La comedia en general es un género bastardeado. Estoy, como espectadora, aburrida de que intenten hacerme de cualquier cosa un gag. Lo bueno de esta película es que con una premisa simple crean situaciones que te llevan a la comicidad sin sentir que están haciendo lo obvio. “Tenemos un problema, Ernesto” habla de un hombre que ha perdido su pene. Sí, literal. A causa de esto se verá obligado a separarse de su novia y esconderse del mundo. En busca de una respuesta se irá desde la ciencia hasta lo esotérico, siendo más de una vez víctima de más de un chanta. Lo que más defiendo de esta película es que nos cuenta desde adentro el rol que tienen los guionistas en TV. O sea, nulo. El que compra la idea, pone el sello y hasta desaparecen de los créditos. Y este descargo en forma de comedia lo pone bien a la luz. Basada en la novela homónima, del mismo Diego Recalde que se embarcó en la tarea titánica de adaptarse, escribirse, dirigirse y editarse. Con una buena batería de secundarios reconocidos que nos terminan de dar la nota el casting se completa de una manera orgánica, sin exagerar. Siempre manteniendo la base del relato. Es una producción que no pretende un gran despilfarro y es que no lo necesita: es la historia de un hombre común, que simplemente perdió el pene. De un día para el otro se levantó en medio de la noche para ir al baño y no entiende por qué desapareció. Si a esto sumamos el canibalismo de los medios según la visión del director/guionista/actor/editor, tenemos varias risas aseguradas. Si bien tiene un buen ritmo, me hubiera gustado un poco más de síntesis. Creo que hubiera funcionado muy bien con veinte minutos menos de metraje. Pero el resultado no los va a dejar a castrados.
La idea fija Tenemos un problema, Ernesto es una interesante comedia que utiliza la desgracia de su personaje principal como excusa para descargarse contra toda la información y la solución que se nos intenta brindar desde numerosos lugares de la sociedad, principalmente los medios de comunicación. Desde la ciencia y los médicos, a los gurúes, brujos y chamanes, finalizando en la gran aleccionadora social que pretende ser la televisión. Ernesto (Diego Recalde) es un pobre tipo que sufre con la desgracia de perder su órgano sexual sin tener ningún tipo de sospecha, motivo o razón aparente por la cual pudo haber sucedido la perdida. Al empezar su drama, también lo hace su búsqueda por recuperar su pene, encontrar una explicación y recurrir a todo tipo de ayuda. La televisión y las publicidades son su principal fuente de ayuda, no existe otro tipo de voz que lo guíe o lo ayude a dar con la respuesta, eso ya es un gran decir y una postura frente a la sobreexposición de información que recibimos día a día. Ernesto, además, trabaja en el medio como guionista y en definitiva, la película se termina convirtiendo en una metáfora de la invisibilización de su trabajo. La televisión es un mundo cruel, todas las expectativas que ponen los sujetos en lo que dice la pantalla no se justifica con el beneficio que brinda, de eso debe conocer Recalde, por eso, la crítica a ese ambiente es acertada. unnamed “Tenemos un problema, Ernesto” funciona por momentos, hace reir, sobre todo en pequeños gags cómplices que sacan una sonrisa al espectador, especialmente en la fauna de chantas porteños que bien sabe golpear. Sin embargo, no termina de cautivar cuando debe hacerlo, la risa se queda en pequeña risa y hay momentos o escenas que si bien podrían haber sido geniales, no logra cerrar las grandes historias convincentemente. Aunque sea una comedia, y no necesite ser totalmente coherente, si requiere un tratamiento que puede ser difícil cerrar si se estira demasiado o se corta demasiado pronto. En este caso, me parece que el final se hace abrupto y el tratamiento general de la historia se estira demasiado. A pesar de eso, se trata de una comedia hecha con buen nivel técnico, con muchas participaciones especiales como la de Daniel Valenzuela, Ernesto Claudio entre otros, que suman para bien, en cambio otras se hacen tan efímeras, como la de Cabito, por ejemplo, que dejan con una cierta sensación de vacío. Como comedia se trata de un tema que todos entendemos, pero que en su humor no llega a cualquiera por lo absurdo y las vueltas bizarras que tiene, por eso es posible que haya opiniones muy encontradas respecto a esta película.
