El lugar menos pensado El nuevo trabajo de Oriana Castro y Nicolás Martínez Zemborain (S.C. Recortes de prensa) tiene la fuerza de la revelación al denunciar que debajo de las Galerías Pacífico funcionaba un centro clandestino de detención. Arthur Santana cuenta que al estar en un alto en la grabación de Ciudad de Pobres Corazones de Fito Páez en los años ochenta, descubre al reconocer un mosaico que la locación donde están filmando es el lugar donde estuvo secuestrado durante la última dictadura militar. Se trata del segundo subsuelo de las Galerías Pacífico (donde ahora está ubicado el Centro Cultural Borges), otro de los tantos centros clandestinos de detención aún no identificados como tal. El documental Segundo Subsuelo (2018) sigue de cerca a Arthur y su relato, mientras busca pruebas de la mano de Pablo López Coda, arquitecto y artesano encargado de la remodelación y restauración del edificio en 1991 a los cien años de su construcción. Este hombre hace un trabajo arqueológico de objetos y cimientos reconstruyendo la memoria del lugar y, con ella, de lo sucedido en el pasado. Los directores con habilidad van narrando los hechos de modo tal que la revelación se vaya concatenando con el correr de los minutos. El juez Rafecas, encargado de las causas, explica la necesidad de pruebas contundentes para iniciar la investigación y uno de los responsables de Barrios por la Memoria, los motivos y dificultades para dar con información que no haya sido destruída con el tiempo. “Allí donde la toques, la memoria duele”, reza la cita de Yorgos Seferis que abre el film, un trabajo que brinda otro aporte fundamental a la memoria no sólo por aquello que devela y denuncia, sino por la capacidad de demostrar en imágenes y hechos que lejos de estar superado, ese pasado oscuro de la Argentina aún yace bajo nosotros, y en el lugar menos pensado.
Las Galerias Pacífico esconden un secreto bien adentro de sus entrañas. Antes de ser uno de los centros comerciales más aristocráticos de la Ciudad de Buenos Aires, la construcción céntrica, que data da fines del siglo XIX y originalmente se llamaba Edificio del Pacífico, perteneció a la Superintendencia de la Policía Ferroviaria y la de Coordinación Federal, y durante la dictadura albergó un centro clandestino de detención por donde pasaron cientos de personas. Entre ellas, el fotógrafo portugués Arthur Santana. Estrenado en el Festival de Mar del Plata del año pasado, Segundo subsuelo tiene un comienzo distinto al de la mayoría de los documentales que abordan el periodo más oscuro de la historia argentina. Las primeras escenas siguen a Santana en el supermercado y en su casa, para recién después mostrarlo frente a cámara narrando las penurias sufridas durante su detención ilegal. Santana nunca supo dónde había estado, hasta que, filmando junto a Fito Páez el videoclip de Ciudad de pobres corazones en uno de los subsuelos de lo que luego serían las Galerias Pacífico, los dibujos formados por las cerámicas del piso lo remitieron inmediatamente a aquella experiencia. A los realizadores Oriana Castro y Nicolás Martínez Zemborain les interesa menos el entramado político-policial-militar de la época que la sucesión de hechos fortuitos que desencadenó el descubrimiento, el pormenorizado análisis de la mano de los involucrados directos y la encomiable búsqueda de Justicia por parte de las víctimas y quienes las sobrevivieron. Allí están, entre otros, los testimonios del abogado especialista en Derechos Humanos y periodista Pablo Llonto, quien representa a familiares de desaparecidos en varias causas penales, y del juez Daniel Rafecas, cuyo juzgado investiga, desde 2004, las violaciones a los DD.HH. ocurridas durante la dictadura. Segundo subsuelo es de esos documentales que no sacan conclusiones sino que construyen un entramado de datos que dejan la interpretación atada a la subjetividad del espectador. Por momentos demoledora y siempre distanciada de la voluntad de golpear por debajo del cinturón, la película de Castro y Martínez Zemborain alumbra un hecho poco conocido de la dictadura militar con respeto, sensibilidad y, sobre todo, a través del lenguaje propio del cine.
