Una commedia all’italiana con unos personajes deliciosos. Muchas comedias provenientes de Italia tienen la particular distinción de contar no tanto la historia de un personaje sino de varios. La película que nos compete, con un humor que radica menos en lo físico y más en el precepto de “es gracioso porque es cierto”, entrega una gama de personajes, en donde cada uno esta ricamente desarrollado. ¿Cómo está en el papel? Esta peli cuenta la historia de tres padres divorciados que han conocido tiempos mejores: Ulises (Carlo Verdone, también director de la película), un otrora productor musical que ahora se limita a vender discos de vinilo; Fulvio (Pierfrancesco Favino), un crítico de cine caído en desgracia que ahora escribe columnas de chimentos; y Doménico (Marco Giallini), un charlatán y ventajero agente inmobiliario que es la corporización absoluta de lo que los Argentinos conocemos como “chanta.” La situación actual ––económica y de vivienda–– de los personajes no está en su mejor momento, así que Doménico les propone a los otros dos protagonistas compartir el alquiler de un mismo departamento. A partir de ahí, la película desarrollara las diversas situaciones hilarantes que derivan de esta peculiar convivencia. El punto más sólido de esta película es el desarrollo de sus personajes. Aunque se justifica el por qué viven los tres ahí y haya suficientes escenas ilustrando la convivencia de tres individuos tan distintos, la gran carne del relato esta, no obstante, en las historias individuales de cada uno de los personajes. Estos poseen una multidimensionalidad que los hace humanos, identificables y queribles. Esta se establece por medio de flashbacks ––tal vez forzados, pero siempre al grano y con el tiempo justo–– en donde nos enteramos que estos caballeros no son ningunos santos; ni buenos ni malos, solo gente, como vos o yo. Esto acentúa el peso que tienen las acciones del pasado sobre ellos, y contribuye levemente a lo que creo es la temática de la película, que es la dificultad de dejar el pasado atrás; cuyo símbolo más potente esta en el cinturón propiedad de Jim Morrison, que Ulises no quiere vender por nada del mundo. Aunque cada personaje tiene su peripecia, la que más destaca es la que está protagonizada por el propio director de la película. En esta, inicia un idilio con la atractiva cardióloga que atiende al personaje de Doménico. La chispa del personaje, amén de sus sendos problemas médicos y emocionales, son los componentes que arman una química perfecta junto con el personaje de Carlo Verdone. Con esta historia sola, ya tenemos suficiente para una buena película; las de los otros personajes y la historia de la convivencia en si están, en mi opinión, de mas. Pero como Verdone les presta la misma cantidad de atención, al igual que les provee de un desarrollo y conclusión satisfactorias a todos los arcos de personaje, no solo se la voy a dejar pasar, sino que se la voy a aplaudir. ¿Cómo está en la pantalla? La película tiene una fotografía y un montaje muy sobrios. Es entendible; siendo esta es una película donde la interpretación esta adelante de todo. Pero eso sí, felicito a Carlo Verdone por el jugo que le sabe sacar a los planos generales, aprovechando la extensión del Cinemascope para hacer un despliegue notable de puesta en escena. Los tres actores de la película, así como Micaela Ramazzotti ––quien da vida al interés romántico de uno de los personajes––, entregan todos excelentes interpretaciones por igual; son el cemento que sostiene la estructura de hierro en la que se mueve la película. Funcionan bien tanto separados como en grupo. Conclusión Aunque saca pocas risas, esta película llega a buen puerto narrativamente hablando, por el cuidado ––y sobre todo la atención–– que Carlo Verdone le dedica ––tanto en el papel como en la pantalla–– a cada uno de los personajes; tanto individual como en su interrelación con los otros. Un titulo disfrutable, sobre todo para quienes gozan de estos particulares retratos corales.
