En la línea de ese cine social francés como Recursos humanos, de Laurent Cantet, y La guerra silenciosa, de Stéphane Brizé, Planta permanente se sumerge en el micromundo de las trabajadoras y los trabajadores de una Dirección de Obras Públicas provincial. Las protagonistas son Lila (Liliana Juárez) y Marcela (Rosario Bléfari), unidas en varios terrenos y ambas empleadas de limpieza del organismo. Además, se ayudan en la cocina (casera) y el servicio de almuerzo (artesanal y hasta un poco improvisado) para sus compañeros, lo que les asegura también un ingreso extra. Cuando cambia la gestión y la nueva secretaria (Verónica Perrotta) asume sus funciones se vienen despidos, designaciones y cambios drásticos en la organización y dinámica interna. La flamante funcionaria acepta la instalación de un nuevo servicio gastronómico más organizado y profesional y, para mantener esa función, Lila deberá negociar con personas e intereses más oscuros. Surge, además, un profundo cisma afectivo y laboral con Marcela. Radusky maneja la narración con solvencia, consigue notables actuaciones de las dos protagonistas y de la mayoría de los intérpretes secundarios y, si bien aquí hay un amplio espacio para la denuncia, nunca abandona un bienvenido humor negro. Más allá de algún punto de giro un poco obvio y maniqueo que se produce en el segundo tercio del film, en buena parte de sus concisos y potentes 78 minutos Planta permanente resulta un inteligente y angustiante acercamiento a las miserias de la burocracia y, sobre todo, a cómo la falta de diálogo, solidaridad y conciencia de la clase trabajadora abre o facilita el camino para las divisiones internas y la posterior manipulación desde el poder. Como decía el Martín Fierro, “si entre ellos pelean, los devoran los de afuera”.
El poder, la contracara de la esperanza. Crítica a “Planta permanente” La película de Ezequiel Radusky fue premiada en el Festival de Cine de Mar del Plata. Planta permanente (2019) es el primer largometraje del director tucumano Ezequiel Rudasky. Narra la historia de Lila (Liliana Juárez) y Marcela (Rosario Bléfari), dos amigas y compañeras de trabajo que se desempeñan como personal de limpieza en un edifico estatal. Sus vidas transcurren sin demasiados sobresaltos hasta que se produce un cambio en la gestión. La llegada de una nueva directora (Verónica Perrotta) altera el orden y esto modifica sus vínculos laborales y personales. Pasillos vacíos con pisos de mármol, vestíbulos al amanecer, la cúpula de un inmueble y el taller de un carpintero, constituyen los diferentes escenarios en los que transcurren los sucesos. No obstante, en el conflicto principal, cobra relevancia un comedor que, en un principio, funciona en un improvisado recoveco del edificio de Obras públicas. Montado sobre un montón de objetos inservibles, el comedor se transforma en un botín preciado que enfrenta a Lila con Marcela, librando entre ellas una batalla con un final imprevisto. El tema del poder atraviesa y da forma al relato. La amistad que comparten ambas mujeres no siempre es la misma, sino que muta, se convierte y se resignifica; cambia en la medida en que ellas lo hacen. Esta transformación se advierte en los gestos mínimos que van trazando la personalidad de cada una de ellas. Las protagonistas pertenecen a la planta permanente de esta dependencia estatal. Pero con el cambio de dirección, se produce una ola masiva de despidos: en algunos casos, de personas cuyos contratos son temporarios; en otros, de personas con años de prestaciones. La nueva directora decide quién se va y quién se queda. En este film, el poder se construye como la contracara del discurso de la esperanza. El discurso que pronuncia la directora al asumir su cargo, se desarma en propuestas que nunca llegan a cumplirse. Es un discurso construido con todo lo que un buen discurso político debe tener: un buen manejo del tono de voz y promesas que suenan a eternas. No obstante, aquello que dice que no hará, lo hace: los despidos de vuelven una realidad y cambia la dinámica del funcionamiento del edificio. Los vestigios de ese discurso inicial reflotan fragmentados, desperdigados, en reiteradas ocasiones a lo largo de la película.
Micromundo estatal. Crítica de “Planta Permanente” de Ezequiel Radusky. Bruno Calabrese 16 noviembre, 2019 0 24 Dentro de la Competencia Internacional del 34º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, se presentó el segundo trabajo como director del tucumano realizador de “Los Dueños” (2013). Una comedia crítica y precisa sobre el universo de los organismos estatales. Por Bruno Calabrese. En la Dirección de Obras Públicas provincial trabajan Lila y Marcela como personal de limpieza. Con 30 años de antigüedad, conocen cada recoveco y han logrado subsistir, armando un informal comedor en un lugar abandonado del edificio. Todo cambia cuando llega una directora nueva con cínicos discursos esperanzadores y vacíos de contenido. El cierre del comedor, promesas incumplidas y una ola de despidos, hará que la paz imperante en el lugar se rompa y las tareas cotidianas se transformen en una lucha por la supervivencia. Ezequiel Radusky logra de manera realista construir una comedia dramática con toques de humor negro sobre el micromundo de las oficinas del Estado. Gracias a la notable composición actoral de la dupla protagonista, Liliana Gonzalez (Lila) y Rosario Bléfari (Marcela), dos trabajadoras que se verán afectadas por las miserias de la burocracia. Verónica Perrotta es otro de los puntos altos dentro de la película, con una interpretación precisa, cuyos movimientos y discursos gestuales, llenos de clichés y plagados de lugares comunes, encuentran una llamativa similitud a una dirigente política saliente del gobierno provincial. “Planta Permanente” plasma en la pantalla grande la realidad de trabajadores estatales, víctimas de los patrones o enemigos del empresario. Una película que habla de las relaciones que suelen darse en los ámbitos gubernamentales, pero que se atreve a mostrar la vulnerabilidad de estas personas ante las miserias contemporáneas. Puntaje; 85/100. Editar FacebookTwitterGoogle+LinkedIn
Texto publicado en edición impresa.
