Pueblo chico, religión grande Este documental elige un personaje desconocido, un joven seminarista de Misiones, para tematizar con frescura algunas ideas sobre la construcción de un documental. El protagonista por momentos se convierte en una excusa, y no termina de quedar claro hacia dónde quieren ir los directores en su seguimiento. Aún así no se pierde el interés en lo que sucede. Ricardo Bar, protagonista del film, es un joven seminarista misionero de la Iglesia Bautista. Su pueblo, Aurora, es una gran congregación de origen alemán cuyo epicentro es la Iglesia, y las palabras del Pastor su guía en el día a día. En ese particular lugar, los directores Nele Wohlatz y Gerardo Naumann, llegan para filmar la vida de Ricardo y también la de su comunidad. Pero nadie los acepta tan rápidamente y el documental deberá tomar rumbos nuevos para poder continuarse. Hay una particularidad de la película que es quizás lo que más la distingue de un documental quizás más tradicional, y es la implicancia y hasta el protagonismo que adquieren los propios directores. No solamente porque para que el espectador comprenda un poco más ellos utilizan sus propias voces en off explicando parte del proceso, sino también porque para que el pueblo ceda y les permita continuar su trabajo ellos muestran cómo deben negociar de diferentes maneras. Tal es así que el director termina trabajando en la chacra del padre de Ricardo para compensar el tiempo que su hijo no trabaja por filmar la película. Por otra parte, más de una vez los propios directores tienen que hablar en la Iglesia para justificar su estadía y su “invasión” a los habitantes del lugar. Estas situaciones nunca crean una verdadera tensión pero le dan al film un matiz diferente, quizás no esperado por ellos. Pero hay otros elementos que dan pistas acerca de la misma construcción del film, y problematizan esta idea del registro documental. Porque es evidente que ellos intervienen todo el tiempo para que las cosas sucedan, por lo cual la idea de documento empieza a derrumbarse. Los mismos realizadores hablan de “actuar” cuando mencionan la participación de Ricardo en el film, y en una escena explicitan que más de una vez él realmente actuó para la cámara. Este vaivén entre lo que es real y lo que no lo es tanto es la marca del film. Toda esta situación de extrañeza que al pueblo le genera tener gente filmando no parece unilateral; porque la vida de Ricardo es extraña para la cámara: el portuñol en el que habla, su devoción a la religión, la manera de expresarse y de contarse la realidad. El choque está puesto más que en evidencia en el rechazo de Ricardo a dejarse filmar, sólo la posibilidad de una beca en Buenos Aires parecería convencerlo de seguir, pero tampoco es seguro. Ricardo Bär (2013) es una película que nace definida en su idea, pero que la realización la desvirtúa de su origen y debe reacomodarse. Lo inesperado, entonces, resulta lo más convincente y auténtico de la película. Aunque el rumbo que adquiere no es original - La chica del sur (2012) de José Luis García ya planteaba esta tensión entre lo que quiere el director y lo que la persona filmada permite- sí abre una interesante reflexión sobre los límites y las preguntas que todo realizador debe hacerse antes de prender su cámara.
En Ricardo Bär se sigue al personaje del título, un tímido evangelista de Colonia Aurora, a lo largo de su preparación para ingresar con una beca a una institución religiosa de Buenos Aires. Pero la filmación de la película de Gerardo Naumann y Nele Wohlatz resulta accidentada y llena de dificultades: los habitantes de la localidad misionera desconfían de ellos, y una buena parte del film está dedicada a relatar, desde la voz en off de sus realizadores, los intentos de convencerlos para que los dejen filmar ahí. La película se presenta rápidamente como una construcción: las escenas no ocultan la manipulación de los cineastas; los entrevistados aceptan “actuar” de ellos mismos y parecen estar dirigidos como cualquier actor; la planificación se deja sentir en cada plano. La película, fragmentada como el portuñol que hablan los habitantes de Colonia Aurora, observa la realidad sin esconder su intervención al tiempo que reflexiona reposadamente sobre sus propios materiales.
