De una belleza casi etérea, su protagonista Dree Hemingway interpreta a Jane, una joven de 21 años que convive con su mejor amiga y el novio de ésta. Los tres slackers están en la industria del porno y pasan sus días drogándose y jugando a los videojuegos. Jane conoce a Sadie –una viuda- cuando le compra un termo en una venta de garaje. La película se maneja con una estética muy parecida a la que podemos encontrar en el cine de Sofía Coppola, donde prevalecen los colores pasteles y la ausencia de primarios. El personaje de Jane está filmado como una Kirsten Dunst en Las Vírgenes Suicidas o una Elle Faning en Somewhere. Incluso utiliza la música de forma muy similar a la de Coppola: un tema musical que funciona como un lei motiv del personaje, se termina convirtiendo en el de todo el film...
Impresiones cruzadas. Starlet es una cosa mientras transcurre y otra muy distinta cuando la pienso en retrospectiva. Quizás sean dos películas dentro de una, dos motivaciones en pugna que no llegan a amalgamarse con naturalidad. Ambientada en Los Angeles, la historia se centra en la extraña relación que una joven actriz establece con una mujer casi sesenta años mayor que ella. El director Sean Baker parecería apelar a una estructura de manual (la amistad entre opuestos) como credencial clásica habilitante para contar la otra película, menos previsible y más antropológica, que toma como objeto de estudio el marco existencial en el cual la chica desarrolla su particular oficio. Jane (Dree Hemingway) se dedica al cine porno. Lo que se narra sobre su rutina de trabajo en esa industria es lo más rico y relevante de Starlet, pero el relato recién comienza a desplegarlo en detalle cuando ya pasó más de media película y nuestra atención ya se siente un poco desilusionada. Es evidente que Baker busca retratar la necesidad de afecto que tienen sus criaturas. El corazón del film es la soledad. Jane y su amiga Melissa compensan el vacío recurriendo al shopping y a las drogas, mientras la anciana Sadie (la debutante Besedka Johnson) se sumerge en el automatismo del bingo. Sucede que hay algo demasiado forzado en la manera en que Jane se acerca a esta mujer. Más allá del disparador inicial del vínculo, cuesta asimilar esa insistencia que lleva a la muchacha a repetir una y otra vez el mismo ademán. No es que la relación en sí misma suene falsa, pues de hecho los diálogos tienen frescura y evitan caer en las “lecciones de vida”. Sin embargo, cuando finaliza el film la imagen de la anciana se nos hace difusa: ella sólo parece funcionar como simple parámetro de contraste, como si esta dialéctica le permitiera al narrador ingresar más oblicuamente en la realidad de la muchacha. El mecanismo obliga a la joven a salir de su alienación para volverse más “humana”, más “común”, pero el recurso resulta demasiado calculado y hasta improductivo. Es que Jane rara vez abandona ese limbo de superficialidad publicitaria que recubre su andar. Curiosamente, esta actitud volátil que al principio genera cierta irritación hacia el personaje, de a poco se va convirtiendo en una de las zonas más intrigantes del film, la veta psicológica que al director sin dudas le interesaba investigar. Las preguntas surgen después, cuando la película consigue asentarse en el recuerdo. ¿Qué significa actuar el sexo? ¿Cómo es ese estado del ser? ¿Cómo trascender el cliché para reconocer a la persona? Y no, no estamos ante un tratado de metafísica. Starlet tan sólo nos invita a una excursión. Pero es una pena que el relato termine justo cuando empezábamos a encariñarnos con el personaje-guía.
Traducida en el festival como Estrellita es el último film del director Sean Baker nos trae una historia sencilla y hermosa de la mano de la actriz Dree Hemingway -sí, la nieta de Ernest-. La Peli Jane, tiene veintiún años, es actriz porno y vive con su mascota en un cuarto que le renta al novio de su amiga y colega, que muy bien de la cabeza no está. Jane ahora vive en Los Angeles pero viene de Florida de lo que poco y nada sabemos, sólo lo justo y necesario para entender la película y el final -punto para el guionista-. Quiere remodelar su cuarto, pero no puede pintarlo porque el novio de la amiga utiliza esos cuartos como sets de sus películas porno -giggidy-. Jane sale a buscar un nuevo hogar en las ventas de garage, encuentra un termo que se lo compra a Sadie, una vieja amargada y ermitaña. Dentro del termo hay diez mil dólares de los cuales Jane piensa disponer para traer a su madre hasta Los Angeles, pero ella se niega -vaya uno a saber la razón-. Mitad por culpa mitad por moral, y hasta ahí, Jane comienza a acercarse a Sadie y una relación casi de madre a nieta comienza a gestarse de la que cada una aprenderá algo de la otra hasta el mayor secreto en el final. Sutileza e intimidad Jane es una chica dulce, hermosa y carismática. Nada pareciera desanimarla, ni la amargada Sadie. Pero tanta sonrisa oculta algo que se siente en el aire pero no se ve, nunca. En un sólo plano nos muestran los problemas familiares que podemos suponer y la pena que lleva adentro. A pesar de tratarse de una actriz porno todo sigue el camino de lo sutil, de lo oculto -como las protagonista- salvo una escena en la que muestran a Jane trabajando -sep, eso mismo- con un actor porno. La escena parece muy explícita por el nivel de sutileza que se maneja a lo largo del film pero a pesar de ello no deja de lado la intimidad con el que la cámara se desempeña. Eso sí, la escena irrumpe completamente en la película y luego no se vuelve a ver nada igual. La relación de Jane y Sadie avanza, retrocede, crece, empeora, etc. Todas las circunstancias que pueden darse a partir de estos dos opuestos, que no son tal. De apoco vamos entendiéndolas más, a medida que se comunican entre ellas y se abren. Sadie tiene muchas estatuillas de la Torre Eiffel porque le encanta París, pero luego nos enteramos de que ella nunca había ido. En el valle de su relación, Jane intenta recuperarla comprando dos pasajes de primera a la capital francesa -sí, con la guita de la vieja-. La resolución quizá sea lo más impactante de la película donde todo se deja ver un poco más, pero sólo un poco. La amiga de Jane le dice la verdad del dinero a Sadie, ella entra a su casa y parece que comienza a desempacar. Escena siguiente, Sadie y Jane se van al aeropuerto. ¿Qué pasó en el medio? ¿Sadie eligió no importarse por eso y seguir adelante con algo que le hará feliz? ¿No le creyó quizá? No importa, pero cada uno arma ahí también su parte de la película. Antes de partir a París, Sadie tiene un secreto que confesarle a Jane, allí termina la película y nos cierra a todos. Conclusión Starlet crea un mundo de intimidad y sutileza a pesar de las mentiras y secretos de los que no conocemos todos. La cámara es un punto altísimo de la película junto con la fotografía, las escenas se describen con naturalidad, a pesar de contar con una actriz primeriza, en un contexto de mentiras y omisiones. Sencillamente genial y recomendable. Y eso es todo lo que tengo que decir al respecto...
