Según los créditos finales de Ruido, desde que en México comenzó la denominada guerra contra el narcotráfico -impulsada por el entonces presidente Felipe Calderón en 2006- se encuentran hasta el momento unas 90 mil personas desaparecidas. En su tercera película, Natalia Beristain toma como referencia un caso particular para retratar, en clave de ficción, una lucha colectiva: la de los familiares que unen fuerzas para encontrar a sus seres queridos ante la inacción -y la responsabilidad- del Estado.
“La víctima no necesita ser buena y pura para ser comprendida como víctima, solo necesita ser persona”. Rita Segato El film se inicia con el primer plano de una mujer, de unos sesenta años, que por momentos es tapada por un humo violeta que luego se aleja para dejarla sola frente a cámara. Su rostro refleja cansancio, dolor y tristeza, pero a la vez, su mirada irradia la fuerza interior de una persona que luchará hasta las últimas consecuencias en busca de justicia.
"Ruido"; lo femenino como la medida de todas las cosas. Sin llegar a ser un híbrido ni a entrar de lleno en territorio documental, en Ruido la mexicana Natalia Beristáin construye una ficción atravesada por lo real, al punto de incluir en el reparto a personas que se interpretan a sí mismas. De ese modo aborda un tema urgente de la agenda mexicana, como es la desaparición de personas, en especial las mujeres. Un fenómeno atroz que, según afirma un texto al final de la proyección, comenzó con la llamada “guerra contra las drogas” y que ya se cobró más de 90 mil víctimas, cuyas ausencias son un desgarro irreparable en el tejido social de aquel país. Aquí es Julia, una mujer que ha pasado los 60, la que se empeña con tenacidad en dar con el paradero de su hija Gertrudis, quien ya lleva nueve meses sin aparecer. A pesar de su omnipresencia, el asunto de la desaparición forzada de personas no asoma tan seguido en la filmografía mexicana, llena de directores varones y oscarizados. Es cierto que, metáforas mediante, la violencia social suele tener un lugar destacado en algunas obras de otros cineastas, como Carlos Reygadas o Amat Escalante. Pero son las mujeres las que, así en las calles como en el cine, se encargan de mantenerlo visible. Hace unos meses atrás se estrenó en la Sala Lugones Manto de gemas, película de la debutante Natalia López Gallardo con más de un punto de contacto con este cuarto trabajo de Beristáin. Por un lado está la decisión de colocar al tema en el núcleo del relato, para hacer que desde el centro derrame su inmundicia sobre todos sus personajes. Que en ambos casos, además, son mujeres de forma casi excluyente. la tensión que Beristáin construye a partir de un eficaz trabajo visual y sonoro, con el cual consigue transmitir el aturdimiento que provoca la pérdida de lo que más se ama. Algunos juegos de distorsión fotográfica a partir del uso de lentes deformantes, similares a los ya vistos en películas de Reygadas, completan el registro pesadillesco.
La expresión “personas desaparecidas” remite a una tragedia del pasado, a una época oscura que dejamos atrás en Argentina hace más de 40 años. Ruido se encarga de mostrar con crudeza una realidad que pocos quieren ver: la gente desaparece hoy en México, en Democracia. Este es el “presente” de miles de personas que buscan a sus familiares. Ruido cuenta la historia de Julia, una artista plástica interpretada por Julieta Egurrola, que busca a su hija Ger, una psicóloga de 25 años desaparecida hace 9 meses. Luego de esperar en vano respuestas por parte de la Justicia -de la que se expone aquí su inoperancia y su desidia- Julia logra salir de la quietud y el silencio de su departamento para comenzar un camino tan peligroso como incierto, un angustiante recorrido a ciegas que la lleve a encontrar a su hija, o al menos alguna pista o respuesta. Y en este camino que se parece a un sucio laberinto lleno de trampas, secretos y caminos que no conducen a ningún lado, Julia se va topando con lo más oscuro y lo más luminoso. La corrupción estatal, las puntas apenas visibles de redes de trata y de mafias amparadas y protegidas por la policía, el silencio y el miedo a cada paso. También va encontrando solidaridad, contención y ayuda de personas que están pasando por lo mismo, o que sencillamente quieren ayudar y cambiar algo; como Abril, la joven periodista que la acompaña en parte de su búsqueda. Uno de los aspectos más angustiantes de la película es cómo logra transmitirnos el desconcierto de Julia al no tener ni siquiera una pista de lo que está pasando ni en dónde