Reloj, Soledad en un filme de contemplación y actividades cotidianas que, a simple vista, parecieran no esconder nada inusual. Sin embargo, la crisis existencial de la protagonista, se exhibirá con la dinámica de esa rutina diaria que le toca vivir en soledad, sin perspectivas de poder salir de una jaula de aislamiento personal.
“Como dice la Biblia en el libro del Génesis ‘y al séptimo día Dios descansó’, ahora con mi séptima película llegué a Mar del Plata” , dijo con una sonrisa César González en la presentación de su película, Reloj, soledad, que participa en la Competencia Argentina del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Con apenas 32 años, González tiene una extensa obra como director pero además como escritor, dos disciplinas con una poética que está orientada en gran parte a contar historias del Conurbano bonaerense. Reloj, soledad toma un breve período de la vida de una empleada de limpieza (Nadine Cifre, que también colaboró con el guion y la producción del filme), una joven que vive una existencia monótona, sola en una casa humilde en el sur del Conurbano bonaerense. Los días de la protagonista pueden ser similares a los de miles de trabajadoras, pero lo que la distingue es que cuenta con un trabajo en blanco, un “privilegio” casi insólito en su entorno, como bien se ocupa de dejar en claro la película. La cámara está centrada en esta chica que diariamente se traslada a la imprenta en donde trabaja (esquivando algún intento de acoso, recorriendo calles con poca luz), una vida sin estímulos ni esperanza, hasta que decide robar del escritorio del dueño de la fábrica (Edgardo Castro), su costoso reloj. Lo que sigue es una profundización de las penurias de la protagonista, que ni su madre (Erica Rivas) podrá atenuar. Si desde el comienzo el director diseñó una puesta para mostrar en pequeños detalles la pobreza y la lucha que significa vivir en algunas zonas del Conurbano, a partir del pequeño robo, suma violencia y un destino que parece insalvable en ese territorio. RELOJ, SOLEDAD Reloj, soledad. Argentina, 2021. Dirección: César González. Guión: Nadine Cifre y César González. Intérpretes: Nadine Cifre, Erica Rivas, Sabrina Moreno, Edgardo Castro y Juanky Romero. Fotografía y Cámara: César González. Sonido directo: Javier Omezzoli. Post Producción de Sonido: César González y Nadine Cifre. Montaje: César González y Nadine Cifre. Música Original- Banda Sonora: Mueran Humanos, Carmen Burguess, Tomás Nochteff, Julio Rodríguez, Ariel Moyano, Nadine Cifre, César González. Duración: 70 minutos.
Una de las principales virtudes del cine de César González, acaso uno de los directores independientes más prolíficos de los últimos tiempos, y que, seguramente, si tuviera los recursos sería aún más productivo, es la verdad con la que narra. Ahí donde otros realizadores reposan su mirada cuasi de manera antropológica, donde el objeto que reflejan, sea en documental o ficción, es algo completamente ajeno, en González su conocimiento potencia escenas y diálogos cargadas de verosímil, aun cuando algunas palabras suenen impostadas. En “Reloj, Soledad”, describe un universo de rutinas, laborales, personales, sociales, que permiten empatizar con el personaje protagónico, encarnado por Nadine Cifre, una joven que deambula entre deseos postergados y las expectativas de aquello que no tiene. Cuando un día una “oportunidad” se presenta ante sus ojos, se desata un conflicto que afectará su situación laboral y personal, y en donde quedará expuesta y a merced de la violencia ajena, la que, expresada en palabras, gestos y acciones, impedirán que continúe con sus días normalmente. Pese a que su madre (Érica Rivas) le advierte que toda acción tiene una reacción, e intenta normalizarla una vez más, con mensajes moralizantes, o que su jefe (un preciso Edgardo Castro), con amenazas oprime a ella y sus compañeros, nada le hace torcer el camino emprendido con seguridad. “Reloj, soledad” habla de cuerpos sujetos a mecanismos productivos, en donde las reglas son hechas para cumplir y el o la que no lo haga, terminará inmerso en una pesadilla de la que solo podrá salir si es fiel a sus convicciones. Película con verdad y dolor, emergente de un universo cada vez más vivo en los márgenes, González nos aventura en una propuesta que vale por su verdad y su profunda reflexión.