«Planta Permanente», la nueva obra de Ezequiel Radusky («Los dueños»), cuenta la historia de Lila, una mujer que lleva años trabajando como empleada de limpieza en el Ministerio de Obras Públicas de la Provincia, mientras que atiende allí también un comedor. Su estabilidad laboral y la de sus compañeros se pondrá en juego cuando llegue una nueva directora al establecimiento. En «Planta Permanente» se realiza una crítica al sistema laboral e institucional del Estado, en el cual muchos de los empleados están contratados por un período determinado, algunos entran acomodados y los cambios entre una gestión y otra crean un clima de inestabilidad para la mayoría de ellos. Estos temas tan preocupantes como actuales, y con los cuales muchos podrán sentirse identificados si se encuentran en una situación similar, son abordados a partir de una comedia dramática. En este sentido, el guion escrito por el propio director junto a Diego Lerman es un gran acierto, ya que combina de manera perfecta los momentos serios con el humor. Por otro lado, se apela al conocimiento popular de ciertas frases hechas utilizadas por funcionarios y prácticas políticas y sociales, haciendo que el espectador las reconozca y pueda disfrutar más de la experiencia cinematográfica, porque forma parte de una cultura compartida; nos reímos de nosotros mismos. Si bien podemos suponer que ocurrirá todo lo contrario a lo que se diga, la película no se torna predecible. Por otro lado, debemos destacar la labor del elenco, sobre todo el trabajo realizado por Liliana Juárez («El Motoarrebatador»), quien logra componer de una manera magnífica a una mujer acostumbrada a la rutina pero con sueños propios, que luchará, de una manera silenciosa y tranquila, por cumplirlos a cualquier precio. Pero sobre todo la actriz tiene un carisma especial que hace que a pesar de su seriedad sus líneas salgan con una gracia particular y haga de su actuación uno de los elementos más disfrutables del film. Juárez está bien secundada por Rosario Bléfari, no solo su compañera de trabajo sino una amiga de años con la que tendrá ciertos roces por la nueva situación que ambas tienen que vivir, brindándonos momentos hilarantes. En síntesis, «Planta Permanente» resulta un interesante y efectivo film que aborda la problemática de la burocracia y el sistema laboral dentro del Estado, a partir de buenas actuaciones de sus protagonistas y un guion ingenioso que logra construir un clima de humor en un ámbito totalmente serio.
Algunos espectadores esperamos con ansias el estreno de Planta permanente desde que el segundo largometraje de Ezequiel Radusky participó del 34º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Es que la producción nacional más premiada en aquel encuentro de 2019 remite inevitablemente a su predecesora Los dueños, original opera prima que el realizador tucumano filmó en 2012 con Agustín Toscano y con las mismas actrices, Liliana Juárez y Rosario Bléfari. Las expectativas de entonces aumentaron a mediados de 2020 cuando nos enteramos de la muerte de Bléfari. Planta permanente se convirtió ipso facto en «la última película» donde actuó la también cantante y escritora marplatense. Desde esta perspectiva el triple reencuentro resulta agridulce. Por un lado confirma la capacidad narrativa de Radusky y el talento actoral de Bléfari y Juárez, ahora acompañadas por una convincente Verónica Perrotta. Por otro lado, azuza la pena por el deceso de quien inmortalizó a Silvia Prieto. Como Los dueños, Planta permanente también transcurre en un espacio acotado, y convierte este escenario único en ámbito revelador de conductas humanas universales. Como Sergio, Pía y sus respectivas familias en la película de 2012, Lila y Marcela participan de un juego de poder en la ficción que desembarca hoy en el circuito CINE.AR: mientras los personajes de Radusky y Toscano se disputan el usufructo de una finca, las protagonistas concebidas con el coguionista Diego Lerman se enfrentan por un puesto en relación de dependencia y por un micro-emprendimiento gastronómico en el organismo público donde trabajan hace años. A diferencia de Los dueños que parodia la lucha de clases (de ahí la posible comparación con Parásitos de Bong Joon Ho), Planta permanente aborda la competencia entre integrantes de un mismo sector social, es más, entre dos amigas de larga data. Las implicancias de esta segunda aproximación –una fábula con moraleja explícita– dejan un acentuado sabor amargo en la boca del espectador. Antes de dedicarse a la realización cinematográfica, Radusky se ganó el pan como empleado estatal. En parte por eso habrá sabido recrear con versatilidad las costuras políticas, gremiales, burocráticas, sentimentales del gran tejido que los llamados recursos humanos conforman en la administración pública. En el Festival de Cine de Mar del Plata, Juárez ganó el Astor a la Mejor Actriz. Se trata de un reconocimiento merecido a la insuperable composición de Lila, que sin dudas se nutrió de la extraordinaria química con Bléfari a cargo de Marcela.
Perdedores (casi) permanentes. Hay expresiones que señalan diferencias sociales o problemas laborales con sólo enunciarlas: bien parecen saberlo los jóvenes realizadores tucumanos Ezequiel Radusky y Agustín Toscano al elegir como títulos para sus películas Los dueños (2013), El motoarrebatador (2018, guión y dirección de Toscano, que por algo no fue llamada El motochorro), y ahora Planta permanente, primer largometraje a solas de Radusky, que recurre a un término que puede ser la gloria para quienes buscan ganarse la vida como empleados de una repartición oficial. El nombre es más que adecuado, además, porque se corresponde con la escasez de adornos formales o melodramáticos que caracteriza al film. Los principales personajes de Planta permanente son mujeres: Lila (empleada de limpieza algo crédula y buenaza), su compañera de trabajo Marcela (un poco más joven y desconfiada) y la nueva directora de la dependencia de Obras Públicas cuyos pasillos y oficinas son para las dos primeras como un segundo hogar. Aunque no son las únicas, es en torno a ellas que la película va desplegando sus conflictos, con el sostén de las actrices que les dan vida: respectivamente Liliana Juárez, Rosario Bléfari (en su último trabajo para el cine) y la uruguaya Verónica Perrota (si bien Juárez fue, con justicia, premiada como Mejor Actriz en la última edición del Festival de Cine de Mar del Plata, la distinción bien podrían haberla compartido las tres). La película, escrita por Radusky y Diego Lerman, es, por un lado, un verosímil retrato de rutinas, vínculos, temores y modestas ambiciones de un grupo humano que comparte horas de trabajo en un ámbito gris –en medio de enormes aparatos de aire acondicionado, extinguidores, viejos armarios, carpetas y biblioratos–, y por otro, una suerte de fábula sobre quienes anhelan una salida a ese laberinto de hábitos repetidos, enfrentándose a un destino de perdedores quizás inexorable. En tanto, en los intersticios aparecen alusiones a prácticas usuales en organismos estatales: desde el uso y abuso de espacios públicos con fines más o menos inofensivos, hasta sospechas en torno a las designaciones del personal. “Los contratados son carne de cañón, más si vienen de una gestión anterior” se escucha decir por ahí, y también “Siempre echan más gente de la que entra, es para guardarse contratos para después”. Entre los perspicaces apuntes que cruzan el relato está todo lo que desprende la figura de la nueva directora, dudosamente confiable y enfrascada en sus propios intereses (cuando al principio se escucha sólo su voz en off, parece que hablara la ex gobernadora María Eugenia Vidal, aunque otros matices contribuyen igualmente a la semejanza, un poco como ocurría con Mauricio Macri respecto a El candidato, la película de Daniel Hendler). Como director, Radusky no sacude innecesariamente la cámara ni se prende a los rostros de sus actrices y actores con criterio televisivo: prefiere en general planos generales y fijos, en los que todo lo que rodea a los personajes importa para comprender situaciones y completar lo que no se cuenta en voz alta sobre sus vidas, con su carga de resignación y expectativas. Sabe cómo introducir imágenes de mensajes de whatsapp en un teléfono celular únicamente cuando el recurso resulta adecuado, o exponer sencillos encuentros en un bar al paso o un asado en una casa de barrio sin alzarlos como estereotipos costumbristas. A diferencia de lo que suele prodigar el cine de Juan José Campanella, Marcos Carnevale y otros, no hay gritos ni personajes caricaturizados, y la música (de Maximiliano Silveira) asoma, sobria, en contadas ocasiones. Es cierto que en el último tramo algunos hechos se precipitan, pero, por encima de sus posibles imperfecciones, el film de Radusky –honesto y contenido– ofrece sobrado material para la discusión posterior, evidentemente procurando algo más que conmover al espectador, como lo demuestra el elocuente plano final.
