Juguetes para el Ministerio de Defensa La mejor crítica a Transformers la hizo Thoreau dos siglos atrás: Aprovechen el tiempo, observen las horas del universo, no las de los autos. El término original refiere al car (vagón) de tren, pero ello no resta efecto a la cita. Se dirige al espectáculo de lo artificial. Técnicamente esto implicaría a toda la cinematografía de la historia, pero probablemente la austera mirada de Thoreau estaba más dirigida al posible efecto enajenante de las cosas y menos hacia su construcción intrínseca. Los Transformers van por su tercera entrega en la serie de Michael Bay. Se dividen en dos bandos alienígenas, los Autobots (los buenos) y los Decepticons (los malos). Ambos poseen dos formas: una antropomórfica y otra mimética, en la que pueden transformarse en autos (o plasmas, o fotocopiadoras, aparentemente). La lucha ha destruido su planeta natal hace dos películas y algunos miles de años, por lo que la continúan en la Tierra bajo la legislación del gobierno de los EEUU. El eje humano se centra en Sam (Shia LaBeouf), el “protagonista” de la serie, si se quiere. Su conflicto es sospechosamente metareferencial: está frustrado por el protagonismo que los efectos especiales (es decir, los Transformers) han cobrado por sobre él, el rostro del bando humano de la cuestión. Naturalmente se vuelve a involucrar en la lucha extraterrestre y termina olvidando que es un simple deuteragonista al lado de efectos especiales. Pero la audiencia, en dos horas y media de bombardeo audiovisual, no lo olvida. Filmada en un 70% en formato estereoscópico, Transformers: El lado oscuro de la luna (Transformers: Dark of the Moon, 2011) introduce la variación 3D a la serie. El recurso da algo de relieve a las imágenes, pero por lo demás no está tan aprovechado como en otros films más efectistas y menos técnicos. Éste es uno de esos films técnicos, y el fragor de sus secuencias se debe menos al 3D y más a Bay, que con tres films encima ha perfeccionado su dirección de los Transformers y las batallas hacen gala de una libertad coreográfica otrora opacada por el montaje. Aquí parece finalmente haber dominado las iteraciones posibles con sus juguetes. ¿Qué tiene de distinto la nueva película de Bay, que repite la trinidad de humor adolescente zonzo, espectacular hibridación de autos y armas y la objetificación fetichista de la mujer cual rezo? Los Transformers han sido un fenómeno de masas particular por su recorrido, habiendo comenzado como una línea de juguetes producida por Hasbro en los ‘80s y continuando como series de televisión, films de animación, cómics y video juegos. En el corazón del mito, siempre han sido juguetes, y Bay debería tratarlo correctamente como tales, animándolos para contar la eterna historia de acción y aventura. Su visión, no obstante, se ancla en la actual coyuntura política norteamericana y su deleznable visión del mundo como una gran bomba de tiempo: los Transformers ya no son juguetes para niños, son juguetes para el Ministerio de Defensa, que les envía en misiones a “Medio Oriente” y Chernobyl. El punto más bajo del film llega cuando Optimus Prime (Peter Cullen, que le da la voz desde hace 30 años), líder de los Autobots, contempla una Washington DC sometida por terroristas y lo que otro personaje identifica exactamente como “armas de destrucción masiva”. Optimus se vuelve a la cámara y lanza su grito de guerra: “¡Declaramos la guerra en nombre de la libertad!”. ¿No lo hacen todos?
Impresionante por donde se la mire Este no puede ser nunca el fin de Transformers. Cuando se anunciaba que la lucha final sería en la tierra, se especulaba que saciarían con 140 minutos al espectador, para que luego pueda irse tranquilo a su casa. Pero la sensación y el resultado de esta superproducción indica lo contrario: dan ganas de salir a tomarse un recreo y volver por más. La tercera entrega de la lucha entre los Autobots y los Decepticons comienza con una remota y bien narrada historia de la época del Presidente Kennedy, en la que un secreto se halla oculto en "el lado oscuro de la luna" y cuando la carrera espacial entre los Estados Unidos y Rusia tomaba protagonismo. De allí proviene el nombre del film, que en este caso no cuenta con la presencia de Megan Fox e incorpora a la bella Rosie Huntington-Whitely, también da pantalla a Patrick Dempsey (Grey´s Anatomy) en un papel que resuelve correctamente. Pero además de los rostros conocidos de las dos anteriores partes de la saga, se incorpora uno muy particular: el gran John Malkovich en el rol de un obsesivo jefe que deja su marca. Transformers: El lado oscuro de la luna es sumamente vertiginosa (con una cámara que no para en sus permanentes travellings) y con secuencias cargada de acción y adrenalina. No hay tiempo para respiros ni parpadeos. Con toques de humor y romance, este film entrega una verdadera artillería y despliega efectos especiales sorprendentes potenciados por el 3D. Un ejemplo es el edificio que se quiebra y deja una pendiente por la que se deslizan los personajes al vacío. Mientras la ciudad se cae a pedazos de la mano de los robots, un nuevo villano en la forma de Shockwave y la creatividad del realizador Michael Bay; la milicia y Sam Witwicky (otra vez Shia LaBeouf) tendrán que acudir en ayuda de sus amigos, los Autobots. El lugar más seguro para refugiarse es la sala de cine.
Transformers 3, El Lado Oscuro de la Luna, como su nombre lo indica, es la tercera entrega hasta ahora de la saga Transformers y la guerra entre máquinas espaciales, Autobots y Decépticons. La nueva entrega a cargo nuevamente de Michael Bay, como así también la adaptación en lo que a guión refiere, nos narra una nueva batalla, un nuevo enfrentamiento en donde interfiere la historia mundial como base, referencia y disparador para la lisergia de efectos especiales que sucede a la premisa: Aparentemente el primer alunizaje en 1969 no fue efectuado por la simple causa de expandir las fronteras y emprender la conquista del espacio, sino que una explosión (de por si complicada y dudosa, ya que la carencia de oxigeno en el satélite la vuelve poco verosímil) se registra en el lado oscuro de luna o, mejor dicho, aquel lado que no es visible desde el planeta Tierra. La misión es llevada a cabo como investigación del curioso fenómeno para dar cuenta de que una tecnología superior y una existencia alienígena se avecinan y, tarde o temprano, cambiarán lo que se conoce por mundo. Es entonces que Estados Unidos incauta todo lo que encuentra en una especie de competencia con los rusos. El tiempo pasa y la génesis se desvanece, los Autobots conviven con la humanidad e ignoran aquello que han encontrado, pero los Decépticons tienen un plan en el cual, aquel elemento extraterrestre, es clave para la reconstrucción de Cybertron en nuestro planeta. Los Autobots, con Optimus Prime a la cabeza harán todo lo posible por develar aquello que les fue encubierto y evitar así la destrucción humana, pero (siempre hay un pero) no faltará espacio para presentar a la señorita bonita de turno y agregar esa desagradable cuota de falso sentimiento por parte de los humanos, opacando una vez más, a los Mecha, que son aquello que todos quieren ver. El cambio, la adaptación, la tecnología y la destrucción: son las palabras claves en lo que respecta a la franquicia Transformers en la pantalla grande. De aquellas entrañables cuatro temporadas, 98 episodios, de 24 minutos de duración cada uno, a la hipercompresión de la trama en esta trilogía que promete seguir vendiendo. Esta entrega, en 3D gracias al apoyo del Fusion Camera System de James Cameron, despliega todo aquello que potencia la capacidad sensible del humano, haciéndolo vivir una experiencia por demás avasalladora que culmina con una cuasi-epilepsia a causa de tanto pero tanto trabajo superfluo y enfático. En lo que respecta a la historia en sí, la aparición de nuevos personajes y una especie de long time ago introductoria, abre el juego a una nueva etapa de confrontación entre esos dos irreconciliables bandos de alta tecnología e inteligencia artificial. Si bien la relación humana-robot fue bien recibida en las dos primeras, en esta tercera, se deja un poco de lado aquello para situar el deseo y sentimiento dentro de la misma especie. No se puede pasar por alto lo que respecta a lo efectivo, a lo visual, a la puesta en escena: sin duda es de lo mejorcito, gráficamente hablando, que se haya visto, pero la decadencia viene de la mano del abuso de recursos, de la carencia de un centro de reposo, de la escasez de diálogos que no opaquen a la narración en imágenes. El cambio pasa nuevamente al primer plano: Bumblebee, sin duda el Autobot más querido por el público queda relegado, para solo formar parte del filme en una escena donde su cabeza está en juego… Bay recordó recién allí que existía. Y Megatron, el malo más malo, aquel Decépticon que encabezaba la rebelión, aquel alienígena al que más prensa se le otorgó desde hace meses por su “renovada figura”, no tiene mayor participación que una sola batalla. Estética, detalle clave que denota la posición de Don Michael, por un lado el diseñó conlleva cada vez más a la desvirtuación de los personajes originales que, si bien poseen en el filme un realismo extremo, se alejan radicalmente de aquella idea original de Takara y Hasbro. Por otro lado, los colores remiten a una posición pseudo-racista donde “los buenos” poseen variedad de gamas y diseños, especialmente Optimus Prime, con los colores de la bandera de Estados Unidos, mientras que los “malos” poseen un gris gastado remitiendo mayormente al color negro. Detalle al margen y de color (¿de color?) se presenta de la mano de un nuevo Megatron con turbante, que si, lo dice todo. Las referencias abundan en Transformers 3: El Lado Oscuro de la Luna, llevando obras maestras del celuloide a un nivel visual que impacta, pero abandona lo meramente cinematográfico, desde Matrix (The Matrix, EE.UU. 1999) y sus gloriosos centinelas, hasta la genial Akira (Akira, Japón 1988), pasando por la cita obligada cuando se habla de ese Dark Side of the Moon a Neon Genesis Evangelion (Shin Seiki Evangelion, Japón 1995) y 2001: Una Odisea del Espacio (2001: a Space Odyssey, EE.UU. Inglaterra 1968). El 3D de última generación a la orden del día, con un elenco que si bien no llega al nivel de la sobreactuación, se hace entender y hasta resulta verídico por momentos. El gusto por el plano se hace notar pero, y seremos reiterativos, se opaca ante tanto efecto. Entretenimiento garantizado entre disparos, rayos láser, mechas y pochoclos por un Michael Bay que parece no terminar de entender que no siempre más, significa mejor, pero tal vez, si signifique secuela.
Cine chatarra Voy a decirlo sin preámbulos: Michael Bay filma mal. No sólo es un flojo narrador (en las escenas de acción no logra la más mínima fluidez, no hay transiciones y muchas veces no se entiende qué está pasando) sino que además nos regala dosis de misoginia y patrioterismo que resultan hirientes. Su humor adolescentón tampoco ayuda demasiado, por más que la billetera le permita contratar a muy buenos secundarios como -en este caso- John Turturro, Frances McDormand o John Malkovich. Una vez que ya hemos "disfrutado" de los autos, camiones y otras máquinas que se convierten en Autobots (los robots buenos) y Decepticons (los malos), que vemos el enésimo enfrentamiento a pura pirotecnia de CGI nos queda una sensación de vacío y de bronca. Bronca por tanta banderita estadounidense flameando mientras los marines nos salvan del fin del mundo, por tanto primer plano de culo y teta para los urgidos preadolescentes y los babosos machistas (ahora con Rosie Huntintong-Whiteley en lugar de la despedida Megan Fox), por tantos minutos ridículos, absurdos y ¡aburridos! en el que se propone una trama que "justifique" lo único que aquí importa: el "rompan todo" de la hora final. Bay y Spíelberg seguirán llenándose los bolsillos con esta robótica y solemne (¡ay, esa voz en off!) saga, pero en el terreno de la historia del cine no habrán ganado ni un mínimo de reconocimiento con una propuesta arbitraria y en muchos sentidos -sobre todo ideológicos- abyecta. No podemos quedarnos con que es "grasa" e "inimputable". Es una mala película.
En Transformers 2 me quejé de dos cosas: la duración y las escenas de peleas. Sobre lo primero, era insoportable que fuera tan larga para nada... y de lo segundo era que no se entendía nada, porque lo que se veia eran metales moviéndose. En Transformers 3 cambió una de esas cosas y entonces compensó lo otro parcialmente. Ahora las peleas son impresionantes y se distinguen bien. La contra es que son escasas... o como la película dura dos horas y media, no son suficientes para esa duración. Pero algo es algo! Realmente Michael Bay necesita alguien que vaya con una tijera y le saque cosas al pedo total que va poniendo para estirar la duración. No entiendo como el estudio o Spielberg le siguen dejando hacer películas de dos horas y media para unos robots peleando!!! Cortala negro!!! Queremos una película pochoclera, que no requiera cortar al medio la experiencia cinematográfica, luego de tomar una gaseosa entera!!! Y si la analizan en detalle, está lleno de cosas que son dignas de una quinta edición aniversario de DVD... o sea que no aportan nada a la historia y al desarrollo en general. Pero bueno... el tipo compensa recordando que es de los mejores rompiendo autos, tiene una fotografía impresionante y mucha claridad en las imágenes como suele hacer. Pasemos al 3D... acá es para aplaudir lo hecho por Bay y para seguir su camino. El 3D está súper integrado, y en un momento uno se olvida de que es 3D porque lo integra a su cerebro. Con una película normal, uno está frente a un cuadro en movimiento. Michael Bay logra que uno esté frente a una ventana abierta y se asome a ver que pasa en la calle. La contra del 3D en la mayoría de los directores es perder el lujo de detalles de los segundos planos, quizás a causa de conversiones baratas o mal planificadas. Como Transformers se filmó con las mismas cámaras de Avatar, y pensando desde el vamos el 3D, todo mantiene su claridad de imagen y la película es un viaje tridimensional en si. Ojo... "salen" pocas cosas de la pantalla, pero todo tiene un volumen que suma mucho a las escenas de acción. Sin lugar a dudas vale la pena verla así. Sobre la queja de que no está más la perra de Megan Fox... quiero decir, sin saber cual será el resultado en los espectadores, masculinos mayormente... que apoyé el cambio por Rosie Huntington-Whiteley quien en Estados Unidos es la cara de la empresa de lencería más famosa del mundo (Victoria´s Secret). Es muy sensual y aporta lo mismo que Megan. Pero lo que seguramente pensaban los productores, si es que había algo mas que el cansancio de laburar con Megan, es que acá el personaje tiene mucha mas letra, y estos labios carnosos se defienden muy bien en lo que tiene que hacer. Prueba superada sin lugar a dudas. Transformers 3 tiene como contra la duración, pero estimo que los fans de los robots también quieren estar bastante tiempo en la sala para ver todo lo que pasa, y en parte eso está bien. Yo preferiría que dure 40 minutos menos y que sea un show redondito y justo. Pero lo que brinda como entretenimiento realmente es muy bueno y es lo que la gente que entra con su balde de pochoclo y una gaseosa no tan grande... está buscando.
