Clarosucuro gitano En Un día gris, un día azul, igual al mar (2013), Luciana y Melina Terribili realizan un documental cuyo principal mérito reside en la naturalidad de las protagonistas frente a la cámara y la pericia de las directoras al lograr un registro impecable sobre una historia de amor en un contexto adverso. Carmen vive en un barrio gitano situado en los alrededores de Granada, España, y reparte sus días cuidando a sus padres y asistiendo a una escuela de oficios. En un contexto económico que no ayuda, Carmen desea mudarse con su novia y alejarse de ese mundo que la tiene prisionera. Melina y Luciana Terribili llevan a cabo un registro íntimo en donde las cámaras pasan desapercibidas y las protagonistas hablan de sus problemas y de los miedos que conlleva una relación entre mujeres en un mundo que no les permitirá ser felices. La desesperación de Carmen y la imposibilidad de equilibrar el plano familiar con el de su noviazgo irá resquebrajando los cimientos de la relación al punto de cuestionar la continuidad de esta. Las directoras logran llevar adelante una narración fluida y dejan reservados los planos cerrados para aquellas escenas en las mujeres planean su futuro o hablan sobre la falta de trabajo en una España golpeada por la crisis. Los planos generales muestran a la protagonista en la ciudad como una más en una sociedad que le da la espalda y sin posibilidades de progresar. La música extradiegética está ausente y sólo se hace presente con los créditos finales. Carmen le pone música al relato con la canción a la que se refiere el título del documental. Un día gris, un día azul, igual al mar es un documental arriesgado que trata sobre la adversidad y el rechazo pero sobre todo acerca de la familia y de la difícil decisión de hacer nuestro propio camino.
El amor es más fuerte Otro buen documental que se estrena en silencio, y van…. Dirigido por las hermanas Melina y Luciana Terribili, Un día gris, un día azul, igual al mar sienta las bases de su relato sobre la relación entre dos chicas de los suburbios de la ciudad española de Granada, ciudad que es casi siempre grisácea, con un ambiente lóbrego soviético generalizado. Allí planean la vida en pareja, más allá de un entorno poco favorable para ambas, ya que no sólo el trabajo escasea (una está en una escuela de oficios) sino que también los padres de una de ellas atraviesan una serie de problemas de salud que requieren de su asistencia. A partir de esa anécdota, las Terribili construyen un documental de observación formalmente puro y duro, pero emocionalmente cercano a sus protagonistas, acompañándolas en todos y cada uno de sus avatares diarios con una cámara siempre respetuosa y a la distancia justa para aprehender la intimidad sin invadirlas. Así, ella se acercará hasta casi pegarse a sus rostros para oírlas -y sentirlas- hablar sobre las expectativas de un futuro cercano en común, al tiempo que no perderá detalles de sus pequeños gestos y expresiones. Riguroso en su forma, emotivo y sincero en su núcleo humanista, Un día gris, un día azul, igual al mar llegará a una cartelera abarrotada de producciones nacionales sin que nadie se dé cuenta. Es una lástima, porque el resultado final ameritaría bastante más atención.