Radiografía del deterioro del Estado: Lila (Liliana Juárez) y Marcela ( Rosario Bléfari) son dos empleadas del departamento de limpieza de una dependencia de Obras públicas. De manera informal, montaron en un área abandonada del edificio un comedor para sus compañeros de trabajo que les permite ganar dinero extra. Con varios años realizando la misma labor y aplastadas por la rutina alienante, las dos amigas sueñan con trabajar juntas en un bufete-restaurante en mejores condiciones, como modo de recuperar su dignidad. Con el cambio de gobierno asume una nueva directora que, en su discurso de presentación ante los empleados, promete supeditarse a las necesidades de los trabajadores y realizar mejoras que dignifiquen su trabajo. La cámara aprovecha la recorrida que la nueva directora realiza con los empleados por el edificio para mostrar la desidia y el abandono de los espacios públicos. Las oficinas se inundan, las herramientas de trabajo se deterioran sin reposición, los archivos se estancan juntando polvo; hay palomas anidando, gatos que pululan por allí y materiales en desuso desparramados. Este cambio de dirección busca un enfoque transparente del Estado, por lo cual se revisan y hasta se suspenden contratos. El comedor de las dos mujeres no sobrevive a dicho enfoque y es clausurado. La hija de Marcela también trabaja como contratada en limpieza. Preocupada por su futuro, Marcela le pide a Lila (veterana que conoce todos los recovecos) que la ayude y hasta mueva clandestinamente su expediente para evitar un despido. Con todo, el despido inevitable de la hija de Marcela produce un quiebre entre las dos amigas. Lila, en tanto, trata de ser condescendiente y hacer méritos con la nueva directora. Aprovechando la oportunidad de la confianza que cree haber ganado con ella, reabre un espacio deshabitado del edificio e instala un nuevo bufete-restaurante. Las culpas, los pases de factura y la competencia entre las ex amigas se ponen al día en una lucha feroz que cada vez se hace más encarnizada. En este drama social, trabajado con austeros pero efectivos recursos formales y matizado en su dureza por el tono de comedia, se destaca la labor interpretativa de las protagonistas, que sostienen sus personajes con gran naturalidad. En Planta permanente Ezequiel Radusky se apoya en un guión sólidamente construido que, a pesar de las reconocibles referencias políticas que cuestiona, logra transmitir una acertada radiografía de la degradación del concepto de Estado. Bajo el slogan de la transparencia e infiltrado por la lógica capitalista, el Estado ya no cuida ni valora a sus empleados, deteriora los lazos humanos al calor de la precarización laboral y se reduce a ser un espacio donde los amigos del poder político pueden realizar libremente sus negocios.
Ezequiel Radusky (Los dueños) dirige en solitario y coescribe junto a Diego Lerman (Una especie de familia) este filme que aborda la burocracia y la precariedad laboral como las dos caras de una misma moneda. El conflicto estallará a partir de la clausura del comedor de la planta permanente, gestionado por dos amigas (Lili y Marcela) empleadas de limpieza del Ministerio de Obras Públicas de Provincia, que había sido sostenido hasta el final del gobierno anterior. La llegada de la directora de la nueva gestión implementará cambios, es decir, despidos y nuevas contrataciones, además de la clausura del comedor que dejará a Lili y a Marcela en la más absoluta indefensión… LOS CONDENADOS DE LA TIERRA En el prólogo del libro Los condenados de la tierra de Frantz Fanon, Jean Paul Sartre plantea que los marginados, los colonizados, los oprimidos, se encuentran acorralados ante las armas de los colonizadores, es decir, los opresores que les apuntan. Esos tremendos impulsos, esos deseos de matar que surgen del fondo de su corazón y que no siempre reconocen, porque no es su propia violencia sino que es la violencia de los colonizadores, que invertida crece dentro de ellos y los desgarra. Esa furia contenida al no estallar gira en redondo y daña a los propios oprimidos… En resumidas cuentas esta dinámica podría sintetizar la premisa del filme. El ejercicio del poder, a través de la burocracia, encarnada en la nueva directora, como brazo ejecutor de las nuevas políticas que implementará en el organigrama ministerial, se traducirá en despidos y nuevas incorporaciones de su conocimiento, y apuntará a la cabeza de los empleados con certera eficacia. La violencia, ejercida por ella misma, invisible para las víctimas sacrificiales, que ven en ella a una mujer cabal y transparente, es neutralizada por el uso de una dulce voz impostada, una apariencia angelical, y un discurso de evangelista. La hipocresía y el cinismo que se desprenden de su discurso y de su postura pasarán desapercibidos entre los damnificados. A nosotros, los espectadores, nos traerá claras reminiscencias de la gobernadora de la anterior administración. Lili (Liliana Juárez) junto a su amiga Marcela (Rosario Bléfari) llevan adelante un comedor en una dependencia abandonada dentro del edificio para los empleados del lugar. La nueva directora, interpretada por la uruguaya Verónica Perrota, lleva a cabo una reestructuración de la organización, lo que implicará despidos, la hija de Marcela será reemplazada por la hija de su empleada doméstica. “Los contratados son carne de cañón, más si vienen de una gestión anterior” se rumorea por los pasillos. La directora, en su raid exterminador, recorrerá las dependencias del Ministerio junto con los empleados, y se deshará de todo aquello que ya no sirva o resulte obsoleto, sin importar que sean muebles, carpetas, máquinas tanto así como empleados con el fin de maximizar el espacio físico, en detrimento de la reducción de personal. El comedor de las dos mujeres será clausurado, irónicamente o como afirma la directora con brutal cinismo, por su condición de informalidad, privándolas de la entrada extra que las ayudaba a redondear sus bajos salarios. Esta violencia camuflada no tardará en hacer estallar el microclima dentro de la repartición, que instalará un aire de sospecha, desconfianza y furia contenida entre los empleados, y muy especialmente, entre las dos amigas. A partir del despido de la hija de Marcela de la Planta Permanente, y del cierre del comedor, Lili y Marcela quedaran tan acorraladas que