar al espectador a comprender la música de Piazzolla en un contexto que escape a lo literal de la biografía más un resumen de innovaciones musicales. Visualmente, el planteo de Rosenfeld es encontrar una línea casi musical en su propio relato que de algún modo reproduzca esa poética. No es sencillo el desafío, pero en general resulta muy logrado, con momentos bellísimos tanto en lo musical como en lo específicamente cinematográfico. El cazador de tiburones (sí, ese era el principal hobby de Astor) podrá tener otras biografías que analicen su obra en un contexto más específicamente musical, pero LOS AÑOS DEL TIBURON suma el retrato humano, uno que seguramente también ayudará a entender las relaciones más específicas entre el artista y su arte, algo que queda claro en la influencia que tuvieron sus viajes por el mundo, sus conexiones con otro tipo de músicas y su apertura a combinarlas con las tradiciones del tango, que tardó mucho en aceptar esas radicales alteraciones. Esos viajes, caminos y recorridos de Piazzolla que (re)aparecen en las imágenes son casi la versión visual de su música, que es tan argentina como internacional, tan sofisticada en su construcción como cercana a la experiencia emocional.
Tango revolucionario. Piazzolla amaba pescar y lo vemos desde pequeño tocando el bandoneón. Este film nos muestra la faceta menos conocida del artista que revolucionó el tango y lo popularizó en el mundo. Es inevitable sentir su pasión en sus composiciones de carácter provocadoras e innovadoras, él fue rechazado en su país y reconocido en Europa. Piazzolla: los años del tiburón (2018), se vale de filmaciones caseras jamás exhibidas de la colección familiar, conciertos y grabaciones inéditas, la mirada de su hijo Daniel, la voz de Ástor Piazzolla en diálogos de índole privado e inéditos con su hija Diana. El esperado largometraje documental del realizador Daniel Rosenfeld llega a 26 años de la muerte del músico; por primera vez los archivos del legendario compositor son abiertos por su familia para una película, un retrato cinematográfico, musical, hipnótico sobre el arte, la familia y los misterios de la creación. Muy recomendable no sólo para conocerlo en profundidad sino, además, para conectarnos con su esencia y de alguna manera comprender al hombre detrás del artista. Ástor nació con la misión de cambiar la mirada hacia el tango, de crear un nuevo tango y trazar un antes y un después a nivel mundial; y como todo artista, rebelde y genial, tuvo que atravesar todos los obstáculos que se le presentaron en la vida para cambiar lo estructurado y dar vida a lo nuevo.