buscar. No saber quién la secuestró ni porqué, y no tener respuestas de ningún tipo. Puede ser la policía, pueden ser los narcos, puede ser una red de trata. Los desaparecidos pueden ser hombres o mujeres. La historia de Julia y Ger es una entre miles (los datos oficiales arrojan más de 90.000 desaparecidos desde el inicio de la llamada Guerra contra el narcotráfico iniciada en 2006) y se vuelve aquí también un símbolo. El dolor en su rostro ajado y demacrado no es nunca de resignación: se transforma en lucha que va encontrando a su paso el horror, algo de humanidad y, quizás, un poco de esperanza. El valor de Ruido es testimonial. No hay lugar para sutilezas, ni para el virtuosismo narrativo y quizás ni siquiera lo pretenda. Se trata de una denuncia urgente y directa, llena de bronca, impotencia y dolor. Dentro de la ficción, el relato le da voz en registro documental a víctimas reales que cuentan su lucha, a grupos de autoayuda y a organizaciones de personas que siguen buscando. Vemos mujeres vistiendo remeras con las fotos de sus desaparecidos -el paralelo con las Madres de Plaza de Mayo es inevitable- que van rastrillando campos y lugares buscando respuestas, pistas o cuerpos. A quienes no vivimos en México seguramente nos faltan partes, elementos, información para comprender mejor una realidad tan compleja. En ese sentido, Ruido hace su aporte, dando testimonio, y echando luz sobre la oscuridad, sobre el mal que se niega a mostrar la cara, haciendo ruido donde hay silencio.
La espera de Julia (Julieta Egurrola) ya lleva nueve meses. El mismo tiempo que un embarazo. Pero en este caso condensa el destino de desaparecida de su hija Ger –de Gertrudis, ese nombre de abuelita que no usaba-, a quien vio por última vez antes de sus vacaciones de verano junto a sus amigas. Lo que le queda de Ger son las fotos, los videos de ese viaje fatídico, la incógnita de su paradero. Un llamado de la policía conduce a Julia nuevamente a un camino sin salida: un cadáver que no es, la desidia y la inoperancia de las autoridades, los inhumanos expedientes que transforman la vida de su hija en el frío número de una trágica estadística. La directora Natalia Beristain transforma el viaje solitario de Julia en busca de la verdad en una travesía colectiva, que expande los contornos de ese dolor privado en un reclamo público. El ruido es entonces el que asedia a Julia en soledad por las noches, sin poder comprender el rumbo presente de su vida, pero también aquel que acompaña su grito en las calles, en la exposición de esa verdad silenciada. Pese a la profunda investigación que sostiene a la película y a la materialidad de los espacios en los que se mueve Julia, tanto en las calles agitadas por manifestantes como en esa morgue tenebrosa a la vera del camino, Beristain complejiza su mirada con un notable uso de la perspectiva interior de Julia, el miedo y la desesperación, el arribo a una inesperada fortaleza. La historia transcurre en México, un país regado de muerte y violencia desde la llamada “guerra contra el narcotráfico”. En diferentes regiones, hombres y mujeres desaparecen día a día, víctimas de secuestros extorsivos, venganzas de clanes, redes de trata de personas. Sus rostros pueblan las pecheras de quieres no se resignan al silencio y la impunidad. Pero Beristain esquiva los maniqueísmos de la denuncia social y hace cine con una realidad que resulta demasiado dolorosa. Escrita en colaboración con Alo Valenzuela y el periodista Diego Enrique Osorno –a partir de los aportes de numerosos grupos de familiares que buscan a sus desaparecidos-, Ruido se construye alrededor de la búsqueda de Julia junto a la periodista Abril Escobedo (Teresa Ruiz) en un clima de verdadera pesadilla, un estado de tensión que roza el terror -notable la escena de la redada en un colectivo-, que se apropia de la iconografía del género para hundirla en la crudeza de ese mundo tan cercano. La tarea interpretativa de Julieta Egurrola –actriz con una trayectoria popular en la telenovela y notables colaboraciones bajo las órdenes de Arturo Ripstein en Principio y fin, Profundo carmesí, El evangelio de las maravillas, además de ser la madre de la directora- resulta imprescindible para encarnar emociones contradictorias, para sostener el creciente riesgo en su cuerpo, la tensión en su mirada que traspasa los límites del encuadre. Esa búsqueda que comienza solitaria, contra el desinterés y el ocultamiento oficial, se expande en un marco más complejo, que incluye a esos otros que también alzan su voz y no dejan de hacer ruido.