Michel Bay hizo los deberes. El director tomó nota de las críticas que se le hicieron a su último trabajo y los corrigió para brindar una gran película pochoclera que presenta a los Transformers en una fabulosa aventura épica. El lado oscuro de la luna es el primer film de esta serie donde los verdaderos protagonistas finalmente son los robots y no los humanos. Los Autobots y los Decepticons nunca tuvieron tanta presencia en escena en los filmes anteriores como en esta entrega. Bay modificó varias cosas en este film que hizo que en términos generales sea probablemente el capítulo mejor realizado de la serie. En primer lugar eliminó de manera drástica todas esas escenas estúpidas dignas de American Pie que tenía Shia LaBeouf con sus tediosos padres, que acá vuelven aparecer en un rol menor. Si bien la película tiene su cuota de humor, con muy buenos aportes de John Malcovich y John Turturro, los momentos tontos estuvieron más controlados y el film no pierde el foco del conflicto central como ocurría con la entrega anterior. Se podría decir que esta es la película más “seria” que hizo el director con estos personajes. Otro avance importante es que pulió muchísimo los efectos especiales y las secuencias de acción, especialmente las peleas de los robots, donde acá se puede entender mejor quien es cada personaje. Me daba gracia cuando la veía porque hay una escena fabulosa con Optimus Prime donde entra en acción volando y el director acude a la cámara lenta como para que nadie tenga dudas de quienes son los buenos y los malos. La verdad que en materia de acción a Bay no hay con que darle. Transformers 3 tiene escenas absolutamente imponentes cuya realización es impecable. Por supuesto no faltan los típicos “elementos Bay” como las tremendas supermodelos que aparecen como extras (no existen mujeres normales en los filmes de este tipo) y un gran despliegue de vehículos militares que suelen ser un clásico en sus trabajos y que a esta altura uno ya aprendió a dejarlos pasar. Por ejemplo, hay una escena maravillosa donde la nueva chica de la película, Rosie Hunthington-Whiteley, famosa modelo de Victoria´s Secret, anda de acá para allá en el medio de una tremenda batalla campal corriendo con tacos altos. Todo un mérito, por cierto. ¿Es cualquiera? Absolutamente, pero la escena es ridículamente divertida. Después de todo es Transformers no La insoportable levedad del ser. La batalla final en Chicago es de una opulencia visual descomunal, donde además el director da una cátedra de cómo usar el 3D en este tipo de películas. La única objeción que tengo para este film es que el final podría haber sido mejor trabajado. Teniendo en cuenta que era el cierre de la trilogía (si hay una cuarta no será dirigida por Bay) se le podría haber dado a la historia un cierre general que concluyera mejor la saga. La última escena antes de los créditos me pareció muy abrupta como si el estudio hubiera apurado al director para que terminara rápido la película. No puedo dejar de destacar el trabajo de Peter Cullen, la voz oficial de Optimus Prime en los dibujos animados, que le da una presencia tremenda al personaje. Un acierto que lo convocaran para estas películas, que si bien presenta diferencias con la serie animada que vimos de chico, vuelven a brindar un gran entretenimiento con estos queridos personajes.
Ya sabemos qué esperar de las películas de Transformers y de las películas de Michael Bay en general: acción, acción, más de acción... y más acción todavía. Y Transformers 3: El Lado Oscuro de la Luna no se aparta de eso. Esta vez, la historia (aunque no lo parezca, hay una) se remonta a los ’60, cuando la NASA descubre en la Luna —en el lado, oscuro, por supuesto— una nave extraterrestre que resulta ser el Arca, perdida luego de la debacle del planeta Cybertron, antiguo hogar de los ya conocidos y multifacéticos robots. Allí se encuentra Sentinel Primer (voz del interminable Leonard Nimoy), líder de aquella civilización, mentor de Optimus Prime, líder de los Autobots. Y es justamente el alumno quien, ya en la actualidad, se encarga de traerlo a la Tierra para revivirlo. Pero todo esto es un plan de Megatron (voz de Hugo Weaving), que está dispuesto a hacer estragos nuevamente junto a sus fieles Decepticons. Una vez más, los bandos de vehículos transformistas lucharán ferozmente. Y en el medio, como de costumbre, Sam Witwicky (Shia LaBeouf), quien además debe lidiar con problemas personales mientras ayuda a sus queridos Autobots. La película es más de lo mismo, demasiado de lo mismo, que sus antecesoras: persecuciones, explosiones, robots, militares, chicas sexies, chistes tontos, banderas estadounidenses, destrucción a granel... Una vez más, la creatividad no está puesta en el guión sino en el área de los efectos especiales y en lograr mayor espectacularidad. De hecho, la última media hora funciona como film bélico en una Chicago apocalíptica. Michael Bay sigue siendo fiel a sí mismo. Su megalomanía y su obsesión por las emociones fuertes parecen no tener fin. Como una representación de lo que los cinéfilos más puristas detestan de Hollywood. Jamás abandonó la estética de cuando dirigía avisos publicitarios y videoclips. De hecho, una vez dijo: “No cambio mi estilo por nadie. Eso es de mariquitas”. Pero la idea aquí no es ensañarse con el pobre (¿pobre?) Michael. Para empezar, tiene un sentido cinematográfico envidiable. Recuerda un poco a Tony Scott, pero más manierista, épico y excesivo. En Transformers 3 también demostró que supo hacer una recreación histórica, mezclando imágenes de archivo con ficción, al mejor estilo de Forrest Gump. Bay ya había probado lo mismo en la fallidísima Pearl Harbor, pero aquí salió más airoso. Y no sólo eso: también es posible encontrar rasgos autorales en su filmografía. Es verdad que hay una fascinación por las fuerzas policiales y militares, y un nivel de patriotismo bastante cansador. Un detalle interesante: los protagonistas de sus films suelen ser outsiders que, contra todos los pronósticos, deben ponerse el traje de héroes, como Stanley Goodspeed (Nicolas Cage) en La Roca, los perforadores de Armageddon, Lincoln Seis-Eco (Ewan McGregor) en La Isla y Sam en la saga de Transformers. ¿Se sentirá Michael Bay un nerd con ganas de salvar el mundo? En cuanto al elenco, vuelven los protagonistas de las dos anteriores... salvo Megan Fox. La candente actriz se peleó con el director (que la destruye con un chiste interno al principio de la película) y fue echada del rodaje. Por eso Sam tiene una nueva novia: Carly, interpretada por Rosie Huntington-Whiteley. Esta modelo inglesa es muy bonita, pero no tiene la actitud y el sex appel característicos de Megan. En cuanto a las demás incorporaciones, se destacan los veteranos: Frances McDormand como la directora de una agencia gubernamental y, sobre todo, John Malkovich, quien se roba sus escenas en el rol del extravagante jefe de Sam. Ellos, junto con John Turturro (repite su papel del agente Simmons) demuestran que no se puede vivir de los hermanos Coen. También aparecen Jen Jeong, el Mr. Chow de ¿Qué Pasó Ayer? y su secuela, y Patrick Dempsey, quien está decente como un humano aliado de los Decepticons. No podíamos dejar de mencionar la participación de Buzz Aldrin, el segundo hombre en pisar la Luna, haciendo de sí mismo[1]. Transformers 3: El Lado Oscuro de la Luna está a años luz de ser genial, pero puede llegar a disfrutarse si uno viene de ser sometido a maratones de Bergman, Antonioni y Tarkovski. Y no, en ningún momento suena Pink Floyd.
Michael Bay es un cliché. Pero, al menos esta vez, logró hacer una buena película llena de clichés. Vamos a sacar la bandita de un tirón, así sufrimos menos: la película es patriotera, nihilista y megalómana. Pero, ¿qué película de Bay no lo es? Para hacer esta review, hay que corrernos de ese lugar y, por una vez, jugar a que omitimos estos detalles de la personalidad del director que, en realidad, ya no los va a cambiar. Pero metámonos de lleno a El Lado Oscuro de la Luna, posiblemente la mejor película de Bay desde La Roca (1996). Para comenzar, la historia retoma una idea que circula en la cabeza de los realizadores desde la primera entrega. ¿Se acuerdan de ese trailer que mostraba al hombre llegando a la Luna, y de un transformer que le tiraba la cámara al demonio? bueno, la Luna es el punto clave, universalmente hablando, de esta película, ya que en la década del ’60, y luego de una feroz guerra en Cybertron, el planeta originario de los Transformers, una nave de refugiados Autobots cae en el lado oscuro de nuestro satélite natural, y tanto el gobierno de los Estados Unidos como el de la Union Soviética lo descubren. Ahora ambos querrán llegar a hacer contacto con la raza alienígena, por lo que dará comienzo a la carrera espacial que, teóricamente, ganaron los Estados Unidos cuando Amstrong pisó la Luna por primera vez. Más de 40 años después del alunizaje, en nuestros tiempos, Sam Witwicky (Shia LaBeouf) fue abandonado por Mikaela (Megan Fox, que ni aparece en la cinta) y ahora vive un romance con la bella Carly (Rose Huntington-Whithely), una mujer acomodada que trabaja para un elegante millonario coleccionista de autos (Patrick Dempsey), del cual Sam, desocupado y mantenido por la rubia, se siente extremadamente celoso. Por otro lado, en estos tiempos de paz que vivió el planeta, los Autobots se dedicaron a trabajar para el ejército de los Estados Unidos (Ay, Michael, a veces me das ternura) en misiones en Irán, Irak, Bosnia y demás países “conflictivos”. Pero en una misión en Ucrania… más específicamente en Chernobyl… Optimus y sus colégas se darán cuenta que los humanos les ocultaron información: una pieza de la nave Autobot que aterrizó en la Luna fue hallada en la planta nuclear abandonada (si, intentaron crear energía con eso y kaboom Chernobyl), y no es lo único que se encuentran allí, sino que también tienen la desgracia de chocarse contra Shockwave, un nuevo enemigo que está buscando lo mismo que el ejército. Optimus recuerda todo lo que pasó con su nave madre , y para evitar que el Decepticon llegue antes que él, volará a la Luna para rescatar algunas cosas que quedaron ocultas en la bodega: unos aparatos capaces de teletransportar materia y el cuerpo inanimado de Sentinel Prime, el antiguo líder autobot, que solo “la chispa” de Optimus puede revivir. Mientras tanto, Megatron vive como un paria en la savana africana, añorando los días en los que era el líder indiscutido de los Decepticons. Pero la mente maestra supera el mal momento, y no estuvo tirado ahí sin hacer nada, sino que preparó un plan perfecto para recuperar el poder. Con ese escenario nos encontramos prácticamente al inicio de Transformers 3. O sea, hecatombe generalizada desde el minuto uno. A diferencia de las anteriores entregas, la parte “humana” de la película está mucho más relacionada con la parte “androide”, por lo que no es tanto el impacto entre historia e historia. En otras palabras, la historia de Sam y Carly es más entretenida que la de Sam y Mikaela, y tiene puntos en común con la historia del conflicto entre Autobots y Decepticons en lugar de ser un drama de pasiones adolescentes. Además, casi que se convirtieron en actores de reparto, porque el verdadero protagonismo recae, por fin, en los robots. En cuanto a los terrícolas, también cabe destacar (o mejor dicho, celebrar) las apariciones de John Tuturro, Ken Jeong, John Malkovich, Frances McDormand y Alan Tudyk, que le aplican una cuota de humor estúpido pero gracioso. Las batallas son épicas, pero épicas de verdad, con la ciudad destruida y con hombres tirándose de edificios y moliendo a bombazos a los Decepticons. Además, celebren: ¡por fin se reconoce cuál es Autobot y cuál es de los otros!, después de tantas críticas, Bay escuchó y logró poner más marcas diferenciales entre el bando bueno y el malo. Mencion aparte merece la última media hora o cuarenta minutos de la película. Lo que Bay logró hacer con todo eso no tiene nombre y, visualmente hablando, debe ser de lo más interesante y jugado que se hizo desde Avatar. Lo que todavía Bay no capta es que casi tres horas para una película es demasiado, y si bien no se nota tanto el paso del tiempo, se nota. Y cuando uno mira el reloj en el cine, las cosas no van bien. De todas formas, esta entrega es, pero por muy lejos, la mejor de la saga. No sé hasta que punto la mano de Spielberg tuvo que ver, y no se hasta que punto Bay comenzó a ser un (¡dios nos salve!) director de cine, pero lo que importa es que esta vez lo que nos ofrecieron fue diversión, explosiones y robots gigantes y lo que nos llevamos del cine es diversión, explosiones y robots gigantes. Punto. Pedir más sería vil.
Crash! Boom! Bang! El lado oscuro de la luna” La tercera película de la saga es otra sinfonía de hierros retorcidos. Si Michael Bay se viera obligado a dirigir el tráfico en alguna esquina sin semáforos no podría evitar que los autos chocaran entre sí de a decenas. Y, luego del desastre, no se podría identificar qué causó el accidente, por qué pasó, ni cómo se dieron las situaciones. Eso sí, el hombre se retirará del lugar con una sonrisita y un gesto de “misión cumplida”. Imaginemos que ese Bay, antes de ubicarse en esa esquina esperando el choque, deposita media docena de cámaras para filmarlo. Luego toma todo el material grabado, lo mezcla y lo llama película. Bueno, algo así es ver Transformers: el lado oscuro de la luna , una especie de interminable sinfonía de hierro retorcido, de Metal Machine Music del cine pero sin intenciones experimentales (como el homónimo disco de Lou Reed) sino con la idea de conformar una cacofonía de motivos visuales y sonoros que llevan tres películas (y más de siete horas) reiterándose prácticamente sin variaciones. En Transformers 3 , Bay expande el universo de esta pelea intergaláctica entre Autobots y Decepticons para incluir episodios de la historia contemporánea. La justificación narrativa de este filme es que la carrera espacial entre rusos y estadounidenses tuvo que ver con la búsqueda de un material llegado a la Luna desde el planeta Cybertron, en plena guerra civil entre ambos bandos. Y que parte de ese material sigue allí, otro aquí y que todo terminará con la aparición de un nuevo Prime (como Optimus, el hasta ahora líder de los Autobots), quién podría lograr que todo Cybertron venga a la Tierra. Y más allá de si el planeta viene o no, lo que se siente es que para Bay no existe mucho más -a la hora de pensar cinematográficamente- que tratar de idear escenas de acción para luego arruinarlas en la ejecución. Tras un planteo mínimamente interesante (que tarda media película en explicar), Bay ya no sabe qué hacer con él. En sus películas, la acción no incluye a la trama: la detiene de igual manera que un solo de batería detiene una canción, para mostrar una pretendida y tediosa destreza muscular. No debe haber en la historia de los “tanques” de taquilla personajes menos interesantes que los Transformers. Casi indistinguibles unos de otros -los buenos de los malos, y ambos de los indecisos-, verlos combatir es lo más parecido a ver un chico de tres años estrellar un juguete contra otro durante horas hasta que todas las partes terminan repartidas por el living. Da la impresión de que Bay es uno de esos niños que en un momento se cansa de armar su castillo y lo patea por el aire a ver dónde caen las piezas. Y si terminan en la cabeza de alguien, mejor. Y si las secuencias potencialmente interesantes están mal narradas (toda la batalla que se produce en Chicago), el “factor humano” es mínimo, risible. Sam Witwicky (Shia LaBeouf) es un personaje de carisma nulo, y se agradecen las apariciones de personajes secundarios (John Turturro, John Malkovich, Kevin Dunn, Ken Jeong) que tienen al menos la gracia de un chiste malo en medio de un velorio: en esas circunstancias, uno se ríe de cualquier cosa, se agarra de lo que puede. Respecto a la reemplazante de Megan Fox, la británica Rosie Huntington-Whiteley, se puede decir que es muy bonita y que Bay la filma como si cada aparición suya fuera un comercial de shampú que interrumpe el filme. Esto no quiere decir que no haya espectacularidad visual y un uso del 3D más discreto que lo esperado en un cineasta tan abusivo desde lo sensorial. Lo que no hay es nada que conecte a lo que se cuenta con algo humano, algo que lleve el interés de una escena a la siguiente. Ya no digamos a lo Spielberg (ver su nombre ligado a esta franquicia duele): hasta Emmerich es sutil y poético al lado de Bay. Por momentos uno siente que Michael se burla de sus propios clichés (los soldados avanzando en cámara lenta, las frases altisonantes, los chistes malos, las sobreactuaciones), pero al final se convence de que no. Que es consciente de ellos, pero que está orgulloso de sus aportes al cine de estos tiempos. Lo que molesta, también, de Transformers 3 , es que tanto técnico talentoso y artista visual competente esté perdiendo el tiempo en esta franquicia inerte. Y que sea el bolsillo, finalmente, el que le dé la razón a una saga sin alma, sin vida, sin corazón. Ah, no se les ocurra poner El lado oscuro de la luna , de Pink Floyd, a ver si “coincide” con la película. Jamás podrán volver a escuchar el disco otra vez. No es broma...
