La perla negra de Nicolás Del Boca El clan Del Boca sigue unido y salta de la televisión al cine con esta película que cuenta con guión de Enrique Torres y que habla del desarraigo de dos argentinos que viven en Estados Unidos. Un buen día es un drama romántico rodado en la ciudad de Los Angeles y tiene como protagonistas a Aníbal Silveyra y Lucila Solá, como Manuel y Fabiana, dos argentinos que rehicieron sus vidas en el exterior y cuyos caminos se unen por accidente en una cafetería. Habrá que esperar para saber por qué. Con este planteo, la película está alimentada por una verborragia constante (¡que bien vendría un silencio!) y construye situaciones poco creíbles que parecen salidas de la peor telenovela de la pantalla chica. Claro que los responsables máximos son el guionista y el realizador, pero tampoco ayudan los actores. Silveyra (recordado por la versión teatral de El beso de la mujer araña), cuyo personaje es un autor, no encuentra el registro adecuado ni para el drama ni para la comedia, brindándole tics al mejor estilo Francella. Por su parte, Lucila Solá (la argentina que se convirtió en mujer de Al Pacino), se muestra sin la menor convicción para el protagónico que tiene a su cargo. Mientras tanto, la historia juega con las corridas; los encuentros en un muelle; los recuerdos de un accidente (salpicado con un flashback por si no se entiende); las reiteraciones insoportables de palabras; caminatas en la playa y una historia de amor que tarda en concretarse y que incluye un tono dramático con "toque fantástico". Andrea Del Boca presta su voz al papel de la madre de la protagonista y aparece en los últimos cinco minutos de película, con peluca, para simular más edad. Ella convence más que el resto y tiene experiencia en el tema. Sin dudas, después de haber visto el film, uno descubre que los nubarrones se han adueñado de la pantalla grande. Y no hay salvación posible.
Una mal día (para ver esta película) No habían transcurrido más de cinco minutos del inicio de Un Buen Día (2010) y ya nuestras mentes presagiaban que podíamos estar frente a un caos cinematográfico. La esperanza de que sólo haya sido un presagio y todo se resignificara al transcurrir el tiempo se diluía a medida que los minutos pasaban y nada de lo que veíamos se podía justificar desde ningún punto de vista. Aunque nos duela el alma no se puede omitir decir que estamos frente a la peor película argentina del año. Manuel (Aníbal Silveyra) está radicado en los EE.UU desde la crisis económica que azotó la Argentina en el año 2000, su sueño es terminar el guión que está escribiendo para poder convertirlo en una película, mientras tanto trabaja de pintor. Fabiana (Lucila Solá) es una chica argentina que estudia, o mejor dicho estudiaba abogacía allá. Ambos son argentinos, ambos viven en EE.UU y a ambos los une el azar en una cafetería. A partir de ese momento transcurrirá casi en tiempo real una historia telenovelesca con una vuelta de tuerca que remite al cine fantástico. El film que escribió Enrique Torres –reconocido autor de teleteatros- y que dirigió el octogenario Nicolás Del Boca es, como decirlo sin resultar agresivo, una especie de pantomima cinematográfica que para colmo de males peca de pretensioso. En principio carece de dirección actoral, sino es casi imposible entender por qué los actores recitan el texto como si este hubiera sido escrito en prosa. Siempre el mismo tono, siempre la sobreactuación, nunca un matiz, nunca nada. Actuaciones que no dicen nada frente a diálogos banales en donde predominan las frases más estereotipadas y cursis del cine argentino. Claramente el film remite –y es casi una obviedad- al díptico de Richard Linklater Antes del Amanecer/Antes del Atardecer (Before Sunrise, 1995/Before Sunset, 2004) Sólo dos personajes caminando por la ciudad filmados en tiempo real y con una cámara -en este caso se usaron dos- que los va siguiendo. La diferencia radica que Linklater sabía cómo crear climas, armar situaciones de tensión y generar intriga. En Un Buen Día todo es tan inverosímil que se termina cayendo en el ridículo. Es imposible rescatar un momento sin que cause risa y vergüenza ajena. Las aspiraciones pretensiosas con las que el film se nutre, sobre todo en la vuelta de tuerca final, no hace más que confirmar la teoría de que estamos frente a la peor película argentina del año y tal vez una de las diez peores de la historia del cine argentino. Aunque esto duela es así.