Dolor, bronca y desesperación en tierras mexicanas. Ruido (2022) es el tercer largometraje de la directora mexicana Natalia Beristáin, que fue estrenado este año en el Festival de Cine de San Sebastián y con una excelente repercusión por parte del público. Esta película, que lleva una fuerte carga dramática en su interior, cuenta la historia de Julia, una mujer madura y artista plástica, que saldrá a las calles a buscar a su hija de 25 años llamada Ger, quien se encontraba de vacaciones en una zona paradisíaca mexicana y de pronto desapareció sin demasiadas explicaciones. Tras la lógica denuncia a las autoridades locales, quienes no le dan ninguna novedad o información acerca del caso de su hija, tras nueve angustiantes meses sin noticias, Julia se cansará de esperar respuestas, comenzando su propia búsqueda. Este recorrido incierto y hasta peligroso (su hija podría haber sido secuestrada por una red de trata de personas, una banda narco o la misma policía), la llevará a encontrarse con otras familias que sufren del mismo dolor, bronca y desesperación que carcome diariamente su alma. Ruido es un relato crudo y angustiante por demás. Lamentablemente el caso que desarrolla, la desaparición de la psicóloga Ger, es uno más dentro de un país como México, que ostenta el primer lugar en secuestros en toda América Latina. Allí las guerras narcos, las desapariciones de personas y las muertes son moneda corriente. La inseguridad y la violencia es una realidad muy compleja en la vida mexicana. La realizadora Natalia Beristáin realizó una ardua investigación al respecto antes de filmar su largometraje y nos muestra su gran testimonio de la sociedad local, del horror que los rodea y lo vuelve casi un grito de justicia y denuncia. Pero también Julia encontrará en su camino un poco de esperanza, contención y hasta una mano de ayuda por parte de otras personas, como por ejemplo Abril, una periodista en busca de verdades, que la acompañará en su triste búsqueda. Sin saber por dónde empezar, su andar le irá dejando el semblante cansado y hosco. Esta será su lucha, pero también de muchos, que no pueden creer que estos delitos se realicen tan impunemente en un país donde se gobierna en democracia. Julia está interpretada por la actriz mexicana Julieta Egurrola, que tiene un largo recorrido en cine y televisión en su país y también es madre de la directora. Su interpretación es excelente, su rostro demacrado refleja todo el terrible dolor que la aqueja. De repente ella, una mujer acomodada que vive en su propio y burgués mundo, tras la desaparición de su hija, tendrá que unirse con otras madres en su misma condición, comenzando una investigación (por fuera) de la justicia. Su marido (interpretado por el actor y también padre de la realizadora, Arturo Beristáin) en cambio, se siente incapaz de acompañarla en la búsqueda, debido a la fuerte depresión que sufre. Ruido es una película humana, intensa, sin filtros, donde la directora Natalia Beristáin nos llena de emoción por la entrega de Julia y también de impacto, por los terribles hechos que se intuyen, solo apenas una punta del ovillo. Ruido es verdad, pero también reclamo, por esas víctimas que nunca volverán.
Ruido de Natalia Beristáin es un melodrama intenso, poderoso y audaz, centrado en los personajes. Con una interpretación magistral de Julieta Egurrola, es una historia de la desesperación, el dolor y el empoderamiento final de una mujer que no piensa bajar los brazos y luchará hasta el final de su vida para saber que sucedió con su hija.
