La fugacidad y un día Poco y nada del pasado de Daniel (Daniel Laferrara), protagonista de esta ópera prima del realizador Eduardo Crespo, con la cámara a cargo de Iván Fund, se revela en este sugestivo viaje por distintos rincones de Entre Ríos. En Tan cerca como pueda prevalece la contemplación de los pequeños momentos de verdad (una sesión de masajes, una misa de bautismo, una fiesta íntima y familiar) que una cámara atenta capta prácticamente sin proponérselo. Escudriñar en la intimidad de los personajes parece ser el único motor narrativo en marcha, dada la ruptura con la linealidad y el uso adecuado de la fragmentación en la información, porque lo que importa en este film no es tanto la historia per se sino aquellos destellos de verdad. Esos que se precipitan al vacío de los cuerpos o se escabullen furtivos ante nuestros ojos cuando la cámara los persigue y los sorprende en la penumbra de una charla o en el murmullo casi inaudible para no despertar otro momento que no sea el de la observación. La película de Eduardo Crespo guarda una estrecha relación con otras obras recientes como Hoy no tuve miedo (2011) o un poco más hacia adelante con Los días (2012), ese registro que mezcla realidad ficcional con ficción documental de una manera natural y que consigue una aproximación diferente con el retrato de sus personajes, sin las costuras de un guión que direccione o las marcaciones actorales que quitan espontaneidad y se pierden a veces las atmósferas o los climas. En este caso particular, en el debut en el largometraje de Eduardo Crespo se pueden atesorar esos instantes en que el cine saca a relucir su pureza cuando se recupera la alquimia entre la imagen y el tiempo para ganarle a la fugacidad la partida, antes que la realidad funda a negro.
El arte de (no) contar una historia (Parte 2) Eduardo Crespo debuta en el cine con un film que sigue la línea impuesta por Iván Fund. En Tan cerca como pueda (2012), se cuenta una historia desde la ausencia de la misma. Un cine experimental, compuesto por fragmentos de la vida diaria en el que la observación constituye su esencia. Tan cerca como pueda presenta a Daniel, un hombre separado que regresa a su pueblo. Por otro lado está Giovanni su sobrino, un joven que termina viviendo en su casa. Aunque ambos creyeran estar en las antípodas se encontrarán más cerca de lo que parecen. El novel realizador, quien había sido DF junto a Iván Fund en Hoy no tuve miedo (2011) cambia el rol y se pone esta vez al mando de la historia, pero siguiendo los mismos lineamientos estéticos que Fund impuso como un estilo personal dentro de su obra. Una cámara movediza, Entre Ríos, algunos perros, seres suburbanos retratados desde la observación, integrarán un collage de viñetas sobre la vida diaria de dos personajes sin rumbo. Tan cerca como pueda carece de linealidad narrativa y cohesión en la historia, solo fragmentos capturados por una cámara observacional inquieta que son tratados desde el más puro realismo. Eduardo Crespo plasma la naturalidad sin que se note una puesta en escena ficticia, en donde los diálogos (y silencios) están trabajados desde la cotidianidad. Un cine periférico que refleja la vida misma. Sin filtros y sin que pase nada importante, aunque lo que suceda sea la vida.
La pequeña belleza Del universo “crespense” (por la pequeña ciudad de Crespo, Entre Ríos, de la que surgieron también Iván Fund y Maximiliano Schonfeld) llega la opera prima de Crespo, que además de llevar como apellido el nombre de su ciudad natal (y no ser parte de la familia fundadora, asegura) fue asistente y director de fotografía de otras películas realizadas allí y comparte los mismos rasgos estilísticos de sus pares: alto poder de observación, persistentes búsquedas de momentos de belleza visual y serias dificultades para narrar una historia “legible” (o la decisión de no hacerlo). Historia de un hombre solitario y con conflictos familiares que busca recuperar cierto afecto perdido, la película tiene pasajes bellos, tristes y observaciones notables, pero como algunos de sus films “hermanos” (o primos) parece perderse demasiado en la contemplación fugaz sin llegar a conformar un largometraje a la altura de esos pequeños momentos. De todas formas, se trata de un film valioso y con no pocos hallazgos.