La culpa y el castigo en la nueva obra de César González La película construye un 'tour de force' para la protagonista, inmersa en un espiral de violencia donde la culpa y el castigo se resuelven en la misma calle. El director de Lluvia de jaulas (2019) cuenta historias surgidas en barrios populares desde la perspectiva de sus habitantes, para poner al espectador en sus zapatos y obligarlo a comprender la complejidad de sus dificultades. César González sigue de cerca a su protagonista, interpretada por Nadine Cifre, una empleada de limpieza de una pyme que un día toma una decisión que le trae funestas consecuencias. La primera media hora de la película es descriptiva como si estuviéramos accediendo a un documental. Nos muestra el día a día de esta chica que vive para trabajar. Su rutina sigue la misma automatización que las máquinas de la imprenta donde trabaja como personal de limpieza, junto a otra compañera. Este relato minucioso de su pesar emocional, que conjuga la presión ejercida sobre su cuerpo por la obligación y la sumisión, la lleva a tomar una decisión errónea: robar el reloj de su jefe (Edgardo Castro) cuando limpia su oficina. El preámbulo descriptivo del film nos ayuda a comprender los motivos de su acto, ligado a la necesidad económica de la protagonista, pero también, es un modo de salirse de la rutina carcelaria en la que se encuentra inmersa. Pero su jefe, de manera inesperada, responsabiliza a su compañera por el acto y la echa del trabajo. Ella siente la culpa y trata de redimirse mientras el hermano de la damnificada la acosa diariamente. La presión ejercida sobre su cuerpo se cuadriplica. Sin dejar de ser un cuento moral, Reloj, Soledad (2021) traza puentes con el cine de José Celestino Campusano al sumergirse en barrios populares y contar, desde allí, los problemas diarios que adquieren connotaciones trágicas.
Cimiento realista sin etiquetas Tras cometer un hurto, una chica que trabaja en limpieza se debate entre una culpa que no termina de tomar forma y el miedo ante represalias insospechadas. Poeta, ensayista, artista plástico y realizador, César González viene produciendo desde hace tiempo una obra cinematográfica frondosa y singular que permanecía en una invisibilidad casi plena. Eso comenzó a cambiar a partir del estreno de Lluvia de jaulas como película de apertura del DocBuenosAires en 2019 y la participación el año pasado en el Festival de Mar del Plata de Reloj, soledad, su primer largometraje de ficción, aunque con fuertes elementos documentales. Nacido en 1989 en el barrio Carlos Gardel, Morón, González suele sostener sus películas sobre un cimiento realista, aunque todas se resisten al etiquetado fácil y superficial del así llamado “cine social”. Si en el documental ensayístico Lluvia de jaulas la impronta de las enseñanzas de Dziga Vertov se colaba en algunos de sus procedimientos de montaje, en Reloj, soledad una primera impresión parecería encolumnar el relato detrás del estilo practicado por los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne. Sin embargo, hay más de lo que el ojo logra capturar en una primera instancia. Una joven de cabellos azul verdosos de quien el espectador nunca conocerá el nombre –en ese anonimato se adivinan intenciones arquetípicas– se despierta gracias a la alarma del teléfono celular. La chica se prende un pucho y luego procede a lavarse los dientes y tomar unos mates, en ambos casos con agua embotellada (no hace falta subrayarlo: se adivina la falta de agua corriente). De allí a esperar el colectivo que la llevará, como todos los días, del conurbano a la ciudad, a la pequeña imprenta donde trabaja como empleada de limpieza. Al sonido rítmico de los grandes mecanismos de tampografía, la banda de sonido le suma acordes electrónicos de la banda Mueran Humanos y otros colaboradores musicales. La máquina, desde luego, ya no promete unirse al humano en perfecta simbiosis, como ocurría en El hombre de la cámara, pero la alienación tampoco es del orden chaplinesco en Tiempos modernos: la muchacha está detrás/debajo de la línea de montaje, barriendo los pisos luego de que la faena ha tenido lugar, ordenando despachos. Pero “está en blanco”, como destaca su compañera de trabajo en más de una