Personaje apasionado, pero apasionado hasta precipitarse en los bordes resbaladizos de la razón, apasionado y devoto como habitualmente suelen ser los personajes de las películas de este director personal y perseverante de dramas y melodramas que amalgaman sus torrentes de amor con descargas de electricidad fantástica, o sea, personaje apasionado hasta la exacerbación psíquica, hasta el sinfín de la comprensión realista; sentimental también, expansivamente sentimental y entregada al amor como Neptuno a las aguas, Undine, porque hablamos de Undine, la húmeda protagonista de esta fábula moderna cruel y emotiva que es interpretada por la talentosa y cinegénica Paula Beer, ganadora del Oso de Plata a la mejor actriz en el festival de Berlín y habitué en las últimas excursiones de este cineasta, Undine, como decíamos, es el mar y es la locura, es la encarnación de lo tempestuoso en el territorio frágil del romanticismo interpersonal, es el hilo de seda que une los retazos de un relato invertebrado, con desvíos narrativos, pero consistente y aprisionador. Undine es una hija volcánica del director Christian Petzold, que en esta oportunidad aborda un mito germánico con reverberaciones argumentales más que evidentes de la obra del autor literario danés Hans Christian Andersen (“La sirenita”, por caso), que se describe como una criatura mitad humana, mitad marina condenada al amor eterno con/por un ser humano; Undine (en mercados hispanoparlantes suele conocerse como “Ondina”) es lo que popularmente conoceríamos como una sirena. Pero Undine, la película, afortunadamente no pasó por el falaz tamiz uniformador de Disney (por lo que Undine no tiene que rebelarse del padre o alguna idiotez de esas) y, además, el dato que tenemos de las sirenas es que no se andan con chiquitas en cuestiones del amor, rasgo temperamental susceptible de evolucionar a pulso vengativo si la señorita de actitud anfibia es ofendida; por esto último, los marineros más valientes de todo el globo temieron a las sirenas durante siglos de supersticiones oceánicas paliativas de soledades insalvables o naufragios masturbatorios. Y por acá va la película nueva de Petzold. Bajo el manto sagrado de la historia de amor, yacen Undine y Undine. Ella no lo sabe y querríamos advertírselo –empatizamos con esta enamorada escamosa hasta la última gota de sangre y desde el primer fotograma de emulsión digital–, pero será víctima de su propia pulsión endovenosa y el destierro de su existencia terrestre pasará a convertirse en el peligro mortal de su cadena perpetua. El derrotero de una mujer lastimada puede germinar inesperadamente en un laberinto de agua y sal a cuentagotas de lágrimas. El derrotero de una sirena traicionada abre las compuertas de un potencial devastador épico. Es a partir de un giro que toma el relato, vinculado a esta faceta particularmente determinante de la personalidad de las sirenas, que lo filosiniestro reaparece en Petzold, un cultor hábil del mestizaje de géneros que no pretende ser considerado ningún master of horror de nada ni gozar de las mieles, al cabo salobres, de los compartimentos creados por el marketing. Petzold se defiende ante sus detractores con el escudo inviolable de la coherencia. Su obra permite interpretar que estamos ante un autor que busca del cine contemporáneo, su terreno y su tiempo, un campo de juego de adultos en el que las excursiones zigzagueantes dentro de las ficciones más simples entretejan el programa principal de su objetivo de exploración cinematográfica, de su camino artístico en línea transversal, que todavía no ha terminado; acaso, recién ha empezado. Sin grafismos metamórficos importados de las monsters movies del cine de terror propiamente dicho y hecho, sin connotaciones folclóricas crípticas como las de El faro, de Robert Eggers, Petzold armoniza las complejidades sentimentales de una historia elegíaca y desoladora extirpada a la fuerza de la fórmula narrativa “chico-conoce-chica” (las escenas románticas son un vendaval de verdad y erotismo soft) con los designios funestos de una maldición ancestral que inhibe cualquier plan ulterior de sus protagonistas. Y, presumimos, con la vocación secreta de extender un certificado de defunción definitivo a todo abordaje naturalista de su cine.
