Viaje sin sorpresas Apenas un par de semanas después de Voyage, voyage y Vino para robar, una tercera película ambientada en tierras mendocinas llega a la cartelera porteña. En este caso, se trata de Road July, que además tiene la particularidad de haber sido filmada con un equipo técnico enteramente cuyano. Primer largometraje de ficción de Gaspar Gómez, se trata de una road movie que sigue a un padre en plena recomposición vincular con su hija de diez años (la July del título) a la que nunca reconoció, luego de que su madre falleciera de un cáncer fulminante. A partir de esa anécdota, Gómez esboza una película cuyo máximo punto a favor es la de evitar el regodeo en los paisajes para, en cambio, centrarse en la historia que quiere contar. El problema es justamente ese, una historia demasiado edulcorada -todos los personajes son buenísimos, sin un doblez de oscuridad- en la que se presume desde el minuto uno que todo culminará de maravillas. Es cierto que el subgénero de las road movies implica la aceptación por parte del espectador de que el destino importa menos que el recorrido, pero Road July podría haber sido mucho mejor si hubiera apostado un poco más a construir un universo menos idealizado, mucho más apegado al que nos envuelve cotidianamente.
Una paternidad que se construye sobre ruedas Road July (2010) fue rodada en Mendoza, de donde es oriundo su director, Gaspar Gómez. Se trata de una road movie centrada en el vínculo entre una nena de diez años y su padre, que acaba de conocerla. Tras haber tenido una calurosa recepción en su provincia, el film se estrena en Buenos Aires. Santiago (Francisco Carraso) recibe una noticia que no esperaba: una mujer que fue su pareja murió seis meses atrás. La actitud que demuestra frente a la hermana de aquella no parece ser de demasiada congoja. Apenas un lamento, tal vez, por cortesía. Pero, por más superficial que haya sido aquella relación, hay otra noticia que deriva de la primera y esa sí lo afecta: existe una niña llamada July (Federica Cafferrata) de diez años; su hija. Al borde de un viejo Citroën descapotable, Santiago acepta llevarla a la finca de su abuela (Betiana Blum) por pedido de la tía de July, con quien vivió hasta ese momento. El enojo de su pareja, quien cree que “le quieren meter una hija”, tampoco lo altera demasiado. A esa altura, asumimos que no se trata de un hombre con grandes motivaciones. ¿Podrá gestarlas durante el viaje? Road July nos recuerda a De Caravana (2011), película cordobesa de Rosendo Ruíz. Ninguna de las dos hace de sus topografías un panfleto publicitario. Por el contrario, la procedencia y la geografía se transforman en presencias dramáticas, espacios en los que es posible encontrar una dialéctica entre lo que los personajes vivencian y el espacio en sí mismo. En el film de Gómez esa soledad en la ruta mendocina funciona como un disparador del diálogo, sumada a lo que le aporta el género de la road movie: mucho por transcurrir, mucho por decir. En medio del silencio, Santiago y July se conocen entre sí y a sí mismos. Y para desarrollar ese vínculo, en mucho colabora la versatilidad gestual de los intérpretes, tan entrañable como la de los actores de aquellas Historias mínimas (2002) de Carlos Sorín. Si el tono naturalista que le impone el realizador al relato es un acierto, su reverso lo llevará hacia el territorio de lo superficial, tanto en algunas actuaciones como en la construcción de secuencias humorísticas. La novia aparece como la “típica” histérica, la madre (Mirta Busnelli) como la “típica” mamá entrometida. Los personajes secundarios que, como es de esperar, aparecen en la ruta, están bien construidos. No obstante, algunos apuntes humorísticos no son demasiado sutiles, como cuando el padre se enfrenta a unos policías cuando pretende dormir en un hotel con la nena y deslizan “Che, Pinochet, ¿vos venís seguido a este hotel?”. Es destacable la labor de la amena banda sonora, y de la fotografía de Máximo Becci y Andrés Fontana. Road July es una bienvenida apuesta mendocina que llega a buen destino. Tanto para el padre y la hija, como para los espectadores.