La comedia de la recesión Un piso para tres (Posti in piedi in paradiso, 2012) sigue la convencional estructura de la comedia italiana que supo brillar en la década del setenta: Narración clásica y ultra conservadora en cuanto a los valores a rescatar. Sin embargo no logra actualizar al género rememorado, por más que tenga a la actual crisis europea como trasfondo. Dirigida y protagonizada por el cómico italiano Carlo Verdone, la película narra con humor la historia de tres hombres caídos en desgracia económica y familiar: sin dinero y con deudas deberán compartir el alquiler de un departamento entre los tres. Ambos divorciados, con hijos a los que no ven, se aferrarán a las tradiciones para hacerle frente a la crisis social. Como comedia conservadora que es, la película se ríe de las desgracias de los personajes masculinos, -aunque rescata la melancolía por el tiempo pasado-, sin nunca pensar en las causas de dicha desidia: simplemente la crisis está y hay que sobrellevarla. Ante tal panorama, los protagonistas tratarán de “zafarla” hasta tocar fondo. Es en el mientras tanto que la película presenta personajes trillados pero queribles: el productor musical de antaño que interpreta Carlo Verdone, hoy vendedor de discos de vinilo, el periodista de espectáculo, que acude a eventos de su profesión para comer y aferrase a una fantasía de vida; y el gigoló, típico mujeriego que gusta del juego y otros vicios. Personajes expuestos a situaciones previsibles pero graciosas. En el normativo desenlace final, Un piso para tres hace un giro hacia el melodrama familiar apelando a los valores a recuperar por la sociedad ante la crisis. Es aquí donde se torna pretensiosa y un tanto pedante sin necesidad, volviendo tediosa la narración. Y no es que tenga malas intenciones, sino que en la búsqueda de conservar estructuras convencionales recurre a tantos lugares comunes –por ejemplo la escena de la fiesta cargada de estereotipos: la gorda, la fea y el maricón- que termina por mostrar sus limitaciones para trasmitir cualquier tipo de mensaje. Lo mejor sigue estando en aquellos lapsos donde no intenta ser otra cosa que un entretenimiento liviano y pasatista.
El título lo anticipa y el film lo ilustra apenas concluye la breve introducción a cargo de Carlo Verdone. Del sueño de una noche de gloria, Ulises despierta abruptamente a la vida real. Ya no es el exitoso productor de discos de otros tiempos. Haber invertido en el álbum de una cantante mediocre de la que estaba enamorado lo hundió en la bancarrota y de la experiencia sólo le quedó una hija que vive en París con su madre, algunos recuerdos y un montón de obligaciones. Nostálgico irremediable, sobrevive ahora a duras penas con su negocio vintage donde vende vinilos y memorabilia, y que también le sirve de estrecho domicilio. Pero -ya lo dice el título- no es el único cincuentón que pasa por estos apuros. Ahí está Fulvio (Pierfrancesco Favino), que se ha vuelto inquilino en un convento de monjas, después de que su mujer lo descubrió engañándola y lo echó de casa, y para colmo fue degradado de crítico de cine a divulgador de chismes farandulescos. Falta uno: es Domenico (Marco Giallini), el típico fanfarrón romano ventajero y amoral que vive de prestado en el barco de un amigo, anda siempre a la pesca de mujeres (dejando un reguero de hijos por todas partes) y últimamente también ejerce como gigoló con señoras veteranas y adineradas. Estos de la crisis no son los mejores tiempos para maridos divorciados que deben hacerse cargo de sus obligaciones con ex esposas e hijos. De modo que la idea de que estos tres desconocidos reunidos por el azar compartan el alquiler de un modesto departamento puede resultar descabellada, pero no queda otro remedio, y de paso le sirve de excusa a Carlo Verdone para exponer las desilusiones, las frustraciones y las inmadureces de una generación que es la suya, y componer una comedia que apuesta a la risa, pero no descarta resonancias dramáticas y sociales, ironías leves y alguna pizca de melancolía. Por supuesto, los tres inquilinos forzados a convivir son tan diferentes como para que se sucedan las situaciones domésticas de corte cómico -un humor más directo que sutil-, sobre todo en esa primera parte del relato. Mientras, despunta cierto sentimiento amistoso entre los tres, y la historia se complica con la aparición de los hijos, y las mujeres, entre ellas una joven y bonita cardióloga con el corazón destrozado, que hace buenas migas con Ulises, y una estrellita ambiciosa que ronda a Fulvio con la esperanza de ingresar en el cine. El guión, al que no le faltan apuntes graciosos ni tampoco la consabida exaltación de los valores familiares siempre presente en el cine de Verdone, acusa unos cuantos altibajos y se dispersa en episodios no del todo bien explotados como la secuencia del robo. Además, la voluntad de ampliar el cuadro de la comedia para mostrar otros aspectos de la crisis (no sólo la económica) y atender a los sentimientos o a las relaciones entre padres e hijos (éstos, por cierto, más maduros que aquéllos) pone en evidencia a un film indeciso entre la clásica commedia all'italiana y el humor fácil de alcance popular. La película tiene a su favor el eficaz desempeño de su elenco, en el que Verdone trata de hacer equilibrio entre la mesura de Pierfrancesco Favino y la exuberancia peninsular de Marco Giallini.