Un pequeño estreno -dos horarios, una sala- para un documental pequeño pero consciente de su forma. Un día gris, un día azul, igual al mar está enmarcado por los mismos planos -el comienzo nos envía a dos años atrás para luego contar un año en la vida de los personajes y luego volver al tiempo inicial, el presente del relato-, tiene claro el andamiaje de motivos visuales y narrativos (los pasillos, las escaleras, la cama, la luz que se apaga) y las situaciones que se repiten como signos de puntuación: la televisión, la comida frente a sus imágenes, la afeitada, la calle como espacio de socialización, las apuestas, etc. Toda esta claridad y esta conciencia están al servicio de la historia de Carmen y Sheila, enamoradas que viven en un barrio gitano de la periferia de Granada (Andalucía, España). Carmen cuida a su padre anciano y a su madre enferma, busca trabajo, y va a una escuela de oficios mientras está desempleada. El amor que se tienen con Sheila es lo que ilumina su vida, pero, a la vez, lo debe mantener oculto frente a su familia y su comunidad. Cuando se centra en Carmen y Sheila, la película de las hermanas Terribili crece en intensidad emotiva y en cercanía con las protagonistas: o bien la cámara se hizo parte de estas vidas hasta desaparecer de su radar o, más probablemente, se hicieron representaciones de situaciones ya vividas (reenactements). Sea como sea, las situaciones son de notoria eficacia y enorme verosimilitud. La relación entre Carmen y Sheila atraviesa alguna crisis, y allí está la cámara, que también registra momentos cotidianos del barrio que no las incluyen directamente, que pausan el relato y -más que airear- desvían el foco. El cuidado expositivo de la película -claridad, conciencia formal, situaciones cercanas y verosímiles- tambalea un poco sobre el final, como si no se llegara de manera fluida al desenlace sino en función del material disponible, que pareciera más limitado en el último segmento, con menor posibilidad de elección de escenas para cerrar este documental en el que los personajes hablan entre sí y nunca con la cámara, y que en sus mejores momentos funciona como una ficción de narrativa tenue.
El origen de la tristeza Documental sobre dos chicas que mantienen una relación a escondidas. Un día gris, un día azul, igual al mar recupera lo que perdimos o lo que estamos perdiendo: confianza y delicadeza. Confianza en la inteligencia del espectador: algo poco común, en tiempos massmediáticos . Delicadeza para abordar temas vaciados, en cine, por la repetición de cierta retórica progre. El documental de Luciana y Melina Terribili habla de la asfixia -y del prejuicio- dentro de una familia, de una sociedad, de un sistema. En realidad, no “habla”: muestra. A través de detalles, sin énfasis y sin manipulación, sin paternalismo, con una belleza nada impostada y pocas palabras. La primera secuencia nos transmite la psicología de los personajes y una atmósfera compartida. Carmen, joven que vive en un barrio gitano de Granada, afeita a su padre, un hombre viejo que parece vacío. Después la veremos junto a su madre, que por alguna enfermedad está encerrada en su cuerpo: ida. La tele con programas de la tarde, Cristo colgado en la pared, demandas de cuidado a Carmen: dichas y no dichas. Aunque sus padres y hermanos no lo saben, Carmen tiene pareja: Sheila. Conviven, muchas veces, en un cuarto de la casa/prisión, a escondidas. Algo así como lo que ocurre en la novela Rabia, de Sergio Bizzio, con una mucama y un obrero que se mantienen juntos en el hogar de una familia rica que ignora la presencia de él, tal vez porque les resulta transparente. Pero la lucha de Un día gris.. . no es (perdón: no es del todo) de clases, sino de género, de íntima liberación, de confrontación -lo más difícil- con el propio miedo y la propia culpa. En una Andalucía poco pintoresca, sin que nadie nos manipule ni nos aleccione, sentimos empatía con Carmen y Sheila, y queremos que, si no pueden ser del todo felices, al menos no sean del todo desdichadas.