Después de haber protagonizado un pequeño fenómeno de popularidad en Mendoza, donde fue vista por unas 10.000 personas, a pesar de haber sido presentada de un modo tan independiente como había sido producida, sin demasiado apoyo publicitario ni inversión en marketing, esta producción mendocina llega a las pantallas locales y no debe descartarse que pueda obtener aquí una respuesta parecida. Tiene a su favor la sencillez de su entrañable historia, la autenticidad que sólo puede dar la familiaridad con el mundo que retrata (es una road movie que se despliega en la ruta 40 y sus alrededores, con el fondo de los paisajes del sur de Mendoza y entre personajes creíbles y queribles que hablan en mendocino) y la empatía que generan en el espectador por la naturalidad con que viven este inesperado encuentro entre una chica de 10 años, huérfana de madre, y el padre, de cuya existencia no tenía hasta entonces noticia alguna. Como bien dice su director, formado en la Escuela Regional de Cine y Video de Cuyo, se trata de "un viaje a la paternidad". Es decir del descubrimiento mutuo de un padre y una hija, expuesto con amable sencillez, y clima afectuoso, sin caer en la fácil apelación emotiva ni en los lugares comunes de tanto culebrón televisivo. Un hecho circunstancial los pone en contacto. La tía que viene haciéndose cargo de la nena desde la muerte de su hermana se presenta un día en la casa del hombre -un tipo inestable y bastante inmaduro que vende mercaderías importadas de todo tipo- y le informa no sólo de la muerte de la que fue su novia hace una década sino también de la existencia de la que todos conocen por July, fruto de aquella relación. Total, que Santiago, que así se llama el que repentinamente se ha descubierto padre, deberá asumir por lo menos un compromiso, el de llevarla hasta San Rafael, a la finca de su abuela materna, en el modesto pero noble Citroën 3CV que emplea en su profesión. Por supuesto, sin que ella sepa del parentresco que los une. La road movie se pone en marcha y desde el principio se sabe de la química que hay entre los dos actores protagonistas -Francisco Carrasco y Federica Cafferata- y que será fundamental para dotar al film de cierta calidez sencilla y encantadora. Como suele suceder en las road movies, lo importante no son tanto los episodios que saldrán al paso de los viajeros durante el camino (aunque hacen su aporte al humor y la aventura y justifican que la experiencia se prolongue más allá de las pocas horas que demandaría el trayecto) sino el desarrollo del vínculo, que se manifiesta en los gestos y las actitudes de ellos dos y que el espectador acompaña con simpatía, interés y una tenue emoción, gracias al cuidado de los diálogos que ponen el acento en la naturalidad y evitan cualquier artificio manipulador, y a la ternura que se va colando sutilmente sin necesidad de efusiones. Otros méritos destacables de la película tienen que ver con el aprovechamiento del ambiente -en lugar de postales turísticas, imágenes ilustrativas de la realidad geográfica y humana de la provincia-y en el sensible tratamiento de los personajes secundarios, entre los que vuelve a sobresalir la variedad de matices con que Mirta Busnelli es capaz de enriquecer al personaje que le toca en suerte por pequeño que sea. El desenlace es otro acierto del guionista y realizador, lo mismo que el uso expresivo de la banda sonora.
Viaje a la paternidad en un 3CV Los imperativos de la distribución y exhibición nacional hacen que Road July comparta cartel no con una sino con dos películas ambientadas en Mendoza. Lo primero que debe agradecérseles tanto a ésta como a sus involuntarias compañeras (Vino para robar y Voyage, voyage) es la naturalización de la majestuosidad geográfica: en ninguna abundan los planos generales, y los que hay son funcionales a la necesidad narrativa de ubicar al espectador en el contexto antes que a un regodeo visual digno de tarjeta postal. En ese sentido, el primer largo de ficción de Gaspar Gómez es el que mejor funciona, llegando incluso a obviar las particularidades del entorno, aun cuando su premisa central (viaje rutero entre la capital provincial y la localidad de San Rafael) invitaba a lo contrario. La evasión turística es lógica si se tiene en cuenta que el film se rodó con un equipo técnico y artístico mayoritariamente local y tuvo su estreno comercial nacional, e incluso su edición en DVD, en la tierra del sol y del buen vino. Por allí anda habitualmente Santiago (el pelirrojo Francisco Carrasco), un comerciante