Un sello de cine entrerriano A esta altura del partido puede hablarse, con absoluta propiedad, de un cine made in Crespo. Esa pequeña localidad entrerriana ha alumbrado, en los últimos años, a un puñado de jóvenes realizadores que –más allá de sus diferencias– parecen estar creando un corpus fílmico coherente, tanto en su intencionalidad como en algunos de sus postulados estéticos. El pionero y, a la fecha, más prolífico de ellos es Iván Fund: dirigió cinco largometrajes (dos de ellos en tándem) y se desempeña regularmente como camarógrafo y montajista. Hace un par de años surgió Maximiliano Schonfeld y su ópera prima, Germania, se llevó el Premio Especial del Jurado Internacional en el Bafici 2012. Apenas unos meses más tarde, otro debut en el largo, Tan cerca como pueda, de Eduardo Crespo, se presentaba en el Festival de Mar del Plata. Fund, Schonfeld y Crespo no sólo se conocen y comparten una experiencia generacional (nacieron a principios de los ’80 y se criaron en el mismo sitio), sino que trabajan juntos en diversos proyectos. Fund, por caso, es el director de fotografía y uno de los montajistas de Tan cerca como pueda. ¿Cuáles serían entonces esos tonos, ritmos, temas que conectan algunos de los films, en particular los de Fund y el de Crespo? Tal vez una cita del italiano Cesare Zavattini, principal apologista del neorrealismo, sea útil a la hora de buscar definiciones: “En lugar de tomar situaciones imaginarias y transformarlas en la ‘realidad’, tratando de que se vean ‘reales’, hacer las cosas como son, casi por sí mismas, y crear su propia significancia especial”. Tan cerca... –como La risa, de Fund, o AB, de Fund y Andreas Koefoed– adhieren a esa máxima. No se trata, solamente, de que la utilización de actores de la zona donde se rueda (no-actores, en muchos casos) o el uso de locaciones reales acerque estas películas, tal vez inconscientemente, a cierto ideal purista ligado a esa tendencia del cine de posguerra. Lo que hay es un rechazo a la anécdota extraordinaria, a lo fuera de lo común, y una búsqueda de potencia cinematográfica alejada de la trama, el “arco dramático” o el psicologismo. Una búsqueda de verdad a partir de la observación, del choque entre la ficción cinematográfica y la realidad que transcurre ante cámaras. En Tan cerca como pueda esas búsquedas generan resultados notables y otros que quedan a mitad de camino, como si la falta de énfasis le jugara a veces en contra, encontrando un tono demasiado opaco y poco interesante. La excusa argumental es mínima; los protagonistas son dos hombres: Daniel, de mediana edad, y Giovanni, su sobrino, que está dejando atrás la adolescencia. Ambos parecen compartir el cansancio, cierta falta de perspectivas, un hastío cotidiano. El joven trabaja de lo que puede y, en sus ratos libres, comparte juegos y cervezas con sus amigos. El otro, un arquitecto separado y con problemas económicos, evidencia el peso de la existencia en unos constantes dolores de cuello. Pero ninguna sinopsis aporta demasiado al describir un film de estas características. Los buenos momentos –que no son pocos– generan emoción y auténtica empatía gracias al naturalismo de las actuaciones y de las “actuaciones” (difícil saber cuánto hay de registro documental y de improvisación). Como esa escena en el kiosco, con la chica con síndrome de Down y sus bellos dibujos en línea oblicua o la extensa secuencia entre Daniel y la profesora de baile, en la cual puede estar naciendo un improbable romance, una férrea amistad o, simplemente, esté teniendo lugar un encuentro fugaz entre dos seres solitarios. Momentos como ésos son los que justifican la búsqueda crespense (la del realizador y la del grupo).