Moroso docudrama sobre un amor triste Lo que vemos no es exactamente un documental, sino más bien una especie de docudrama minimalista, de planos largos, detenidos, siguiendo la historia de un amor triste: el de una muchacha que vive en un monobloc con sus padres viejos, con otra que viene a visitarla ocultamente por las noches. Ambas sueñan vivir juntas, lo que resulta difícil ya que la chica debe cuidar de sus padres. Además, no tiene trabajo, ni oficio para conseguirlo. Así la vemos, para colmo desganada, dejando currículums, asistiendo a una clase de cocina, y a otra de lectura para "ni-ni" becados, que es la parte más risueña. El maestro busca que alguien lea más o menos decentemente un poema de Yolanda Castaño ("Si no sé escribir mi nombre", etc.) y termina reclamando a las alumnas que no vuelvan, así "los demás no pagamos nuestros impuestos para que perdais el tiempo". La acción transcurre en el barrio gitano de Almanjáyar, Granada, lo que permite una boutade notable. Ante la estatua de Isabel la Católica (1451-1504) una de las jóvenes dice "es la que mandó a que fusilaran a todos los gitanos", agregando "que eran esclavos". Y la otra, para completarla, pregunta "¿Está muerta, no?". El maestro todavía se debe estar tirando de los pelos. Lo curioso es que, paulatinamente, éstas y demás criaturas que por ahí vemos acaban despertando en el público un sentimiento de piadosa comprensión. Contribuyen a ello la indefensión de la piba, el tempo de la obra, el clima invernal en que mayormente transcurre, los paréntesis de llovizna y tristeza. En algún momento las chicas canturrean un tema de Roberto Ternán y Cuti Carabajal, que da título a la obra: "Igual al mar son para amar tu amor y el mío, un día azul, un día gris, igual al mar". Lo desentonan de manera aflamencada, pero hasta eso se les perdona. A propósito, el mismo Cuti es productor asociado de la obra, y Florián Carabajal le ha hecho la música. Autoras, Melina y Luciana Terribili. Productoras, Gema Juárez y Mayra Bottero.
Un documental interesante, de ritmo moroso pero intenso, que muestra el difícil camino hacia la libertad de una chica de familia de gitanos que debe romper todos los moldes conservadores, sus cárceles reales y mentales para afrontar el amor por otra mujer.
Luciana y Melina Terribilli son las encargadas de retratar la fisonomía de las penas en "Un día gris, un día azul, igual al mar", documental que funciona como disparador de muchas preguntas, en relación a las trabas culturales que impiden que algunas personas vivan sus deseos libremente (cuando no afecten los de los demás) y reflexiona sobre cómo esto afecta la interioridad de quienes ven coartada esa posibilidad. Elige una historia para ficcionar, pero básicamente, accederemos a una reconstrucción de hechos que dan bastante cuenta del problema que presentan. Deciamos entonces que los signos de la naturaleza dibujan con naturalidad el mundo de las emociones que atraviesan a Carmen, protagonista del mismo, quien tiene 21 años y vive en Almanjáyar, un temido suburbio gitano de la ciudad Granada, en España. El devenir de sus acciones cotidianas suceden entre los espacios del propio hogar, prácticamente inaccesible, sellado hacia el afuera, en el cual ella debe cuidar de su padre, un hombre maduro, de una rigidez muy marcada con costumbres arcaicas y ultraconservadoras dentro del marco social al que pertenece. Su madre, cuyo perfil es desdibujado y débil, sólo es una presencia que circunda la casa de un modo espectral, no porque genere miedo, sino por lo intangible de su presencia. Cada mañana estudia en su barrio un curso de asistencia a domicilio para el cuidado de ancianos y enfermos, con el objetivo de lograr la “inserción social” de la comunidad gitana. Aunque la historia transcurre en estas escenas sofocantes, claustrofóbicas, ella logra prenderse de un halo de luz que no es mas que la esperanza del amor que la hace sobrevivir. Cada noche, Carmen espera a Sheila, la mujer de la que está enamorada y con quien comparte secretamente todas sus noches, una mujer que además de contrastar la discreta imagen que sostiene la protagonista durante el día, no pertenece a la comunidad gitana. Ambas viven una relación intensa, desafiante, audaz, sumidas en las sombras de la noche que las ocultan a los ojos de su entorno . Las rejas forjadas con su propia circunstancia en un contexto que ofrece rigidez y quietud, la mantiene cautiva a Carmen aunque no plenamente inmóvil. Sin embargo, el deseo de una vida mejor la sobrepone del naufragio, en medio de la tempestad y gracias a su fuerza para sostenerse, nuestra protagonista emergerá de ese bravo universo que es la vida misma. Valor, esa es la palabra que define su actitud, la de enfrentarse a sus miedos y al de los demás. Fortaleza es la llave que tiene para lograr el quiebre de esa estructura que la contiene, comprimida en un micromundo que no le da el aire que precisa para ser quien ella quiere ser. Las directoras logran un registro prolijo, simple, emotivo y rico para acercarse a esa historia. Dentro de los recursos utilizados, la contemplación y el juego de miradas cumplen un papel fundamental para subrayar algunas ideas que el film transmite, y descubrirán rápidamente. "Un dìa gris, un dia azul, igual al mar" ofrece la posibilidad de dejar dando vueltas en la cabeza la idea de arriesgarse a subir con determinación a la barca de las propias aspiraciones y adentrarse en ese vasto mar, siempre dispuesto a mostrar su ferocidad sin advertencias.