ocasión. Durante uno de los turnos nocturnos, la soledad del espacio es interrumpida por la visión de un reloj de marca, olvidado sobre el escritorio por el dueño de la pyme. El hurto tiene consecuencias y el resto del relato sigue un derrotero de algunos pocos días, en el cual una culpa que no termina de tomar forma y el miedo ante represalias insospechadas acompañan a la joven en su ida y vuelta al trabajo, e incluso durante una noche de escabio en el kiosco del barrio. Las contradicciones son flagrantes, pero la condena no resulta sencilla; la incomodidad que surge de las acciones y la lectura que puede hacerse de ellas impiden asimismo la clásica “toma de decisión” de las criaturas dardeniannas, a la manera de El niño, Rosetta o El hijo. La cámara de González aporta planos cercanos, cortantes, desprolijos, que escapan de la estetización facilista o el encapsulamiento de la historia en estantes ideológicos cómodos. Gestado y rodado durante el segundo año de pandemia, el film –coescrito por la actriz protagonista, Nadine Cifre, junto a González–, es un ejemplo cabal de autogestión en términos de producción. La participación amistosa de Edgardo Castro y Érica Rivas en papeles secundarios pero de enorme relevancia aportan un peso actoral que la película explota en su beneficio dramático. Los otros “personajes” de la película no son menores. Por un lado, el tiempo como definición abstracta, que el reloj del título señala más allá del objeto en sí mismo. También Villa Domínico, espacio geográfico que González no pretende universalizar sino todo lo contrario: la topografía del barrio es esencial a la trama, y sus imágenes y sonidos definen una forma de vida ligada a la supervivencia, el miedo a la falta de trabajo, la tolerancia a la falta de mejores perspectivas.
Primero fue Raúl Perrone, luego José Celestino Campusano y, desde hace algún tiempo, César González. Más allá de sus diferencias generacionales, temáticas y estilísticas, los tres han forjado prolíficas filmografías desde el conurbano profundo y se convirtieron en referentes de muchos programadores y algunos críticos por hacer un cine distinto desde las periferias y en varios casos incluso por fuera de la centralidad porteña y los subsidios del INCAA. En el caso de César González, el más joven de los tres, se escribieron muchos ensayos sobre su “poética” en historias ambientadas en barrios populares y se lo puso como ejemplo frente a un cine supuestamente adocenado y previsible que se estaría haciendo desde el establishment industrial. En ese sentido, Reloj, soledad surge como la película más clásica de todas las que he visto de este director. Construida en colaboración directa con la magnética protagonista Nadine Cifre, quien figura también como coguionista, coeditora y coproductora, narra la historia de una joven que vive sola y en condiciones bastante precarias en el sur del conurbano bonaerense. Sin embargo, a diferencia de muchos de sus vecinos, ella tiene un empleo en blanco como empleada de limpieza en una enorme imprenta. La cámara de González -Atenas (2019), Lluvia de jaulas (2020) y Castillo y sol (2020)- no abandona ni un instante y sigue siempre de cerca a esta chica de pelo con toques celestes y verdes, desde su cotidianeidad hogareña donde a veces falta hasta el agua hasta sus largos viajes en colectivo a la fábrica que lidera Mario (Edgardo Castro). Y justamente en la oficina de su jefe ella encontrará y se robará un costoso reloj, que terminará con una compañera de limpieza perdiendo su puesto. Y allí comienzan las (nuevas) penurias de nuestra antiheroína, dominada por la culpa y amenazada por un contexto cada vez más hostil, que la llevará a buscar refugio en lo de su madre (Erica Rivas). La historia -que tiene elementos que remiten al cine del citado Campusano y al de los hermanos Dardenne- es, como quedó dicho, algo convencional, pero lo que hace de Reloj, soledad una película por momentos fascinante son los detalles, las pequeñas observaciones: el ominoso Riachuelo, los carros a caballo, Un poco de amor francés de los Redondos sonando en un bar y esos micro (y no tan micro) machismos que condicionan el día a día de una joven que busca un camino de independencia entre tentaciones y obstáculos.