El conocido realizador alemán Christian Petzold, que ha contado con la colaboración del director alemán Harun Farocki en dos de sus mejores films, Barbara (2012) y Phoenix (2014), regresa después de su última obra, la desconcertante Transit (2018), con Undine (2020), un film fantástico sobre una apasionada mujer que se debate entre el amor y la maldición que la persigue. Undine (Paula Beer) es una joven historiadora que trabaja como freelancer en un museo de historia urbana de Berlín que expone maquetas de los cambios de la inquieta ciudad, visiones de los urbanistas que la soñaron y diseñaron a lo largo de los años, puntos que Undine aborda con vehemente interés, cautivando a su versátil público. El film comienza cuando Johannes (Jacob Matschenz), el novio de Undine, la abandona, ante lo cual ella lo amenaza con matarlo si se retira del café en que discuten sin cambiar su actitud y lo invita a retractarse de sus intenciones para salvarlo de su trágico destino. Mientras Undine busca a Johannes en el café después de una exposición en el museo conoce a Christoph (Franz Rogowski), un buzo industrial del que se enamora perdidamente y con quien entabla una bella relación romántica, olvidando así a su anterior pareja. El noviazgo de Undine y Christoph se consolida en sus rituales amorosos pero se resiente cuando Undine ve por casualidad a Johannes con otra mujer. Esa misma noche Christoph la llama por teléfono para que defina sus sentimientos pero al día siguiente Undine se entera que es imposible que Christoph la haya llamado dado que éste tuvo un accidente de trabajo buceando y ha sido diagnosticado con muerte cerebral. Con su maldición a cuestas, Undine decide matar a Johannes, que desea volver con ella, y regresar al mar para que Christoph pueda vivir, un acto de valentía y abandono de sí misma pero también un regreso a su solitario hogar anfibio, desde donde cuidará de su amado buzo a la distancia. Cuando Christoph despierte intentará encontrar a Undine, que ha desaparecido de la faz de la tierra, lo que lo lleva a rehacer su vida con su socia, Monika (Maryam Zaree). Undine retoma el mito griego de la ninfa acuática recuperado para la cultura occidental y reinventado por un filósofo, alquimista y teólogo del Renacimiento, Paracelso. Petzold construye una historia de amor perfecta marcada por la tragedia de la maldición y lo fantástico en un film encantador cargado de símbolos mitológicos y de la historia de una ciudad que se ha convertido en un museo urbano. Undine hace carne esa frase de que el amor todo lo puede en un relato dramático que juega con lo fantástico para finalmente dejarse llevar por el mito, permitiendo que lo fantástico tome el control. Al igual que en Transit, Paula Beer y Franz Rogowski logran una química extraordinaria en una película inquietante sobre el poder del amor, los mitos griegos y urbanos y la imposibilidad de olvidar las relaciones que marcan el corazón.
“Si me dejás, voy a tener que matarte”. Undine comienza con el primer plano de una mujer abandonada que pronuncia estas palabras en la terraza de un café. La sentencia a muerte es una relectura del mito popular que da nombre a la película y a su protagonista: la nereida solo puede vivir en la tierra a través del amor de un ser humano; si es traicionada, tendrá que matar al hombre y regresar al agua. Christian Petzold convoca a Hitchcock y a los hermanos Grimm para trazar un paralelo entre el destino de una historiadora de urbanismo y el pueblo en donde vive. El deseo de hacer desaparecer al infiel y borrar todo rastro de la historia pasada le permite al cineasta volver sobre la Historia alemana, la tentación de la amnesia y el regreso de los fantasmas. La ruptura es seguida por un nuevo romance que abre una veta fantástica para explorar el aspecto irracional del amor e instalar una duda permanente con falsos semblantes, siluetas borrosas y escenas submarinas impresionantes. Undine conoce a Christoph, un buceador que admira sus conferencias. La intensa trayectoria amorosa, con sus idas y vueltas entre la capital alemana y el embalse, revela de a poco la verdadera naturaleza de la protagonista. Un conjunto de símbolos y pistas inquietantes sirven de telón de fondo para este amor fusional, tan inmediato como inexplicable. El carisma y la alquimia entre Paula Beer y Franz Rogowski le otorgan sustancia a la relación. La estructura narrativa está compuesta de ecos y bellas conexiones. Las variaciones poéticas y los momentos de loca incandescencia enfrentan a la aspiración del amor eterno con las contingencias del tiempo. La celebración de este trágico devenir convierte a Undine en una obra de un romanticismo sobrecogedor. Una película fantástica, discreta y lírica con la que Petzold confirma su firme creencia en el poder de los planos para transmitir emociones, para hacer imaginable más de lo que se muestra, para encontrar la verdad escondida en el rostro misterioso y la mirada oceánica de su joven heroína.