Desmañado y metódico ejercicio del “rompan todo” Definitivamente contraindicada para incondicionales de James Ivory, en su estruendo, en su histeria, en su desmañado y metódico ejercicio del “rompan todo”, en la doble concepción del cine como sucedáneo de la maniobra militar y versión mega (y meca, por el carácter mecánico de sus excedidas criaturas) de Titanes en el ring, es posible que esta tercera Transformers –que viene, por supuesto, en envase 3D– sea algo así como la “consumación” del “arte” de su “autor” (el lenguaje se sacude aquí como Transformer a tortazo limpio). Es como si toda la obra previa de Michael Bay viniera a dar un aparatoso salto mortal y se estrellara contra el piso, como sus gigantes de chapa y chatarra. Que se deshacen y vuelven a armarse, como la película misma o el magullado cerebro del espectador, para seguir dándose maza. Como la nueva X Men, la tercera Transformers se cruza con la historia, al menos al comienzo. Se inicia en tiempos de Kennedy (el JFK digital recuerda al Che de Gerardo Romano en Canal 9) y remata con una teoría conspirativa sobre el descenso del hombre en la Luna: habría sido para investigar la caída de una nave alienígena, conteniendo uno o más Transformers (no se entiende bien). De allí en más las distintas subtramas se pelean entre sí, como Transformers en esteroides. Están John Malkovich, Frances McDormand y John Turturro (que viene de la anterior) haciendo de autoridades de la NASA y especialistas en vida extraterrestre, que investigan... ¿Qué investigan? No está muy claro. Mientras tanto resulta que hay un traidor entre los Autobots (que son, recuérdese, los Transformers buenos) y que los Decepticons (los malos) piensan traer su planeta a la Tierra, por medio de unos pitutos luminosos (¿?). Y eso sería fatal, parece. De pronto aparece el coreano de ¿Qué pasó ayer?, totalmente desaforado, haciendo de coreano de ¿Qué pasó ayer? El héroe, Shia La Boeuf, grita y transpira como en el VIP de Ricky Martin, y Mr. Bay filma el culo de Rosie Huntington-Whiteley (la inglesita que remplaza a Megan Fox, echada por acusar al jefe de nuevo Hitler) en un plano detalle que Sofovich filmaría, si tuviera la plata que tiene Bay. Todo eso (y unas cuantas cosas más) se apelotona durante cerca de hora y media. Son casi tres en total y algo hay que mostrar, hasta que finalmente los Transformers tiren el mundo abajo (o la ciudad de Chicago, que es donde todo sucede). Será una bestialidad la forma en que Bay filma este Apocalipsis rompechiches, pero en medio del caos, el mareo y la sordera de pronto se abre camino, vaya a saber cómo, una secuencia inspirada. Un edificio se parte al medio, y antes de caer del todo (¿alguien dijo septiembre 11?) queda inclinado, obligando a los héroes (los protagonistas + un grupo de marines, faltaba más) a tirarse de un piso a otro tipo Tarzán, atravesando ventanales de vidrio y deslizándose en caída libre por las paredes del edificio (esto está robado de una de Jackie Chan, pero está bien hecho). Ese chorro de adrenalina bien servido salva una película que, por lo demás, parece una coctelera en manos de un Mike Tyson con San Vito.
Cine monstruoso Michael Bay es un director francamente inepto. No sabe narrar, no tiene timing, no le importa nada. Su cine muestra costuras de fábrica por todos los costados, pero lo que resulta evidente (como había pasado ya con Pearl Harbor) es que cuando intenta hacer algo grande, termina haciendo algo monstruoso. Si bien la saga de Transformers nunca fue una producción independiente, algo modesto o muy sentido, sino más bien un intento descarado por ganar billetes con personajes que nacieron en algún momento para vender más juguetes, después de ver Transformers: El lado oscuro de la Luna, tercera entrega ya, uno tiene la sensación, al recordar aquella primera Transformers, de que se trataba de una película modesta. Sí, había robots gigantescos, publicidad por todos lados, una Megan Fox que se quiso imponer como estrella a fuerza de planos detalle de su culo. Pero también había algún chiste de robots gigantes que quieren esconderse detrás de una casa de suburbio, aventura de iniciación para un Shia LeBouf que todavía no se había vuelto un manojo de tics y repeticiones. Había algo. Ya la segunda estiraba sus materiales más allá de lo que podían soportar, pero era más o menos lo mismo, hasta se agregó un "cielo de los robots", que suma curiosos rivetes religiosos al asunto. La tercera se sale de toda escala, ya no le importa nada de nada, y cae en el vacío. En cierta forma, se trata de una evolución lógica. En la primera parte se inventó alguna historia como para que hubiera narración (imperativo de Hollywood que salva más de una película), pero era ya evidente que lo que importaba acá era mostrar muchos efectos chillones, saltos giroscópicos y ruiditos novedosos. La segunda le siguió la cola a la primera; la historia se agotaba pero había más robots. En esta tercera casi no hay historia (Megan Fox queda barrida con una línea rápida de diálogo), hay todavía más robots, una dimensión más para agitar las cosas y el conflicto ya necesita alcanzar dimensiones extraplanetarias. Esta evolución argumental podría no ser tan terrible (aunque eso es discutible) si Michael Bay no se entretuviera tanto con sus chiches nuevos como para olvidarse de que estaba haciendo una película que se suponía debía interesarnos. La cosa arranca con teorías conspirativas (y con una inexplicable mezcla de texturas entre el 3D más digital y un granulado "años ´60"). Buena parte de la primera mitad se va en tratar de establecer dos hechos: que Shia LeBouf es demasiado soberbio para aceptar cualquier trabajo después de haber salvado el mundo dos veces y que los gobiernos (norteamericano y ruso) esconden cosas. Cuando finalmente estas dos líneas se cruzan y descubrimos cuál era el secreto, resulta tan simple que las vueltas parecen injustificadas. Viene la vuelta de tuerca y nos lanzamos hacia la pelea final, que se hace realmente eterna. La cantidad de detalles, idas y vueltas por las que pasan los personajes en esa "zona liberada" que pasa a ser Chicago resulta absurda. Optimus Prime queda colgado cabeza abajo no se sabe cuánto tiempo, de pronto reaparece y ya nos habíamos olvidado de qué se suponía que tenía que hacer. Los humanitos corren de un lado al otro de la ciudad, intentan subirse a tres edificios diferentes y vemos cómo cada vez son rechazados. Todo para dar escala gigantesca, cuando es evidente que la pelea se resolverá de forma muy simple: los malos tienen un único punto débil y con atacarlo se termina todo. O sea, un envoltorio infinito para una resolución absurdamente breve. No vale la pena hablar demasiado sobre la cháchara fascista que permea toda esta película: los transformers defienden al mundo aliados al gobierno de Estados Unidos mientras atacan países extranjeros, hay millones de diálogos sobre "no permitir una invasión", "defender la libertad", "no rendirse frente al enemigo" y otras variantes. Una secuencia (por demás innecesaria) en un edificio con mucho vidrio que es derribado por un robot recuerda directamente al atentado a las Torres Gemelas. Se podrían buscar más cosas. Uno de los elementos más patéticos de la película (además de la incapacidad de Bay por mantener la atención del espectador incluso con tantos fuegos artificiales) es la búsqueda de humor. Más allá de la muy acertada y breve inclusión de Ken Jeong en un papel secundario, el resto son morisquetas de LeBouf, John Malkovich o John Turturro, y unos robotitos molestos. Eso sí: ahora los robots tienen sangre, baba y pelos.
Michael Bay y el metal más pesado La batalla entre robots abre el juego a un enorme despliegue de producción que, sin embargo, descuida la coherencia y la solidez narrativa. Reservada a amantes de la tecnología sin pretensiones de originalidad.Una vez más, la serie de películas basadas en los famosos juguetes vuelve a las salas de cine, y esta vez lo hace, además, en 3D.El director de Transformers 3 es Michael Bay, realizador de las dos primeras entregas de esta taquillera franquicia, y director también de films tan exitosos como Armaggedon, La roca, Día de la Independencia. Su cine es un cine gigantesco, ruidoso y espectacular. También es un cine mal narrado, ideológicamente ramplón y artísticamente nulo. La frase mucho ruido y pocas nueces parece haber sido creada para su obra. Se dirá que su cine es popular y recauda fortunas, y que eso es lo único que importa. Pero no es así, directores como James Cameron, Steven Spielberg y Tim Burton también son taquilleros y a la vez buenos cineastas. Es justamente un cine como el de Michael Bay y Transformers 3 el que desprestigia al cine masivo y de gran entretenimiento.El punto de partida de estos films sin duda es prometedor, esta batalla entre robots que se desarrolla en la Tierra es la llave no sólo para un despliegue de producción gigante, sino también para tratar diferentes temas interesantes. Nada de esto parece interesarle a Michael Bay, a quien la ética, los temas, la profundidad de los personajes y la historia no son más que un adorno para justificar planos de muy mal gusto, de poca coherencia y de una notoria incapacidad narrativa. Transformers 3 tiene su mayor –y tal vez único– interés en la deslumbrante capacidad tecnológica de crear imágenes virtuales que se ven como reales. A pesar de que la forma de construir escenas es confusa y poco inspirada, la película no nos hace dudar ni por un instante de que las imágenes que vemos son auténticas. Los efectos especiales han alcanzado una perfección asombrosa. Lo que pasa es que cuando Bay tiene que hacer escenas sin efectos especiales, sólo con actores, es simplemente bochornoso cómo las construye. Sólo el talento natural de actores como John Malkovich, Frances McDormand y John Turturro sobrevive a semejantes catástrofes de puesta en escena. Pero ni el protagonista Shia LaBeouf, ni su ridícula compañera Rosie Huntington-Whiteley consiguen salir airosos de diálogos malos filmados sin gracia ni estilo. Para los amantes de la tecnología, la película es sin duda una experiencia un poco aburrida pero llena de asombro. Para los que quieran ver un entretenimiento que parezca hecho por humanos y no por máquinas, esta no es su película
Los personajes humanos son más artificiales que los robots en esta película ampulosa y vacía Esta tercera entrega de la saga dirigida por Michael Bay (quien parece competir con Roland Emmerich por el cetro del cineasta más apocalíptico a la hora de filmar explosiones y destruir planetas) tiene un auspicioso y audaz prólogo que se permite incluso alterar la historia oficial de las administraciones de Kennedy y Nixon hasta llegar a una nueva versión de la famosa expedición lunar del Apolo 11 en 1969: al margen de la transmisión televisiva que conmovió al mundo, en "el lado oscuro de la Luna" al que apela el título, los propios astronautas encabezan una misión "top secret" en la que descubren los restos de una nave extraterrestre con una tecnología que será esencial en el desarrollo posterior de la trama. Pero los hallazgos y sorpresas terminan allí. Luego, ya en la actualidad, reaparece en escena Sam Witwicky (el antihéroe interpretado por Shia LaBeouf), ahora acompañado por un nuevo objeto del deseo (la modelo británica Rosie Huntington-Whiteley, que reemplaza a la despedida y aquí denostada Megan Fox), a la que Bay le dedicará una y otra vez obsesivos primeros planos de sus generosas curvas. La primera mitad del film se vuelve bastante tortuosa (pendula entre las desventuras laborales y afectivas de Sam y los proyectos secretos del gobierno estadounidense) hasta que de manera inevitable esas y otras subtramas desembocan en lo que todos esperan: el enfrentamiento entre robots buenos y malos (los nobles Autobots liderados por Optimus Prime contra los despiadados Decepticons comandados por Megatron y el traidor Sentinel Prime). Más allá del ya habitual festival de efectos visuales y de la incorporación de efectos 3D que, pese a lo anunciado por los propios productores, queda muy lejos de logros conseguidos por James Cameron en Avatar , Transformers 3 ofrece demasiado ruido para tan poco cine. Entre exaltaciones patrióticas que sorprenderían hasta a los republicanos del Tea Party, Bay construye una película que jamás fluye ni alcanza una mínima coherencia. Los personajes humanos parecen más artificiales que los robots y sólo hay espacio para unas breves apariciones de grandes actores como John Malkovich, Frances McDormand, John Turturro o el coreano Ken Jeong, quienes le aportan un poco de humor absurdo a una trama dominada por frases ampulosas y solemnes sobre el heroísmo y la lealtad. Sin embargo, esos bienvenidos destellos paródicos resultan demasiado aislados como para salvar a una película que termina apelando a la fuerza arrasadora de sus gigantescos y poderosos robots guerreros como forma de disimular (tapar) sus múltiples carencias dramáticas y narrativas
La mejor “Transformers”, gracias al 3D y al elenco El 3D parece haber sido inventado para darle relieve tridimensional a estos robots-autos del espacio que vienen a pelearse a nuestro planeta. Este detalle del 3D basta por sí solo para que la nueva película de Michael Bay sea bastante mejor que la segunda parte, y en realidad para que las escenas de super acción con robots gigantes de esta tercera parte resulten mucho más impactantes que las del film original. Por suerte, el guión también mejora en relación a la segunda parte, que tenía momentos demasiado flojos. Hay un prólogo excelente que lleva al espectador desde las batallas de los Transformers en su planeta de origen hasta la luna, donde algunas de sus reliquias son investigadas y traídas a a Tierra por los astronautas de las misiones Apollo (esto se parece un poco a la reelaboración de la historia ya vista en la reciente película de los X-Men, pero de todos modos funciona más que bien). Luego, la acción lleva al espectador hasta la desolada Chernobyl, y en su momento culminante el guión imagina un ataque masivo de tono apocalíptico a la ciudad de Chicago, en cuyas ruinas transcurren algunas escenas de acción realmente espectaculares e imaginativas, como una en la que los protagonistas usan como tobogán un rascacielos de vidrio inclinado por el ataque alienígena. Hay más novedades positivas, como por ejemplo que el elenco, además de mantener el personaje paranoico de John Turturro, se las ingenie para lograr que los robots puedan convivir con otros excelentes intérpretes del nivel de John Malkovich y Frances McDormand, que probablemente nunca imaginó que después de ganar el Oscar por «Fargo» terminaría sosteniendo diálogos imposibles con personajes digitales. El alguna vez astro adolescente Patrick Dempsey hace también un muy buen aporte como un millonario corrupto, mientras que Rosie Huntington-Whiteley, la nueva novia del protagonista Shia LaBeouf, es lo bastante sexy para casi impedir que se pueda extrañar a Megan Fox. Igual que en la película anterior, hay más chistes malos de lo necesario y cierto apego a la sobredosis de peleas entre robots que no parecen terminar nunca. Sólo que esta vez el 3D, utilizado intensivamente en un grado muy superior al de la mayoría de las producciones tridimensionales recientes, hace casi imposible aburrirse.
Ideal para adolescentes Otra vez los Autobots (buenos) y los Decepticons (malos, muy malos), habitantes de la galaxia exterior, enfrentados. Y, entre ellos, los humanos. Los seguidores de la saga renovarán su contacto con los Transformers, esos engendros que se pueden transformar desde cualquier forma (en ésta, hasta parten de ser pantalla de computadora) en otra cosa, tipo mecano gigante de cientos de piezas móviles y ojos que aparecen por cualquier lado. En "Transformers: El lado oscuro de la Luna 3D", el guionista se involucra con datos reales a partir de los cuales ficcionaliza. No demasiado, porque el filme no se destaca por el guión, que se mantiene en una línea de abstinencia de ideas, quizás pensando que a los adolescentes, seguros objetivos de la película, no les interesa pensar. MODELO INGLESA Esta vez recurren a los misterios de la llegada a la Luna de los primeros humanos y el encuentro con una nave espacial, clave en esta historia. También se meten un poco con el servicio secreto ruso y con un premio dado por el presidente a Sam, el protagonista, amigo de los Autobots. Esta vez lo encontramos buscando empleo, tratando de huir de sus padres, que están obsesionados porque su hijo encuentre una buena ocupación y de novio con una impactante belleza, personaje interpretado por una modelo inglesa que es el cuerpo de una prestigiosa marca de ropa interior femenina y que no hace más que recordarlo con sus "minis" y ajustadas prendas. La tercera parte de la saga trata de dar pistas sobre las verdaderas razones de la carrera espacial, mientras los Decepticons insisten en invadir la Tierra. NUEVOS VILLANOS Reaparecen los viejos personajes como el chico Sam, Optimus y el malo de nombre de gimnasio, Megatron; pero también algunos nuevos, Sentinel, un transformer hermano de Optimus, Laserbeak, o el malísimo Shockwave; John Malkovich, como el empleador del protagonista, o la directora de inteligencia, Frances Mc Dormand, la inspectora de "Fargo" y hasta John Tunturro como Simmons, un excéntrico. Todos, olímpicamente desaprovechados en papeles anodinos. Nada nuevo tiene la historia. Sólo se reitera el profundo nacionalismo norteamericano, la necesidad que se plantea de luchar por la paz, mientras todos se entregan a una euforia de violencia en la que los Decepticons se alían con algunos humanos para apoderarse de la Tierra. Pululan bichos transformes línea antediluviana, todo tipo de seres que se convierten en armas y se puede asistir a una orgia de destrucción con rascacielos que se tiran abajo, la pobre estatua de Lincoln que es reducida a escombros por uno de los bicharracos que se apoltrona en lo que queda del asiento mientras vuelan rayos, centellas, armas espaciales y todo tipo de engendro viviente. "Transformers: El lado oscuro de la Luna 3D" es un pandemónium de efectos especiales. Desde ese punto de vista formal no se puede pedir más. Lo que no existe, reiteramos, es el argumento. Entretenimiento para adolescentes que gusten del género.
