En Planetario (2011), Baltazar Tokman (Tiempo Muerto, 2010) eligió a seis familias de distintas partes del mundo para retratar el crecimiento y la educación que recibieron los hijos a través de las filmaciones caseras realizadas por los padres. “La primera generación que será grabada desde su nacimiento” dice uno de los padres de los protagonistas del documental. La premisa es más que interesante: seis padres de distintas partes del mundo decidieron filmar a sus hijos desde el primer momento. De esta manera, individuos de Estados Unidos, Polonia, Rusia, India, Argentina y Egipto siguieron minuciosamente a sus niños y grabaron cada momento de su infancia. Baltazar Tokman realizó un gran trabajo al compilar y visualizar cientos de horas de material que provino de puntos distantes del mundo. En la casi hora y media de duración, temas tan diversos como la muerte, la religión, la política y la guerra son abordados por personas que un día decidieron tener hijos y cambiar su vida para siempre. Al estar filmada directamente por los padres de los chicos, se consiguieron testimonios muy íntimos en los que se reflejan de forma privilegiada su crecimiento y formación. Desde el parto hasta los primeros pasos, pasando por el primer baño, filmaron cada momento en la vida de los pequeños protagonistas. En el caso de la familia argentina es interesante ver cómo el padre, con cámara al hombro, acompaña a su esposa al baño para lavar la cara de Ignacio y por momentos llega a ser fastidioso. Además hay minutos para el humor cuando el padre de Anton responde siempre lo mismo ante la insistente pregunta: ¿dónde está mamá? Los padres respondieron un minucioso cuestionario enviado por el director que servirá como hilo conductor a lo largo del documental. Las respuestas evidenciarán la necesidad común de registrar todo lo que concierne a sus hijos para ellos mismos y para los pequeños cuando sean mayores. Tal vez de esta manera puedan comprender por qué vinieron al mundo y qué se esperaba de ellos cuando apenas comenzaron a vivir.
Planetario: delicioso álbum de familias En 2010, Canal Plus de Francia produjo una obra llamada "Bebés", que acá se vió fugazmente en cine: cuatro equipos siguieron el primer año de vida, y algo más, de otros tantos niños de Mongolia, Namibia, Tokio y San Francisco. Entre barro y animales los primeros, creciendo fuertes, y entre multitud de aparatos y colchones los otros. Buena película, de fotografía exquisita. Pero, mientras esto se presentaba, acá ya hacía años que un loco lindo venía armando material con la infancia de cinco niños de otros tantos países. Eso es lo que ahora se estrena, una delicia llamada "Planetario". El hombre es Baltazar Tokman. Algunos lo recordarán por el documental que hizo con su hermano Iván,"Tiempo muerto", sobre el gran seleccionado nacional de básket dramáticamente disuelto en 1955. Bien, parece que los Tokman vivieron desde chiquitos el asedio camarográfico del padre. Y Baltazar hizo lo propio con sus hijos. Hasta que un día se preguntó qué estarían haciendo otros padres. Y el primer año que apareció Youtube, y confirmó que la obsesión paterna por registrar a los niños es universal, tuvo una idea. Esa idea lo llevó a seguir miles de descargas, seleccionarlas, asegurarse traducciones, contactar gente, conseguir autorizaciones, volver a seleccionar, hasta decidirse por los cinco que finalmente vemos, registrados desde que nacen en adelante: un rusito con su padre duro y tierno a la vez, una egipcia que los padres llevan a las manifestaciones y sueña con ser presidenta, una estrellita del pop evangélico de Oklahoma cuyo hermano mayor va a la guerra (y ella le dedica una canción), un hindú, hijo de padre soltero que lo cuida como una madre, con una devoción que emociona, una polaquita, y un salteñito a caballo, nativo de Maimará. A algunos los conocemos desde la sala de parto, a todos los vemos crecer, al final ya son casi como de la familia. Pero sus verdaderas familias tienen algo que decir. Nos muestran cómo los crían, y explican por qué. Todos sonreímos ante las mismas caritas, pero cada padre tiene su librito, y ni qué hablar de las madres. En esas coincidencias y diferencias, y en sus diversas enseñanzas, está la variedad y la unión del mundo, y acaso también esté su futuro. Así de simple, y así de complejo para recopilar, seleccionar, traducir, ordenar, exhibir semejante álbum, brindándonos placer, comprensión y enseñanza. "Mirando y espiando familias por la web me sentía como Galileo Galilei con el telescopio, con ganas de llegar a lo inalcanzable de sus vidas", ha dicho Tokman. "¿Cómo es que podemos ser tan insignificantes y tan importantes al mismo tiempo?" La respuesta la dan Eather Dawn (aunque cante), Fatma, Kamod, Antoni, Zoffia Anna e Ignacio. Vale la pena conocerlos.