La corrupción dentro del sistema judicial de México, los feminicidios, y el dolor de una madre son retratados por Natalia Beristáin en Ruido. La directora de las premiadas No quiero dormir sola (2012) y Los Adioses (2017), presentó el esperado largometraje en el Festival de San Sebastián el pasado septiembre. Se estrenó el jueves 13 de octubre en los cines de Argentina, y en noviembre estará disponible vía streaming en Netflix. Ruido se centra en Julia (Julieta Egurrola, madre de Beristáin), una mamá que al no obtener respuestas de parte de la justicia sobre la desaparición hace nueve meses de su hija, Ger, decide comenzar a investigar por otras vías. El film nos lleva por el viaje doloroso de Julia, y es atravesado continuamente por historias trágicamente comunes para muchas otras personas. Ruido: la fina línea entre ficción y realidad Es impresionantemente cómo Ruido da cuenta de la realidad que viven muchísimas personas en México y cómo su historia puede resonar con la de muchos otros países; tristemente en América Latina estamos muy familiarizados con oír sobre desaparecidos. Beristáin nos obliga a presenciar momentos impactantes, difíciles de mirar. No siempre lo hace con la mejor sutileza, dejándonos con la sensación de que algunos son demasiado apresurados y no permitiéndonos procesar correctamente lo que estamos experimentando. Sin embargo, su crudeza e intención de conmover se transmiten adecuadamente, logrando potentes escenas donde resulta complicado tanto mirarlas como de dejar de hacerlo. A su vez, suma a la fuerza de la historia el choque de realidad y ficción que se genera al integrar a miembros de la Asociación Voz y dignidad por los nuestros SLP A.C. y del Colectivo buscándote con amor del Estado de México. Es evidente la búsqueda de retratar la situación con fidelidad y respeto a quienes verdaderamente la padecen. Ruido nos deja con la sensación de haber presenciado una suerte de documental, un apreciable logro de la narración. Una historia fuerte A lo largo de la película, se presentan tanto la inoperancia de la justicia como la corrupción de las fuerzas policiales. La frustración de Julia por no poder acceder a la verdad sobre lo que le ha sucedido a su hija, llena al espectador de ira y dolor, casi como la llena a ella. Egurrola emociona con una actuación sobresaliente, que en más de una ocasión nos deja con la piel de gallina y lágrimas en los ojos. Transmite admirablemente la impotencia de su situación, de no poder obtener nada de las autoridades o de hacerlo solo a medias, teniendo que encargarse ella misma de la mayor parte de la investigación. En un grupo de apoyo de familiares de personas desaparecidas, Julia conoce a Abril (Teresa Ruiz), una periodista que está investigando sobre el asunto. Abril va a acompañar a Julia en casi todo su recorrido, ayudándola a acceder a respuestas que por los medios tradicionales no puede hacerlo. La historia de Abril tiene muchas capas que se van explorando a medida que se despliega el film, y sin dudas la interpretación de Ruiz acaba sorprendiendo y conmoviendo, siendo una de los elementos más destacables. Es imprescindible seguir haciendo ruido Julia parece aturdida por el ruido, o anonadada por este. Así se nos presenta desde el comienzo del film, cuando es rodeada por gritos en coro y humo violeta. Se podrían dar varias interpretaciones acerca de lo que ello significa, pero algo que queda muy claro es que esta película es necesaria para evidenciar una lamentable realidad, para abrir los ojos y comprender estas vivencias. Como Julia, como las asociaciones que luchan por encontrar a familiares y amigos, Beristáin nos invita a seguir haciendo ruido. Comunica que no debemos callar ante estos feminicidios, desapariciones y homicidios, y que intentemos comprender lo dificultoso que resulta que una denuncia por desaparición sea válida.
Es una coproducción mexicana- argentina, realizada por Natalia Beristain , que toma un tema urgente, de lucha, en un registro por momentos documental, con una gran protagonista. Se trata de la legendaria actriz Julieta Egurrola, madre de la realizadora, que entrega una máscara dramática, muy explotada en primeros planos, que es la encarnación del dolor. La violencia machista, la trata, los abortos ilegales solo traen como consecuencia que miles de mujeres latinoamericanas estén desaparecidas. Y cuando sus familiares recurren a la policía y los jueces se encuentran con la indiferencia, la sospecha de corrupción y complicidades, la inoperancia. La protagonista busca a su hija desaparecida hace 9 meses, cuando salió de vacaciones con sus amigas. Esa mujer no puede resignarse y transita infiernos casi insoportables. Recurre a grupos de lucha y ayuda, en el film participan mujeres reales de la Asociación “Voz y dignidad” y el colectivo “Buscándote con amor” que le da un ingrediente de impresionante profundidad. Un cine que denuncia y se compromete.