Verdades Develadas. Crítica de “Segundo Subsuelo” de Oriana Castro y Nicolás Martinez Zemborain ADELANTOS, CINE, CRITICA, ESTRENOS Un fotógrafo portugués, un arquitecto y un edificio emblemático de la Ciudad de Buenos aires, atravesados por una historia común, pero particular a la vez. Segundo Subsuelo es un largometraje documental sobre la obstinación de la memoria, sobre la búsqueda de la verdad y sobre dos personajes transitando juntos una ciudad con laberintos que solo ellos conocen. Por Bruno Calabrese. La historia sigue de cerca a Arthur, un ex detenido-desaparecido. De la mano de Pablo López Coda, arquitecto y artesano encargado de la remodelación y restauración de edificios, buscan pruebas que confirmen su relato sobre la detención en un centro clandestino ubicado en el segundo subsuelo de las Galerías Pacífico (donde ahora está ubicado el Centro Cultural Borges). Narrada de manera que los hechos se vayan revelando con el correr de los minutos, El documental cuenta con la habilidad del director para mantenernos expectantes a la espera de que la verdad sea revelada. El encargado de llevar la causa adelante es el juez Rafecas. La necesidad de pruebas es clave para iniciar la investigación. Para ello el magistrado explica los porqué y el trabajo que realiza junto a uno de los responsables de Barrios por la Memoria. Quien relata los motivos y dificultades para dar con información que no haya sido destruida con el tiempo. “Segundo Subsuelo” forma parte de un documento clave, en el que se ve reflejada una historia que se empieza salir a flote como un rompecabezas. La primera pieza es un mosaico descubierto casi de casualidad por Arthur durante un alto de la grabación del vídeo “Ciudad de Pobres Corazones” de Fito Páez. A partir de ese instante saldrán muchas verdades a flote, verdades que son necesarias y, que por más que la intenten cubrir con tierra, siempre van vivir en la memoria. Puntaje: 70/100.
Sorpresa, obstinación de la memoria, el horror sellado en nuestra mente para siempre, el detalle que destapa una verdad oculta, la ciudad y sus pasajes secretos. Todos temas de un documental realizado con gran perfección técnica, con un suspenso y un compromiso muy bien logrados. Cuanto puede el diseño de una baldosa recordado como puerta al horror, para que alguien se encuentre en un laberinto de Buenos Aires con la verdad más terrible. Y cuanto hace por la memoria el compromiso constante. Lo azaroso y el método. La casualidad y el cruce con quienes asumieron una labor a través de los años. Con el recuerdo y la justicia. Un caso que sirve como testigo de muchos. La filmación de un clip de Fito Paez en una galería (Pacífico) en plena reforma para convertirse en shopping y un hombre frente a su destino, con la significación de lo colectivo. Realizado por Oriana Castro y Nicolás Martínez Zemborain.
Tres personajes en apariencia, completamente diferentes, van reconstruyendo un fragmento de la memoria reciente, una revelación sobre los años más oscuros de nuestro país y cómo, en un lugar completamente impensado y tras unas puertas tijera de metal, detrás de esas rejas, se “escondía” en pleno centro de la Ciudad, un centro de detención clandestino. Los titulares de los diarios rezan, entre otras grandes frases en letras de molde “Memoria de muerte en pleno Florida”. Es que las que hoy conocemos como Galerías Pacífico en Florida y Córdoba en Capital Federal, funcionaron oportunamente como un centro de detención y tortura. Así es como los directores Oriana Castro y Nicolás Martínez Zemborain van relacionando los relatos de un ex detenido-desaparecido en búsqueda de su verdad más de treinta años después, un arquitecto investigador de arqueología urbana y especialista en materiales de construcción de siglos pasados y un fotógrafo. Durante la filmación de un video clip del tema de Fito Páez, “Ciudad de Pobres Corazones”, en los subsuelos de Galerías Pacífico, uno de los técnicos identifica más de diez años después, el dibujo de las baldosas del lugar y sabe a ciencia cierta que es el lugar donde estuvo detenido-desaparecido durante el ’76. Echando mano a diferentes técnicas y sin presentar el relato ni en forma cronológica ni ordenadamente, a priori, Castro y Martinez Zemborain, prefieren invitar al espectador a ir recomponiendo a modo de un rompecabezas, la información que van aportando cada uno de los entrevistados junto al material de archivo. Tampoco “SEGUNDO SUBSUELO” apela al típico testimonio de personajes mirando a la cámara