Han llegado. Ya están de regreso en nuestras carteleras los queridos Transformers con la tercera parte dirigida por MIchael Bay. Para posicionar esta Transformers: El Lado Oscuro de la Luna en la franquicia se podría decir que no supera al muy buen nivel de la primera, pero si deja atrás el mal sabor de la segunda que sin dudas es la más floja de la trilogía. En esta ocasión, Miguelito nos va a contar como los Autobots deben salvar al mundo una vez más, luego de ser traicionados por los humanos al ocultarles una preciada información que podría haber sido vital para reconstruir su planeta. Siempre creo que uno como espectador debe estar mínimamente informado de la película que va a ver. En este caso tenemos que tener en cuenta que si vamos a ver un film que tiene a Bay detrás de las cámaras nos encontraremos con escenas de acción filmadas espectacularmente, momentos insoportablemente solemnes, clichés, mujeres hermosas, machismo, música ampulosa, excesos de patriotismo y demás cuestiones que construyen el estilo de este particular director. Guste o no, este es el sello de Bay y ninguna de las tres obras que integran la saga Transformers son la excepción. Si uno va esperando encontrar una película que no tenga esos elementos seguramente salga completamente decepcionado del cine, pero si va en busca de ver una cinta con robots que se transforman en autos para salvar al mundo junto con un grupo de valientes soldados americanos saldrá altamente satisfecho, porque en ese sentido Transformers: El Lado Oscuro de la Luna cumple con lo prometido. Obviamente que podría ser un producto mucho más logrado y profundo, pero no por eso se la puede destrozar. Transformers 3 tiene muchísimos momentos pasados en solemnidad, pero también hay que destacar que esas secuencias se ven contrastadas por las varias escenas de humor que tiene a lo largo de sus 157 minutos. Por ende creo que de alguna manera la película queda balanceada en el resultado final entre la seriedad de los conflictos, y el tono humorístico con que son narrados. Este "balanceo" no es un dato menor, debido a que la segunda parte de esta trilogía se encontraba mucho más inclinada hacia el humor que hacia la acción, dejando en segundo plano lo que todos queremos ver: a los Transformers batallando a más no poder. Otro de los aciertos que tomo en cuenta para esta tercera parte en comparación a las anteriores, es que las luchas entre los Autobots y los Decepticons se entienden perfectamente, algo que en la primera y en la segunda edición se tornaba bastante confuso por momentos debido a la gran masa metálica que se mostraba en la pantalla. Quiero afirmar públicamente que banco a muerte a Shia LaBeouf, porque actuar bien y no derrapar en una película dirigida por el querido Miguelito es muy complejo y Shia remó en dulce de leche con las inexpresivas Megan Fox y ahora Rosie Huntington-Whiteley como parteneres siempre con muy buenos resultados, tanto en las escenas de humor, como en las escenas dramáticas y de acción. Quiero aclarar que con el cambio Rosie por Megan, la película sale ganando debido a que la modelo de Victoria's Secret no tiene nada que envidiarle tanto sea en belleza como en la interpretación, lo que habla muy mal de la primera que en teoría es actriz. Mención especial para John Turturro, John Malkovich y Frances McDormand, que son los encargados de aportar los momentos más graciosos dentro del film. Transformers: El Lado Oscuro de la Luna es un digno cierre para una trilogía que más allá de algunos altibajos supo mostrarnos decentemente a Optimus y su banda en la gran pantalla.
Misterio, tiros, explosiones… y culos, muchos culos El comienzo de Transformers: el lado oscuro de la Luna, está bastante bien. Se nota una clara intención de crear una premisa y un misterio a resolver acumulando mucha información de forma bastante ordenada, jugando con la Historia real al fusionarla con la historia ficticia. Y así nos enteramos de que la carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética se debió a la necesidad de investigar la caída de una nave extraterrestre en la superficie lunar, que resulta ser del planeta Cybertron, hogar de los Transformers. Este prólogo tiene unos cuantos buenos momentos, en especial la parte de la exploración del Apolo 11, donde la unión de las imágenes ficcionales con las documentales logran interés. Es verdad que el ver a un Kennedy de mentirita, con un maquillaje que lo hace parecer una figura de cera, conspira contra el resultado final, pero aún así los primeros minutos crean un suspenso, un interés por lo que viene, mientras la cámara se va acercando cada vez más a uno de los ojos del Transformer que yace en la Luna. Lo que viene después del corte, lo primero que se ve, es un CULO. Un culo en primer plano, para ser más precisos. El culo de Rosie Huntington-Whiteley para ser aún más precisos. La chica esta, que debuta en el cine luego de años de modelaje, no puede ser calificada ni como linda ni como fea, sino más bien como irreal. Uno la ve en la película y parece ser una invención absoluta, alguien que en realidad no existe. O quizás la inventó Michael Bay, el director de toda la saga Transformers, quien sólo sabe filmar a las mujeres de una manera: como si estuvieran en un videoclip de una canción cumbiera o en un póster de una gomería. Ojo, se nota que el tipo le pone todas las pilas. Es muy cuidadoso: se percibe un trabajo en la iluminación, en la posición del plano, buscando remarcar las líneas y curvas, tratando de resaltar los “atributos” de las mujeres-objeto (o sea, cuanto más grandes las tetas y más redondito el culo, mejor). Pero a pesar de todo ese laburo, Bay siempre consigue lo mismo: pósters de gomería, videoclips cumbieros, mujeres-objeto. A todas las chicas en sus películas les sucedió lo mismo: Megan Fox, Scarlett Johansson, Kate Beckinsale… si tuviera una esposa, Michael probablemente la pondría en un póster. El resto de la narración de esta tercera parte avanza a los tropezones, casi como una excusa para la hora final de acción. Bay vuelve a hacer gala de tanto de su patrioterismo absurdo (hay un par de comentarios políticos que ni siquiera ofenden, porque son demasiado idiotas) y su humor habitual, que no es precisamente sofisticado. Podría comparárselo con el del productor ejecutivo Steven Spielberg –quien vuelve a demostrar que como director es bárbaro, pero como productor es cuando menos desparejo-, pero sería un error. Los chistes de Steven son un poco como él mismo se describe: los de un “niño judío bueno”, inocentón, que puede equivocarse pero no quiere hacerle mal a nadie. Bay en cambio es como un adolescente tardío quilombero y grasa, que grita, come con la boca abierta y se ríe con la palabra “pito”, mientras patotea a los que no son como él. Lo único destacable en este ítem es el personaje de John Malkovich, claramente riéndose de todo y sin tomarse nada en serio, aunque no se entienda para qué está ahí. A la hora del despiole final, hay que reconocerle al director que en general las escenas de acción se entienden, a diferencia de sus predecesoras. Esto sucede porque el realizador deja bastante de lado la cámara en mano y los primeros planos, para dejar paso al uso de la steadycam y los planos de conjunto. Asimismo, el 3D funciona como herramienta de impacto (James Cameron, quien se desempeñó como una especie de asesor, tuvo innegablemente mucho peso), aunque no como recurso narrativo. Pero igual, al final, tantos tiros, explosiones, peleas, terminan cansando, dejando exhausto al espectador. Es cierto que a esta altura no se podía esperar otra cosa de Transformers: el lado oscuro de la Luna que escenas de acción bien filmadas, algún que otro buen chiste y una narración relativamente bien ajustada. Eso en parte se cumple, la película entrega lo que promete, no defrauda las expectativas y no le cuesta ser mejor que la segunda parte, que era horrible. Por otro lado, no sorprende y carece de visceralidad. Así ha sido siempre la franquicia Transformers: no es real, no existe, como la pobre modelo Rosie. Después de dos horas y media (¿no se les fue un poco la mano con la duración?), pasa de largo y se va. Y uno queda preguntándose si eso que vio era cine.
Anexo de crítica: Como un chico con juguete nuevo, Bay juega a que hace cine y pone muñequitos caros en pantalla; los hace volar en pedazos con explosiones y metal retorcido que inunda el encuadre y eso es prácticamente todo lo que ocurre durante la trama insípida de esta mega Blockbuster ultra fantasía pro militarista y misógina. Salvo la escena esmerada de la primera secuencia en Chicago, lugar elegido para que robots malos y buenos se trencen en una lucha feroz destruyendo absolutamente todo, -incluso humanos que se interponen en el camino- la torpeza del director de La Roca se multiplica con el correr de los minutos al demostrar su incapacidad para narrar y su ego a prueba de balas para que su cámara de videoclip corone cada plano.
Los juguetes de Michael Bay abruman pero ya no entretienen Cuando hablamos de una saga que llega a su tercera entrega, ya sabemos que a la industria el film le cerró. La idea puede estar buena o no , pero fundamentalmente los números dan y entonces, seguimos produciendo porque la rueda gira y la recaudación tienta. "Transformers", la primera, fue realmente original porque salir del universo de Hasbro para crear estos autos-máquinas de guerra y darles vida en algún relato que se pueda digerir, fue un hallazgo. Yo no soy fan de estos vehículos pero si reconozco que el ángel de Shia LeBouf, la sensualidad de Megan Fox y las escenas de metálica y furiosa acción llamaban la atención. Cuando ví la segunda, me costó no verla como un producto forzado, hecho exclusivamente para recaudar y al salir de la tercera, me terminé de convencer que esto no da para más y a no ser que sean espectadores muy livianos (de esos que no van mucho al cine pero abarrotan los complejos en vacaciones de invierno solamente, por ejemplo), les costará irse satisfechos del cine. "Transformers 3" tira por la borda el trabajo bien hecho en la primera parte y profundiza la falta de ideas de la segunda, llevando a tener que generar una escena final de 50 minutos, copiada de otra película. Advertencia: ustedes saben que yo siempre cuento demasiado del argumento de una película aunque nunca el final. Aquí, habrá alusiones al cierre de la película por lo cual, si quieren verla sí o sí, debo advertirles que dejen de leer. Es lo que dicen en la jerga, una post-crítica. Nunca me gustó separarlas (pre-críticas es cuando no contiene mucho que revele el argumento), porque mi estilo para escribir fluctúa según mi ánimo pero no puedo evitar hacer referencia a todo lo que destruye Michael Bay para que el film evite hundirse en las frías aguas del río que atraviesa Chicago (el que desemboca en el lago Michigan) luego de abrumadores 157 minutos... Veamos, ideas había pocas. Así como la última X-Men se apoya en un contexto histórico específico para su desarrollo (la crisis de los misiles con Cuba durante la presidencia de Kennedy, recuerdan?), Bay toma la llegada del hombre a la luna en 1969 como punto de partida para la construcción de una historia tan farragosa y absurda que ya, de movida, le daba poco margen para maniobrar. Cuando los primeros astronautas americanos pisan la luna tienen un período en que pierden comunicación con la Tierra, por encontrarse en el otro lado del satélite. Ahí es donde inserta el génesis de la trama: el líder de los Autobots yace muerto dentro de una nave que tiene importante tecnología alienígena que podría servir para la humanidad. En ese momento, la NASA guarda el secreto y suspende los viajes hacia la luna para proteger esa información. Sentinel Prime era el sabio y regente del mundo destruído de los autobots, por lo que cuando sus semejantes se dan cuenta de su paradero, irán junto con Inteligencia Militar a la luna a traerlo de vuelta. Claro, el tema es que en esa nave hay celdas de poder (como cristales) que abren portales dimensionales de cuidado. Ellos podrían usarse para teletransportar cualquier cosa. Cualquier cosa. Incluso un planeta entero. Mientras los militares se entretienen con este problema, Sam Witwichty (LeBouf) está desempleado. Sí, tiene una medalla que le dio Obama, pero... Ya saben. Conseguir trabajo en este mundo posmoderno es difícil. Mirá sino él, salvó dos veces a la tierra de la destrucción y termina en una compañía siendo maltratado por un empleador (extraña participación de John Malcovich en un rol que no entiendo aún) quien lo ubica como mensajero. Si, Sam reparte el correo. Pero no todas son malas... Bueno, para el espectador sí. Megan Fox rechazó subirse de vuelta a la saga y es reemplazada por una bonita pero inexpresiva Rosie Huntington-Whiteley, como la nueva novia del chico bueno. Su personaje es Carly, una empleada curvilínea que atrae todas las miradas por su belleza y juventud pero que no aporta NADA al film, (con lo que este necesita!). Sam no participa del trabajo militar con los Autobots y cuando hay un atentado en su empresa, empieza a atar cabos y decide buscar al equipo especial que opera con ellos para avisarle. Aparecerá en escena Mearing (Frances McDormand, quien no entiendo tampoco que hace aquí), responsable final del cuadro de inteligencia que esquivará que él participe. En esa vuelta, los Decepticons vuelven y vienen por todo. Hasta la hora y media, el film navega en secuencias intrascendentes y pobres aunque con un gran despliegue de animación visual. Pero cuando los extraterrestres malos toman la ciudad de Chicago y se atricheran en ella, la película se va al tacho. Bay parece que vió "Battle LA" y le gustó y dijo, "por qué no seguir su final?". "Total, al público le gustan las escenas de acción". Ahí perdimos los que teníamos alguna esperanza de que la cinta se reestructurara en el cierre. Casi una hora transcurre para salir de esa escena agotadora donde sólo miraba la puerta todo el tiempo. Un exceso de efectos, acumulados y torpes, entierran cualquier tipo de rescate de esta tercera parte. LeBouf, debo reconocer, hace de todo por el film, lo vive en carne propia, pero su despliegue corporal no alcanza para sostener todo el metraje. No es un actor de raza y se le nota. Encima, le toca estar solo (actoralmente) ya que nadie sintoniza su frecuencia. Desde lo técnico, quizás "Transformers 3" sea potable, pero no deja de ser un producto mediocre. Un guión chato emparchado con guiños a otros productos también malos. No se me ocurre casi nada bueno para decir. Será, sencillamente, porque este film no lo tiene.