“No estás sola” es la consigna que representa a un centenar de mujeres y agrupaciones unidas en busca de sus hijas e hijos desaparecidos en México, para que llegue y acompañe a otras personas que atraviesan el mismo problema. Una preocupación alarmante que inspiró el origen de la película Ruido de Natalia Beristain, exhibida en el Festival de San Sebastián y ganadora del Premio de la Cooperación Española. La realizadora de No quiero dormir sola (2012) y Los adioses (2018), reafirma su compromiso social con una película que aborda la búsqueda incesante de Julia (muy bien interpretada por Julieta Egurrola), una artista plástica de la ciudad de México que busca incansablemente a su hija Gregoria, desaparecida hace nueve meses mientras disfrutaba de sus vacaciones con amigas. Tras haber pasado por todas las etapas legales y soportar las negligencias de la burocracia judicial, Julia tampoco encuentra ayuda en la corrupción policial, lo que la llevará a conocer distintos movimientos de mujeres de distintas clases sociales que bregan por encontrar a sus hijos e hijas, denunciando la violencia, omisión y negligencia por parte del Estado. El drama de Julia y su familia, la obliga a desafiar sus propios límites y adentrarse en una realidad ajena a su entorno y a su capacidad psíquica y emocional. El doloroso y traumático recorrido que comenzará por sitios recónditos, lugares clandestinos, personajes oscuros y profesionales que intentarán ayudarla preservando su identidad, formará parte del complejo entramado político y social que deberá afrontar hasta dar con algún indicio de su hija. Al tono dramático de la historia y la tensión que irá in crescendo a lo largo del relato, la tragedia individual se tornará en colectiva. De esa manera, la propuesta fusiona el registro documental a partir de los testimonios y del activismo de los integrantes de la Asociación voz y dignidad por los nuestros S.I.P y el colectivo Buscándote con amor de Estado de México -que participan en la película-, el cual genera, no sólo un cruce necesario entre ficción y realidad, sino que le inscribe a la película un discurso de carácter más apelativo, principalmente hacia el final, sumándose a la voz de protesta, lucha y defensa de los Derechos Humanos. Así lo expresaba la realizadora al momento de recibir el premio en San Sebastián: «Ante el dolor, la digna rabia. Ante el horror, la belleza. Ante la indolencia, el abrazo. Gracias por ser faro en esta época tan oscura. Desde nuestro quehacer les acompañamos y no nos cansaremos de decirles #NoEstánSolas». Bajo la solidez interpretativa y movilizante de esa madre que representa a tantas otras, la mirada de Beristain conjuga la dosis necesaria de sensibilidad, esteticismo y militancia, a fin de representar y visibilizar a quienes esperan justicia y aparición con vida de sus familiares. En la actualidad, México reporta más de 90.000 desapariciones en todo el país. Sin embargo, y como manifiesta uno de los intertítulos de Ruido: “No se trata de cifras, se trata de personas”. RUIDO Ruido. Argentina/México. 2022 Dirección: Natalia Beristain Guion: Natalia Beristain, Diego Enrique Osorno, Alo Valenzuela. Intérpretes: Julieta Egurrola – Teresa Ruiz – Adrián Vázquez – Arturo Beristáin – pedro de Tavira – Mariana Giménez Editor: Miguel Scheverdfinger, AMEE/Dirección de fotografía: Dariela Ludlow (AMC)/ Diseño de producción: Luisa Guala/ Dirección de arte: Ariel Margolis Duración: 104 minutos.
De reciente paso por el Festival de San Sebastián, donde ganó el Premio de la Cooperación Española, Ruido, de habla de la dolorosa búsqueda de una madre a quien le secuestraron su hija. Protagonizada de manera brillante por Julieta Egurrola, el relato atrapa desde la primera escena, logrando ficcionalizar sin eufemismos una realidad tan dura y universal que impacta.
