Otoño del 76 Virna Molina y Ernesto Ardito, que forjaron una carrera cinematográfica trabajando en el cine documental con obras como Raymundo, Alejandra, entre otras, debutan en la ficción con la adaptación cinematográfica de la novela de Gaby Miek Sinfonía para Ana, basada en hechos reales ocurridos durante los albores del golpe cívico militar de 1976 en el Colegio Nacional Buenos Aires. Sinfonía para Ana (2017) es una historia de iniciación juvenil que gira en torno a Ana (Isadora Ardito), una adolescente de 14 años que va descubriendo mientras cursa sus primeros años de la escuela secundaria el amor y la militancia en medio del desgaste peronista y la llegada de los militares al poder. Amor y política, militancia y represión, vida y muerte se conjugan en una trágica historia que trabaja sobre un pasado visto desde el presente. La historia lleva el punto de vista de Isa (Rocío Palacín), amiga de Ana y alter ego de Gaby Miek quien es la encargada de rearmar la historia cuyo eje principal se basa en la historia de amor entre Ana y Lito (Rafael Federman), dos estudiantes del Colegio Nacional Buenos Aires que en plena euforia adolescente deberán enfrentarse no solo a los miedos propios de la edad sino también a las fuerzas represivas que comienza a gobernar el país en un ámbito donde ser joven, militante, pelear por derechos y tener convicciones era considerado un delito. Los directores recurren a una serie de recursos narrativos y estéticos que vuelven a Sinfonía para Ana una propuesta diferente a la forma en que muchas veces se abordó el tema. Por un lado ponen el eje en una historia de amor con toques de melodrama juvenil para colateralmente mostrar lo que sucedía en el país y como lo vivían los jóvenes pero narrado desde la construcción de una serie recuerdos fragmentados a través de una suerte de estado de ensoñación. Desde lo estético utilizan una puesta en escena en la que se destaca el uso de la luz para trabajar la época con recursos que ya habían empleados en sus documentales, los planos cerrados y reforzando algunas situaciones con el insertado digital de los actores en grabaciones reales de la época, de manera similar a como se hizo en Forrest Gump (1994). Hay una impecable reconstrucción pese a no tratarse de una superproducción con detalles cuidados al extremo. Premiada en los festivales de Moscú y Gramado, Sinfonía para Ana, es una película que abre el debate porque trabaja sobre la construcción de la memoria en épocas donde la memoria pareciera querer ser extirpada de raíz. Que se estrene en momentos donde nuevamente un gobierno utiliza la represión ante la manifestación popular para inculcar el miedo no hace otra cosa que otorgarle a este tipo de propuestas un doble agregado.
Emotiva reconstrucción de los tiempos de militancia juvenil en el Colegio Nacional de Buenos Aires durante los convulsionados años 70. Basada en la novela homónima de Gaby Meik (a su vez inspirada en hechos reales), esta incursión en la ficción de Ernesto Ardito y Virna Molina (Raymundo, Corazón de fábrica) es un conmovedor retrato de una época de idealismo luego derrumbada por el accionar de la Triple A y el posterior golpe militar. Ambientada en el marco del Colegio Nacional de Buenos Aires a partir de 1974, la película tiene como protagonistas a Ana (Isadora Ardito) y a Isa (Rocío Palacín), dos íntimas amigas y militantes de la UES en tiempos del regreso de Perón. El film logra transmitir ese espíritu de época setentista, las internas entre los militantes peronistas y los de izquierda, el despertar sexual,y el avance de la derecha con el progresivo desplazamiento de profesores y rectores que venían de la época camporista (como Raúl Aragón en el CNBA) y una situación cada vez más represiva. Las asambleas, las tomas, las intervenciones policiales y los enredos sentimentales también forman parte de una película que tiene algunos pasajes en los que la música ampulosa, las situaciones forzadas y ciertos diálogos que no suenan demasiado naturales conspiran contra su eficacia dramática. También el permanente uso de la voz en off, las cartas, las grabaciones y las imágenes en Súper 8 subrayan por momentos más de lo debido el tono melancólico de las dos horas de relato. De todas maneras, hay en Sinfonía para Ana -película inevitablemente destinada al debate ideológico en estos tiempos de “grieta”- varios aspectos para destacar: la reconstrucción de una época llena de complejidades, la multiplicidad de recursos narrativos (incluidos materiales de archivo), el intento por presentar las contradicciones políticas (en tiempos de mucha paranoia) desde una perspectiva íntima y humana y varias interpretaciones destacadas de jóvenes actores sin demasiada experiencia que deben transmitir una mezcla de inocencia, valentía y terror ante la violencia reinante. Así, aunque por momentos con más corazón que sutileza, Sinfonía para Ana surge como una propuesta valiosa.
Revisar el pasado doloroso En un momento en que el asunto de las tomas de los colegios es motivo de intenso debate en el país, se estrena esta película premiada en Moscú y Gramado que reconstruye con pasión y honestidad intelectual un fragmento de la historia de la militancia estudiantil en los años 70. Basada en una novela de Gaby Meik, apoyada en una notable reconstrucción de época y beneficiada por el buen desempeño de un elenco muy joven, el film transcurre en un época difícil de la historia argentina, cuando el fantasma de la represión ilegal empezaba a tomar cuerpo. El relato tiene un disparador: la destitución de Raúl Aragón, recordado rector del Colegio Nacional de Buenos Aires e integrante de la Asamblea para los Derechos Humanos (APDH) y la Conadep, que pone en alerta a un alumnado politizado y decidido a defender sus derechos. Pero el film se da espacio también para humanizar a sus personajes, exhibiendo sus conflictos amorosos y familiares, echando luz sobre sus certezas y sus vacilaciones. Es excesivo el uso de la música para subrayar el temperamento de algunas escenas, sobre todo porque la historia tiene de por sí los condimentos necesarios para emocionar sin la necesidad exagerar ese recurso. Pero esa decisión no empaña la saludable convicción de los directores para mantener viva una discusión sobre un pasado convulsionado y doloroso, siempre útil para pensar un futuro mejor.
Sinfonía para Ana es uno de esos films a los cuales denomino como “necesarios”. En este caso en particular por hacer un gran ejercicio de la memoria reciente de nuestra Nación y sus años más oscuros. Lamentablemente se la etiquetará con ese falso mote de “otra película sobre la dictadura”, pero es mucho más que eso. Es un alegato a pura pasión y grito acongojado de exclamar justicia, y es imposible no movilizarse y quebrarse al verla. No es para menos, sus protagonistas son adolescentes y la historia es tan real como cercana. Les sucedió a estudiantes del emblemático Colegio Nacional de Buenos Aires. Con una ambientación de época muy buena, pero con planos muy cerrados, se nos cuenta las vivencias de Ana cuando comienza a militar en 1974, y de los dos chicos que la amaron y que ella amó. Su gran amistad con su mejor amiga Isa y la tensa relación con sus padres. Vemos como año a año todo se complica tanto a nivel político y social y en su vida misma. La fotografía es oscura, emula lo vivido y los sentimientos. A nivel técnico se mezclan imágenes con material de archivo en 4:3, algunas escenas mejores logradas que otras. La banda de sonido es maravillosa, y la secuencia en la cual suena Cuando me empiece a quedar solo de Sui Generis es una de las más hermosas y sentidas que he experimentado viendo una pantalla. Lo que transmiten los actores es tan sincero como tierno y triste. En cuanto al elenco, la gran mayoría está conformado por nuevos talentos salidos de un casting hecho en el mismo Nacional Buenos Aires. La única cara que conocemos entre ellos es la de Rodrigo Noya, quien está muy bien en su rol. Pero son Isadora Ardito (Ana), Rocío Palacín (Isa), Rafael Federman (Lito) y Ricky Arraga (Camilo) quienes se llevan todos los aplausos y lágrimas. Este cuarteto actoral deja el alma en escena. Esta es la primera película de ficción para los documentalistas Virna Molina y Ernesto Ardito, adaptaron la novela homónima publicada en 2004. Su puesta es muy buena pese a algunos vicios del género del cual provienen. Asimismo, no puedo dejar de mencionar las similitudes con la película Pasaje de Vida (2015), de la cual soy productor. Hay muchas secuencias muy parecidas, casi iguales. Pero aquí hay más inocencia ya que no son Montoneros los personajes sino simples adolescentes con ideales y ganas de un mundo mejor. Sinfonía para Ana caló muy profundo en mí y seguro lo hará en cualquier persona que la vea. Realmente vale experimentarla aun con las lágrimas y el dolor que haya sido verdad. Hermoso homenaje.