Hombre de hierro Un paso más allá. Transformers 3: el lado oscuro de la Luna empuja un poco más hacia lo nuevo, lo que viene, el renglón vinculado al arte visual, acompañando con este atributo una historia de acción y ciencia ficción según la fórmula. El director Michael Bay, quien en algún momento se mostró temeroso respecto a las dificultades que un relato tan tecnológico pudiera ponerle en el camino, debe sentirse satisfecho respecto a los resultados alcanzados. El creciente fanatismo de la sociedad por la cultura tecnológica es uno de los apetitos que busca satisfacer esta nueva entrega de la saga de superproducciones iniciada en 2007, y tal vez lo logre, al menos por unos días, como todo lo que tiene que ver con el espeluznante avance en ese campo. Mientras tanto, cuando Bay dudó, acudieron en su auxilio los que saben. Como muestra de la clase de colegas con los que compartió su trabajo, baste citar a personas como un tal Vince Pace, un experto en fotografía con poca figuración pública pero que tiene el mérito de haber sido el constructor, junto al mismísimo James Cameron, de un modelo de cámaras 3D que permitió filmar con la versatilidad, la productividad y el bajo costo con que hoy se lo hace en toda la industria de Hollywood y algunos alrededores. El argumento de la Transformers 3 es el de siempre. Desde un planeta lejano llegó a la Tierra una raza de poderosos robots. Algunos quieren someter a este planeta, se hacen llamar los Decepticons. Los otros se aliaron con los humanos para defender la libertad, y se los conoce como los Autobots. Como Megan Fox se dio de baja pocos días antes del rodaje, la cambiaron por otra sexy coprotagonista para acompañar a Shia LeBouf, quien encarna otra vez el modelo del hombre común que acaba convertido en héroe. El elenco le hace lugar otra vez a los actores de carácter: John Turturro, y también John Malkovich y Frances McDormand. Alerta amarilla para el contenido pro violencia del relato. La noción del hombre común, convertido en héroe, está íntimamente ligada a la del reclutamiento de hermanos, padres e hijos para las guerras. Asimismo, la venganza es moneda corriente en ambos bandos, incluso en aquel que dice defender valores positivos como la libertad.
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Destrucción Total (¿Y si Megan Fox no Estaba tan Errada?) Según Michael Bay, la razón por la que Megan Fox no quedó seleccionada para participar de Transformers: El Lado Oscuro de la Luna, fue porque comparó al director con Hitler y Napoleón por la estricta forma de dirigir a los actores y el equipo técnico. Según Bay, la decisión la tomó Spielberg, productor ejecutivo, que lo sintió como una ofensa personal y antisemita. A Bay pareció no importarle, le molestaba más que la actriz esté todo el tiempo mandando mensajitos por el Blackberry. ¿Y si Fox decía la verdad? ¿ Y si la sex symbol en realidad no es tan estúpida como pensamos y la comparación tiene sus fundamentos? La tercera parte de Transformers no hace más que demostrar que Bay tiene una ideología netamente nacionalista y peligrosa, incluso. Admito que la primera parte me había gustado. Creo que fue más bien la sorpresa de encontrarme con una adaptación bastante fiel a la serie animada y que los robots en cuestión eran sin duda asombrosos, al igual que sus transformaciones. Las interpretaciones humanas en cambio, eran de plástico (a pesar de que participaban Jon Voight y John Turturro entre otros). Pero había cierta nostalgia, fidelidad, cancherismo que le quedaba bien. Además era la primera vez que conocíamos a la hermosa moracha de ojos claros. Pero en la segunda, Bay derrapó e hizo de las suyas como siempre: si Armageddon era una película grasosa que se regodeaba en la publicidad y video clip noventoso, con aires pretenciosos (pero el carisma del elenco la salvaba), Transformers 2 era una sobredosis de grasa. Grasa de autos, de transpiración masculina y femenina, cuerpos esculturales que parecían sacados de una película erótica mediocre, los peores fetichismos del cine de los ’80 de Tony y Ridley Scott se acumulan en el cine de Michael Bay, pero sin la capacidad narrativa que tiene el cine de los hermanos británicos. Bay es acción, explosiones y misoginia elevados a una potencia de vacío cinematográfico y narrativo. No importa si los guionistas son realmente malos, Bay se ocupa de destruir cualquier guión. No sabe contar con imágenes las palabras, entonces apela a una acumulación, sobrecarga de efectos especiales, persecuciones, acción desproporcionada e inverosímil. Y lo peor, es que no divierte, no transmite tensión, no se genera suspenso. Transformers 2 era básicamente un almanaque de taller mecánico y no mucho más. Ni siquiera se disfrutaban los efectos especiales, ni las transformaciones, ni las peleas, que eran ininteligibles para el ojo humano (quizás sí para el robótico). Con Transformers 3 tenía expectativas de que haya aprendido de sus errores (como dijo en una entrevista), y haya mejorado algo, regresando a la aventura inicial. Los primeros 5 minutos me entusiasmaron. Un prólogo que sucede durante la carrera espacial de Estados Unidos por llegar a la luna. Una truca en la que se mezclan personajes históricos con los actores ficcionalizados me dio pie a especular que esta tercera parte, podría ser un poquito mejor al menos que la secuela. Lamentablemente no fue así. Empeora. Esos primeros 5 minutos son un engaño en todos aspectos. De hecho, tampoco es novedoso. Zemeckis lo hizo mejor en Forrest Gump y Contacto (hay varias similitudes narrativas con esta) y Zack Snyder, que, de hecho no es un director que me cae demasiado simpático fue mucho más meticuloso con el comienzo de Watchmen. Pero Michael Bay filma más rápido y le importa un bledo que el montaje final quede bien. No es meticuloso. Y esta vez se nota más que nunca. No es casualidad que firmen tres montajistas. Es horrible la edición. Hay errores de continuidad muy groseros. O quizás los noté porque la acción en cierto punto ya me aburría tanto que tenía que pensar en otras cosas. Además la idea de que el cine puede cambiar la historia o darle una explicación fantástica a ciertos hechos reales de la historia, ya fue mejor realizada en Hombres de Negro I y II de Sonnenfeld, Bastardos sin Gloria de Tarantino, las ya mencionadas Gump y Watchmen, y últimamente en la comedia de Woody Allen, Medianoche en París. Pero más allá del absurdo, pretencioso, incoherente argumento inicial de Ehren Kruger, un especialista en malograr adaptaciones (fue el irresponsable del guión de Scream 3, lejos la peor de la saga), tenemos un detalle fundamental y es que toda la película es inconexa e incoherente y no hay un solo plano que lo admita. O sea, incluso hay cierta conciencia en Roland Emmerich, de que está haciendo un film clase B sobre la destrucción del mundo. Sí, miren que malo que es el cine de Bay, que un film mediocre, como 2012 sale bien parado a comparación. Sin ser lo más interesante del holandés (me quedo con Stargate y Día de la Independencia, e incluso con algo de Godzilla), el último film tenía una gran secuencia de destrucción que todos los medios aplaudieron: cuando se destruye Los Angeles. Transformers 3 es destrucción tota,desprejuiciada, y completamente idiota, sinsentido. No hay rastros de que Bay pida perdón con alguna cita cinefila. Si Michael Bay parece que solamente vio publicidades y video clips en su vida. Quizás la única película que vio fue Top Gun, y basa toda su filmografía en eso. Y vamos a admitirlo, aunque sea de culto, no es lo mejor de Tony Scott, ni una gran película. Solamente un hito, lo que hizo realmente famoso a Tom Cruise. Una lástima que la cinefilia Spielbergriana no dice presente. Aunque hay un obvio homenaje a Jurassic Park, que me despertó la única risa durante los eternos 154 minutos que dura la película. Michael Bay logra algo que parece imposible: abrumar con las escenas de acción, aburrir, tan repetitivas, tan monótonas son que todo el resto carece de imaginación. Y los efectos ya no causan novedad. Es un pecado, un crimen comparar estos efectos con los de Avatar, incluso. El CGI ya no sorprende. Al menos como lo usa Michael Bay. Los giros narrativos son los mismos de la antecesora. ¡Ya sabemos todos que los Autobots no se van a morir en la mitad de la película! ¡Hiciste lo mismo en la 2! ¡BASTA! Y no me importa que sea un spoiler. Me abruman los cameos humorísticos. Me encantan Turturro y Malkovich, pero esta vez me saturaron también. El nivel de estupidización a los que los somete es humillante. Al principio me caían un poquito simpáticos sus personajes, pero el resto de las participaciones me terminaron cansando también. Sí, tanto la humanidad como los robots me parecieron insoportables. A favor puedo decir que la ausencia de Fox le dio excusas para evitar caer en la grasada esta vez. Cambió a la morocha rebelde y mecánica por una fina modelo rubia, Rosie Huntington – Whiteley, a la que sacó de una catálogo de Victoria’s Secret. Y no es mentira. El resto de las mujeres (excepto la gran Frances McDormand) corren la misma suerte. No me sorprendería que el casting femenino lo haya hecho, dando vueltas en una limo con las más atractivas mujeres que identificaba en los boliches top de California. Además no hay un solo personaje que no tiene un bronceado californiano perfecto. Desde Malkovich hasta Shia LaBeuf, todos parecen haber pasado por el mismo solarium que George Hamilton. ¿Así es la vida allá? ¿allá son las mujeres allá? Es insultante al género femenino sin duda, la visión misógina de Bay. Comparable a la de Santiago Segura en Torrente, pero destaco, el español es mucho más simpático. Siguiendo con las interpretaciones, (porque hablar de los efectos, la trama, las transformaciones es impúdico) se podría decir que esta tercera parte tiene las mejores y las peores actuaciones de la saga: dentro de lo peor podemos citar a los ya mencionados Malkovich y Turturro (los prefiero junto a Adam Sandler o los Coen para eso), la novata Huntington – Whiteley (Megan Fox queda como Meryl Streep en La Decisión de Sophie a comparación de la inexpresividad de esta chica. Igual no es su culpa, es su primer rol y está mal dirigida) y Shia LaBeuf que ha firmado un pacto con el demonio con esta saga, derrochando quizás una promisoria carrera tras la última Indiana Jones. Entre los desaprovechados (en punto neutro) aparecen Josh Duhamel, Tyrese Gibson y Kevin Dunn. Y lo mejorcito viene del lado de los que nunca fallan y quizás no tienen tanto renombre: los comediantes Ken Jeong (con pequeñas similitudes con el personaje de ¿Qué Pasó Ayer?), sus cinco minutos son brillantes; el maravilloso Alan Tudyk, reconocido por Muerte en un Funeral y la serie Firefly, y la gran Frances MacDormand, que logra hacer verosímil cualquier cosa. Incluso sorprende Patrick Dempsey en el inusual rol de villano. Es bastante capaz el actor de Grey’s Anatomy cuando lo sacan de su rol de carilindo solamente. Sino fuera por esas actuaciones me habría escapado de la sala, porque el tedio de la última hora me pareció insoportable. No hay mucho que destacar en las voces. Peter Cullen con Optimus Prime ya no causa nostalgia, Hugo Weaving como Megatrón es irreconocible, y es una lástima que Leonard Nimoy como el ambiguo Sentinela Prime no adquiera más personalidad (aun cuando se lo ve en una tele como el Dr. Spock y se hace cita varias veces a la serie clásica). Los diálogos son infumables: una sarta de estupideces explicativas y discursivas, falso patriotismo sin límites. Es una frase incoherente, anticinematográfica tras otra. Lo peor que ha escrito Kruger. Y el discurso ideológico: los Autobots destruyendo bases en Irán, apoyando al ejército estadounidense; Optimus Prime reivindicándose como un asesino despiadado (“ya no seremos más pacíficos, ahora queremos la guerra”, anuncia en un momento), al igual que el personaje de Sam Witwhiky. Todos terminan siendo ejemplos del estadounidense promedio que apoya la venganza por mano propia. Según el nivel cultural de Bay, los rusos siguen estando en la Perestroika y son unos atrasados e ingenuos por eso. ¿Dónde se ha quedado este tipo? Claro, no pasó de mediados de los ’90. Miren como filma. No cambió su estética, no se renovó. A pesar del 3D, sigue filmando video clips y publicidades con la estética Baywatch de mediados de los ’90. Horrible. El retraso mental (en sentido ideológico, se entiende) de este hombre no hacen más que confirmar las acusaciones de Megan Fox. Sí, es nazi y facho. Pero si quieren un ejemplo más concreto, no hace falta más que juntar al personaje de Dempsey y Malkovich. Los dos jefes de la película: ambos toman conciente o inconcientemente, el comportamiento y la actitud que Bay transmite y de la que se habla en sus obras. Sí, llegue a odiar a este pretencioso autor de talento mediocrísimo, hipócrita, anticinematográfico. Ha destruido una de mis series animadas favoritas de todos los tiempos, y por eso mismo merece este linchamiento público. Ya que le gusta, disfruta, se relame morbosamente destruyendo el mundo y vidas humanas, acá tenés esta destructiva crítica. Tomá un poco de tu propia medicina, ¿a ver como te cae? Mirá, si la va a leer…
Anexo de crítica: Sin dudas la estridente Transformers: El Lado Oscuro de la Luna (Transformers: Dark of the Moon, 2011) es la “mejor” de la franquicia, por supuesto si se pudiese aplicar dicho término a un “producto Michael Bay”: el nivel general continúa siendo bajísimo aunque en esta oportunidad el señor por lo menos se limita un poco en el terreno de las secuencias videocliperas y los pasos de comedia. Apenas más digerible que las anteriores, la película hubiese levantado la puntería si no arrancase con la acción recién a la hora de metraje (una vez más las torpezas narrativas, los latiguillos pop y el tono chauvinista destruyen cualquier atisbo de una verdadera aventura de ciencia ficción). A fin de cuentas el californiano merece todas las críticas que le llueven, dista mucho de ser inimputable...
En esta nueva película, los Autobots y los Decepticons se involucran en una peligrosa carrera espacial entre los EE.UU. y Rusia, y una vez más Sam Witwicky tiene que acudir en ayuda de sus amigos. Uno se pregunta, ¿no hay secuelas en las que pase algo más simple?. Me explico mejor, digamos que tenemos una película exitosa en la que se juega el destino de la Tierra… para hacer una segunda parte, ¿tiene que estar en riesgo el destino de dos planetas?. Bueno, Michael Bay nos enseña que sí, y siguiendo con su teoría, en una tercera realización la apuesta tiene que ser aún más alta todavía, si usted pensó que el peligro estaba en Transformers del 2007, espere a conocer el que le depara el 2011. Para ser justos con el escritor Ehren Kruger, hay un poco más de esfuerzo en la construcción de la historia, con un guión más trabajado sobre todo en la primera parte, mezclando dosis de realismo de la carrera espacial de los ’60 con la ficción propia de los robots de Hasbro. En esa idea que se construye a partir de algunas obviedades, con todos los clichés del alunizaje posibles (técnicos de la NASA aplaudiendo, "un pequeño paso para el hombre…", incluidos), se encontrará lo mejor de la película. Esto alcanza incluso para ser superior que Transformers: Revenge of the Fallen, si es que eso significa algo teniendo en cuenta que aquella es realmente muy mala. Si a eso se suma la presencia, algo desaprovechada, de John Malkovich y del genial Ken Jeong, en dos roles desopilantes, esta tercera parte parecía que estaba para más, sin embargo finalmente se acordaron que había que vender. Ahí aparece la mano de Bay, el mercader del digital, para ofrecerle al público lo que quiere, robots peleándose entre sí. Las explosiones, los gritos, los diálogos solemnes, las malas actuaciones, la madre insoportable, que si alguno esperaba que se fuera con Megan Fox lamentablemente no lo hizo, la excesiva e injustificada duración, la disparatada vuelta de tuerca al personaje de Patrick Dempsey, las escenas como videos musicales para MTV, la estafa del 3D y demás no importan, porque lo que uno va a buscar son robots peleándose entre sí. Es penosa la forma en que se abandona así una idea y se toma el camino de la flojera respecto al guión. Hace algunas semanas atrás se estrenó Fast Five y siendo una quinta parte resultó ser la mejor película de la saga Rápido y Furioso. Se podría haber hecho lo fácil y dejar que los autos corran para escudarse en "es una película de autos rápidos", pero no lo hicieron, ¿por qué hay que dejar que Michael Bay lo haga?.