empezarán a estallar redirigiendo la desconfianza, la furia y su propia impotencia contra ellas mismas. Lo que dejará al descubierto no sólo la precariedad de su mundo laboral sino y sobre todo la fragilidad de las relaciones humanas. Planta Permanente nos interpela no sólo como espectadores sino como ciudadanos, sujetos, y en muchos casos sujetados al poder omnímodo del Estado bajo precarios lazos de contrataciones informales y empleos temporarios. En este punto el director Raduzky, él mismo con un pasado de empleado público, parecería preguntarnos para qué sirve el Estado. Si su función, como siempre ha ocurrido durante los gobiernos populares, ha sido la de resguardar los derechos de los más vulnerables, o bien, como ha ocurrido tantas veces durante los gobiernos neoliberales, la de vulnerarlos, justamente esos derechos de los más desprotegidos que más deberían reguardar. En este caso, se hace evidente que el Estado manejado bajo la administración neoliberal tenderá a desarticular iniciativas autogestivas, como es el caso del comedor de planta permanente, enterrando el proyecto de las dos mujeres bajo aplastantes capas de normativas y regulaciones entramadas dentro de un diabólico mundo paralegal, baste como ejemplo la licitación final por el comedor. Un mundo tan perverso como ilegal, del que las mujeres, ajenas a tales manejos, saldrán arrojadas de esa terrorífica maquinaria paraestatal. Vale la pena ver Planta Permanente no sólo porque muestra una realidad tan ineludible como patética, las relaciones de poder entre opresores y oprimidos dentro de las dependencias públicas, ese hilo tan fino siempre a punto de cortarse que liga a unos con otros, sino además porque nos da la oportunidad de ver a Rosario Bléfari, recientemente fallecida, en su última actuación, y de disfrutar de la magistral interpretación de la tucumana Liliana Juárez. Sólo a través del uso de ese humor tan negro por el que se han hecho famosos tantos tucumanos, como el mismísimo Raduzky, director del filme, se nos hace posible ver y digerir la pérdida de la dignidad por la falta de trabajo, y el manejo mefistofélico de los burócratas que con tanta crueldad ostentan su poder manejando los hilos de esas vidas tan precarias que penden de ese hilo siempre a punto de cortarse… Por Gabriela Mársico @GabrielaMarsico
LA RABIA Planta permanente de Ezequiel Radusky es una película hecha con la rabia que generó la actualidad política en nuestro país en los últimos cuatro años. Esa indignación se transforma en discurso antes que en cine y ese sea tal vez el principal inconveniente porque las ideas están por encima de cualquier otra cosa. Lamentablemente, la necesidad por gritar diatribas va en desmedro de las dos protagonistas, Lila y Marcela, empleadas que suman a su trabajo de limpieza en la dependencia, otro de carácter informal, precarizado, un comedor con el que satisfacen las demandas de los compañeros. Hay un registro por momentos que roza el documental, una interesante propuesta que se acerca al escenario en cuestión a través de diversos ángulos. Se trata de una manera de seguimiento que da cuenta de la estructura laberíntica del lugar, lleno de recovecos, y que las dos conocen a la perfección. En ese seguimiento se encuentra lo mejor de la película y en una trama que avanza fluidamente gracias a un montaje preciso. Claro está, no tardará en verse un progresivo proceso de reestructuración que atentará contra los principales valores de la clase trabajadora, provocando la disolución, la dispersión, el egoísmo e insertando la perversa lógica del mercado en sus frágiles vidas. Todo cineasta se encuentra atravesado por su tiempo, sin embargo, muchas veces se produce un desequilibrio entre dos fuerzas que bien podrían remitir al mito del carro alado platónico. En este caso, la cosa sería entre el cine y la actualidad. Cuando el conductor se inclina hacia la última opción, sea por urgencia o por necesidad, la autonomía y la creatividad corren el riesgo de ahogarse en el discurso mediático, y caer en las mismas contradicciones que se critican intencionalmente. Pero la rabia, incluso, le juega en contra a la hora de construir los perfiles de las protagonistas o de dar cuenta del mundo laboral ante el embate neoliberal. ¿De qué modo puede entenderse si no el derrotero de Lila y Marcela ofendiéndose entre sí, contando plata o discutiendo porcentajes? Al final, no queda absolutamente nada, ni siquiera un ápice de dignidad en un tablero de roles más que de personajes con apariencia humana. En todo caso, nos queda esa última aparición de en pantalla de Rosario Bléfari. Una pena.
Después de dirigir con Agustín Toscano el film “Los dueños” (2013), Ezequiel Radusky presenta ahora en la plataforma www.cine.ar/play su primer película en solitario “PLANTA PERMANENTE”, otra muestra del impacto del cine tucumano dentro de la producción nacional y que se constituirá, sin lugar a dudas, en uno de los estrenos más importantes de este año tan particular para la industria. Lo que inicia como una radiografía del mundo laboral actual –básicamente basado en las injusticias y en la voracidad con que se vulneran los derechos de los trabajadores-, que podría emparentarse en un primer momento con el cine de Laurent Cantet o con los conflictos y la ética en el ámbito laboral que plantea Sthèphane Brizé, se complica más todavía cuando estas relaciones laborales no se encuentran inscriptas en el marco de una empresa privada sino dentro del propio Estado. Si bien entendemos que, justamente, el rol de Estado es el de sostener y apoyar criteriosamente un marco que propicie la justicia laboral y social, éticamente mucho más transparente que el de cualquier empresa privada, una de las potentes líneas de trabajo de Radusky (junto a Diego Lerman colaborando en el guion) es, precisamente, demostrar que en los hechos sucede paradójicamente, todo lo contrario. Un Estado que olvida estos preceptos y, a cambio, se privilegian amiguismos, decisiones políticas, devoluciones de “favores”, dedocracia y ese espíritu de manipular información, datos y recursos humanos sólo en función de mejorar las estadísticas o mostrar logros para cierta gestión aun cuando no sean los propios, no le pertenezcan o ni siquiera hayan sido sus objetivos iniciales. La historia de “PLANTA PERMANENTE” se desarrolla en tiempos en donde