Culebrón metafísico Un hombre y una mujer, atormentados por sus pasados, se cruzan en los Estados Unidos. Por su estructura, sólo por su mera estructura, podríamos llegar a vincular a Un buen día con películas como Antes del amanecer , de Richard Linklater. Veamos: un hombre y una mujer que se encuentran por azar, lejos de sus lugares de origen, y que, a lo largo de una morosa caminata catártica, van tomando distancia de sus cotidianeidades y creando una intimidad tan intensa como fugaz. Una intimidad que tal vez sólo es posible en esos encuentros mágicos, casuales, ajenos a las erosiones de la rutina. Y que dejan la marca indeleble de lo efímero, la que jamás se erosiona por el paso del tiempo. Esta es la única comparación posible entre Un buen día , que luego va derivando hacia la fantasía metafísica, y un filme logrado. Porque, más allá de algunos aciertos en los rubros técnicos, la película de Nicolás del Boca, con guión de Enrique Torres, es fallida. Sus diálogos “sobreescritos”, casi impostados, suenan ampulosos y antiguos, cercanos a una sucesión de aforismos. La música, incesante, funciona como un subrayado dramático meloso, innecesario, que termina por ser molesto. Las puestas son muy pobres, sobre todo en flashbacks que remiten a situaciones trágicas. Y, para colmo, abundan los golpes bajos o, por lo menos, las situaciones lacrimógenas, típicas de culebrones. Manuel (Aníbal Ferreyra) y Fabiana (Lucila Solá, novia de Al Pacino en la vida real) se cruzan en Long Beach, California. El (una suerte de seductor a lo Cacho Castaña) es un actor fracasado, que intenta escribir el guión de una película; ella, una estudiante de Derecho (mucho más bella y joven que él), distanciada de su padre y muy perturbada. Ambos cargan con dramas personales que irán surgiendo, de modo abrupto, poco verosímil, en medio de la gran caminata juntos a orillas del mar. Un buen... recorre los problemas del “ser” argentino, sobre todo del ser argentino en el exterior. No faltan la crisis de 2001 ni las escenas de tango. Durante casi todo el filme, Andrea del Boca (madre de Fabiana) es una voz preocupada en el contestador de su hija. Sobre el final aparecerá, en una secuencia breve pero reveladora, a pura lágrima mejilla abajo. El sello de su padre legendario, creador de ciclos televisivos como Andrea Celeste , Antonella , Celeste, siempre celeste o Perla negra , entre otros
Película errática basada en altisonantes diálogos Fabiana y Manuel son dos argentinos que emigraron a los Estados Unidos. Ella tratará de escapar de un amor ya imposible, mientras que él intentará olvidar la muerte de su esposa y de su hijo. Cada cual por su lado transitan las espaciosas avenidas de Long Beach y el destino hace que se encuentren en una cafetería, donde hablan de sus angustias, sus temores y sus pequeñas alegrías. Pintor de paredes y guionista cinematográfico en ciernes, Manuel intentará un casi tímido acercamiento con Fabiana, mientras que ella ve en ese hombre a alguien con el que puede mantener diálogos de los que se desprenden el desarraigo y la nostalgia. El guionista Enrique Torres intentó retratar a ese par de seres con pinceladas cálidas y emotivas, pero muy pronto la historia se convierte en tediosa, ya que todos y cada uno de los problemas de los protagonistas recaen en frondosos diálogos. El guionista se limitó a hacer del film un largo e inacabable cúmulo de palabras y paseos. Al no haber otros personajes que apoyen a esos dos únicos protagonistas, el film se transforma en un retrato que va decayendo hasta un final melodramático e insólito en el que aparece, como surgiendo de un fantasmal sueño, la imagen de Andrea Del Boca, cuya presencia se limita a los últimos cinco minutos de la narración. La pareja protagónica, papeles a cargo de Lucila Solá y de Aníbal Silveyra, poco pudo hacer para elevar una trama tan cargada de frases altisonantes. La dirección de Nicolás Del Boca se limitó a mostrar, desde los ángulos más reiterativos, a esos seres que, sin duda, pedían un guión con más fuerza dramática que sus responsables no pudieron (o no supieron) transmitir con la necesaria profundidad.