Hasta que nada quede en pie En el tema de las franquicias exitosas no hay secretos: se trata de repetir las fórmulas de seguro impacto en el público y, si la trama puede ofrecer algún elemento original o novedoso, mejor. Si no, no hay mayor inconveniente; se muestran los mismos personajes, las mismas situaciones y se calcan los recursos que hicieron exitosas a las anteriores entregas de la saga. Hay directores que muestran cierto pudor y, en consecuencia, intentan modificar algunos elementos para diferenciar el nuevo episodio de los que ya se vieron. Michael Bay no pertenece a este grupo. El director no es capaz de controlar la fascinación que le producen los efectos especiales, y no logra dosificar las escenas de acción, que a fuerza de repetirse, terminan por aburrir mortalmente. Durante el primer cuarto de hora, sin embargo, parece que habrá novedades; el argumento introduce la idea de que la carrera espacial entre EE.UU. y Rusia, en la segunda mitad del siglo XX, se debió en realidad al intento de los humanos de intervenir en la guerra entre los Autobots y los Decepticons. Y a Sam Witwicky, el protagonista de las dos anteriores entregas, se lo encuentra con nueva novia y desempleado. Y se acabó. En seguida comienzan (y se prolongan durante algo más de ¡dos horas!) las escenas en las que enormes maquinarias se destruyen mutuamente mientras demuelen prolijamente todo lo que hay alrededor (por ejemplo, un par de ciudades norteamericanas). Entre las maquinarias enardecidas que se disparan con misiles o se trenzan en combates cuerpo a cuerpo, aportan su cuota de destrucción grupos de humanos armados hasta los dientes, comandados desde centrales de inteligencia que permanentemente imparten órdenes equivocadas. El publicitado reemplazo de Megan Fox por Rosie Huntington-Whiteley no marca diferencia alguna; y provoca cierta melancolía ver completamente desperdiciados a buenos actores como John Malkovich, Frances McDormand o John Turturro.
"Transformers 3: el lado oscuro de la Luna", es otra aventura de una saga que, mientras existan interesados, seguirá produciendo aventuras, más allá de las cualidades que muestre la realización. El riesgo que se corre utilizando esta mecánica -que responde a intereses puramente comerciales-, es el de hacer películas mediocres. "Transformers 3, el lado oscuro de la Luna", se perfila como atractiva en el primer segmento, cuando sugiere pistas sobre algún secreto impresionande que se esconde en el lado oscuro de la Luna. Luego, como un río encajonado que llega al llano, pierde fuerza y se desparrama en el lugar común. Ni siquiera el hecho de contar con actores con fama de no prestarse a cualquier proyecto (John Turturro, John Malkovich) le sirve para salvar un intento que no alcanza el nivel de otras producciones que supieron aprovechar mucho mejor el recurso del 3 D. La vuelta de la batalla entre los buenos, representados por Optimus Prime de Los Autobots, y los malos de Decepticons parece ser, solamente, otro round de una pelea que amenaza con sucesivos "continuará", en una medida que es directamente proporcional al interés que demuestren los fanáticos por acercarse a las boleterías.
Estamos en plena temporada de los tanques de Hollywood. Con la llegada del receso escolar de invierno verá usted complejos cinematográficos de 10 o 12 salas con 5 o 6 títulos. “Cars 2”, “Linterna Verde” y el final de “Harry Potter” están al caer, pero ya tenemos uno de estos productos con nosotros: “Transformers 3: El lado oscuro de la luna”. El realizador Michael Bay insiste con su estilo como cineasta. Por eso esta producción tiene dos formas de verse o, mejor dicho, dos puntos desde donde, a mi entender, se puede analizar. El primero es la película como obra cinematográfica. Desde esta mirada no solamente no ofrece nada nuevo (ni al cine; ni a la saga). Además se las arregla para bajar un par de escalones respecto de las dos primeras. En la introducción, Optimus Prime (el robot bueno) narra en off todo lo que el espectador está viendo en imágenes, tornándola particularmente redundante. Se ve el planeta de los robots en donde hay dos bandos en guerra. Una nave con un poderoso secreto logra escapar a duras penas hasta que se estrella en la luna. Lúdicamente Michael Bay aprovecha para ubicar el accidente en plena lucha por la conquista del espacio en la década del '60. Así, en 1969 el gobierno norteamericano aprovecha el Apollo 12 para encargarle a Neil Armstrong y compañía que se den una vueltita por el lado oscuro del satélite de la tierra para comprobar si las sospechas de que no estamos solos en el universo son ciertas. Lo comprueban. Lo único que es mentira es la ley de la gravedad en la luna, porque cuando empiezan a tocar cosas las manos de los astronautas se mueven a la misma velocidad con las movería usted para dar vuelta las tostadas a fin de que no quemen. Sigo. La tripulación se hace de un artefacto en especial. ¡Mire que hay cosas de la nave para llevarse!, pero a ellos les gusta ese. Con tanta mala suerte que resulta ser algo que a los Autobots y a los Decépticons les importa mucho. Luego de esta introducción de media horita, el director nos lleva al presente en el cual los Autobots, instalados en nuestro planeta, le son funcionales al gobierno de Obama para ir por el mundo llevando el mensaje antiterrorista ya conocido. Aprendieron rápido como son la cosa en USA. Mientras, Sam (Shia le beouf) está buscando trabajo. Sus condecoraciones no le alcanzan para vivir, quiere estar trabajando antes que sus padres regresen de las vacaciones. En realidad no quiere cualquier trabajo; sino uno relacionado con los Autobots. Es lógico, considerando que salvó al mundo en dos oportunidades. Su novia Carly (la modelo Rosie Huntington-Whiteley, que como actriz es muy bonita) vive con él, y le va mucho mejor como empleada de Dylan (Patrick Dempsey, ¡quién te ha visto y quien te ve!), un coleccionista de autos antiguos y posible enemigo de Sam. Ahí es donde parece que comienzan las sub-tramas para apoyar el ritmo narrativo, aunque en realidad hay una bifurcación del relato. Por un lado Sam y por el otro los robots. Luego todo vuelve a converger. ¿Para qué? Para evitar que el artefacto capaz de “hacer llover robots malos” no caiga en manos de metal enemigas. Dos horas y media para estirar un guión que debería filmarse en 30 minutos (como los capítulos originales de la TV). Lo que debería ser dinámico en cuanto a la narración, es chato y aburrido. Las apariciones de actores de renombre asumiendo personajes secundarios, como John Malkovich, Frances McDormand y John Turturro, pueden resultar graciosas, pero al relato no le aportan nada además de dejar cabos sueltos como, por ejemplo, qué sucede con los padres de Sam, o con el propio gerente de empresa interpretado por Malkovich. Michael Bay es un director a quién Hollywood le sigue dando un cheque en blanco para filmar lo que quiera. Hacer películas cuyo protagonismo son los efectos especiales, un verdadero festival, cuando se supone que debería ser muy distinto, que estos sean utilizados como herramienta de trabajo al servicio de temáticas y narraciones relevantes como protagonistas. Los rubros técnicos deben aportar a la historia no relegarla, lo cual me lleva al otro punto de vista para el análisis. “Transformers 3...” es un espectáculo visual impactante. Toda la secuencia del comienzo y la del hombre en la luna, con inserts de imágenes de archivo, están realmente bien logradas. El diseño de arte, la composición de imagen y la fotografía son elementos fundamentales para el film. El sonido es como estar en una tormenta de truenos. Su diseño es impecable, aunque no en toda su utilización. Por ejemplo, hay una escena con un edificio en donde la caída de los cuerpos contra el piso suena igual que los pasos de los robots gigantes. De todos modos es un detalle. Prepárese el espectador para el vértigo de la escena en la que un tentáculo robot "ahorca" literalmente un rascacielos para derrumbarlo. Pocas veces se vio algo igual. La última hora de narración podría separarse y ser “una de guerra” con todas las de la ley. Lamentablemente está pegada a la primera hora y media. Por esta razón la duración en tiempo es demasiado para llegar al climax, ya anunciado desde el principio. Tampoco hay novedades en la música. El concepto de compilación es el mismo. Rock industrial y algún tema lento más en una partitura que no se ha renovado. Sigue siendo un enigma para mí, cómo hace Michael Bay para filmar tanto espectáculo, y a la vez provocar en la audiencia un concierto de bostezos Eso es “Transformers 3: El lado oscuro de la luna”, espectacular y sin contenido.
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Exageración que Agota Por donde empezar... Como de la historia no vale la pena hablar mucho, ya que prácticamente es inexistente, me voy a dedicar a expresar un poco lo que siento a horas de haber visto esta bazofia en el cine. En 1er lugar quiero expresar mi indignación y tristeza al ver que los Transformers, juguetes y dibujos animados que llenaron de alegría gran parte de mi infancia, se hayan convertido en el detonante de la locura desmesurada de un tipo al que si se pudiera, deberían revocarle los derechos para dirigir. Que desagradable es este Michael Bay, que tiene la capacidad de hacer que un Mercedes Benz o una Ferrari que se convierten en robots con efectos increíbles y armas hasta los dientes parezcan aburridos e insoportables. Realmente se equivocó de profesión, ya que en lo visual es innegable que tiene un talento increíble... ahora... para crear historias que atrapen y entretengan, es un inútil total. Su exageración absurda y sin límites, resulta cada vez más irritante al punto de que la gente se va a terminar dando cuenta de que nos está agarrando de giles a todos. Hay algunos detalles que son realmente brutos. Durante toda la película hubo una mezcla de humor bizarro que el 70% de las veces no resultaba divertido, sino por el contrario muy cansador. Por otro lado, había tantos elementos dando vuelta que hacía que uno se mareara de la cantidad de personajes innecesarios y las conversaciones sin ningún tipo de utilidad. Claramente Bay no se decidía si hacer un film más oscuro y adulto, o hacerlo lo más pochoclero y ligero posible, por lo que optó por hacer los típicos discursos moralistas de Optimus Prime con la bandera de USA flameando detrás de él mientras recita, seguido de escenas con chistes tan boludos que daban vergüenza ajena, o secuencias de acción donde los cañones de los Decepticons reventaban cuerpos humanos que volaban por la pantalla en forma de trozos de carne y huesos partidos. El estilo de exacerbar el poderío militar estadounidense es de muy mal gusto, aburrido, trillado, insoportable y que demuestra un fetiche sin sentido por la cuestión. Lo peor es que leí bastantes críticas donde el comentario es "y bueno... es Bay, se lo dejamos pasar"... ¿WTF? Es dejar que el estilo basura nos termine ganando. Por último la duración... ¿es necesario hacer una peli de 2 horas y 37 minutos? La respuesta está muy clara y es NO. Nunca, ¡pero nunca! me había pasado de quedarme dormido en el cine... pero esta vez no lo pude evitar y me perdí aproximadamente 2 minutos reloj de ¡una secuencia de acción!! 1 hora menos habría sido muy prudente. La verdad es que lo único que disfruté de esta experiencia es que fui a verla con 2 muy buenos amigos míos a los que siempre me alegra ver, por lo demás... sólo decepción. Una de las peores películas en lo que va del año.
Vibrante y con alguna variante con respecto a los dos films anteriores de la saga, Transformers: El Lado Oscuro de la Luna, sin dejar de ser un producto, como ocurre con otras series cinematográficas hollywoodenses, ofrece un suculento momento para sus seguidores. De la mano experta de Michael Bay y el hiperactivo Steven Spielberg, y con efectos visuales, mecánicos y escenográficos realmente espectaculares, esta tercera edición de la versión fílmica de los populares dibujos por momentos deja sin aliento. En esta ocasión los transformistas seres metálicos deberán afrontar una amenaza que viene del pasado y del satélite natural de la tierra. Transformers 3 no ahorra en batallas estridentes (y sangrientas) entre los blindados buenos y malos, incluyendo otras maquinarias vivientes de diversos tamaños y potencialidades. Asimismo un feroz ataque sobre la ciudad de Chicago la emparenta, de paso, a la actual tendencia de films sobre naves extraterrestres sometiendo urbes terrestres. Luego de un buen arranque con la saga primera versión, la fallida Transformers 2 no alentaba más continuaciones, sin embargo este tercer film reflota con intensidad épica y grandes efectos la franquicia. Las actuaciones son solventes, más si presentan nombres como los de John Malkovich, John Turturro, Frances McDormand y Patrick Dempsey,
CINE SUPERFICIAL AL 100% Michael Bay es un gran creador de pirotecnia, tiene una habilidad innegable para crear despliegues visuales imponentes y muy atractivos, pero le faltan dos cosas que hasta el mismísimo productor de esta película (Stephen Spielberg, uno de los maestros de los efectos especiales) nunca se olvida de llevar adelante: sentido y emoción, cuestiones que en esta tercera parte hacen falta desde la primera escena. En 1969 el Apollo 11 llegó a la Luna, pero lejos de encontrar paz y de demostrar ese gran paso para la humanidad, allí se topan con una extraña nave alienígena y con cinco aparatos que parecen ser de mayor importancia para el futuro de la Tierra. Los Autobots van a tener que organizarse y planear una perfecta estrategia para poder desplazar del planeta a los Decepticons, ahora comandados por Sentinel Prime, e impedir que se apoderen del mundo. La película da comienzo con un prometedor prólogo en el que se dio una vuelta de tuerca interesante a la situación espacial de la década de los 60. Principalmente, se hace alusión a la llegada del hombre a la Luna y el verdadero sentido de esa misión. A su vez, se utiliza material de archivo para crear un realismo mucho más atractivo y atrapante. Cuando llega el momento de finalizar con esta introducción, con la presentación del título del film, la cinta empieza a encontrar y a desarrollar problemas que, al igual que en la segunda parte de esta historia, no permiten que el argumento avance ni que la acción se vea justificada. Por un lado, se plantea el relato de los Autobots, el descubrimiento de Sentinel Prime y el plan que los Decepticons tienen para recuperar su planeta, todo ésto planteado con una visual que en todo momento se destaca, con grandes movimientos y escenas de acción muy bien logradas. Por otro lado, se desarrolla la vida de Sam, quien está buscando un trabajo y quiere volver a formar parte de las aventuras que interrumpieron su pasado y cambiaron su ritmo de vida. Es aquí donde aparecen los primeros problemas de la película. Hay una incoherencia horrible en cada una de las transiciones que pasan de un punto de vista al otro, se hacen cambios bruscos de la música y se invoca, continuamente, a un espíritu "American Pie" que está de más y que, en vez de divertir, funciona como un exponente de ridiculez que innecesariamente alarga la historia. Los primeros treinta minutos de la vida de Sam tranquilamente se pudieron quitar, ya que no aportan nada a la historia y solo están de relleno para desarrollar ese tipo de humor y mostrar las curvas de la nueva novia del personaje. En términos argumentales es muy difícil entablar una comparación con las demás películas de la saga o con otras parecidas del género, porque prácticamente no tiene una historia ni un argumento que se vaya nutriendo y enriqueciendo mientras los minutos van pasando, es tan solo el planteo de una guerra alienígena en la Tierra. Uno de los principales problemas de la segunda parte de "Transformers" era que en las escenas de acción no se entendía qué estaba sucediendo ni quién estaba atacando a quién. Aquí, Michael Bay prestó un poco más de atención en la elaboración de dichos momentos y, aunque no están del todo claros, hay un abuso de la cámara lenta innecesario y no hay toma que dure más de diez segundos, los cambios realizados permitieron que las destrucciones tengan un aprovecho mucho más atractivo y entendible. El principal error de esta propuesta se puede dividir en dos cuestiones que van de la mano: por un lado, la falta de sentido en todo lo que está sucediendo y por otro el inexistente desarrollo de los protagonistas y los personajes secundarios. Es increíble ver cómo muchos de los juguetes que en la infancia han entretenido a generaciones enteras y han explorado la imaginación de los niños y adolescentes, aquí Bay los invoca como toda persona hubiese soñado, con grandes armas, intimidantes formas físicas y millares de balas, y los convierte en aburridas y monótonas figuras de hierro. No solo no hay un planteo coherente de las "personalidades" de los alienígenas, sino que son tantos los que se van presentando que en ciertos momentos no se logra entender qué es lo que sucede ni cómo es posible que suceda lo que en escena está pasando. Pero el error más grave va por el lado del hombre y la incompleta personificación que se le da a cada uno de los humanos que van apareciendo. El protagonista, Sam, interpretado por Shia LaBeouf, mantiene la misma identidad que en las pasadas películas, haciendo chistes innecesarios y salvando continuamente a su amada del peligro, ahora encarnada por una regular Rosie Huntington-Whiteley. Están los padres, que son como la encarnación de Bernie y Rozalin Focker; un estereotipado Josh Duhamel (las escenas de reclutamiento dan vergüenza ajena); un desaprovechado John Malkovich; un poco lucido, en especial teniendo en cuenta la importancia que se le dio en las pasadas películas, John Turturro; y un Patrick Dempsey que nunca se logra entender qué es lo que está haciendo ni por qué lo hace. Las actuaciones son muy regulares y el desarrollo de las identidades de cada uno de ellos están muy incompletas. Pero, y es allí donde Bay logra destacarse, la película presenta un despliegue visual que satisfacerá a todo fanático de la pirotecnia y de los efectos en CGI. Explosiones, tiros, una ciudad en llamas, peleas, cámaras lentas, saltos, vuelos, teletransportación, y unos interesantes efectos en 3D, son lo que esta película le ofrece al espectador, junto con na banda de sonido que acompaña muy correctamente el desarrollo de cada una de las escenas de acción. Sin lugar a dudas, la última hora es impecable visualmente, un sinfín de transformaciones y vueltas que están muy buenas, pese al apurado e inconcluso final. "Transformers: Dark Side of the Moon" es la tercera parte de la regular saga dirigida por Michael Bay, con un uso de los efectos especiales envidiable, pero con ausencia de emoción, de sentido, de coherencia, de guión y de buenas actuaciones. Es exactamente lo que el director propone, un relato plagado de efectos, de sonidos e imágenes en movimiento sin alma, sin ese sentido humano que tanto los Autobots dicen defender. UNA ESCENA A DESTACAR: inicio.