locuaz y bonachón capaz de vender lo invendible, que asienta su rutina en la comodidad del oficio, una buena casa y una relación amorosa con una de esas mujeres que creen que a los 30 se acaba el mundo y que la maternidad es una cuestión cronológica antes que emocional. El tiene, además, una hija de diez años (la July del título) a la que no conoce y un vínculo cordial e incluso amistoso con su ex cuñada, algo difícil de entender sobre todo después de que el tipo se borrara olímpicamente. Pero ésa es otra cuestión, ya que un encuentro entre ambos viene acompañado del anuncio de la muerte de la madre y un tirón de orejas para que Santiago se ponga los pantalones de una buena vez, llevando a la nena hasta la casa de la abuela (Betiana Blum). La negativa inicial mutará por aceptación, dando así el puntapié a un “viaje a la paternidad en un Citroën 3CV”, tal como la definió su director en una entrevista. Vista en la Competencia Nacional del Festival de Mar del Plata 2010, Road July es una de esas historias livianas, fácilmente digeribles, amenas y pobladas de seres optimistas y bienintencionados, en donde nada puede salir mal. El problema es cuando la imposición del happy end rumbea de la bonhomía generalizada a la inocuidad, la simplificación y lo arbitrario. Ver si no la celeridad supersónica con la que en un par de horas se crea, consolida y afirma un vínculo inexistente durante una década, sin un atisbo de rencor o mea culpa de nadie (urge recomendar la subvaluada Por un tiempo, un film de temática similar infinitamente más complejo, aun en su tersura). O también a ese efectivo de la policía caminera tan compinche como para aceptar una radio a modo de “préstamo”, a cambio del perdón de las multas –eso sí, no sin antes advertir que no pasarán el próximo control– o incluso cómo una acusación de secuestro se soluciona con tono campechano y buena onda. La misma buena onda que destila, más allá de su pertinencia, toda la película.
Una película chica que centra su interés en un viaje donde un padre enemigo del compromiso se reencuentra con su hija casi desconocida, tras diez años de indiferencia. De a poco, se conocerán con un vínculos que prometen crecer. Sencilla y emotiva
Agradable historia de encuentro mutuo Al fin se estrena en Buenos Aires esta agradable comedia sentimental mendocina, que allá permaneció once semanas seguidas en cartel, pasando además por otras provincias y varios festivales. En Mar del Plata estuvo hace ya dos años. Conviene advertir esto para destacar su absoluta libre deuda: "Road July" es anterior a "Graduados" (en ambos Mirtha Busnelli compuso una abuela ignorante de su "abuelidad") y también es anterior a la película "Por un tiempo", que trata algo parecido pero en tono dramático. Esta es la historia. Un tipo cómodo, tranquilo y ajeno a cualquier compromiso, se ve en la obligación de llevar a una nena hasta San Rafael, donde vive la abuela materna. Pequeño detalle: la nena es hija suya, fruto de una lejana relación de la que nunca se hizo cargo. Otro detalle: la nena no sabe que él es el padre. ¿O si? En todo caso, ¿le gustaría que ese pelirrojo pachorriento con un autito fiel pero poco presentable fuera su padre? Mucha opción no tiene. El resultado es una linda historia de encuentro mutuo, que va decantando con naturalidad, sostenida por un tono siempre agradable, ternura sin afectación, simpatía general y buenas actuaciones. Francisco Carrasco es buen protagonista, y Federica Cafferata, entonces de 10 años, resulta todo un descubrimiento, una chica que llena la pantalla con su mirada observadora y suspicaz, y una sonrisa que en ocasiones deja asomar la burla amable y el fondo triste, tal como lo pide su personaje. Más sueltas, Mirtha Busnelli y Bettiana Blum, las dos abuelas, son las únicas actrices profesionales del reparto, y las únicas "importadas". Vale destacarlo, salvo ellas, dos sonidistas y el editor Alberto Ponce, todo el plantel artístico y técnico de la película es enteramente cuyano, empezando por el director Gaspar Gómez, siguiendo por la producción, la fotografía, la música, etcétera. Una grata demostración de talento que merece ser conocida, y una película deliberadamente pequeña que se va agrandando en el cariño de los espectadores. Postadata: Federica, ya de 13 años, acaba de filmar "Sea Child" en Colombia, dirigida por la rusa-americana Marina Shron, que la contrató apenas hubo visto "Road July" en el Festival de Cine Latino de Nueva York. Tiene posibilidades. Pero prefiere seguir pediatría.