Comedia castrada ¿Y si un día despertás y descubrís que te falta el pene? Eso es lo que le pasa a Ernesto Ramponi, un guionista televisivo sin demasiada fortuna en el comienzo de esta comedia absurda escrita, producida, editada, dirigida y, sí, protagonizada por el hombre-orquesta Diego Recalde. El problema es que, tras ese inquietante planteo inicial, el film no está a la altura de sus ambiciones. Tan sorprendido como desesperado, Ernesto se separará de su novia, consultará con especialistas médicos y psicológicos, intentará tratamientos varios y deambulará por el amplio universo de lo espiritual/esotérico, que incluirá desde tarotistas hasta chamanes (muchos de ellos verdaderos chantas y expertos en la manipulación y el engaño). El film -que tiene una estética y un tono más televisivo que cinematográfico- está basado en una novela del propio Recalde y, por momentos, se asemeja bastante a un ego-trip. Recalde está todo el tiempo en pantalla y los personajes secundarios (y los múltiples cameos de figuras reconocidas del mundillo del standup y los medios como Cabito o Pablo Fábregas) no tienen el más mínimo desarrollo ni incidencia. Si este ensayo sobre la peor fantasía de la masculinidad no vuela demasiado alto, la parte final (que se pretende como una crítica al aprovechamiento del escándalo por parte de los medios más amarillistas) tampoco resulta particularmente incisiva ni mordaz. Es verdad que Recalde ofrece algunas observaciones corrosivas sobre el lugar del guionista en el entramado del negocio del entretenimiento y consigue un puñado de situaciones más o menos logradas en el derrotero de su atribulada criatura, pero la película nunca supera una medianía que jamás llega a generar entusiasmo. Una comedia… castrada.
Querida ¿Dónde está mi pene? Diego Recalde dirige, escribe y protagoniza Tenemos un problema, Ernesto (2014) una comedia que se inicia con la simple anécdota de Ernesto y la misteriosa desaparición de su pene de un día para otro. Así sin más, luego de levantarse de su sillón, en el que pasa horas y horas mirando TV, Ernesto (Diego Recalde) descubre que su miembro viril ha desaparecido. Desesperado intentará recuperar, de alguna manera, esa parte que lo hace “hombre” en los lugares más inesperados y atípicos a los que se pueda imaginar. Ernesto convive con su novia (Paula Kohan) y justamente ella será la persona a la cual ocultarle el proceso de transformación corporal que sufrió, refugiándose en excusas que sólo hacen más que complicarlo. Tenemos un problema, Ernesto apela al absurdo y a la desestructuración de estereotipos que en la misma exposición en pantalla sólo afirman su intención clara de desenmascarar un estado de cosas. Programas de televenta, que disfrazados de ayuda, serán el primer objetivo de Ernesto de encontrar su pene. Así un conductor de un envío sobre ovnis y una “médium”, tratarán de visualizar correctamente cuál es el problema que tiene. Pero las respuestas no llegan, y el pene tampoco aparece, así que en su desesperación intentará con otras alternativas (pediatras, sexólogos, nutricionistas, etc.) que sólo hacen aún más ridículo su planteo y muestra del problema. Recalde construye un film entretenido, con algunos momentos graciosos, a través de la trasposición casi literal de la novela de su propia autoría. No hay grandes movimientos estilísticos, como así tampoco un virtuosismo detrás de la cámara, pero si hay una sobreexposición del ridículo que interpela directamente al espectador. En cada momento en el que Ernesto tiene que contar su “problema” y en cada exhibición del mismo hay una posibilidad, que particularmente en el corpus total del film lo que hace es cortar la narración y dividirla en episodios que funcionan como capítulos de la epopeya de Ernesto para encontrar su miembro. Hay algo interesante, por fuera de la historia, que es la incorporación de personajes que hablan de la idiosincrasia y particularidad argentina desde el humor. Estos logran potenciar su discurso (el taxista, el chamán, el médico) a fuerza de gags y humor. Tenemos un problema, Ernesto hace de una anécdota una película, y si bien en algunos momentos la anécdota ya cansa, en la incorporación de situaciones y el desarrollo de logrados secundarios su personaje se afirma en la desgracia. Es que a Ernesto no sólo le falta el pene, sino que además va sufriendo una serie de calamidades que sólo potencian el carácter grotesco y triste de su personaje. Lo roban, lo burlan, lo timan, lo estafan. Desde que el pene se fue todo se hace cuesta abajo para él. Con un lenguaje más cercano a la TV (de donde proviene Recalde) pero con una clara intención, la de entretener y hacer reír, la película funciona siempre y cuando, no se le solicite más que pasar el rato.