Esta historia empieza como otras muchas: con la sal de las lágrimas. Un chico le propone quedar a una chica y, cuando finalmente coinciden, no hay manera de que sus miradas se encuentren. Los ojos de ella buscan incesantemente los de él, pero es en vano: les separa una barrera que no puede ser franqueada. Aquello que les unía ha muerto, aunque el personaje femenino aún no lo sabe. Ella formula preguntas inquietas que chocan contra un silencio evasivo, y lo que en un principio son ruegos desesperados, al poco adquieren el tono de amenazas más funestas. Y claro, solo queda llorar. En la secuencia que sirve de prólogo de Undine, el personaje interpretado por Jacob Matschenz deja plantado al de Paula Beer. La ruptura se articula a través de un clásico juego de plano y contraplano. Tomas cercanas y cortas que resaltan el conflicto y la soledad de ambos, y que inciden en una esfera íntima que en ese momento se asoma al abismo. Al final, la cámara queda fija sobre el rostro desolado de ella… y, de repente, el agua salada empieza a brotar de uno de sus ojos, mientras sobre la pantalla desfilan los títulos de crédito. Sobre el papel, hemos asistido a una ruptura romántica. Sin embargo, bajo la superficie de las imágenes, quizá late algo más. Y es en ese “quizá” donde respira el verdadero encanto del nuevo trabajo de Christian Petzold, cuyo título se enraíza en el imaginario fantástico germano-renacentista. Undine no es solo el nombre de pila del personaje interpretado por Beer, sino que el término alude también a unos seres mágicos vinculados al agua, unas criaturas que inspiraron el conocido cuento de hadas de La sirenita, de Hans Christian Andersen, sobre una joven surgida del mar dispuesta a sacrificarlo todo por el amor de un chico que vive en tierra firme. Desde sus primeros compases, Undine se impregna de una sensación de extrañeza que, en vez de emborronar la historia de fondo, la eleva más allá de su premisa narrativa. No en vano, el amor es esa fuerza que opera con una lógica y con unos medios que a veces solo pueden catalogarse como pura fantasía. De repente, entra en escena, o mejor dicho, emerge la poderosa presencia de Rogowski, mientras Beer sigue deshidratándose por los ojos: lo suyo es una sangría, un mar de lágrimas. Un goteo que se ve interrumpido por una voz que al principio parece salir de las profundidades marinas, pero que poco después se transforma en un susurro cercano. Undine bombardea al espectador con una avalancha de hipnóticos estímulos sensoriales, hasta un punto en que incluso el punto de vista parece difuminarse: uno no sabe si está contemplando la acción desde la distancia –a través de la mirada característicamente gélida de Petzold– o desde el interior del corazón roto de Undine. Ahí dentro, todo llega amplificado o amortiguado, siempre distorsionado. La nebulosa audiovisual desconcierta y aturde como ese flechazo para el que no vale ningún aviso previo. Es quizá, y solo “quizá”, la magia del amor. La energía casi telúrica de la película convierte su visionado en una experiencia imprevisible. Cuando el espectador se acostumbra a su narración elíptica, Undine decide dilatar el tiempo. Cuando parece que Petzold se aboca al frenesí narrativo, el film se detiene a observar un encuentro aparentemente banal (el guion, en este sentido, es una calculadísima pieza de ingeniería en la que ninguna palabra debió escribirse al azar). Bajo las formas más reconocibles del melodrama, Undine navega sobre un misterio que se resiste a ser sondeado. Vemos a personajes que se asustan al perder el control, y para protegerse se esmeran en perfeccionar el recitado de unos discursos que aluden a las transformaciones urbanísticas del entorno. Personajes que ansían gobernar un destino incontrolable. Es la tragedia de los enamorados, gente en tránsito que no puede dejar atrás las consecuencias de sus propios actos. Es también la magia de la interpretación personal (e intransferible) de las imágenes; la fuerza de un amor (romántico y cinéfilo) que empapa.