Dos almas en pena (opuestas y complementarias) El director de Take Out (2004) y Prince of Broadway (2008) -ambas también vistas en el BAFICI- se vuelve un poco (sólo un poco) más mainstream y convencional con esta historia sobre Jane/Tess (Dree Hemingway, de la dinastía iniciada por Ernest e hija de Mariel), una muy atractiva veinteañera que vive en el San Fernando Valley de California y se gana la vida como actriz (generalmente porno). Ella vive con su chihuahua, con una amiga/colega drogona y con un muchacho también bastante torpe e inestable. Su vida cambia por completo cuando le compra a una anciana llamada Sadie (la octogenaria Besedka Johnson, toda una revelación porque no tenía experiencia previa en cine) un termo que en su interior tiene 10.000 dólares que pertenecían a su marido muerto. La joven -entre intrigada y culpógena- empieza a frecuentar cada vez más a la tiránica vieja y, entre desayunos y juegos de bingo, irá surgiendo entre ellas una particular relación. El film -una agridulce y absurda historia sobre los códigos femeninos y la conexión entre dos almas en pena- se sigue con interés (es divertida la mirada al negocio del porno actual y hasta hay algunas escenas de sexo bastante explícitas) y no hay nada que desentone demasiado a nivel de puesta en escena o actuaciones (todas impecables), aunque Baker se pone aquí -sobre todo al final- algo más sentimental y trascendente que en films anteriores. De todas formas, se trata de un muy buen exponente de ese cine indie americano (el de bajo presupuesto, no el de los Harvey Weinstein) que ya prácticamente no llega a las salas argentinas.
Un chiguagua mexicano con nombre de hembra y su joven dueña con, al menos, doble identidad son el eje de este drama en el cuál el tema central es la circulación de los objetos y la inestabilidad existencial. Sean Baker presenta Starlet a modo de poema a la vida cotidiana en el que con impactantes tonos pastel y soft music, describe la historia de una actriz porno que busca, sin saberlo, sus orígenes. Jane (Dree Hemingway) según su documento, pero Tess en su trabajo, vive con Melissa (Stella Maeve) o Zana, en una casa-estudio donde se filman películas para adultos. Allí transita sus días en una habitación que no le pertenece junto a Starlet, su fiel chiguagua. La historia comienza cuando Jane siente la necesidad de personalizar su cuarto, por lo que su peripecia se inicia en un divertido recorrido por ventas de garaje. Recolectando objetos que otros ya no desean, el auto de Jane poco a poco se va poblando de lo que en breve será su colección personal. Un cuadro mal pintado, un porta retratos y un termo. Si la disparidad de esos elementos puede parecer a primera vista inconexa, mas desubicado será el momento en el que descubrimos junto con ella que el termo escondía diez mil dólares. El tema está planteado y tiene dos vertientes, por un lado el costado ético ¿Devolver el dinero o no?; pero por otro, (y para quien escribe el más interesante) es reconstruir el circuito del termo. ¿Casualidad, causalidad, destino, magia? Cómo y por qué llega el dinero a manos de una joven actriz que sólo buscaba una renovación superficial. Las respuestas se hallan ocultas en las escenas de este film que, con la excusa del mundo de la pornografía, relata la historia de personas sin identidad que deambulan (como los objetos) en una ciudad que los tienta todo el tiempo al consumo masivo y los juegos de azar. El filósofo y sociólogo Jean Baudrillard en su libro “El sistema de los objetos” (1968) dice “la civilización urbana es testigo de cómo se suceden, a ritmo acelerado, las generaciones de productos, de aparatos, de gadgets, por comparación con los cuáles el hombre parece ser una especie particularmente estable”. Cito a Baudrillard con la intención de traer a estas líneas una operación que se ve claramente expuesta en Starlet: los objetos y los personajes-objetos son la clave para comprender este film en el que todo es inestable: las identidades, los lugares de pertenencia, y también la cámara en mano, la invasión de sonidos perturbadores y el bajo mundo de la pornografía; que engendran una compleja trama de significaciones en relación con los hombres que va mas allá de lo meramente funcional. El termo es un elemento para transportar y conservar caliente líquidos, pero también es el motivo por el cual Jane descubre que Sadie (Besedka Johnson), la dueña de dicho objeto, es su abuela. Circulación de objetos y destinos, personas que van y vienen, identidades recuperadas o perdidas para siempre. Vaya a saber qué sucederá luego de la esperada conversación que nunca vamos a escuchar.
Caminos y cruces Starlet es un relato intimista y una historia de personajes que sigue el derrotero de dos mujeres diametralmente opuestas, la joven y atractiva Jane (Dree Hemingway) y una anciana que le lleva más de sesenta años Sadie (Besedka Johnson), quienes por un hecho azaroso se cruzan en la vida y desde ese instante y por motivos diferentes no podrán separarse. Hay simetrías que funcionan para unir a estas dos protagonistas y que se relacionan con el entorno y con la soledad pero de diferentes maneras porque también se puede estar sola en compañía, como es el caso de Jane que comparte junto a dos amigos, un hombre y una mujer, un departamento en el que pasa sus horas entre las drogas y la abulia propia del desencanto burgués. Sadie, por su parte vive sola y no es muy sociable que digamos, pero acepta la compañía forzosa de una insistente Jane, movilizada por un sentimiento de culpa y cierta curiosidad ante la misteriosa viuda sexagenaria. Así la acompaña en su rutina que implica por ejemplo acercarla al supermercado con su auto, al bingo, o alguna que otra actividad que implica un movimiento extra. Pero además Jane de vez en cuando trabaja como actriz porno y debe lidiar con un mundo hostil para el que parece entrenada y disciplinada a diferencia de su amiga con quien comparte la vivienda. El director y guionista Sean Baker construye con meticulosidad y alta sensibilidad un retrato crudo y humano de la soledad y la amistad entre otras cosas, donde el pasado se manifiesta en pequeñas dosis y detalles que se suman desde una puesta en escena austera y con economía de recursos. La debutante Dree Hemingway –hermana de Margot- aporta todo su carisma y fotogenia en cada plano donde la cámara acompaña sin invadir su propio espacio y consigue complementarse con la sorprendente y también debutante Besedka Johnson en un film donde las curvas de aprendizaje y los arcos de transformación de los personajes se producen gradualmente y no llegan de manera forzada así como tampoco las emociones que fluyen y de manera genuina. Otro aspecto significativo y que se amalgama perfecto al ritmo y clima del film lo aporta la banda sonora con una selección de temas y leit motives absolutamente funcionales y atmosféricos que recuerdan por ejemplo al cine de Sofía Coppola.
