Las películas con perro ya son parte de lo más rutinario del cine americano. Pocas veces los films que narran el vínculo humano-perro pueden llegar a sorprender. La última que sorprendió fue Una pareja de tres, con Owen Wilson y Jennifer Aniston, una película que se centraba en la integración de un perro revoltoso a una familia incipiente. La relación entre los miembros de la familia y el can en cuestión era una excusa para hablar, con una sorprendente sencillez, de los dilemas cotidianos en torno a la constitución familiar, mostrando el vínculo que la familia sostiene con el perro Marley a lo largo de los años. Ahora aparece Hachiko: A dog's story, esta pequeña película con perro que, a diferencia de la mencionada, no sorprende en absoluto. Primero cabe preguntarse cuál es la razón de esta producción, que traslada una historia real japonesa de principios de siglo XX a Estados Unidos en la actualidad. La única razón de ese traslado parece ser la esencia del relato, la historia de fidelidad de un perro que durante diez años espera sin suerte en la estación de trenes a que su amo regrese, como era su costumbre diaria. La diferencia es que, al poner en escena el relato en otro escenario sin olvidarse de la historia original, se suman un cúmulo de licencias, o excusas, narrativas que terminan atentando contra la coherencia del drama. La clave de esta película es su simpleza, un elemento que puede considerarse su mayor virtud o su peor defecto, y estaríamos en lo cierto si afirmáramos una cosa o la otra. La película es tan simple que se detiene exclusivamente en el vínculo entre el protagonista y el perro que este encuentra en la estación y adopta de inmediato. No importa nada más que ese vínculo, y su austeridad narrativa le sienta muy bien. De hecho, si no estuviera protagonizada por Richard Gere y dirigida por el experto en películas lacrimógenas Lasse Hallström, estaríamos ante una película prácticamente mínima, y no estaría nada mal. Tal vez hubiera sido más noble, o más coherente que, en línea con esa simpleza argumental, no hubiese apelado a estrellas en el elenco, y se hubiese asumido como un drama minúsculo, sin pretensiones comerciales. Aún así, Gere no está mal en su papel, y cumple apoyándose en la ternura que despierta el relato. Pero esta simpleza también actúa en contra. El reduccionismo argumental hace que importe muy poco la personalidad de Parker (Gere), o su vínculo con su mujer o con su hija. La película se apoya tanto en el vínculo hombre-perro que lo demás queda a un lado, y si bien esto hace que no queden subtramas en el tintero cuando se da el vuelco en la trama, a la hora de película, lo que logra con eso es que no lleguemos a terminar de introducirnos en la vida de estos personajes, y salvo la desesperada fidelidad del perro, el resto se vea completamente superfluo. Lasse Hallström se despacha con otra película “para llorar”, y sabemos que hacer llorar al espectador no es ningún mérito en sí mismo. Se puede hacer llorar de muchas maneras, y, en este caso, la nobleza y ternura de buena parte de la historia se hunde en un golpe bajo que se extiende durante media hora, cuando la película ya asume la tristeza de los acontecimientos que le tocan contar. En ese sentido, la austeridad de la propuesta evita que la película se regodee en el golpe bajo más de lo permitido, aunque esa misma austeridad sea la que condena a la insignificancia a esta película, que parte de una inútil adaptación de una historia real ocurrida en el otro lado del mundo, muchísimos años atrás, sin poder hacer nada interesante con ella, y cuyo único mérito es no pretender absolutamente nada, sólo contar una pequeñísima y conmovedora historia de amor.