Una joven mujer presa de una rutina sin concesiones. La primera parte de este film de Cesar González (Lluvia de jaulas, Atenas) se parece a un documental sobre el trabajo que acomoda a los cuerpos a los ritmos de las máquinas. La protagonista vive en un lugar precario, se alimenta como puede, hace la limpieza en una enorme imprenta donde sus compañeros repiten los gestos del trabajo hasta la locura de las horas. Pero la cámara que no se despega de Nadine Cifre (co-guionista) que vive para trabajar, que soporta cómo puede el machismo que la rodea, festejos vecinales, hombres abusivos en los colectivos, un jefe de palabra excesivamente amable y actitud dominadora. Lo que siente como un valor importante le sirve al director para definir a toda la economía de un país: un trabajo en blanco, un objetivo tan difícil de conseguir y conservar, en cuyo nombre se entrega todo, las horas, la sumisión, la poca libertad. Hay un quiebre, donde el film se transforma en un thriller, se redondea como una fábula moral en apariencia, pero en realidad muestra otra cosa. El mecanismo de la culpa, los códigos y rituales barriales que los personajes están obligados a cumplir, pero por sobre todo ese implacable juego del poder, la violencia constante y también desatada sobre la fragilidad de los cuerpos.
Con su séptima película César González llega este jueves 2 de junio a la salas de los cines. “Reloj, soledad” es protagonizada por Nadine Cifre quien además es co-guionista junto al director. Una ficción que habla de la realidad de nuestro país de una manera auténtica y cruda, superando en este aspecto a la mayoría de los documentales que la acompañan en la terna. Del trabajo a casa y de casa al trabajo, luchando por pagar el alquiler un mes más, de eso se trata la vida de la protagonista. Una empleada de mantenimiento en una imprenta industrial que tras la impulsiva decisión de robar el reloj de su jefe encuentra su mundo patas para arriba. La vergüenza, el miedo a las represalias o perder lo poco que tiene, impide enmendar la situación. La cual día a día escala exponencialmente hasta explotar. Por momentos largos planos que acompañan a la protagonista, ruido en la imagen o falta de luz, observaciones que para algunos serían errores. César González toma todo aquello que deriva de su producción hiper independiente y lo convierte en una poética de la escasez. Demostrando a la perfección que no hace falta un gran despliegue técnico para contar una historia o un sin fin de personas trabajando detrás de cámara. La pulsión de hacer cine sobresale como una bocanada de aire tras aguantar la respiración.