Conduciendo a Sadie Starlet (2012), película de Sean Baker conocida en el festival de Mar del Plata y el BAFICI, está centrada en la particular relación que se establece entre una joven de 21 años y una anciana de mal carácter. Si leyéramos un sintético argumento de Starlet (de esos que aparecen en las grillas de programación y tienden a ser “gancheros”) posiblemente no nos imaginaríamos la película que en efecto es. Sobre todo, porque tal síntesis argumental señalaría que Jane y Sadie son distintas, claro. Muy distintas. Y la construcción de relatos sobre la base de personajes disímiles ha dado una gran variedad de films que, en muchos casos, son comedias pasatistas o lisa y llanamente anodinas. Pero esta película supera esa medianía, en gran parte porque su aparente liviandad está dada por la luminosidad de Jane. La diferencia está dada porque esa misma luminosidad de Jane es la que hace de su encuentro con el otro personaje un motivo de fricción que enriquece nuestra mirada sobre ambas. Starlet comienza con un equívoco. La malhumorada Sadie le vende a Jane un jarrón, en una de esas ferias de garaje que hemos visto miles de veces. Lo que ignoran es que dentro de ese jarrón hay 10.000 dólares. Hasta que, claro, la muchacha se da cuenta. Y comienza a gastar, en lo que se supone gastaría una muchacha de su edad. Pero Jane es, además de “una muchacha de su edad”, una aspirante a estrella porno. Y es un mérito que la película haga de esa cuestión un hecho más, que no tematice al respecto, que tan sólo ingrese a su ambiente como si fuera lo más cotidiano del mundo. Porque para Jane es eso: un universo cotidiano. Con bastante culpa, la chica se acerca a la anciana para brindarle su ayuda. Siempre tensa, distante, finalmente Sadie accede a que la lleve a su auto para hacer las compras. Otro mérito de la película: adosar a la naturalidad de Jane (jamás asociada a un “naturalismo”) una serie de diálogos ingeniosos que nos revelan más de las dos mujeres. De esta manera, la relación se hará cada vez más cercana y ya nada será igual. Esa personalidad lozana, desaforada y encantadora de Jane parece una metonimia del Valle de San Fernando, uno de los sitios más “buena onda” que el cine independiente norteamericano nos ha dado recientemente. Dentro de esa órbita, la pátina demodé del salón en donde Sadie juega al bingo, o el improvisado set de filmación en donde Jane es filmada teniendo sexo (entra y hace lo suyo, como una adolescente que entra a un local a vender hamburguesas), son ampliaciones de una ciudad que parece una locación de los videoclips de los Beach Boys. Si la película vira hacia un terreno más emocional (con un final “sorpresivo”) sin traicionar ese tono liviano, el mérito está dado esencialmente por la inmensa presencia cinematográfica de Dree Hemingway (señalada mi veces como la biznieta del famoso escritor). La labor de Besedka Johnson, la actriz no profesional que interpreta a Sadie y murió poco después de terminar la filmación, no es menos importante, pues en la tesitura y apatía del personaje consigue generarnos ternura. Ternura, ese sentimiento que el cine pocas veces representa sin sensiblería. Como en Starlet.
Tenía muchas expectativas con esta película por lo que me habían comentado algunos colegas extranjeros (las altas expectativas terminan siendo siempre un problema), así que debo admitir que algo me decepcionó el nuevo filme de Baker. No es una mala película y hace una muy interesante y fresca pintura de la industria pornográfica (tal vez un touch naive), pero ese no es el tema central, sino la relación que establece una rubia bastante tonta que trabaja en películas porno con una viuda solitaria cuando, sin querer, se lleva 10 mil dólares de su casa dentro de un termo que le compró a la señora por un dólar. Devolverle la plata se le complica, por lo que termina tratándose de hacerse amiga de la muy cabrona octogenaria. La relación y el secreto son en exceso forzados, pero terminan rindiendo sus frutos emocionales. Lo que más me costó a mí fue engancharme con el personaje de la chica (encarnada por Dree Hemingway, bisnieta del escritor e hija de Mariel) que es una rubia bastante tonta al estilo Paris Hilton, por más que Baker encuentra maneras de hacerla simpática (su perrito chihuahua ayuda). Entre ella y su aún más insoportable amiga porn star hacen difícil que la película te caiga simpática. Eso sí, capturan el interés por otro lado…
En algún momento de Starlet , su joven protagonista suelta, sin que nadie le pregunte -mucho menos la anciana que adoptó como su nueva amiga- que es de Capricornio y por eso es "buena con la gente". Una forma de decir que se lleva bien con todo el mundo, algo completamente cierto, aunque la expresión también funciona de manera literal. Es que Jane, interpretada por la bella y prometedora Dree Hemingway (bisnieta de Ernest e hija de Mariel), va por la vida con una sonrisa y una inocencia que iluminan a las personas y las circunstancias que la rodean. Y no es poco lo que le toca alivianar en su entorno: ahí están su amiga y compañera de casa y su novio, una pareja que parece existir entre el estímulo y la depresión química, siempre al borde de una tragedia que sólo necesita de un empujoncito para ocurrir. Un paso que la mera presencia de Jane parece evitar. Con su cuerpo flaco, estilizado y esos pómulos de ángulos imposibles que reflejan la luz del valle de San Fernando, suburbio de Los Ángeles, lado B de la meca del cine industrial y pura chatura pueblerina al borde de la ciudad de los sueños del mundo, Jane es un personaje tan sutil como intrigante. Gracias al guión y a la dirección de Sean Baker y la fotografía de Radium Cheung, el que podría ser un papel de pura superficie, de chica algo boba y despistada, resulta en algo mucho más interesante y honesto. Un par de calificativos que no suelen ir juntos cuando se trata de retratar personajes femeninos ni siquiera en el universo del cine independiente más atrevido (en términos narrativos) al que pertenece Starlet . Un film que se mueve sin tropiezos ni obvios cuestionamientos morales siguiendo a su protagonista entre el mundo del cine pornográfico en el que trabaja como actriz y futura estrella, y su amistad con Sadie, una anciana que en principio no quiere tener nada que ver con ella. La película se construye alrededor del lento, aunque nunca tedioso, desarrollo de esa relación que comienza con una mezcla de casualidad, fortuna y culpa. La desconfianza inicial de Sadie, que vive sola, prácticamente encerrada en su casa, ante el interés de esa chica que insiste en ayudarla a hacer sus compras en el supermercado y compartir sus partidas semanales de bingo, empieza a mutar en una amistad entre dos personas -y un perro si se cuenta a la mascota que da título al film-, que parecen no tener nada en común. Pero aquí, claro, las apariencias engañan. Porque la veinteañera, consciente objeto de deseo de tantos, está tan necesitada de un lazo de cariño y amistad genuino como la octagenaria interpretada por Besedka Johnson (que debutó en cine a los 86 años, un año antes de fallecer, en abril pasado). En los dos extremos de la vida, ambas -Jane y Sadie- encuentran un territorio común armado con las palabras y la mirada atenta de una y los silencios repletos de sentido de la otra. Juntas son las caras -una flamante, la otra preciosamente gastada- de la misma moneda. Cada encuentro, una pequeña anécdota de gran belleza visual y emociones que trascienden la pantalla.