El fin de la inocencia Es el año 1974. Dos chicas entran a primer año del Colegio Nacional Buenos Aires. "Nuestro deporte favorito era enamorarnos cada día de un chico distinto", recordará una de ellas, acaso la más tímida, que en el momento decisivo de hacerse mujer se verá indecisa entre dos muchachitos. Pero la vida también esconde otras formas de hacerse mujer, formas terribles, que dejan marcas para siempre. Alegrías, ilusiones, deslumbramientos, entusiasmos, y luego los sustos, la reiterada noticia de la muerte, las chicanas y paranoias, la conciencia de algo que se disuelve. Eso viven las dos criaturas mientras van descubriendo las asambleas estudiantiles, las grandes ceremonias peronistas, la histórica toma en defensa del rector, el velatorio de un estudiante asesinado, Eduardo Bekerman. El primero de muchos, y mucho antes del golpe militar. Precisamente, uno de los méritos del libro de Gaby Meik, y de la adaptación cinematográfica de Ernesto Ardito y Virna Molina, es recordar que la noche empezó bajo el propio Gobierno peronista. Después, hay algunas diferencias. La novela es agridulce. La película lleva el peso de lo elegíaco. Aun así, gustará a los estudiantes secundarios a quienes va dirigida, y algo habrá de decirles sobre aquella época. Para interesados: el rector era el Dr. Raúl Aragón, que dejó un libro fundamental, "Glorias y tragedias del Colegio Nacional Buenos Aires". También recomendables, "La otra Juvenilia", de Werner Pertot y Santiago Garaño, y la miniserie documental "El futuro es nuestro", de Ardito y Molina.
Sinfonía para Ana, de Ernesto Ardito y Virna Molina Por Marcela Gamberini Sinfonía para Ana es la primera película de ficción de los muy buenos documentalistas Virna Molina y Ernesto Ardito. En este caso, como en muchos otros, el concepto de ficción se tensiona hasta fusionarse con las agudas pinceladas de realidad documentada. Molina y Ardito son documentalistas y la doble mirada que instaura la película no solo habla de sus intenciones como cineastas sino de sus convicciones ideológicas. Sobre el comienzo de la película, dice la voz en off que se “desespera cuando se le borra un rostro”. El borramiento, las sombras, los recuerdos como refugio, los fantasmas son los materiales sobre los que trabaja la película situada en la década del 70 y específicamente en el Colegio Nacional Buenos Aires. El tiempo, los 70, se actualiza constantemente y habilita con comodidad una lectura desde el presente: la presencia de la militancia en la escuela, el compromiso político de los alumnos, las tomas del colegio con reclamos que, vistos en perspectiva, son similares a los actuales. El pasado y el presente convergen en la película con naturalidad, dejando entrever la circularidad de la historia y la presencia inevitable de la ideología. A fin de remarcar esta confluencia de tiempos, la película se asienta en una historia de amor entre adolescentes que se cuenta con imágenes ficcionadas y a la vez está atravesada por vigorosas secuencias de archivo. Es interesante el punto de vista elegido para contar esta historia que es el de sus protagonistas, esos adolescentes que se inician en el amor y en la militancia. Si el tiempo se complejiza, el espacio es único. El CNBA con su imponente arquitectura es el escenario a partir del cual desde el comienzo mismo de la película se cuenta esa “apropiación” del colegio por parte de los jóvenes (apropiación no sólo en el sentido de pertenencia entre ese grupo de adolescentes sino de conformación y confirmación de un espacio común que los nuclee) hasta terminar en la ajenidad de ese espacio, en sentirlo un lugar repleto de fantasmas y también recipiente de recuerdos. El deslizamiento es preciso: el Colegio –con su halo mítico- los recibe, los forma, los contiene hasta llegar a expulsarlos, a desterritorializarlos. El Colegio como un espacio que representa un país, un grupo de militantes, al amor vivido como un “deporte”. La representación está en juego en Sinfonía para Ana; la icónica, la de la historia, la de los lazos sociales, políticos, familiares. En este caso las imágenes elegidas por Ardito y Molina ayudan al trabajo de reflexión sobre la representación; el uso del Súper 8, los fuera de campo, la falta de perspectiva, los cuerpos borroneados, la iconografía de la época sustentan esa idea que se menciona en el comienzo: la desesperación ante el “borramiento de un rostro, de un cuerpo”. En definitiva, la pregunta persiste y persiste (hasta el presente más presente): como contar la ausencia, la experiencia, la desaparición, la ideología. Y esa es la sinfonía de la que habla Ana que fluctúa entre la “más maravillosa música del pueblo” hasta la mítica “Cuando me empiece a quedar solo”, ambas íconos de una época convulsionada. De la inocencia de esos adolescentes que se abren al mundo, a la política, al amor hasta la preeminencia de la realidad con sus aristas más desmesuradas y crueles. Desde ese pasado que refleja, inevitable y lamentablemente, secuencias del presente. SINFONÍA PARA ANA Sinfonía para Ana. Argentina, 2017. Guión, edición, arte y dirección: Ernesto Ardito y Virna Molina. Intérpretes: Isadora Ardito, Rocío Palacín, Rafael Federman, Ricky Arraga, Rodrigo Noya, Vera Fogwill, Javier Urondo, Manuel Vicente, Juan Luppi, Federico Marrale, Mora Recalde y Sergio Boris. Fotografía: Fernando Molina. Sonido: Gaspar Scheuer. Distribuidora: Distribution Company. Duración: 120 minutos.