Una idea que se agota rápido En Planetario, de Baltazar Tokman, siete familias de distintas regiones del planeta son unidas en el registro del film por una costumbre: en todos los casos los padres han filmado a sus hijos obsesivamente desde el día de su nacimiento. Tokman los convoca, entonces, para que continúen haciendo ese trabajo pero esta vez bajo pautas nuevas, que son puestas por el propio director del film. Planetario es un representante de un cine que manifiesta un síntoma preocupante: falta de riesgo y complacencia con ciertos modelos de narración y de representación que tienden a las ideas de familia, relación amorosa e infancia, si se quiere, pero desde un marco estabilizador afectivo. Y además preocupa por su falta de solidez formal, disimulada con el montaje de registros fílmicos caseros tomados de distintas familias alrededor del mundo (tal como reza la advertencia inicial). Lo que vemos es muy poco; lo que sostiene la película son los disparatados relatos, poderosos en su oralidad, con instancias de enunciación más creativas (en su afán por contar historias) que la figura de director que está detrás de todo el proyecto. Los problemas que surgen son varios. Primero, el carácter monótono de la propuesta que, lejos de hacer interactuar productiva y dialécticamente los materiales con los que trabaja, los expone en una sucesión efectista que se agota con rapidez. La prueba está en que se nota que no puede cerrarse el concepto y podríamos seguir los testimonios, como su inclusión, hasta el infinito. Luego, las ideas en común giran siempre en torno a la tranquilidad del espectador, a la empatía buscada con las criaturas (literalmente hablando) más allá de su calidez y gracia. Si se indaga en las situaciones expuestas, todas concluyen en la fórmula institucional de la pareja como sostén hogareño. Muy poco de reflexión sobre el fundamento de filmarse y un feo aroma a multiculturalismo.
La relación filial a la vista Baltazar Tokman, especializado en Diseño de Imagen y Sonido en la UBA, de larga trayectoria en el medio, toma una serie de registros que documentan el hecho de ser padres en el mundo a los que sigue, a lo largo de distintos espacios y tiempos. Desde sus comienzos, el cine documental se ocupó de mostrar la realidad. Los pioneros Louis y Auguste Lumire, más conocidos como los hermanos Lumire, abarcaron cinematográficamente todos los temas. Desde el mundo laboral con "Salida de los obreros de la fábrica", al mundo de las estaciones, filmando "La llegada del tren a la estación", que hizo que el publico huyera ante el susto de ver un tren viniéndoseles encima (fines del siglo XIX). Pero también se ocuparon de la realidad intima, al filmar por ejemplo, en 1895, "La comida del bebé", donde Auguste Lumire con su esposa, en una tranquila tarde hogareña, alimentan a su hijita. Siguiendo esta línea doméstica, Baltazar Tokman, especializado en Diseño de Imagen y Sonido en la UBA, de larga trayectoria en el medio, toma una serie de registros que documentan el hecho de ser padres en el mundo a los que sigue, a lo largo de distintos espacios y tiempos. El resultado es un filme donde vemos distintos padres, madres o parejas de seis países, que filman a sus hijos desde su nacimiento, documentando los hechos significativos de su vida y refiriéndose a lo que significó para ellos ser padres, lo que piensan que sus hijos dirán al ver el registro en el futuro o su opinión sobre la educación que les dieron. REGISTRO VIVAZ Casi un cine amateur, "Planetario", muestra desde la experiencia de un padre que decidió serlo en la India, pero luego del nacimiento tuvo que criar solo al niño por ausencia materna, hasta el ruso que no aceptaba ser padre y se va acostumbrando paulatinamente al hecho o la típica familia cristiana numerosa, que exhibe a su hija, una encantadora rubiecita (primera mujer luego de cuatro varones), pasando por el habitante de Maimará, Argentina, que también da su aporte siguiendo la historia de su pequeño hijo. Dudas existenciales, las hipótesis sobre la educación, el dilema del futuro, el orgullo manifiesto, la religión son temas y sentimientos que sobrevuelan un particular cine testimonial que de tan común, nos resulta curioso y subraya la necesidad, por parte de los que lo hicieron, de fijar un momento irrepetible, continuar la voluntad de vivir y mostrar el amor a través de las imágenes