Un ignoto rincón entrerriano El cineasta Eduardo Crespo, decidió filmar su "opera prima", en la ciudad de Crespo, Entre Ríos, en la que nació con la que comparte gentilicio. Hasta esa ciudad para reencontrarse con su familia y rearmar su vida llega Daniel (Daniel Laferrara), el protagonista, un hombre de unos cuarenta y cinco años, que intentó probar suerte en Buenos Aires, no le fue bien y decidió regresar. Aunque su situación no es fácil, porque está separado y su mujer, que vive con sus hijos en el pueblo, le reclama dinero para la alimentación. En "Tan cerca como pueda", Eduardo Crespo, que es guionista y director nunca aporta demasiados datos sobre sus personajes, por esos el espectador muchas veces se queda afuera de la historia. POCOS DATOS La cámara sigue a los personajes, aporta mínimos datos y los acompaña en sus silencios, en algunas reuniones de amigos, o en sus trabajos. Así puede verse a Daniel que visita una casa en construcción y habla con uno de los obreros, mientras toma notas, lo que le da al espectador la pauta que puede ser un maestro mayor de obras, o un arquitecto, pero esto nunca se sabrá. Más tarde el hombre visita a su hermana y le pide que le preste dinero, mientras ella le recuerda el día que tiene que ir a la iglesia para el bautismo de su sobrino. La relación entre el protagonista, su hermana, un sobrino adolescente y algunos amigos, son mostrados por el cineasta con cierta distancia, como si la cámara los espiara. Una curiosidad es que los personajes se llaman igual que los actores que los interpretan, por lo que se presume que son amigos del director, que se prestaron a protagonizar su película.
Serie de situaciones hilvanadas provisoriamente Si nos atenemos a ese refrán que dice "bien está lo que bien acaba", podríamos decir que esta película está bastante bien, porque termina con una linda fiestita familiar, tierna y agradable, donde el protagonista al fin sonríe contento de veras, y todo cierra con una hermosa imagen de un bebé en el regazo de una dulce anciana. Que no tiene que ver con nada, porque a la mujer es la primera vez que la vemos y no sabemos ni qué parentesco luce ni qué pito tocaba, así que mejor dejemos el refrán para otra clase de situaciones. Lo que hemos visto hasta ahí, es bastante flojo. Una serie de situaciones que el autor hilvana provisoriamente y deja sólo en hilván, donde parece que alguien trabaja en algo relacionado con la construcción, pero realmente no lo vemos trabajando, y la ex lo llama reclamándole plata para los chicos porque "ya estamos a 20", y como dos veces escuchamos lo mismo podemos suponer que ya pasó un mes, o que el tipo se masoquea oyendo el mismo reclamo, quién sabe. Lo que se sabe, es sólo porque lo dice la gacetilla: el hombre vuelve a su pueblo, es un fracasado, pero la hermana lo elige como el padrino de su chiquito. Si no fuera por la gacetilla entenderíamos menos. El resto incluye escenas de un sobrino haciendo un par de changas y luego jugando a los naipes, otra con un tipo interesante, habilidoso, animoso, pero desaprovechado, una masajista de veras, unas niñas de jardín bailando para algún número, una reunión religiosa donde alguien pone el casete de un predicador electrónico, un paseo hasta un arroyo con lindo arenal para pasar la tarde, y otras cosas sueltas, de donde emerge, casi al final, una linda rubia que se lleva al tipo a su casa, le habla en susurros y le ceba un mate frío. Esto último no se entiende muy bien, pero debe ser un problema de puesta en escena. Todo acá diálogos, situaciones, relación de una cosa con otra- parece improvisado sobre la marcha, y el tipo marcha con la cámara siguiéndolo de cerca, que quizás a eso se refiere el título. Eso es todo. Autor, debutante, Eduardo Crespo, habitual editor, cámara y operador de HD, y colaborador general de las películas de Santiago Loza y sus paisanos Ivan Fund y Maximiliano Schonfeld, que aquí lo secundan. Rodaje en Crespo, antigua Capital Nacional de la Avicultura, hoy apenas conocida como ciudad natal del gringo Gabriel Heinze.