¿Qué hicimos para merecer esto? Resulta un verdadero desafío para unos pocos atravesar los 95 minutos de Un buen día sin indignarse, violentarse, avergonzarse y en el menor de los casos reírse. Cuando un compendio de frases cursis que atrasan 45 años -por lo menos- viene acompañado de pretenciosas reflexiones sobre temas serios como la vida, la muerte, el tiempo, la fugacidad y el amor, la falta de respeto al espectador y a la metafísica abre el interrogante que obliga a redefinir conceptos tales como mediocridad, chatura intelectual y sensibilidad. Decir que la película de Nicolás Del Boca es mala o mediocre no sería justo para filmes malos y mediocres que por lo menos no le toman el pelo a la gente y se contentan con cumplir con la mínima cuota de entretenimiento. Tampoco apelar al salvoconducto de film televisivo alcanzaría para justificar lo injustificable dado que por fortuna la calidad de las telenovelas argentinas y las series es 10 veces superior a cualquier plano o escena de este mamarracho sobreactuado hasta decir basta por Aníbal Silveyra y Lucila Solá, que lamentablemente se apoya en la misma estructura narrativa empleada por Richard Linklater en su díptico Antes del amanecer y Antes del atardecer, dos obras maestras que humildemente recomiendo a Nicolás Del Boca y equipo alquilar un buen día de estos para aprender algo de cine y de diálogos (eso va para Enrique Torres) que no suenen a aforismo de sobrecito de azúcar. Parafraseando el dicho popular: la culpa no es de los actores sino de quienes los dirigen haciendo extensivo claro está el sayo a quien escribe esas ridículas frases que buscan un tono emotivo o guiño afectivo con el público sin olvidar por supuesto todos los lugares comunes sobre el ser argentino y la catarata de rasgos que lo hacen único e irrepetible -por no mencionar ese ridiculo viraje fantástico injustificable y arbitrario por demás- ese dejo de melancolía tanguera berreta y poco creíble hoy en el 2010. En lugar de contar la historia, si es que puede concederse que detrás de Un buen día había una historia que valga la pena contar, sobra con aclarar al lector y futuro espectador que cuando una película con aires de superioridad como esta trasluce en cada frase altisonante de sus personajes la idea de ‘ya sé lo que me vas a decir’ el resultado está a la vista y no hay nada que pueda redimirla o valorarla porque no sólo enfatiza sus limitaciones narrativas de antemano sino que prejuzga al que está del otro lado con un arrogante sentido didactista que lleva a preguntarse ¿qué hicimos para merecer esto?.