La nueva película de la directora Natalia Beristain (Los adioses) es una coproducción entre Argentina y México. Si bien la película sucede en el país de América Central, la historia de mujeres que reclaman justicia y luchan por sus derechos resuena en toda Latinoamérica. Julia (Julieta Egurrola en una interpretación sublime) es una mujer que hace nueve meses perdió a su hija, una joven de 25 años. Durante un viaje con amigas, en un momento ella desapareció y no se supo nada más. Julia intenta seguir los tiempos burocráticos, los de la justicia, los de la investigación, pero el tiempo se mueve rápido y la causa parece un camino sin salida. «Hay que salir a buscarla otra vez», dice ella luego de ser citada para reconocer un cuerpo que es evidente que no iba a ser si el expediente con su descripción hubiese sido leído, un error administrativo más. «Si no es nuestra hija, es hija de alguien más», porque la película sigue esta historia en particular pero se entrelaza con otras en el camino, exponiendo algo colectivo. La realizadora Beristain narra su película entre la ficción y el registro documental, con la mirada puesta en esta mujer y madre desesperada por encontrar a su hija y también en el movimiento de mujeres en el que pronto se ve inmersa. Cuando Julia entiende que las autoridades no van a ayudarla, que muchas veces no hacen nada y otras, peores, entorpecen la causa, la complican, la impiden, se embarca ella sola en un camino que pronto la descubrirá acompañada. Del silencio y de la angustia de sentirse sola, al ruido de las calles, de las mujeres que no están dispuestas a quedarse calladas. Beristain dirige con mano firme, con escenas algunas más sutiles que otras, sin optar por la violencia gráfica, porque la realidad ya de por sí es lo suficientemente horrible. La película expone una realidad dolorosa que es la guerra del narcotráfico y la trata de blancas que genera desapariciones que quedan impunes en gobiernos democráticos (en un momento a la protagonista le preguntan si el gobierno le ofreció una indemnización para que se quede callada y deje de presionar). Pero lo hace desde la mirada de esta mujer, y se amplía luego al de todas las mujeres, que son las que deciden enfrentarse, cuestionar órdenes y rebatirlas. Porque una desaparición destruye muchas vidas. En México desde que se desató la llamada guerra contra el narcotráfico, la cifra oficial reporta más de 90.000 desaparecidos en todo el país. No son cifras, son personas. «En México asesinan y desaparecen mujeres todos los días. El poder es cómplice. Los que callan son cómplices», protestan frente a un micrófono. Ruido se trata de intensificar el ruido de la desesperación y la bronca con el de los gritos y los reclamos, es la historia de una lucha infatigable que no terminará hasta que no haya ni una menos. Una experiencia triste y dolorosa pero también un valiente testimonio de la época que nos atraviesa.
Potente relato sobre la desaparición de personas en México de Natalia Beristain La nueva película de Natalia Beristain ("Los Adioses") es un grito de furia sobre la desaparición de personas en México y la dramática lucha de las mujeres que emprenden esas búsquedas. Ruido (2022) es un largometraje coproducido entre Argentina y México que habla desde el dolor, la bronca y la lucha. Tras ser distinguida en la competencia de Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián con el Premio de la Cooperación Española, su enérgico relato merece ser escuchado. A través de esta ficción, la realidad de las mujeres latinoamericanas se retrata de la forma más cruda y movilizante posible. La trata de personas, la violencia de género y los abortos clandestinos son algunos de las causales por los cuales la pelea de las mujeres está más activa que nunca. El film expone esa angustia y logra traspasar la pantalla en búsqueda de nuestra reacción y reflexión. Mediante una brillante y descarnada interpretación de Julieta Egurrola, Ruido se centra en la desesperada búsqueda de Julia por su hija, quien desapareció hace 9 meses en un viaje entre amigas. Su sentir, su andar, es llevado a cabo con nuestro ojo como testigo y allí es donde la brutalidad nos golpea a través de un manto de realidad. La corrupción de quienes nos deben proteger sale a la luz. Aquí las calles funcionan como el escenario ideal de protesta y nos rodea de un sentimiento tan poderoso como verosímil. Ejemplificado de correcta manera, su cálida cámara y sus bellos planos se contraponen con la furia y tristeza de cada paso. Valiente, capaz de abrazar y acompañar a las mujeres que padecen día a día estos conflictos, Ruido es tan necesaria que se enmarca en una especie de género comprometido en denunciar los males actuales de la sociedad.