Poco y nada Hay películas que se la juegan todo a partir de una premisa: Tenemos un problema Ernesto, centrada en un hombre que de un día para otro se despierta sin pene, es una de ellas. En cierto modo, puede comparársela con Virgen a los 40 años, por cómo abordan una cuestión netamente sexual, que puede servir como trampolín o como ancla. Pero si el film de Judd Apatow conseguía construir personajes con muchos matices, explorar los diversos imaginarios alrededor del sexo y utilizar el lenguaje masculino para exponer sus agujeros discursivos, el de Diego Recalde nunca consigue salir de los estereotipos. Es evidente por parte de Recalde -no sólo desde el guión, basado en su propio libro, y la dirección, sino también desde el mismísimo protagónico- el intento de ponerse la película al hombro para tratar de pensar al protagonista (no casualmente un guionista) y sus inseguridades, expresadas literalmente en la ausencia del símbolo máximo de su masculinidad. Pero sus ensayos son infructuosos, porque la mirada no sale de lo superficial e inconexo: ahí tenemos, por caso, al personaje de Daniel Valenzuela, que sólo está para recitar guarradas y que Recalde ponga cara de incomodidad. Y ese es sólo un ejemplo, porque Tenemos un problema Ernesto está llena de personajes sin desarrollo y complejidad, que son presentados a través de una narración que parece una acumulación de sketches -ver si no el desfile de médicos y brujas a los que consulta el protagonista- y una puesta en escena en extremo televisiva, repleta de primeros planos, poco movimiento en el cuadro, una música que subraya todo lo que está sucediendo y sin la profundidad que demanda el cine. En una escena, donde Ernesto visita a un productor, la película pareciera amagar con ser otra cosa, al menos desde lo estético. La cámara sigue a los dos personajes, mientras recorren el edificio, en un plano secuencia bastante extenso y hasta audaz en su modalidad. Sin embargo, ese plano se corta abruptamente y luego el film continúa en la misma senda que antes, recurriendo a chistes sexuales anticuados -el protagonista comiendo bananas o pepinos porque se los recetó una médica- y sin redondear una visión coherente sobre el mundo. Tenemos un problema Ernesto termina siendo un film que ni siquiera es ofensivo y cuyo impacto es nulo.
"Tenemos un Problema, Ernesto" es otro estreno argentino que se asoma en nuestra cartelera. Peli de Diego Recalde que te va a gustar por la originalidad de la historia. Una realización más austera de lo que estamos acostumbrados pero que al igual que las recomendadas anteriormente, no te va a defraudar si buscas meterte en el mundo de un hombre "sin pene". Paula Kohan, Ernesto Claudio, Daniel Valenzuela, Diego Recalde y varios más funcionan correctamente en la historia. Apoyemos el cine argentino que vale la pena.
Diego Recalde la escribe, la dirige y la protagoniza.El problema es que un día descubre que desapareció su pene. Débilmente graciosa con ironías, críticas.