La aguja en el pajar Parece que una parte de la crítica porteña despedazó a esta película argentina y le cayó con los tapones de punta a la protagonista, la actriz Lucila Solá o Polak (figura con ambos apellidos en distintos lugares), quien llegó a defenderla a Buenos Aires como gato panza arriba, sabiendo que ser la actual pareja de Al Pacino iba a jugarle en contra en la “cancha chica” y a favor en la “cancha grande”. De hecho, un sector de la prensa la sentenció a ella como actriz y también a la película, pero su popularidad en Internet por ejemplo creció de manera antagónica. El truco es más viejo que Hollywood. Un buen día , o sea la película en concreto tal vez no se merezca la consagración, pero tampoco un juicio lapidario como los que mayormente obtuvo. Su estilo es bastante parecido al de unos largometrajes que llegaron a la Argentina como “cine independiente norteamericano” y recibieron un trato bastante preferencial. Se titularon Antes del amanecer y Antes del atardecer (los protagonizaron Ethan Hawke y Julie Delpy), su director se llamó Richard Linklater y la propuesta fue bastante parecida: un hombre y una mujer más bien jóvenes, cultos, tal vez de clase media, se conocen accidentalmente en la calle y entablan una relación que bordea el romance, y es un diálogo íntimo donde se ventilan variedad de temas humanos, mientras se ejecuta un largo y solitario paseo por distintos ambientes de una ciudad. Para muchos espectadores un argumento semejante resulta la quintaesencia de lo “anticinematográfico”, que desde cierta perspectiva tiene que ver con el movimiento, lo físico, lo visual, en primer término, y con la palabra como accesorio solamente. Pero esa es sólo una manera de ver las cosas, y los que gustan del protagonismo de la palabra y el diálogo, también están en su derecho. De hecho, Un buen día está sustentada, por ejemplo, por muy buenos diálogos, lo cual suma para aceptarla como un producto competente (que no es lo mismo que competitivo) dentro de la cartelera. No confiar ciegamente en lo que dijeron es la consigna para aquellos que se animen a ver una película diferente, muy dialogada, dura por momentos, pero digna.
Unas tetas enormes. Algo raro: Nicolás Del Boca podría ganarles a todos. Consigue financiación como sea. Filma barato, en locaciones, usa no actores. Lo suyo es la urgencia de la vida, lo cotidiano que se vuelve poético a fuerza de mirar con insistencia: las pequeñas historias desbordadas por la dolorosa humanidad que constituye su alimento básico. El hombre es un campeón, un genio del mal. El peor director del mundo, si quisiera. Pero filma poco, el tipo. Al punto de que su nombre casi no suena. En verdad, toda su vida se la dedicó a la televisión, haciendo los éxitos de su hija Andrea, y éste es su debut cinematográfico. Para qué, si así estábamos bien. Filmada en Long Beach, California, Estados Unidos, Un buen día es una película de cámara pero realizada a cielo abierto: los protagonistas excluyentes son dos argentinos varados fuera de su país. El rebusque es la condición ineludible del argentino, dice la película, que no se ahorra lugar común sin recorrer. El varón y la mujer se conocen de casualidad, por ahí. Ella trabaja de mesera, pero su verdadera ocupación es la de abandonar carreras de modo sistemático. Además tiene una crisis terrible, un asunto disparatado que el guión se reserva para más adelante. Hay que esperar. Él pinta casas y está escribiendo una película. También, no tarda mucho en saberse que tiene una tragedia en su haber. Son dos a quererse, seres que deambulan por el Bulevar De Los Sueños Rotos: Un buen día es costumbrismo con detalles sórdidos. Para eso te quedabas en la tele. Desde el minuto uno la chica le pregunta al tipo si no la estará chamuyando para acostarse con ella. Más televisión, pero de una comedia con adolescentes, no como este par que ya está para ponerse en la fila de desocupados a ver si sale algo. El hombre le dice que no, que en realidad lo que quisiera hacer