Documental que desde el interior de la música liderada por mujeres muestra la lucha y la pasión, pero también la rebeldía y la manifestación política, de grupos femeninos que potencian la escena local. La directora, otrora parte de ese universo, nos lleva a la profundidad de la creación artística, con originalidad, pasión y mucho mucho amor. Un rockumental clave para entender este fenómeno en donde disidencias y emergentes configuran la cartografía del rock y pop realizado por mujeres.
En la conferencia de prensa que ofreció el martes pasado, Marilina Giménez se declaró seguidora de la filmografía de Lukas Moodysson. La mención del realizador sueco no sorprendió a los espectadores que pensamos en Vi är bäst! o We are the best! mientras miramos Una banda de chicas, ópera prima de quien años atrás fuera bajista del trío Yilet. Somos las mejores es una ficción ambientada en la Estocolmo de los años ’80, y protagonizada por tres pre-adolescentes mujeres. Sin embargo, vale imaginar cierta continuidad entre la determinación de Bobo, Klara, Hedvig y la voluntad de las chicas porteñas o bonaerenses que Giménez retrata en su documental. Salvando las diferencias evidentes, Una banda… comparte con We are… la intención de tributo a las (muchas) pibas decididas a plantar bandera en el escenario musical, sin acatar las reglas impuestas por colegas, productores, ingenieros de sonido, managers, empresarios varones. Con perdón del eventual exceso, vale señalar cierto parecido físico entre la actriz Mira Grosin y otra integrante de Yilet, Ani Castoldi. Giménez parte de su propia experiencia para reconstruir esta porción invisibilizada de los últimos diez años de la música under local. El reencuentro con la mencionada Castoldi y la tercera yiletera Marina La Grasta le sirve de trampolín desde donde saltar a un universo iluminado por Las Taradas, Las Kellies, Miss Bolivia, Kumbia Queers, Chocolate Remix, Liers, She-Devils, Sasha Sathya, Kobra Kei entre otras agrupaciones estelares. Una banda de chicas se destaca por la curaduría realizada sobre viejos registros difíciles de encontrar/recuperar, por la cantidad y calidad de las entrevistas, por la recreación del circuito nocturno que incluye escalas como Cemento, Casa Brandon, Niceto, algunas veredas del barrio porteño de San Telmo, por una banda sonora con uno, dos compilados en Spotify. Giménez acierta cuando vincula a sus retratadas con el movimiento Ni Una Menos y con las movilizaciones a favor de la legalización del aborto en nuestro país. La importancia acordada al contexto aumenta la trascendencia de un documental sin precedentes, por lo tanto tan necesario como revelador. «Aquí llegó pa’ molestarte esta intrusa» canta Romina Bernardo en una presentación en vivo de este rap compuesto para Chocolate Remix. La inclusión de esa actuación alimenta la sensación de que Una banda de chicas les rinde homenaje a las pibas que irrumpen en la arena musical –no sólo porteña o bonaerense– para demoler estereotipos y desbancar al patriarcado.
Basándose en su propia experiencia de haber tocado el bajo en Yilet entre 2009 y 2013, Marilina Giménez busca ahondar mediante su ópera prima en el mundo musical y su relación con las bandas integradas solamente por mujeres. “Una banda de chicas” es un documental en el cual mujeres integrantes de distintas bandas, como Yilet, Kumbia Queers, Las Kellies, Miss Bolivia, Las Taradas o Chocolate Remix, hablan sobre sus inicios en el mundo musical y cómo conformaron sus respectivos grupos, pero sobre todo analizan el rol de la mujer dentro de este universo liderado por hombres: los estereotipos que existen, las pocas tareas técnicas que se encuentran dentro de la industria, la reacción de los hombres frente a su posición fuerte, las dificultades por las que transitaron debido a todas estas cuestiones y cómo hicieron para enfrentarlas. Estos testimonios se obtienen a partir de entrevistas, donde cada una de ellas puede expresarse libremente, pero también podemos observar a las mujeres en su ámbito natural: ensayos, shows, giras. Todos estos elementos generan cierto dinamismo en el film y le otorgan un sello propio marcado por la música que hace cada una de estas mujeres. Pero el documental no se queda únicamente con el aspecto musical, sino que vincula la lucha de estas mujeres con otras de sus causas, y las de muchas, que trascienden lugares y se aglomeran en las calles: el grito de Ni Una Menos, el pedido por el aborto legal, seguro y gratuito. Porque muchas de estas bandas no solo buscan diversión y entretenimiento, sino que también están comprometidas con el contexto social que las rodea. Transforman sus experiencias y sufrimientos en letras cargadas de contenido con una melodía pegadiza que generará por un lado empatía en el espectador y, por el otro, moverse al ritmo de la música. A pesar de ser un relato descontracturado y que les da a sus protagonistas total libertad, sus aspectos técnicos están cuidados. Se destaca sobre todo, y con total obviedad, la parte musical, recurso clave en el documental, y la ambientación de las distintas locaciones que utiliza. “Una banda de chicas” es una película que por un lado da a conocer diversos grupos musicales conformados por mujeres, las deja expresarse a través de sus palabras y sus canciones, pero sobre todo nos muestra la lucha femenina por abrirse paso en un universo liderado por hombres y el deseo de que con su arte puedan cambiar el contexto en el que viven.