Basándose en una historia real ocurrida en Japón entre principios de 1920 y mediados de 1930, Richard Gere produce y protagoniza esta película sobre la relación entre un perro y su dueño. Estos eventos son trasladados a un pueblo de New England en los años 90, donde un hombre encuentra un perro y, tras convencer a su esposa, lo adopta. Ambos establecen un fuerte vinculo y el animal lo acompaña ida y vuelta a la estación del tren cada día. Tras la repentina muerte del hombre, el perro continua yendo a la estación a la espera de su dueño, por los próximos 9 años. Esta actitud del animal inspiro artículos en diarios y una estatua en el lugar donde solía esperar a su dueño. Todo lo que ocurre en el film se resume en estas lineas, con lo cual uno sabe que esperar. El perro es el centro de la historia y todas sus escenas están bien logradas. Pero como no es suficiente para toda una película, se dedica tiempo a la familia del hombre (esposa, hija y marido) con momentos de relleno que no aportan nada. Las participaciones de Richard Gere, Joan Allen y Jason Alexander solo toman importancia cuando se relacionan con el animal. El director Lasse Hallström ("What`s Eating Gilbert Grape", "The Cider House Rules") esta acostumbrado a este tipo de cine y hace un buen trabajo sin caer en el melodrama. Se equivoca con un par de escenas que no encajan, primero poniendo una cámara-perro que muestra la mirada del animal en blanco/negro y luego cuando el perro percibe que algo malo le pasara a su dueño. Una película que no da para cine, pero la agarras en "Hallmark" y seguro te emocionas.
Hallstrom perdió la brújula La parábola fílmica que va desde Quien Ama a Gilbert Grape (What’s Gilbert Grape Eating?, 1992) hasta Las Reglas de la Vida (The Cider House Rules, 1999) conformó una década de los ’90 impecable para un Lasse Halstrom que entregó un cine de calidad e igualmente conmovedor. Siempre a su Lado (Hachiko, 2009) sigue sin permitirle a Hallstrom recuperar su plenitud cinematográfica, esa misma que se ha desdibujado en sus últimas obras. Siempre a su Lado es una remake de una película japonesa estrenada en 1987 –dirigida por Seiijiró Koyama- y que ambientaba esta misma historia en el Japón de los años ’20. Trasladada a la actualidad y basada en hechos reales narra como un profesor de universidad encuentra a un cachorro perdido en la estación del tren y le brinda su cariño y su hogar. El perro en cuestión es Hachi, proveniente de una raza de origen japonés, quien logra crear un vínculo con su dueño tan especial como enternecedor. Apoyado en excelentes rubros técnicos como lo son la música y la fotografía, Hasllstrom intenta transmitir con fuerza expresiva una historia ciertamente emotiva, que refleja la lealtad inquebrantable a través del paso del tiempo y donde la muerte (la desaparición física) no es sinónimo de ausencia del sentimiento. Siempre a tu lado habla sobre como convivir con esos temas, pero sobre todo del desinterés y la pureza del amor de un perro, no en vano llamado el mejor amigo del hombre. Con estilo clásico, el autor traza estos lazos sentimentales que unen el destino de ambos, humano y mascota. Siempre a tu lado no está ajeno a ese cine lacrimógeno que siempre tiene a mano una historia como estas para apelar a la sensibilidad de su público. La relación entre el hombre y el animal esun tema que el cine ha sabido explotar, para bien o para mal. La reciente Marley y Yo (Marley and Me, 2008) es un claro ejemplo de cómo este elemento dramático lejos de ser utilizado para contar una historia que realmente conmueva sino que esta utilizado como un vehículo para emocionar desde una postura accesoria, facilista y elemental. El film es, casi su totalidad, el estudio de comportamiento entre el perro y su amo, un vínculo que estará repleto de fidelidad y pureza. Sin embargo, un acercamiento simple, casi como un reduccionismo argumental que no explora otro tipo de vínculos sentimentales que puede establecer su protagonista (su esposa, su hija) disminuye las pretensiones del film y como inevitable resultado, reduce notablemente la calidad del producto. Todo lo que rodea al vínculo del personaje de Richard Gere y de la mascota, parece ser un aditivo secundario de la trama, observadores perfectos de un entorno donde todo luce maravilloso, intocable y hasta insignificante. Son pocas las películas que logran despegar de la mediocridad al narrar este vínculo sin tornarse rutinarias. Y un experimentado como Lasse Hallstrom, director que se eleva bastante por encima del nivel medio gracias a sus logros y conceptos vertidos, debería saber muy bien que hacer llorar al espectador no es un merito de por sí. El merito es saber hacerlo sin golpes bajos.