Cuando la comedia no tiene nada de comedia No es poco ni muy bueno lo que puede decirse de una película como Un piso para tres, relato mediocre de intención humorística del director y actor Carlo Verdone, que intenta pegarse a la etiqueta de lo que se conoce (o conoció) como commedia all’ italiana. Se sabe que la picaresca italiana tuvo su auge y posterior decadencia con figuras muy populares como Alberto Sordi o Ugo Tognazzi a la cabeza, quienes supieron explotar legítimamente ese registro hasta los años ’80. Querer hacer lo mismo ya entrado el siglo XXI es un anacronismo que sólo podría reportar buenos resultados clonando a Tognazzi o Sordi, fallecidos hace rato, o reviviendo directores como Mario Monicelli o Dino Risi. Y ésa es la sensación que se tiene al ver esta comedia: la de estar en presencia de un rito mortuorio o de una invocación espiritista. Pero no sólo porque Verdone pretenda insuflar a su relato el espíritu de un género que lleva décadas clínicamente muerto, sino porque también les endosa ese carácter a sus protagonistas. Se trata de tres tipos que ya han pasado la mediana edad y se encuentran, a su pesar, rodando la cuesta abajo de los primeros años de decadencia. Pero a no confundir: acá no se está afirmando que todo aquel que pasa los 50 no tiene otra alternativa que sentarse a esperar que le llegue la parca, sino que la película ha elegido no darles a sus personajes más oportunidad que ésa. Y si bien en su epílogo se imposta un final feliz, éste resulta tan falso como una máscara funeraria y no hace más que ratificar que estos tres protagonistas no son sino mortos chi parlan. Un otrora exitoso productor de música pop que subsiste viviendo al fondo de una disquería especializada en rarezas; un crítico de cine miserable devenido periodista de chimentos por necesidad y un agente inmobiliario chanta, timbero y gigoló de señoras, que se ven obligados a compartir un departamento desvencijado para no terminar en la calle. Aunque al inicio la película incluye un puñado de situaciones capaces de generar alguna sonrisa legítima, pronto comenzará a acumular otras que encienden la desconfianza. El humor se irá volviendo cada vez más básico (léase: pueril, banal, misógino), proponiendo situaciones que se pretenden folletinescas, pero que en lugar de acentuar el carácter cómico de los personajes sólo consiguen hacerlos ver cada vez más sórdidos, mezquinos y, sobre todo, terminales. A la par, algunos de ellos terminarán, de manera inverosímil, casi mágica, encamados con (o enamorados de) jovencitas, recurso que en lugar de resultar erótico representa una prueba adicional del carácter tanático de este film. Si bien algunas pocas actuaciones son dignas dentro de la pobreza del panorama general, hay otras que pecan de una pornografía gestual que no ahorra en histrionismos burdos, histerias épicas y declamaciones a grito pelado, como si sólo fuera posible pensar al homo italicus desde ese estereotipo ramplón. Presentar a Un piso para tres como una commedia all’ italiana es entonces tan injusto como inexacto: quizá sería más certero hablar de trash all’ italiana.
Un modelo conservador La "comedia alla italiana", que tuvo obras maestras en los años '50 y '60, pertenece a la gran historia del cine. Esos actores divos y los directores y guionistas construyeron una manera de ver al mundo –la Italia de la posguerra– donde se mezclaba comicidad y farsa en dosis similares. Ahí, los italianos pudieron reírse de sus propias miserias. Hace tiempo que se intenta volver a ese imaginario social, pero el mundo es muy distinto y el género quedó en manos de un bufón como Roberto Benigni. Un piso para tres es otro ejemplo más de comedia italiana con momentos felices pero teñidos de una dosis de miserabilismo y sentimentalismo que empalidecen los ocasionales logros. El punto de arranque no es original pero seduce por su concentración de espacio: tres tipos divorciados con hijos tienen que compartir un departamento. Ninguno está pasando su mejor etapa profesional y uno de ellos se atreve en exceso a la pastilla azul para potenciar sus deseos sexuales. Esa situación límite –termina internado– cambia el eje, ya que de allí en más el actor, director y guionista Carlo Verdone profundiza el aspecto sentimental y romántico de la trama, buceando en la posibilidad de la redención familiar y en los consejos didácticos para el trío. La presencia de una cardióloga (Ramazzotti), que enloquece al trío, también modifica el centro de la cuestión. Lejos quedaron esas comedias donde la mujer era objeto de seducción del macho italiano, desnudo en su patetismo. Aquí, en cambio, el propósito es meramente conservador, de grueso calibre televisivo, donde lo que termina importando es la institución familia, solo eso, nada más que eso.
