La mujer de mis sueños y pesadillas "Uno no termina nunca de conocer a quien tiene al lado" dispara uno de los abatidos hombres que se encuentran reunidos en torno al féretro de una desconocida. La ópera prima de Pablo Buca fue filmada en Bolívar y presentada en la última edición del Festival Pantalla Pinamar y en la edición 26 del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Una mujer sucede transcurre en una noche tormentosa que une a tres hombres (Eduardo Blanco, Alejandro Awada y Oscar Alegre) en el velatorio de una mujer (Viviana Saccone) a la que creen conocer. Con el correr de las horas, estos personajes irán revelando la identidad de la fallecida a través de historias personales en las que el drama dice presente. La película no escapa a su estructura teatral, pero recurre al "flashback" para presentar los relatos de cada uno de los personajes y sus vivencias con la mujer (Saccone encarna tres personajes, desde una seductora a una mujer madura con convicción) que cambió sus vidas para siempre. A través de buenos diálogos y una atmósfera que se permite algunos toques de humor negro (ellos juegan a las cartas sobre el cajón de la difunta), la trama evidencia también su costado misterioso y nostálgico. Los tres protagonistas tienen su lucimiento: Blanco es Fernández, un escritor que recuerda a Laura, la mujer que lo entrevistó tiempo atrás en una bilblioteca y con quien se involucró en un extraño juego sexual; Awada es Santos y cuenta su relación con Sofía, una ex-amante y esposa de su íntimo amigo y, finalmente, Alegre (en un primer y merecido rol protagónico) es Villalba, el empleado municipal que fue chofer y conocio a Rosita, una mujer a punto de quedarse ciega. Una recomendable propuesta con tres miradas diferentes y la mujer que alguna vez les perteneció pero que nunca volvieron a ver.
Estrenada en el Festival de Mar del Plata 2011, Una mujer sucede es la primera película bolivariana de la Argentina. Esto dicho porque tanto su director (Pablo Bucca) como el autor de la notable novela homónima en la que se basa el film (Luis Lozano), editada hace algunos años por Sudamericana, son oriundos de la localidad de Bolívar, ubicada a 330 kilómetros de la Capital Federal. Justamente allí transcurre esta ópera prima en la que acción se desarrolla alrededor de un féretro. Allí reposa una ominosa mujer (Viviana Saccone) cuyo nombre se desconoce, pero los tres hombres que están en el lugar (el empleado municipal y dos transeúntes ocasionales) suponen saberlo. Así, para uno de ellos (Fernández; Alejandro Awada) será una periodista que alguna vez lo entrevistó y con la que más tarde iniciaría un romance. Para Santos (Eduardo Blanco), en cambio, será una antigua amante, mientras que Villalba (Oscar Alegre) verá en ella a un viejo amor. Esas tres historias serán recuperadas a través de flashbacks mientras se juega un partido de truco. Bucca acierta al adosarle una pátina de humor negro (ver sino los tres hombres usando el cajón como mesa) a un película que por momentos se circunscribe a una puesta en escena demasiado teatral, evitando la oxigenación visual de la trama. Atravesadas de punta a punta por la nostalgia y el dolor de irrecuperable, la ubicación narrativa de los tres historias genera confabula contra la tensión -y atención- del espectador. Así, se pasa del misterio de la primera a la inverosimilitud de la última, que incluye a Viviana Saccone disfrazada de anciana.