Introspectiva y minimalista Como una buena parte del cine argentino del nuevo siglo, Tan cerca como pueda explora el interior del país con un criterio de puesta en escena introspectiva y minimalista. La mínima no-historia transcurre en Entre Ríos, o en los bordes de la provincia, tal como se ubicaba la excelente La tercera orilla de Celina Murga. Pero el paisaje no es rural, mucho menos de ciudad, sino un ambiente ambiguo, trazado por una cámara acosadora de los personajes, cercana de ellos, respirándoles en las nucas. A ese lugar llega Daniel con muchos problemas encima, que la película irá transmitiendo de manera acotada, solo con la información breve y necesaria para dilucidar el deambular del personaje. Eduardo Crespo elige la contemplación de breves instantes antes que la redundancia y la explicación que corroborarían las líneas de un guión. Un modelo de cine de observación que gratifica pero que también puede provocar cierta inquietud, cercana a la abulia, otra característica desde la que se conforman las ínfimas situaciones y personajes. En ese territorio inasible de jugarse por un relato plagado de silencios y de información que puede ser válida o no para la comprensión del relato, Tan cerca como pueda concreta los objetivos en sus últimos minutos, momento en el que se celebra una fiesta familiar, donde Daniel detiene su deambular para insertarse, aunque sea por un rato, dentro de un marco social determinado. En esos breves instantes, la película respira con luz propia, alejándose de invocaciones y referencias de otros títulos del nuevo (ya viejo) cine argentino en vertiente minimalista, aquel ya lejano que propiciara títulos como La libertad y Los muertos, ambos de Lisandro Alonso.
De Eduardo Crespo, es una película de buenos climas, con momentos muy logrados, con la búsqueda de la belleza, con la necesidad de reflejar el descontento, la falta de horizontes de un adulto desencantado y un adolescente sin rumbo. No llega a redondear como una película, pero tiene visibles inquietudes y logros.
Seres desdibujados La ópera prima de Eduardo Crespo tiene escasos diálogos y muchos silencios. Tan cerca como pueda, la opera prima del entrerriano Eduardo Crespo, es una de esas películas que abundan por estos pagos desde el advenimiento de lo que se conoció como Nuevo Cine Argentino. Es decir: no hay historia sino contemplación, escasos diálogos y muchos silencios. Con un registro de cámara en mano cercano al documental, el filme sigue la vida cotidiana de Daniel, un hombre de mediana edad acosado por las deudas, que se las rebusca para ganarse el mango como constructor en un pueblo del interior. De vez en cuando, esta clase de cine compensa la falta de trama con belleza visual, climas profundos o la revelación de un universo. No es el caso. Aquí asistimos meramente a momentos ínfimos de la vida de un hombre: su relación con su sobrino, que se le instala en la casa y sobrevive con algunas changas, sus visitas a una masajista, el vínculo con su hermana y su sobrina, su intento de tener una relación amorosa. No hay tensión dramática, apenas una leve atmósfera deprimente, producto de la chatura pueblerina, y no mucho más. La película es difícil de asir también por el lado de los personajes: más allá de la ternura que causa un kiosquero que tiene como hobby traducir la Biblia del hebreo antiguo, y su hija con síndrome de Down, que hace unos dibujos encantadores, ninguno provoca empatía, por más que la cámara casi siempre está encima de ellos, a la búsqueda de captar su intimidad. Así, entre estos seres desdibujados, va transcurriendo todo, como agua mansa de un arroyo que no causa daño ni deja huella.
Microscopio de Pueblo Hay un instante en "Tan Cerca Como Pueda"(Argentina, 2014), de Eduardo Crespo, que es hipnotizante. Daniel (Daniel Laferrara) ingresa a un almacén al que le abren de "favor" y se pierde, primero en los escaparates, que le ofrecen miles de productos, algunos de ellos quedados en el tiempo, y luego en los dibujos que Eleonora (la hija del dueño del local) realiza sobre cada uno de los habitantes del lugar. En esa minuciosidad con la que la joven dibuja los rostros de sus vecinos hay una impronta del detalle y que aludiendo al título del largo Crespo quiere mostrarnos. Si bien en "Tan Cerca..." no vamos a encontrar un conflicto que dispare las acciones (como sí por ejemplo lo tuvo Celina Murga en la reciente "La tercera Orilla", otra excelente muestra de lo que acontece por el norte argentino), la sola contemplación de la rutina de Daniel y de su sobrino Giovanni (Giovanni Pelizari), gente de