De cómo filmar lo pasajero La mínima trama que va dibujando Baker en Starlet no le impide construir una película apasionante, cimentada por actuaciones deslumbrantes no sólo de sus dos protagonistas, sino también de algunos personajes satélite... y hasta del chihuahua dormilón del título. Las películas de John Cassavetes no carecían de trama, pero la trama era lo que menos importaba. No importaba demasiado que en Faces Gena Rowlands fuera una call girl que durante una noche interminable de encierro, borracheras y cornadas de machos alfa conociera a un tipo casado que le movía el piso. O que Maridos “tratara” sobre tres amigos que deciden dejar todo e irse unos días a Londres. O que en The Killing of a Chinese Bookie Ben Gazzara hiciera de dueño de night club, y dueño de una deuda ilevantable con la mafia. Lo que importaba era el viaje. El viaje al que se invitaba al espectador, que durante dos horas o más compartía una serie de momentos discontinuos junto a unos desconocidos, a los que terminaba conociendo más por aquello que sus rostros dejaban ver o intuir que por sus acciones, no muy distintas de las de cualquier tipo o tipa del montón. Al cine de Cassavetes honra y remite Starlet, opus 3 del también neoyorquino Sean Baker, cuya previa The Prince of Broadway (2008) ya había llamado la atención en festivales (Starlet fue parte de la Competencia Internacional de la última edición del Festival de Mar del Plata, dicho sea de paso). Como las películas del hombre de la risa loca, Starlet tiene una trama. Pequeña, pero trama al fin. Incluyendo sorpresita final que no cambia mucho las cosas. Lo que importa en ella es la posibilidad de compartir poco más de hora y media con dos protagonistas que hacen más o menos lo que cualquiera. Pero que, como en las de Cassavetes, no son cualquiera. Todo lo contrario: terminan siendo singulares, únicas, irrepetibles. Jane (Dree Hemingway, hija de Mariel y nieta de Ernest) es rubia, lánguida, ingenua como una bambi. “Soy Sagitario, por eso me gusta ayudar a la gente; vos seguro que sos Piscis, por lo tranquila”, le larga Jane a Sadie (la debutante Besedka Johnson, fabuloso hallazgo de casting), nonagenaria toda arrugadita, a la que conoció por casualidad. Sadie no le contesta: es de hablar poco, sobre todo cuando la gente dice boludeces. Y Jane es de decir boludeces. Es verdad, por lo que puede verse, lo que dice de ayudar a la gente. Desde que conoce a Sadie no deja de invitarla a pasear, a tomar el desayuno, a hacer las compras. Pero ojo, que lo hace en buena medida por culpa: esta bambi no es tan bambi, y hay unos pesitos que tal vez constituyan todas las reservas de Sadie y que Jane, tras encontrar por casualidad, jamás termina de devolverle. Eso sería lo más parecido a una trama que ofrece Starlet. Eso y la convivencia de Jane con Melissa, compañera de trabajo que le alquila una habitación en la casa que ocupa con su novio. ¿De qué trabajan Jane y Melissa, que no parecen trabajar de nada? No corresponde decirlo porque la película se guarda el dato durante casi una hora. Pero que tanto Jane como Melissa no se saquen jamás el minishort, y que en un momento Jane, tomando un helado frente a unos desconocidos, imite el gesto de una fellatio para provocarlos, son datos más o menos indicativos de que las chicas no trabajan en un banco. Hay en Starlet una clara intención de contrapuntear inocencia y mercantilización del sexo. Pero lo interesante es justamente que no se trata de un contrapunto sino de una coexistencia pacífica entre ambas cosas. Por lo menos en el caso de Jane, tal como lo lleva al extremo una escena memorable en medio de un rodaje casero, que demuestra que para la chica su trabajo es uno como cualquier otro. No se trata tampoco de una visión idealizada por parte del realizador y coguionista, y allí está Melissa, ser esencialmente rastrero, para corroborarlo. De lo que se trata es de capturar a los personajes en su singularidad. Lo de personaje incluye a Starlet, chihuahua que, aventura Sadie en un momento, tal vez sea el único macho en la vida de Lady Jane. Starlet no es un perro cualquiera, como no son “gente cualquiera” Jane, Sadie, Melissa o su novio (a quien en un momento se le ocurre montar un club de strip en el living de su casa, para que la chica practique baile de caño). Starlet se pasa casi toda la película durmiendo. Cuando se despierta es para robarle a su dueña unos “choricitos” de billetes, haciéndose el distraído cuando ella lo reprende. Singularidad y circunstancia. También como Cassavetes, Baker no filma lo fijo sino lo pasajero. No lo estable sino lo cambiante, no la cristalización sino la transición, no la consolidación sino la fuga. Todo esto encarna antes que nadie en Jane, que parece no tener otra cosa en la vida que no sea Starlet. No se trata tanto de una falta, una ausencia o carencia (la película hace eso a un lado) sino de una suerte de ser–devenir, que no es sino que está, o va yendo. Desde ya que la forma de filmar este universo en estado de fuga y transición no podría ser otra que la que inventó Cassavetes: largos planos-secuencia con una inestable cámara en mano. Cámara que suele ir en panorámica de un rostro a otro, no tanto en busca de una verdad oculta como de una visible, que la expresión transparenta o sugiere.