Christian Petzold es uno de los realizadores alemanes más prolíficos y talentosos de su generación. Obras como «Bárbara» (2012), «Ave Fénix» (2014) o «Transit» (2018) demuestran su capacidad para tomar un tema ya abordado previamente para darle una vuelta de tuerca interesante y creativa. En su último film, por ejemplo, adaptó una historia de 1942 a la modernidad. En este mismo sentido nos encontramos con «Undine», la película de apertura de este festival, que se centra en la figura del título, una historiadora que da conferencias sobre el desarrollo urbano en Berlín. Cuando su pareja lo abandona, siente que no tiene otra opción que cumplir con el mito que la precede: matarlo y regresar al agua. Sin embargo, se enamora nuevamente y deberá lidiar con estas dos cuestiones por las que se siente atrapada. Según la mitología griega, Undine u Ondina se llama a las ninfas acuáticas de gran belleza que habitaban en ríos, lagos, estanques o fuentes. En esta oportunidad, en vez de traer el pasado hacia el presente, el director alemán trae una fábula hacia la realidad. En la película no vemos a la protagonista como una sirena, sino una persona común y corriente solo con algunas actitudes un tanto sospechosas, que se van acrecentando con el correr del relato. Tal vez si no se conozca la mitología detrás no se termine de entender bien esta historia y el comportamiento de Undine, algo que no es del todo favorable para la construcción del film. De todas maneras, debemos destacar las actuaciones y la química que presentan sus protagonistas, Paula Beer y Franz Rogowski, quienes ya habían trabajado juntos previamente en «Transit». Esta pareja elegida nuevamente por el director Petzold nos muestra un amor tan fugaz como intenso que traspasa la pantalla. Está bueno el paralelismo que existe entre la historia de la cinta y la profesión de su protagonista. El director le otorga bastante tiempo a mostrar los monólogos de la actriz mientras recorre las distintas maquetas de Berlín para hablar de la unificación y la construcción o reconstrucción de la ciudad a través de los años, principalmente después de la Segunda Guerra Mundial. Esa misma reconstrucción por la que está atravesando ella. Un fin y un principio; una muerte y un renacer. Por otro lado, nos encontramos con un clima plagado de misterio y tensión, donde no sabemos si la protagonista llevará adelante su destino o luchará contra sus propios instintos para no perder todo lo que logró. Si bien durante la mayor parte del tiempo atrapa al espectador, por otros se vuelve un tanto enrarecida, monótona, repetitiva y hasta algo aburrida, estirando un poco la trama a pesar de su corta duración de 90 minutos. En síntesis, a pesar de su profundidad y tono poético, «Undine» resulta ser una obra un tanto menor dentro de la filmografía de Christian Petzold, director alemán que nos tiene acostumbrados a películas más impactantes. De todas formas, nos ofrece una historia creativa, arriesgada y que presenta una dupla protagónica con una química intacta.
El mito subacuático según Christian Petzold La película apertura del Festival de Cine Alemán readapta el mito de "Ondina", un ser mitad humano mitad pez que activa una venganza luego de un desencanto amoroso. El director de Transit (2018) y Ave Fénix (Phoenix, 2014) trabaja nuevamente sobre lo inexplicable del amor a través de apariciones fantasmagóricas. En este caso es el mito de Ondina el que articula la trama, para centrar el relato en una historiadora (Paula Beer) que sufre una separación y comienza una nueva e intensa relación con un hombre (Franz Rogowski) que trabaja de buzo industrial. De mas está decir la importancia del elemento simbólico en el relato. En la trama aquel que tiene que ver con el mito griego-germánico: el agua, el pez, la conexión subacuática, la vida y la muerte. Siempre desde la “superficie” de la historia. En segundo término, la alegoría sobre Berlín y su arquitectura antigua y moderna. Undine es guía de un museo y explica las variaciones y unificaciones que sufrió la ciudad de Berlín desde sus tiempos de división (occidental y oriental) hasta la actualidad. Una ciudad dividida con una parte antigua y otra moderna, que fueron reconstruyéndose y “encontrándose” de manera parcial a lo largo de las décadas. La metáfora que subyace en la película con la pareja protagónica. Petzold recurre nuevamente a Paula Beer y Franz Rogowski, la pareja de Transit, para desarrollar la particular relación de Undine (2020). Un film que tiene el misterio y la simbología propia del universo del director, asentada con claridad en la noción de fábula que el mito impone. Esta cualidad le quita ambigüedad y vuelo poético a una película que, de otra manera, podría abrir el juego a mayores interpretaciones. De igual modo el mito no se toma de manera literal como sí sucedía en Amor sin límites (Ondine, Neil Jordan, 2010), sino con varias actualizaciones. Undine es un personaje real, no una ninfa acuática, y la traición que sufre es sólo el marco para encontrarse con el amor ideal. Sin embargo es un film muy interesante debido a su puesta. El espacio ciudad-campo es un personaje más. La ciudad y su arquitectura funciona de contexto, dando los matices de las relaciones y la frialdad del trato en los vínculos. Notamos la frialdad con que el ex de Undine (Jacob Matschenz) corta la relación, y el desaprensivo vínculo que ella mantiene con su entorno (compañeros de trabajo, empleados del café, etc.). La cosa cambia cuando se dirige cerca del lago, donde vive su nuevo amor. El clima cambia, los espacios tienen mayor apertura y el agua funciona de elemento mágico, unificador y sorpresivo. Debajo del agua (con cámaras sumergidas que vislumbran un extraño y mitológico pez) todo puede suceder en cuanto a descubrimiento y fantasía. Otras reglas son posibles, el tiempo entra en otra dimensión. El tiempo es el otro factor fantástico. El tiempo mitológico versus el tiempo real, el tiempo pasado (la Berlín dividida) y la ciudad actual reconstruida y unificada con indicios de fusión forzada. Una Berlín yace debajo de la ciudad moderna, del mismo modo que el mito, yace debajo de la superficie del film.