asume una nueva funcionaria con grandes promesas de cambio dentro de un organismo del estado provincial. Allí trabajan Lila y Marcela desde hace varios años como personal de limpieza, por lo que ya son consideradas como planta permanente y sostienen más allá de su vínculo como compañeras de trabajo, una fuerte amistad, son casi familia. Apenes lleguen los bríos de la gestión entrante, la nueva directora en sus recorridas de reconocimiento dentro del edificio descubrirá que Lila y Marcela cocinan en un improvisado comedor dentro de la repartición y venden el almuerzo a sus compañeros de trabajo, generándose un ingreso extra por un lado, y beneficiando a sus compañeros con comida casera y más económica que en cualquier bar de la zona por el otro. La primera pregunta que dispara la directora cuando, sorprendida, conoce el lugar es: “…pero esto lo hacen en horario de trabajo?”, cuestionamiento que ineludiblemente hace pensar que los vientos de cambio arrasarán con este irregular emprendimiento en un breve plazo. Mientras Lila piensa en la estabilidad de su emprendimiento, Marcela solamente quiere que el contrato de su hija no sea dejado de lado con estos golpes de timón que propone la nueva dirección. Contrato que posteriormente generará una verdadera grieta entre ambas, sacando a la luz recelos, rencores y alguna que otra cuenta pendiente que había en este vínculo. Grieta, que se profundizará más aún cuando el comedor quede enteramente en manos de Lila –aunque como en toda gestión gubernamental acomodaticia y corrupta, seguramente sea por poco tiempo- y Marcela reaccione en consecuencia, doblando su propia apuesta. Es el momento en el que Radusky deja de lado una primera parte del filme en donde se imponía una radiografía de la situación política de una nueva gestión, para adentrarse en un conflicto más personal entre las protagonistas, en donde se deja traslucir claramente, una guerra desatada de “pobres contra pobres”, empujada y propiciada por y dentro del propio sistema con decisiones que apuestan al enfrentamiento para seguir dividiendo y reinar, para seguir sacando provecho. Como una fábula con una dolorosa moraleja, “PLANTA PERMANENTE” plantea dramáticamente el avance de un Estado voraz sobre los recursos humanos que maneja a discreción, rompiendo e incumpliendo las reglas que él mismo fija (formas de contratación prohibidas, por ejemplo) que sí se les imponen cumplir a los particulares. Funcionarios que, cuando les conviene, violan los derechos del trabajador utilizando contratos que el mismo Estado prohíbe pero que, cuando les representa un negocio lateral, no dudarán en utilizar todos los procedimientos burocráticos a su favor, para dejar afuera al más vulnerable. Lamentablemente el retrato ficcional se parece demasiado a nuestra realidad, con un Estado que parece no poder aplicar un marco regulatorio sano, que no sabe de ética a la hora de la conducción y que sigue favoreciendo a que se instalen dentro de él, funcionarios que desarmando el negocio de Lila, arman el propio con la misma impunidad con la que quieren aplicar la dura letra de la ley. Con dos personajes generosos que les permiten construir dos actuaciones notables, la Lila de Liliana Juárez –a quien vimos justamente en dos películas de la movida tucumana como “El Motoarrebatador” y “Los dueños”- tiene momentos de espontaneidad y simpleza que generan honesta emoción y Rosario Bléfari como Marcela, que se despide con este trabajo hermoso de la pantalla grande, en la que ha dejado un recuerdo entrañable tanto por este trabajo como por su inolvidable “Silvia Prieto” “La idea de un lago” o la ya mencionada “Los dueños”. “PLANTA PERMANENTE” es una de esas películas que pintan un fresco de la realidad social e institucional actual, que mediante una mirada crítica invitan a esa reflexión tan necesaria en los tiempos que corren. POR QUE SI: «Muestra una guerra desatada de “pobres contra pobres”, empujada y propiciada por y dentro del propio sistema con decisiones que apuestan al enfrentamiento para seguir dividiendo y reinar»
Una cantina dentro de una dependencia pública, regenteada por dos amigas de toda la vida, es solo el inicio de un conflicto que pone a prueba valores y vínculos. Ezequiel Raduzky construye una profunda reflexión sobre el gobierno de Mauricio Macri y sobre cómo las políticas neoliberales atravesaron hasta los vínculos. Por acá recomendación en MINUTOS CONTADOS con Camilo García: https://radiocut.fm/audiocut/cine-y-series-en-minutos-contados-con-camilo-garcia-5142/
Una pintura de la realidad Los imperativos en los discursos “Lo que hay que hacer”, “Lo que tienen que saber” y similares suelen enfrentarse a la realidad del día a día a las desigualdades contra las que supuestamente luchan y a la que en teoría combaten, desinflándose como un globo de pésima calidad, como una mentira burda. Ello, sobre todo, cuando se construyen estas aseveraciones como verdades inequívocas, englobando muchas cuestiones encontradas, cuando claramente una sola de ellas puede ser la real. En esta idea sienta sus bases Planta permanente, la película de Ezequiel Radusky que grafica las bajezas y acomodos que los encargados políticos de las instituciones públicas utilizan tanto como fuerza de presión como As en la manga para congraciarse con las jefaturas (y devolver favores). Escoba nueva barre bien, reza el dicho, pero en el juego de las idas y vueltas lo que vale es la necesidad de la gente, enfrentada a las miserias y el exprimido de los recursos y el esfuerzo de la sangre de quienes ponen el cuerpo mientras el ninguneo se replica tal como sucede en el ámbito privado, con contratos basura que no le gustan a nadie pero cuya implementación jamás dejó de ser efectiva desde la década neoliberal por excelencia. La película, interpretada por Liliana Juaréz como Lili y la recientemente fallecida Rosario Bléfari como Marcela, crea un universo a partir del vínculo de estas amigas que siembran las bases de un espacio casi en clave familiar en el espacio en que trabajan, pero que es desarmado en lo efectivo y en lo emocional por la nueva jefa, Verónica Perrotta, a la que lo único que le preocupa es que “no pase nada en su gestión”. En definitiva, una excelente pintura de realidad a cargo de Radusky, que sabe llevar la narración de manera adecuada en lo técnico y lo emocional.