La historia es muy chiquita, ya que no hay mucho que contar, sólo la relación y el amor entre un ser humano y un animal (nada más y nada menos), por lo tanto los aguafiestas de siempre seguramente van a opinar que no es una buena película porque el...
Mi heroe: Un Perro Esta es una historia basada en hechos reales. De modo deleitable, el director Lasse Hallström narra cuando un profesor de piano universitario (Richard Gere) se cruza en la estación de tren con un cachorro. Este pequeño de raza Akita hace notar su presencia y decide adoptar a Gere. Si, claramente el Akita adquiere a su amo. Con el tiempo, el vínculo que los une se transforma en algo tangible y Hachiko, o Hachi, tal como lo apoda su compañero de vida, no precisa de palabras para expresar sus ideas y emociones. El perro va cada mañana a la estación para despedirlo y también acude todas las tardes puntualmente para recibirlo. Pero es entonces cuando ocurre una desgracia que pondrá a prueba el sentimiento de fidelidad existente entre ambos. Nada más se puede agregar sobre el argumento de esta bellísima y cuidada historia. Donde Lasse Hallström prolijamente adornó con pulcros matices de luz en composé con el vestuario y una banda sonora que acompaña cada momento con exactitud (piano, instrumento que tocaba el protagonista). La participación de Richard Gere es correctísima, al igual que la del grupo de reparto que componen la película como Jason Alexander (Amor ciego), Cary-Hiroyuki Tagawa (Elektra) y otros. Pero la actuación del canino Hachi, logra lo que pocos han podido realizar, sus miradas y gestos son casi teatrales. Con una cámara casi canina, partes de la historia se pueden ver a través de los ojos de Hachi. Y este mundo puede resultar tan tierno como doloroso. La cinta lo hará notar no sólo por la altura de grabado, sino también en el detalle del cambio de tonalidades brindados por la visión del can. El film fácilmente llegará al espectador y no solo lo tocará, sino que lo atravesará tiernamente con su relato. Y es quizás la mejor manera de poner a prueba la sensibilidad humana personal, si este film no logra sensibilizarte, acaso nada lo hará.
Un vínculo pensado para conmover No hay secretos ni segundas intenciones en esta nueva muestra de fidelidad del sueco Lasse Hallström a las historias que buscan respaldo y fundamento en la cuerda melodramática. Siempre a tu lado está concebida para conmover primero y encontrar después la complicidad del público para diseñar un universo casi beatífico, en el que todos son capaces de abrigar buenos sentimientos y compartirlos con los demás. Inspirado en una historia real ocurrida en Japón y en un film de ese origen que dio cuenta de esos hechos, Siempre a tu lado coloca desde el vamos y sin vueltas el eje único del relato en el enternecedor vínculo entre un maduro profesor de música -cuya vida conyugal, familiar, profesional no ofrece fisuras- y un perro de raza Akita que se extravía sin explicaciones claras en una clásica localidad suburbana de los Estados Unidos después de un largo viaje iniciado en el Lejano Oriente. El hombre logra superar las resistencias de su esposa y convierte al can en una entrañable compañía. El mérito de Hallström es mostrarnos ese proceso desde el impulso de ambos protagonistas -con escenas en blanco y negro que parecen acompañar el punto de vista del animal- así como el modo en que el resto de los personajes -familiares y habitantes del lugar- van comprobando de a poco la intensidad de una relación que llega a superar los lazos vitales entre ambos. No faltan excesos de azúcar y una narración por momentos desordenada, pero también abundan los momentos de genuina emoción.