Se alquila En esta comedia italiana, tres desconocidos en busca de un alquiler barato terminan compartiendo un piso en Roma. Domenico (Marco Giallini), un agente inmobiliario que ha conocido el éxito pero lo perdió todo en el juego; Fulvio (Pierfrancesco Favino), un crítico de cine que perdió su trabajo y ahora debe dedicarse a escribir chimentos; y Ulisses (Carlo Verdone), quien fue productor musical y ahora tiene una disquería de vinilos, con la que no le va demasiado bien. El tema de desconocidos compartiendo un mismo departamento ha funcionado muy bien en varias ocasiones y sobre todo en sitcoms. A diferencia de la mayoría de las comedias donde los que comparten piso son jóvenes buscando el rumbo de sus vidas, en este caso son tres hombres que han pasado los cuarenta, que perdieron trabajos, sus familias, están endeudados, y más que buscar el rumbo de sus vidas, parecen haberlo perdido hace rato. La comedia se basa en el patetismo de sus personajes, y en el absurdo de su convivencia, planteando varios gags y situaciones graciosas, la mayoría bastante predecibles, relacionadas a las diferentes personalidades y al choque entre ellos tres. Hacia la mitad de la historia, cuando los personajes ya deberían ir resolviendo sus conflictos, la película deja un poco de lado la comedia, y se convierte en una especie de drama con moraleja, sobre la importancia de la familia y los verdaderos valores, mas allá de lo material. Así queda expuesto un guión flojo, que más allá de enredos y lugares comunes no hace reír demasiado, y se torna meloso y previsible al cerrar la historia. Con una linda fotografía de Roma y París, música un tanto insoportable y tres notables comediantes -hay que destacar que las actuaciones son buenas– que no han podido hacer demasiado con un guión pobrísimo y personajes muy estereotipados. La película no termina de cerrar por ningún lado; es una comedia simple, que se vuelve pretenciosa al tratar de hacer una reflexión sobre la crisis económica y las crisis personales de sus protagonistas, sin lograr ninguna de las dos.
Una comedia dramática italiana que cuenta las penurias de tres hombres divorciados, con graves problemas económicos, obligados a convivir con sus miedos y miserias. Un tono melancólico, algunos delirios, buenos actores y superficialidades varias.
Machos italianos Un piso para tres es una película de fórmula. Antigua comedia italiana + nueva crisis económica europea. Guión con calculadas dosis de humor -que pocas veces funciona-, drama -tratado con levedad: lo lógico, en este tipo de productos- y redención con moralina -condena perpetua a la que estamos sometidos o, peor, acostumbrados-. Además: personajes sobreabundantes en ademanes, estereotipados, aunque mucho más en el caso femenino. Un piso... se centra en tres hombres maduros -uno de ellos interpretado por Carlo Verdone, director del filme- que perdieron sus trabajos y sus matrimonios: lo que vemos en flashbacks sucesivos, simplones, casi perezosos. Sin conocerse de antes y sin desearlo, estos personajes, de personalidades diversas aunque no tanto, deben convivir en un departamento alquilado, mientras sus ex esposas parecen acorralarlos tanto o más que la deblace económica y el impiadoso paso del tiempo. Pero, aclaremos: estos hombres, representantes del espíritu berlusconiano aun sin dinero y sin poder, son deseados por chicas hermosas, no muy lúcidas, en promedio treinta años más jóvenes que ellos. Un festival misógino que no se limita a ex esposas mediocres y vengativas ni a muchachas formidables que se entregan por interés o por amor: también aparece, por ejemplo, una señora, con cara de amargada, que le paga a uno de los protagonistas, de su misma edad, para tener sexo; y una fiesta en la que se destacan una obesa con tendencia al patetismo y una señora buscona, con aliento de oso carroñero. Más: la frívola hija de uno de los personajes principales persigue a su padre para que le pague una cirugía estética de nariz, mientras su hermano, que aparecerá más adelante, hace, solito, una brillante carrera universitaria. La lista continúa... Verdone pretende -a través de una trama repleta de artificios y lugares comunes- generarnos empatía con estos “chantas” supuestamente queribles: tipos que tuvieron distintos grados de poder, o de bienestar económico, y que ahora son víctimas de las leyes de mercado. Por último, nos subraya que (casi) todo tiempo pasado fue mejor y que siempre es necesario -por vil que uno haya sido, agregamos- retomar los vínculos familiares. Un mensaje conservador, para una película conservadora.
Parece que últimamente hay una crisis en el género comedia dramática. Muchas películas no balancean muy bien los elementos que tienen que ser simpáticos y atractivos para el espectador con los que le tienen que causar reflexión y/o tristeza. No hay una identidad homogénea en todo el film sino que comienza de una manera y luego de la mitad “salta” de género. Este es el caso de Un piso para tres, donde claramente se ve una comedia de enredos al principio y hacia el final vira hacia un lado demasiado reflexivo y hasta un poco pretencioso para lo que es la película. Aunque ya vista, la idea de tres hombres divorciados en sus cuarenta y pico y con los problemas típicos de sus vidas (obligaciones, laburos, crisis financiera, paternidad y sus ex parejas) es fértil y ahí es donde se encuentra lo mejor de la cinta: la riqueza de sus personajes. Son sus historias individuales (contadas por medio de flashbacks) lo que mejor se encuentra construido a nivel historia, un buen recurso explotado por el director Carlo Verdone, quien también forma parte del trío protagónico. Este, junto a Pierfrancesco Favino y Marco Giallini logran una buena química en pantalla pero tampoco llegan a transmitir lo que se intuye que se intentó hacer. La factura técnica está bastante bien y no hay que pedir más que lo que se puede ver. En definitiva, más allá del problema de identidad y de unos cuantos clichés, es una película que disfrutará más una cierta parte del público, aquellos que se sientan identificados con la historia y/o los personajes.