Al mirar este documental de Melina y Luciana Terribili se me vino de inmediato el extraordinario film israelí Einayim Petukhoth/Eye Wide Open que tristemente no pasó por nuestras salas. Las similitudes entre ambos son varias salvo el diferente sexo. Una relación homosexual, una sociedad ortodoxa y opresora, una familia detrás, la situación económica adversa, y el deseo profundo de liberarse y mostrarse como uno es. Sí es distinto el cambio de registro. Aquí se opta por el registro documental, en primera persona, íntimo de Carmen, habitante de Almanjáyar, Granada, España. Que tiene el profundo deseo de irse a vivir con su novia, Sheila, pero queda bien claro que no se puedo, no está permitido, y no pueden permitírselo ellas mismas. Carmen, tiene 21 años y vive para el cuidado de sus ancianos padres conservadores, estudia un curso estatal de acompañante terapéutico para personas mayores; y reniega, reniega de la vida que lleva, de tener que vivir su pasión a ocultas. Las documentalistas arman una historia, dejan la cámara imperceptible y deja que todo fluya como en un argumento de ficción, salvo que esto es real, y escuchamos testimonios. Carmen siente que su familia no lo aceptará, que la sociedad de Almajányar no lo va a aceptar; porque además, Sheila viene de afuera. Ambas tienen un deseo ardiente de convivir como una pareja normal, pero el contexto les es adverso y se les opone como una realidad innegable. Sin necesidad de ningún armado artificioso, despojado de cualquier irrealidad, las Terribeli crearon una historia de amor mucho más potente que varios melodramas de los que se estrenan por semana. No todo es cuestión de rosas, lao que se ve, ese registro intimista al máximo, atento a los gestos y a los detalles del día a día, mostrará también que a veces con el amor sólo no alcanza, y que tantas adversidades pueden hacer mella y hacer aparecer dudas donde no las había. Un día gris, un día azúl, igual al mar es un film delicado que habla del amor de la forma más franca posible, sin ningún tipo de prejuicios.