pueblo, capaz de ejercer la misma profesión (construir casas) uno con su mente y el otro con sus manos, sirve para comprender el entramado de anhelos y esperanzas de los expectantes habitantes del interior profundo del país, en donde un bautismo se transforma en un acontecimiento único y la noche del sábado se puede pasar o bien bailando en una disco o tomando alcohol dentro de un cementerio. En la mirada cansina de Daniel, y en el agotamiento físico de Giovanni, Crespo, acompañado de la bellísima maestría de Iván Fund en la fotografía, nos habla de sueños y deseos postergados, de dos personas que a pesar de estar uno pegando la vuelta y el otro recién caminando, todavía quieren decir yo estoy vivo y quiero que lo notes. La cámara que nunca se detiene, siempre acompaña a los protagonistas y sus lugares. Así, un paneo por la habitación de Giovanni es un manifiesto sobre el paso del tiempo. El vivir al día, el pedir prestado, el cansancio "reparado" con una partida de truco entre cervezas y cigarrillos, la imposibilidad de mantener vínculos estables, la digresión como estatuto y el virtuosismo del director para destacar objetos (todos ahora queremos un hombre araña deslizante) hacen de "Tan cerca como pueda" una propuesta interesante. PUNTAJE: 6/10
Tan cerca como pueda goes for mere examination “At first, my idea was to portray my relatives and loved ones as if I were undertaking an anthropological study, just like when you want to immortalize a moment in a photograph. And then I felt that resorting to fiction (writing a script, elaborating scenes, getting together with a small crew for a period of time) was the best tool to reach out to them,” Argentine filmmaker Eduardo Crespo stated in an interview about the genesis of his opera prima Tan cerca como pueda, a close up look at the quotidianity of a common man in crisis. For Crespo’s film focuses on the circumstances surrounding the life of Daniel, a man in his fifties who comes back to his home town of Crespo, in the province of Entre Ríos, after many failures and disappointments. But the scenario there is not really welcoming either: work is scarce, his ex wife rightfully asks for alimony money he can’t produce, and it seems he’s out of place everywhere he goes. However, there’s one good thing: the baptism of his sister’s son. It so happens that Daniel is going to be no less than the grandfather, which makes him believe there is still some room (even if small) for celebration. In time, Daniel’s older nephew, Giovanni, goes to temporarily live with him in his apartment. He too is somewhat lost and confused, so it makes sense both of them begin to realize they perhaps are on the same boat. Maybe they can even help each other out. Give or take, this would be the storyline (so to speak) of a film that does precisely what it’s not expected to do: it opts not to tell a story. Instead, it’s all about situations, actions, reactions, moments, and, above all, circumstances. So expect a precise observational stance towards each single detail that makes up everyday life. Minor events are much welcomed. Anecdotes shared in intimacy. Preparations for the baptism, reunions with old friends, trivial discussions, and dance classes for kids are some of the strokes in a canvas depicting life in a small town. Observation and contemplation are the keys to enter this universe. Regrettably, the huge problem in Tan cerca como pueda is that for a fiction film, its structure is way too feeble and lacks the minimal and neccesary dramatic progression to get things going. Situations in themselves are somewhat well explored, but they fail to add up to a compelling statement of any kind. For a documentary that goes for an intimate approach, it’s superficial in the broadest sense of the word: deliberately or not, it scratches the surface of the entire scenario and leaves it at that. It’s very clear that Crespo’s film lies somewhere between the realms of fiction films and documentaries, just like many, many recent local films. But take Maximiliano Schonfeld’s beautiful Germania, which places its acute, sensitive gaze on the last day of a family of Germans in a small town in Entre Ríos. Whereas Schonfeld insightfully observes the traits of a community at the same time it subtly tells an underlying, emotionally charged story, Crespo goes for mere examination and has a very hard time at engaging viewers into an emotionally distant universe. Even if the characters in Tan cerca como pueda relate to one another affectionately, the film itself does not establish an emotional bond with viewers.