Hay que celebrar las propuestas de todo tipo. Sobre todo, las producciones independientes. El cine es un arte, como también un vehículo, y también un lenguaje. Pero que lleva trabajo hacerlo, al fin y al cabo. ‘Reloj, Soledad’, la nueva película de César González, es eso. Un filme meramente independiente. Donde el mismo director forma parte de la producción y donde se manejan las estéticas de un largometraje autofinanciado. Sin embargo, independiente o no, siempre surgen errores, falencias y aciertos a la hora de la ejecución de una película. Lo que pasa, es que a ‘Reloj, Soledad’ le sobran estas falencias. El nuevo filme de César González cumple con todos los estándares de una película independiente. Lo que más se destaca es el excesivo uso de la cámara en mano. Haya sido seleccionada o no esta forma de contar, de igual manera es de mucha utilidad para contar la historia. ‘Reloj, Soledad’ sigue la vida de una empleada de mantenimiento en una empresa. Su vida es sumamente rutinaria. Pero una noche, mientras hacía el turno nocturno, se roba el reloj de su jefe. Es así como empieza una culpa y un conflicto personal dentro de ella. Esto se debe a que su amiga es despedida por haber robado ese reloj, cosa que no hizo. Surge en ella este conflicto personal, que se termina exteriorizando debido a las fuertes presiones que los hermanos de su excompañera de trabajo le imponen. Las interpretaciones se tornan un tanto mediocres, que de cierta forma, acompañan al toque amateur del filme. ‘Reloj, Soledad’ tiene esas típicas características, errores y falencias de una película independiente. Es cierto que puede presentar poco diálogo, pero se compensa con el seguimiento que hace la cámara hacia la protagonista. Se trata de un largometraje donde las acciones lo son todo, y el personaje principal nunca se deja de seguir. Sin embargo, el filme es fiel a sí mismo. Y presenta una historia y una forma de narrar esa historia que se deben valorar, sea cual sea el resultado final.
Después de su estreno en el Festival de Cine de Mar el Plata y tras su paso por varios festivales, llega de manera exclusiva a la pantalla en el Centro Cultural de la Cooperación (Av. Corrientes 1543), la séptima película del director y escritor César González. Con una carrera que lo hizo moverse tanto en ficción como documental e incluso con algunas más experimentales, en este último film César González se mueve en una senda similar en la que lo hizo Atenas, en la cual seguía a dos mujeres que en el intento de reintegrarse a la sociedad tras salir de la cárcel en algún momento se juntaban pero la realidad las separaba de manera forzada. Aquí sigue exclusivamente a un personaje también femenino, en este caso una joven que parece no tener otra vida más que su trabajo, un trabajo en limpieza de una imprenta por el cual debe sentirse muy afortunada ya que le brinda un sueldo en blanco y hasta obra social; derechos básicos que parecen privilegios y se obtienen a costa de un trabajo alienante. González muestra una rutina agobiante cuyo único respiro parece ser una cerveza o un vino que se toma en el cordón de la vereda. En un momento de impulsividad de esa vida mecánica, la protagonista le roba un reloj caro a su jefe (Edgardo Castro en el papel del jefe aparentemente copado que está siempre al borde del acoso) y culpan a su compañera de trabajo quien es inmediatamente echada. A partir de allí la espiral sigue descendiendo y el personaje de Nadine Cifre, que además de protagonizar y cargarse toda la película colabora en el guion junto al director, es acechada por el tiempo que corre y amenaza con explotar como una bomba. González narra su película a través de un registro naturalista e intimista que lo acerca al documental, mostrando el día a día de barrios marginados. Es en la última parte donde la tensión se incrementa y uno espera junto a su protagonista saber qué (nos) va a pasar. En el medio, la participación especial de Érica Rivas termina de darle forma a la parte más efectista del guion. No es su película más lograda ni llamativa y aun así sigue planteando a González como una de las voces a escuchar y seguir. Un retrato honesto y punzante de la clase obrera.
“Reloj, Soledad” es una película independiente que se hace de ideas que parten de premisas claras: el mundo del trabajo, el trabajo y el tiempo, el trabajo y la soledad. Una palabra clave pareciera orbitar alrededor del relato: trabajo. Somos testigos de la vida de una mujer de oficio en su ámbito más cotidiano. Punto de partida para una ficción que empatiza con el registro documental, o será que la ficción coquetea con este. Filmado en una fábrica en Villa Domínico, Cesar González regresa al ámbito que tan bien sabe abordar: el cine conurbano, esa frontera en donde miles de submundos que conviven. Esa reserva social, un territorio indómito a medio descubrir. González conoce como la palma de su mano espacios habita, transita y registra. Es un autor que saber tocar fibras sociales para repensar, revalorizar y redescubrir ideas que materializan tales inquietudes. Creyente de un cine de intervalos y contemplación, se decide aquí a narrar la soledad del personaje, inmerso en un universo rutinario, autómata. El realizador concibe el discurso audiovisual como un instrumento para visibilizar cierta mirada del mundo. La cámara, su aliada, abre ciertas percepciones. Con distancia prudente, ejerce un enfoque diametralmente opuesto al omnisciente. Examina a su protagonista y la estratificación social que la alberga, constata una caída que desencadena hechos subsiguientes. Así es como trabaja el concepto de culpa. Érica Rivas y Edgardo Castro son los rostros conocidos de un elenco en el que sobresale el revelador talento de Nadine Cifré.