Una historia de amor a la andaluza El documental de las hermanas Terribili consigue un sensible y profundo retrato humano y social, a partir de la hija menor de una familia de gitanos que, por mandatos ancestrales, queda a cargo de un padre muy mayor y una madre enferma. Semana tras semana, mes a mes, decenas de películas nacionales son lanzadas al circuito de exhibición con escasas posibilidades de ser ya no vistas sino, siquiera, identificadas por el espectador medio. En algunos casos es casi como si salieran al matadero. Es una verdadera injusticia, por ejemplo, que el documental (con pizcas de ficción) argentino-español Un día gris, un día azul, igual al mar, de las hermanas Luciana y Melina Terribili, se estrene en una única sala y en apenas dos funciones diarias. Injusto y triste, porque este film, que ya tuvo circulación por varios festivales de cine, entre ellos el marplatense, parte de un meticuloso trabajo de acercamiento a sus sujetos –esencialmente una chica gitana de la provincia de Granada, España, sus padres ancianos y su novia– y construye un sensible y profundo retrato humano y social. Un día gris... no es original ni pretende serlo y en sus escenas concentradas en la marca de lo cotidiano es posible encontrar rastros del método de Pedro Costa, aunque quienes se acerquen al film en busca de sordidez se irán con las manos completamente vacías. Carmen sólo escapa de su asfixiante vida familiar durante sus encuentros con Sheila, una chica no gitana. Hijas del artista plástico Carlos Terribili, las mellizas Luciana y Melina vienen trabajando en el terreno del documental televisivo desde hace algún tiempo. Y en su primer largometraje, rodado durante dos años en la comunidad autónoma de Andalucía, en un barrio con fuerte presencia gitana en Granada, el Almanjáyar, demuestran tener el suficiente temple para evitar la denuncia y el sensacionalismo, centrándose en cambio en los aspectos más íntimos y personales de la protagonista y su entorno. La joven en cuestión es Carmen, hija menor de una familia de gitanos que, como tal y por mandatos ancestrales, queda a cargo de un padre muy mayor y una madre enferma. Es un mundo asfixiante del cual Carmen sólo escapa temporalmente durante sus encuentros con Sheila, una chica no gitana con quien mantiene una relación sentimental. Si el lesbianismo es un tema tabú dentro de la comunidad gitana, la falta de horizontes laborales no ayuda precisamente a concretar el sueño de las muchachas de mudarse y comenzar juntas una nueva vida. Y Carmen, por más que putee en correctísimo andaluz, ama a sus padres y sabe que no será fácil abandonarlos de un día para el otro. La vida diurna de Carmen, a quienes las realizadoras conocieron a través de un taller de canto en el barrio de Almanjáyar, incluye alimentar y vestir a sus padres, hacer las compras y cocinar y también concurrir a la escuela-taller donde la joven intenta terminar sus estudios inconclusos y, tal vez, aprender algún oficio que le permita acceder a un futuro trabajo. Por las noches, sin que sus padres se enteren, Carmen hace pasar a su cuarto a Sheila y su pequeña cama de una plaza se transforma en confesionario y ámbito donde dejar volar la imaginación y verbalizar sueños, deseos y miedos. Es durante esos diálogos nocturnos y otros momentos de intimidad de la pareja donde Un día gris... abandona el riguroso registro documental y se permite utilizar ciertos procedimientos del cine de ficción, partiendo de la reelaboración de elementos y situaciones reales en escenas que son “actuadas” por las protagonistas. El resultado es cálido, creíble, sincero, y le aporta al film un crescendo dramático que Terribili&Terribili refuerzan gracias al uso de ciertos planos (la escalera que da al departamento, las charlas antes de dormir, la compra de billetes de lotería) que se repiten a intervalos más o menos regulares, como si intentaran imitar, a partir del montaje, la monotonía con ligeras variaciones de la vida fuera de la pantalla. En el fondo, como en alguna canción andaluza, Un día gris... es una historia de amor, en este caso no signada por los desvíos y escollos de un guionista sino por las dificultades y presiones de la cultura, la sociedad y las decisiones personales de sus protagonistas.