Filmar al hijo El acceso de las familias comunes a filmadoras caseras ha generado que muchos padres registren a sus hijos en cámara desde que nacen (a veces antes, desde el embarazo). Esta premisa parece no tener fronteras, es tan universal como la paternidad misma, o al menos eso es lo que demuestra este documental. Con material de varias familias de distintos puntos del planeta, Baltazar Tokman logra construir un relato que sigue el nacimiento y primeros años de varios chicos filmados por sus padres, en el cual se tocan temas también universales, como la religión, la política, la vida en general. De una manera casi accidental, Tokman logra mostrar cómo aún en culturas totalmente disímiles, hay cuestiones comunes, humanas, básicas. Así, desde la inocencia de un testimonio sobre la paternidad, o la observación que un niño hace de la guerra, el director logra plantear cuestiones que de simples e inocentes tienen poco. La edición es un punto clave del filme, ya que, de entre todo el material provisto por las familias, se fueron separando temas que logran conformar el equivalente a capítulos que organizan la narración, dándole una estructura coherente y que sale de la mera anécdota de las imágenes. El documental es muy ameno, la mayoría de las imágenes son de niños, pero a su vez resulta interesante porque se permite reflexionar sobre temas profundos como el rol de los padres, las cargas que se ponen sobre los hijos, la realidad que deben, y deberán, vivir.
Durante la última edición del BAFICI, mientras esperábamos en las largas colas antes de entrar a sala, unos jóvenes se presentaban como de la nada, sin decir una palabra, simplemente se mezclaban entre el público con unos proyectores digitales de mano y reflejaban un anuncio de Planetario, a modo de realizar una publicidad ultra independiente. Ese hecho menor, que para muchos debe haber pasado desapercibido, es una cabal muestra del estilo del film, botones de muestra, historias reflejadas que se parecen a tantas otras. "Planetario" habla de la paternidad, pero lo hace sin enfocarse en una historia que resalte, son cinco muestras que no tienen nada de particular, claro, más allá de la obsesión por documentar todo. No es la primera vez que vemos documentales que se fueron forjando a través de muchos años, es más, casi podríamos hablar de un subgénero, el documental hecho con filmaciones caseras. Lo que sí llama la atención en este trabajo de Baltasar Tokman es la visión cosmopolita sobre el todo. Tenemos cinco historias de alrededor del mundo, todas enfocadas en el furor del video casero, que en un principio nada tendrían que ver unas con las otras, y sin embargo todas redundan en lo mismo, progenitores hablando de sus hijos, la relación desde el punto de vista generacional, y cómo se toma el hecho de la paternidad desde diferentes culturas, sociedades y estratos sociales. Al hablar de padres e hijos es inevitable también hablar de las familias; y en todo eso se va armando una suerte de juego de diferencias y coincidencias. ¿Qué repiten los hijos de sus padres? ¿Qué valores intentan inculcárseles? Y por supuesto, hablando de registros caseros, ¿Cómo nos vemos a nosotros mismos? "Planetario" es un film con el que no cuesta crear empatía, y esto es debido a que quienes están frente a la cámara es gente común, con sus profesiones e ideas particulares, con sus historias a cuestas, pero todas reales, cotidianas, como las de cualquiera. Este dato hace que sea mejor no contar nada sobre los cinco focos, es mejor que cada uno los perciba a su modo. Tokman corre un riesgo con su documental, por un lado el naturalismo es latente e inevitablemente lógico, puede ser atractivo para el espectador ver estas historia que bien pueden ser las suyas. Pero también, el obsesivo registro, el detalle en todo, hace que por momentos se pierda algo de interés, y el naturalismo decante en monotonía, en definitiva como la vida misma. Claramente, algunos puntos y relatos son más interesantes y complejos que otros tramos. Otro aporte a resaltar es la agradable fluidez con la todo fluye pese a ser un film mosaico y por consiguiente fragmentado; esto (en conjunto a una duración corta pero exacta) lo transforman en ameno. Se nota una buena mano en la edición. Al hablar de registros caseros, los rubros técnicos son dispares y entendibles, pero en el general estamos frente a un trabajo que presenta cierta cohesión. Documental curioso, llamativo y agradable. Es una oportunidad para que los padres se vean reflejados y se comparen con sus pares del mundo. La pregunta que ronda es la siguiente, ¿Si todos tuviésemos una camarita y nos filmásemos todo el tiempo con nuestros hijos y nuestros padres, qué saldría de esa grabación? Menuda pregunta.
El director de Tiempo muerto reúne aquí videos caseros tomados por gente común en distintos rincones del mundo (Argentina, Rusia, Estados Unidos, India, etc.) que abordan las relaciones entre padres e hijos. Tokman -un poco en la línea de Mauro Andrizzi en Iraqi Short Films- se limitó a buscar y (re)editar el material en un trabajo que revindica el espíritu auténtico (por momentos inocente y en otros visceral) de las películas familiares. Son siete grupos muy diversos entre sí no sólo en orígenes, comportamientos y formaciones sino también en sus épocas (hay un abanico de unos 20 años), pero con algo en común: en todos los casos los adultos filmaron a los niños de forma obsesiva desde el momento en que nacieron con la idea de capturar el tiempo y dejar un registro que desafiara a la traicionera memoria. Un trabajo atrapante y, por momentos, subyugante, de esos que generan múltiples interpretaciones y sensaciones según la sensibilidad de cada espectador.