El problema de la representación La particularidad de este documental de los directores Nele Wohlatz y Gerardo Naumann es la idea de exponer en carne viva el artificio cinematográfico y reflexionar, a partir de la experiencia de abordar a un personaje un tanto díscolo, sobre los problemas de la representación a la hora de plantear una puesta en escena para un potencial documental, atento al registro sin filtros de lo que acontece delante de cámara. Dos tipos de adaptaciones al entorno atraviesan el universo de Ricardo Bär: la de los propios realizadores para convencer y ganarse la confianza de una comunidad de alemanes, en Aurora (Misiones), cuyas familias practican el culto católico bautista y la del propio Ricardo Bär, un joven que afronta una de las decisiones más difíciles de su vida, la cual consiste en la aventura de viajar a Buenos Aires para estudiar teología y así convertirse en pastor o continuar su rutina en el campo, hacer honores al legado paterno y ganarse el respeto de la iglesia de su pueblo con un sermón antológico. De la misma manera que en 2005 Mariano Donoso en su original film Opus expusiera el artificio del proceso de rodaje de un documental sobre la crisis educativa que nunca se llega a concretar, Ricardo Bär transita por el mismo camino sinuoso de la representación, sus limitaciones y la manera de vincularse con un entorno hostil, cuando no un personaje que expone a cámara sus contradicciones y reparos al convertirse en protagonista de una película. Es la distancia de la cámara la que traza el rumbo errático y los contratiempos que deben sortear Nele Wohlatz y Gerardo Naumann, quienes desde el guión y bajo una estructura narrativa partida, que rompe la linealidad temporal (el presente del film en realidad se conecta con situaciones anteriores a las mostradas) y utiliza la voz en off como apunte irónico a veces y otras meramente informativo para orientar al espectador; deconstruye el artificio y reflexiona -en silencio- acerca de las posibilidades de intervenir frente a la realidad aunque se persiga celosamente la idea de mantener la fidelidad ante los hechos, porque en definitiva el salvoconducto de ofrecer al protagonista la chance de la beca de estudios para así comprometerlo en la película, representa la misma contradicción ética de los realizadores al actuar sobre la realidad. Ricardo Bär, personaje, parece tomar las riendas de Ricardo Bär, película, de manera anárquica y despótica al ejercer un efecto de fascinación y misterio, capaz de sostenerse en el derrotero de contratiempos durante el complicado proceso de rodaje, en eso reside su rareza, que podrá o no atrapar al espectador en caso de que éste muerda los anzuelos –a veces no tan evidentes a simple vista- lanzados al mar de dudas por los entusiastas documentalistas, quienes se dejan seducir por la estrella en vez de dirigirla hacia donde realmente debería haber llegado: terminar una película sobre la experiencia de un joven de la provincia de Misiones, quien parte hacia Buenos Aires, dejando atrás su pueblo y su zona de confort, convencido de que su guía no es otro que el propio Jesús.
Una realidad desconocida Hay varias capas que se superponen en esta atípica película argentina, guionada y dirigida por Gerardo Naumann y la alemana Nele Wohlatz, que fue exhibida en el último Bafici. El documental sobre un joven religioso que vive y trabaja en una chacra ubicada en la frontera entre la Argentina y Brasil se va transformando de a poco en el registro de las dificultades para llevar adelante el proyecto, al mismo tiempo que se van sucediendo una serie de peripecias que operan como demostración fehaciente de que las auténticas convicciones religiosas rara vez mudan, aun cuando observadas a una módica distancia luzcan algo exóticas. El protagonista del film es un personaje extraño y a veces desconcertante que vive en una zona de colonias alemanas, habla portuñol y pertenece a la iglesia bautista. Su vida está dedicada sobre todo al trabajo y la actividad en su comunidad religiosa. En los días de Ricardo Bär prima una disciplina que se ve alterada por la llegada de dos desconocidos que andan casi todo el tiempo con una cámara encima, toman cerveza cerca de la iglesia y usan ropa inadecuada para ingresar al templo. Con perspicacia y buen humor, Naumann y Wohlatz van configurando un mapa sociológico del lugar, que investigan a partir de detalles tan pequeños como reveladores: vehículos caros que llegan los días de las ceremonias religiosas, reacciones adversas de anfitriones devenidos en detractores y hasta una magnífica escena donde conviven la tradición del trabajo rural y el avance tecnológico: en medio de una plantación de tabaco, Ricardo intercambia con un cultivador información sobre la capacidad de almacenamiento de un pendrive y el cine de Mel Gibson. De a poco, la película empieza a mimetizarse con los problemas encadenados que se les presentan a los realizadores para hacerla avanzar y va tomando la forma que determinan sus condiciones de producción, un asunto importante en el cine que aquí queda en primer plano, pero no opaca la pintura impresionista de un lugar y un estilo de vida que nos resultan completamente ajenos. Son los trazos irregulares de ese cuadro terminado en función de circunstancias inesperadas los que estimulan nuestra curiosidad y nos enfrentan con un cine lúdico y felizmente vivo.