Misterio en el cajón Una mujer sucede (2011), ópera prima del director oriundo de Bolívar Pablo Bucca, reconstruye la identidad de una mujer fallecida a partir de distintos relatos. La película, basada en la novela de Luís Lozano, comienza con misterio e irá perdiendo tensión con el transcurrir de los minutos por lo convencional de su propuesta estética. Una noche de tormenta, llega un hombre solitario a un desierto pueblo. Sin destino alguno buscará donde hospedarse y resguardarse de la lluvia. En el camino se topa con un velatorio, único y extraño lugar cálido para esquivar el temporal, en el que se vela una mujer de desconocida identidad. El encargado del lugar invita al protagonista a jugar a las cartas sobre el féretro, travesura a la que se sumará un tercer hombre. Surgirá la misteriosa identidad de la mujer tergiversada por el relato subjetivo de cada personaje. La historia es interesante por su propuesta narrativa a partir de los puntos de vista sobre un mismo personaje: la identidad de la fallecida mujer. Cada hombre (Eduardo Blanco, Alejandro Awada y Oscar Alegre) asegura conocer el paradero de la difunta, incluso haber tenido una historia de amor con ella. Los distintos relatos (con Viviana Saccone en el papel de la mujer), lejos de ser realistas, están atravesados por la subjetividad del narrador. El punto fuerte de un film atravesado por la subjetividad, radica en la composición estética de cada episodio, mediante el cual se refleja el interior –anhelos y fracasos- de cada protagonista. Sin embargo Una mujer sucede apela a toda una serie de convencionalismos para escenificar cada visión: los estereotipos retratados -la mujer seductora, el colectivero bonachón, o el escritor pseudointelectual- distan de toda originalidad perdiendo la impronta de misterio que promovía el argumento en un comienzo. Así y todo la película, que tiene un trabajo técnico correcto (aunque televisivo), alcanza su objetivo de establecer un juego de subjetividades para desentramar un hecho, apelando a ese lugar imaginario donde el recuerdo es incluso más válido que la propia verdad.
It was a dark and stormy night A bunch of strangers seek shelter at a dimly lit funeral parlor In Pablo Bucca’s gripping thriller Una mujer sucede (2005), a handful of perfect strangers – three middle-aged men with no apparent connection – converge on a small-town funeral parlor where the wake for an unidentified woman is being held. As befits a darkly ominous noirish nouvelle, a storm is raging and the dimly lit, damp funeral home is the only available refuge given the time of night, the weather conditions and some comically twisted incidents involving townsfolk short on patience. A minor digression: if you’re a fan of cartoonist Charles Schulz’s Peanuts, you will probably recall that Snoopy, Charlie Brown’s adorable beagle pet, had literary ambitions that always, inevitably, ran short. Perched on top of his dog house, he would start, over and over, to type a mystery novel. “It was a dark and stormy night” was as far as he would always get.
A través de un talentoso cuarteto de intérpretes y una interesante línea narrativa, Una mujer sucede es el primer largometraje de Pablo Bucca, quien adapta con recursos consistentes una novela de Luis Lozano dotada de buenas ideas. El arranque resulta atrayente, en un indeterminado pueblo del interior, cubierto por una copiosa lluviosa nocturna, tres hombres se reúnen accidentalmente –o noen el velatorio de una mujer, cuya identidad se desconoce. A partir de allí, entre cartas, truco y cortes de luz, cada uno irá desgranando hipótesis acerca del nombre real del cuerpo oculto en un cajón –que a la vez oficia de mesa- en ese despoblado funeral. Y aflorarán historias amorosas que han signado sus rutinarias existencias, todas representadas por mujeres caracterizadas por la versátil y bella Viviana Saccone. Del trío de relatos, desarrollados través de sendos flashbacks, se destaca el capítulo del medio, el más logrado dramáticamente, con una trama potente y cambiante. Los otros están dentro del tono ambiguo y melancólico que trasunta un film que quizás adolezca de un climax final o acaso de un remate que justifique mejor la propuesta. Fuera de la ya mencionada y camaleónica performance de la Saccone, las actuaciones masculinas están teñidas de una gran sensibilidad, a través de un exacto Eduardo Blanco, un convincente Alejandro Awada y un entrañable Oscar Alegre.