De amor, lucha, esperanza y oscuridad. Una frase muy común entre quienes adoptan una postura detractora del cine argentino es la de “siempre se habla de la dictadura militar”. Más allá de la liviandad, escasa fundamentación, y poco asidero con la realidad de esa frase; el modo más sencillo de responderla es con una sola letra: ¿Y?. Sinfonía para Ana es una de las más perfectas muestras de que el tema no está para nada agotado, que siempre hay nuevas formas de abordarlo, y que sigue provocando una sensación fría de impotencia, dolor, y emoción cuando es bien llevado. Basada en la novela homónima que, a su vez, se inspira en hechos reales, cuenta la historia de Ana (Isadora Ardito), una adolescente de menos de quince años que concurre al Colegio Nacional Buenos Aires. Junto a Isa (Rocío Palacin), ven pasar los años complicados que se viven en ese entonces, siguiendo a una compañera mayor que decide militar políticamente. Claro, son los inicios de los años setenta y todavía hay un gran desconocimiento sobre lo que estaba por suceder. Ana e Isa tienen los ojos de la inocencia, mantienen un compromiso político social pero no dejan de ser adolescentes, y mucho de lo que les interesa pasa por esa vertiente. Lito (Rafael Federman) es un compañero que milita aunque no en la Juventud Peronista como ellas: milita en la Izquierda, y lo que a priori no parece un conflicto para que él y Ana inicien un romance, pronto se transforma en una división difícil de superar. Ficción documentada: Molina y Ardito son una pareja de cineastas con amplia trayectoria en el mundo documental. Trabajos exquisitos en la materia como Moreno, Corazón de fábrica, o Raymundo enriquecieron las salas cinematográficas con una forma única de abordar a esos personajes. Su forma narrativa pasa por un lenguaje estético poderoso, por eliminar las típicas entrevistas y armar una historia desde la documentación, con el uso prominente de la voz en off. Todo fue trasladado a la ficción en Sinfonía para Ana, convirtiéndola en una película con un estilo de narración para nada usual, atrapante. Ana realiza grabaciones, escribe un diario y cartas para su amiga Isa. También es Isa la que le escribe desde algún hecho posterior a Ana; y hasta habrá inserts de textos de algunos de los personajes masculinos. En base a esos escritos y tomas audiovisuales es como se estructura Sinfonía para Ana, casi a la suerte de un collage, por supuesto, cercano a un documental. Las voces en off son más fuertes que los diálogos, hasta pueden llegar a ser casuales. Ardito y Molina saben que desde la primera persona, desde la experiencia personal, nadie puede contar mejor una historia, su historia. Los directores narran la historia del país durante esos años, a sabiendas de lo que va a venir. La visión de una adolescente y sus conflictos personales les servirá para trazar paralelismos, jamás forzados o interpuestos. Es inevitable que la vida personal de Ana se viera manchada por lo que sucede en su entorno. Ana y Lito pudieron tener un romance como cualquier otro. Pero Ana no solo tiene el miedo típico de la primera vez sexual: los suyos comienzan a ser perseguidos, la militancia política está cada vez más cerrada y extrema, y ellos dos quedan en medio del fuego. A las influencias de sus compañeros para sospechar de Lito, habrá que sumar la aparición de Camilo (Ricky Arraga), al principio una pareja de fachada dentro de la JP, después… veremos. A medida que la historia del país se oscurece, la vida de Ana se cierra más y más, y la esperanza de que todo termine bien se hace cada vez más difusa. Desde el alma: No es casual que Ardito y Molina hayan realizado para TV la maravillosa miniserie documental El futuro es nuestro, sobre la lista de desaparecidos del Colegio Nacional Buenos Aires. Al ver Sinfonía para Ana, más allá de la novela de Meik, queda traslucido que ellos saben de lo que hablan, y es algo que los compenetra. Sinfonía para Ana es una película emotiva, y más dolorosa a cada paso que da, sin apelar a golpes bajos. Si algo provoca un cosquilleo en el film, es porque la historia de nuestro país es así de penosa y no hay otra forma de narrarla que siendo fiel a lo ocurrido. El ritmo siempre es fluido; más allá de un pequeño bache imperceptible en la primera aparición de Camilo, siempre se sigue más que con interés, con pasión. Molina y Ardito se encargaron además de la dirección general y de la adaptación de la novela a guion, del montaje y de la dirección de arte y cámaras. En conjunto con la dirección de fotografía de Fernando Molina logran planos de una belleza única. Capturan momentos que cuentan una historia en sí misma. Sin lugar a dudas estamos frente a una de las películas con mejor despliegue visual de los últimos tiempos, sin necesidad de enormes artilugios ni efectos, simplemente talento. El hallazgo visual se complementa en emoción con una banda sonora precisa, que pega directo en el alma. Mariana Carrizo actuando y entonando una de sus coplas, y la secuencia en la que suene Cuando ya me empiece a quedar solo de Sui Generis, complementándose todos los elementos, son sencillamente un regalo al corazón, escenas para la posteridad, magia cinematográfica pura. Sinfonía para Ana, además, sorprende con una dirección actoral ajustada, en el que todo el elenco, tanto jóvenes como adultos, expertos (entre los que podemos contar a Rodrigo Noya, Sergio Boris, Manuel Vicente y Vera Fogwill, entre otros) y debutantes, se lucen acoplados, transmiten las emociones de sus personajes, logran que podamos “verlos” mientras hablan en off con una cadencia particular cargada de sentimientos. Y aún los villanos que apoyan a los militares no se ven exagerados (algo común en este tipo de propuestas). No hay un punto en el que el film flaquee. Conclusión: Sinfonía para Ana transita el necesario camino de la memoria desde una perspectiva personal, no tradicional. Su estructura en viñetas de recuerdos, acopladas a un correcto uso de la voz en off, la fluidez narrativa, la belleza de la fotografía, su banda sonora, y el puñado de interpretaciones que transmiten lo que viven sus personajes, convierten al debut en ficción de Ernesto Ardito y Virna Molina en una de las mejores películas sobre los años más duros y oscuros de nuestro país.
Una conmovedora película, realizada por dos muy conocidos documentalistas que por primera vez realizan una película argumental, basada en una novela de Gaby Miek, inspirada en hechos reales. Todo ocurre en el Colegio Nacional Buenos Aires que por primera vez abre sus puertas para que se cuente una historia que es la propia para jóvenes de l3 a l9 años, en tiempos de los años 70 donde la militancia, los sueños por un mundo mejor florecían en la sociedad y prendían con fuerza en los alumnos. El film esta realizado con una perfección técnica que pone a los protagonistas en los hechos históricos conocidos con una refinada naturalidad. Es elenco de jóvenes actores es un verdadero hallazgo: Isadora Ardito, Rocío Pelacin, Rafael Federman, Ricky Arriga, Rodrigo Noya. Y entre los sentimientos de una historia de amor, con idas y venidas, engaños, el despertar sexual, las venganzas, se cuela una militancia que comienza con una extrema ingenuidad que se truncará para siempre con la etapa de las Triple A y el brutal golpe de estado. Desde la defensa de un rector que finalmente es destituido- un destino igual a las de casi todas las facultades, las tomas del colegio, con la continuidad de las clases, a una clandestinidad que obliga al exilio, o desemboca en la muerte o la desaparición. Una mirada inteligente a toda una época, sus manejos, motivaciones, errores y peligrosidad.
Es complicado analizar una película como “Sinfonía para Ana” (2017) de Ernesto Ardito y Virna Molina, realizadores documentalistas que se introducen en la ficción con la lucha y resistencia que en la última dictadura cívico militar realizaron un grupo de jóvenes del Colegio Nacional Buenos Aires. Complicada la tarea porque claramente habrá que discernir entre el clamor del reconocimiento e identificación, la subjetividad (siempre presente) ante la mirada que se realizan sobre los hechos, y la propia historia determinante de cada individuo. Esto claro no resta méritos al enfocar el relato, como nunca antes en la ficción, en el propio núcleo de la vida política de los convulsionados años ’70. Adaptando la novela de Gaby Meik, narrada en primera persona y con un material de archivo que suma y que funciona como bisagra entre las escenas, Ardito y Molina, depositan hábilmente en la pantalla la historia trabajándola desde las complicaciones sentimentales de una joven atrapada entre dos amores, cada uno, con características políticas diferentes. Protagonizada por la propia hija de la dupla de directores, Isadora Ardito, la Ana que compone tiene la dosis justa de inocencia para introducirse a partir de los sentimientos en el mundo de la política. Mientras se debate entre uno u otro candidato, el Colegio comienza a vislumbrar los cambios que fuera de las aulas inician el largo y sangriento camino que la dictadura desandó para neutralizar y homogeneizar pensamientos. Ana lucha por sus sueños, pelea dentro del propio seno de su hogar entre la libertad total de pensamiento y el autoritarismo que su madre aplica en cada tarea cotidiana, la más mínima, la aún más imperceptible. Ardito y Molina cuentan esta historia de amor y de anhelos de cambios, con sencillez y naturalidad, reconstruyendo de manera impecable la época y agregando elementos claves como en su banda sonora para configurar un panorama único del tiempo que relata. Hay sí un contraste notorio en las actuaciones, que imposibilita un total acercamiento a los hechos que cuenta, el elenco adulto, con una Vera Fogwill impecable, marca un pulso de interpretación que no así está logrado en los más jóvenes. Diálogos ambiciosos, dichos de manera poco convincente, resienten una propuesta que podría haber quedado en el recuerdo de la cinematografía autóctona por ser una de las pocas que, gracias al oficio de los directores, trasladara su narración a una época virulenta, convulsionadas, plagada de fervor y aciertos por parte de los jóvenes. “Sinfonía para Ana” es un acercamiento certero, pero no preciso, tal vez por la poca distancia que toma de los hechos que narra y el débil cast que tiene, al pasado reciente que aún sigue brindando historias para repasar aquello que no queremos que vuelva a suceder. Por esas intenciones, por el amor que se respira en cada escena, por el cuidado de los detalles que configuran cada situación, es que vale la pena verla, no así por sus actuaciones o por algunas licencias que en el desandar de los hechos se terminan tomando.