Lila (Liliana Juárez) y Marcela (Rosario Bléfari) son compañeras de trabajo, pero también son amigas y socias, sus maridos son a su vez amigos y Lila es la madrina de la hija de Marcela. Ambas trabajan como empleadas de limpieza en el Ministerio de Obras Públicas y juntas sostienen un comedor para empleados en un lugar sin uso del edificio con el cual complementan su sueldo. Se supone que un emprendimiento de este tipo no puede darse en ese lugar en esas condiciones, una imposibilidad desmentida por su presencia desde hace tiempo, avalada por el uso diario de los empleados que ven en los platos caseros de Lila y Marcela una alternativa económica, y sobre todo por la tolerancia de las autoridades. Este estado de cosas, tan precario como el improvisado comedor, se va a ver sacudido por el cambio de gestión y la llegada de una nueva directora. Ahí no solo van a cambiar las reglas de juego sino que la relación de Lila y Marcela va a ser profundamente conmovida. Planta permanente es el primer largo en solitario del realizador tucumano Ezequiel Radusky después de haber dirigido a dúo Los dueños (2013) junto a Agustin Toscano. En aquella película filmada en Tucumán estaba el choque de clases en el centro del conflicto, algo que Toscano retomo en El motoarrebatador (2018) y que Radusky ahora también pone en juego. En aquel film en conjunto los empleados y cuidadores de un campo aprovechaban la ausencia de los dueños del lugar para colarse en su casa, disfrutar de sus comodidades y vivir una vida vicaria aunque sea por un periodo breve, algo que era censurado por los patrones apelando a un orden y una legalidad que históricamente solo les conviene a ellos. Algo de un orden similar ocurre aquí ya que con su comedor Lila y Marcela, empleadas de la que quizás sea la categoría más baja del establecimiento, no solo ganan un necesario refuerzo económico, sino que también disfrutan de un virtual ascenso social, más simbólico que real pero igualmente importante para ellas, y al ponerlo en jaque la autoridad las que también quedan heridas son sus aspiraciones. Ante la avanzada, la reacción hacia arriba no tiene más remedio que ser de sumisión y obediencia, con lo cual son las relaciones horizontales las que se ven afectadas. Así es como la amistad entre Lila y Marcela se va deteriorando y van llegando amargamente el resentimiento, las hostilidades, las acusaciones, el distanciamiento, los intentos de boicot y las pequeñas miserias. Un conflicto que llega a colarse también en los hogares. Lo que Radusky pone en escena es una progresiva degradación y muestra cómo ese sistema y esas relaciones de poder no solo las perjudican en su condición material sino que ese sálvese quien pueda y esa rivalidad las afecta también como personas. El hecho de que al principio sean amigas a quienes vemos en escenas de intimidad y confianza hace al asunto aún más descarnado y cruel. La nueva directora, interpretada por la actriz uruguaya Verónica Perrotta, desembarca con un discurso de unidad, confianza y elogio a los trabajadores que cualquier empleado público con años de experiencia habrá oído en más de un cambio de autoridades. Un discurso que se revela superficial apenas avanzada la gestión, pasando de las sonrisas condescendientes en público a las amenazas sin disfraz en privado. Los otros empleados son solidarios al principio también por su propia conveniencia y también por inercia ya que “las cosas siempre fueron así”, pero el miedo y la indiferencia no tardan en imponerse. Radusky muestra este escenario de relaciones quebradas y mezquindades pero se cuida también de caer en un maniqueísmo de buenos y malos demasiado terminante y no perder de vista que sus protagonistas no dejan de ser víctimas. Radusky, que fue también empleado público en Tucumán, le da protagonismo a un sujeto fuertemente estigmatizado desde cierto discurso social y depositario de unos cuantos lugares comunes en el imaginario. El ámbito de la dependencia pública le sirve también para poner en escena los vericuetos de la burocracia y los remezones ya establecidos como los nuevos nombramientos y los despidos que son un clásico de toda nueva administración y que en este caso tienen en la hija de Marcela una de las primeras víctimas por su condición de contratada. “Los contratados son carne de cañón” dirá resignado un encargado de personal, que ya sabe cómo funciona el juego. Este relato es sostenido por las muy ajustadas actuaciones del dúo protagónico que ya había compartido pantalla en Los dueños: La gran actriz tucumana Liliana Juárez (que ganó por este papel el premio a la Mejor Actuación Femenina en el último Festival de Mar del Plata) y Rosario Bléfari en la que sería inesperada y tristemente su última actuación en cine. Radusky hace un retrato muy preciso de sus personajes, que prescinde del costumbrismo y que apela a veces a pequeñas dosis de humor que airean ese ambiente de incertidumbre y agobio. De lo que se trata finalmente en esta lucha de clases que no llega a ser tal es tanto de la presión que desde arriba se hace sentir sobre los que menos poder tienen como también de la falta de unión de los de abajo que termina consolidando esa misma dominación. La falta de conciencia de clase se diría también o, en cualquier caso, el peor producto de este estado de cosas que es la pérdida de los lazos solidarios. Un retrato que no por desgraciado deja de ser muy reconocible. PLANTA PERMANENTE Planta permanente. Argentina, 2019. Dirección: Ezequiel Radusky. Elenco: Liliana Juárez, Rosario Bléfari, Verónica Perrotta, Sol Lugo, Vera Nina Suárez. Guión: Ezequiel Radusky, Diego Lerman. Fotografía: Lucio Bonelli. Montaje: Valeria Racioppi. Música: Maximiliano Silveira. Dirección de Arte: Catalina Oliva. Producción: Nicolás Avruj, Diego Lerman. 78 minutos.
Llega a Cine.ar Planta permanente (2019), película dirigida por Ezequiel Raduzky que expone la cruda realidad de ciertos entornos laborales donde la explotación y la precarización son moneda corriente, y en donde los personajes optan por ensimismarse en sus conflictos internos en busca de una posible salida o solución que, casi siempre, es obstaculizada por el sistema. Lila y Marcela (Liliana Matínez y la recientemente fallecida Rosario Bléfari, respectivamente) son dos ordenanzas de limpieza de una dependencia estatal, que a la vez sostienen un comedor clandestino dentro del edificio, a donde suelen ir a almorzar la mayoría de los/as trabajadores/as. Todo cambia cuando cambian las autoridades de la dependencia y llega la nueva jefa (interpretada por Verónica Perrota), quien luego de un declamatorio y aparentemente esperanzador discurso de bienvenida, comienza a generar una crisis en la relación leal de Lila y Marcela. Se trata de otra efectiva muestra más de las desigualdades a las que asistimos a diario, cargada de un realismo riguroso y explícito, con personajes que aún en su rutinaria cotidianidad logran cautivar y generar la identificación automática del espectador. Un realismo crudo que se encuadra en los parámetros más convencionales del relato clásico: personalidades contrastadas y contrarias, personajes nobles y malvados, sin medias tintas. La villana es bien villana, así como Lili (la principal protagonista) es bondadosa y cordial y, por eso mismo, presa de sus propios límites y de su propia ambición bienintencionada. Ese ritmo de vida en el que se ven envueltos los personajes nos resulta natural y cotidiano y, sin embargo, a través de los elementos que articula este reciente estreno del cineasta tucumano, nos interpela y nos moviliza hasta la frustración. Sabemos que no hay mucho que hacer al respecto, sabemos muy bien en qué consiste una licitación pública en términos jurídicos, sabemos bien quiénes son los jefes económicos en una institución cualquiera sea, y sabemos que ese posicionamiento jerárquico implica poder simbólico, social e ideológico, más allá del económico. Sabemos que afuera acucian el desempleo, los despidos, las magras condiciones laborales, la flexibilidad contractual y laboral generalizada en la administración pública y en la privada. Todo eso lo sabemos, nos inquieta y nos perturba, pero ¿qué podemos hacer al respecto? Y, principalmente: ¿qué podemos hacer cuando, al mismo tiempo, debemos enfrentarnos con nuestra propia ambición humana? La película de Raduzky, nuevamente, expone una trágica realidad cotidiana desde la mirada algo ingenua pero efusiva de Lila. Resulta curioso, por lo tanto, identificar cómo el cine opera desde los extremos para volver crítico y consistente su discurso. Porque la mirada sesgada, previsible y cargada de prejuicio de su nueva jefa, está exacerbada. La mirada alterada de esa nueva figura de autoridad, y así la caracterización de su estatus como personaje, está llevada al extremo; desde la ironía, desde la parodia y desde el repudio. Y, aún así, se siente más real que nunca.