Fiel como perro de Gere La historia real del can que siguió leal a su dueño hasta más allá de su muerte. Bien dicen que si uno quiere lucirse como actor, lo mejor es no compartir escenas con niños ni con perros. No por las comparaciones -aunque a veces, sí.-, sino porque la atención suelen llevárselas estas criaturitas. Y más si, en el caso de los canes, es un cachorrito indefenso, que hace honor al refrán de que el perro es el amigo más fiel del hombre. Pese a todo esto, Richard Gere sale airoso en Siempre a su lado. Es el músico que una noche en una estación de trenes encuentra perdido al cachorrito akita y se lo lleva a su casa. Su esposa (Joan Allen) está recontrapodrida de los animales, no lo quiere ni ver a Hachiko, como llaman al cuatro patas, pero de a poco entiende que el cariño y la devoción que su esposo le dedica al pichicho (se revuelca en el pasto con él; intenta enseñarle a ir a buscar la pelotita) no le quita su espacio. En fin: que Parker la sigue queriendo, y ella advierte que la relación con el perro le ha devuelto a su pareja algo de la pasión por vivir que parecía apaciguada. La película de Lasse Hallström (Las reglas de la vida, Chocolate) se basa a su vez en una historia real, ocurrida en Japón, por la década del '20 del siglo pasado. Gere, como productor del filme, tampoco se ha quedado con el rol principal. Curioso o no, el Siempre a su lado puede referirse a Parker, no al perrito. Sin adelantar demasiado -la cola en los cines lo deja en claro-, en algún momento Parker morirá y Hachiko irá todos los días durante diez años a la estación a esperar a su dueño. Que los amantes de las panzadas lacrimógenas sepan que Siempre a su lado es su película de la semana. Todos los personajes secundarios (el vendedor de hot dogs, el guarda de la estación, la esposa de Parker, su hija, un amigo japonés que explica todo lo que el perro no puede) están en pantalla en función del pichicho. Emotividad cruel, en síntesis, todo aquel que sienta que la fidelidad no es un viaje de ida, la disfrutará hasta las lágrimas. ¿Si es una película infantil? No, pero no habrá chico que se resista al perrito.
Una amistad para recordar El profesor Parker Wilson (Richard Gere) regresa una noche como cualquier otra de su estudio de danzas y música, cuando tropieza con un cachorro de raza Akita. Conmovido por la soledad de este pequeño al que nadie reclama, lo lleva a su casa y acuerda con su esposa (Joan Allen) que será un huésped de paso hasta que le consiga un hogar. Pronto queda claro que el pequeño Hachi ("ocho") está encantado con la compañía de Parker y se acomoda en la familia sin problemas. Un colega japonés le confirma al profesor la nobleza de la raza a la que Hachi pertenece, aclarándole que un Akita es más que un perro y que tendrá con él un vínculo sin igual. La historia del verdadero Hachiko ya es una leyenda repetida a lo largo de los años desde hace casi un siglo. Basándose en la anécdota japonesa que originó la leyenda y como remake del filme nipón "Hachiko Monogatari" (¿reminiscencias de "Chatrán"?, claro que sí), Lasse Hallström reencuentra su esencia en el guión de Stephen Lindsay y ofrece una historia de amor bastante inusual: la de un hombre y un perro que se encuentran por accidente en una estación de trenes y cuyas vidas comienzan a transitar la rutina de una verdadera amistad. Con actuaciones sobrias de Richard Gere, Joan Allen y Sarah Roemer, sin descuidar a los actores que reconstruyen el entorno de la estación de tren donde parte de la historia se desarrolla, Hallström ofrece un drama emotivo, bien narrado, verosímil. Parece increíble que se trate del mismo detrás de "Querido John", una trama mucho más endeble donde no se luce su excepcional talento para capturar instantes, gestualidades y ambientes. Sencilla, previsible en su desenlace y sin pretensiones, "Siempre a su lado" nos transporta a un universo conocido y añorado, sobre todo a aquellos que hemos vivido con mascotas. No confundir "tener" con "poseer"; de la sutil diferencia de estos términos está empapada la película. Imprescindible llegar al cine con pañuelos a mano.