Sobre cómo afecta la crisis, con humor a la italiana Carlo Verdone debutó en la pantalla acompañando al gran cómico Totó en "Totó y las mujeres". El era el bebé, tenía apenas un año. Reapareció a los 26 como actor, le gustó, a los 30 ya estaba dirigiendo sus propios films, y ya lleva 25, casi todos exitosos. Es como una especie menor de Alberto Sordi, con quien incluso trabajó en un par de ocasiones, y a quien nunca habrá de alcanzar. No importa, no será como el gran Albertone, pero es Verdone y los italianos lo aman, le aplauden hasta los fallidos, y él los entiende. Un ejemplo de esa capacidad de entendimiento es esta comedia, más inteligente de lo que aparenta. Tres tipos de 50 y pico, distintos entre sí pero cada uno económicamente en baja por razones generalizadas, expulsado del hogar por haber sido pillado en falta, obligado a vivir pagando, y casi tan imbécil, ridículo y desafortunado como Fantozzi (¿recuerda el lector aquel personaje de Paolo Villaggio que solía verse por canal Europa?), deciden vivir juntos para ahorrar gastos. El resultado, si no se llama "Tres hermanos de Fantozzi" es porque esto es una comedia de situaciones, no un disparate cómico grotesco. Pero que los tipos a veces se sienten grotescos, eso es cierto. La diferencia es de tono, y también de hijos. Porque en este caso los hijos parece que salen mejores que los padres. Sea una nena de tres años, una adolescente o un joven que se recibe con honores, algo pueden enseñarles. El asunto es que aprendan y tengan oportunidad de salir del pozo. Por ahí va la mano. Mientras las demás películas muestran cómo la crisis económica afecta a los jóvenes, ésta atiende a los maduros que se cayeron del caballo y andan a pie en el paraíso, como sugiere el título original. "Somos los nuevos miserables", piensa uno, de viaje por la Paris de Victor Hugo. Si, miserables sin grandeza, pero risueñamente queribles. Verdone coescribe, dirige y coprotagoniza, haciendo lucir a sus compañeros (Marco Giallini como un mattatore de cuarta, Pierfrancesco Favino como fallido intelectual) y en especial a la rubia Micaela Ramazzotti, cardióloga de corazón grande y grandes problemas amorosos que todos quisiéramos inmediatamente solucionar. Da gusto, cada vez que aparece en escena.
Una efectiva comedia italiana Carlo Verdone es un conocido comediante de la televisión italiana, es guionista, director y ha hecho varios espectáculos de cabaret en su Roma natal. En "Un piso para tres", de la que Verdone es director, guionista y actor, se disfruta de ese ritmo chispeante, si se quiere algo afiebrado, en el que padres separados, mujeres divorciadas, e hijos propios y de otros matrimonios, discuten, se quieren, se rechazan y le aportan ese condimento que hace entretenida a la vida, que no siempre es agradable. El filme de Verdone posa una irónica mirada sobre la Italia actual y refleja además la crisis económica del continente y lo hace a través de tres hombres separados, obligados a pasar una mensualidad a sus ex para la crianza de sus hijos. LOS AMIGOS Esclavo de los propios errores de un matrimonio que ha fracasado, Ulises (Carlo Verdone), que vive en el fondo de su local de venta de discos de vinilo, decide alquilar un departamento y proponerles a dos de sus amigos, que lo compartan con él, para alivianar los gastos. Los otros dos, son Domenico (Marco Giallini) un agente inmobiliario, un poco "chanta" que la juega de galán y Fulvio (Pierfrancesco Favino), un ex crítico de cine, que fue relegado en el medio para el que trabajaba y terminó escribiendo crónicas de sociedad. Los tres irán aprendiendo de a poco a conocerse en la intimidad y a soportar las manías individuales. Si no los hubiera reunido la crisis, tal vez, sería imposible verlos juntos, pero la vida a veces da sorpresas y en definitiva, Ulises, Domenico y Fulvio aprenden a ayudarse. Lo que despierta no pocas situaciones absurdas y risueñas, como la que sucede cuando debido a un dolor en el pecho que sufre Domenico, los otros deciden llamar a Gloria (Micaela Ramazotti) una cardióloga, de la que Ulises termina enamorándose. LOS VINCULOS "Un piso para tres" se apoya en los vínculos que los amigos van construyendo entre unos y otros, lo que por momento adquiere tonos algo exasperantes, sumado a discusiones que parecen interminables y que de algún modo reflejan las diferencias generacionales -pequeñas-, que definen a cada personaje. Carlo Verdone, consigue una comedia entretenida, que permite el acercamiento a un estilo de cine, el italiano, que siempre resulta atractivo, debido a ese sello de inconfundible identidad que le imprimen sus actores. Carlo Verdone (Ulises), Marco Giallini (Domenico) y Pierfranceso Favino (Fulvio), a través de sus personajes rescatan parte del sabor de las viejas comedias italianas de los inolvidables Alberto Sordi y Ugo Tognazzi.