con ella es otra cosa, y ahí va esa delicia de frase que tan bien recuerdan los que vieron el trailer de la película, inmejorable compendio de la torpeza y de la cursilería de Un buen día, que son prácticamente infinitas. Como si fuera un Antes del atardecer destrozado por una devaluación salvaje, los protagonistas hacen sus piruetas y dicen sus partes de diálogo en un símil de “tiempo real”, mientras se dejan ver porciones de playa bastante feúchas, y cada tanto se sientan a alguna mesita para tomarse una colación durante lo cual se oye (todo pero todo el tiempo, se oye, y fuerte) una música que acompaña. Lástima que los actores son muy malos y tienen la peor marcación disponible en nuestro querido planeta Tierra. Y que la película exhibe a cada paso errores de continuidad, de planificación, de guión. Hay uno muy divertido que no se sabe si es de guión o de casting: ella dice que nunca podría triunfar en el negocio del cine porque para eso hacen falta tetas grandes. ¡Y resulta que la actriz tiene unas tetas enormes! Loco, si eligieron a esa chica –porque no había otra, porque les pareció que estaba buena, whatever– cambien la línea, es lo mínimo. Pero no, se ve que es mucho pedir eso. Un buen día nos deja una lección, acaso sin querer, a lo Ed Wood: lo único que importa es la voluntad que le pongo, lo que yo creo de mí mismo, esa realidad que invento en mi cabeza y que no tengo por qué compartir. Un buen día atrasa muchísimos años, como ciento cincuenta años. Es una película que a su mala factura le suma, casi por necesidad, una moral arcaica para que le haga compañía. Las disertaciones de los personajes sobre el sexo, por ejemplo, podrían integrar una antología del prejuicio y del sentimentalismo. Se trata en verdad de un cine prehistórico, de antes de que se inventara el cine, una cosa casi imposible de describir con palabras. Si estamos con buena predisposición de ánimo, no nos queda otra que la risa –que igual siempre viene bien– a modo de efímera compensación.
Un clarísimo ejemplo de desperdicios varios. “Un buen día” es un clarísimo ejemplo de desperdicios varios. El más doloroso es el de tiempo, de quienes realizaron la película y de quienes se sienten a verla. Le sigue el de recursos y continúa el de esfuerzos (intelectuales y materiales). Manuel y Fabiana son dos emigrados argentinos que cruzan sus vidas en Long Beach, California, Estados Unidos. Interesados uno en el otro, despliegan sus plumas para seducirse no sin algunos cortocircuitos. Así la historia se resume a un flirteo de connotaciones adolescentes plagado de lugares comunes, personajes, voces y mitos de la cultura argentina impuestos a un guión anodino, esperable y falto de creatividad. Pero falta lo peor: las pésimas actuaciones de los protagonistas, un problema insalvable cuando no existe un reparto que los secunde. Así a Silveyra le sobran poesías de escuela y a Solá no le alcanza con ser la novia de un gran actor como Al Pacino.
Leyenda urbana Mucho anduvo circulando la leyenda sobre el peor trailer de la historia. Empezó como un chiste, con un grupito de personas reunidas alrededor de un Iphone para ver lo que parecía una fea parodia de cómo hacer un mal avance de cine. Después, de a poco, el rumor fue creciendo. Del celular pasó a las redes sociales, y en cuestión de días todo el mundo había visto u oído acerca del tráiler de Un buen día. Pero gracias a la magia del cine y de su distribución, la leyenda dio paso a la cruel realidad. Un buen día se estrenó el jueves pasado, y aunque sólo unos pocos valientes fuimos testigos de su exhibición, salimos vivos para poder contarlo. Es que por más que después de semejantes diálogos en el avance uno estuviera preparado para lo peor, la película supera ampliamente todas las expectativas. Porque muchas cosas se le pueden decir en su contra (malas actuaciones, desfasaje en los tonos, mal timing, solemnidad, etc.), pero no que no sea ambiciosa. Presentada como una especie de Antes del atardecer de Linklater (si