En el nombre del hijo Documental realizado con filmaciones caseras, tomadas, en distintos lugares del mundo, por padres que registraron el crecimiento de sus hijos. Desde la irrupción de Internet, los cineastas -como todos, obvio- han procurado abarcar el mundo, experimentar(lo), sin moverse de sus casas. Recordemos un par de casos nacionales, que no son los únicos. En 2001, Vanesa Binsztok y Sebastián Molina Merajver lanzaron una convocatoria en un sitio web para que emigrantes argentinos filmaran sus nuevas vidas. Apoyados en la red, hicieron Unsaludoparatodoslosquemeconocen. En 2009, Mauro Andrizzi presentó en el BAFICI Iraqui Short Films: intervención sobre imágenes de la ocupación de Irak (algunas casi surrealistas), con material bajado de Internet. Planetario tiene puntos de contacto y divergencia respecto de estas dos películas. Por un lado, su materia prima son 120 horas de filmaciones caseras hechas, en distintos lugares del mundo, durante años, por adultos que registraron el nacimiento y crecimiento de sus hijos. Por otro, Baltazar Tokman, su realizador, no intervino el material: se limitó a seleccionar y editar las imágenes ajenas y, a partir de ciertas pautas, a “dirigir” a la distancia. Y algo previo: hizo el casting -un casting con postulantes que ignoraban serlo- vía YouTube. Los más conservadores dirán que cineasta es el que filma; los otros, que el montaje -aun de material ajeno, como en el found footage - es el corazón del cine. Un debate sin importancia. Pasemos al resultado: en Planetario, Tokman (director de Tiempo muerto) logró abarcar un abanico de culturas/religiones/idiosincrasias en torno de un tema universal: el vínculo padres-hijos. Y lo hizo sin demagogia, sin abrir juicios, sin subrayados, casi sin lugares comunes: con una mirada poco condescendiente, más puesta en los padres que en sus hijos. De hecho, la finitud, el vano intento de perpetuarse en otro y el asfixiante peso de la herencia sobrevuelan - al margen del humor o la ternura- esta película. Un padre que siente que su pequeño hijo se transforma en hombre cuando él le pone un arma en sus manos. Otro, muy maduro, que se convierte en padre soltero y no logra evitar que su hijo lo llame “mamá”. Deseos que van a constituir a los adultos del futuro, incluyendo, claro, sus traumas. Un tema que no le atañe a los realizadores sino a los psicoanalistas.
Padres e hijos por el mundo Pasamos por la vida; transitamos un recorrido pero hay un origen en cada historia y un legado destinado a prolongarse en el futuro, que a veces es demasiado intenso como para querer registrarlo en una grabación casera u hogareña. El boom de las redes sociales -o de la internet como herramienta de comunicación- ha conformado un mosaico inconmensurable de pequeñas historias que se comparten únicamente con el fin de la trascendencia en ese álbum globalizado y virtual que reserva un minúsculo espacio a la vida cotidiana de millones. En paralelo, la moda de las grabaciones amateurs y hogareñas también tuvo su