Así como venimos hablando desde hace años de una Nueva Comedia Americana con su vertiente escatológica y cuasi salvaje; parece existir algo que llamaríamos Nueva Comedia Italiana, lejos de la americana, casi una antítesis, y también lejos de la tradición itálica de ir por el desborde y la exageración para pintar frescos realistas emparentados con el grotesco. Desde hace un tiempo nos llegan de ese país comedias con tintes dramáticos, en su mayoría corales, sobre la problemática de las crisis de edad relacionadas también con temas sentimentales y/o emocionales; la trilogía de Manual de amor y La sal de la vida son ejemplo de ellas. Un piso para tres de Carlo Verdone vuelve a transitar este camino al contar la historia de tres amigos, Ulises, Domenico y Fulvio, tres hombres de mediana/mayor edad, cuyas vidas no pasan por el mejor momento, cada uno tiene problemas propios pero tanto el entorno personal familiar como el laboral de cada uno se encuentra, digamos jaqueado. posti-in-piedi-in-paradiso Ante las adversidades económicas, y por qué no para hacerse compañía, deciden mudarse a convivir en un departamento alquilado. Esta premisa es el disparador para que nos cuenten tres historias, las de cada uno de ellos, de forma coral y simultánea, y de un modo pretendidamente gracioso. Ulises (el propio Verdone) que supo ser DJ y productor musical de cierto éxito pero ahora apenas se mantiene con la venta de una disquería, mantiene un romance con una cardióloga que atiende al personaje de Doménico (Marco Giallini) un agente inmobiliario, estafador y en la ruina. Por último, Fulvio (Pierfrancesco Favino) es otro frustrado profesional, crítico de cine condenado al periodismo de espectáculos, el de chimentos. Las tres historias están bien desarrolladas, gozan de simpatía, y en las reuniones de los tres se sacan chispas. Verdone se guardó para sí al personaje con más ribetes, o al de la historia más desarrollada; Doménico y Fulvio por momentos parecieran girar alrededor de su historia, como fuertes historias secundarias bien narradas. Es imposible que el espectador no sienta aunque sea algo de empatía por estos personajes, los tres son padres golpeados por la vida, por más terribles que se los muestre en los sucesivos, y parcialmente logrados flashback, Verdone los trata con condescendencia y un patetismo que inspira hasta ternura. Para lograr esa conexión entre sí y expresarla en pantalla se necesitan buenas interpretaciones y Un piso para tres cuenta con un trío y secundarios sólidos los cuales hacen creíble hasta la situación más inverosímil. Estamos frente a un producto formal, no es una comedia para reír a carcajadas, es más, busca tocar alguna fibra emocional dramática. Lo mismo sucede con los discretos rubros técnicos, acompañan la calidez del film sin destacarse por sí. Un piso para tres es una película simpática, que encontrará su público en aquellos que pasen por situaciones similares a los protagonistas, aunque sea de edad y posición; busca la identificación, el reflejo, y si lo logra se puede pasar un rato agradable.
Intrascendente comedia italiana Si la idea de Un piso para tres, dirigida y protagonizada por Carlo Verdone junto a Pierfrancesco Favino y Marco Giallini era mirar con una sonrisa la crisis económica italiana y particularmente la de la edad cuando se traspasó el umbral de los 50, la misión resulta más que fallida porque a la nostalgia y a la melancolía; al cine rancio de humor ramplón no le gana nadie. Tampoco el intento estéril de recuperar -si es que a esta altura en que la commedia all’ italiana fuera recuperable- esa frescura de películas como Amigos míos (1975) o alguna de Mario Monicelli. Lo cierto es que este film, que se estrena en nuestras salas, viene de una Italia golpeada culturalmente hace rato y no es más que el reflejo de la era post Berlusconi. La premisa reúne por azar a tres cincuentones, divorciados, con un pasado mejor que su presente que deben convivir en un piso de mala muerte si es que no quieren terminar en la calle. Convivencia, que por sus aristas tratará de sacar rédito de situaciones humorísticas concentradas en el contraste de personalidades, pero de la manera más sencilla como por ejemplo el eje suciedad pulcritud. Así las cosas, quien lleva la batuta del relato es Ulises (Carlo Verdone), otrora productor musical que se fundió por haber apostado a una mediocre cantante con quien terminó casándose y con una hija adolescente que puede ver vía Skype ya que está en París. Sus compañeros son un crítico de cine devenido periodista de chimentos que no tiene un euro encima y completa el cuadro el estereotipo del amante italiano que siempre vive de prestado y se dedica a ofrecer favores sexuales a mujeres mayores. Parte de los mecanismos del humor que presiona forzadamente Verdone hablan por un lado de una extrema misoginia ya que todo personaje femenino se reduce al escaño de mala y resentida o boba y linda y por otro de un anacronismo alarmante que conspira con alguna ráfaga de humor dispersa a lo largo de las dos horas. Es muy poco entonces lo que pueda rescatarse de este producto sobre valorado y mediocre que por esas incongruencias ocupa pantalla para cine europeo, espacio valioso en una cartelera dominada por Hollywood, y eso es más grave que la intrascendencia de Un piso para tres.