El encuentro de dos seres desamparados: la bella y aburrida chica linda, que se droga y actúa en films porno y una anciana irascible. La casualidad las une, las dos tienen secretos bien guardados. Con la modelo Dree Hemingway, bisnieta del escritor y Basedka Johnson. Dos soledades en un mundo que nada promete.
Soledad estrellada Rodada en Belleville, California, y dominada por torres de electricidad que puede leerse, por un lado, como un filme de alto voltaje y, por el otro, el tendido de una (incansable) mano para paliar la soledad. Jane (Dree Hemingway), una actriz porno, y la huraña anciana Sadie (hallazgo actoral de Besedka Johnson) cruzarán sus vidas por un descubrimiento monetario. Starlet se desenvuelve dentro de una estética con colores claros que le da un clima crepuscular, dentro de un sonido con tintes oníricos. El filme es repetitivo en la aceptación de amistad, los actores secundarios (una parejita hot) están de más y el factor dinero podría haber generado cierta tensión.
Convenciones En Starlet, una joven blonda muy bonita e independiente vive con una parejita a la que le alquila una habitación; allí transcurren sus días entre videojuegos, drogas y con un perrito adorable para la platea. El director Sean Baker nos introduce en ese ámbito con cámara en mano, encuadres incómodos, mucha luz y cortes continuos. Minutos más tarde, recurre al famoso artilugio de personaje que encuentra dinero para forzar la relación con una anciana solitaria a la que la joven se le adosará, para buscar afecto y para no cargar con el peso de la conciencia por haber hallado dinero en un jarrón. La película no supera la medianía principalmente porque resigna su aspecto más interesante, la relación íntima entre dos personajes de diferentes generaciones, para sumar una serie de recursos simplones y trillados, consagrados a dos o tres momentos argumentales que son innecesarios. Uno de los problemas principales del film es que comienzan a abrirse aristas y la historia pretende sostenerse desde diferentes lados: el progreso del vínculo entre las mujeres, el trabajo como actriz porno, la conflictiva pareja, el tema de qué hacer con el dinero, el perrito que se pierde, entre otras subtramas innecesarias. Lo que podría haberse potenciado, el costado más profundo de Starlet, deriva en algo absolutamente convencional. No es que el film se desbarranque pero da la sensación de que el director no confía en ir a fondo en lo que mejor le sale y acuden los típicos clisés dramáticos. Visualmente no se ofrece demasiado; hay momentos donde cierto registro realista se sostiene con garra, pero no parece suficiente. NdR: Esta crítica es una extensión de la ya publicada durante el Festival de Mar del Plata.
Una peculiar amistad Cuando Jane (Dree Hemingway) se muda a la nueva casa que comparte con un par de amigos, decide darle un toque personal a su habitación comprando distintos artículos en ventas de garaje. Así es como conoce a Sadie (Besedka Johnson), una huraña anciana que le vende un termo usado, por el que no aceptará devoluciones. Sin embargo ese termo contiene dinero que Jane pretende en un principio devolver a su dueña, pero cuando ella rechaza el objeto (sin saber del dinero), Jane se sentirá obligada a ayudarla, y así entablarán una particular amistad. Con la estética y reglas de la clásica película indie (tomas de cámara en mano, poca música ambiental y sí mucho sonido directo, una escueta producción, escenarios reducidos, entre otros detalles), el filme ahondará en las vidas de cada una de las dos protagonistas, especialmente en la sórdida vida de Jane, una debutante estrella porno. De ahí el juego de palabras del título, que por un lado se refiere a una estrella “menor” en el ambiente del espectáculo, y por otro es el nombre del perro mascota, y única compañía, de la joven. Sobria, por momentos de ritmo algo lento en el avance de la relación entre las dos mujeres, el defecto de esta película es no tener muy en claro qué es lo que quiere decir o contar más allá del encuentro de dos personalidades aparentemente tan opuestas. Una relación que comienza algo forzada por la culpa, y termina siendo lo más cercano a un salvavidas para dos personas con una gran soledad existencial, a quienes les cuesta entablar relaciones profundas con otras personas. Las actuaciones son correctas, justas para lo que sus roles demandan, y el filme arranca con una interesante propuesta. Sin embargo el guión no logra ir mucho más allá, y se queda girando sobre esa misma idea toda la película.
Una amistad medio despareja La curiosa relación entre una anciana viuda y una modelo de veintiún años, que también se dedica a filmar películas porno, es lo que propone el director estadonidense Sean Baker. "Starlet" es una película que muestra lo cotidiano en la vida de dos chicas que son modelos, el novio de una ellas y los cambios que se producen en la vida de una anciana que vive sola, cuando una joven desconocida decide preocuparse por ella. Jane (Dree Hemingway) parece estar de paso en todos lados. Alquila una habitación en la casa del novio de su amiga y vive con su perro chihuahua, al que le puso de nombre Starlet. La joven se mueve por ese barrio alejado del centro de Los Angeles en su auto, hace compras y dedica parte del día, cuando no tiene que hacer fotos, o filmar, a los videojuegos, junto con su amiga Melissa (Stella Maeve), que consume drogas igual que su novio Mikey (James Ransone). DINERO INESPERADO Jane prefiere mantenerse un poco al margen de lo que hacen sus amigos y su vida cambia cuando en una venta de garage, adquiere un termo en desuso a la anciana Sadie (Besedka Johnson). Lo inesperado es que cuando decide limpiar el termo, descubre en su interior varios fajos de billetes que conforman una abultada suma de dólares. Al comienzo Jane no sabe qué hacer, si devolverle el dinero a Sadie o no. Lo cierto es que decide visitar a la anciana que es bastante gruñona y hosca y de muy pocas palabras. Al final, en una de las visitas, la mujer se da cuenta que la chica necesita tanta compañía como ella y se hacen amigas y deciden hacer un viaje juntas a Europa. "Starlet" es una película extraña, original y cálida, en la que a través del comportamiento diario de sus personajes, intenta transmitir que los afectos se van construyendo a partir de pequeñas cosas, en su mayoría totalmente intrascendentes. La película hereda esa cuota de cierto costumbrismo melancólico, típico del cine independiente norteamericano, a la vez que posibilita conocer a una actriz debutante Dree Hemingway (bisnieta de Ernest Hemingway), que en el papel de Jane, consigue elaborar un personaje tan misterioso, como fascinante. A su lado la veterana Besedka Johnson, muestra una valiosa intervención actoral.