Original y divertida comedia experimental en la que DIEGO RECALDE se convierte en un hombre orquesta al escribir, producir, dirigir e interpretar el filme. Valiéndose de una estética más cercana al sitcom (y con muchas influencias del teatro stand up) que a la estética cinematográfica, el filme funciona además como una crítica al canibalismo de los medios y a los que lucran con el dolor ajeno (chamanes, brujos, parapsicologos, etc...) El extenso metraje del filme, atenta contra la idea, que después de un par de actos termina sonando un tanto reiterativa. Pese a esto, es saludable encontrarse con estrenos osados como esté en la cartelera nacional.
En busca del pene perdido Tenemos un problema, Ernesto parte de una muy buena idea: el hombre del título se despierta en medio de la noche para ir al baño y una vez ahí descubre lo inaudito: su pene desapareció como por arte de magia. A partir de entonces, su desafío será recuperar al compañero. Y el de la película, sostener ese sorprendente comienzo. Diego Recalde, el director y protagonista, es un guionista de humor con una larga trayectoria, caracterizada por este tipo de ideas delirantes. Alguna vez, por ejemplo, consiguió trabajo en CQC esperando a Pergolini en la puerta de la Rock&Pop disfrazado de pantalón. También trabajó con Pettinato y Tinelli, filmó otras cuatro películas -la mejor de ellas, Sidra, hecha a modo de fotonovela-, escribió una decena de libros -en uno de los cuales se basa este largometraje- y tiene un grupo, el Trío Ibáñez, que le puso música a esta película. Tenemos un problema, Ernesto muestra muchas de las insólitas ocurrencias de su creador, con una efectividad despareja. Como ya hizo en otros filmes, Recalde aprovecha para satirizar a los medios. Especialmente a la televisión: a esos programas de cable apenas encubiertamente publicitarios y a la fórmula imperante, conductor + panel + entrevistado = gritos y polémicas vacías. También, a los productores y el trato que les dan a los guionistas. En el camino hay buenos momentos, pero la película va de mayor a menor y no consigue sostener el ritmo. Como en una sucesión de sketches, Ernesto le presenta su problema a una galería de personajes bizarros, y esta dinámica termina siendo repetitiva. Por momentos el guión sucumbe a la tentación del chiste fácil (como las mil y una formas de denominar al pene), y aquel comienzo prometedor se evapora como el miembro de Ernesto.
El problema lo tiene el espectador que va al cine desprevenido La película intenta algo parecido al humor absurdo, pero le sale muy mal, empezando por el detalle de estar muy mal narrada. Para empezar, no hay explicación para el extraño fenómeno que hace que el protagonista vea su pene desaparecido, ya que simplemente no lo tiene cuando va al baño a orinar. Luego, la película salta de un terapeuta a otro, todos con algún supuesto tic divertido que no hacen ninguna gracia, y casi siempre hay alguna situación sexual grotesca de personajes que no tienen nada que ver con la situación principal. Por ejemplo, si el protagonista va con una curandera al cementerio, verá una pareja teniendo sexo contra la pared de un mausoleo, y otras cosas por el estilo. La película no está del todo mal filmada, pero las actuaciones y, sobre todo, el guión no resisten el menor análisis. Y no hay más que decir con respecto al problema con Ernesto.