No puede dejar de leerse el entramado social y económico que plantea Ezequiel Radusky en Planta permanente, como una visión cercana a los tiempos que vivimos. Este film argentino que resultó el último de la actriz Rosario Bléfari se estrena el próximo 29 de octubre, Aunque el tema del recambio de director de un organismo público y los subsiguientes efectos que produce, es de índole universal, hay un tejido de clases sociales entre esa función, que se sospecha política, de la nueva directora que asume en este espacio (Obras publicas de una provincia) y las empleadas de la planta permanente (personal de limpieza) lo que tiene un aire a la racionalización del gasto público que acaba de sufrir la Argentina en estos años. Los modos de dirigirse a sus empleados en su discurso inaugural acerca a la nueva directora a un personaje de la política argentina que le resultará al espectador muy fácil identificar. La manipulación es una microfísica que empieza con un discurso, que sigue con un cierto grado de cercanía entre Luli (la mujer de limpieza que tiene 20 años de antigüedad) y la directora, y que involucra el cierre de un comedor clandestino que beneficia a quienes cocinan y a quienes almuerzan, la reapertura de otro comedor más oficial y un llamado a licitación. Un gran papel de Rosario Bléfari (en este mismo festival se celebra el reestreno del clásico Silvia Prieto) y un verdadero hallazgo el de Liliana Juarez que sueña con tener su restaurante propio y le da el tema risueño a la historia. Radusky (director del film tucumano Los dueños) mide, en un modo de narrativa clásica, la altura de estos personajes que rápidamente se ven enfrentados por la lógica del mercado, pero básicamente porque pelean por sus propios puestos en una administración plagada de favores, encargos, “irregularidades” y operaciones de normalización. Tal vez tampoco escapa la enunciación a cierto prejuicio de clase sobre los conflictos entre estas mujeres que prefieren entablar una lucha entre ellas sin poner en discusión en ningún momento la verdadera naturaleza de la amenaza. Este comentario se publico durante el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
Lila y Marcela trabajan para el estado en la provincia de Buenos Aires. Son personal de limpieza de una dependencia estatal. Conocen cada pequeño espacio del lugar y, como suele ocurrir, su funcionamiento más allá de las reglas oficiales. Se las ingeniaron para gestionar un comedor dentro del lugar, de manera ilegal, en un espacio olvidado del edificio. Pero con la llegada de una nueva titular al ministerio, las cosas cambian. Todo se vuelve inestable, el comedor peligra, las promesas de la nueva gestión no son confiables y las dos mujeres inician una batalla por sobrevivir. La película muestra, con humor negro, esta pelea entre las dos empleadas estatales. Al parecer, el estado es un lugar donde la gente puede trabajar o no trabajar toda su vida, al menos dice eso la película, hasta que llega una gestión malvada que rompe con su pequeña madriguera bien establecida. El director cuenta con habilidad esa batalla y logra apuntes interesantes. Pero al mismo tiempo decide, con poca honestidad intelectual, tener una mirada acrítica, incluso con simpatía costumbrista, acerca de la vida estatal. Sus dardos están lanzados contra la nueva secretaria del ministerio. La película establece que, más allá de las peleas internas, el mal habita afuera, no en la planta permanente a la que los empleados intentan acceder, y así no irse jamás, hagan lo que hagan. La necesidad de bajar línea en una película que tenía inicialmente buenas ideas y grandes actrices, entorpece el producto final y el último tercio desbarranca en una mirada demasiado simple, demagógica y finalmente fallida. Los cineastas en Argentina parecen no tener el coraje de hacer películas inteligentes hasta el final, subestiman al público y el resultado está a la vista.
No hay más camino que el de la lucha La nueva película de Ezequiel Radusky (Los dueños) expone uno de los males existentes en la Argentina: la situación laboral en el sector estatal. Poderosa, necesaria y movilizante, Planta permanente (2019) se convertirá en un clásico instantáneo a la hora de hablar de “cine social y laboral argentino”. “No puedes pasar de largo lo que está sucediendo. Tal vez si contamos la verdad sobre el pasado contamos también la verdad sobre el presente. No hay más camino que el de la lucha”. Esta frase corresponde a Ken Loach (Yo, Daniel Blake), cineasta conocido por hablar de esas historias que suceden en la realidad pero que pocos se animan a contarlas. Radusky toma este guante, explora la realidad de las trabajadoras y los trabajadores de la administración pública, y torea a una clase política desinteresada en el bien social. Planta permanente es la voz de esta pelea: grita desde el alma una problemática ninguneada hasta por los medios de comunicación. Estructurada en el trabajo de dos empleadas de limpieza de una dirección de Obras Públicas provincial, interpretadas por Liliana Juárez (El motoarrebatador) y Rosario Bléfari (Silvia Prieto), estamos en presencia de una obra que se caracteriza por explorar la existencia de la humanidad dentro del engranaje del Estado. Hay sentimientos. Hay preocupación por la otra persona. Hay un fin común que se respira en el ambiente, que te identifica. Pero hay también una burocracia apabullante y víctimas silenciosas de gestiones sin humanidad. Todo esto a través de personajes que atemorizan gracias a un discurso hipócrita condenado a cambiar la situación de los de la base de la pirámide jerárquica. Juarez y Bléfari brillan. Ellas son dos torbellinos llenos de energía que se apoderan de cada escena y dan vida al guion co-escrito por Radusky y Diego Lerman (Una especie de familia). Verónica Perrotta (Las toninas van al este), en la piel de la nueva directora, ofrece una interpretación tan convincente que nuestra reacción como espectadores es la del rechazo inmediato. Un logro sensacional de la actriz a través de una caracterización vocal y gestual que nos hará recordar a determinados personajes femeninos de la anterior etapa política. La sencillez de la película es tan genuina que no hay espacios para incredulidades. La cuota de humor está bien administrada y no cae en burlas ni en faltas de respeto. Planta permanente es una obra atemporal, la cual permanecerá vigente mientras existan aún perjudicados de esta problemática laboral. La precariedad también aflora en la administración pública y nos golpea la puerta con ferocidad. El poder en manos de sujetos con determinados intereses particulares nos produce una sensación de impotencia que nos desborda. Desde los medios de comunicación, lo mejor que podíamos y podemos hacer es a no callar estas situaciones. Desde el arte, el objetivo es transformar estas causas en una obra que invite a la reflexión, a la búsqueda de la justicia social y a poder visibilizar a los que más lo sufren. No hay más camino que el de la lucha y Planta permanente lo interpreta de la mejor forma.