El cine gacetilla En una entrevista brindada a la agencia estatal Télam, el director Eduardo Crespo señala que su película plantea inquietudes universales “como quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos, transitando por zonas de dolor, cansancio y soledad”. Y la gacetilla de prensa nos profundiza sobre el drama de Daniel, el protagonista de Tan cerca como pueda: “visiblemente golpeado por las vueltas que tomó su vida, girando en falso, regresa a su pueblo. El trabajo escasea, su ex mujer le reclama permanentemente un aporte económico que él no está en condiciones de hacer, las perspectivas en general son poco alentadoras…”. Pues demos gracias a las gacetillas, las sinopsis y las explicaciones de los directores; si no, no tendríamos la más pura idea acerca de qué nos quieren decir películas como esta. Tan cerca como pueda tiene una historia detrás. Crespo ha sido colaborador de Iván Fund y, de hecho, es parte de una movida entrerriana de directores que se lucen en el circuito más independiente del cine nacional. Circuito, vale decir, que cuenta detrás con un grupo de críticos amigos que las elevan por sus supuestos aciertos formales y la programan en festivales -incluso las premian-: contemplación, economía de recursos, registro pseudo-documental integra el menú. Nada de esto está mal si el film no se quedara en la mera pose, si no tuviéramos que leer una entrevista o una sinopsis para tratar de entender qué le pasa a los personajes. Porque es fantástico que los personajes no necesiten gritar sus conflictos puesto que para eso está la imagen, para decodificar sentimientos. Sin embargo cuando una historia de 75 minutos necesita de demasiados planos contemplativos de pies, caras, espaldas o lo que sea, estamos ante un grave problema: o la anécdota es tan chica que no debería haber pasado del corto o medio-metraje, o hay un pánico a narrar que es simulado con la prepotencia del embole-filosófico que garpa tan bien en el circuito intelectual y en festivales: imaginate, si no sabés apreciar las bondades de películas como esta sos el chico menos popular de tu cuadra. Porque material para un drama atractivo hay en Tan cerca como pueda: un dolor de cuello recurrente; un encuentro con una maestra de danza que podría ir más allá que el mero encuentro; un hombre araña de goma que se hunde y se hunde cada vez más; el reclamo telefónico de una ex mujer que le agrega tensiones al recorrido del protagonista; una simpática escena en un kiosco. Sin embargo, todo esto, que está expuesto, escasamente está desarrollado, y tampoco sabemos muy bien qué les pasa a los personajes con aquello que les pasa. Es como si en la contemplación y en entender el registro cinematográfico como la puesta en escena de lo cotidiano se fuera todo el esfuerzo del realizador. Desde la precariedad visual, Crespo no construye imágenes con poder como para traficar a través de su simbolismo un sentido. Así, Tan cerca como pueda se queda en el mero trabajo formal de una cámara demasiado cercana a los protagonistas y a la espera de que el espectador tenga la suficiente tolerancia como para soportar este ejercicio intrascendente. O que, por lo menos, tenga la gacetilla a mano para que entienda un cacho.
Cotidianidad mínima Crespo, pequeña ciudad de Entre Ríos, ya ha dado al cine argentino-más específicamente al nuevo- tres directores. El más prolífico de ellos es Iván Fund, con cinco películas realizadas (una de ellas, Los labios, codirigida con Santiago Loza y premiada en Cannes). Los otros dos son Maximiliano Schonfeld (Germania) y Eduardo Crespo. Cada uno de ellos, además, trabaja en otras funciones en las películas de los dos restantes. Al nombre de Fund se lo puede leer por duplicado en esta ficha técnica, y Schonfeld fue el jefe de producción. Si hay una característica en común entre los tres directores es su capacidad para retratar con precisión y cercanía la vida cotidiana para que los actores, en general no profesionales, sean exactos y notablemente creíbles. Esto se cumple en Tan cerca como pueda, que trata de un hombre que regresa a su pueblo y que tiene problemas económicos a pesar de su trabajo (parece ser contratista o maestro mayor de obra, no se aclara). Es un hombre no del todo apagado aunque sí erosionado, al que su ex mujer le reclama la plata mensual para sus hijas. Mientras tanto, se prepara para ser el padrino de su sobrino menor. En su departamento se instala otro sobrino, Giovanni, un joven que suele estar rodeado de amigos con los que trabaja, juega al truco, toma cerveza o ayuda a teñirse. Ni Giovanni ni su tío Daniel parecen tener un propósito muy firme o algún gran proyecto. Los días van pasando con intereses y situaciones módicas, ordinarias, poco relevantes. Tan cerca como pueda puede expulsar en pocos minutos a todo espectador que espere un cine de narrativa fuerte, de grandes sucesos, de situaciones inmediatamente atractivas. Aquí como pico dramático hay algún intento de seducción, pero lo que abundan son momentos de camaradería, conversaciones pequeñas, perros y chicos que suelen dar bien en cámara, trayectos y problemas cotidianos. Y hay también cierta mirada entre amable y resignada acerca del paso del tiempo, resumida visualmente en un plano por el final y en los nuevos anteojos del protagonista. De entre los cineastas oriundos de Crespo, el que lleva el nombre de la ciudad como apellido es quien ha optado por -al menos con esta película- una narrativa más débil, más tenue, e incluso por momentos perderse en detalles que tal vez agreguen cotidianidad, pero que estiran y aplanan el relato, como por ejemplo la birome que no anda o el mensaje del contestador puesto dos veces. Tan cerca como pueda y su director disponen de todas las herramientas actorales y de puesta en escena para poder desarrollar una historia más fuerte, pero es evidente que han decidido quedarse en un relato mínimo (o en un amable sopor) que se enciende brevemente -como también suele suceder en el más sustancioso cine de Fund- en los momentos de fiesta y de música.