En su nueva comedia, Diego Recalde toma como punto de partida algo que podría considerarse una de las mayores pesadillas del género masculino: la pérdida literal del pene. Ernesto se despierta en medio de la noche, va al baño y descubre que su compañero de toda la vida ha desaparecido. Lo busca por todos los rincones del pijama, revisa un mueble… su amigo fiel no está y tiene que encontrarlo. Se pone así en marcha un film que se sostiene en el absurdo, con el atribulado personaje central conociendo a todo tipo de sujetos capaces de "ayudarlo" a recuperar ese bien tan preciado que perdió. La película, su quinto trabajo como realizador y guionista, se sostiene en un humor ridículo que parece más propio del ramo de la televisión, pero aún así por momentos logra sorprender. Tiene algunas vueltas de tuerca inesperadas, hace buen uso de la aliteración para causar un efecto de complicidad que no es difícil de captar y propone diálogos que en ocasiones divierten. Aún así, por el hecho de partir de una premisa rica en posibilidades, con la que cualquiera es capaz de identificarse, pareciera que Recalde solo rasga la superficie, más interesado en que los distintos secundarios expresen algún sinónimo de la palabra "pene" antes que darles algo de real crecimiento como para que la comicidad explote sola. Uno de los grandes problemas que tiene Ernesto es el propio Ernesto. Recalde produce, edita, dirige, escribe, musicaliza y protagoniza. El hombre asume todas las tareas de peso de su último film pero, si bien tiene pericia como guionista y se nota en algunas de las cosas que plantea, no se puede decir que sea un actor que de la talla. Su voz grave, su forma de interpretar la desesperación del protagonista, no es la de alguien con quien se genere una real empatía, lo cual es extraño cuando se propone un problema capaz de afectar a cualquiera. Es, a fin de cuentas, un trabajo tibio. No recae en el extremo de la guarangada gratuita que desde siempre caracteriza al humor nacional, pero sí se apoya en cierto efectismo que no le sienta bien con el tipo de producción que propone –el travesti del cementerio, el chamán en el albergue transitorio, los mencionados sinóminos de la "deshuesada"-. Premio para el diálogo en que el médico le aconseja que se consiga un "miembro cadavérico" para reemplazar su pérdida... posiblemente lo más ingenioso de la película.
Ausencia que deja un vacío difícil de llenar Diego Recalde es un humorista prolífico, que tanto pone su trabajo al servicio de otros en su faceta de guionista (sobre todo de televisión) como lo utiliza en sus propios proyectos, que incluyen varias novelas y películas. Dos cosas se le deben reconocer. Una, aunque no represente un valor artístico, es su fuerza de voluntad para generar proyectos y ganar espacios. La otra es el ingenio para encontrar, a veces, maneras novedosas de utilizar viejos formatos, aunque no siempre la apuesta le salga del todo bien. Ejemplos de eso son Sidra, su primera película, una comedia entretenida y políticamente incorrecta construida con fotografías fijas, como una fotonovela filmada. La otra es Revista, un intento fallido de articular un relato novelado a partir de un libro que imita la forma de una revista tipo Caras. Es obvio que ideas con buen potencial no le faltan a Recalde, pero a veces da la impresión de que algunas pudieran haber tenido una resolución más acorde con sus ambiciones y que para ello sólo hacía falta dejarlas madurar un poco más. Como si al director lo animara una compulsión que lo empuja antes a hacer más que a hacer mejor. Algo que se percibe en Tenemos un problema, Ernesto, su última película, aunque también tenga sus aciertos. Recalde va al grano: Ernesto se queda dormido mirando la tele y al despertar en medio de la noche va al baño y se encuentra con que le falta el pene. No hay marcas que delaten su existencia anterior: simplemente el pito no está y en su lugar, apenas un agujerito. El comienzo es promisorio. En su de-sesperación, Ernesto recurre a la herramienta que tiene más a mano para intentar resolver o explicar lo que le pasa: la tele prendida. Como si se tratara de una representación literal de la realidad, Ernesto se comunica desesperado con cuanto programa de televentas aparece al aire. Llama a un ufólogo para contarle el caso de un “amigo” al que los extraterrestres le abdujeron el pene. Recurre a un sexólogo mediático y conservador que le recomienda un implante, dándole a elegir entre el pene de un cadáver, el que se descarta de una operación transexual o uno de goma, sugiriendo la prótesis para evitar el riesgo de implantarse un pene homosexual. Porque “la ciencia es la ciencia, pero la moral es la moral”, dice. Va a lo de una tarotista (Erika Wallner) que se sorprende de que a Ernesto le falte “la deshuesada”. Pero lo divertido de Tenemos un problema, Ernesto se va secando de a poco. Las situaciones se vuelven reiterativas, los giros se van simplificando, comienza a abusarse del recurso de usar palabras que dada la situación cobran un nuevo significado (como hablar de calles “cortadas” o reunirse en la Plaza “Castro”) y de a poco la película se va aplanando. Como si Recalde eligiera resolver la cosa de manera rápida desde la comodidad de la fórmula, en lugar de insistir por un absurdo de mayor complejidad, que hubiera demandado una elaboración más fina. El primer tercio de la película y otros trabajos del autor certifican que materia prima para hacerlo no le falta.