El tránsito de persona a personaje La película premiada en el FIDMarseille juega a atravesar, en uno y otro sentido, distintas capas de la realidad, que en el caso del protagonista (que le da su nombre al film) incluyen la fe religiosa y la transculturación. La primera escena de Ricardo Bär, el singular documental codirigido por Nele Wohlatz y Gerardo Naumann, premiado en el FIDMarseille, funciona un poco a la manera de la obertura en una ópera: presenta sus temas y variaciones. Primero, vemos a un joven de extraño acento provinciano, en ropas de calle, ofrecer un sermón religioso. Está un poco nervioso, se lo nota tenso y demasiado pendiente de las líneas de su texto. Un plano después, se verá que en verdad estaba practicando y que ese espacio no es necesariamente un templo sino un aula. Y que hay un profesor que, a continuación, le da algunos consejos para mejorar su sermón, desde cómo proyectar la voz hasta cómo hacer un mejor uso del cuerpo. Un poco como en este prólogo, la película irá jugando también entre las distintas capas de la realidad, que en el caso de Ricardo Bär (el título es el nombre del protagonista) incluyen la fe religiosa, el aprendizaje y la transculturación. Si en esa primera escena se entiende que predicar es, de alguna manera, actuar, y que como todo oficio la actuación también se aprende, el film de Wohlatz y Naumann va revelando paulatinamente los pliegues de su factura, sus condiciones de producción, que en un documental incluye convencer y preparar a una persona a convertirse en personaje, instruirlo para que pueda ser él mismo frente a una cámara. Porque quiérase o no, en un documental también se actúa: todo aquel que se expone a un equipo de rodaje, por mínimo que sea, sabe (o intuye) que siempre hay una distancia entre lo que hace en su vida cotidiana y esa misma vida cotidiana registrada para un film. Y ése parece el eje, el centro de gravedad de Ricardo Bär. Misionero, oriundo de Colonia Aurora, un pequeño pueblo de colonos alemanes en la frontera con Brasil, Ricardo cree tener una auténtica vocación religiosa y estar llamado a la tarea pastoral. De hecho, asiste regularmente al Seminario Bautista Teológico de Misiones, en Oberá, a pesar de que no le queda precisamente cerca de su casa. Sus reticencias a convertirse en el protagonista de una película sobre su propia vida son expuestas desde un primer comienzo. Y la negociación que lleva a convencerlo también. En este sentido, es muy ilustrativa del método del film la escena con el pastor de su congregación, cuando le informa que los directores de la película le han conseguido una beca para continuar sus estudios religiosos en Buenos Aires como una forma de compensar su participación en el proyecto, lo que lleva a Ricardo a una larga oración frente a cámara. Queda claro que ese momento conlleva una puesta en escena, que tanto el pastor como Ricardo están actuando para la cámara, pero también que la oración del protagonista es sincera, que es propia y no necesariamente guionada. Ese vaivén, esa distancia entre una y otra esfera, a veces es descripta por los propios realizadores desde la voz en off. Es el procedimiento menos interesante de la película, y también el que le aporta cierta confusión temporal a la narración, con acotaciones acerca de cuándo Wohlatz y Naumann llegaron a Colonia Aurora por primera vez, o fueron rechazados por sus habitantes, o finalmente autorizados a hacer la película, en una reunión religiosa convertida en asamblea para resolver el problema. “En este momento, Ricardo no actúa para la película sino para el pesebre viviente”, reitera en una ocasión Naumann desde el off, subestimando al espectador. Se trata claramente de una representación sobre el tablado del templo, una suerte de pequeño auto sacramental en el cual Ricardo, con una toga de arpillera, representa a un personaje bíblico. Mucho más relevantes que esas acotaciones redundantes son los diálogos de Ricardo con su familia o miembros de la comunidad. Allí aparece arcaica, sorpresiva, toda la áspera música de ese lenguaje sincrético –mezcla de alemán con portuñol– a través del cual se comunican. Se intuye algo propio de la salvaje tierra roja de Misiones en esas palabras hechas de distintas cultura, pero la película tiene la sabiduría de no convertir al paisaje en un elemento decorativo. Prefiere en cambio hacer trabajar la imaginación, como cuando Ricardo cuenta cómo pesca, con sus propias manos, carpas y tarariras, a la vera de un arroyo. Quizás allí Ricardo también esté actuando, pero lo hace con tal convicción que el espectador puede llegar a creer que es tan fácil que cualquiera también podría hacerlo.