sino que por el contrario, a través de sus relatos y poniéndolos en acción, va estructurando una red de información que va a ir develando lo ocurrido durante la Dictadura en el Segundo Subsuelo de las Galerías Pacífico, para muchos de nosotros, un dato desconocido. O como más particularmente, el tercer subsuelo contado a partir de la vereda, lo denomina Diego Kohan, hijo del mítico Jaime Kohan, fundador del Teatro Payró, ubicado en la misma manzana, y será él quien aporte además una anécdota de los disparos escuchados en el teatro en plenos ensayos, desconociendo totalmente lo que acontecía a pocas paredes de por medio. Es interesante descubrir como el aparato Estatal borraba toda geografía e instalaba el horror en el espacio menos pensado. Con los elementos testimoniales con los que cuentan, los directores van conformando un cuerpo documental que habla por sí mismo sin ningún tipo de necesidad de apelar al subrayado o a la sobreexplicación sino que se limita –y lo que no es para nada poco- a exponer fielmente los hechos acontecidos y a explorar como se intentó borrar todo rastro de lo acontecido y por ende, lo dificultoso que sigue siendo, aún en la actualidad, poder abordar esta temática. Si bien por la temática y el estilo narrativo, “SEGUNDO SUBSUELO” es un relato atrapante y que queda condensado en compactos 62 minutos, mucho de su impacto y de su solidez se debe al minucioso trabajo de edición de Emiliano Serra que enhebra los relatos de manera que fluya la narración por fuera de todas las convenciones del género. El Archivo Nacional de la Memoria, los recortes periodísticos, las vivencias de los protagonistas con sus contundentes testimonios y el trabajo de Oriana Castro y Nicolás Martínez Zemborain dan cuenta, una vez más, de la necesidad de una memoria activa, de seguir rearmando nuestra propia identidad y no dejar que los momentos de oscuridad queden en el recuerdo y pasen desapercibidos para las nuevas generaciones. De esta forma, “SEGUNDO SUBSUELO” no solamente tiene un valor intrínseco como documental sino que además se alza como una necesidad de seguir recorriendo nuestra historia para no olvidar, para no dejar atrás el horror y para que desde el cine y el arte en general se siga abordando activamente esta temática como alegato de nuestra historia reciente.
Crónica del horror El documental de Oriana Castro y Nicolás Martínez Zemborain pasa a formar parte del catálogo de registro de memoria de la historia nacional, relacionado con lo que fue uno de los pasajes más oscuros en nuestra sociedad, la dictadura militar. La historia esta enfocada en la búsqueda de Arturo Santana, extranjero que padeció el seguimiento y secuestro durante la represión militar en 1976 y que asegura que parte de su encierro fue en un subsuelo de la Galerías Pacífico La narrativa que eligieron los directores, abarca el registro de testimonios, el seguimiento del caso que exponen, el silencio constante como denuncia y la contemplación arquitectónica y artística incluso de las galerías, la contradicción de un lugar que funciona como centro de consumo masivo donde convergen varias multinacionales de ropa y comida, y donde a la vez se esconden escalofriantes recuerdos del horror, guardados en los subsuelos del edificio emblemático. El ritmo es lento, respetuoso con lo que se quiere denunciar y contar, no amerita artilugios descabellados de la realización audiovisual, es un corte periodístico clásico, que poco a poco nos va sumergiendo en una oscuridad que se aloja en los recuerdos del protagonista, Arturo, quien habla frente a cámara con un dolor que es claro en la mirada y en la pronunciación de las palabras, las secuelas de la represión son claras en su andar y en su desenvolvimiento, pero tenemos a un hombre que tiene la convicción que aquel sufrimiento que padeció junto a muchísimas personas más no sera olvidado aunque así lo quieran algunos, y esta claro que hay gente poderosa que no le conviene que salga a la luz las atrocidades cometidas en aquel sitio, revelado esto en el impedimento que sufrió el arquitecto Pablo López Coda en su investigación dentro de la Galerías Pacífico en una especie de trabajo arqueológico profundo que realizo para reconstruir la memoria del lugar y develar lo ocurrido allí. El documental cuenta con el aporte de declaraciones y testimonios de personas conocedoras de la historia e involucrados en la investigación, como el Juez Rafecas, Pablo Lollo y Diego Kogan, para obtener otros puntos de vista, todos con la misma finalidad de esclarecer lo acontecido. Segundo subsuelo debe ser un material de aprendizaje, nos otorga una mirada diferente de lo que significa las Galerías Pacífico, debajo de todo ese paraíso de consumo como lo describe Arturo, se encuentra en las entrañas del edificio, ecos del recuerdo del dolor y horror de una época sumida en la represión, tortura y censura, con la desaparición sistemática de compatriotas y compañeros. *Review de Gonzalo Schiffer