es que podemos imaginar a Julie Delpy como una border que corre todo el tiempo enojada y a Ethan Hawke como un gordito siempre listo para mostrar los calzoncillos), Un buen día parece querer contar la jornada en que una chica un poco inestable emocionalmente y un tipo que canta canciones de Gaby, Fofó y Miliky como arma de seducción, se conocen y se enamoran de la forma más arbitraria del mundo. Hasta ahí, se trata simplemente de una película mala, más o menos la que todos los que vimos el famoso trailer podíamos haber imaginado. Pero como dije antes, Un buen día es una película ambiciosa. El director Nicolás Del Boca, con un sorpresivo cambio de tono, y luego de haber exprimido el mismo diálogo victoriano sobre las diferencias entre tener sexo y hacer el amor durante más de una hora, se juega con una vuelta de tuerca que sorprende hasta al más curtido. Nuestra heroína, que sabemos viuda –aunque no se aclaran bien las circunstancias de la muerte de su marido-, luego de dar muchas vueltas sobre el asunto le sugiere al pobre infeliz que la siguió por toda la costa californiana acostarse con él. Bah, mejor dicho le sugiere “hacer el amor”, porque como ella se encarga de aclararle, la diferencia está en si usás o no preservativo, y ella, claro está, no quiere usar. Cuando están a punto de llevar a cabo el acto, ella empieza a decirle a los gritos (igual a esta altura uno ya se acostumbró a los gritos de Lucila Solá) que se vaya, que raje, porque ella es una mala persona. El tipo, que no entiende nada, pregunta qué le pasa y es ahí donde ella se despacha con un diálogo que bien podría haber salido de un sketch de 1990 en donde se parodiara una película como Philadelphia. Ella tiene Sida, y como el marido se lo contagió por acostarse con putas (sic) ella quería hacerle lo mismo a otra persona, sólo que no puede. Faltando menos de veinte minutos para el final de la película, ésta es la primera de otras tres vueltas de tuerca, una más disparatada que la otra, que hacen derivar la película hacia el peor de los melodramas. Ella, disfrazada de Marilyn, le dice que después de haber tenido un buen día (sí, lo dicen tantas veces) lo mejor sería suicidarse como la rubia trágica. Incluso, hay lugar para lo fantástico con una revelación final a cargo de Andrea del Boca, al mejor estilo Sexto sentido (sí, ella estaba muerta, era un fantasma suicida que volvió para morir feliz). Al final parece que Nicolás Del Boca es un director cinéfilo y pop, que no se conforma con aludir a Linklater sino que también suma un poquito de Douglas sirk y hasta de Lost. Un genio no reconocido, o cómo diría mi amigo David, nada más y nada menos que un genio del mal.
Nicolás del Boca, padre de Andrea del Boca. es el director, Enrique Torres, el cuñado de Andrea, el guionista, Annabella del Boca, hermana de Andrea y mujer de Enrique Torres, la productora y Andrea es la voz del teléfono que casi finalizando la historia se atreve a dar la cara. Podemos decir que “Un buen día” es una producción hecha en familia y punto. Diálogos inverosímiles, edulcorados y hasta kitch son los que se escuchan en boca de Fabiana (Lucia Solá, cuyo mérito es ser la novia de Al Pacino), y Manuel (Aníbal Silveyra, quien en la Argentina se lo recuerda por haber hecho “El beso de la mujer araña” Fabiana y Manuel son dos argentinos emigraron a Estados Unidos por motivos muy distintos. Ambos lograron rehacer sus vidas en la ciudad de Long Beach, California, sin embargo cuando se cruzan por accidente en una cafetería su origen argentino hace que entablen una relación que crece a medida que transcurre el día. Analizando la hora y media de de narración se puede decir que es un gran intento fallido de nuestro cine nacional. De cine no hay nada y lo que hace Nicolás del Boca es seguir con la cámara a esta pareja por hermosas calles y parajes. La catarata de palabras y diálogos que no tienen gracia, y hasta ciertas declamaciones de radioteatro de la década del 40, hacen que “Un buen día” pase al olvido.