La distancia. Hay películas que no sabemos de dónde vienen. Otras que parecen surgir de la nada, y van hacia la nada también, posiblemente perdidas de antemano para siempre, como botellas tiradas al mar o estrellas fugaces. En momentos en que se difunde con entusiasmo la idea de que lo mejor que le puede pasar al cine es apelar a los géneros –que le ofrece siempre al espectador un aire de familia, por lo menos un horizonte de previsibilidad al que recurrir para no perder pie– aparece una película así. “Así”, quiere decir sin actores, sin historia, sin género. Un pequeño milagro en medio del desierto: un orgullo secreto. La especie animal al borde de la extinción, que vuelve cada tanto para recordarnos un sueño antiguo, en el que íbamos al cine para sumergirnos en la pantalla y perdernos, para mirar y dejarnos llevar como sonámbulos, mecidos por las imágenes. El director Eduardo Crespo filma un pueblo de Entre Ríos (un lugar llamado Crespo, precisamente), filma un hombre, un chico y su novia, una familia, una maestra de danza. Filma también el trabajo, un noche en un boliche, una fiesta de bautismo. Cosas comunes y corrientes. Pero Tan cerca como pueda no es una “historia” sino un acercamiento sutil a los personajes, a la manera en que se relacionan y al mundo que habitan, construido con una delicadeza y una sofisticación que no son, por desgracia, para nada frecuentes. La primera escena muestra al protagonista en una sesión de kinesiología. Los que hemos padecido contracturas conocemos esos momentos donde en un instante se juega todo. Puede llegar el alivio, pero también la desilusión. Además de indicarle al masajista dónde duele, parece obligado disculparse por una mala postura diaria, por la repetición de un movimiento inadecuado o por haber dejado avanzar la dolencia hasta que ya no se pueda seguir sin la ayuda de un profesional. Desde ese instante en la película, el personaje va a estar marcado por lo primero que el espectador vio de él. Advertimos su incomodidad física, cierta indolencia en la postura; un modo de estar en el mundo en el que el cuerpo se resigna a existir bajo presión, metido hasta el cuello en algo que se parece al desamparo pero con la suficiente dignidad como para seguir “tirando” sin un quejido. Una poética del cuerpo unida a una ontología del sujeto. Crespo se revela muy pronto como un experto en una clase de arte auténticamente esquivo, casi inasible de tan discreto, que consiste, por ejemplo, en captar la fuerza que subyace en el modo de llevarse un cigarrillo a los labios de un personaje que está ubicado en un lugar cualquiera de la escena. O en la manera que tiene otro de acomodarse el pelo, de sostener un vaso y acodarse en una barra, o de simplemente estar parado en el balcón mirando caer el sol. Hay una potencia secreta en momentos como esos –y la película tiene muchos– que parece irradiarse sutilmente por los planos, convirtiéndolos en ese tipo de experiencia tan sensible a una porción ciertamente provisoria del cine. Esa que es capaz de evocar, una y otra vez, una pregunta que flota, siempre menos como imposición que como sorpresa; la clase de interrogante sin el cual el cine se ve reducido a alguna forma de entretenimiento más o menos justificable: ¿Qué es lo que estoy mirando? Como todo cineasta importante, Crespo no tiene en verdad una respuesta concluyente que ofrecer. Su película se dedica a esbozar una suerte de misterio transparente, en el que cada plano parece ofrecerse como testimonio de su vigencia y al mismo tiempo de su necesidad imperiosa: en Tan cerca como pueda todo es de una legibilidad conmovedora –el andar de los personajes, la sensación de soledad, especialmente del protagonista; la rutina como una de las formas menos socorridas de la desesperanza– pero, a la vez, no hay nada (o casi nada) que concluir al respecto. Ninguna certeza o mapa que nos instruya, que identifique una causa definitiva o nos invite, con