¿Qué tienen en común “Chocolate Remix”, “Ibiza Pareo” “Kobra Kei” Kumbia Queers” “Las Taradas” “Miss Bolivia” “Yilet” “She Devils” o “Las Kellies”? Como reza el título de este documental de Marilina Giménez, con guion propio en colaboración con Lucía Cavallotti, todas ellas son “UNA BANDA DE CHICAS”. Partiendo de la idea de un registro autobiográfico de su propia experiencia con sus amigas en la banda “Yilet”, Marilina Giménez cambia el bajo la cámara y se coloca detrás de ella para que, a través de sus vivencias con ese grupo del que ha formado parte durante seis años, pueda multiplicar su voz junto a las de sus compañeras Ani Castoldi y Marina La Grasta. Giménez no solamente intentará ver cuál es el rol de las mujeres dentro de la música sino también analizar, dejándose atravesar por otras variables del contexto que tienen plena vigencia, cómo el cambio de la mujer en la escena actual también ha llegado a este ámbito para plantear y redefinir el rol de las bandas de mujeres en la actual constelación artística. Así, algo que comienza como una exploración personal, íntima y casi catártica sobre la separación de su propia banda, sirve de perfecto disparador para visitar la historia y la actualidad de otras bandas de chicas, a través de la voz y de la mirada de sus propias protagonistas. Si bien el retrato intenta apuntar a lo estrictamente musical, la dificultad de insertarse en el medio, la posibilidad de ganarse un respeto en un mundo que pareciera estar diseñado solamente para hombres y que pudieran incluso superarse algunas experiencias traumáticas respecto al poder que sigue ejerciendo un patriarcado musical, son ejes del documental. Así es como tomaremos contacto con cada una de las protagonistas y poco a poco también conoceremos algunos de sus espacios más privados, más personales, que comienzan a abrirse inevitablemente, frente a la cámara inquieta de Giménez. Quizás el acierto resida en que la directora no explora este mundo desde una mirada “outsider” que intenta entender este universo mirándolo desde afuera como una rara avis objeto de estudio, sino que lo conoce desde una pertenencia que marca fuertemente la posibilidad de meterse de lleno no solo en las bandas sino en las historias personales y que todo resuene armónicamente y en el mismo sentido. De esta forma, mezcladas con las anécdotas de sus historias referentes a la música, encontraremos que las mujeres que conforman estas bandas también hablarán acerca de sus deseos de maternidad y la realización de sus proyectos –sin duda la historia más llamativa, contada con dulzura y con una absoluta apertura frente a la cámara, es la de Pilar Arrese-, sus vidas de pareja, sus vivencias respecto del matrimonio igualitario, su lucha por la inclusión y la identidad, su militancia por el aborto legal seguro y gratuito, y su postura inquebrantable en defensa de los derechos de la mujer en todos los espacios de su propio cotidiano. Si bien Giménez intenta acertadamente sumergirnos en un mundo muy poco conocido por la mayoría de los espectadores –a menos que sean fans de alguna de las bandas presentadas-, el documental se construye como un caleidoscopio de diferentes grupos musicales presentando una cierta dispersión de la narración cuando intenta abordar los temas secundarios, que si bien aportan una mirada abarcadora de mundo personal de las protagonistas, hacen perder el foco y objetivo del documental. Giménez intenta que “UNA BANDA DE CHICAS” sea, al mismo tiempo, un registro que haga conocer y visibilizar el espacio que estas bandas han ganado en el mercado musical y en la noche porteña, como también una forma de dejar asentados los trabajos que realiza porque, en su propio juicio, no existen grabaciones en buena calidad de los shows que estas bandas realizan semana tras semana. Así como pareciera existir un molde predeterminado para el rol de la mujer dentro de la familia, del mercado laboral o de la cotidianeidad de la pareja, también pareciera que había un espacio