Tergiversaciones Dos elementos que funcionan como pretexto motorizan la trama de Una mujer sucede, ópera prima del bolivariano Pablo Bucca, basada en la novela homónima de Luis Lozano y que se proyectara en festivales: el Truco y un velorio de una misteriosa mujer para dar paso a la subjetividad de los recuerdos. La impronta literaria que arrastra desde su guión más que desde la puesta en escena teatral acerca por un lado el operativo de tergiversación de las historias de amor que cada uno de los personajes expone para darle una identidad a aquella muerta, a quien nadie conoce desde un principio pero que luego confiesan en la intimidad de un partido de truco reconocer. El truco y la mentira entonces van de la mano y en este caso desde el punto de vista narrativo es una buena herramienta para construir tres relatos protagonizados por tres mujeres muy diferentes, interpretadas por la actriz Viviana Saccone, quien logra diferenciar sus caracterizaciones con personalidades distintas y rostros diferentes. La acompañan en este juego Alejandro Awada, quien interpreta a Fernández, un taciturno escritor que asegura que en el féretro reposa Laura, una periodista que lo involucra en la perversión de un militar imposibilitado de tener sexo y Voyeur de manual en la piel de Jorge D''Elía. Esa mujer por la cual siente un verdadero amor luego muta en Sofía para dar pie a la historia de Santos (Eduardo Blanco), quien tras el reencuentro con una antigua amante se ilusiona con una segunda oportunidad. La tercera y última versión de la misma mujer es la más floja en términos narrativos y la que menos tensión aporta a la trama más allá del habitual estereotipo del que lamentablemente el cine argentino no puede escapar: un colectivero apellidado Villalba (Oscar Alegre) se enamora de Rosita, quien gradualmente va perdiendo su visión hasta quedar completamente ciega, pero que logra cumplir su sueño de cantar frente al público gracias a la prueba de amor del hombre. Así las cosas, tres relatos hilvanados a partir de la subjetividad de cada personaje intentan revelar el misterio para encontrar en la evocación y el recuerdo su arma de doble filo porque esos flashback conspiran contra la tensión dramática de la propuesta y le quitan peso a los protagonistas de la acción.
La búsqueda de un amor ideal La inesperada muerte de una mujer joven, al cruzar la plaza de un pueblo del interior, despierta múltiples conjeturas en varios de los hombres, que se acercan más tarde a su velorio, atraídos por conocer la identidad de la víctima. "Una mujer sucede" es un filme de climas y atmósferas, de hombres que parecen destinados al fracaso y a la soledad, cuyos recuerdos, los de una mujer que se presumen alguna vez amaron, les despierta una sutil sensación de compañerismo. Precisamente de eso trata esta "opera prima" de Pablo Bucca, que se apoya en una novela y cuyo clima ominoso permite ir desarrollando un misterio, que va uniendo la vida de varios hombres que primero no se conocen, pero poco a poco van desarrollando una serie de sentimientos que terminan hermanándolos en el dolor de una pérdida. NOCHE DE LLUVIA La primera escena muestra una intensa lluvia, un hombre que camina por una calle oscura y va a parar a un edificación municipal, en la que en su interior descubre una habitación, en la que se está velando a alguien. Al lado del féretro hay un hombre solo con la mirada algo perdida. Santos (Eduardo Blanco) se acerca y le consulta a Villalba (Oscar Alegre), el hombre de la mirada perdida, si puede quedarse un rato en el lugar. Juntos comienzan una charla a la que más tarde se sumará un escritor, Fernández (Alejandro Awada), quien alguna vez tuvo una relación íntima con la mujer, de quien algunos dicen que se llamaba Laura y otros Sofía (Viviana Saccone). El misterio va hilando situaciones y relatos, en los que también coincide la presencia de un militar, cuyo hijo formó parte de la agrupación Montoneros. Pero esto último es sólo un dato que se le aporta al espectador, pero no adquiere ningún desarrollo posterior. Porque de lo que trata "Una mujer sucede" es del misterio que despierta el una mujer en un grupo de hombres de un pueblo del interior y de cómo cada uno cree haberle pertenecido en algún momento. Un filme con buenas actuaciones de Viviana Saccone, Fernando Alegre y Alejandro Awada.