Viaje a la Argentina profunda La provincia de Mendoza apuesta al cine para dar a conocer sus paisajes y las virtudes de sus bodegas. A películas recientes, como "Voyage, voyage" y "Vino para robar", se suma "Road July", de Gaspar Gómez. A diferencia de las anteriores, en esta no hay una intención desembozadade exhibir las bodegas con que cuenta la provincia, como en "Vino para robar", por ejemplo. "Road July", es una "road-movie" cálida y de humor sutil que cuenta la relación entre Santiago (Francisco Carrasco), el padre y July (Federica Cafferata), su hija, quienes viajan en Mendoza hasta San Rafael, a la casa de la abuela de la chica. LO INESPERADO La película toma como punto de partida a Santiago, un "buscavidas" que en la ciudad de Mendoza vende juguetes en un local céntrico. Hasta a él va a verlo Valeria (Verónica Nonni), la tía de July, quien le dice que su hermana, ex novia de Santiago murió seis meses atrás. De aquel noviazgo nació July, que en la actualidad tiene diez años y a la que Santiago nunca conoció porque nunca supo de su existencia. En el presente Valeria quiere que Santiago asuma su paternidad y se haga cargo de la chica. El, primeramente se rehúsa, pero más tarde cuando Valeria le pide que lleve a la niña hasta la casa de la abuela en San Rafael, acepta, a pesar de las peleas que tiene con su novia actual. "Road July" cuenta ese viaje, en el que no ocurren grandes cosas, pero sirve para mostrar la comunicación y la necesidad que surge entre padre e hija de estar juntos. ENCANTO VISIBLE Con algunas situaciones algo absurdas, como la que Santiago y July viven en un hotel en el camino, cuando la policía lo toma por sospechoso de un secuestro y lo interroga para preguntarle por qué la niña no lleva su apellido, sino el de la madre. La película cuenta una historia mínima, pero encantadora a la vez. Aunque por momentos las actuaciones, en especial la de niña Federica Cafferata, se observa algo forzada, la película resulta atractiva en su contenido y en los sentimientos que se van desarrollando entre padre e hija a lo largo de ese viaje, que permite observar los atractivos paisajes mendocinos. En breves papeles se disfruta de las actuaciones de Mirta Busnelli, en el papel de Gladys, la madre de Santiago, y Betiana Blum, en el papel de la abuela de July.
Nuevas rutas que merecen ser recorridas Resulta inevitable trazar puentes intertextuales entre dos películas argentinas bastante recientes, Por un tiempo y Villegas, con este film proveniente de Mendoza, Road July, del director Gaspar Gómez. Por un lado, por apelar al recurso de la road movie para marcar la curva de transformación de Santiago (Francisco Carrasco), quien se entera repentinamente que tiene una hija de 10 años llamada July (Federica Cafferata), cuya madre ha fallecido a causa de un cáncer y por ese motivo el cuidado de la niña ha recaído desde entonces en su cuñada Valeria (Verónica Nonni), necesitada de que alguien pueda hacerse cargo de su sobrina porque ella no da abasto. En lo inmediato, esta historia nos remonta al conflicto central que planteaba el debut de Gustavo Garzón como director en Por un tiempo, en la que el personaje principal, interpretado por Esteban Lamothe, debe hacerse cargo de una hija -en la piel de Tamara Garzón- por un pedido expreso de su madre enferma, ex novia y perteneciente a un pasado lejano. Ese mismo panorama define esta improvisada paternidad, no buscada ni querida por Santiago, quien acepta trasladar a la pequeña a la chacra de su abuela (excelente Bettiana Blum) en San Rafael, a bordo de un destartalado pero entrañable Citroen 3CV, elemento dramático que funciona tanto como lugar de encuentro literal o espacio simbólico para la relación padre e hija durante el recorrido por rutas mendocinas. En el film de Garzón, el círculo de confort de Lamothe y su novia se ve enteramente trastocado a partir de la llegada de la extraña pero esa novedad es precisamente la que aporta un cambio en él para replantearse su vida y asimilar el nuevo desafío que implica un vínculo afectivo mucho más profundo y solamente reducido a la intimidad con el otro. Sin embargo, aquello que en el film Por un tiempo motoriza un drama desde el punto de vista de la crisis de esa pareja moderna, en Road July se transforma en una road movie y a la vez en un film intimista que goza de muy buena salud por despegarse de los clichés y encontrar un camino propio, que a veces se atreve a tomar atajos con el humor, otras para dejar que fluyan las palabras en diálogos creíbles y no forzados, algo que solamente la magia y la química entre Francisco y Federica puede concretar en varias ocasiones. Desde ese lugar de la búsqueda de identidad propia surge la interconexión con el otro film anteriormente citado, Villegas, de Gonzalo Tobal, paradójicamente también protagonizado por Esteban Lamothe y que hace del recurso de la road movie su mayor virtud en el caso particular del pretexto que marca el reencuentro de dos primos y su transformación durante el viaje por otras rutas argentinas. Tanto Villegas como Road July expresan una voz distinta; trabajan con el paisaje como trasfondo y no como excusa turística, así como utilizan el recurso de la banda sonora a cargo de Maxi Amué tanto desde sus aspectos incidentales como con la selección rigurosa de canciones para completar un concepto cinematográfico y una mirada personal que se vale del género -o de los géneros- para encontrar vuelo propio con un apego y confianza tácita en la historia y en los personajes. Las coincidencias o semejanzas no deben entenderse o malinterpretarse; lejos de despertar suspicacias simplemente hablan de la inauguración o por lo menos del origen de una voz con rasgos de identidad propia que se conectan con ese nuevo cine argentino que rompió estructuras y moldes vetustos con el agregado de ese deseo que expresa y pide algo novedoso dentro de lo novedoso, nuevas rutas que merecen ser recorridas.