rebote en el ámbito cinematográfico, incluso se volvió, más allá de los fines fetichistas, en una temática con peso propio donde el valor afectivo de cada cinta es mucho más importante que el documento per se. Al realizador argentino Baltazar Tokman (Tiempo muerto) lo sedujo de antemano la posibilidad de convertirse en testigo de pequeños momentos importantes para distintas familias a lo largo del mundo; padres que desde los primeros minutos registraron los nacimientos de sus hijos y luego continuaron la tradición de documentar el crecimiento de ellos, así como los procesos en las relaciones entre ambos con el paso del tiempo. Tal vez a este entusiasmo se le sumó la paternidad de Tokman y su decisión de filmar a su hija por lo que es casi seguro haber encontrado nexos con los otros padres a pesar de la distancia geográfica, cultural o idiomática. Planetario es la síntesis de veinte años de recolección de material ajeno correspondiente a filmaciones de los padres con sus hijos bajo la técnica found footage (montaje en base a grabaciones ajenas). El hilo conductor no es otra cosa que la paternidad representada a partir del testimonio de seis familias pertenecientes a diferentes latitudes: Polonia, Argentina, Rusia, India, Estados Unidos y Egipto, insertadas a lo largo de los ochenta y seis minutos que dura el documental en el que puede apreciarse el contraste dialéctico como uno de los elementos estéticos y conceptuales, basta como botón de muestra reflexionar sobre los festejos de cumpleaños en el que se advierten las diferencias sociales y el poder adquisitivo de cada familia. Los miedos y las inquietudes de cada padre y madre respecto al futuro de sus hijos, al rol desempeñado desde que vieron la luz, también forman parte del núcleo narrativo de este singular trabajo de Tokman junto a la investigación aportada por Irene Hartmann, seleccionado para la Competencia Argentina del Festival de cine de Mar del Plata en 2011, quien tras la autorización de cada uno de los padres involucrados culminó su tarea solicitándoles que respondan a un extenso cuestionario. Otro elemento unificador es la fuerte presencia de la religión sobre todo en una familia norteamericana conservadora y creyente, en la que uno de sus hijos fue enrolado por el ejército para combatir en Afganistán. En las antípodas, el padre ruso ateo enseña a su hijo pequeño a manejar armas porque debe prepararlo para sobrevivir. Y de eso se trata la educación en definitiva, en la preparación de los hijos para sobrevivir, algo que nadie puede enseñar o aprender de antemano tal como expresan las dudas de estos padres, orgullosos y devotos de sus retoños como ocurre con la conmovedora historia de la familia argentina Tinde en el norte argentino. La virtud de Planetario no reside tanto en el material acumulado sino en la selección metódica y conceptual para trazar las coordenadas de este viaje que se extiende a lo largo del mundo a paso firme y concentrado en la experiencia de ser padre, y mucho más aún de ser hijo.