Desde Rin Tin Tin y Lassie, Hollywood —sea en cine o en televisión— siempre le dio lugar a los perros. Y no solamente en comedias y otras películas familiares. También se los pudo ver en films de contenido más dramático, como Marley y Yo. (En Argentina, Carlos Sorín supo dirigir, justamente, El Perro). En Siempre a su Lado, el mejor amigo del hombre tiene la forma de Hachi, un ejemplar de raza Akita. Siendo cachorro, escapa de su jaula en una estación de trenes. Allí es encontrado por —y él encuentra a— Parker (Richard Gere), quien lo termina adoptando como mascota. La relación se afianza con los años. Parker y Hachi son inseparables, al punto de que el animalito lo acompaña a tomar el tren para ir a trabajar y luego lo espera cuando vuelve. La rutina es tal que hasta los dueños de los negocios aledaños ya la conocen y saludan a Hachi como si fuera otra persona. Hasta que Parker muere por un problema de salud. Lejos de abandonar las esperanzas, Hachi sigue con la rutina de ir a la estación y esperar a su amo, como si en algún momento fueran a reencontrarse. Basada en un hecho real ocurrido en Japón a principios del siglo XX, Siempre... es una historia de amistad y fidelidad que ni la muerte puede romper. Si bien no hay golpes bajos, resulta imposible no conmoverse. Como los mejores perros del cine, Hachi se roba cada una de sus escenas. Podemos verlo desde que es un cachorrito, pasando por la edad madura y llegando a la vejez, donde ni aún así deja de esperar a Parker. Tanto Richard Gere (también productor) como el resto del elenco están bien, pero el material tampoco permite mucho vuelo actoral, ya que se trata de una historia sencilla, correcta. Y es verdad que la carrera del sueco Lasse Hallström conoció tiempos mejores (recordemos Las Reglas de la Vida, entre otras). Sin embargo, es un gran director que, aun con vuelo bajo, puede hacer películas intimistas y significativas dentro de un sistema cada vez más obsesionados con la espectacularidad más superficial. Quien no se emocione con Siempre... es porque no tiene ni tuvo perros.
Alta fidelidad Una película que tenga a un perro fiel como protagonista y que esté basada en una historia real, ocurrida en Japón en los años ‘20, ya viene con garantía de sensibilidad. Si, además, detrás de cámaras está el sueco Lasse Hallstrom (el mismo de ¿A quién ama Gilbert Grape? o Las reglas de vida), está claro que para entrar a ver Siempre a su lado podremos olvidarnos del pochoclo, pero nunca los pañuelos de papel. Aquí Richard Gere es Parker, un querible profesor universitario que viaja a dar clase todos los días a la ciudad y que construye con el perro Hachiko una relación de lealtad rayana con la leyenda. De hecho, en Japón, la fábula llegó al cine en 1987 y una estatua de bronce inmortalizó al verdadero ejemplar de raza Akita. Esta versión reivindica la felicidad que trae el equilibrio, algo que parece natural en un pueblo donde todos se conocen y disfrutan de lo que les toca, así sea vender café en la estación o expender todos los días los mismos boletos. Y en varios pasajes, contrapone eso a las gratificaciones efímeras que promueve el capitalismo. “¿Quieres un perro juguetón? ¡Búscate un Collie! Estos son perros orientales, no americanos. No puedes comprarlos”, le dice a Parker un colega japonés. Richard Gere hace tiempo que se reconoce budista. Y aquí, además de protagonista, es el productor de la película.