Este es el primer largometraje de ficción de los documentalistas Ernesto Ardito y Virna Molina. Basada en hechos reales. La protagonista es Ana (Isadora Ardito), una adolescente que concurre al Colegio Nacional Buenos Aires (el colegio más antiguo fundado por los jesuitas), junto a su intima amiga Isa (Rocío Palacin), ambientada en 1974, ellas viven la rebeldía típica del adolescente, situaciones complicadas de militancia política, de amor y amistad, junto a otros jóvenes Lito (Rafael Federman) y Camilo (Ricky Arraga). El film logra transmitir en todo momento, las internas políticas y la vida de los militantes, el despertar social y toda una época dolorosa para nuestra historia. Con estupendas imágenes que se entremezclan. El film se encuentra lleno pasiones y toca varios temas como: la militancia, la justicia, las injusticias y una sociedad cómplice. Posee cierta similitud a otras películas: “La noche de los lápices”, “Pasaje de Vida” y a la tira que se encuentra actualmente en la televisión “cuéntame cómo pasó”, entre otras. Como suele suceder este tipo de tramas resultan emotivas y con heridas que aún permanecen abiertas. La película tiene una muy buena ambientación de época, planos, fotografía y banda sonora. Este film se encuentra inspirado en la novela de Gaby Meik que publicó en 2004 en homenaje a Magdalena Gallardo, su mejor amiga del colegio, quien fue secuestrada a la edad de 15 años siendo la alumna más joven del Buenos Aires desaparecida por la dictadura militar.
La adolescencia como confusión de época. La primera ficción de los fogueados documentalistas es un sentido y a la vez preciso relato de iniciación sobre dos amigas, militantes de base en el Colegio Nacional de Buenos Aires, que experimentan sus primeros pasos amorosos y políticos en los años de brasa. Dos semanas después del golpe militar, Ana graba para su amiga del alma, en un grabador a cinta, “fue lo mejor que viví”, en referencia a su primavera de amor y militancia, la de los dos años previos en el Nacional de Buenos Aires. Todavía le falta vivir lo peor. La trayectoria de Ana, como la de Isa, puede verse como reducción a escala de la que en esos años vivió (y murió) toda una generación. En realidad no toda –convendría empezar a pulir esta clase de generalizaciones– pero sí buena parte de ella. En el Buenos Aires, en aquellos años el nivel de militancia era muy alto, tanto en sentido cualitativo como cuantitativo. De allí que ese colegio tenga más desaparecidos que ningún otro (la cifra sobrepasa el centenar; el interesado en el tema deberá consultar el libro La otra Juvenilia, de Santiago Garaño y Werner Pertot). Basada en la novela homónima de Gaby Meik, Sinfonía para Ana –primer film de ficción de los hasta ahora documentalistas Virna Molina y Ernesto Ardito– narra esa experiencia, centrándola en un grupo de personajes ficticios, pero tachonada de referencias reales. Cuando se habla de experiencia debe entenderse por tal no sólo la de la militancia en el Nacional Buenos Aires, sino también la de la adolescencia in toto, con la iniciación amorosa y sexual en primer plano. Ana (Isadora Ardito) e Isa (Rocío Palacín) están preciosas en su bautismo de fuego en actos multitudinarios, el día de la despedida de Perón en la Plaza. Los cabellos largos al viento, el sol de mayo brillando en una imagen procesada para “dar” como de archivo casero. Es 1974. Enseguida, Ana e Isa irán ante La China, autoridad de la UES del CNBA, para preguntarle cómo hacer para ingresar al nucleamiento que dependía de la JP. “Éramos dos perejilas”, recuerda Ana frente a la cinta. En efecto, Sinfonía para Ana es, más que la historia de dos militantes, la de dos “perejilas”, dos militantes de base (para este tema, consultar Perejiles, los otros montoneros, de Adriana Robles). Hasta el punto de que producido el golpe todos sus compañeros desaparecen, en uno u otro sentido de la palabra, y Ana queda sola y a la descubierta en un colegio que ya no es más el suyo. Ahora es del enemigo. Y el enemigo no tardará en hacer su aparición. La situación de la protagonista en ese momento podría verse como una metonimia del paso a la clandestinidad de Montoneros, que un año y medio antes de esa fecha dejó expuesta a gran cantidad de militantes de superficie. Recolección de la grabación que la protagonista hace para su amiga, esa instancia tiñe el relato de un tono melancólico, de pérdida secretamente anunciada. Tono que coincide con el que la Historia fijó de él. Hay buenas dosis de arqueología de época en el film de Molina & Ardito, en el que el diseño de producción (de la documentalista Daiana Rosenfeld), el vestuario (de Samantha Bailey) y la dirección de arte (de los propios Molina & Ardito) ocupan roles cruciales. Desde el Renault Gordini de los padres de Ana hasta la tapa de la primera edición de Último round, de Cortázar, pasando por las de discos de Sui Generis, Pescado Rabioso & Cía, las camisas de cuellos largos, las minis y armatostes varios de la tele en blanco y negro, todo ello no está allí por mero afán vintage, sino por lo que debe estar: para dar cuerpo a una época. Como todo relato de la experiencia de militancia de los 70, Sinfonía para Ana pasa de la transparencia juvenil a ese cielo ominoso que metaforiza la partida de uno de los protagonistas. Ominosidad que el director de fotografía Fernando Molina acentúa llenando de sombras los interiores del de por sí cavernoso Nacional. Molina & Ardito evitan la linealidad visual, planteando una discontinuidad hecha de saltos de raccord y primeros planos que diluyen referencias temporales y espaciales, incorporando en ocasiones imágenes de noticieros o, como queda dicho, de falsos films caseros (excelente montaje de los propios Molina & Ardito). Por suerte, Ana (hija de los realizadores, Isadora Ardito está inmejorable) no calza dentro del papel de heroína ni en el de mártir, lo cual mantiene a la película a salvo de la épica simplificadora y el golpe bajo lacrimógeno. Ana es una chica que, movida por los ideales que circulan a su alrededor y los suyos propios, quiere militar para cambiar algo. De allí en más tal vez no lo tenga muy claro, como no tiene muy claro qué hacer con sus dos novios, Lito, que es del PCR (Rafael Federman), y Camilo, de la UES (Ricky Arraga). Un momento que es un hallazgo le encuentra con la vista baja, obligada por necesidades de la “tabicación” militante. Así, con la vista baja, se la ve en más de una ocasión, como avergonzada de su propia confusión. Confusión de adolescente, confusiones de época, conmovedoramente ingenuas para lo que vendrá.
Llega a las salas porteñas Sinfonía para Ana, basada en una novela de Gaby Meik y en hechos reales. Sinfonía para Ana es una historia de amor, pasión y amistad entre unos alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires en el marco de la militancia estudiantil y la dictadura militar. Ana e Isa (Isadora Ardito y Rocío Palacín respectivamente) son dos amigas inseparables que creen en dos cosas: cambiar el mundo y encontrar el amor verdadero. Ellas militan en la UES en tiempos del regreso de Perón. El film dirigido por Ernesto Ardito y Virna Molina comienza en tono sencillo y apacible, con la amistad, la curiosidad y las hormonas en ebullición de las dos amigas. A medida que avanza se torna histórica, a modo de una elegía, esta es la elegía de Ana. El tiempo del amor coincide tristemente al tiempo de la tiranía de estado para Ana. En este aspecto se podría decir que la película está dividida en 2 partes y la primera es claramente superior. La presentación del Colegio Nacional como un centro de ideas es un acierto para el despliegue de los jóvenes actores. Es una película netamente peronista y no voy a entrar en debate por ello, sí a remarcar que el afecto hacia el general y su esposa Eva queda explícito. En el colegio los alumnos podían expresar libremente sus ideas y, como en todas las vetas humanas, habían diferencias pero nunca censura ni persecución. Es así que se ve cómo se debaten los ideales “montoneros”, comunistas y hasta maoístas. Todo bajo el techo la institución. La persecución en la escuela orquestada por los llamados “milicos” genera el terror y ocurre al mismo tiempo que la protagonista encuentra (o cree haber encontrado) el amor. Algunos profesores quedan fuera de cargo y los alumnos optan por tomar el colegio en señal de protesta. Si bien la imagen está muy cuidada (el tono es frío-azul, la fotografía minuciosamente retro y las imágenes de archivo son coherentes con la melancolía de una época pasada) son las historias las que no llegan a cerrar. Puede ser entendible que los alumnos tengan que usar sobrenombres como “Gaviota” (en el caso de Ana) o que griten “¡Hasta la victoria!” y culminen con un “¡Siempre!” grupal. Pero en la segunda parte de su metraje todo apela al golpe bajo. Los archivos que antes eran representativos para ilustrar el ayer (por ejemplo el gentío en plaza de mayo y el general Perón desde arriba en el balcón) se tornan repetitivos. Los amores histéricos de Ana que cobran poca importancia y ocupan mucho tiempo en pantalla. La música que es insufrible (no hay otra palabra). El abuso de la voz en off. Hacia el final, este film podría ocupar el subgénero “detectivesco”. Todo es en clave y estos niños (excepto Rodrigo Noya que ya está bastante grande para hacer de un colegiado) son perseguidos como si de criminales se tratase. Una película de alumnos de escuela, no de masones del noveno orden… Sinfonía para Ana va de mayor a menor y tiene una ambición muy grande. Apunta a retratar una época de manera fiel, pero en su intento por abarcar todo y querer emocionar cae ante su propia grandilocuencia.