Mal cine como deporte extremo Hay películas malas por doquier: películas malas adocenadas; películas malas muertas, hechas burocráticamente; películas malas con altos ímpetus artísticos; películas malas irrelevantes; películas malas importantes como El origen, de las que ayudan a definir una época (las “malas películas clave” de las que hablaba Pauline Kael); películas malas que mejor dejar pasar... y películas malas extraordinarias, únicas, singulares. Un buen día pertenece a esta última categoría, y es todo un desafío. “Mina” argentina conoce “tipo” argentino en Long Beach, California, Estados Unidos. Andan por ahí, caminan mucho, charlan mucho, finalmente se encaman. Hay más para contar sobre el argumento con obvios ecos de las Antes de... de Linklater, pero ¿quién puede prestarle atención al rumor del mar cuando te tiran petardos en el oído? Porque Un buen día no es de esas películas malas que transcurren sin sacudirnos. Demencialmente mala, Un buen día está llena de detalles, o más bien groseros componentes, imposibles de parodiar: difícilmente se pueda ir más lejos en ciertos aspectos. Lucila Solá, la protagonista, es, al menos en esta película, una actriz imposible. Bonita de forma convencionalmente aceptada, a pesar de ello carece de fotogenia. Es decir, la cámara no la embellece y su mirada no tiene los destellos, la fuerza, la vivacidad y la expresividad que el cine busca (o, tal vez, la dirección de la película no haya sabido encontrar esa mirada). Igualmente, un gran director en un muy buen día tal vez pueda encontrar la manera de filmar a esta chica, pero solamente un hechicero con grandes poderes quizás pueda lograr que diga bien sus parlamentos (el grito repetido de “loser”, o sea lúuuuser, es antológico). A la chica, por otro lado, no la ayudan los diálogos, que son definitivamente lujosos, ricos en innumerables taras; son diálogos de tanto exceso, de tanto derroche... Ahora, ¿en qué exceden?, ¿qué derrochan? Acá hay ciertamente inventiva, una inventiva pocas veces vista. El “tipo”, llamado Manuel (Aníbal Silveyra) intenta averiguar el nombre de la “mina”, diciéndole “¿Señorita...?”. Los puntos suspensivos y la entonación indican efectivamente que le está preguntando su nombre, a lo que ella responde, furibunda: “¿me estás preguntando si soy virgen?” (¡!). Lucila Solá es la novia de Al Pacino, uno de esos datos que no me parecen relevantes a la hora de encarar una crítica, pero en Un buen día, tal vez como “guiño” al espectador conocedor de esa información, se menciona a Pacino y hasta se lo hace dentro de lo que en el intenso y alienígena universo de esta película puede considerarse un chiste. Lo que no se sabe bien si es un chiste es que la “mina” (su personaje se llama Fabiana) haga referencia unas cuantas veces a que tiene tetas muy chicas. La película es bastante alucinante en sentido literal (uno bien puede sentir que está alucinando al verla y escucharla, al entrar en el mood repetitivo de unos diálogos inanes sobre canciones infantiles, o sobre un concurso de disfraces, o sobre la parte más estúpida de “la argentinidad en el extranjero”) pero lo que se ve es que ella NO TIENE TETAS CHICAS (más bien son de la variante “grandes”, más aún si consideramos la delgadez de la chica), y además están realzadas por la ajustada remera azul que utiliza. Un buen día es en algún sentido perverso una experiencia recomendable, un deporte extremo, una degustación de comida riesgosa (se estrenó en noviembre y por lo menos hasta hoy, 5 de enero, tenía sólo dos funciones en el Gaumont, INCAA Km 0). Pero si no van a ver la película para comprobar el tema mamario de la protagonista, simplemente busquen sus fotos por Internet. ¿Será todo un chiste? Es decir, ¿será una película hecha mal a propósito? No podemos saberlo, pero vemos al protagonista al final –con una camisa digna del Sandro de los setenta– descular el misterio de las varias vueltas de tuerca XXL frente a Andrea del Boca (que nació en el mundo real en 1965), que hace de madre de Fabiana (que nació en el mundo de la película en 1970). Pero meros detalles como estos son apenas un aderezos entre tantos “orgasmos del alma”, “hacer, hacer, hacer el