Arma de destrucción masiva A Megan Fox la habrán echado de Transformers 3 por haber comparado a su director con Hitler, pero aunque sea un tanto exagerado asimilar a un mero realizador de tanques hollywoodenses con el peor dictador de la historia, en algún punto Megan no se equivoca: Michael Bay es una especie de genio del mal. A Bay la crítica lo calificó de muchas cosas menos lindo, y hasta algunos se levantan enojados diciendo que cada película suya representa la agonía del cine, con sus chorros de grasa escapando de la pantalla, su acción sólo apta para adolescentes adictos al Speed con vodka y su mirada política del mundo orgullosa(y republicana)mente norteamericana (las minorías siempre son denigradas en sus films). Pero quienes tenemos dos dedos de frente sabemos que, si bien no es una locura pensar que lo del director de Bad Boys y Armageddon a veces roza lo vomitivo, esa mirada adolescente esconde algunos destellos de locura y genialidad que hay que ver para creer. ¿Es buscada esa genialidad por el realizador? Lo dudo, pero no por eso deja de ser algo atractivo. Duden de mi capacidad como crítico, pero yo a La Roca la considero una maravilla que funciona del minuto 1 al 120 (¿quién puede odiar una película que tiene a Sean Connery diciendo la frase “Los cagones dicen que van a hacer lo mejor que puedan, mientras que los ganadores se van a sus casas y se cogen a la reina de graduación”?), y creo que Bad Boys 2 está tan llena de odio y maldad hacia la humanidad (desde una persecución en la que se arrojan cadáveres como obstáculos hasta un plano de cinco segundos de dos ratas cogiendo estilo perrito) que parece haber sido filmada por el mismo Satán. El problema es cuando Bay en lugar de abrazar su lado oscuro quiere hacer algo parecido a una película en serio, y allí surgen bodrios como Pearl “nunca voy a mirar un amanecer sin pensar en vos” Harbor o La Isla, en donde las risas no parecen intencionales sino involuntarias. Pero ocupémonos de Transformers. La idea de hacer una película basada en una serie de juguetes en la que unos robots buenos (los Autobots) pelean contra unos robots malos (los Decepticons), y todos se convierten en diferentes vehículos, sonaba demasiado estúpida como para hacerla realidad. Por ende, Michael Bay era el indicado para llevar adelante tal proeza. Lo único que uno espera de un concepto tan bobo es que al menos cuando los robots se matan a trompadas, el tipo lo haga lindo y entendible para que nos podamos distraer un rato y después ir a casa a jugar con los muñecos reales. Pero hete aquí el problema que Bay encara en toda la saga, incluida la reciente tercera parte. Primero, que cuando los robots no están en pantalla, a Bay se le da por perder el tiempo con Shia LaBeouf y sus “problemas adolescentes” o metiendo un sinfín de escenas de dudosa comicidad en donde los chistes racistas y de doble sentido a lo Poné a Francella están a la orden del día (en esta tercera parte es vergonzoso lo que obligan a hacer a buenos actores como John Malkovich y Frances McDormand). El segundo problema tiene que ver con la constante necesidad de crear una trama complicada alrededor de la acción que justifique las luchas robóticas. En la uno era una “Chispa Suprema” que buscaba el villano Megatron vaya a saber para qué, la dos tenía algo llamado “La matriz de liderazgo” que hacía que el sol se apague (¿?) y en la actual tenemos unos “pilares” que hacen de apertura del planeta robot a la tierra, y todo esto es explicado cientos de veces en diálogos que son pura solemnidad berreta (poco ayuda el tono de pocos amigos que tiene Optimus Prime). Pero ojo que cuando llega la acción y hay que mandar literalmente todo a la mierda, ahí aparece el Bay que más nos gusta. En la segunda parte de El lado oscuro de la luna es tal el nivel de destrucción y explosiones en la ciudad de Chicago que hace que el 11 de Septiembre parezca una caída de ceniza volcánica en Buenos Aires. Es en esa segunda mitad, en la que los Decepticons aniquilan a los humanos descarnadamente convirtiendo el lugar en un auténtico Ground Zero, en donde parece renacer el costado oscuro y misántropo de Bay que estallaba en Bad Boys 2. Sólo con eso, sumado a un par de escenas grandiosas, como un edificio vidriado colapsando con los protagonistas adentro y los soldados zambulléndose en plena batalla con unos trajes voladores especiales, pareciera que estamos por lo menos ante el mejor Bay que se pudo ver en toda la saga. Lástima que tengamos que esperar casi una hora y media de planos publicitarios y tomas sugestivas del culo de la reemplazante de Megan Fox para llegar a divertirnos con tanta malevolencia y destrucción. ¿Será el precio a pagar por presenciar la verdadera obra del diablo?
La capacidad de Michael Bay como director nunca estuvo realmente en tela de juicio, y Transformers 3 es la confirmación de ello. Si algún espectador se ilusionó quizás con la primera Transformers (en donde pese a sus excesos de pornografía robótica, supo al menos entretener un poco) ya la secuela demostraba que había vuelto a ser el mismo de abominaciones cinematográficas como Armagedón y Pearl Harbor. Michael Bay hasta puede proclamarse autor de un género cinematográfico inventado por si mismo, de nombre pendiente, pero algo similar a lo que sería el “hardcore robótico”. Aquello que pretenden ser secuencias de acción de lucha entre robots resulta absolutamente confuso e ininterpretable. Hasta cuesta distinguir cuales son los robots presuntamente buenos y cuales los malos. El menosprecio por el público es tal que se lo subestima entregando un producto masticado con condimentos descoloridos e innecesarios. La efectiva fórmula utilizada ya en dos ocasiones previas (con un severo nivel de bastardeo a partir de la segunda parte) vuelve a repetirse con la intención de cautivar al público amante de lo que cabe bajo el vulgar concepto de “los fierros y las minitas”. Apuntando así de bajo con pornografía sentimental y belicista, el producto (que naturalmente no es otra cosa que un producto pensado como tal para ser vendido masivamente) es mediocre y muchísimos otros calificativos despectivos le quedan inclusive chicos. Definitivamente habiendo tantas otras ofertas en cartelera, Transformers 3 es la peor y merece ser pasada por alta. Y si bien es casi imposible que el público la ignore, solamente juzgando por cómo le fue a las anteriores dos, reconforta ligeramente al menos que sus números en taquilla no sean tan exagerados como con sus predecesoras.
Coraje en las venas y los circuitos Si uno compara lo que se dijo de “Transformers 3: El lado oscuro de la Luna” (“Transformers 3: Dark of the Moon”) con lo que la película es en verdad, podemos afirmar que los comentarios ha sido bastante injustos y prejuiciosos, aunque tal vez haya que reconocer que algo habrá hecho Michael Bay en las dos entregas previas para que muchos asocien la franquicia con pura acción, efectos y nada de argumento, como se dice por ahí. Lo cierto es que al parecer la tercera es la vencida, ya que estamos ante el mejor filme de la saga: por el grado de complejidad de la trama y porque (tanto desde el guión como desde los recursos tecnológicos que los animan) los robots tienen aquí un protagonismo y un desarrollo como personajes que faltaba en las anteriores, y que extrañaban los viejos fanáticos. Es que la vieja serie de los ‘80, impulsada por Hasbro, se caracterizó por una complejidad de argumentos y personajes que es muy difícil de llevar al cine; además, la animación digital (más allá de lo vistoso de las escenas) no había dado suficiente humanidad a los personajes mecánicos. Intriga espacial La historia comienza en la década del ‘60, cuando un Arca espacial de los Autobots, portando una tecnología que podía cambiar el curso de la guerra, se estrella en la Luna. El descubrimiento del hecho fue el verdadero desencadenante de la carrera espacial entre las superpotencias, coronada por la llegada de Armstrong y Aldrin el 29 de julio de 1969, que tenían como misión secreta investigar la nave. En el presente, la colaboración de los Autobots con la agencia Nest del gobierno estadounidense comienza a poner al descubierto aquellos descubrimientos y una conspiración de los Decepticons con algunos humanos, que se revela a partir de algunos asesinatos para limpiar rastros. Esta termina involucrando a Sam Witwicky, que a pesar de haber sido condecorado por el presidente Obama no es más que un universitario sin trabajo, pero (eso sí) con una nueva novia, bellísima como la anterior. Los descubrimientos llevan a los Autobots a recuperar en la Luna a su antiguo líder, Sentinel Prime, que conserva cinco pilares de los necesarios para hacer funcionar la tan mentada tecnología: un puente de transporte capaz de plegar el espacio. Ése es el recurso que los Decepticons quieren. Más revelaciones dirán quién tiene los restantes pilares, y otros giros que no revelaremos aquí. Altos y bajos De Bay se pueden decir muchas cosas, pero lo que no se puede negar es (quizás por estar producido/apadrinado por Steven Spielberg) su capacidad para pilotear una superproducción de esta envergadura. Y hasta se permite alguna genialidad, como la secuencia inicial, donde el relato de la carrera espacial y la llegada a la Luna mezcla sin fisuras y a un ritmo vertiginoso escenas “nuevas” con material de archivo de la época (incluso refilmando planos documentales). También lucen mejor las escenas de acción, toda una orgía para los que gustan de ver a estas supermáquinas matándose en cámara lenta (y no precisamente como en la canción que cantaba Roberta Flack). Si dijimos que es la mejor, también hay que decir que es la más sangrienta para humanos y robots, especialmente en la gran batalla en Chicago. Que, valga el detalle, recuerda mucho a las dos últimas películas sobre invasiones alienígenas: “Skyline” e “Invasión del mundo-Batalla: Los Ángeles”, en este último caso por el accionar de las fuerzas de Nest. Y ése tal vez sea uno de los puntos flacos: esa necesidad excesiva de mostrar uniformados valerosos (representados por el coronel Lennox, en la piel de Josh Duhamel, y Tyrese Gibson como Epps), un “patrioterismo” innecesario (pero muy a tono con los tiempos que corren en el Norte). En el mismo sentido, corre cierta misión de los Autobots, desbaratando una base nuclear en Medio Oriente. En compensación, se puede ver a Optimus Prime, esa máquina de decir frases políticamente correctas, peleando como un desaforado e incluso rematando a sangre fría ante la traición de aquel en quien más confiaba. El factor orgánico De todos modos, los humanos tienen un lugar central. Shia LaBeouf vuelve a ponerse en un personaje que conoce a la perfección, esa combinación de loser y héroe inhabitual que es Sam, que encuentra rival perfecto en el rico y pagado de sí mismo Dylan, jefe de Carly: un Patrick Dempsey en toda su expresión. Uno de los misterios era si Rosie Huntington-Whiteley como Carly Spencer podía emular la “despampanancia” sexual de Megan Fox, algo que logra con creces. Ya desde la primera escena en que aparecen (descalza, sus largas piernas desnudas, subiendo una escalera, apenas cubierta por una camisa entallada) justifica la crisis de testosterona entre Sam y Dylan, y hasta logra que el implacable Megatron se convenza de las palabras salidas de sus trémulos labios. En los secundarios hay matices aportados por John Turturro (agente Simmons), Frances McDormand (directora de seguridad Mearing), Alan Tudyk (Dutch), John Malkovich (Bruce, jefe de Sam), Kevin Dunn y Julie White (Ron y Judy, los padres de héroe). Sin demasiados esfuerzos, se divierten y divierten a la audiencia. Como yapa, aparece el verdadero Edwin Buzz Aldrin, interpretándose a sí mismo en el presente. En definitiva, estamos ante un buen cóctel de intrigas, violencia, romance y sensualidad: la esencia pura del entretenimiento.
Ya se sabe que cuando uno entra al cine para disfrutar de este tipo de película, lo que se quiere ver es acción, buena banda de sonido y mucho ruido, pero si esto viene acompañado con una historia bastante light, termina decepcionando un poco, ya que no es lo suficientemente...