Hace unos pocos dias volví de ciudad de México. Y entre las muchas cosas percibidas con el poco tiempo dedicado a una ciudad que visito por primera vez, estuvo la sensación de que la violencia politica, los secuestros, asesinatos y desapariciones de personas son parte de una verdadera olla en la que todo ebulliciona sin parar. Frente a eso, y aunque llego de muy lejos, no se puede ser indiferente. Con un gobierno democrático que, no por socialista deja de arrodillarse frente a los intereses del país del Norte y con el que comparte una de las fronteras más problematicas del mundo, México hierve todos los dias entre un estado de zozobra y temblor (literalmente), ciudad militarizada, sitiada por multiples barricadas de chapa y reja que cubren sus monumentos, museos, catedral o el centro simbólico político de la ciudad que es el Zócalo. Nos dicen que una de las marchas más violentas (sino la más) es la de las mujeres durante el 8m. Las mujeres de México sufren una violencia sin medida, descomunal, apenas equilibrada por la existencia de los vagones especiales que el metro guarda para ellas. La plaza, la calle, el transporte público son eminentemente espacios masculinos. Las chicas cuando marchan, no caminan, corren en manada, arrojan piedras, rompen. Las provoca un estado de injusticia permanente. Las últimas escenas de Ruido, el estreno mexicano que llega a las salas de Buenos Aires este jueves 13 de octubre recrean esa desmesura de las marchas feministas en alguna ciudad mexicana. Las mujeres y la policía están en guerra en México. Y esto es algo que parece irrevocable. ¿Por qué desaparecen las personas, tantas personas en un país dominado por el narcotráfico y la delincuencia? Cifras recientes hablan de 120.000 desaparecidos en los ultimos 30 años. ¿Por qué desaparece una joven recien recibida que fue a un lugar de veraneo a festejar su titulo? Esta es la historia de Ruido. Ger es buscada desesperadamente por su madre frente a la inoperancia y corrupción del Estado. En esa búsqueda, Julia termina arrastrada por la ola con la fuerza de una esperanza y la unión de esa lucha. El espectador entrará primero a la situación personal para luego cerrar con el abrazo colectivo. Elección que la directora, recordada por su largo anterior Los adioses (2018), no puede dejar pasar. En el centro, la pelicula fluye con un tono grave y pausado describiendo el horror desde la mirada de esa madre y alternando la ausencia con momentos de aturdimiento feroz que se resuelven escenificando un desierto. Momentos casi documentales con mujeres que forman parte de la Asociacion Voz y dignidad por los nuestros S.L.P, A.C. y del Colectivo Buscándote con amor de Estado de México, suman en el film un componente que sale de la ficción, y que no hace otra cosa que afianzar el grito necesario. Grito al fin.
Una mujer abandona su vida de privilegios para investigar la desaparición de su hija, posible víctima de un feminicidio en este drama mexicano que se estrena en cines de Argentina el 13 de octubre y llega a Netflix en noviembre. Los feminicidios en México (que no es estrictamente lo mismo que «femicidios», ya que el término involucra la participación, por acción u omisión, del Estado en relación a tales crímenes, como bien se explica acá) son un tema tanto de impacto cotidiano en ese país como de repercusión artística en general y cinematográfica en particular, ya que el cine mexicano viene tratando el tema desde hace ya un tiempo. La nueva película de Natalia Beristáin –que estrenará Netflix en noviembre– se suma a la reciente ZAPATOS ROJOS, de Carlos Eichelmann, que pasó por el Festival de Venecia, en tratar el tema en tan solo unos pocos meses. El punto de partida argumental es similar en ambos films, pero las formas de narración y el tono son bastante diferentes. Aquel film se centra en un hombre, campesino, que viaja a la ciudad de México a recuperar el cadáver de su hija, a quien ya sabe muerta. Se trata de un film de tono y perfil bajo, silencioso, sobre un anciano de pueblo que se topa con una violenta y para él desconocida realidad urbana. El caso de RUIDO, como su nombre lo indica, es casi el opuesto. Es la historia de Julia (una excelente Julieta Egurrola), una mujer que vive en la capital del país, de posición económica acomodada, cuya hija ha desaparecido al irse de vacaciones. Ella está en el periodo de búsqueda y si bien las esperanzas de encontrar a su hija con vida son pocas (lleva nueve meses desaparecida), y disminuyen con el paso de los días, Julia está dispuesta a lo que sea necesario para encontrarla. Su marido, en cambio, parece sumido en la depresión. El recorrido de la mujer empieza de una manera si se quiere burocrática –con investigaciones que no parecen llevar a nada– pero pronto la mujer se empieza a conectar con agrupaciones de madres en similar situación, lo que la introduce en un mundo casi desconocido para ella, tanto desde lo personal como desde lo social. Hay algo de ese privilegio que se quiebra al escuchar esas historias y conocer a esas otras mujeres. Su viaje tendrá algo de policial, detectivesco. La