LA HERIDA DE LA INJUSTICIA QUE NOS SIGUE DOLIENDO Virna Molina y Ernesto Ardito son una dupla argentina de directores de documentales. Sus producciones se caracterizan por un fuerte compromiso militante, ideológico y de ejercicio de la memoria colectiva que no queda exento de su ópera prima en la ficción Sinfonía para Ana. Con un trabajo de investigación riguroso, entrevistas y basado en un libro autobiográfico de Gaby Meik, el film nos presenta la historia de dos amigas, Ana e Isa, estudiantes del colegio Nacional de Buenos Aires que, iniciadas en el movimiento montonero hacia el año 1974, comienzan a vivir en carne propia el declive político, social e ideológico que desencadenó en el funesto Proceso de Reorganización Nacional. La película es ingeniosa y cala hasta los huesos. Es fundamental la representación del clima político de aquel entonces, especialmente del efervescente compromiso de los movimientos estudiantes en los sucesos políticos que se presentaron en aquel periodo (regreso y muerte de Perón; ascenso de Isabel secundada por López Rega; la lucha por la permanencia del rector Aragón, luchador incansable de los derechos humanos; etcétera) y que representaron, efectivamente, una progresiva pérdida del estado de derecho, y una creciente y cada vez más institucionalizada persecución y exterminio a los militares de movimientos de izquierda y del peronismo más progresista, principalmente de la agrupación Montoneros. Teniendo en cuenta esto, la película logra inmiscuir en un mediador de tal desoladora contextualización los dramas típicos de la adolescencia: la peleas con los padres, el primer amor, el debut sexual, las amistades, las rebeldías. Tal imbricación logra una pertinente caracterización de los personajes, porque, además de ser militantes políticos comprometidos con ideales fuertemente progresistas, eran también adolescentes que recién estaban saliendo a la vida, con todas las dudas, incertidumbres y contradicciones que tal etapa de la vida genera. Alrededor de la dupla protagonista, Isa y Ana, se desenvuelven otros personajes que sirven de engranaje y soporte para el desarrollo de la historia. Principalmente se destacan las figuras de Lito, Camilo y Capi. Los dos primeros representan el inicio de la vida amorosa de Ana, siempre matizada por el compromiso político e ideológico que la unió a cada uno de los muchachos. Por otra parte, Capi es el cabecilla político del colegio, el promotor del movimiento estudiantil de la UES y responsable de la militancia de los estudiantes del Nacional Buenos Aires. Todos los personajes van aumentando su importancia a través de sus parlamentos, sus movimientos y su relación con Ana, el estado de tensión y de terror que ya se vivía en los años anteriores a la última dictadura militar, subrayada sobre todo por la figura de la Triple A. Las actuaciones son correctas, ya que los protagonistas encarnar de forma idónea lo contradictorio e inestable de la etapa adolescente. Para la mayoría de los actores esta es su primera experiencia en cine, por lo cual se pondera aún más el trabajo de investigación en cuanto a los jóvenes de la época, su forma de actuar, hablar, entre otras caracterizaciones. La tensión política y el clima represivo que va in crescendo a lo largo de la película se encuentra acentuado de forma poética y bella por la fotografía y la musicalización del film. Las tomas están compuestas de forma estéticamente impecable, con colores vivos y delicadamente tratados, complementado todo por una iluminación cuidadosamente trabajada, lo que da como resultado una obra visualmente ponderable. Lo mismo sucede con la musicalización y el sonido. La voz en off encargada de relatar los hechos desde la visión de Ana interviene en los momentos oportunos, con una entonación que denota nostalgia y dolor por lo vivido. Lo mismo sucede con la música que contiene el film: la misma acompaña a los personajes en sus diferentes estadios, al mismo tiempo que ayuda a sostener las diferentes atmosferas por las que transita el film. Estamos ante una historia fuerte, si se tiene en cuenta que está basada en hechos reales (el colegio Nacional de Buenos Aires tiene 108 estudiantes desaparecidos) y en el momento histórico político particular en que se estrena. La película llega no solo a la memoria de quienes vivieron aquel martirio, porque los desaparecidos son una herida abierta para la sociedad argentina, que sigue latente allí, en el inconsciente colectivo de nuestra comunidad, porque aún faltan respuestas, aún falta justicia y castigo a los culpables. Sinfonía para Ana viene a recordarnos precisamente esto y no nos permite olvidar, lo que sería la peor de las traiciones para aquellos que sufrieron la represión de un estado terrorista. Parafraseando a uno de los responsables de tal genocidio, Jorge Rafael Videla, quien dijo que los desaparecidos “no están ni muertos ni vivos, están desaparecidos”, entonces no los despedimos, sabemos que están presentes, por tanto, les decimos lo mismo que Isa le desea a Ana: “hasta la victoria, siempre”.
Érase una vez en América Este primer filme de ficción encarado por la pareja de documentalistas Virna Molina y Ernesto Ardito, responsables entre otros de “Raymundo” (2003), toma como punto de partida la novela homónima de la escritora Gaby Miek, quien asimismo se inspiro en hechos reales. Los realizadores, también responsables de la traslación al guión cinematográfico, han construido un filme que más allá de sus virtudes, que le sobran, y a pesar de algunos pequeños deslices, se muestra como necesario. Esto no se podría decir si el mismo fuese un cúmulo de errores, ya que si una producción que se intenta instalar desde el discurso falla en la construcción del relato el alegato quedaría desdibujado. La mayor parte de la historia se desarrolla en el Colegio Nacional de Buenos Aires, toda una insignia de la educación en Argentina, que juntamente con el Colegio Superior de Comercio Carlo Pellegrini son los únicos colegios públicos que responden a la Universidad de Buenos Aires. Transcurren los años ‘70, la política es parte de la vida cotidiana, la militancia partidaria era tan importante como el transito que va de la niñez a la adultez atravesando la adolescencia. La ideas de libertad flotaban en el aire, no eran impuestas por ningún poder de turno, pensar era la practica, discernir un acto, se podía. Todo enrolado en el relato inmerso en la relación de amistad de dos niñas, Ana e Isa, inseparables ellas, van a vivenciar todo juntas, confidentes en todo, la música, el primer amor, el conocimiento, los ideales, hasta la violencia de Estado. El filme es un calido homenaje a esa forma de ser adolescente que ya no retorno nunca, de construcción clásica y sostenida principalmente por las actuaciones de actores reconocidos, encabezados por Vera Fogwill, Sergio Boris, Manuel Vicente y Rodrigo Noya, sumados un grupo de actores noveles que cumplen con creces, en los que se intuye la mano de los directores para logarlo. Un buen guión, salvo algunos diálogos que se denotan forzados y hasta poco creíbles, buena recreación de época, ajustada elección de los planos para dar cuenta del tiempo en que se desarrollan las acciones. Sobresale asimismo la elección musical de la banda de sonido en función de todo tipo, empática cuando se necesita, narrativa en otros. La realización obtuvo el Premio de la Crítica en el Festival Internacional de Cine de Moscú, en junio de este año, y Mejor Película y Mejor Fotografía, en la Competencia Internacional del Festival de Cine de Gramado, Brasil Lo peor que le puede pasar a una sociedad es el ejercicio de la amnesia, ya lo establece así la historia la humanidad, razón de la importancia de este filme para que no nos suceda.