particularmente reservado para las mujeres dentro de la música. Uno de los principales logros de este documental, es mostrar el lugar que han comenzado a ocupar, completamente alejado de los estereotipos de las voces melódicas o folclóricas que son las generalmente aceptadas por el público, sino que se fue ocupando y ganando un espacio de mayor poder, voces con mayor potencia y con las canciones que resonasen con las cosas que estas bandas de mujeres querían contar (muy jugosa la anécdota de Miss Bolivia a partir de un fragmento de un reportaje en el programa de Mirtha Legrand). El recorrido de “UNA BANDA DE CHICAS” en los festivales internacionales ha tenido una importante repercusión y ha formado parte del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata 2018, participando también en Rotterdam, San Francisco, el Festival GAZE LGTB en Irlanda, el Festival de cine Latinoamericano en Estocolmo (Suecia) o en Finlandia y ha sido mostrado en Hungría, Suiza, Croacia o Escocia. Quizás la fuerza del testimonio que Giménez pone en cámara, compense en cierto modo un trabajo documental que no logra despegarse de un collage muy bien entramado entre las bandas y una eje narrativo disperso, pero que de todos modos avanza valientemente sobre ciertos espacios que no habían sido anteriormente explorados por el documental dentro del cine nacional.
Las chicas al escenario El documental de Marilina A. Giménez tiene dos objetivos: dar a conocer a una gran cantidad y variedad de bandas compuestas por mujeres que no tienen la difusión ni el reconocimiento que merecen, y contar esas historias desde su condición femenina que encuentra en la actualidad el momento para emponderarse y luchar por romper con el patriarcado. Es una historia sobre música pero también sobre derechos y libertades, pero sobre todo, es una historia sobre mujeres con experiencias, ideologías y actitudes que las definen. Con mucha habilidad la directora -que conformó una de las bandas en el pasado- va contando la historia de cada una de las chicas, a quienes deja expresarse a cámara para que las historias de cada banda sea contada por sus protagonistas. Pero también en su relato las chicas cuentan su experiencia de ser mujeres en un universo de hombres, los padecimientos y dificultades a las que se enfrentan a diario y sus maneras de hacer frente a las circunstancias. Gracias a esto la película nos genera empatía con las chicas desde el primer minuto. Sabemos como piensan y cómo sienten y porqué hacen lo que hacen. Por ende recién en la segunda mitad, cuando empezamos a ver imágenes de los shows con los temas completos podemos apreciar la dimensión de lo que hacen sobre el escenario: el sentido de las letras, actitudes y bailes, su razón de ser más allá de la pegadiza melodía que se convierten en un medio de comunicación, de expresión y hasta de liberación. Pero por suerte, estas chicas no cantan tangos melodramáticos cargados de situaciones traumáticas, sino que convierten ese dolor en energía, en catarsis liberadora que invita a bailar y divertirse con letras inteligentes que buscan dar vuelta la ecuación del patriarcado. La idea es vibrar al ritmo de los movimientos de emancipación femenina. Basta escuchar a Ibiza Pareo, Yilet, Chocolate Remix, Las Kellies, Kumbia Queers, Liers, Las Taradas, Kobra Kei, Sasha Sathya, Miss Bolivia, entre muchas otras, para detectarlo. Una banda de chicas (2018) es una película que vibra, marca una época y hace confluir una serie de emociones cruzadas en sus protagonistas que, como artistas, trasmiten sus emociones a flor de piel. Marilina A. Giménez les rinde homenaje pero también muestra la punta del iceberg del movimiento social que lucha por Ni una menos y la despenalización del aborto. La manera de hacerlo no es mediante explicaciones de sociólogos como haría un documental tradicional, sino con la pasión y el sentimiento de ser parte de esa fuerza vital imparable que se palpita, tanto en la calle como arriba de un escenario.