Con los bolsillos flacos Carlo Verdone, el actor fetiche de la saga de "Manual de amor", asume el doble rol de actor y director en una película que enfoca la crisis de la clase media y media alta europea. Esta es la historia de tres desconocidos, separados y veteranos, que deciden compartir un departamento para disimular sus bolsillos flacos. Los tres coinciden en varios denominadores comunes, ya que, además de llevarse mal con sus ex parejas, son padres y tuvieron un buen pasar en su actividad comercial o profesional. Uno era un productor discográfico exitoso que ahora es dueño de una disquería retro de vinilos; el otro fue un respetado crítico de espectáculos que ahora sólo se dedica a los chimentos; y el tercero fue un importante agente inmobiliario, que decidió convertirse en un taxiboy de mujeres mayores. Todos atraviesan la recesión italiana e inclusive, cierta recesión de su vida sentimental. Y fue por allí donde Verdone pivoteó esta trama, de un modo bastante irregular. Porque los vínculos de los tres protagonistas con las amantes de ocasión son tan poco creíbles como desalineados. Y encima son escasos los momentos divertidos que ocurren en las dos largas horas que dura la película. Quizá Verdone especuló con atraer el público de "Manual de amor", cuya última saga aquí se conoció como "Las edades del amor", pero le faltó el pulso cinematográfico del realizador Giovanni Veronesi, que supo mixturar costumbrismo con comedia dramática y hasta le dio un toque paisajista. "Un piso para tres" no tiene nada de eso, y con la excusa de mostrar una película de personajes de bolsillos flacos termina exponiendo cierta pobreza también en la creatividad y en el modo de tratar una comedia italiana, cuyo pasado es rico en la historia del cine.
Carlo Verdone es un director y actor italiano con una extensa filmografía desde principios de la década del ‘80. Muy poco conocemos de él por estas latitudes. Recuerdo vagamente una comedia con Ornella Mutti donde ambos eran hermanos, y otra llamada “Enemigos íntimos” (2006), cuyo argumento quedó en el olvido. No es suficiente antecedente como para verificar si el estilo se mantiene o no, con lo cual sólo tengo “Un piso para tres” que se estrena hoy. A juzgar por lo visto todo parece indicar que el Verdone director se quedó en el tiempo, o volvió atrás en el mismo confiando en la vigencia de cierto tipo de fórmulas. Ulises (Carlo Verdone), dueño de una disquería de viejos vinilos, es un ex – productor musical en bancarrota por haber confiado en producirle un disco a su ex mujer, quien ahora lo persigue por la cuota alimentaria. Domenico (Marco Giallini) es un empleado de inmobiliaria que trata de rascar alguna comisión por el alquiler de departamentos en estado dudoso. Su impronta es como la del porteño piola que se las sabe todas. Anda con muchas mujeres y hasta tiene un currito como gigoló con alguna que otra veterana, mientras es perseguido por su ex mujer (una de ellas) que ahora lo acosa por la cuota alimentaria. Fluvio (Pierfrancesco Favino) era crítico de cine, pero fue degradado a notas faranduleras. No es lo único en lo que ha bajado de categoría. Ahora es hospedado por monjas pues engañó a su ex mujer que lo persigue por… Para anticipar lo que sigue sólo debe volver a leer como se llama la película. El planteo es: hombres pasando los cincuenta pirulos, separados o divorciados; tienen viejos y obsoletos oficios, están sin vivienda o no pudiendo pagarla, y sin oportunidad de inserción en una Italia globalizada y en crisis económica. En realidad esta conclusión va a estar elaborada más por la buena voluntad de los espectadores que por el tratamiento del coguionista y director, porque todo esto en lugar de funcionar como contexto termina siendo un mero decorado. “Un piso para tres” es una intención de comedia picaresca cuya forma tiene la misma estética, el mismo ritmo y los mismos gags de hace treinta o cuarenta años. No es que haya nada de malo en esto si no fuera por la falta de revisión para ver qué funciona y qué no a esta altura del partido. Así, nos veremos en la penosa tarea de creer situaciones muy lejos del verosímil. De todos modos, lo peor no es esto, sino los fundamentos para justificarlas. Por ejemplo, Gloria (Micaela Ramazzotti), una rubia despampanante, se enamora de Ulises. Para Carlo Verdone esto está sustentado sobre la misma base de hace décadas: las mujeres son histéricas, estúpidas, o ambas cosas a la vez. Un axioma que en la historia del cine y la televisión argentina sobrevivió hasta el teleteatro de Darío Vittori. Hoy resulta tan anacrónico que las sonrisas dependerán del talento del elenco para sobrellevar el género, aún con chistes y gags que Solís le debe haber contado a Magallanes mientras venían para estos lares. Escuché por ahí el término “comedia alla italiana” relacionadolo con “Un piso para tres”. Vaya a verla esperando cualquier cosa menos eso.