Sinceridad ante todo. Ricardo Bär propone desde el comienzo un doble registro; el documental y la ficción se unen taxativamente borrando esa línea fronteriza, a veces, ambigua. La unión no se genera al estilo de Luis Ortega con Dromómanos y sus personajes reales que dramatizan sus vivencias, o Prividera y su experimental Tierra de los Padres. Acá el doble registro es explícito: por un lado Ricardo actúa su rutina diaria en la chacra de sus padres y sus actividades en la iglesia, y, por el otro, los directores narran en voice over sus conflictos con el rodaje y con los habitantes de Aurora, pueblo natal del protagonista donde se desarrolla la acción. El Aurora que nos muestran los directores está prácticamente poblado por bautistas descendientes de alemanes que hablan portuñol. Un pueblito conservador de Misiones que quiere echar a los cineastas forasteros porque toman birra al lado de la iglesia. Y que los directores nos cuenten eso es parte de la sinceridad con la que está hecha la película; de hecho se articula entera alrededor de la sinceridad. El comienzo es una puesta en escena de la reacción del protagonista ante el ofrecimiento de los directores (una beca para que estudie en Buenos Aires) para que, a cambio, acepte trabajar en el film. A partir de allí, vemos a Ricardo actuar su vida, sus labores de chacarero, sus oraciones, sus ganas de ser pastor; y, a su vez, escuchamos a los directores que le dan un giro dramático a tanta contemplación. Hay momentos visuales fenomenales de la mano del gran trabajo del director de fotografía Lucas Gaynor, así como hay escenas exasperantes e intrascendentes, como la de Ricardo conociendo el dispenser de agua del centro de estudios en Buenos Aires. Pero en definitiva, más allá de los altibajos por exceso de confianza en la contemplación de la cotidianidad y de algunas escenas estiradas por demás, la apuesta es bienvenida.
SILENCIO SONORO ¿Quién dijo que el silencio y las palabras son dos conceptos en eterna oposición? A veces, es necesario el primero para generar palabras y así poder compartirlas con la comunidad. Ahora bien, no todos los silencios son iguales sino que pueden clasificarse en tres tipos: aquel que sirve para la meditación, el altanero o indebido y el silencio humilde o cristiano. Bajo este eje se centra Ricardo Bär, el primer largometraje de los realizadores Gerardo Naumann y Nele Wohlatz. Ricardo Bär no es sólo el título del documental sino el nombre del protagonista: un joven que colabora con las tareas de la chacra de sus padres pero que decide convertirse en pastor bautista y que vive en la localidad de Colonia Aurora, Misiones, una región poblada de colonos descendientes de alemanes. “Bär (/bear/) es oso en alemán”, explica Ricardo. De esta forma, el idioma se convierte en una de las cuestiones centrales de la película ya que al vivir en el límite entre Argentina y Brasil, la comunidad habla en portuñol la mayoría del tiempo mientras que, en pocas ocasiones, se escucha el alemán. Lo mismo ocurre cuando aparece la voz en off de los directores como guías del relato; pues se percibe el acento diferente de la realizadora alemana Nele Wohlatz. Así como se establece el contraste entre silencio y palabras del comienzo, que se refuerza a lo largo del filme con múltiples imágenes fijas con relato en off, también se puede destacar un paralelismo entre ficción y no ficción. Si bien el proyecto se centra en las actividades que realiza Ricardo tanto en la chacra como su trabajo pastoral (además de la vida en comunidad) se pone en evidencia la idea de construcción. Por ejemplo, en la escena donde Ricardo viaja en micro y le piden que actúe que se hace el dormido (lo indica la voz en off de la directora) y Ricardo lo repite varias veces. O cuando la voz comenta: “En este momento Ricardo no actúa para la película sino para el pesebre viviente”. En estos casos, el mismo discurso pone en discusión su estatuto y pierde verosimilitud. El aspecto más ligado a su realidad se asocia con la oposición del comienzo. Tal es el caso de la escena donde Ricardo plantea, durante su sermón, una votación para aceptar o no el desarrollo del documental. La voz en off de los directores refuerza la sorpresa ante tal acto. O cuando Naumann le propone al padre de Ricardo trabajar en su lugar en la chacra para recuperar tiempo de filmación. En estos casos, también se evidencia el contexto de la vida del pueblo, sus hábitos y vivencias. El documental no contiene centros de tensión aunque, quizás, el punto de inflexión sea cuando Ricardo viaja a Buenos Aires para conocer el instituto, donde podría estudiar en el caso de que aceptara una beca. La propuesta de Ricardo Bär es efectiva en el juego del silencio y la palabra y permite crear ciertos climas dentro de esa articulación, sin embargo, la ausencia de puntos de conflicto y la confusa definición entre ficción y realidad convierten a la película en un proyecto que no termina de ser verosímil. De esta forma el filme se queda en el silencio indebido, en lugar de escalar hacia la tercera opción: el silencio que escucha. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