La nueva película del prolífico César González toma como protagonista a una chica que se mete en problemas al robar algo en la imprenta en la que trabaja. Honesto e intenso relato sobre la vida en los barrios marginales del Gran Buenos Aires. Los relojes tienen un peso específico fundamental en la historia y en la vida de la protagonista de este nuevo film del realizador de LLUVIA DE JAULAS. Es el que la despierta cada mañana muy temprano (bueno, ahora es la alarma del celular, pero el asunto es el mismo) para ir a trabajar a la imprenta en la que limpia durante una enorme cantidad de horas desde lugares de trabajo hasta mugrosos baños. Es el que marca los horarios de entrada y salida del tiempo todo entero de vida que parece tener para vivir: es un de casa al trabajo y del trabajo a casa versión siglo XXI. Y es un reloj también, en cierto momento, el disparador concreto del conflicto dramático que domina la segunda parte del film. Este film que tiene lugar en la zona sur del conurbano bonaerense –en el Barrio San Jorge de Villa Domínico– se presenta como un relato sobre el tiempo, sobre el poder y sobre quién controla ambas cosas. La protagonista (a la que nunca se nombra pero está interpretada por la coguionista Nadine Cifre) vive sola, pasa horas esperando un colectivo para ir y para volver, no parece tener vida fuera del trabajo, fuma compulsivamente y su único pasatiempo es tomarse un vino en la puerta de un kiosco. Lo demás: una imprenta con máquinas que siguen y siguen (González filma muy bien esa rutina mecanizada de manos, aparatos y procedimientos), un jefe (Edgardo Castro) que siempre parece estar al borde del acoso y la sensación de prisión abierta que incluye, además, los propios condicionamientos de la pandemia, con sus barbijos y (pocos) cuidados. Lo que parece ser un film sobre el trabajo mecánico da un giro en un momento a partir de un pequeño delito que dispara a RELOJ, SOLEDAD a tomar las características de una especie de thriller. Habrá tensión, alguna persecución, fugas y la sensación de que cualquier mínimo desliz en el sistema produce una cadena de infortunios a los involucrados. No parece haber salida posible de ese encierro: el «robo del tiempo» termina siendo un intento de metafórica venganza para un sistema que, fundamentalmente, se queda con el nuestro. En este barrio popular del Conurbano, además, hay reglas y códigos que, si se rompen, las consecuencias pueden ser muy graves. Cifre lleva la película adelante casi sola, con pocos diálogos, casi como una «Rosetta» del Gran Buenos Aires, cometiendo imprudencias y errores en su intento, quizás también, de darle alguna emoción a su vida –especialmente en medio de una pandemia que dificulta la sociabilidad– sin medir demasiado las consecuencias. Erica Rivas encarna a su madre con la que tiene una complicada relación, dentro de un elenco de actores no profesionales. González pinta su universo de manera honesta, cruda, sin condescendencia ni patetismo, poniendo la cámara como testigo casi a escondidas de las experiencias de la protagonista y con algunos planos característicos suyos que apuestan a un registro un tanto más poético. Minimalista pero de amplias resonancias, RELOJ, SOLEDAD es finalmente una historia sobre quién tiene el poder y quién controla los tiempos en una sociedad en estado de permanente supervivencia.