Marilina Giménez fue una de las integrantes de Yilet, banda de rock integrada por mujeres que marcó una bisagra en el ámbito musical argentino. Luego de haber dejado la agrupación en 2013, Giménez empuñó la cámara para filmar este documental centrado en la no siempre armónica relación entre la escena artística under, el rock y las mujeres. Visto en el Festival de Mar del Plata del año pasado, Una banda de chicas reúne a varias referentes importantes de la escena local (las integrantes de Las Taradas, Kumbia Queers, Miss Bolivia, Chocolate Remix y She Devils, entre otras), quienes frente a cámara recorren sus historias personales y artísticas. Historias atravesadas por la discriminación generalizada de una industria que históricamente miró de reojo a las mujeres. Esas entrevistas se intercalan con una buena cantidad de material de archivo que muestra a las distintas bandas en acción, dando cuenta de sus estilos diversos pero siempre contestatarios. Ahí radica el núcleo más interesante de este documental un poco esquemático en su estructura, pero de enormes resonancias sociales. Porque Una banda de chicas no es solo una experiencia plácida para melómanxs: se trata también de un fresco social, político y cultural de indudable actualidad.
Por suerte un día Marilina Giménez decidió cambiar el bajo por la cámara y registrar no solo su participación en la banda Yilet que formó en el 2009 sino que nos regala una miradas inteligente, curiosa, bien filmada de un mundo de la escena underground de Buenos Aires. Las mujeres músicas que quieren acabar con los estereotipos que dominan la industria, y reunir los testimonios valiosos y la presencia de Miss Bolivia, Kumbia Queers, Las Yaradas, Las Kellis, Kobra Kei, Ibiza Pareo, Liers, She devils, Sasha Sathya entre otras. Las chicas y la música ejerciendo su vocación y plantando bandera desde una perspectiva de género que dinamita el patriarcado, aunque falte mucho para que encuentren naturalmente su lugar. Buena música y la intimidad de un mundo poco conocido, los sueños, los logros, las dificultades, las agresiones, los fans. Un registro lleno de verdades que da gusto recorrer.
MUJERES DEL ROCK Marilina Giménez fue integrante de la banda Yilet, una de las mayores representantes del under musical argentino y también un grupo de quiebre que fortaleció el lugar de las mujeres -escaso aún hoy- en la escena del rock argentino. Pero en 2013 dejó el grupo y decidió tomar la cámara para registrar ese movimiento que progresivamente y con fuerza construyó un discurso coherente y de choque. Con el conocimiento que le aporta haber estado en el centro del movimiento, Giménez edifica entonces con Una banda de chicas un documental vibrante que registra la escena musical de grupos integrados por mujeres, le da voz a bandas como Yilet, Chocolate Remix, Las Kellies o Kumbia Queers, y pasea su cámara por un paisaje urbano y nocturnal que es preeminente en el under. Lo que se impone en la película es una fuerte relación entre fondo y forma, porque ese registro cercano y urgente se emparienta con el discurso de varias de estas mujeres, demostrando el poder que radica en los sectores marginados del arte, fundamentales siempre en la renovación de viejas estructuras. En primera instancia Una banda de chicas hace una suerte de recorrido histórico, a través de testimonios que dan cuenta de cómo la industria cultural invisibiliza a determinados sectores. El mundo del rock argentino, por ejemplo, ha sido siempre patriarcal y machista, en un discurso que se retroalimenta de arriba hacia abajo del escenario. La película de Giménez, por tanto, es un relato casi de guerrilla que no sólo exhibe, sino que además cuestiona. Por eso es que resulta absolutamente lógico el pasaje a la segunda parte del relato, donde la escena musical da paso a los movimientos de mujeres que en el último año militaron fuertemente el derecho al aborto legal, gratuito y seguro, pero también con la proclama anti violencia de género Ni una menos y demás debates relacionados con el feminismo. Sin embargo, y más allá de entender la urgencia militante que exhibe el documental, es cierto que ese protagonismo que toma la movilización callejera y feminista le quita importancia al tema principal de la película, que era la exhibición y registro de aquellas bandas. Es como si a partir de determinado momento ya no importaran tanto las bandas, su arte, e inconscientemente y desde las buenas intenciones la película las relegara. Una pena, porque en el discurso político de las canciones y en el clima incendiario de aquellos recitales había una vibración que era la que definía mejor a estas artistas fundamentales. Lo otro es importante, claro que sí, la puesta en acción del discurso político también le da forma a cada individuo, pero como película tenemos que decir que la vuelve un poco perecedera.