Cuando la memoria duele En las catacumbas de lo que hoy es el paraíso de consumo de la alta clase media vernácula, funcionó un centro clandestino de detención. “Allí donde la toques, la memoria duele”, reza la cita del griego Yorgos Seferis elegida por los directores Oriana Castro y Nicolás Martínez Zemborain para ilustrar la placa inicial de Segundo subsuelo. Al fotógrafo portugués Arthur Santana le llegó el momento de tocarla cuando menos lo esperaba; esto es, en medio de una jornada de trabajo que pintaba igual a tantas otras. Aquel día de 1987 estaba en las entrañas del que por entonces se llamaba Edificio del Pacífico para rodar junto a Fito Páez el videoclip de Ciudad de pobres corazones, hasta que los dibujos formados por las cerámicas del piso lo trasladaron a otro tiempo. Un tiempo atroz, oscurísimo, de libertades cercenadas y en el que el sonido de la muerte y el olor a pis lo invadían todo. Unos años después, con la llegada de la convertibilidad y el furor por las primeras marcas, aquella mole se convertiría en la Galerias Pacífico. Y Santana, en uno de los pocos testigos de lo sucedido allí durante la última dictadura militar, cuando varios metros bajo tierra funcionaba un centro clandestino de detención. Pero, ¿cómo es posible que en el subsuelo de lo que hoy es el paraíso de consumo de la aristocracia porteña se haya montado lo más parecido al infierno en la Tierra? Porque desde 1973, mucho antes de ser el shopping que es hoy, aquel edificio levantado a fines del siglo XIX fue sede de la Superintendencia de la Policía Ferroviaria y la de Coordinación Federal. Lo que no terminó de saberse es si quienes recalaron allí entre 1976 y 1983 lo hicieron por la voluntad de esas dependencias o como consecuencia del trabajo mancomunado entre las distintas fuerzas. Sin embargo, a Castro y Martínez Zemborain le interesa menos el entramado político-policial-militar que la sucesión de hechos fortuitos que desencadenó el descubrimiento, el pormenorizado análisis de la mano de los involucrados directos y la encomiable búsqueda de Justicia por parte de las víctimas y quienes las sobrevivieron. Víctimas que en muchos casos no saben dónde ni cuánto tiempo estuvieron detenidas, dificultado la identificación de los lugares. Así como se va armando un rompecabezas mediante retazos de recuerdos de olores y sensaciones, Segundo subsuelo se arma a la manera de un mosaico, con piezas cuyo sentido recién se avizora sobre el Ecuador del metraje. La dupla elige comenzar la película mostrando a Santana en un supermercado primero y en su casa cocinando después, y continúa con un relato a cámara sobre cómo y dónde fue “chupado”. Falta el quién, algo que ni él ni nadie conoce. La palabra del abogado especialista en Derechos Humanos y periodista Pablo Llonto, quien representa a familiares de desaparecidos en varias causas penales, permite suponer un rumbo que el testimonio posterior del juez Daniel Rafecas, cuyo juzgado investiga, desde 2004, las violaciones a los DD. HH. ocurridas durante la dictadura, no hará más que confirmar. Toda esa larga introducción funciona a modo de contextualización en tiempo y espacio. Mejor dicho, en dos tiempos (los ’70 y la actualidad) y un mismo espacio. Quien articula ambas temporalidades es el arquitecto que se encargó de la remodelación del edificio previo a la inauguración del shopping. Allí, además de objetos históricos, se encontraron paredes escritas con fechas y nombres, en lo que fue la primera pista concreta de la barbarie. A contramano del 90 por ciento de las películas que abordan el periodo más nefasto de la historia argentina, aquí el punto de vista es una derivación de la información y no al revés. Alrededor de esa ligazón directa entre la subjetividad de quienes filman y la realidad de los datos se construye el núcleo más jugoso de una película que va de lo general a lo particular, del horror sistémico a la experiencia personal de un Santana marcado por esas heridas que, más de 40 años después, siguen tan abiertas como el primer día.