ME CAIGO Y ME CAIGO ¿Cuántas veces puede una misma persona cometer los mismos errores? Con Michael Bay ya perdí la cuenta. Hay cosas que este director sabe hacer y cosas que no. El problema es que no es consciente de esto último y, lo que cree que es comedia, drama o una buena decisión, por lo general está simplemente mal. No, Michael, humor físico con robots extraterrestre con apariencia humana NO es comedia. Hacer que John Turturro haga o diga lo que sea, tampoco lo es. Y no es que, mientras más duren las secuencias de acción, mejor. Aquí se te fue la mano con la duración de algunas y de a momentos cansan. Como verán TRANSFORMERS: EL LADO OSCURO DE LA LUNA (2011) no resultó ser lo que todos prometían, sino el fallido intento de levantarse de Bay después de la caída de la entrega anterior. Sí, es la más oscura y épica, hay muchas muertes en pantalla y los efectos especiales son los mejores que he visto en muchos meses, pero para nada es la mejor de la trilogía. De hecho, falla en tantos niveles que hace que TRANSFORMERS: LA VENGANZA DE LOS CAIDOS (2009) se vea bien. Y por supuesto, no le llega ni a los talones a la primera que, a esta altura, ya parece una gran película de acción. Algunos años después de derrotar al Caído, Sam Witwicky lleva una vida ordinaria con su nueva novia Carly - al parecer Mikaela lo mandó a la mierda después de salvar el mundo -. Pero cuando los Decepticons desentierren un secreto oculto en lado oscuro de la Luna y logren apoderarse de la Tierra, Sam se reunirá con los Autobots para enfrentarlos en la batalla final. De esto trata TRANSFORMERS: EL LADO OSCURO DE LA LUNA (2011), un espectáculo visual asombroso pero narrativamente vacío y poco emocionante, en el que ni siquiera el 3D funciona como debería. ¿Por dónde empezar? Okey, primero por lo bueno que no es mucho. A pesar de que, como dije, algunos de esos explosivos momentos se vuelven largos, el film sí entretiene como todo blockbuster. Hay secuencias completamente impactantes que te quitan el aliento, algunas que ya vimos a lo largo de la saga y que por lo tanto no sorprenden, y otras que están en el film solo para hacer tiempo, ya que no aportan nada a la narración y son demasiado largas. Ejemplo: Hay que subir al edificio para destruir un aparato malévolo. Suben al edificio ¡Oh, no! El edificio se cae. Ahí tenemos 10 minutos de película que no recuperaremos. Más tarde llega Optimus Prime y destruye el aparato malévolo de un disparo. Michael Bay en su máxima expresión. Sam y Lennox colgados de Starscream es otro momento incómodamente largo. Pero bueno, hay que reconocer que, si de algo no hay duda, es que esta tercera parte cumple a nivel de la acción. Y lo mejor es que el director supo controlar esa necesidad casi epiléptica de contar todo en cuatrocientos planos por segundo. Sorprendentemente, tampoco hay portaaviones, tantos helicópteros o planos en que la los rayos del sol peguen directo en la cámara- Hasta las peleas y persecuciones se entienden más, y ya no es solo metal moviendose. Michael Bay está creciendo formalmente y, en este aspecto, la película funciona. Pero no importa cuánto intente controlarse, siempre quedará algo de Bay en sus películas. Aquí quedaron sus actuaciones, sus personajes y sus historias. A excepción de la bellísima modelo Rosie Huntington-Whiteley - quien es tan mala que hace quedar a Megan Fox como una gran actriz -, el resto del elenco brinda actuaciones correctas a pesar de estar atascados en personajes sumamente chatos. Talentos como los de Alan Tudyk (derrochada incorporación), Ken Jeong (divertidísimo y de lo mejor del film), Patrick Dempsey (buena incorporación) y los oscarizados Frances McDormand y John Malkovich (ambos en papeles patéticos), son completamente desperdiciados. Mientras que los actores de siempre están pero no del todo y sirven solo para disparar (Josh Duhamel y Tyrese Gibson) o como un intento desahogo cómico (John Turturro, Kevin Dunn y Julie White). Incluso a Shia LaBeouf la película le queda grande. Aunque brinda una buena interpretación en todos los géneros que intenta manejar el film, es su personaje el que falla. A diferencia de las dos películas anteriores, la incorporación de Sam Witwicky a la historia se ve forzada. Esta vez no es que compra un auto para conquistar a una chica y resulta que el auto era parte de una raza extraterrestre en guerra. Aquí no es que toca una astilla del Cubo y comienza a tener extrañas visiones que lo devuelven al frente de batalla. En TRANSFORMERS: EL LADO OSCURO DE LA LUNA (2011), Sam ya no es el adolescente que quiere tener una vida normal con el que todos nos podíamos sentir identificados. Aquí está desesperado por enfrentar Deceptions nuevamente o, a mi modo de ver, desesperado por formar parte de la película. Ese es solo uno de los tantos errores de un guión plagado de lugares comunes, personajes y escenas que no encajan en la trama – Megatron o la visita de Turturro y Tudyk al bar de los rusos (¡¿?!) -, malos diálogos y chistes sin gracias. Aunque si con algunas buenas ideas - el comienzo con la verdadera razón de la llegada del hombre a la Luna; los humanos aliándose con los Decepticons -, un clima apocalíptico que le da frescura a la saga; una profundización en la historia de los Transformers; una mayor atención en los personajes humanos y la voz del gran Leonard “Spock” Nimoy como Sentinel Prime (SPOILERS), el traidor y villano de esta entrega que no tiene mucha presencia en pantalla (FIN DE SPOILERS). Otro punto a favor es que su final, aunque algo forzado, cierra todas las tramas que tenía que cerrar para poder dar como concluida esta trilogía que ya no podía hundirse más. Como dije antes, hay cosas que Michael Bay sabe hacer y cosas que no. Secuelas de TRANSFORMERS es una de estas últimas.
Si bien la primera entrega de Transformers no era una obra maestra (difícil es encontrar una en la exitosísima aunque algo vacía carrera de Michael Bay), el encuentro de los Autobots con el cine había sido satisfactorio, aunque haya sido al menos por la nostalgia y la expectativa que generaban estos antiguos juguetes-dibujitos en los espectadores. Gran despliegue visual, chistes a lo Michael Bay, una agradable química entre los personajes de Shia LaBoeuf y Bumblebee, y la carta bajo la manga que significaba Megan Fox para atraer espectadores y disuadir a fuerza de curvas a los más críticos. La venganza de los caídos, segunda parte de la saga, nos reencontraba con los personajes, pero metía a su protagonista en un problema serio: los Decepticons lo buscaban para extraerle información. Una vez más, la película de Transformers contaba con una gran participación de los personajes humanos en detrimento del protagonismo de los robots-alienígenas, detalle que a medida que pasan los minutos en el metraje termina por aburrir insoslayablemente, por mucha garra y talento que le ponga LaBoeuf desde el papel de Sam Witwicky. Pero eso no era lo peor: el guión de los impresentables Ehren Kruger, Roberto Orci y Alex Kurtzman estaba lleno de huecos, falencias, inconsistencias y, lisa y llanamente, estupideces. Allí nos encontrábamos con situaciones intragables por doquier (el robot viejo que usa bastón, los robots "del guetto" que hablan como raperos, el pobre de John Turturro en un papel cada vez más tonto e imposible, pidiendo por teléfono a un avión que bombardee las pirámides de Egipto sin ninguna autoridad, pero "por el bien de la humanidad"... ¡y lo hacen!, etc.) y un desarrollo completamente absurdo de los padres de Sam Witwicky, que no dejaban de aparecer para decir alguna idiotez en el momento menos oportuno. Nuevamente la película se renovaba desde lo visual, por lo que justamente desde este blog la valoramos bastante, pero es un filme que no admite un segundo visionado, ya que la suma de situaciones incongruentes termina dando vergüenza ajena. Con la tercera parte, Transformers se reivindica de algún modo, corrigiendo los peores vicios de la segunda parte. Ya no hay tanta participación de los padres de Sam, el impacto visual vuelve a mejorarse -es sin ninguna duda, la mejor de las tres en este aspecto y la única en la cual las peleas entre robots se "entienden" claramente, gracias a efectos de cámara lenta y a mejoras en la diferenciación de los personajes- y, aunque aún las hay y por todos lados, existe una reducción considerable de las inconsistencias y tonterías que plagaban el guión de la segunda parte. Aquí nuevamente suceden cosas que no soportan ni el mínimo grado de análisis (cómo es que el personaje de John Turturro -sí, otra vez- pasa de un manicomio a formar parte del equipo antidecepticons de un momento a otro; de dónde sacó su ayudante una pericia sublime en el manejo de las computadoras; cómo es posible que haya un personaje humano que siga siendo fiel a los Decepticons aún cuando ya todo está perdido y sus intenciones de destruirlo todo son más que claras, y más...) y también mantienen algunas cosas criticables, como el protagonismo de los personajes humanos (sería mejor eliminar a los personajes de Josh Duhamel y Tyrese Gibson -por nombrar un par- más que quitarles protagonismo) y un metraje que va mucho más allá de lo necesario para contar la historia, en especial si tenemos en cuenta que el climax comienza ¡una hora! antes de la conclusión final de la historia y que el verdadero desenlace dura lo que un suspiro en una canasta... Lo que hay aquí es la participación de varias estrellas del mundo del cine que por alguna extraña razón decidieron participar con personajes bastante tontos. Frances McDormand (Fargo) interpreta a la nueva jefa del operativo antidecepticon, mientras que John Malkovich hace monerías con su personaje de jefe de Sam Witwicky. También participa Patrick Dempsey (Encantada) el villano humano lamebotas de Megatron. Y por último, cuenta con la presencia de Rosie Huntington-Whiteley, modelo de Victoria Secret, como reemplazo de la mucho más voluptuosa e interesante Megan Fox. La pobre hace lo que puede sin ninguna clase de pericia actoral y le pone todo el cuerpo para que la cámara de Bay se deleite. Igual que Megan, pero peor. Michael Bay siempre será el rey del pochoclo, aunque no pueda evitar priorizar la explosividad visual ante un guión coherente. Lo hizo hasta en sus mejores películas, como La Roca, siempre con ese vicio de explicar cosas complicadas para resolverlas de un plumazo. Y sin embargo, suele hacer méritos suficientes como para que no lo odiemos.
Esta tercera entrega de la saga iniciada en 2007 por el trinomio compuesto por la juguetería Hasbro, el pochoclero director Michael Bay y el productor ejecutivo Steven Spielberg, parece alcanzar el límite de lo tolerable. Extensísima por donde se la mire (son eternos 154 minutos) y con menos coherencia que sus predecesoras, lo que ya es decir bastante, sólo el prólogo parece tener algún valor narrativo. El resto es pura fórmula marketinera. Frases aleccionadoras pretendidamente solemnes, alguna que otra sutil alegoría a la política bélica norteamericana y un desenlace que se hace rogar por más de cuarenta minutos. Transformers 3 es mucho, mucho (demasiado) ruido y poco cine.
Transformers: El Lado Oscuro de la Luna es una deliciosa película mala. Uno se ríe con los pasos de comedia. Uno se ríe con las escenas dramáticas, ya que son horribles. Y uno se ríe con los efectos especiales, que son descomunalmente exagerados. La historia tiene huecos enormes, el villano (del lado de los humanos) no sirve, y hay perfomances que a uno le hace apretar los dientes. Pero todo es tan descerebrado que uno termina por aplaudir de pie. Si 2012 representó el pináculo de la carrera del auteur Roland Emmerich (otro especialista en excesos), Transformers: El Lado Oscuro de la Luna debería ser el opus máximo de Michael Bay. Todo el mal cine que han desarrollado durante estos años ha sido pulido de tal forma que ha encontrado su estado de gracia, en el cual tanto los errores como los aciertos resultan festejables a rabiar. En primer lugar hay que admitir que Michael Bay ha mejorado mucho su estilo. Ha aprendido de Zack Snyder y ha ralentizado la acción, de manera que se puede seguir sin que a uno le agarre un ACV. De todos modos el tipo es una especie de masturbador crónico con los efectos especiales y, cuando inicia una secuencia, dura 15 minutos como mínimo. Pero al menos aquí rebosa de inspiración y la coreografía de la destrucción termina siendo deliciosa. La última hora de Transformers: El Lado Oscuro de la Luna es delirantemente épica, con ciudades arrasadas, rascacielos partidos a la mitad, y centenares de criaturas robóticas marchando por cielo y tierra como si fueran una legión de destructores de mundos. Oh, sí, a la hora de los efectos especiales el filme es un orgasmo y es el sueño de cualquiera que quiera probar al límite el televisor alta definición de 50 pulgadas que se acaba de comprar. En cuanto a la historia, debo admitir que arranca muy bien. Siguiendo la moda creada por Watchmen (y seguida por X-Men: Primera Generación y Liga de la Justicia: la Frontera Final), acá enlazamos a los personajes de comic con la historia reciente de la humanidad. Los Estados Unidos no fueron a la Luna a recoger roquitas sino a revisar los restos de una gigantesca nave espacial estrellada a principios de los 60. Esa nave contenía un generador de portales dimensionales, del cual se encontraron algunos pedazos. El resto del generador lo tienen los villanos de la historia, la raza Decepticon, quienes planean dar un golpe para recuperarlos. Mientras que esa parte está muy bien, lo que sigue está insertado con calzador, y es la trama vinculada al protagonista humano que encarna Shia LaBeouf. Acá nuestro héroe está en la mala, sin trabajo y siendo verdugueado por sus padres sobreprotectores. Su antigua novia lo ha abandonado, pero ha caido en brazos de otra belleza - Rosie Huntingdon-Whiteley, quien reemplaza a Megan Fox, y que tiene las dotes actorales de un ladrillo -. La chica tiene conexiones, así que le consigue trabajo en una de las tantas empresas que tiene su multimillonario jefe, encarnado por Patrick Dempsey. Lo que sigue es una larga serie de pasos de comedia - algunos efectivos, otros horrendos - que sirven para matar el tiempo mientras el guión intenta encontrar cómo hacer que el personaje de Shia LaBeouf se vuelva útil para la historia y llegue como un héroe hacia el final. Debo admitir que me reí mucho con Transformers: El Lado Oscuro de la Luna y, en el 50% de los casos, me reí en secuencias que se suponían que era serias o dramáticas. Yo no diría que eso es un efecto indeseado; después de todo, la única manera de que funcione como entretenimiento un filme que va a mostrar cientos de edificios colapsados y miles de muertos en las calles es que no se tome en serio a sí mismo (tal cual como ocurria con 2012). Imaginen exhibir esta película frente a una audiencia que aún permanece sensible por el atentado del 11/9/2001. Ciertamente hay aciertos y hay errores. Entre los aciertos figura la decisión de Bay de mostrar muertos en pantalla. Acá mueren humanos y mueren robots, lo que lo aleja mucho del espectáculo infantil que le dió origen (y que suele ser el defecto de la fórmula: esos shows en donde los villanos siempre son vencidos pero nunca matan a nadie). Por su parte, los efectos especiales son formidables, y la escalada de destrucción masiva es excepcional (hay una escena cerca del final, en donde LaBeouf y sus amigos quedan atrapados en un rascacielos que está a punto de partirse a la mitad... que hay que verla para creerla). Imaginen Batalla Los Angeles, pero con sobredosis de testosterona. Pero en el apartado de los errores, los mismos se acumulan como una montaña. La Beouf tiene su cuota de escenas fabulosas y otras en las que parece estar en coma. Patrick Dempsey es terriblemente insulso como villano. La perfomance de John Malkovich es, como mínimo, bizarra. Las alianzas y traiciones de turno resultan demasiado rebuscadas y poco creíbles (el diálogo final entre la novia de LaBeouf y Megatron es totalmente absurdo). Y 2 horas y media es demasiado tiempo para desarrollar toda esta bonita pavada (por lo menos le sobran 45 minutos). Con toda su caterba de errores y aciertos Transformers: El Lado Oscuro de la Luna es recomendable. Si a usted le gustaron las entregas anteriores y 2012, entonces le encantará esta película. Y si a usted no le gustó ninguna de ellas, ... váyase al videoclub y alquile la última de Woody Allen.
Domo arigato, mr. roboto La nostalgia de los ochenta, una vez más me llevó al cine a ver a Optimus Primer Bumble Bee y compañía en la pantalla grande. En esta tercera entrega, Michael Bay nos brinda una nueva historia que realmente atrapa desde el inicio mezclando datos históricos con sucesos de la película logrando un excelente gancho con la audiencia. Si esto no te basta, se guarda en la manga una verdadera batalla épica entre los Autobots y sus archienemigos los Decepticons que te deja sin aliento. Las actuaciones de la película como en sus otras entregas realmente están en segundo plano ante el despliegue visual de efectos. En esta oportunidad Shia LaBeouf sigue al frente de la franquicia pero con coequiper diferente. Megan Fox, con aires de grandeza pedía más plata y la reemplazaron por otra. La sustituta es Rosie Huntington-Whiteley, una modelo rubiecita que muchos conocerán por ser la presentadora de los MTV Movie Awards 2011 o del mundo de la moda. Pero lo más importante, es que esta chica está de novia con el pelado más peligroso del cine de acción: Jason Statham. Volviendo al tema performance como dije, no son buenas pero quedan totalmente rezagadas por la trama y los efectos visuales. Al para destacar negativamente, tiene que ver con la personalidad de Optimus Prime, sus decisiones y reacciones, las cuales no se sintieron acordes al personaje (por ejemplo en el efrentamiento final con el Sentinel y Megatron). Nota aparte merecen los efectos visuales. Muchos se quejaron por la poca claridad en las batallas entre Autobots y Decepticons. En esta entrega logran establecen una diferencia visual entre ambos y despejar un poco más el panorama en las secuencias de acción. La imágenes de batalla son realmente épicas, desde hacer pelota la ciudad hasta tirar un edificio completo mientras soldados saltan al vacio para lograr un contraataque al enemigo, realmente impresionante. A todo esto sumemos el impecable 3D, que logra muy buena impresión y demuestra nuevamente la diferencia de “FILMAR EN 3D vs FILMAR EN 2D y CONVERTIR A 3D”. La película es pochoclo puro en potencia, la recomiendo para para ir a pasarla bien y sentir que la entrada valió la pena. Bay no descepciona, pero podría haber sido mucho mejor. Es más de los mismo pero, a quién engaño, son los transformers!!!