Trabajosa y limitada Un guionista se despierta, va al baño y descubre que su pene ha desaparecido. Ése es el punto de partida de este relato, en el cual el guionista intentará solucionar su problema, buscando su causa y la posible solución: (¿fantasía, maldición, trauma?). Al igual que en El periodista, también aquí se insiste en las taras del discurso televisivo y en la vulgaridad siempre presente, pero el film pierde la oportunidad insinuada de burlarse de ese humor desde adentro llevándolo al absurdo. Los códigos humorísticos simplones no son cuestionados sino más bien explotados (las hormonas masculinas "Navratilova", por ejemplo). Recalde narra de forma trabajosa, como si cargara con el peso de ser astuto y ocurrente. Sus limitaciones son ejemplificadas con claridad por la elementalidad de la resolución de la película.
La pesadilla masculina Con un humor muy particular, Diego Recalde ha construido una sucinta carrera como guionista y cineasta, además de sus otras actividades como monologuista, cronista radial y televisivo, cantante con su propio grupo musical y asimismo novelista. Precisamente Tenemos un problema, Ernesto parte de un libro propio que convierte en una insólita pero no por ello menos cinematográfica propuesta. Recalde había sorprendido positivamente con su sarcástico e innovador primer film, Sidra, y aquí, a través de una inconcebible trama, cuenta una historia tragicómica pero a la vez hace una radiografía de las peores pesadillas masculinas y además tiene tiempo de elaborar unas cuantas alegorías que van más allá de la peculiar anécdota que trasunta el film. Con la premisa de ver qué sucedería con un hombre que un buen día se levanta y descubre que carece de su miembro viril, aborda a un sometido guionista de televisión (que tendrá mucho que ver con él mismo) que deberá emprender una desesperada búsqueda, rodeado por bizarros y bribones personajes urbanos. El resultado, sin poder evitar algunos momentos chabacanos, es indiscutiblemente gracioso y entretenido. El histrionismo de Recalde resuelve a favor escenas que parecen no tener sentido, mientras que un elenco de figuras (el excelente Ernesto Claudio, Paula Kohan, Héctor Díaz, Cabito) acompañan de manera cómplice y divertida las acciones.
Basado en una novela homónima de su autoría, Recalde construye un film, donde el humor y el absurdo se constituyen, una vez más, en las estrategias para contarnos una historia. Esta vez un disparatado relato donde un hombre se despierta en medio de la noche y comprueba, que su miembro viril a desaparecido. Podría pensarse que el tema podría generar sobreactuaciones, pero es un trabajo desopilante, con buenas actuaciones que le aportan verosimilitud. Con esto quiero decir, que a pesar de la temática inusual que aborda, hay momentos realmente cómicos en tanto a la mencionada verosimilitud, se le va sumando la incongruencia de fallidos encuentros con diferentes personajes, que se suponen van a aportarle alguna solución a su drama. Para terminar siendo ladronzuelos o chantas, que en definitiva se aprovechan de su situación. Pero lo que se supone va a continuar en el camino hacia la tragedia, da un giro imprevisto hacia la posibilidad de la venganza. Allí Ernesto Ramponi, guionista de profesión, hace de la castración un camino hacia su realización como persona. Claro está, en clave de solfa. Porque Ernesto en todo caso se configura como un personaje, que podría haber emigrado de la TV, justamente para poder lograr trabajar con el espectador, a quien pretende preparar, para que conecte aquello que bordea lo inverosímil con la realidad, una virtualidad de hecho, que no por irreal es menos humana. Una propuesta diferente del cine independiente, que comenzará hoy a vérselas con el público.