Hermanos divididos y devorados "Si bien el film plantea un conflicto simple, presenta discusiones e intereses contrariados, relatando otro costado sobre la realidad laboral" Planta Permanente (2019) del Director y Guionista Ezequiel Radusky, sigue Lila y Marcela , quienes trabajan desde siempre como personal de limpieza en una dependencia estatal. Conocen sus recovecos como nadie y se han inventado una forma de subsistencia –y un sueño– gestionando un comedor absolutamente irregular en un rincón abandonado del edificio. Pero los tiempos cambian: llega una nueva directora –con sus discursos cínicos, plagados de lugares comunes– y con ella las promesas vacías, el cierre del comedor y una ola de despidos que destruyen el precario equilibrio de la vida en el Estado y transforma las tareas cotidianas en una lucha por la supervivencia. La actuación de Liliana Juárez es más que destacable, y muestra de forma magistral a su personaje, llevando la película a sus hombros. Constantemente las performances de los demás personajes, resuelven la trama de forma efectiva, retratando la realidad y sin mayores novedades. "Pese a no jugársela mucho en cuanto dirección se trata, la película logra mediante diálogos y actuaciones contar una gran historia, generando en el espectador cierta inquietud con respecto al tema." Calificación: 7/10 Título original: Planta permanente Año: 2019 Duración: 78 min. País: Argentina Dirección: Ezequiel Radusky Guion: Ezequiel Radusky, Diego Lerman Música: Maximiliano Silveira Fotografía: Lucio Bonelli Reparto: LILIANA JUÁREZ - LILA // ROSARIO BLÉFARI - MARCELA // VERÓNICA PERROTTA - DIRECTORA // SOL LUGO - CAMILA // NINA SUÁREZ - YANINA // HORACIO CAMANDULLE - PATO // PEDRO PALOMAR – OSCAR Género: Comedia. Drama | Comedia dramática. Comedia negra. Trabajo/empleo
Todos quieren subir la escalera del reconocimiento, la vanidad y el poder: los que limpian quieren trabajar en oficinas, los oficinistas sueñan con conseguir una jefatura, los directores hacen sentir su autoridad a los jefes con mano dura, los jefes se desquitan con los oficinistas, y los que trabajan en oficinas tratan con desprecio a los que limpian. Esta rueda atroz, activa una maquinaria que en la película se ve a la perfección.
Nos encontramos ante un film revisa el proceder y las condiciones laborales que cada organismo estatal debiera garantizar. Una exploración de interrelaciones humanas que visibiliza cierta complejidad en sus personajes protagonistas, y en estas contrariedades que reflejan sus caracteres, examina los miedos internos que denota el siempre complejo comportamiento humano, llevado aquí al terreno del ámbito laboral. Influenciado por el compromiso social de películas de denuncia como “Un burgués pequeño, pequeño” de Mario Monicelli. También, con la sensibilidad social y los matices certeros para abordar el universo del trabajador desde un costado concientizador y jamás condescendiente, como el practicado por Stephane Brize, Ken Loach, Reiner W. Fassbinder, Aki Kaurisamki o Laurence Cantet; según las propias palabras del realizador respecto a sus influencias. “Planta Permanente” aborda una rara avis dentro de nuestra industria contemporánea, adentrándose en el compromiso que exige un cine que indague en las capas más frágiles del entramado social, generando personajes que reflejen las injusticias del sistema. Una vez más, el artificio audiovisual opera como instrumento estético propenso a la identificación con el espectador. A sabiendas del poder y la responsabilidad que tal acto demanda, a la hora de transmitir un mensaje atento a su deber moral, “Planta Permanente” expone una realidad que devela el enfrentamiento de clases, la división entre propios trabajadores y las sistemáticas contradicciones que enfrentan a los estratos más populares con los sectores de poder. Pensemos en la siempre presente fisura en la escala social, en la posibilidad de cierta herida autogenerada por la clase que se siente excluida, postergada o ignorada por cierto sector de la sociedad más acomodada. Este valiente enfoque autoral y porción de realidad persigue una mirada realista: desnuda los entretelones de una tragedia que no busca conciliar, sino exponer ante nuestros ojos el vapuleo al que, a menudo, se ve expuesto el empleado público, contraponiéndolo al arquetipo del funcionario en cuyas manos recaerán decisiones, con frecuencia, tomadas de modo apresurado. Sin embargo, esta radiografía antagónica de personajes víctimas o victimarios no cae en el lugar común ni en el cliché absolutista para construir su verosímil.
Lila trabaja como personal de limpieza desde hace 30 años en un edificio estatal. Una nueva directora llega a la dependencia y todo se transforma en una lucha por sobrevivir. Lila y Marcela trabajan desde siempre como personal de limpieza en una dependencia estatal. Conocen sus recovecos como nadie y se han inventado una forma de subsistencia -y un sueño- gestionando un comedor absolutamente irregular en un rincón abandonado del edificio, pero los tiempos cambian. Llega una nueva directora, con discursos cínicos, plagados de lugares comunes, y con ella las promesas vacías, el cierre del comedor y una ola de despidos que destruyen el precario equilibrio de la vida en el Estado, transformando las tareas del día a día en una lucha por la supervivencia. Ezequiel Radusky (Los Dueños), co-guionista y director del film, consigue traernos una crítica satírica a los esquemas laborales dentro de la esfera estatal, donde la envidia, la codicia y el compañerismo acompañan a las protagonistas de principio a fin. Un drama que gana puntos en las interpretaciones de la rutina diaria, la cotidianeidad de las relaciones y, por sobre todo, la naturalidad de las actuaciones. Liliana Juárez (El Motoarrebatador) y Rosario Bléfari (Silvia Prieto) vuelven a mostrar una excelente química con su dupla, seis años después de haber compartido escenas en Los Dueños. Sea la empatía que suele generar Juárez, o la compenetración de Bléfari en su papel, la película demuestra cómo dos compañeras, dos amigas, en vez de unirse se pelean hasta que finalmente ninguna gana nada e, incluso, terminan perdiendo todo. Planta Permanente, Rosario Bléfari, Liliana Juárez El trabajo en los diálogos es notable y no pasa desapercibido, al igual que el lenguaje y situaciones verosímiles que se pueden encontrar no sólo en una secretaría de obras públicas, sino en casi cualquier ámbito laboral. Una absurda lucha de personas de la misma clase, acompañada por subtramas secundarias que la dotan de autenticidad. Escenas simples y profundidad de análisis. Radusky no se satisface con esa dualidad y establece un cambio de autoridades con un consiguiente desequilibrio en las relaciones de poder en la administración pública. Angustiante, inteligente y con un sutil humor negro que permite disfrutar historias comunes en la clase trabajadora. No se estanca en lo obvio y posibilita la percepción de las manipulaciones patronales en un lenguaje simple y conciso. Si a esto le sumamos unas protagonistas reales que saben llegar al espectador, lo que se obtiene es un producto final digno de apreciar.