todas las prevenciones del caso, a hacer sumariamente el “recorrido” de la película. Crespo se muestra mucho más interesado en trazar emocionalmente su territorio, dejar señales tenues (como quien deja caer piedritas para encontrar el camino de vuelta por si hace falta) que sirven no tanto para establecer de modo fehaciente un recorrido posible –por lo tanto, una decodificación, un modo de lectura– sino para iluminar brevemente su película, como el momento en que la cámara reencuadra apenas, para seguir por un segundo el trayecto del cigarrillo que rueda movido por el viento después de que alguien lo ha dejado apoyado en una piedra. Como suele pasar con el cine de Iván Fund (referencia obligada; ver la ficha técnica), Crespo parece empeñado en concentrarse en el fondo de cada escena –eso que, a falta de una palabra mejor, convenimos en llamar “alma”– para que florezca allí una especie de emoción secreta, construida en partes iguales con desapego y dedicación. El director prescinde de comentarios musicales, de diálogos emotivos, de encuadres “novedosos” y de belleza fotográfica. Incluso, la cámara parece desdeñar también la fotogenia, ese don particular mediante el cual el actor se recubre de un relieve especial y habita el plano llenándolo, como un semidiós o una criatura edénica. En lugar de todo eso, Crespo se conduce como si el acto de mirar casi desapasionadamente fuera el último gesto que tiene el cine para reestablecer con pertinencia un deseo primordial, siempre desafiado: mirar para volver a descubrir, al final, que aquello que nos rodea no puede ser descifrado del todo, que lo que miramos es en verdad un enigma que solo podemos completar, como un consuelo, con el uso de la especulación. Como si fuera un golpe, en Tan cerca como pueda, esta película formidable, el espectador afortunado puede intuir en los personajes –tan parecidos a esa sombra que viaja a nuestro lado, que deja caer los hombros, que se ilusiona con una chispa que creía perdida para siempre y que no acierta a describir el círculo de tristeza que lo envuelve– la distancia que los separa sin remedio de sí mismos.
Entre el realismo ficcional y la ficción realista. Tan Cerca como Pueda, opera prima de Eduardo Crespo, viene a reconfirmar el espíritu de cruce de formatos que existe hoy en día en el cine nacional, amplificado en la era post “nuevo cine argentino”. No es casual que en este film Iván Fund ocupe el rol de director de fotografía, además de participar en la producción: la estética de su cine, con escenas cercanas al documental observacional, tiñe esta historia que roza el realismo ficcional pero se queda anclada a las puertas de una ficción realista. Presenciamos la sencillez de la historia de un arquitecto agobiado por la falta de trabajo y las llamadas de su exmujer, quien le reclama el pase de alimentos para sus hijos. Sumado a este panorama, se abre otra dimensión en su vida con la llegada de su sobrino adolescente, quien se le instala en la casa. Crespo apunta al juego de espejos entre tío y sobrino, los cuales están separados solo por matices, ya que ambos son “buscas” pero sin la dramatización del estado actual de sus vidas o del porvenir. Hay un disfrute de pequeños placeres, en el caso del sobrino: un pequeño lago escondido al que es llevado por su tío o un juego de cartas con amigos. El tío esboza un ligero desencanto general aunque en pequeños recovecos sociales (cumpleaños, actos escolares) ve la salida de una vida minada de obstáculos. El loop de una cámara que observa y un montaje que tampoco se interpone resulta ya una estrategia que traza signos de agotamiento en esta era híbrida del post “nuevo cine argentino", preocupado por las situaciones catalíticas y fragmentarias inmersas en un realismo que amenaza con convertirse en una recurrencia perfectamente moldeada y premeditada, en contraposición a la idea de registrar una cotidianeidad sin lineamientos ficcionales.