Polvo de estrellas Jane es una actiz porno de 21 años, una rubia tarada y querible encarnada a la perfección por Dree Hemingway (hija de Mariel, bisnieta de Ernest). Sus ocupaciones son esporádicas y redituables y tiene bastante tiempo libre. Quiere redecorar su cuarto y una amiga le sugiere que vaya a una de esas típicas ventas de garage. Allí compra un termo en el que descubre un dinero escondido, 10.000 dólares que pretende devolver a su dueña, una anciana áspera y solitaria que desconoce por completo la existencia de ese dinero. Ese es el punto de partida de una relación de amistad completamente inusual. Lo transgresor se diluye un poco en la transitada fórmula de buddy movie, la convivencia forzada de personajes a la deriva que no pueden ser en principio más opuestos, pero las actuaciones y la pericia del director Sean Baker hacen que se mantenga el interés por estos seres estrellados.
Film inclasificable en las antípodas del mainstream El cartel de calificación (prohibida para 18 años) que antecede a la proyección podría parecer excesivamente severo si uno sólo ve los primeros 45 minutos de “Starlet”. En efecto, el título alude a un inocente perro de raza chihuahua (hasta lleva el nombre artístico de Boonee) y lo único que merecía una calificación hasta allí era el consumo de drogas, algo que a esta altura se “castiga” con alguna prohibición para menores de 13 años y no más. Son pocos los personajes alrededor del cual gira esta cuarta producción dirigida por Sean Baker (“Four Better Words“, Take Out”, “Prince of Broadway”), conocido sobre todo por quienes frecuentan el BAFICI pero sin ningún estreno local hasta el presente. Jane es una joven de unos veinte años a quien da vida Dree Hemingway, un apellido inevitablemente significativo. Y no es para menos dado que su bisabuelo es el célebre autor de “El viejo y el mar”, Mariel Hemingway su madre y actriz de varias películas de Woody Allen y de “LIpstick”, donde debutara junto a Margaux, su trágicamente fallecida hermana. La joven, quien convive con Melissa (Stella Maeve) y Mikey (James Ransone), un día decide modernizar su habitación. Va a una especie de feria de ventas de productos usados (Garage sales) que organiza Sadie, una mujer mayor y le compra un termo. Para su sorpresa encuentra en su interior diez mil dólares en fajos y su primera intención es devolverlos. Pero ante el rechazo de la anciana a recibirla, regresa y convencida por Melissa decide conservar el dinero. Jane resulta ser una persona de buen corazón, logrando acercarse a Sadie quien se convence de que es “una buena samaritana”. Juntas hacen las compras, van a un bingo donde ella es la única joven y logran cultivar una relación sin conocer cada una mucho de la otra. Y aquí empieza una segunda película que puede tomar por sorpresa a quien no se haya interiorizado más, de lo hasta aquí señalado, sobre el argumento. Por un lado se revelarán aspectos de la vida privada de Jane, pero usando una terminología habitual en cine, esta crítica no propone ofrecer “spoilers” (revelaciones). Sólo señalemos que a modo de compensación económica, Jane decide invertir el dinero en la compra de dos pasajes en clase ejecutiva a Paris. Sadie le había mencionado la ciudad luz y en particular haber visto una película con Fred Astaire y Audrey Hepburn (se trata sin duda de “Funny Face”/”La cenicienta en Paris”). Un final algo abrupto pero revelador las tiene a ambas dirigiéndose al aeropuerto y parando un momento para que Jane deposite unas flores en la tumba del esposo de su ocasional compañera. Vale la pena agregar que Besedka Johnson, tal el nombre de quien personifica a Sadie, nunca había actuado hasta entonces. De profesión astróloga, su fallecimiento se produjo pocos meses después del estreno de “Starlet”, un film inclasificable aunque claramente independiente. Su presentación se produce en una semana con record de estrenos, de los cuales la mayoría de Argentina.
Una amistad inverosímil, pero aun así, simpática Una adolescente de Los Angeles va comprando porqueriís en ventas de garage y encuentra un termo que compra como jarrón, a pesar de que la anciana que lo tiene en venta afirma que es un termo y no un jarrón, además de aclararle que "no hay devoluciones". Cuando la chica quiere poner flores en su flamante jarrón, encuentra que está lleno de rollitos de cien dólares, por un total de casi diez mil. Luego de ir a hacerse las uñas y comprarle una bonita correa a su perrita Starlet. la chica sufre un ataque de culpa y le toca la puerta a la anciana para intentar devolverle el dinero, pero la señora le da un portazo en la cara repitiendo "no hay devoluciones". Esto bastaría para que la historia se ocupe solamente de cómo la chica se gasta esa pequeña fortuna con sus amigos drogadictos, pero como "Starlet" es una película de cine independiente, aquí lo que importa es la curiosa, por no decir totalmente inverosímil, relación entre una joven de la generación "ni ni" y una octogenaria sumamente antipática. Ni Dree Hemingway última revelación entre los descendientes del autor de "El viejo y el mar"- ni la venerable Besedka Johnson actúan demasiado bien, pero a su favor se puede decir que cumplen con creces el physique du rol requerido. Por otro lado, la película, si bien es un poco lenta, está muy bien filmada y cada tanto tiene imágenes realmente atractivas, apoyadas por un sólido soundtrack hip hop. Además, el film deja un gran consejo dicho por la anciana que, por supuesto, a medida que avanza el drama se va volviendo menos antipática: "Para llegar a mi edad, hay que desayunar muy pero muy bien y luego no comer nada hasta una ensalada en la cena".