Ni tuya ni yuta No fue hace tanto que un famoso productor tuvo el desatino de declarar que no ponía bandas integradas por mujeres en su festival porque no “No hay suficientes mujeres con talento” como para llenar una grilla. La respuesta fue un contrafestival que convocó a un importante número de bandas de diferentes estilos, mostrando que las músicas existen pero lo que no tienen es difusión. En esa misma línea ya venía trabajando Marilina Giménez con este documental. Quizás comenzó como la necesidad de contar su propia historia como ex bajista de la banda Yilet, pero finalmente creció para convertirse en una película que no solo se propone desmentir la creencia de que no hay mujeres haciendo música en el ámbito nacional: también intenta exponer algunas de las dificultades extra con las que se encuentran en el camino que emprenden, y darse un lugar para mostrar una pequeña pero variada selección de ejemplos que ilustran las distintas bandas y solistas que vienen trabajando en una ya de por sí difícil industria musical, donde muy poca gente accede a monetizar su trabajo artístico. Un arte que más allá de su necesidad de expresarse o entretener, todas entienden que no existe aislado de sus posturas políticas, tal vez con más conciencia que la mayoría de las bandas más importantes o conocidas. Por eso Una Banda de Chicas no es simplemente un catálogo de bandas o temas musicales, ni el recorrido de una línea temporal narrado como una serie de momentos históricos que pueden ser contados como una fecha y la descripción aséptica de un evento. Se nota que Marilina Giménezcuenta desde adentro y habla de lo que sabe, ya sea porque lo vivió en carne propia o porque conoce de primera mano las historias en las que indaga. No necesita pararse frente a ellas como en un paseo por el zoológico. Construido en base a entrevistas, algo de material de archivo y shows en vivo con una calidad de sonido que justifican verlo en sala,Una Banda de Chicas no deja de ser un documental que le habla a un nicho de público específico, pero de todas formas logra no ser muy sectario. No exige conocimiento previo de las bandas, de su historia, ni de los temas que plantea como motor de este movimiento en construcción que retrata, solo interés por conocer al menos un poco sobre un ambiente artístico donde se mueve una variedad y cantidad de gente que se fue ganando un lugar con mucho esfuerzo y años de trabajo. Un lugar que entendieron que no iba a existir dentro de la estructura establecida, por lo que necesitaban construir una nueva en paralelo, o derrumbar aunque sea en parte a la vieja. Es una historia sin final, porque aún está en proceso.
Detrás de las luces que iluminan a las estrellas de rock hay un mundo paralelo, menos glamoroso y mucho más terrenal. Ese sitio de fama, éxito y dinero está ocupado por unos cuantos, pero no hay lugar para todos, porque a los productores no les interesa o, tal vez, suponen que no hay un gran mercado como para invertir en ellos. Navegando las aguas subterráneas del universo musical argentino, se encuentra un grupo cada vez más grande y variado de chicas que hacen lo suyo con pasión y contundencia. Tocan rock, cumbia, trap, etc. con un gran nivel, en el que se destacan tanto la potencia sonora, como la puesta en escena. Ellas se visten como quieren y lo sienten. Pueden ponerse una sencilla ropa de calle, o vestimentas provocativas, ajustadas o desafiantes de las costumbres sociales. Las letras expresan sus sentimientos, para nada románticos, sino que cantan con bronca y enojo las actitudes de los hombres. Combaten y critican el machismo con sus acciones sin filtros y las canciones son una suerte de punta de lanza, tal vez, más peligrosas aún. Los temas tienen unas pocas estrofas que las repiten varias veces, pero lo compensan con unas muy buenas y pegadizas melodías. Marilina Giménez dirigió éste documental con el objetivo de mostrarnos lo que sucede en ciertas comunidades de la noche porteña. Porque ella conoce el paño. Perteneció a un grupo, fue bajista y luego de su disolución se dedicó a la realización de audiovisuales, como otro recurso artístico y creativo. Las chicas hablan a cámara y entre ellas con un lenguaje crudo, seco, sin tabúes, mientras cuentan sus vivencias, autogestiones, luchas feministas, empoderamientos y dificultades por no poder ser parte del estrellato, ni vivir tranquilamente de la música. Ellas no se callan nada. No quieren hacerlo nunca más. Discuten un mundo dominado por los hombres y se lamentan que no haya mujeres ejecutivas dentro de ese ambiente. Sin ninguna duda lo más impactante de la película es la música y la rebeldía que muestran, tanto arriba como abajo del escenario. La cámara recorre boliches y pequeños teatros durante las noches. Incluso siguen a una banda argentina en una gira por Suecia y España. Las tomas son breves y precisas. Se concentra en algo y no se aparta del camino que quiere transitar. La incorrección es su estandarte. Son marginales y, en algún punto les gusta, pero, como decía el tango, la lucha es cruel y es mucha y ellas también están cansadas. Necesitan de una vez por todas recoger los frutos que vienen sembrando desde que comenzó la democracia.