Sinfonía para Ana es un film de adolescentes que transcurre en 1974 y culmina en 1976, años siniestros e intensos, que no cesaron de proyectar sus signos en las décadas siguientes. El escenario del relato es el Colegio Nacional Buenos Aires. Dicha institución ha sido siempre una microscópica expresión simbólica del país, y lo que atraviesa a los queribles personajes del film es toda una época políticamente radicalizada. La destitución del gran Raúl Aragón en ese tiempo, rector en aquel entonces del colegio, es la intersección paradigmática entre colegio y nación, bien resuelta dramáticamente por el film.
Amores adolescentes en épocas de militancia El arribo de los documentalistas Ernesto Ardito y Virna Molina al territorio de la ficción confirma su enorme capacidad de generar en las imágenes ideas que se abren orgánicamente. Ese organismo vital encuentra espacios definidos y elementos que a la vez refuerzan ideas sin renunciar a la convicción de sus realizadores y tampoco a su posición frente a los hechos. Sinfonía para Ana nos sitúa en los albores de la dictadura, desde la militancia estudiantil en el colegio Nacional Buenos Aires, tal vez el reflejo del pasado y del presente que se dan la mano al tratarse de tomas del establecimiento, el reclamo y la efervescencia de los debates, las peleas y las utopías en juego. Quienes representan a estos alumnos tienen ambiciones políticas y con la dictadura tocando la puerta la historia comienza a teñirse de negro, o mejor dicho a desteñirse hasta borrarse como un rostro con cuerpo. En el contexto político acompañado de material de archivo, rasgo propio del origen documental, dramatizaciones y una selectiva banda sonora ajustada en tiempo y forma, crece la historia de amor de Ana. Se refuerza su amistad con Isa y elipsis de por medio esa mini historia sumará avatares, violencia, contradicciones y la sensación de superación de una realidad mucho menos idílica. Impecable en todos los rubros técnicos, con un casting acorde a la propuesta, Sinfonía para Ana aporta otra historia de sueños truncos pero con la épica de lo cotidiano y de que a veces deben entenderse los contextos para no establecer juicios de valor a la ligera.
La belleza a pesar de todo Hay una vibración que resuena tras la proyección de Sinfonía para Ana, tiene que ver con la sensibilidad que la película contiene, evidentemente, pero también con una intuición precisa, que el film despliega más allá de toda premeditación. Su estreno coincide con el reconocimiento del cuerpo de Santiago Maldonado, y esto es algo insoslayable. Situada históricamente en el umbral escabroso que se articula entre los años que van de la presidencia de Cámpora al golpe de estado de 1976, la película de Virna Molina y Ernesto Ardito toma por escenario el Colegio Nacional de Buenos Aires, con su estudiantado en ebullición. Basada en la novela homónima de Gaby Meik, Sinfonía para Ana se construye desde el relato en off de una adolescente a su amiga. Voz que será relevada desde una amistad contenida en recuerdos, junto a la delineación de un contexto que hábilmente el film lleva adelante. Esta reconstrucción de época se conforma a través de detalles y matices, en tanto comentarios visuales que informan sobre literatura, música, filosofía, el mismo cine. Nunca subrayando, sino mientras se acompaña lo que sucede. Hay un solo momento, de hecho, en donde el plano musical cobra una relevancia de reconocimiento inmediato. Sin embargo, Sinfonía para Ana supedita esta canción al drama, al momento particular en la vida de su protagonista -es el quiebre sentimental, sobre el cual aquí no se revelará nada, tampoco de cuál canción se trata‑. Ana (Rocío Palacín) narra su vivencia al espectador. Pero es su mejor amiga quien le escucha, quien vuelve a esa época que el film rememora. Es un recurso a destacar, porque el relato se construye mientras alterna tales puntos de vista, y propone una narración de a dos, a partir de la memoria de vida que contienen las palabras de Ana, pero atravesadas por el recuerdo de su amiga; al contarle a ella, dice Ana, lo sucedido toca tierra, se vuelve cierto. Sinfonía para Ana se construye desde el relato en off de una adolescente a su amiga. Esta cuestión es esencial, ya que es el lugar preeminente desde el cual Sinfonía para Ana se proyecta: desde la pantalla, hacia el espectador. Es allí, en última instancia, donde el film culmina mientras se recrea. Vale decir, hay una tematización de la memoria que interpela, a partir del mismo momento en el que el espectador acepta la convención narradora. Al hacerlo, ya no puede quedar afuera, será parte inmanente. De esta manera, los elementos del decorado y el vestuario provocan el ilusionismo propio del cine: se viaja en el tiempo y se logra, de hecho, el verosímil. Además, hay una rememoración que toca invariablemente a la adolescencia en sí, en tanto lugar de combustión que es epítome de lo personal y social. "Todo lo joven es bello", decía Héctor Oesterheld, y es esta misma aserción la que el film expone. "Fue lo mejor que viví", dice Ana. En otras palabras, dada la belleza de la juventud, corresponderá entonces el ejercicio de un terror organizado. Allí se juega la síntesis y simetría. A las miradas que persiguen horizontes, exilio y muerte. Para llegar allí, la película de Molina y Ardito se sumerge gradualmente en un tono de angustia, que la dirección fotográfica acompaña, en donde los encuadres cerrados ya no sólo permiten una reconstrucción histórica lograda, sino que se vuelven espacios de ahogo. La sensibilidad a la que se aludía es un rasgo inherente al film, y se traduce desde una identidad discursiva que siente lo que a sus personajes les sucede. Jóvenes y hermosos, los protagonistas de Sinfonía para Ana hablan y dicen sobre política, mientras pintan y se aman. El candor que despiden logra una película singularmente bella, que asume la tragedia -de lágrimas que todavía duelen‑ mientras reafirman una juventud, una militancia, maravillosas.
Varias historias se cruzan en esta historia de amor entre dos alumnos del Colegio Nacional Buenos Aires durante los oscuros años´70 en Argentina: la de amistad entre Ana e Isa, la de una sociedad viviendo los últimos años del presidente Perón y los primeros de la Dictadura, la del despertar sexual, la militancia y acción de los estudiantes secundarios que surge de la reconstrucción de la novela de Gaby Meik, escrita en homenaje a Magdalena Gallardo, su mejor amiga del colegio, la alumna más joven del Buenos Aires (de sólo 15 años) desaparecida por la dictadura militar. La novela se publicó en el 2004. Ardito y Molina es una pareja de documentalistas argentinos de films tan importantes para el cine como la biografía de Raymundo Gleyzer (Raymundo, 2003), o Corazón de fábrica (2008) sobre la fábrica Zanón, o Moreno (2013). Ambos hoy forman parte de la Asamblea permanente en defensa del cine argentino frente a las políticas actuales en torno a la producción cinematográfica. Aunque hay una densidad antigua en la gravedad de la voz en over sobre la que la película se sostiene, Sinfonía para Ana, resulta su primera película ficcional. El dúo Ernesto Ardito y Virna Molina no abandonan el estilo que tanto los caracteriza: una composición visual sumamente cuidada, bella fotografía mayormente a contraluz, muchos primeros planos, música y sonidos que subrayan, elevan la voz de lo que se dice. A esto se agregan una eficaz dirección de actores, buenas dramatizaciones en Súper 8, y fotografías en blanco y negro que se confunden con las fotografías reales, y una excelente ambientación de época con un protagonismo fundamental de los pasillos, las aulas y los patios del edificio del Colegio. La épica de los temas que suelen elegir, Ardito y Molina la trasladan a una épica de las imágenes. Cuando se la piensa desde el didactismo, la película funciona, porque eso es lo que es y el objeto que persigue: remarcar antes que sugerir, narrar enfáticamente y con ideas bien firmes lo que pasó con los desaparecidos de la escuela emblemática de la Argentina.