El rito sagrado de capturar el instante El documental reúne los registros caseros de seis familias de distintos lugares del mundo que no se conocen entre sí y que tienen como común denominador la costumbre de filmar a los hijos. A su manera especial, Planetario, de Baltazar Tokman, es uno de esos documentales que rehacen una saga familiar a partir de la mirada interior de uno de sus miembros, que se encarga de registrar, descomponer y volver a ensamblar una historia que en el proceso se vuelve a la vez propia y ajena. Con salvedades: primero, aquí ese registro se multiplica por seis, que es la cantidad de familias que se filman a sí mismas e integran el relato; luego, Tokman, el director, no forma parte de ninguna de ellas. Esas variaciones, lejos de disminuir la carga de la mirada, la multiplican. De una manera obvia en esas seis familias que son las que le dan carne a este menú. Pero es justamente la mirada del director la que consigue urdir una trama única que engarza a esos seis relatos en uno sólo y a partir de esa operación, amplificar y condensar sus sentidos diversos y muchas veces opuestos. Planetario recolecta los registros caseros de seis familias de distintos lugares del mundo que no se conocen entre sí, cuyos miembros fundadores, un padre y una madre (a veces ambos y otras sólo uno de ellos), han hecho de la costumbre de filmar a sus hijos un rito sagrado. Padres y madres de la India, la Argentina, Polonia, Rusia, Egipto y los Estados Unidos, atentos a capturar cada momento de la vida de sus pequeños. “Antes tenías que anotar todo en un cuaderno”, dice uno de ellos al comienzo como signo de los tiempos, y de ahí surgen las primeras preguntas. ¿Esos padres realmente están atentos a sus hijos? ¿Puede atenderse al encuadre, al foco, a la luz al mismo tiempo que se atiende la vida? ¿Puede actuarse la vida? El documental muestra que no siempre: varios de los momentos más emotivos del film ocurren cuando los protagonistas (incluido quien maneja la cámara) están más preocupados por vivir que por filmar. Como aquella en que el padre argentino deja la cámara sobre el tablero del auto para decirle a su hijo de 10 años que con su madre harán todo lo posible para que pueda hacer en su vida lo que elija y el chico termina llorando en brazos del adulto que por un momento, apenas un momento, se olvidó de filmar. En ese deseo manifiesto de guardar para siempre el registro de los momentos felices se esconde la convicción de que la tristeza y el dolor acechan. Filmar se vuelve entonces una lucha contra la muerte y sus avatares: el abandono; la soledad; los miedos, desde los más infantiles a los de orden político; la guerra. El futuro. El mérito de Tokman consiste en haber detectado las formas del miedo en esos paisajes estereotípicos del momento feliz. Sobre todo en la forma delicada con que los va dejando aparecer aquí y allá, entre los pliegues de lo cotidiano. “Mientras más cumpleaños y años nuevos pasan, significa que queda cada vez menos tiempo”, confiesa alguien por ahí. “Trabajé en fotografía y eso me hizo conocer el valor del instante”, dice otro. “Esperamos lo mejor, pero nos preparamos para lo peor”, concluye otro más sobre el final de la película. No parece casual que en casi todas las