Después de su estreno en el 33° Festival de Mar del Plata y tras su paso por varios festivales de cine, se estrena Una banda de chicas: un documental que sigue a varios grupos musicales de mujeres o a cantantes femeninas, visibilizando la cotidianidad de un medio y una sociedad que comienza a sacudirse el machismo, el falocentrismo y el patriarcado. El mundo de la música argentina siempre tuvo mujeres que se destacaron. Pero les costó llegar a ser reconocidas por la industria, que anteponía como criterio principal las cifras de venta. Igualmente no era más que un reflejo y parte de un mundo que miraba desde y por el hombre. En estos tiempos que corren se está tratando de corregir siglos de sometimiento, de maltrato, en definitiva, de desigualdad entre mujeres y hombres. Por eso no resulta extraño que surja Una banda de chicas. El documental de Marilina Giménez (que pasó de integrante de la banda de rock Yilet, al detrás de cámara) es un retrato que sigue y muestra a diferentes agrupaciones musicales formadas por mujeres, lesbianas y trans. Cada una de ellas con sus variadas formas de pensar la música a través de diferentes ritmos y estilos: She Devils, Kumbia Queers, Paula Maffia, Chocolate Remix, Miss Bolivia, entre otras. Con un montaje fluido que hace pasar ante los ojos del espectador cada banda sin que se necesiten carteles o bloques que las encasillen/nominen, usando la forma inteligentemente para mostrar las continuidades más que las diferencias, y una fotografía que demuestra su destacado trabajo en las imágenes nocturnas, Una banda de chicas hace uso tanto de la palabra como de la música en sus registros de performance en vivo. El documental atraviesa lo cotidiano e íntimo, pasando por lo profesional, hasta desembocar en lo público y político que significa la reunión de las músicas y cantantes firmando la carta a favor de la IVE y la plaza frente al Congreso cuando ocurrió la votación en contra de ese proyecto de ley en la Cámara de Senadores. A pesar de tocar temas coyunturales y propios de estos tiempos, jamás se siente forzada la inclusión de éstos ni la urgencia vuelve a Una banda de chicas menos artística ni entretenida. Un documental ágil, divertido, emocionante, político y musical con mujeres empoderadas.
“Cambié el bajo por la cámara” cuenta Marilina Giménez sobre su banda Yilet que formó en 2009. Desde ese registro autobiográfico, Una Banda de Chicas, reconstruye su historia y se pregunta por el rol de la mujer en la música local. Varias virtudes tiene este documental. Más allá del interés o gusto musical de cada uno, la película tiene un retrato poderoso y auténtico del mundo de las bandas de chicas, sin intentar armar un agenda políticamente correcta, sino mostrando lo que tiene adelante y punto. Si el film tiene contenido político no es por especulación, sino por honestidad con lo que tiene delante. Pero tal vez la virtud que hace la diferencia son algunos hallazgos estéticos exquisitos, como el plano secuencia nocturno que pasa de una pelea a seguir a las chicas caminando por la calle. Momento cinematográfico puro que le da a la película una calidad absoluta.
Avanzar siendo millones Fuertes como un bloque En un grito colectivo Contra sus escuadrones. La historia de Una banda de chicas comienza mucho antes que Marilina Giménez pueda saberlo. Fue su experiencia individual en tanto integrante de una banda la que la introdujo en otra de carácter general, de un grupo mayor conformado por músicas mujeres. El documental comienza por la historia de YiLet -donde la directora tocaba el bajo-, luego el film sigue su recorrido recolectando los testimonios, las giras, el detrás de escena, las grabaciones y los shows de Cumbia Queers, Miss Bolivia, Sasha Sathya, She-Devils, Chocolate Remix, Kobra Kei, Liers, Las Kellies, Las taradas e Ibiza Pareo.