Vida perra. En las películas americanas parece que la sabiduría viene siempre de oriente. Con más razón si en el asunto está involucrado Richard Gere, que, como casi todos saben, tiene contacto fluido con los lamas. Lo curioso, según se nos informa en Siempre a su lado, la película que tiene al director Lasse Hallstrom como director y a Gere como productor asociado, es que aparentemente hasta los perros orientales son sabios. El nieto del personaje de Gere cuenta la historia cuando tiene que hacer una tarea en clase que consiste en pasar al frente y discurrir sobre el tema “Mi héroe”. El cuento de la película viene así envuelto en un larguísimo flashback que se encarga de proporcionar el marco adecuado para el personaje central de la película, que con el paso de los años adquiere ribetes de carácter mítico: el perro. No se sabe bien por qué motivo, el bendito perro hace el viaje de Japón hasta los Estados Unidos y termina vagando en una noche helada por una estación de tren de provincia. Gere lo encuentra y se lo lleva a su casa. La esposa mucho no lo quiere porque en la primera noche de su estadía en la casa el perro les arruina un encuentro erótico. Pero pasados los días, al ver por la ventana al marido arrastrándose en cuatro patas, tratando de enseñarle al animal que busque una pelotita y que la traiga de vuelta, se nota que se le ablanda el corazón: la pobre mujer se olvida del sexo (ya que advierte que está viviendo junto a un niño en vez de un hombre) y consiente que se quede, qué se le va a hacer. Si de buscar y devolver cosas se trata, el perro al final no aprende una goma, no le interesa saber nada al respecto. El perro lo único que hace es acompañar a su dueño a la estación, volverse a la casa y esperarlo de nuevo a la vuelta. No parece para tanto, pero todos están asombrados con la conducta del fiel cuadrúpedo. Un amigo japonés de la familia estudia el caso y explica que su renuencia a aprender cualquier juego es parte del espíritu independiente del rope. Que el tipo hace la suya, que es un animal que tiene algo especial, algo sagrado, y que no está para andar por la vida como un pavote recuperando palitos, que para eso mejor se busquen otro cualquiera. Todo eso no lo dice enojado ni mucho menos. Cuando no están en guerra, los japoneses en el cine americano capaz que te cagan a pedos pero sin perder jamás la compostura y la sonrisa milenaria de rigor. Pero ahora viene lo bueno (es un decir). Richard Gere se muere de un bobazo frente a una multitud de alumnos. El hombre es profesor de música y el espectador sospecha que puede haber alguna relación entre el aspecto sublime de su oficio y la conexión tan linda que supo establecer con el can. Pero nada que ver, es una pista falsa. Resulta que a partir del infausto episodio el animal sigue con su costumbre una y otra vez, a la misma hora, según pasan los años, mientras el empleado de la estación y el vendedor de panchos miran repetirse la escena acongojados. Hay un plano muy feo que lo muestra firme como una estatua al bicho, mientras el fondo va cambiando conforme se suceden las estaciones. Uno de esos días de Dios la viuda de Gere se lo encuentra en la estación y con lágrimas en los ojos le explica que la espera es inútil, que debe desistir de su actitud. Uno termina preguntándose qué diablos tenía de genial ese perro al final, y si esa fidelidad insensata no es la que prescribe el proverbio, la propia de casi todos los perros, después de todo. La verdad es que uno se sentía autorizado, en vista de la machacona postulación de la originalidad del perro que se hace durante toda la película, a pedir mucho más: quizá que la espera rindiera sus frutos y el hombre volviera a la vida. Por ejemplo. Eso no hubiera estado tan mal, como en una especie de Ordet perruna que, en tren de imaginar, se llamara El ladrido en lugar de La palabra. No ocurre nada de eso, sin embargo. La película insiste en señalar ese aspecto canino de lo más habitual como si se tratara en realidad de algo fuera de lo común. Claro, lo es pero sólo en el modo hiperbólico con el que aquí se lo presenta. Así, exagerando un rasgo ordinario, que en manos de otro director podría perfectamente producir una parodia, Siempre a su lado se las arregla para pulsar su cuerda de lágrimas y sentimentalismo y ofrecer ambas cosas a precio de saldo. Todo servido con un realismo rutinario, como el que dispone el mal cine y repite la televisión: el más apropiado para el surgimiento del llanto ( y con acompañamiento de violines, faltaba más, no vaya a ser que alguien no sepa cuándo tiene que emocionarse). Pero el colmo llega un poco antes del final, con unos planos de Gere correteando alegre por el jardín como si fuera el mismo perro quien recuerda. Súmenle la carita del abnegado animal ribeteada de nieve, esperando a su amo cuando el tipo ya hacía un rato largo que estaba viendo crecer las margaritas desde abajo. Y la mujer que le dice “estás viejito”. Sumen más: la estatua que le levantan en la estación, en pétrea posición de esperar, obvio, costeada por los vecinos emocionados en agradecimiento por haber sido ungidos con una experiencia semejante. Del sueco Lasse Hallstrom se recuerda Quién ama a Gilbert Grape. Es una película de cuando no hacía tanto que había desembarcado en Hollywood: como compartía el lugar de nacimiento con Bergman, la superstición nacional pudo bendecirlo haciendo pender sobre su cabeza una improbable aura nórdica que enseguida el propio Hallstrom se encargó de dilapidar.