Demasiada literatura no le conviene al cine Algunos conocen San Carlos de Bolívar por las menciones mediáticas en un programa de entretenimientos. Algunos, por su presente deportivo, su pasado representativo de la colonización bonaerense, o simplemente porque está de paso. El Bolívar de unos puede no ser el de otros, como la mujer de esta historia no es la misma para ninguno de los tres hombres que hablan de ella a lo largo de una noche de lluvia en un velatorio. Pablo Bucca, nativo del lugar, cortometrajista autodidacta, durante dos años director del canal local de televisión, y ahora también creador de una muestra nacional de cine, hace su primera película en Bolívar mismo, adaptando una novela de su coterráneo Luis Alberto Lozano, finalista del premio Clarin 2002 y luego publicada en Sudamericana (dicho sea de paso, en 2011 ganó al fin ese premio con la novela «Lloverá sobre nosotros», que, curiosamente, era el primer título pensado para «Una mujer...»). La historia tiene su intriga. Una desconocida ha ido a pedir trabajo al municipio y al salir ha muerto de golpe en la calle. El organismo se ocupa del velatorio, y un empleado municipal hace guardia por si aparece algún pariente, pero en su lugar solo cae un infeliz buscando refugio de la lluvia, y luego un tipo algo misterioso. Cada uno cree reconocerla, y cuenta quién habrá sido, pero nadie concuerda. Periodista ligada a un guerrillero, sexualmente medio perversa, adúltera de vida confusa, enferma de leucemia o emigrada que formó otra familia, mujer sencilla que fue quedando ciega junto a un hombre simple y afectuoso, ¿quién habrá sido, realmente? ¿Habrá una sola respuesta? El desenlace es cortazariano, pero les ha permitido a esos hombres pasar la noche en vela, reflexionar un poco, y tal vez evocar ciertos afectos que han vivido. No funciona del todo en la pantalla, porque lo literario pesa sobre los diálogos y sobre algunas situaciones. Se pierde credibilidad. Por suerte se mantiene la curiosidad. También se reaviva el recuerdo: allá por 1942, inspirados en «El ciudadano», el director Carlos Borcosque, el comediógrafo Carlos A. Petit, y la gran Libertad Lamarque hicieron un melodrama muy interesante: «Yo conocí a esa mujer», donde diversas personas discutían sobre el pasado y las lejanas razones de una cancionista en desgracia, sin que nadie pudiera dar con la verdad. Aquel melodrama tenía defectos similares a los de esta película, y también unas cuantas virtudes. Pero ésa es otra historia.
El cine independiente argentino viene abundando en los últimos años en historias de pueblo chico, películas que no sólo cuantan su relato en los personajes sino en la ambientación del lugar en el que se desarrollan. A este estilo, Una mujer sucede, ópera prima de Pablo Bucca, le otorga una vuelta de tuerca más, y es eso lo que la hace llamativa y le permite destacarse pese a ciertas falencias en el resultado final. Ese “giro” se refiere al hecho de contar tres historias en una, tres diferentes historias sobre un mismo personaje para desentrañar el misterio de su personalidad. En medio de la tormenta, un hombre, Santos (Eduardo Blanco) llega a un pueblo aparentemente abandonado, el único lugar que encontrará es el velatorio de una mujer, mujer de la cual desconocemos su nombre y todo dato. En ese solitario y extraño velorio se encuentra el encargado, Villalba (Oscar Alegre) que no sólo le ofrece refugio sino jugar una partida en las cartas; y más tarde se les suma Fernández (Alejandro Awada). Sorpresivamente, estos tres dicen conocer a la muerta, pero cada uno tiene una visión diferente de ella; y así conoceremos sus puntos, sus historias con ella (Viviana Saconne) y finalmente descubriremos quién es... o lo quien nos dicen que es. Estos ocasionales “camaradas” tuvieron cada uno su romance, pero si bien se trata de la misma mujer, no lo parece, son disímiles entre sí, y en eso estará el desentrañar el misterio. Basada en una novela de Luis Lozano, Una mujer sucede tiene un comienzo interesante, atrapante, misterioso; el problema es que no mantiene el mismo ritmo durante su corta duración. En su comienzo pareciera adentrarse en una atractiva resolución, hace un buen planteo, casi de film negro; pero pasado ese fuerte arranque se diluye en situaciones más costumbristas, que abren el abanico de género llevándolo al camino del drama, e indefectiblemente la hacen mucho menos interesante, más rutinaria. Técnicamente sería incuestionable, o por lo menos no se le puede exigir a una producción claramente “económica”; puede ser algo pobre en recursos, pero sabe hacer buen uso. Lo mismo sucede en el plano actoral, el trío masculino aporta buenos labores aunque estan algo atados por cierto esquematismo de guión/novela. Por su parte a Saconne (extrañamente algo avejentada) cuesta no verla en una imposición más “telenovelesca”, igualmente es remarcable la tarea de interpretar a tres mujeres diferentes, aunque sean una sola. En la bifurcación está el dato de "Una mujer sucede", como historia a narrar no es demasiado sorprendente, pero sí atrae el hecho de poder ver que la personalidad de alguien puede no ser una sola; y así mismo, descubrir cuanto de realidad y cuánto de visión “personalizada” hay en cada relato, y por lo tanto, cuánto de sí mismos Santos, Villalba y Fernández vieron en su concepción de este enigma de mujer. En definitiva, se está ante un film que comienza con expectativas altas, y al saberse no poder cumplirlas opta por los caminos más convencionales; no es del todo una mala idea, la película llega a buen puerto, con un ritmo más pesado, con un paisaje ya visto, pero concreta su viaje, su planteo, y eso, por lo menos, ya es algo.