Vamos de paseo, en un auto lindo Desde el juego de palabras de su título, la mendocina Road July anuncia que se trata de una típica road movie (película de ruta), y que cumplirá la regla de oro del género: los personajes saldrán al camino -a la vida- y vivirán peripecias que cambiarán su forma de ver el mundo. En este caso, los protagonistas son Santiago y July (apócope de Julia): él es un ex tiro al aire que hace diez años tuvo una hija a la que ni siquiera conoció. Y ahora, por un capricho del guión, deberá llevar a la nena desde Mendoza hasta San Rafael en su antiguo y bonito Citroën 3CV. Las principales objeciones que se le pueden hacer a la película son, justamente, su excesivo apego al género y su falta de riesgos. Es demasiado clásica, demasiado correcta. Y, por esto mismo, termina siendo previsible. De todos modos, en algunos momentos se genera cierto clima que favorece a este viaje cinematográfico. Hay por lo menos tres factores que contribuyen en este sentido. En primer lugar, la química entre los protagonistas. Francisco Carrasco, un chileno radicado desde hace 15 años en Mendoza, es toda una revelación. Y está bastante bien acompañado por la pequeña Federica Cafferata, que pareciera ir soltándose a medida que transcurre la película. Otro protagonista rendidor es el paisaje que va atravesando el auto. Viñedos, montañas, ríos, cielos inmensos: todo embellece la historia. Mendoza está de moda: también es el escenario de Vino para robar y de Voyage Voyage, actualmente en cartel. En este caso, la película es made in Mendoza: contó con apoyo de la Escuela Regional Cuyo de Cine y Video, de la que egresó el director, Gaspar Gómez, mendocino al igual que gran parte del elenco y el equipo. La música es un elemento fundamental en las road movies . En esta, el ítem está aprobado con creces gracias a la banda de sonido compuesta especialmente por Maxi Amué, un cancionista reconocido en la escena mendocina. Así, un trayecto excesivamente lineal consigue ser agradable.