Días a escondidas Los suburbios de Granada, el barrio gitano, la cotidianeidad, los edificios grises. Las hermanas Terribili nos presentan una nueva película documental que ingresa de manera íntima en el día a día de un hogar gitano, más precisamente el de Carmen, una joven de 21 años desempleada y a cargo de sus padres ancianos, que mantiene desde hace tiempo una relación secreta con otra mujer. Las imágenes discurren sin ningún preámbulo, podemos casi respirar la intimidad de estas dos muchachas, sus encuentros a escondidas, los silencios, el conflicto de llevar adelante un amor que dentro de la comunidad a la que pertenece Carmen está totalmente prohibido. De manera paralela, se nos presentan las dificultades de la España actual, donde encontrar un trabajo para alguien joven es prácticamente una hazaña y más aún si no ha completado sus estudios y si pertenece a la comunidad gitana. Las protagonistas de esta historia dialogan entre ellas, casi como si no existiera la cámara. Y de ahí surge la incertidumbre de si se está frente a una reconstrucción ficcional o a la vida misma de ambas, documentada en directo y a escondidas. Los minutos transcurren detenidos, en silencio, alternando entre los cuidados de Carmen a sus padres, la limpieza, la vida en el barrio, las búsquedas infructuosas de trabajo, las clases de un curso de asistencia a mayores y esos fugaces encuentros amorosos. La película alcanzará cierta intensidad cuando los conflictos se acrecienten y ambas lleguen a discutir la posibilidad de que Carmen abandone la casa familiar y enfrente así el contexto social al que pertenece. Se trata de una película muy simple, donde la cotidianeidad y la inercia sobrepasan el conflicto que se intenta mostrar, algo tan profundo y dramático como puede ser una relación homosexual dentro de una familia conservadora de la comunidad gitana. Por otro lado, son rescatables los momentos íntimos entre las muchachas, la naturalidad con la cual la cámara los captura. Es evidente la intención de intimidad de parte de ambas directoras, como si la cámara fuera parte de esas paredes donde trascurren los hechos o uno más de sus habitantes, dejando el conflicto central casi en un segundo plano que, de hecho, concluirá generando más interrogantes que respuestas, de manera casi imperceptible.
Melina Terribili tiene algunos documentales sobre su espalda. Mas allá de la disparidad de la calidad final (la floja y sobrevalorada “Años de calle” (2011) vs. “Cirquera” (2012), por ejemplo), es indudable su talento técnico tanto para la compaginación como para la dirección de fotografía. En este último punto, sumado a la espontaneidad (¿ensayada?) lograda con Carmen Jiménez Fernández y Sheila Ferré Milán, es donde “Un día gris, un día azul, igual al mar” encuentra sus mejores virtudes. La idea de tomar la letra de Roberto Ternán del tema “Igual al mar” como fuente de inspiración para contar la historia de amor entre estas dos chicas no es aleatoria, pues la canción tiene un sabor agridulce entre lo positivo y lo negativo de las cosas, en este caso de la situación que ellas viven. Ambas habitan en un barrio periférico, eminentemente gitano, de una ciudad de Andalucía, pero podría ser también en una villa de la costa atlántica. La geografía no parece importar demasiado, en cambio sí el contexto social pues se trata de dos personas casi sin oportunidad de salir de ese estado. Una no hace nada (Sheila), la otra trata de estudiar un oficio para conseguir trabajo e intentar salir de su casa en la cual padece algunos mandatos, ayuda a su madre depresiva y a su padre con su aseo personal. Aquí, la fotografía se vuelve importante para desplegar un gris omnipresente logrando una atmósfera opresiva, sin esperanza. Ambas construyen su relación con mucha fluidez y apoyan su proyección soñando con huir de allí a una casa en donde poder ser felices, libres del entorno sin importar las carencias. El problema es la construcción de la historia. Siendo ambas (co-dirige Luciana Terribili) directoras vinculadas con el documental, hay vicios de los cuales no pueden escapar. Uno de ellos es la reiteración de secuencias tomando como eje la situación cotidiana de Carmen: afeita al viejo, busca trabajo, llega a su casa y consuela a su madre, se encierra en su cuarto, llega Sheila furtivamente, se acuestan y charlan de los proyectos hasta apagar la luz dejando un par de frases con gancho como para funcionar como nexo de la progresión dramática. Luego de un rato, en el cual la presencia de no actores se hace evidente (alguno que mira a cámara), las imágenes dejan de contar y la obra sí pasa a una sensación de documental innecesariamente disruptivo de una propuesta que no parecía serlo. Otra dificultad, más difícil de sobrellevar, es la escena del comienzo pese a la superlativa construcción de cuadro con un edificio de departamentos tomado en día nublado, pero con un verde de árboles y flores que resplandece (esto del vaso medio lleno, el lado luminoso de lo oscuro, etc). Luego veremos a Carmen, embarazada, sola, fumando en la ventana, para luego sumar un sobreimpreso que nos lleva a dos años antes. Con esto, luego de la primera secuencia, el guión se revela absolutamente obvio, pues con cierta capacidad de observación de esa primera escena no quedará sorpresa ni vuelta de tuerca, ni mucho menos actuaciones, que generen al menos un poco de interés mientras se resuelve el conflicto. Perdón: “conflicto”. “Un día gris, un día azul, igual al mar” se estrena como documental, pero tiene sólo algunas características porque la presencia de una narración (o un intento de serlo) es innegable con lo cual todo queda en una suerte de híbrido que atrae por la riqueza técnica más que por lo que muestra. Otro documental. Aunque no parece. Una ficción. Aunque no pretenda serlo. A veces sí, a veces no. Una de cal, una de arena. Bueno, se llama “Un día gris, un día azul, igual al mar.”