En 2013, Marilina Giménez integrante del trío de electro-pop Yilet, cambia de manera definitiva el bajo por la cámara y sin querer queriendo comienza a realizar un registro valiosísimo del lugar ocupado por las mujeres en la escena musical porteña durante los últimos años que en vez de quedarse en el catálogo y el simple relevamiento se convierte en un disparador de preguntas al cuestionar costumbres y reflexionar sobre los modos de una industria que históricamente las ha discriminado, más aún cuando la palabra “rock” ha aparecido entremedio. ¿Hay géneros aparentemente prohibidos para las mujeres? ¿Por qué un festival de mujeres incluye bandas con hombres como integrantes? ¿Por qué enriquece la escena que una artiste trans, no binario, de género fluído se exprese musicalmente? ¿Cómo es transitar la noche de la Ciudad de Buenos Aires y salir ilesa? El documental entrega un diagnóstico puntilloso de una ciudad específica, en un tiempo determinado, sobre personas puntuales, pero que en su reverso no es más que el pequeño espejo de situaciones y sinsabores que exceden lo musical y alcanzan todo ámbito. El recorte seleccionado no se centra solo en lo que se ve bajo la lupa del rock sino que se hace extensivo a todas aquellas bandas que en uno u otro sentido quiebran, improvisan, expanden como un chicle los límites impuestos por los estereotipos a su medida y sabor preferido. De esta manera, aparecen testimonios de un amplio abanico de artistas que van desde faros de la música actual como Miss Bolivia, quien supo apropiarse del rap y la música tropical para masificarla desde su lugar de mujer, hasta proyectos más arriesgados como son Chocolate Remix, que toma el reggaetón y lo esteriliza del machismo de sus letras para usarlo como arma de ataque lesbofeminista, o la trapera trans Sasha Sathya, uno de los hallazgos más rupturistas e interesantes con los que cuenta el documental, y que más que ningunx otrx, supo hacerse un lugar a los empujones y “a los cabezazos”. El documental lo completan Las Taradas, Ibiza Pareo, Las Kellies, Cobra Kei, Kumbia Queers, Liers, entre otras, todas bandas que saben bien que contestar cuando se habla del circuito under. Es acá donde no solo el correr la mira de lo musical y apuntar a lo político hace de Una banda de chicas una película necesaria. Lo coyuntural y esa sensación de que lo que estamos viendo está ocurriendo en este preciso momento le otorgan un valor agregado. La cámara de Giménez está donde tiene que estar. En Plaza Congreso durante la marcha por el aborto legal, seguro y gratuito, en la firma de la carta abierta de las artistas de la música por la adhesión a la ley, en los recitales, en los camarines y a la salida de los shows. Se podría decir que el documental se mueve con aire inquieto, le sobrevuela lo punk, salvo por la forma en que se estructura. El paso de artista a artista tal vez sucede de un modo bastante esquemático y rígido pero cada uno trae consigo nuevas problemáticas que van desde las experiencias de misoginia padecidas por las propias protagonistas hasta lo que significa transitar la maternidad estando en plena gira. Sin embargo, pareciera que la dificultad para destapar la olla de la escena local y subir un escalón más arriba es el denominador común en todas aquellas que aspiran a hacer la música que ellas quieren y no el género, la estética, el estilo que por ser mujer deberían tocar para poder vivir de lo que les gusta. Una banda de chicas tira la red al fondo del océano y a través de un puñado de ejemplos, le hace justicia a todas las que siguen en la oscuridad, alumbrándose las unas a las otras como peces con luz propia. Por Felix De Cunto @felix_decunto
“Cambié el bajo por la cámara” cuenta Marilina Giménez sobre su banda Yilet que formó en 2009. Desde ese registro autobiográfico, Una Banda de Chicas, reconstruye su historia y se pregunta por el rol de la mujer en la música local. ¿Qué sucede cuando las mujeres hacen la música que ellas eligen?, ¿qué pasa cuando sus cuerpos sobre el escenario son agresivos y sensuales?. La escena musical argentina desde una perspectiva de género que rompe tabúes e invita a desnaturalizar el patriarcado.