La pregunta es ¿qué tienen las road movies que nos movilizan tanto? Ya sea por el paisaje, porque suelen hablar de viajes iniciáticos (de descubrimiento), porque suelen ser historias cálidas, o simplemente porque nosotros también querríamos vivir una historia en el camino; lo cierto es que crean un magnetismo innegable, y si están bien construidas se disfrutan tanto o más que un viaje en sí. Este es el caso de "Road July," una amable película argentina, proveniente de la provincia de Mendoza que crea en el espectador la sensación de ser un acompañante más, observador silencioso de un viaje singular. El director y guionista Gaspar Gómez cuenta la historia, (pequeña), desde dos puntas, la de July, la nena que da título al film, y la de Santiago, el padre al que no conoce. July (la increíble Federica Cafferata) , huérfana de madre que vive con su tía Valeria. Ella (la hermana de su mamá) , está con muchas ocupaciones y por un tiempo no va a poder hacerse cargo de cuidarla. Santiago (Francisco Carrasco en una lograda composición de un hombre irritante pero simpático) vive en su mundo en el que nada más parece que le importa, claro desconoce de la existencia de esa hija de diez años. Valeria quiere que July pase un tiempo con su abuela en San Rafael, pero no puede llevarla, por eso recurre a su padre, al que le tira dos baldazos, tu ex novia falleció, juntos tuvieron una hija, a la que hay que transportar hasta ese destino. De ahí en más comienza una clásica road movie argentina en la que padre e hija se descubrirán a sí mismos a lo largo de las rutas mendocinas y dentro de un ponderado Citroën 3cv. Como buen film de caminos, hablamos de una película de personajes, la historia es sencilla y anecdótica como para poner a dos seres extraños a que se crucen en la soledad. July y Santiago son queribles, personajes de guión pero también deudos de logradas interpretaciones de ambos actores que realmente parecen un padre y una hija que no se conocen. Y hay otro protagonista, el ineludible de este tipo de films, el paisaje, al que Gómez retrata con belleza. Una de las virtudes de "Road July" es encontrar el equilibrio exacto entre una historia cálida, simple, que maneja su propio ritmo – es inútil negar que no estamos frente al frenesí de un tanque – con el profesional cuidado de los rubros técnicos. El film fue hecho a pulmón con la colaboración de la provincia, pero nada tendrá para envidiar a productor mucho más grandes, el trabajo en fotografía, manejo de cámara y edición es realmente envidiable, y ayuda a que lo que se ve se siga con mayor interés.Vale repetir que no estamos frente a un film para almas que busquen un entretenimiento, "Road July" merece la dedicación y calma del espectador, como en un buen viaje hay que sentarse y maravillarse con lo que se ve por la ventanilla. Estrenada hace meses en Mendoza esta cinta fue una verdadera sorpresa en la taquilla de dicha provincia, manteniéndose más de diez semanas en cartel y con unas convocatoria muy importante en un complejo cinematográfico mayor; la explicación (si es que se la necesita) tal vez esté en la identificación que provoca. "Road July" es un pasaje de micro, o las llaves de un auto puestas en el tambor a punto de arrancar; un viaje para que conozcamos a dos personajes, y como se decía en Cars, loo que importa no es la largada ni el resultado del destino final, lo fundamental es disfrutar el trayecto.
Por las rutas mendocinas hasta el fin. Después de estrenarse en noviembre de 2010 en el Festival de Cine de Mar del Plata, Road July del mendocino Gaspar Gómez se estrena en el circuito comercial luego de recorrer varios festivales internacionales. La historia de Santiago (Fernando Carrasco), que se entera que hace 6 meses murió la madre de su hija de 10 años con la que jamás tuvo relación. Su ex amiga y tía de la niña le propone un desafío: llevarla hasta la casa de su abuela (Betiana Blum) mientras ella puede avanzar con unos proyectos académicos y de paso, liberarse de la presión de cuidar a la pequeña (Federica Cafferata). Daría su vida por ella pero la responsabilidad de cuidarla la está agobiando. Santiago ha pasado por 10 años de liberación, de vivir una vida de soltero y despreocupación, sin importarle demasiado nada ni nadie. Ni lo que le dice su novia, ni lo que lo que le pasó a su ex novia ni a su hija tienen algún tipo de relevancia para él, pero una charla con su mamá (Mirta Busnelli) lo hace cambiar de opinión y es ahí donde esta road movie toma vida. El personaje de Santiago va creciendo de a poco. Sus gestos y su inmadurez, frente a la joven July de un semblante mucho más maduro y serio, funcionan perfectamente para dar fuerza a este relato que se va desarrollando sobre un viejo Citroën 3CV, único testigo junto al paisaje mendocino del surgimiento de esta relación entre un padre y una hija. Lo más destacable de la película de Gómez es la fotografía de Máximo Becci, quien logra darle una calidez visual al filme aprovechando al máximo la luz natural en planos que nutren lo narrado. Una road movie se mueve en un camino que puede ser hostil o agradable según lo que se necesite contar. La elección del director sobre los escenarios naturales va atada justamente con la historia, las zonas áridas para el conflicto y los espacios frondosos, verdes y coloridos para los momentos de interacción, acercamiento y/ o confianza. Road July son 88 minutos de un cruce emocional sobre lo difícil que es ser padre y por sobre todo, lo difícil que es crecer y dejar atrás un pasado sin responsabilidades y obligaciones. Como todo ser un humano en algún momento de su vida descubre que hay fases de ésta que hay que dar por concluidas para poder avanzar.