La comedia italiana que no logra ser cómica La decadencia, en principio, no está enemistada con la risa. Ver a un grupo humano, una sociedad, una civilización caer por la pendiente puede producir una carcajada piadosa y una plusvalía simbólica cercana a la lucidez. Quien llega a tocar fondo puede ver sin mentirse. Es por eso que filmar la decadencia con altura no es poca cosa: Ripstein, Rocha, Fellini, entre otros, lo hicieron, incluso en clave de comedia. Carlo Verdone, presunto heredero de Alberto Sordi, quiere filmar aquí la vieja y todavía vigente decadencia italiana, el fin de todos los valores en la era del espectáculo machista liderada por Berlusconi. ¿Qué pasó en Italia durante todos estos años? Después de ver este filme la respuesta no puede ser equívoca. Involuntariamente, la película es una prueba del embrutecimiento colectivo que pretende impugnar. En la tierra de De Sica y Monicelli, el buen humor se convirtió en grosería y el buen cine en una comedia televisiva moralista y misógina. Un agente inmobiliario, un melómano y un crítico de cine, alguna vez exitosos, ahora, divorciados y con hijos, apenas pueden pagar el alquiler y mantenerse. Terminarán viviendo todos juntos en un departamento en el que el subte hace temblar las paredes cada diez minutos, la señal de teléfono apenas llega y donde no siempre se cena. También hay que pagar la cuota alimentaria de los hijos y otras cosas, y eso puede implicar prostituirse, robar o vender hasta lo que se atesora, como un cinto de Van Morrison. Se podrá creer entonces que Un piso para tres tiene algo de comedia picaresca. Lo pícaro se circunscribe al infortunio del excrítico de cine devenido en periodista, capaz de seducir a una chica de 20 años, y a los inconvenientes que atraviesa el amante de la música al conquistar a una hermosa rubia cuyo ex esposo es un demente. El otro decadente es un gigoló de mujeres maduras con "aliento a perro". En este universo cavernícola las mujeres tienen solamente dos roles opuestos y complementarios: perras y santas. Los tres flashbacks iniciales que explican el pasado de los personajes alcanzan para saber dos cosas: que la película jamás podrá levantar vuelo y que tarde o temprano habrá una moraleja. Mientras tanto, el sketch de dos horas intentará parecer una película cómica.
Tutti bene Ulisse Diamanti (Carlo Verdone) fue un gran productor de giras musicales, pero un mal paso con su esposa, cantante, acabó con su matrimonio y su carrera, y hoy sobrevive con un negocio devaluado: la venta de discos. Fulvio (Pierfrancesco Favino) era un prestigioso crítico de cine y, en una desgracia con carambola, la separación de su mujer lo degradó a chimentero de espectáculos. Ulisse, exquisito melómano, duerme en la disquería; Fulvio en un convento. Ambos salen a buscar departamento y así conocen a Domenico (Marco Giallini), un agente inmobiliario que vivió la gloria del ramo pero hoy también está en la mala y les propone compartir un departamento. El espacio muestra su decadencia, metáfora de la crisis europea, del modo más grotesco: para recibir señal en los celulares tienen que asomarse por la ventana y cuando pasa el subterráneo el piso se sacude como un refugio antiatómico. Pese al entorno adverso y a las manifiestas intolerancias (sobre todo por las avivadas de Domenico, el tipo de italiano canchero que tuvo descendencia en nuestro país), los tres se apoyan mutuamente para salir adelante. Conocido mayormente por su participación en comedias italianas (como la última Manual de amor, estrenada hace poco), Carlo Verdone tiene casi treinta títulos como director y ese oficio se nota en Un piso para tres, tanto en la creación de los personajes y situaciones como en sutilezas que no son lo más común del género. Con un final que, lamentablemente, no satisface las expectativas, la película es sólida, disfrutable, y conserva las mejores características del género modelado en los estudios Cinecittà.