Este nuevo film del director Sean Barker, cuya temática y estética lo ubican en ese cine independiente americano que deja algo más luego de verlo, centra la historia en la relación de amistad que una joven establece con una mujer casi sesenta años mayor que ella. En una venta de garaje, una joven compra un termo y descubre en su interior una importante suma de dinero, pero no logra decirle la verdad a la dueña y siente la necesidad de acercarse a ella entablando una relación que comienza con desconfianza pero que poco a poco va floreciendo y ocupando el lugar de lazos familiares perdidos por ambas mujeres. Con un buen manejo del tiempo narrativo, Baker nos introduce en el mundo de unos post-adolescentes, que no se sabe muy bien de qué viven y pasan la mayor parte de su tiempo drogados frente a una consola de videojuegos, para luego centrarse en la relación de la joven con la anciana, donde todo sigue el camino de lo sutil, de lo oculto pero buscando la intimidad de ambas protagonistas. El relato recién comienza a desplegar explicaciones pasadas la mitad de la película, donde una escena servirá para comprender ciertos rasgos de la personalidad de la joven protagonista y develar las peculiaridades de un negocio muy particular. Dree Hemingway (la modelo publicitaria biznieta del escritor que hace su debut cinematográfico) logra componer con total naturalidad a esa hermosa joven frívola, que rara vez abandona ese limbo de superficialidad publicitaria que recubre su andar, pero también dulce y carismática que dejara ver sus carencias afectivas. Mientras que Besedka Johnson, quien también debuta en la actuación, compone a esta anciana de mal carácter y antisocial que con las mismas carencias de la joven logra la identificación del público. Más allá del disparador inicial del vínculo (tarda en volverse verosímil hasta que la para la policía), las actuaciones creíbles y la frescura de los diálogos hacen de Starlet” un film interesante, que repara en la soledad, la necesidad de afecto, las ambiciones (o carencia de ellas), amistades y egoísmos que van más allá de las diferencias generacionales. Con una mirada que no juzga nunca a sus personajes, pero que retrata una post adolescencia americana, banal, carente de objetivos y preocupada por los cinco minutos de fama y dinero logradas con el menor esfuerzo, cualidad genérica expandida en general por el exitismo del Realty show en todo el mundo actual.
El truco de la soledad La soledad suele ser la peor compañera, pero a veces, como en “Starlet”, es la excusa ideal para formar un vínculo. Jane tiene 21 años y un perro que adora, Starlet, que en principio es lo único que ama en su vida. Su mundo es vacío, con amigos sin proyectos y con la droga como parte del asunto. Su trabajo se asocia a la pornografía, en un submundo en donde también habita como Melissa, una compañera de ruta con quien comparte departamento. La vida de Jane cambia cuando le compra un viejo jarrón a Sadie, una anciana malhumorada de 85 años. Es que en ese jarrón encontrará 10 mil dólares escondidos, y es a partir de ese momento cuando nada volverá a ser como antes. El director Sean Baker aprovechó al máximo la expresividad gestual de Dree Hemingway (hija de Mariel y bisnieta de Ernest, el consagrado escritor), para pintar a Jane, una joven que parece andar por la vida sin ninguna mochila a cuestas. Pero el hallazgo de la película no es sólo el rol de esta bella actriz debutante sino la lograda performance de Besedka Johnson, que también debutaba con”Starlet” y falleció este año. La película respira ese aire distendido mixturado con lo caótico, hasta que aparece el extraño vínculo de la veinteañera y la anciana, raro sí, pero verdadero. El vacío de esa mujer hosca y distante choca con el mundo de Jane. Hasta que de a poco los cortocircuitos irán cediendo. El filme participó en el último Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, en la competencia oficial, y fue una buena oportunidad para conocer la estética de Sean Baker que, por momentos, tiene algunos puntos de contacto con la impronta que ofrece el cine de Sofia Coppola. La soledad desespera, sí, pero hay encuentros que no son simple casualidad. Por algo, Jane y Sadie, se cruzaron en un mismo camino.
La encantadora sencillez de Starlet El contrapunto de edad desde el cual Starlet se construye deja entrever un espacio justo como para que sus intérpretes acepten el desafío. Una joven actriz (porno) y una anciana solitaria en Los Angeles. La mediación, la relación, se concreta a partir de un termo que la primera compra a la segunda. Y la sorpresa tiene que ver con el dinero que allí estaba escondido. Una especie de MacGuffin del cual el realizador Sean Baker se vale para ahondar en esta (im)probable amistad. Cuando el acercamiento se produce, cuando las sospechas comienzan a desaparecer, el encantamiento de estar filmando algo cierto asoma de modo fulgurante en Starlet. Por eso, las caracterizaciones de Dree Hemingway y Besedka Johnson son fundamentales. Hay una simpatía -de actriz a actriz- que se comunica. Jane (Hemingway) es toda frescura, de sensualidad despreocupada, con piernas tan largas como su delgadez. El afecto por Sadie (Johnson) aparece de modo imprevisto, como si se tratara de una señal implícita en el dinero encontrado. En este sentido, el guión de Starlet tiene una construcción muy precisa. El dinero, se sabe, es móvil siempre eficaz, y será éste quien ronde, desde la preocupación, entre todos los personajes. Si Jane es en algún momento oportunista, será luego considerada (o algo así), mientras el rol que le cabe a Mellisa (Stella Maeve), su compañera de cuarto, es el más difícil de agradar, a quien más rápido habrá de atribuírsele determinadas responsabilidades. Tales cuestiones la película las plantea desde espacios en blanco que tardan en completarse. Son suspensiones en la acción, que escriben interrogantes que en algún momento se resuelven. Mientras tanto, la sospecha oficia activamente en los espectadores. Porque cuando se trata de dinero, nadie es ajeno. Ahora bien, el cine de Baker apunta a lo que sucede de manera más profunda, con una sencillez que tiene momentos bellos. Si las miradas pícaras, de hablar arrastrado, de Jane, desprenden seducción rápida -como la promesa que también es para el cine porno, las réplicas de Sadie no son menos atractivas. La caracterización de Besedka Johnson -descubierta por el cineasta, fallecida hace unos meses- es maravillosa, capaz como es de depositar su mirada allí donde nadie pueda observar sus ojos, mientras espacia las frases y finalmente profiere algún grito de hastío. Eso sí, cuando murmura apenas un "mmmm...", la sonrisa se le escapa de las comisuras de los labios.