YO RECUERDO Esta película se presenta como la ópera prima de ficción del dueto de directores Virna Molina y Ernesto Ardito, realizadores de varios documentales de repercusión internacional como el reconocido Raymundo (2003), y las series Memoria iluminada y El futuro es nuestro, entre otras obras. El filme es la adaptación de la novela homónima de Gabriela Meik que captura de manera autobiográfica sus vivencias adolescentes en el Nacional Buenos Aires, en aquellos tiempos en los que la sombra de la dictadura se instalaba en nuestra historia nacional. Hoy muchos de sus personajes, amigos de su época de estudiante, han desaparecido o aún se encuentran exiliados. En el año 2004 la autora publica y presenta la novela como homenaje a su mejor amiga, Magdalena Gallardo, quien fue la alumna desaparecida más joven del Nacional Buenos Aires con tan solo 15 años. Esta novela de corte documental capturó la atención de Molina-Ardito que trabajaron durante dos años para realizar la transposición al formato cinematográfico. La historia narra la vida juvenil de Ana (Isadora Ardito), estudiante del Nacional Buenos Aires y su amiga Isa (Rocío Palacín), en esos años 70 que eran para ellas momentos de amor y rebeldía. Dos situaciones serán los motores de un cambio esencial en la vida de Ana: la aparición de Lito (Rafael Federman) que hace real la llegada del primer amor y la militancia política que se transforma en su otra gran pasión. Entre esos dos amores, los miedos, y la realidad sociopolítica que se va complejizando día a día, Ana deberá apostar entre la lucha por sus ideales y ese romance de idilio juvenil. Aún cuando su vida se pone en riesgo, ella apuesta, y ya no habrá forma de detenerse. Este filme que aborda nuevamente el tema de la época de la represión, ajustando el punto de vista al de una joven adolescente y su universo, no logra plantear una mirada renovadora a este asunto de interés sociopolítico y humano. Ni la mirada de la joven, ni el mundo de la estudiantina con sus deseos de libertad logran revelarnos nuevas dimensiones emocionales o conceptuales. El guion se ahoga en varios estereotipos que anulan la identificación con los personajes y sus padecimientos. Por fuera de las figuras protagónicas Ana, Isa, Lito y otros personajes que configuran el mundo de la militancia escolar, se presentan las figuras parentales con una debilidad dramática notoria. Vera Fogwill (madre de Ana) y su padre (Javier Urondo), conforman un dueto que oscila entre la preocupación desesperada al bode del melodrama televisivo, o pasan a una suerte de pasividad en grado cero. En su casa hay un poster del Che y un libro de Paco Urondo que no entendemos si decoran el lugar o si realmente funciona como símbolo ideológico del núcleo familiar. Porque la carga ideológica de estos elementos, entre otros, nunca se ponen en juego en una escena inquietante o un diálogo. Por otro lado, Ana se debate entre perder o no la virginidad con Lito, tema que que parece preocuparla al punto tal de tener el mismo valor de conflicto que ser o no ser una futura montonera. Es realmente inverosímil que este hecho se presente en estos términos. Si en la novela esto tenía un nivel de protagonismo central, las decisiones de adaptación fueron desgraciadamente erradas, pues no hay empatía ni verosímil que sostenga el contraste entre un tópico tan naif para el espectador actual cuando lo contrastás con algo tan trascendental como la militancia y sus riesgos. Y si nos tiene que conmover el contraste por su ingenuidad, definitivamente no lo logra. El trabajo en el tratamiento visual es realmente destacable, especialmente en el uso mixto de material de archivo, del falso archivo, de las imágenes como recuerdos unidas a las cuidadas secuencias del presente del relato que se hilan con una claridad narrativa sin grietas y con una fineza estética destacable. Esa mixtura de los diversos planos discursivos, los documentales y los ficcionales, es claramente un terreno de dominio absoluto de ambos realizadores. Un logro impecable el abordaje de “la estética del recuerdo”. Pero cuando se filma para volver a terrenos temáticos como estos, el espectador exige sin duda alguna apuesta de otro riesgo y otras capas de revelación en el contenido que produzcan una reflexión resignificadora. Sino lo que nos queda es un sabor a “todo esto ya lo he visto, y hasta lo he visto mejor”. Por Victoria Leven @victorialeven
Los documentalistas Ernesto Ardito y Virna Molina incursionan en la ficción con Sinfonía para Ana, una película basada en el libro homónimo de Gaby Meik, que relata una historia de gran valor testimonial sobre el amor adolescente y la militancia en la década del setenta. Sinfonía para Ana recorre la historia de una adolescente argentina desde su entrada al Colegio Nacional Buenos Aires, a los trece años, en 1974, en la última presidencia de Perón, hasta un par de meses después del golpe de estado en 1976. A partir de una voz en off, Ana (Isadora Ardito) narra esos años desde su propia perspectiva adolescente. Al igual que el libro, la película consigue reproducir sus emociones y sentimientos a medida que avanzan sus recuerdos. Cuenta su vida cotidiana, su militancia en la escuela y fuera de ella, sus primeros amores, el despertar sexual, la revelación contra sus padres y principalmente su amistad con Isabel (Rocio Palacin). Este vínculo es el principal motor para verbalizar sus vivencias y contarle a su gran amiga su visión de las cosas. Ambas compañeras del Nacional comparten no sólo los mismos ideales y afiliación peronista sino también el anhelo por vivir el amor verdadero. Los conceptos de Ana sobre el amor no resultan tan claros en el momento de amar ya que sufre por haberse enamorado de Lito (Rafael Federman), un joven que milita en el partido comunista. Su propia agrupación ejerce presión y busca su distanciamiento. El corazón de Ana está dividido entre dos pasiones: Lito y la militancia. Al mismo tiempo, la experiencia de crecer y la ilusión por vivir se verán alteradas por el cruel contexto político del golpe militar. La película une los sufrimientos propios de la adolescencia como el desamor, las amistades y los conflictos familiares que representaba militar contra la derecha en la década del setenta que derivó en la persecución, los secuestros, el exilio y, hasta incluso, la muerte. La idea es reflejar cómo en esa situación política los jóvenes de trece a quince años se hicieron cargo e intentaron una transformación colectiva. Esa convicción por un mundo mejor está presente en cada escena. “Quemaron todo”, pronuncia Ana al principio. El miedo es otro de los ejes que recorre el relato. No sólo el miedo que ella experimenta sino también el de sus padres, el de los profesores y el de sus compañeros. El terror por perder a alguien cercano, de salir de la casa, de no saber cómo van a terminar las cosas. El hecho de estar filmada en el Nacional ayuda a la reconstrucción histórica. Durante la dictadura militar fue el colegio más golpeado por su activismo político. Desaparecieron 108 alumnos, entre ellos Magdalena Gallardo de quince años que fue detenida y desaparecida el 8 de julio de 1976. Y a quien Gaby Meik, la autora del libro, homenajea y utiliza como inspiración para crear a Ana. La fascinante arquitectura del edificio le da una carga nostálgica y visualiza cómo, en esos años, fue un eje de liberación y una cárcel para quienes lo habitaban. Y sirve como comparación con la educación secundaria actual donde en las aulas se habla de política, se generan debates, paneles, reuniones y asambleas que sirven como espacios para informar y discutir. Todas las decisiones apoyadas entre pares que ayudan a transformar la realidad porque un colegio organizado y con ideales genera sin lugar a dudas un pensamiento crítico. En una época donde el negacionismo en relación a lo que pasó en la dictadura militar está presente y cada vez más exacerbado, este tipo de películas ayudan a deconstruir y transportan a una realidad distinta a la que muchas veces nos tratan de imponer. Sinfonía para Ana sirve para unir las voces de las generaciones perdidas con las actuales y ayuda a mantener la memoria presente, porque aunque muchos no lo quieran ver a todos nos atraviesa.