Entre las diversas categorías que integran los espíritus elementales en la mitología, las ondinas siempre fueron las más fascinantes por la complejidad que tienen sus personalidades y los diversos relatos que inspiraron. A veces aparecen como figuras benévolas protectoras de los mares y océanos y en otras versiones como una metáfora del amor posesivo e irracional. Bendecida por las hadas con una belleza impactante, la ondina, que no debe ser confundida con la sirena, a menudo abandona su entorno para conseguir un alma inmortal en el mundo de los humanos. Algo que obtiene cuando desarrolla un vínculo romántico con un hombre. El problema es que si el amante la engaña o la abandona ella se ve obligada a matarlo. Si bien estos personajes cuentan con numerosas interpretaciones, la más célebre es Undine, el clásico de la literatura alemana creado por Friedrich de la Motte Fouqué en 1811, que se convirtió en uno de los cuentos de hadas más populares del siglo 19. Esta obra años después tuvo una influencia en La sirenita de Hans Christian Andersen que trabajó con un relato más depresivo un personaje diferente. Pese a que son un clásico de la fantasía, en los medios audiovisuales las ondinas recién empezaron a tener más presencia en el siglo 21, como el animé Aria, de Junichi Sato (Sailor Moon) y esa gran película subestimada de Neil Jordan que fue Ondine, donde el mito de estos seres se combinaba con las leyendas de las selkies, que son otras criatura no menos fascinantes. En esta nueva producción, Cristian Petzold (Phoenix) uno de los cineastas alemanes más aclamados en los últimos años, toma como principal fuente de inspiración el clásico relato de Fouqué para adaptar la leyenda en un contexto urbano moderno. En apenas 90 minutos el director construye un film romántico muy original que pese a contar con un tono meláncolico trabaja a la figura de la ondina con mucha mas empatía. La trama aborda los elementos fantásticos y surrealistas principalmente a través de la simbología y lejos de platear un culebrón depresivo, la narración también incluye algún momento humorístico. Durante el desarrollo del film Petzold también utiliza el relato de Undine para elaborar una parábola loca sobre la historia de Berlín, que pese a ser un ingrediente pretencioso consigue que los elementos socio-políticos que incluye terminen siendo más interesantes de lo esperado. Con esta película se da una situación muy similar a lo que ocurrió con The Green Knight, de David Lowery. Se trata de una obra impecablemente realizada, donde sobresale la interpretación de Paula Beer, a quien le comprás por completo que puede ser una ondina. El problema es que Petzold comete el error de creer que todo el mundo conoce Undine y por consiguiente puede entender sin problemas toda la simbología. La realidad es que sino tenés por lo menos una mínima referencia del personaje y su mitología, el film es complicado de seguir y hay varios momentos que resultan incomprensibles. Ahora bien, si antes de ver la película contás por lo menos con una noción del concepto de la ondina y su mitología creo que la experiencia es mucho más accesible y gratificante. Cuesta bastante encontrar en estos días buenas propuestas románticas y Undine es realmente grandiosa y merece su recomendación
Los abrazos entre un hombre y una mujer en los filmes de Cristian Petzold no son despampanantes abrazos de Hollywood, tampoco son fríos intercambios corporales, ni planos bonitos pero decorativos tan solo armados para la superficie del impacto visual. Son, ante todo, la esencial forma cinematográfica que representa – en el encuentro de dos – la desesperada necesidad del otro. La composición de un plano de pareja en la estética de Petzold, construido con esas cabezas enlazadas, con esos brazos que aferran la espalda del ser amado, configuran la metáfora perfecta de sus grandes temas, como la identidad, la reconstrucción, la ausencia / pérdida y la otredad. Esta introducción rodeando la imagen de un abrazo en el cine de Petzold nos acerca para hablar de este nuevo y último de sus filmes Undine. Esta es una transposición libre del mito griego de Ondina y todas sus derivaciones culturales, celtas, nórdicas, y otras. Una adaptación metafórica del