Me parece que he visto a un lindo perrito Un profesor de música (Gere) con una familia feliz, una esposa compañera (Allen) de años y una hija cariñosa, viaja, por trabajo, todos los días en tren desde su barrio a la ciudad. Una noche a su regreso encuentra a un cachorro Akita (una raza oriental milenaria que supo acompañar a los shogunes en Japón) perdido quién sabe por qué designios más allá de los requeridos por el guión. Parker lo lleva a su casa y a pesar de la negativa primera de Cate, el perro conseguirá hacerse de su lugar en el hogar y ser parte de la familia. Mientras crece acompañará a su amo a la estación y volverá a buscarlo a su regreso como si supiera la hora de la vuelta mientras los dueños de los comercios, el boletero y hasta un panchero lo aprenderán a reconocer y querer. Algo ocurrirá que modificará este ritual pero el amor, el afecto incondicional y la lealtad seguirán inmodificables. Con semejante historia la receta de la película lacrimógena de la semana está servida. La empatía con el espectador es muy fácil de alcanzar. Lasse Hallström construye igualmente un filme que no recurre al golpe bajo más que lo esperado y esperable. Y hasta ofrece escenas en blanco y negro como si el can fuera nuestros ojos en determinados momentos. Y sí, es bastante previsible todo lo que ocurrirá pero cómo no derramar alguna lagrimita. Si de eso se trata al fin y al cabo. En Siempre a tu lado, adaptación yanqui de una historia real ocurrida a comienzos del siglo pasado en Japón, los cruces de las concepciones de mundo occidental y oriental se pasean por ahí, entre personajes y parlamentos que se mantienen dentro de los parámetros de los libros de filosofía de autoayuda, pero suenan muy bonitos y humanos. De ese humanismo cliché, no del humanismo existencialista sartreano por ejemplo. Pero bueno, para algunos los sentimientos pasan únicamente por algún lado muy alejado de la cabeza y cualquier planteo contrario es incomprensible y lo deja a uno del lado de los insensibles porque no logra que lo (con)mueva la historia de un perro fiel.
La Lealtad en cuatro patas camina con altivez. Debo confesar que además de no poseer mascota alguna, no soy fan de aquellos filmes sobre animalitos buenos y divertidos, que desde la pantalla proponen alguna picardía, y generan complicidad hogareña de cine familiar, es más el año pasado uno terminaba embroncado de ver esa comedia tramposa llamada "Marley y yo", pero ahora luego de ver ésta puedo sostener que no todo es tan asi y que "Siempre a su lado", como aquí han titulado esta versión del filme nipón: "Hachiko monogatari" es muy distinta a lo anterior visto por estos ojos. Basada en un caso verídico, acaecido en los años 20 en Japón, que también resguarda la historia una estatua del fiel Hachiko, perro que durante años fué a esperar a su amo dia tras día a la estación de trenes sin saber que este ya no volvería más. Richard Gere produjo ahora esta versión que se desarrolla en Rhode Island, donde es un profesor de música, casado con Joan Allen (comentario aparte: que le pasó a esta actriz con su cirugía..??? Cambió tanto que ya no parece la de antes!!), y llevan una vida feliz cuando a él se le cruza un cachorrito perdido en una estación, luego de idas y venidas, se convertirá en fiel mascota hasta que un día su amo no regrese del diario viaje en tren a su trabajo. Con una perspectiva poco usual de ubicar la cámara como posiblemente nos observen los animales, con destacadas tomas y planos del can, sus gestos perrunos, su jadeo, y su forma de comunicarse con el dueño, el director Lasse Hallstron brinda una más que prolija y honesta apuesta, donde el animalito pasa a ser el protagonista, y Gere su secundario. De manera simple la trama nos ofrece el sentido de la lealtad, el honor y el amor mutuo entre dos seres como pueden ser -o siempre lo son-, una mascota y su dueño, yendo más lejos y hablando también de la lealtad y la fidelidad, por ejemplo algo curioso pasa cuando el perro no acepta jamás jugar a la pelota ni aprender ninguna gracia, uds verán el porqué. Sin gansadas de comedia, sin personajes "malos", sin ninguna rebuscada línea, se propone una digna peli. Hachiko -su nombre de origen oriental tiene su significado- hará que nosotros soltemos nuestras emociones, y veamos con beneplácito una propuesta cargada de genuino amor al prójimo animal.