Secretos bien guardados Una noche de lluvia y un caserón derruido son los escenarios para un extraño velatorio. Allí, junto al féretro, hay sólo un hombre con la mirada extraviada y una enorme quietud, aunque sin embargo no tardarán en llegar al lugar dos individuos que no lo conocen ni se conocen entre ellos. El trío, casi como con una mínima señal, comienza a jugar al truco y entonces se producirá el diálogo, un diálogo que revelará secretos bien guardados. Fernández, uno de los integrantes de ese trío, es un escritor que relata la historia de Laura, alguien que lo entrevistó tiempo atrás en una biblioteca y con quien se involucró en un extraño juego sexual. Santos cuenta su relación con Sofía, una antigua amante y esposa de su íntimo amigo que lo pone a prueba en situaciones límite. Villalba, el tercero de esos hombres, relata el momento en que era chofer de un colectivo y conoce a Rosita, una joven a punto de quedarse ciega y que pretende seguir viendo a través de su imaginación. ¿Quién de esas tres mujeres es la que está al lado de ellos en el momento de su adiós? El novel director Pablo Bucca supo, sin duda, extraer de su guión ese clima tétrico poblado por fantasmales apariciones en que las tres mujeres (buen trabajo de Viviana Saccone) se imbrican en la existencia de esos hombres ahora taciturnos. Con cierto aire teatral, lo que no impide que la anécdota se siga con atención, el realizador necesitaba de un elenco que anudase cada uno de los personajes y logró su propósito, ya que tanto Eduardo Blanco como Alejandro Awada y Oscar Alegre supieron dar a sus personajes el misterioso sabor de sus antiguas aventuras.
Muerta y llena de misterio En su primer largometraje, Bucca maneja muy bien la intriga. Con una estructura coral, la trama es atrapante. Enfermedades, secretos y traiciones bajo el signo del desamor. Un féretro. En torno al ritual de la muerte, una mujer es velada. Pero se desconoce quién es, si tiene familia, un verdadero enigma femenino con una brutal tormenta de fondo en un perdido pueblito del interior. Durante algunas noches y días, sólo tres hombres se acercarán al cajón para reconstruir el pasado de la difunta y así forjar una identidad a conveniencia: pertenecerle. El director Pablo Bucca, en su primer largometraje basado en la novela del escritor Luis Lozano, presenta a los personajes como si fuesen cartas sobre el paño: Fernández (Alejandro Awada), un escritor que cuenta la historia de Laura, una mujer a la que conoce en una biblioteca y con quién se enreda sentimentalmente; Santos (Eduardo Blanco) habla acerca de su relación con Sofía, una antigua amante y esposa de su íntimo amigo. Por último, Villalba (Oscar Alegre), un empleado municipal que relata cuando era chofer de colectivo y conoce a Rosita, una mujer al borde de la no videncia que busca seguir viendo a través de su imaginación. Enfermedades, traiciones, secretos, todo regido bajo el signo del desamor articulan las tres historias de los hombres a los que parece no importarles estar frente a un cadáver (¿jugarías al truco sobre un muerto?). Lo que realmente interesa en Una mujer sucede es que ellos no pierdan protagonismo ni cedan un centímetro a su rival en esa surrealista carrera hacia la misteriosa dama inerte. La intriga permanente y una narración dinámica hacen avanzar al relato con fluidez, mantiene al espectador en el núcleo del conflicto. Eso sí, hay que estar muy atento durante la primera mitad del filme para no perder el hilo de las múltiples historias, sobre todo la de Fernández, y así no enredarse y tropezar en esta verdadera mamushka de corazones rotos. Con una estructura coral, esta atrapante película se desarrolla en diferentes capas como si fuese una cebolla fílmica, donde los relatos tienen texturas propias y, según su director, tonalidades particulares. “Marrones y verdes en la historia de Fernández y Laura, lo moderno y actual para el relato de Santos y Sofía y mucho contraste y colores brillantes en la narración de Villalba y Rosita”. Todo en pos de descifrar quién es realmente esa mujer que pasó a mejor vida. ¿O no?