amor”, músicas ominosas cuando está por irrumpir alguna revelación tenebrosa del pasado, planos con decenas de variantes para definir lo chapucero, parpadeos de estilo sub-sub-Suar, “olores del dolor”, un plano antológico de “pastillas para suicidarse”, un cuadro de Marilyn narigona, un protagonista que sale a correr con la camiseta de la AFA filmado como si esa actividad fuera una de sus costumbres diarias pero con un físico que indica que esa es la primera o a lo sumo segunda vez que sale a correr, y un larguísimo etcétera. Y si nos rebeláramos y reveláramos las revelaciones finales podríamos entrar en interrogantes muy reveladores, que combinarían las máximas atrocidades con las máximas ridiculeces. El trailer de esta película ya lo recomendé hace un tiempo aquí mismo; pero déjenme decirles que ese trailer (que hizo furor en Internet) es sobrio en comparación con la película completa. Si no me creen que a veces es una buena experiencia ver una película extraordinaria y demencialmente mala, quizás esta increíble crítica a favor, que califica a los diálogos de “muy buenos”, los convenza. Éramos tres espectadores en la función del martes 4 de enero a las 14.40 en el Gaumont. Uno de ellos, una señora mayor, elegantemente vestida, al bajar las escaleras me miró con cara de desasosiego y desazón y me dijo “¿qué película rara rara, no?” Noté que no se animaba del todo a dar una opinión más definitiva. Le respondí, con aplomo, “más que rara, es una de las películas más malas de la historia”. Y enseguida la señora entró en confianza y se largó, empezando por las actuaciones “¿por qué son tan espantosas?”. Yo la miré con cara de “hay misterios insondables” y empecé a caminar. Ah, me olvidaba, la película está dirigida por Nicolás del Boca. Pero en los créditos iniciales se lee “una película de Anabella Del Boca y Enrique Torres”, lo que da a entender que esta es una película de la productora ejecutiva y del guionista. Y al final, en un plano antológico de orgullo de guionista, en la tipografía tamaño un millón de una notebook, vemos que el nombre del protagonista (que se nos dice que “está escribiendo un guión para una película”) muta en Enrique Torres, que se adueña así de Un buen día. Y sí, está muy bien que el que escribió estos diálogos se haga cargo.
La dupla Enrique Torres (guión) y Nicolás Del Boca (director) remontan su vínculo de exitosos creadores de telenovelas y arriban a este paso cinematográfico, entusiasta pero fallido. Con alguna pretendida reminiscencia de Antes del amanecer de Richard Linklater, Un buen día presenta un amor incipiente y providencial de dos argentinos en un contexto luminoso y lejano (California), con un claro aliento melodramático y algún toque de comedia. Pero esto se desbarranca producto de diálogos pretenciosos, situaciones mal resueltas y una trama general difícil de sostener con sólo dos personajes. La bella –aunque innecesariamente retocada- Lucila Solá pasea durante toda la proyección su estilizada figura pero también su prefabricada expresividad y escasa convicción dramática. Vinculada sentimentalmente con Al Pacino, la protagonista no logra dar el tono adecuado, más aún cuando la trama entra de lleno en un doloroso drama personal. El más experimentado y talentoso Aníbal Silveyra tampoco puede evitar cierta afectación, inevitable ante algunos diálogos y situaciones con las que debe lidiar, pero alrededor de su personaje se sostiene levemente la estructura dramática del film. En el final, que propone una confusa y hasta caprichosa vuelta de tuerca de tono fantástico o espiritual, la presencia de Andrea Del Boca otorga un toque de solidez actoral.
La estática y convencional dirección de Nicolás del Boca, más adecuada para un culebrón televisivo que para un film, no ayuda a suplir los diálogos ampulosos y difíciles de expresar con naturalidad escritos por Enrique Torres. Con una ausencia total de dirección de actores, un desenlace esotérico, una flojísima interpretación de Lucila Solá e incontrolables arrebatos de cólera/tristeza/alegría por parte de Silveyra, “Un buen día” es un producto menor, pobre, extraño y que debe esconder algún interés secundario que nosotros desconocemos.