familias que dan forma a este Planetario, el tema de Dios aparezca de maneras disímiles pero poderosas: la idea de Dios ha sido siempre el conjuro más primario y radical en contra de los miedos. En Planetario, incluso en los padres más nihilistas (como el ruso), Dios no deja de aparecer como la mejor solución contra todas las muertes. Gracias a la habilidad de Tokman, Planetario consigue ser el registro que esos padres llevan de sus hijos, pero también y quizá sobre todo, la catarsis inconsciente de esos padres tratando de convivir lo mejor que pueden con sus obsesiones. De a poco el documental va develando los porqués de algunas de las situaciones que fue presentando a lo largo de su relato, pero de un modo sutil, sin subrayados. Entonces la imagen de un hombre en uniforme cantando una canción, solo con su cámara en un comedor vacío, puede ser por demás elocuente. Planetario retrata la avidez con que cada ser humano se abraza a la felicidad, quizá porque, como el poeta, todos saben que “tristeza nao tem fim, felicidade sim”.
No siempre el registro de imágenes y la utilización de elementos de la vida real suponen un documental. Mucho menos uno bien hecho, pero en el caso de “Planetario” sucede algo curioso. Baltazar Tokman lo sabe y manifiesta claramente su intención desde un primer momento, entonces el experimento no es con las imágenes ni con el espectador (como lamentablemente sucede a veces), sino que se transforma en un documental sobre un experimento a partir de una idea: la dedicación a registrar (y documentar) la vida de los hijos desde que son bebés y cómo esto se convierte en uno de los pocos factores comunes en culturas muy disímiles. Son registros caseros montados al estilo de Nestor Frenkel en “Amateur” (2011), pero bajo una misma temática: los hijos. Padres en Hungría, Rusia, Argentina, Egipto y otros países. "Soy un hombre común compartiendo mi vida personal con ustedes" dice el patriarca de la familia Kumar, y en esa simpleza puede sintetizarse la película. No hay dobles sentidos ni bajada de línea. Los chicos crecen y los padres los educan. Lo complejo está en asimilar la idea e imaginar todo lo que hay alrededor para lo cual el espectador sólo debe observar las imágenes. En qué ambientes se desarrollan los cumpleaños, por ejemplo (uno de los mejores momentos de “Planetario”), allí, en esa intimidad familiar, se va construyendo cada mundo. El de cada familia. Hay mucho lugar para la reflexión a medida que los padres van perdiendo las inhibiciones. Una anécdota contada por uno de ellos pinta de cuerpo entero la propuesta cuando, reproduciendo el diálogo con su amigo, dice: "le pregunté para qué uno querría tener hijos, ¿cuál es el punto?, y él contestó: no sé, vos llegas a casa y ellos están contentos de verte". Esta línea entre el egocentrismo y la felicidad es uno de los interrogantes que surgen con esta idea del director. Por eso, y el resto de los que se generan, “Planetario” vale la pena.
Siete familias de distintas parte del mundo (Rusia, Egipto, la India, Salta, entre otras) tienen en común haber filmado a sus hijos desde el día de su nacimiento. Una fresca mirada sobre costumbres, obsesiones, momentos únicos, orgullos, gracias y polémicas. Dirigido por Baltazar Tokman.