Manos, pies y rostros delineados a la perfección conforman los primeros planos. Retazos de la cúpula de las Galerías Pacífico. Extractos de las más grandes manifestaciones del muralismo argentino tiñen de sacralidad el firmamento del recinto. El mismo que prosigue como bandera del consumismo desenfrenado y repelente que se instaló en los ’90, y que fue previamente un centro de detenciones forzadas. Esta última historia es la que el film reconstruye a partir de los relatos de Arturo Santana Das Mores, ex operador de video y fotógrafo, y de Pablo López Coda, arquitecto especializado en materiales de la construcción, quien colabora con la investigación del caso del primero.
LUCES TENEBROSAS Dos personajes y dos trayectos inauguran el documental Segundo subsuelo, de Oriana Castro y Nicolás Martínez Zemborain. Uno es el de Arturo Santana Das Dores («el portugués»), camino a su departamento, un monoambiente donde aparecen colgadas las imágenes de Fidel y el Che cerca de un cuadro con Marilyn Monroe, y en otro sector, la de Montoneros. Serán los únicos datos de Arturo en torno a su historia. Si hay algo que está claro en el abordaje de los realizadores es que no se trata de una historia más sobre la militancia, sino de sacar a la luz el tenebroso caso de cómo el actual centro comercial de Galerías Pacífico fue utilizado como espacio clandestino de detenciones y torturas y de qué modo se comenzó a investigar ello a partir de la experiencia de una de las víctimas. En efecto, fue Arturo Santana Das Dores quien, en un parate del rodaje del video de Ciudad de pobres corazones de Fito Páez, reconoció el piso del lugar donde había sido secuestrado. La historia es fascinante y se completa con el otro protagonista, Pablo López Coda, arquitecto investigador de arqueología urbana. Él es el otro personaje clave al que también seguimos sus pasos al comienzo de la película. La información sobre ambos aparecerá dosificada y sus testimonios aportarán progresivamente las piezas de un rompecabezas que se completa con otros relatos, incluidos los de Pablo Llonto, conocido periodista vinculado a los derechos humanos. La historia personal y la Historia propiamente dicha se conjugan en un trabajo de edición que tiene sus puntos a favor y otros más cuestionables desde el punto de vista formal. En relación a lo primero, lo más interesante lo constituyen los momentos donde la cámara encapsula a los protagonistas. Uno como si fuera turista en su propia tierra; el otro, inmerso en su propio saber. ¿Cómo recorrer esos espacios cotidianos ligados al consumo, a la neutralidad, sabiendo que fueron núcleos del peor horror de la dictadura? ¿Cómo no sentirse un alienígena caminando por las calles, esperando que alguna señal, un rostro, un olor, puedan activar el pasado más sombrío? Esa sensación creada a partir de elementos visuales y sonoros representan la zona más interesante del documental, cuando cede a las imágenes un valor significativo que se potencia en espacios vacíos, reciclados, de pasadizos secretos, de tortura y de muerte. En este contexto expresivo, da la impresión de que lo explicativo resta. Los testimonios de los dos personajes centrales bastan para otorgarle materia suficiente a la película, aún en los titubeos. “No sé cómo explicarlo», se excusa Arturo, preso esta vez en la otra cárcel, la del lenguaje. Tal vez sobren algunas partes expositivas o resientan el resultado ciertos cortes arbitrarios en lo mejor de los relatos, dispersiones que parecen intrusivas. La necesidad de explicar aquello que se puede encontrar más allá del cine relega la fuerza de la historia de Arturo y de Pablo, dos identidades que ya bastaban para darle forma a este interesante documental.