La soledad desespera Todo comienza con una venta de garaje, ese tipo de actividades tan propias de la sociedad norteamericana que, aunque jamás hayamos visto, realizado o visitado alguna, nos resulta tan familiar (un equivalente serían las ferias americanas, pero hasta ahí nomás), donde Jane/Tess (la jovencísima Dree Hemingway, hija de Marion) le compra un termo a Sadie (la formidable debutante de tan sólo ochenta y ocho años Besedka Johnson). Los días de Jane fluyen, o se diluyen, mejor dicho, entre video-juegos, amigos y drogas. Días que son inundados por un sol tan radiante que inunda e invade todas las casas de Los Ángeles, un poco en contraste con ese halo de oscuridad que tiñe las vidas privadas de los personajes de Starlet, de Sean Baker. A raíz de un fortuito descubrimiento (como lo deben ser todos), Jane se siente compelida a visitar una y otra vez a Sadie, desarrollando lentamente una cierta afinidad hacia la ceñuda anciana. Ambas cargan con secretos y dolores que les pesan, como una cruz; pero es en esa zona, donde está extraña relación se mueve, que encuentran poco a poco un alivio. Baker se acerca al mundo de Jane, a esa juventud vacilante, con falta de motivaciones y de convicciones firmes, sin prejuicios, mostrando a los jóvenes como son: algo torpes, vanidosos, frívolos y, porque no, insufribles. Un poco como lo hace Sofía Coppola en sus películas, especialmente en Adoro la fama (2013, The Bling Ring, que tantas voces negativas ha encontrado). Con una puesta etérea, plena en colores pasteles, tomándose su tiempo, entre silencios y pausados movimientos (de cámara y de sus personajes dentro del cuadro), para construir y desplegar los matices que conforman una relación que va más allá de intereses pasajeros o efímeros. El elemento disruptivo, claramente, es Sadie, una anciana que desencaja con el resto del universo donde se mueve Jane. Una mujer triste y algo enojada con el mundo, que parece una versión más decadente y realista del mito de Greta Garbo o de aquellas divas del cine clásico americano que pasan sus últimos días en el ostracismo. Como si fuera arrancada de otro tipo de historia e insertada en esta fábula de sordidez pop. Pero Jane encuentra en Sadie un refugio familiar y Sadie encuentra en Jane una forma de consolar viajas pérdidas. Buscando salvarse mutuamente de los avatares del mundo moderno y de los demonios personales. Starlet se erige como una oda a la amistad “verdadera”, aquella que se construye con tiempo, con silencios, con paciencia, con indulgencia, y avanza lenta pero firme, plácidamente (con excepción de una escena en particular que rompe un poco el clima y que es algo gratuita), encontrando en los tiempos muertos pequeños momentos de epifanía. Convirtiendose así, en la pequeña gran revelación de lo que va del año.
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Un poco de soledad en compañía Sean Baker parece estar juntando méritos para convertirse en un niño mimado del cine independiente estadounidense. “Starlet” es la tercera película dirigida por él que los espectadores del Bafici tuvieron oportunidad de ver. Las anteriores fueron “Take Out” (2004) y “Prince of Broadway” (2008). Y algunos ya lo comparan con John Cassavetes. Pero “Starlet”, traducida como “Estrellita”, insinúa algunos ganchos capaces de trascender los límites de los festivales y llegar al gran público con una oferta que, sin resignar sus orígenes, busca abrir un poco el mercado. Se trata de una apuesta un tanto arriesgada, pero sólo un tanto. El joven director cuenta con una carta fuerte que es la actriz protagónica, Dree Hemingway, una joven paladar negro perteneciente a la dinastía de los Hemingway (es bisnieta del célebre escritor e hija de Mariel) que además de ser bellísima, muestra algunas condiciones para ser también una buena actriz. Y además, la película ofrece un hallazgo: la anciana actriz no profesional Besedka Johnson, quien tiene a su cargo el otro papel protagónico. En “Starlet”, Dree brilla, mantiene un romance exquisito con la cámara de Baker durante más de una hora y media, y no decepciona en ningún momento. Pero claro, el personaje parece haber sido pensado a su medida. El film desnuda el detrás de cámara del ambiente del cine clase B que se desarrolla en los suburbios de Los Ángeles, la meca de la industria cinematográfica. Está rodada de manera casi artesanal, con cámara en mano, encuadres que a veces parecen desprolijos y un montaje de aspecto casual. Es como si el camarógrafo fuera un compañero curioso que persigue a Jane, la protagonista, sin un plan previo ni un guión, sino solamente con la intención de registrar momentos de su vida. Jane subalquila una habitación en la casa de una pareja amiga, y nunca se despega de su perrito Starlet. Se ve que tiene un buen pasar, duerme mucho, tiene un lindo auto, pasa bastante tiempo ociosa, se droga un poco y no parece tener preocupaciones ni apremios de ningún tipo. Promediando el film, se descubre que tanto ella como sus amigos pertenecen a ese mundo que prolifera en los alrededores de Hollywood y que tiene al cine pornográfico como principal fuente de sustentación. Un negocio manejado por agencias que contratan modelos masculinos y femeninos con ese fin. Son contratos de exclusividad que implican algunas obligaciones pero básicamente se trata de poner el cuerpo y no crear problemas, lo que permite muchas horas libres para distraerse con cualquier pasatiempo. En una de sus salidas en busca de artículos de esos que se consiguen en ventas de garaje, Jane conoce Sadie, una anciana que vive sola en una casa con un gran jardín, rodeada de objetos que se amontonan sin ton ni son y que cada tanto vende para despejar un poco el ambiente. Entre otras cosas, Jane le compra un termo, al que piensa usar como florero, pero resulta que en su interior encuentra una sorpresa que la obliga a volver a la casa de la anciana. A partir de allí, comenzará una relación singular entre la joven y la mujer mayor, representando ambas los dos extremos de lo que resulta una suerte de representación de la vida para las mujeres en ese lugar, con la soledad a cuestas como inseparable compañera y sin otro horizonte a la vista. Allí no resulta difícil conseguir dinero y una vida bastante cómoda. Sin embargo, durante todo el tiempo se percibe que algo no está del todo bien, aunque nunca llega a explicitarse. Una especie de vacío existencial rodea a todos los personajes y los afectos parecen estar todos atravesados por algún tipo de especulación o conveniencia. Todo es negociable y no hay mucho en qué pensar. En ese ámbito en donde el sexo, las drogas y el juego lo dominan todo, una jovencita y una anciana establecen una rara amistad que da un sentido un poco diferente a sus vidas vacías. Y eso es todo. “Starlet” es un relato minimalista mediante el cual el director nos invita a compartir un momento de esas vidas, sólo un momento, y después, cada uno seguirá con lo suyo donde los caminos lo lleven.
A esta altura de los acontecimientos, el estilo naturalista, las actuaciones pegadas a lo real, las historias de amistad en los <estados Unidos profundos entre personas en extremo diferentes se han vuelto clichés bastante repetidos en esa cosa que aún se llama “cine independiente”. Un género en sí mismo, digamos, ni mejor ni peor que el de superhéroes. Starlet es la historia de amistad entre una chica joven sin demasiadas expectativas y una mujer mayor, es decir, una de esas películas que apuesta mucho más por los personajes que por las vueltas de tuerca del guión (aunque hay que decir que éste es preciso). Lo que sostiene toda la película es el trabajo encantador de las dos actrices principales, Dree Hemingway -quizás demasiado “linda” para el caso, pero eficaz- y Basedka Johnson. Es decir: de esas películas que funcionan como una mirilla a la intimidad de otros, y que la convierten en un reflejo de la nuestra, de una enorme sutileza.