Ricardo Bär is a 22 year-old young man who lives with his family in a small farm in Misiones, at the border between Brazil and Argentina. Like many settlers there, he’s a descendant of German immigrants. Unlike most of them, he has a very personal calling: he wants to become a pastor instead of merely inheriting his father’s land. His is a project that speaks of growing up, rather than following in the footsteps of somebody else. At the same time, a film crew headed by directors Gerardo Naumann and Nele Wohlatz is making a documentary about Ricardo and the community at large, which was born out of the curiosity of Wohlatz — herself born in Germany and about to move to Argentina — to find out how these German settlers had adapted to the area. At first, the filmmakers have a hard time gaining peoples’ trust to both let them shoot the film and take part in it. Slowly things seem to change and the film is underway. But sooner rather than later, the townspeople change their minds and ask the German crew to stop shooting and leave the place at once. They say the filmmakers have been invasive, they have worn inappropriate clothing when attending church, have disrespected their rules and lifestyle. So Naumann and Wohlatz pack up and leave. Yet they keep on thinking of ways to go back and keep shooting. And they come up with a great idea: considering how badly Ricardo wants to become a pastor, wouldn’t it be great if he had a scholarship to study Theology at a well-known official institution in Buenos Aires? Once they’ve gotten the scholarship with said institution, they contact Ricardo and the townspeople to negotiate a new permit to make the documentary in exchange for the scholarship. That’s their pitch — and also the fact that the film will be of great use for them to show outsiders what the mission and values of the community are. The people accept and the film is in progress once again. That’s pretty much the general outline of the striking Argentine documentary Ricardo Bär, written and directed by Gerardo Naumann and Nele Wohlatz, and previously screened at the BAFICI and other major international film festivals as well. It’s quite a singular film not only because of the virtually unknown territory it unveils, with all its gripping characters with atypical traits, but mostly because of how it represents the very process and difficulties of documentary making. Not only the logistic problems, which sometimes are indeed hard to solve, but mostly the ones related to the thin frontier that divides reality from fiction, and true-to-life situations from reenactments. Ricardo’s life, as well as that of the community, is both captured as is and staged for the camera. Not that you can always tell the difference because Ricardo Bär, the film, deliberately toys with the respective zones of indetermination. Moreover, it accounts for the fully alive nature of documentary making, since this is a film which is constantly reshaped according to the changes that reality exposes the filmmakers to. So it’s not just a matter of choosing what to depict within this vast scenario, but how to depict a scenario that’s in constant transformation. A film in-the-making per definition. To make the entire matter all the more appealing, the story is not told in chronological order. It teases viewers, leading them to believe they are watching a straight story, but halfway through the film viewers learn they are in view of a zigzagging story that moves back and forth in time. You could even say there are two films in one, at least. The best thing is that this is no empty exercise in modern narrative, but instead it’s the finest way to narrate everything that took place in the character study of one peculiar young man, as well as the portrayal of a religious culture of German origins but with Argentine roots, with folks that speak portuñol (a mix of Spanish and Portuguese), and yet in many cases they feel they belong to Argentina as much as they belong to Germany.