Un velatorio de una mujer desconocida, en un pueblo perdido. Junto al cajón un empleado municipal que cobra horas extras por estar allí. A lo largo de la noche, él y otros dos hombres contarán su verdad sobre ella, que tiene a Viviana Saccone en cada recuerdo, que nunca coinciden. Buena idea, buenos actores (Eduardo Blanco, Alejandro Awada, Oscar Alegre) pero… se queda a mitad de camino.
Se ve en pantalla a un coral seccionado en tres, o quizá en cuatro, pero podría encasillarse a esta película como “góticopueblerina” sin que se tome a este neologismo como despectivo, porque además tiene la singularidad que en la mayoría de las escenas se encuentra una fuerte marcación y desarrollo de teatro de cámara. Si bien el director declaró al presentar esta película en Pantalla Pinamar 2012 que no desarrolló ninguna escena desde la óptica teatral, el espectador encuentra impreso el mecanismo de teatralidad en muchas situaciones aunque, sin embargo, Bucca logra darles continuidad en una trama cinematográfica. Esas situaciones, en las que los actores debieron trabajar la emoción con una mínima ayuda del movimiento, influyeron en el desempeño de un elenco integrado por figuras con gran trayectoria en teatro, y todos muestran en esta película que emplearon “tics” teatrales en la construcción de sus roles, sobre todo Viviana Saccone y Alejandro Awada. El cineasta Pablo Bucca al afrontar un filme coral de esta manera, marca un estilo particular para iniciar su carrera cinematográfica. Un estilo que, de mantenerlo, puede llegar a diferenciarlo y seguramente a ser cuestionado por los cinéfilos. El espectador, atrapado por el planteamiento desde la intriga, elaborará su propio relato en base a la identificación en alguna de las tres historias tan herméticas en su cierre como lo es el desenlace final. El cinéfilo encontrará una película técnicamente bien construida a partir de un buen libro aunque por momentos, cuando el director se entusiasmó con los efectos, pierde la agilidad adecuada.
Tres rostros para una mujer Noche lluviosa, de temporal y en un perdido pueblo del interior se sucede el sepelio de una mujer desconocida, hay frente al féretro un solo hombre -un empleado municipal a quien le han pagado para permanecer junto a la fallecida mujer-, y al tiempo irán llegando otros dos desconocidos que irán revelando, acercando pruebas de sus posibles vinculaciones con la muerta, al parecer cada uno de ellos tuvo en algún momento del pasado algo que ver con ella, aunque en mucho nadie coincide, o acierta en vincular verdaderamente a la extraña para que sea la única, la que yace allí. La idea a priori del libro de Luis Lozano, que aquí se convierte en la ópera prima del director Pablo Bucca -ambos del mismo origen, de la bonaerense ciudad de Bólivar, donde además está filmada casi en su totalidad-, la idea decimos no deja de ser atractiva, y el arranque del filme lo certifica, pero después en algún punto desbarranca y se pierde algo del interés de la trama -que por ratos parece ser demasiadoooo complicada de armar cual gran "puzzle"- y hasta el espectador puede llegar a preguntarse sonceras como "si nadie sabía quién era esa desconocida que se cae muerta en la plaza pública, como se enteran los demás..??, donde uno (Eduardo Blanco, siempre correcto actor) es de afuera de la ciudad..??". Igualmente si hay fallas de origen en el guión, no las hay en las vigorosas actuaciones del trío masculino, donde Alejandro Awada sigue ofreciendo su tallo actoral y hasta un Oscar Alegre califica alto con su hombre simple y pueblerino. Pero las palmas mayores son de esa poca aprovechada por el cine Viviana Saccone que compone tres disímiles mujeres que parecen parecerse tanto como no, laburo meritorio sin dudas de creación suya. Una peli simple, sobre el amor, las pérdidas y los encuentros del afecto, no es poca cosa.