Cuando vemos los primeros minutos la idea nos resulta chispeante e ingeniosa, tiene sus buenos momentos de humor, van participando distintos personajes, pero lo que en un principio del metraje resulta atractivo se terminando esfumando, cayendo y se torna repetitivo.
Houston, estamos en problemas! Hay situaciones que uno nunca imagina. O con las que jamás fanteasea. Por miedo, por desconocimiento, por no entrar en pánico, por no poder ni pensar que nos pasaría si atravesamos esa situación... Diego Recalde, de reconocida trayectoria en la radio, los medios gráficos y la televisión, adapta al cine su propia novela "Tenemos un problema, Ernesto" partiendo de una premisa tan sencilla como insólita que se basa justamente en esas fantasías que uno nunca quiere imaginar: qué pasaría si una mañana un hombre se levanta y se da cuenta que le falta su pene?. Asi, sin ninguna explicación: se levanta, va al baño y su pene, ya no está. Obviamente bizarra -en el mejor sentido de la palabra-, ya desde su planteo inicial y jugando (y traspasando?) el borde del absurdo casi en forma permanente, "Tenemos un problema, Ernesto" se inscribe dentro de las comedias que pueden emparentarse con el cine de Néstor Montalbano, el humor de Capusotto o el mítico "Todo por dos pesos". Lo más importante para poder disfrutar de la propuesta de Recalde, es dejarse llevar y prestarse al juego, porque una vez dentro de él, la comedia se puede disfrutar doblemente. Aún con algunos desniveles narrativos, lo interesante es que la película nunca pierde su eje y sigue buceando de diversas formas en su anécdota central desde diversos costados, tiñendo a todos ellos de un humor delirante al que Diego Recalde, tanto como guionista como protagonista casi absoluto del filme, logra imprimirle un ritmo que no siempre es fácil de conseguir. Sin embargo, el timing de la comedia no se pierde en ningún momento y se va potenciando con apariciones de personajes secundarios con intervenciones casi episódicas, algunos de ellos de gran trayectoria como Erica Wallner o Ernesto Claudio y otros de una etracción más televisiva o radial como Cabito, Bárbara Love o Fábregas. Habrá espectadores que puedan más rápidamente incorporarse al ritmo descabellado e irreverente de la propuesta y poder seguir y acompañar al protagonista en todo su derrotero personal por recuperar su miembro viril (al que Recalde, no se priva de llamarlo de todas las formas posibles en cada uno de los personajes secundarios) para otros quizás sea más dificil meterse en el ritmo del desenfreno, pero una vez logrado, la comedia fluye por sí sola. Asi como en "Después de Hora" de Scorsese el protagonista pierde el último subte y comienza, a partir de ese momento, una seguidilla de situaciones encadenadas, aquí Ernesto, perdiendo su pene se ve inmerso en una serie de contratiempos y anécdotas (una más delirante que la otra) para intentar recuperarlo y con él, volver todo a la "normalidad". Con guiños de todo tipo, Recalde también aprovecha ciertas situaciones para parodiar sobre los medios, los médiums, los "manochantas" y "curranderos" y plantear su mirada ácida a psicólogos, pediatras, nutricionistas y hasta un taxista típicamente "argento" sin perder al absurdo como eje central en su forma de plantear la comedia y de pintar a través de los personajes, algunas de nuestra maneras de pensar y de ver ciertas situaciones que hacen además, que sea una comedia típicamente argentina. Lo mejor que puede decirse de "Tenemos un problema, Ernesto" es que se nota que fue hecha a pulmón y con apasionamiento y que básicamente todo el elenco ha sabido prestarse al juego y sintonizar con la propuesta que por otra parte, es una bastante inusual dentro del terreno de la comedia nacional y por ende, doblemente innovadora. Con un pie en el grotesco y tocando un tema que ya desde el momento inicial es irreverente e inusual, jamás pierde el buen gusto ni entra en el trazo grueso. Juega, coquetea, insinúa pasar los límites pero sanamente llega a ese borde, sin pasar a la grosería o el mal gusto. Una propuesta fresca, divertida, diferente con momentos realmente hilarantes para pasar un buen rato.