Recuerdos del pasado Es un hecho: la toma de colegios en el país no cesa. Por el contrario, año tras año supera con creces su extensión. En este marco, se centra la dupla de documentalistas Ernesto Ardito y Virna Molina, hoy referentes del género, para reflejar desde su primer largometraje de ficción, Sinfonía para Ana (2017), la urgencia del tópico e instalarlo definitivamente como prioridad en la agenda de políticas públicas y debate social. No es la primera vez que trabajan este tema: en 2003 estrenaron su primer documental, Raymundo (2003), sobre el director Raimundo Gleyzer, desaparecido por la dictadura militar. Este puntapié marcó el pulso de la filmografía en la que se destacan el ensayo documental de Ardito Nazión (2011), acerca del fascismo en Argentina; luego la miniserie documental El Futuro es Nuestro (2014) sobre alumnos desaparecidos del Colegio Nacional de Buenos Aires, y la serie televisiva Memoria Iluminada (2008) como biopic de Alejandra Pizarnik, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, María Elena Walsh y Paco Urondo. En esta ocasión, centran el eje del relato para explicar la génesis del conflicto de las tomas desde la reconstrucción del espíritu de los ’70: adaptan la novela testimonial de Gaby Meik en la que la autora rinde homenaje a su mejor amiga del colegio, secuestrada a los 15 años. Desde este arco, construyen un híbrido de un fragmento de militancia estudiantil en alerta frente a la destitución de Raúl Aragón, rector del emblemático colegio, que dedicó su vida a defender sus derechos y el de sus compañeros como integrante de la Asamblea para los Derechos Humanos (APDH) y la Conadep mientras la represión ilegal tomaba cuerpo. Al unísono, se sirven de la pasión adolescente para abordarla desde dos ejes: por un lado, el compromiso político e intelectual, y por otro, el amor y amistad. La premisa se centra en combatir la censura de la dictadura militar que devino en una ola de desaparecidos, exiliados, dejando como legado en el colegio el espacio estudiantil con más víctimas. El guión conlleva este espíritu de vanguardia desde la primera escena. La trama se sostiene desde la ficción y combina escenas filmadas en digital con imágenes en súper 8mm para remarcar la textura de época. Este modo de decir, combinado con elementos simbólicos como el escenario politizado del Colegio Nacional de Buenos Aires donde se respiraba ideales como contracultura y bandas emblemáticas como Almendra y Sui Generis dieron sus primeros recitales. Así, la puesta en escena sustituyen el material de archivo a través de discos, posters, radio grabadores, la marcha peronista y un perfecto juego de luces que remiten flashbacks y recuerdos borrosos del pasado. Esto permite que el imaginario colectivo del público conecte con este universo nostálgico durante 119 minutos. Otro plus de este film es el elenco protagonista, un híbrido entre un semillero de potenciales talentos y los reconocidos actores de teatro y cine Rodrigo Noya, Rafael Federman, entre otros, que encabezan la organización estudiantil Unión de Estudiantes Secundarios (UES), conformada por activistas de entre 13 y 19 años que discuten el detrás de escena mediático en las asambleas escolares mientras germinaba aquel 1976 cuando, tras el Golpe de Estado, el colegio se transformó en trampa mortal y sus alumnos, para salvar sus vidas, debieron inventar códigos propios y apodos para organizarse y marchar a Plaza de Mayo. El resultado, a sabiendas, culminó en 108 alumnos y ex alumnos desaparecidos, mientras otros migraron del emblemático colegio, fundado por jesuitas, hacia otras escuelas y otros partieron al exilio. Sinfonía para Ana sirve como puente para la memoria. Reconstruye el relato de una adolescente de 15 años, cuya juventud, mejor amiga (Isa) y primer amor (Lito) quedaron atrapados en los años `70 junto a su militancia en el Nacional; este pulso subraya como mensaje clave cómo su corazón queda atrapado entre dos pasiones mientras la dictadura militar avanza y oscurece su mundo con muerte, soledad, terror. Así ella deberá luchar por conservar su vida sin renunciar lo que más ama en pos de convertir realidad sus ideales. ¿Logrará la dupla Molina-Ardito reivindicar el espíritu y agite de banderas partidarias? La respuesta la tendrá el público. Probablemente las nuevas generaciones lo reciban como una luz de esperanza para entender el presente y quienes hayan vivido en carne propia este capítulo un recuerdo del pasado necesario.
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Los amores trágicos La adolescencia atravesada por la militancia es el eje de "Sinfonía para Ana", la primera película argumental de los documentalistas Virna Molina y Ernesto Ardito. El filme se basa en una novela de Gaby Miek que se inspiró en hechos reales. Los protagonistas son un grupo de alumnos de entre 14 y 17 del Colegio Nacional Buenos Aires años comprometidos con el peronismo revolucionario de la década del 70. La trama comienza a mediados de ese año y continúa en 1976, con la dictadura en marcha, la represión y las personas que comenzaban a desaparecer, entre ellos, muchos de los alumnos de ese colegio. El contexto histórico de violencia creciente contrasta con la vida privada de los protagonistas, tres chicos que, además de militar, están descubriendo el primer amor y la sexualidad. En medio queda la familia como testigo y víctima de la realidad, especialmente en el caso de quienes no pudieron irse de Argentina a tiempo. Molina y Ardito con tacto exquisito reconstruyen el contexto histórico con su tragedia y con la misma delicadeza se interna en esas relaciones y amistades con final abrupto. Todos los aspectos técnicos y las actuaciones cuidadas al extremo completan un trabajo que aborda nuevamente aquel período y lo hace de forma original.
Crítica emitida por radio.
Una experiencia sensible Sinfonía para Ana , primer largometraje de los documentalistas Ernesto Ardito y Virna Molina -basada en la novela homónima de Gaby Meik -, exhibe desde el comienzo y con absoluta claridad el fundamento de sus pretensiones: la recuperación sensible de una experiencia decisiva. No cualquier experiencia, sino la que vivió una joven estudiante del Colegio Nacional Buenos Aires durante los años previos al Golpe Cívico Militar de 1976. “Nos quieren hacer creer que esto nunca existió. Pero es mentira. Fue lo mejor que viví. Me desespera cuando se me borra un rostro, un momento, un gesto. Porque es como matarlos. Mi único refugio son los recuerdos”, expresa con tristeza la voz –en off- de Ana (Isadora Ardito), la protagonista de la historia, mientras se observa una cinta de grabación en funcionamiento que comienza a quemarse, como así también ciertas cartas de amor, fotos y otros signos de inmediato reconocibles de un período y una identificación política determinada (un ejemplar de “El descamisado”, un libro de J. W Cooke, etc.). La propuesta del film de Ardito y Molina no esconde demasiados secretos: contar esos recuerdos y exorcizar el olvido. El relato que inaugura la voz de Ana se traslada a comienzos de los años 70, cuando ella y su amiga Isa (Rocío Palacín), con tan solo quince años, descubren en simultáneo las vicisitudes de un doble viaje iniciático: el amor adolescente y la práctica política. Los primeros escarceos amorosos, la novedosa participación en asambleas encabezadas por estudiantes comprometidos, la feroz avanzada represiva, el trágico desenlace. Así entonces: enamorarse y discutir política. La narración, alternada con algunas imágenes de archivo (Plaza de Mayo en el regreso de Perón, el asesinato de Mugica, la muerte del General, etc.) y la realización efectiva del falso archivo (por ejemplo, cuando Ana e Isa formalizan su bautismo político en la Plaza de Mayo), buscará afirmar todo el tiempo esa vinculación. Ana comienza a militar en la UES (Unión de Estudiantes Secundarios) y, paralelamente, se enamora de Lito, que milita en el PCR (Partido Comunista Revolucionario). La diferencia partidaria provocará un conflicto que atentará contra el encuentro afectivo. A partir de una precisa reconstrucción de época (no solo el vestuario y el mobiliario, sino también una eficiente circulación de aquellas marcas reconocibles de la época, desde Cortázar hasta Sui Generis y Spinetta) y, especialmente, mediante un ostensible amor por cada uno de sus jóvenes personajes, la película logrará conquistar escenas de gran emoción. El problema que plantea Sinfonía para Ana –y que plantean a fin de cuentas la mayor parte de las películas que trabajan en el mismo período- podría ser el siguiente: cómo narrar sin caer en una declamación estereotipada de los acontecimientos –de las experiencias de vida- que marcaron a fuego a muchos militantes de base en la previa y durante la última dictadura. Como si por momentos a la película le costara apartarse del continuum significante establecido para ficciones de este tipo. La presencia constante de una banda sonora empalagosa y solemne terminará por afectar al conjunto de la narración. En su afán por evidenciar el idealismo romántico de los estudiantes del Colegio Nacional de Buenos Aires desaparecidos por el terrorismo de Estado –gesto que en definitiva no hace otra cosa que vaciar de sentido la fuerza de sus convicciones, la magnitud compleja de su rebelión-, la película decide dejar de lado la oportunidad de suscitar nuevas preguntas sobre una etapa fundamental de la historia argentina. Acaso porque sea otro su interés: manifestar la marcada sensibilidad de jóvenes soñadores.