MAR DE AMOR Alcanzar la felicidad es el deseo de toda la humanidad pero el método para conseguirla es un íntimo proceso de aprendizaje que muchas veces resulta fallido, agotador o imposible. Superar los obstáculos y resurgir son las premisas para conseguir la clave de acceso a este idílico estado de plenitud física y espiritual. Un día gris, un día azul, igual al mar es el filme de Luciana y Malena Terribili quienes se atreven a contar una historia de amor audaz ubicada en el corazón de un barrio gitano en Granada, España. Carmen es una joven gitana que vive presa de su demandante padre y una madre enferma, casi ausente. Sus horas diurnas transcurren en el silencioso encierro que día a día debe soportar encargada de la limpieza de la casa, el aseo de su padre y la comida de toda la familia. Sin un futuro prometedor y con continuos rechazos laborales, Carmen vive al día. Pero todo se transforma por las noches cuando, en profundo secreto, Sheila llega a su departamento para dormir juntas. La oscuridad nocturna es la cómplice de este amor intenso y prohibido que supera todos los límites establecidos. Obligadas a esconderse de las acusadoras miradas externas, las jóvenes deben callar sus risas y confesarse al tono de un susurro. Carmen deberá tomar una decisión; atreverse a dar el salto porque Sheila no quiere perder más el tiempo. Ella necesita vivir su amor libre de prejuicios. Con estilo costumbrista y centrada en un registro documental, la película intenta reflejar, de la manera más objetiva posible, la realidad social de la comunidad gitana en España. El punto de vista se presenta ubicado en remarcar los contrastes existentes entre aquellos que viven inmersos en la vorágine citadina y los otros, ese grupo de excluidos que no tienen más opción que cuidar de los ancianos o limpiar baños. Sensible a la hora de narrar y con imágenes que buscan crear un efecto realista, la identificación con los sueños de la protagonista es inmediata. Cada vez que el ruido de los motores de la moto de Sheila se detienen bajo su ventana, sólo queda esperar ese momento espiritual de celosa oscuridad en donde todo se vuelve posible. Crítica cuando denuncia y perceptiva cuando relata la historia de las dos muchachas, Un día gris, un día azul, igual al mar es la representación de las constantes oposiciones que deben sufrir aquellas personas que por algún inexplicable motivo han quedado relegadas a la periferia de la sociedad. ¿Quién delimita el afuera del adentro? ¿No será que los encerrados son los que creen ser libres? Dominados por la superficialidad de las publicidades que muestran un mundo perfecto inexistente han perdido la capacidad de ver más allá de sus burguesas narices. “Algo bueno tiene que pasar” y ese será el comienzo de una historia de amor que, como el movimiento propio del mar, pueda existir en libertad. Por Paula Caffaro redaccion@cineramaplus.com.ar