Patchwork de una vida Planetario es la recopilación y selección de grabaciones caseras en las que incursionan algunos padres de diferentes partes del mundo filmando a sus hijos. Las imágenes de las primeras palabras del niño, sus primeros pasos y su estar en el mundo modelan, junto con los testimonios paternos que funcionan como notas al pie sobre la crianza, algunos de los retazos que componen los mundos familiares. Lo primero que la película buscar es una respuesta a esta compulsión por el archivo que los progenitores padecen: ¿por qué y para qué filman a sus hijos? Los motivos de cada padre son diversos, pero todos coinciden en querer que sus hijos recuerden su infancia de una determinada manera: con la claridad que sólo puede alcanzar la fidelidad de una imagen; claridad a la que, por otra parte, la memoria jamás podría aspirar. La memoria es imperfecta y, al igual que el relato oral, nos devuelve una imagen de contornos borrosos, que no da cuenta de la totalidad de los hechos sino de ciertos fragmentos que ordena y resignifica a su gusto. Entonces, en el corazón del acto de documentar la vida de un hijo, Planetario exhibe una preocupación por recordar absolutamente todo y muestra que para estos padres la forma de hacer concreta esa súper-memoria es a través de la imagen filmada, a la que le adjudican una precisión y completitud que la palabra y el recuerdo no tendrían. Así, la película abre una reflexión sobre esta práctica social y el objetivo que la impulsa que no es, como podría pensarse a simple vista, solo el intento de congelar el paso del tiempo sino también el anhelo por trazar un mapa filial y emotivo de exactas coordenadas. Constelaciones. Planetario se inaugura con una suerte de prólogo de dos escenas que condensan uno de los temas con más peso en el relato y que vuelve a retomarse hacia el final del largometraje: cómo transmitir o explicar la lógica de la vida a un ser que recién comienza a dar sus primeros pasos en el mundo. La secuencia inicial nos conduce a un río en el que un padre y su hijo encuentran y observan animales y, en este propicio escenario, se presenta la ocasión para hacer un didáctico paralelo metafórico entre la naturaleza que nace y muere en un perpetuo ciclo y la vida del hombre, que experimenta el mismo proceso. Luego, la película nos introduce a cada una de las familias que participan en el documental intercalando los testimonios de los papás con fragmentos de las grabaciones de sus retoños. Esta sucesión de imágenes de archivo junto con las palabras de los padres permite conocer el imaginario de los distintos núcleos familiares en relación a las inquietudes que se generan durante la crianza de los hijos y también sobre cómo la paternidad cambia la manera en que vemos y entendemos el mundo. Así se va trazando un inventario de prototipos familiares que quizás pueden llevar a pensar que Planetario se encarga de hacer visible la pluralidad de familias que se configuran alrededor del mundo, cuando en realidad la película se ocupa de los sentimientos y deseos de los padres más que de los de sus hijos. Mirada sobre la mirada. A pesar de que Planetario tienda en muchos momentos a ser un listado que recopila las miradas parentales sobre los hijos, la película se enriquece cuando toma posición frente aquello que muestra. Es el caso de esas emotivas secuencias en las que, después de presenciar imágenes de un hijo recién nacido o apenas dando sus primeros pasos, lo vemos más grande en una escena posterior y con una vida autónoma, como sucede en la historia de la familia de Maimará, en la que los padres cuentan el nacimiento del hijo mientras esa narración se intercala con las grabaciones caseras del bebé acompañadas por una música de fondo, para mostrarnos en una última escena que quien interpretaba la canción era el hijo unos cuantos años después. También la película toma partido cuando la imagen pone en controversia el discurso de los padres, como en la escena del relato de la madre norteamericana que mientras dice que no entiende por qué hay guerras y violencia en el mundo se muestra una imagen de su hija más pequeña jugando con una pistola de plástico, o bien cuando los padres declaran las expectativas que tienen de sus hijos y esas palabras se acompañan con la filmación de sus niños recién nacidos, balbuceantes, logrando poner en contraste los grandilocuentes deseos paternos frente a esos seres indefensos y dependientes que son sus bebés. De esta manera Planetario consigue evitar ser un mero atlas de obsesiones humanas porque juega hábilmente con estos y otros recursos que reconfiguran las palabras e imágenes con las que el metraje trabaja, dándoles un sentido nuevo y propio.
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