¿Qué es un documental? ¿Qué lo diferencia de una ficción o una ficcionalización? No sabemos si estos eran los planteos originarios de este trabajo de Nele Wohlatz y Gerardo Naumann; pero el resultado final los evidencia. Ricardo es un joven misionero, perteneciente a una comunidad cerrada, que mantiene a la religión como su epicentro. Es hijo e chacareros y parece que su destino indefectiblemente será ese. Pero él quiere dedicar su vida a la religión con la que se creó, es seminarista de la Iglesia Bautista. Si uno sólo ve la primer capa, podríamos decir que es esto lo que los directores fueron a filmar, tomara l joven como botón de muestra, mostrar la vida en comunidad, la influencia de la religión, la necesidad de romper un esquema de destino tradicional, y quizás ver cómo se interactúa con el afuera. Pero Wohlatz y Naumann deciden de primera plana ubicarse dentro de su película, otorgarse un lugar fundamental. En un principio como una voz en off guiadora y explicativa de lo que vemos, algo regular en varios documentales. Pero también, no sabemos si porque se vieron desbordados o porque realmente lo buscaron, exponen la cocina de creación, una suerte de detrás de escena, o de cómo se consiguió filmar lo que se ve. Ricardo no está muy convencido de participar en la filmación, pero si lo hace tendrá la oportunidad de una beca para ir a estudiar a Buenos Aires. Menos convencidos aún están el resto de los habitantes, que no los aceptan y los miran como extraños; y ahí veremos como el dúo intenta convencer a las personas de entrar, dejarse filmar. Esto queda mucho más expuesto en la relación con la familia de Ricardo, con la cul deberán realizar un trabajo compensatorio por la cantidad de tiempo que le ocupará al joven actuar, sí, actuar. Ricardo Bär habla de asumirse a sí mismo y en esa búsqueda romper el molda, reconocerse a sí mismo como lo que uno es. Pero esa autoconciencia entra también en este film al que cuesta encasillarlo completamente como un documental, aunque definitivamente no es un ficción. Se habla de guión, de actuación, de lo que tienen que decir o hacer frente a la cámara. Sí, muy probablemente, todos o l gran mayoría de los documentales mantengan esta estructura de organización, pero Ricardo Bär decide exponerla y darle un lugar preponderante. En este sentido, lo que se ve es una mezcla, una pulsión entre dos factores que hace que ambas puntas pierdan fuerza. Por momentos pensamos si no se decidió cambiar el foco de atención porque lo que se estaba consiguiendo no tenía la suficiente profundidad; en todo caso, la decisión tomada, sólo evidenció más la problemática. Frente al espectador traspasa algo que no sabemos si es lo que fue a buscar – con la consiguiente pérdida de interés –, simplemente porque no sabemos si es lo que los directores fueron a buscar.
Ricardo Bär tiene dos protagonistas: el joven que le da el título a la película, y el rodaje de la película en sí mismo. Por un lado, en un registro documental, se muestra a Ricardo en un momento decisivo de su vida: debe decidir si acepta una beca para estudiar teología en Buenos Aires, como un paso más en su camino hacia su objetivo de convertirse en pastor bautista. Por el otro, se cuentan las reacciones que tiene la comunidad de Colonia Aurora (Misiones) ante la presencia de las cámaras y el equipo de filmación. Las dos situaciones están imbricadas y son indivisibles: a medida de que se va mostrando la cotidianidad de Ricardo, también van apareciendo las barreras para filmarla. No vemos estos obstáculos, sino que son relatados por las voces en off de los directores, la alemana Nele Wohlatz y Gerardo Naumann -de familia alemana-, que cuentan en primera persona las objeciones que la pequeña comunidad les va presentando. De hecho, la propia beca, que se termina transformando en el conflicto central de la película, fue gestionada por ellos para poder seguir filmando. Wohlatz y Naumann se interesaron en retratar este lugar de la Mesopotamia argentina porque está poblado por descendientes de alemanes que mantienen algunas costumbres europeas -como entonar cánticos religiosos en alemán- dentro de un modo de vida misionero que incluye, por su cercanía con la frontera con Brasil, hablar en portuñol. Por azar ligieron a Ricardo como protagonista. El problema es que no logran contagiar ese interés personal que les despertó la zona y el personaje. Ni la vida cotidiana de Ricardo -su trabajo en la chacra, su relación con su familia, sus estudios religiosos- ni los accidentes que debe enfrentar el equipo cinematográfico tienen un peso dramático que justifique la película. No alcanzan la curiosidad o la gracia que provocan algunas escenas aisladas -muchas de ellas son dramatizaciones-, ni que se ponga en cuestión el siempre complejo vínculo del documentalista con el sujeto documentado: el tedio termina imponiéndose.