Esta producción se basa en una historia real ocurrida en Japón en la década del 20 del siglo pasado, sobre un perro de raza akita llamado Hachiko y su relación con un profesor universitario, trasladando el relato a los comienzos del siglo XXI ambientándo en los Estados Unidos. Comienza en una localidad del Japón desde donde se despacha en una jaula a un cachorro akita con destino a los Estados Unidos. Todo se desarrolla normalmente hasta la jaula llega a la estación ferroviaria de un pueblo en la nación del Norte. Al ser traslada se despende en el hall, al caer se abre y el pequeño queda liberado y comienza a rondar el amplio espacio del recinto. Entre los pasajeros que arriban a ese destino se encuentra Parker (Richard Gere), un profesor de música en su diario viaje para cumplir con su trabajo docente en la ciudad. Dirigiéndose hacia la salida descubre al cachorro perdido. Es viernes, el jefe de la estación manifiesta no poder hacerse cargo, sugiere al profesor que lo conserve hasta el lunes y si nadie lo reclama lo entregue a la perrera. Parker trata de alejarlo, pero el animalito ya lo ha adoptado. Ante esta situación se apiada y lo lleva a su casa con la esperanza que alguien lo reclame. Al llegar Cate, su esposa (Joan Allen), no ve con buenos ojos la decisión, aunque a los hijos les cae simpático, pero finalmente accede con el compromiso que el lunes sea restituido a su ignoto dueño. Nadie lo reclama, la perrera lo tendía unos días para luego sacrificarlo. Ante esa perspectiva Parker logra el consenso de Cate, cuando ésta observa la fuerte relación que se establece, y la felicidad de los chicos, para finalmente Hachiko ser incorporado a la familia. Todos los días, cachorro primero y luego ya adulto, lo acompaña por la mañana a la estación, y a las cinco de la tarde aguarda su regreso Esta rutina sigue su curso uniéndolos emocionalmente, hasta que un día el profesor no retorna debido a un infarto mientras dicta una de sus clases a cuya consecuencia muere. Durante la próxima década, hasta su muerte, la lealtad de Hachiko se manifiesta esperando a Parker todas las tardes a la misma hora, ocupando el mismo lugar a la intemperie frente a la estación, desafiando lluvias, vientos, calores y nevadas. Parker y Hachiko resultan ser dos personajes entrañables, cuyo amor y lealtad conmueve en términos generales, pero muy particularmente a quienes en algún momento de sus vidas tuvieron una conexión similar con algún cachorro. Ante este caso no extraña cuando alguien nos cuenta que un perro a la muerte de la persona con la cual convivía se dejó morir sobre su tumba La historia tiene buen desarrollo en un guión debidamente articulado, realizado con delicadeza y ternura por Lasse Hallström, sensaciones que supo materializar dirigiendo un elenco que aportan sensibilidad a los personajes con Richard Gere, los animales que cubrieron las distintas etapas de vida de Hachiko, y Joan Allen en primer plano, secundados por quienes encarnan al amigo nipón, el jefe de la estación o el vendedor de panchos. En suma, se tarta de una realización conmovedora sobre la amistad y la lealtad que a más de un adulto hará empañar sus ojos, y a los chicos quizá comprender y valorar a su mascota, cualquiera que ella sea. Cabe acotar que Hachiko para Tokio es uno de los héroes japoneses. Ha sido objeto de cuentos infantiles. Le han levantadas tres estatuas de bronce en tres lugares distintos de Japón, que tienen a su vez una historia, que constituían uno de los puntos de encuentro más famosos del país. En la actualidad queda una frente a la estación ferroviaria, en el mismo lugar donde esperaba a su amo.