llevará de viaje por el país, la conectará con periodistas que investigan feminicidios, gestoras y abogadas que trabajan «en las sombras» para no ser detectadas por las mafias, los carteles o las propias autoridades que cometen u ocultan estos crímenes, la conectará con policías y la llevará a meterse en situaciones inimaginables poco tiempo atrás, incluyendo algunas muy dolorosas y otras que van dejando en claro que su vida corre peligro si intenta investigar o meterse más en el tema. A Julia le será difícil –por no decir imposible– avanzar en su caso, pero a la vez la propia búsqueda empezará a generar en ella no solo una conciencia social más amplia sino contactos con muchas otras mujeres de distintas generaciones que sufren el abuso cotidiano y militan tratando que el Estado actúe sobre los constantes actos de violencia de las que son, o pueden en algún momento, ser víctimas. En algún punto de RUIDO, Julia lidiará con las tensiones específicas de su caso particular –que son propias de un thriller– con las generales, las que se dan en la calle, en las marchas, con la represión estatal tratando de impedir manifestaciones por el tema. Una película noble y humanista, que genera mucha emoción en las situaciones más ligadas a lo documental (el encuentro de Julia con otras madres que participan en agrupaciones es uno de sus momentos más fuertes), RUIDO va pasando de lo íntimo a lo público, de lo personal a lo social. Ese recorrido, que es el de la protagonista, es uno también de tono. Es un film que empieza con un perfil bajo y se va intensificando en función de las tensiones de la investigación y también de las reacciones sociales a los hechos. En algún momento –más cercano a su final–, la película se vuelve un tanto subrayada, hasta declamativa. Buscando conflicto, emociones fuertes y la puesta en ideas y discurso de los temas tratados, RUIDO abandona toda sutileza para volverse un film más clásicamente político y un tanto más didáctico. Ante las gravísimas situaciones que se viven allí, se entiende la necesidad de usar ciertos códigos cinematográficos que no se caracterizan por su discreción. Quizás no sea la elección estética más elegante, sutil o poética, pero Beristáin entiende que a ese nivel de agresión criminal hay que contestarle en voz alta.
UNA PELÍCULA DEMASIADO RUIDOSA En unos cuantos pasajes de Ruido, se puede intuir lo que podría haber sido una gran película. Pero el film de Natalia Beristain, coproducción entre México y Argentina, se deja llevar por una solemnidad discursiva pesada e invasiva, que obtura matices de reflexión más profundas y anula la mayor parte de sus hallazgos formales. Y eso la lleva a quedar reducida a interpelar a un público ya convencido de antemano. El “ruido” del que habla Ruido es uno que invade literalmente a la protagonista desde lo sensorial, aunque eso también sea el puente para otros “ruidos” -estéticos, narrativos y temáticos- a los que apela el film. El relato sigue el derrotero de Julia (Julieta Egurrola), que busca a su hija desaparecida y, en esa odisea, se adentrará en numerosos ámbitos, cruzándose con una diversidad de personajes con sus propias historias de violencia. Ese recorrido incluirá fragmentos de la realidad, a partir de cómo buena parte de las personas que aparecen en pantalla cuentan o exponen sus propias historias. Esa especie de vía crucis de Julia termina funcionando más como excusa que como centro disparador para un retrato de todos los actores (desde víctimas a victimarios) involucrados en los actos violentos desatados por la guerra contra las drogas. En la puesta en escena de Beristain hay una lucha constante entre la sutileza y la remarcación, que casi siempre es ganada por la segunda vertiente. Tanto desde las palabras como desde las acciones específicas y hasta la composición de los planos, hay una búsqueda de didactismo donde, más que narración, hay una exposición de hechos, tópicos y problemáticas. En la mayoría de su metraje, Ruido parece confundir una clase académica con el cine, por más que su trabajo con el movimiento de la cámara, el sonido y los colores sea técnicamente casi perfecto. En cierto modo, este film recuerda un poco a Traffic, aquella película de Steven Soderbergh que hacía un recorrido cuasi expositivo de los mecanismos del narcotráfico y sus consecuencias. Allí también la voluntad mensajística, de la mano de una calculada fotografía, se imponía a las vivencias de los personajes. En Ruido sucede algo similar: Julia es más un instrumento para decir cosas “importantes” por parte de la realizadora que un ser de carne y hueso. Todo en ella -desde la gestualidad de Egurrola hasta cada línea de diálogo- es impostación y falta de ambigüedad, y eso se expande a ese mundo conflictivo y violento en el que se mueve. En su voluntad de no dejar dudas al espectador, Ruido termina cediendo a toda chance de decir algo realmente nuevo y, principalmente, potente. Por eso sus imágenes y eventos, que podrían estar cargadas de significados e interrogantes productivos, finalmente solo ofrecen respuestas superficiales.