Un mundo distinto y lejano, el de un joven que vive en la frontera de Misiones y que por recibir un llamado de Dios decide ser pastor. Su viaje y la aceptación de hacer el documental a cambio de un beca permiten abrir la puerta de nuestra curiosidad.
Dos exposiciones, dos películas En el particular film que es Ricardo Bär conviven dos películas, dos abordajes narrativos y estéticos, que ponen en crisis la carátula simple que se le podría dar como “documental”, y también la de “ficción”. Ambas se entrelazan permanentemente, aunque sólo una funciona e impacta al espectador de la manera adecuada. La primera es la historia del personaje del título, la de ese joven de 22 años que parece tener un futuro previsible, simple, incluso cómodo, ya que le espera como herencia la chacra donde vive con su familia en Misiones. Pero él quiere ser pastor, viaja varios kilómetros en pos de su formación y estudia aplicadamente en pos de su independencia, con el objetivo de formar su propio destino. Esa colisión no resuelta entre el deber ser familiar y el querer ser que viene desde el lado de la vocación -alimentado también por un deber ser religioso- se potencia a partir de la chance que aparece cuando los realizadores de la película le consiguen una beca para estudiar en Buenos Aires. El conflicto que atraviesa Ricardo es de carácter universal, el film lo entiende rápidamente y es capaz de dejar que intervengan las particularidades propias del caso: allí también entran en juego las reglas y valores de una comunidad que, en el medio de la selva misionera, sigue recordando y aferrándose a su ascendencia alemana, pero permitiendo a la vez la entrada del portuñol, es decir, de un contexto regional donde tampoco las fronteras son tan sólidas y lineales. Con una cámara que contempla a su protagonista, a las personas que lo rodean y al lugar en que vive -con sus rutinas y tradiciones distintivas- Ricardo Bär es allí una película que se hace permanentemente preguntas sobre esa relación de retroalimentación entre individuo y sociedad. Y esos interrogantes que surgen son enriquecedores porque nacen desde la misma imagen, de una puesta en escena que acciona como fluido marco para lo que se ve y escucha, pero también para lo que no se ve y no se escucha. La segunda película es la historia del rodaje, o más bien la de los realizadores tratando de hacer confluir sus objetivos con los pedidos y reticencias no sólo de la comunidad donde se encuentran filmando, sino también del propio Ricardo, quien no termina de encontrarse cómodo en su rol de protagonista central de un proyecto cinematográfico. A pesar del potencial que ofrece este eje narrativo, no termina de encajar adecuadamente dentro del esquema global del film. Se ven las intenciones por parte de los directores, Gerardo Naumann y Nele Wohlatz, de problematizar las distancias -y también cercanías- entre ellos como sujetos que registran desde un punto de vista determinado, con un recorte particular de la mirada, y el objeto espacio-temporal al cual observan, haciendo hincapié en cómo lo que se mira pasa a ser inevitablemente modificado por quien lo está mirando. Sin embargo, ese manto que se corre, esa exposición por parte de los cineastas, no llega a tener la potencia que sí tiene la apertura de Ricardo. Quizás se deba a que este último queda casi desnudo frente a la mirada del espectador: asistimos a sus idas y vueltas, a sus dudas, a sus dilemas y, principalmente, vemos su cuerpo y rostro expresándolas. En cambio, por más que Naumann y Wohlatz hagan un atendible esfuerzo por abrirse frente a los ojos del público, por revelar las dificultades e inseguridades que atravesaron en el proceso fílmico, no dejan de estar en un seguro fuera de campo, contando y diciendo lo que ellos eligen contar y decir. Aún así, con sus virtudes y defectos, Ricardo Bär no deja de ser una obra compleja, que elude, al igual que su protagonista, los caminos más fáciles. En el hecho de adoptar como título el nombre de su protagonista, enalteciendo su identidad, hay un gesto valiente que se transmite a toda su narrativa y que se agradece.
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