mito de la mujer mitad pez, mitad humana que se enamora de un simple mortal y ese amor resulta eterno y trágico. Las ninfas del mar representan un ideal femenino, una materialización de lo imposible, de lo fantástico, de las fantasías del amor. Y traen consigo su canto hipnótico y su necesidad de amar, de encontrar a ese otro que está signado como un destino inevitable. Undine es la joven historiadora que trabaja en un museo en Berlín, su trabajo, nada accidental ni superficial en su sentido, es el de narrar a los visitantes a través de láminas y maquetas la historia de la reconstrucción del Berlín después de la guerra. Hay en el filme un claro interés en darle espacio al tema del rol socio-político de la arquitectura berlinesa y del sentido de reconstrucción, puesto en la misma ciudad, tema Petzoldiano por esencia. El filme comienza con Undine (Paula Beer) sentada con un hombre en un bar, quien le declara la imposibilidad de ese amor, el está casado y ese vinculo deberá llegar a su fin. Ella, con sus ojos suaves, su mirada intensa y con pocas palabras le avisa, le anoticia… “si me dejás tendré que matarte”. En una escena magistral, Undine entra a un bar en busca de su problemático amado y allí se presenta un joven Cristoph (Franz Rogowski) que le invita un café. Pero el momento entra en un estado de extrañamiento cuando los ojos de Undine se dirigen a una gran pecera que contiene un buzo de juguete y decenas de peces, mientras que solo en sus oídos vibra el íntimo e intenso sonido del fondo del mar. En un accidente trivial Cristoph golpea el mostrador y Undine advierte el accidente que se adviene, tomándolo de la mano y echándose ambos al piso como salvaguardándolos de un desastre. La enorme pecera estalla en mis pedazos y los baña de agua, de algas, de peces y de cristales. Se miran a los ojos. Y el silencio que los rodea los une para siempre. Allí comienza la historia de amor entre ambos, Cristoph es buzo de profesión y Undine será ahora su amada inseparable. Como enuncié al inicio, los abrazos que describen la intensidad del vínculo entre ellos son indescriptibles en su simple belleza y narratividad. Las escenas de amor e intimidad romántica, casi idílica, se suceden como una cadena de deseo mutuo que no tiene fin. La ninfa y el buzo están en el cenit de su amor. Undine estudia una noche su narración para los visitantes del museo y Cristoph evita reiterar el encuentro sexual porque solo desea escucharla, hipnotizado, como quien escucha el canto de las sirenas. Y sabemos o intuimos que ese es el inicio de la tragedia. Una serie de sucesos complejos, y hasta excesivamente abruptos y melo-trágicos dan fin al amor material de esta pareja, la muerte de uno y luego de otro lleva el plano de esta historia de amor terrenal al plano de lo mítico. Undine finalmente ha desaparecido en el fondo del mar y el desenlace del filme se circunscribe a significar ese amor ahora mitificado, la identidad que cada uno define de sí mismo es el lugar de re-conexión, aun en la imposibilidad de tenerse físicamente en la tierra. Paula Beer y Franz Rogowski, el dueto magistral de Transit, el anterior filme de Petzold, brilla con toda su capacidad actoral, en un filme menor pero rico en lenguaje y emociones. El leit motiv musical es la adaptación moderna de una pieza de Bach a una versión actualizada solo para piano: Bach: Concerto in D Minor, BWV 974 – 2. Adagio por Víkingur Ólafsson. Esta pieza envuelve al filme en un exquisito ambiente melancólico, evocativo, bucólico e intimista. Los decorados del rio y sus orillas son altamente similares a los del rio trágico de su filme Yella (2007), generando lazos de comunicación entre sus propios filmes. Es Cristian Petzold, con sus matices más complejos, o más poéticos, uno de los más grandes realizadores germanos de la actualidad que da cuerpo e identidad absoluta a la llamada Escuela de Berlín. Un narrador clásico anclado en la narrativa de la pura contemporaneidad, dueño absoluto de sus formas puras y de su filosofía de vanguardia.
Undine es la última película escrita y dirigida por Christian Petzold con la que abrió el Festival de Cine Alemán de Buenos Aires en su edición 2021. Y está protagonizada por Paula Beer, una prestigiosa joven actriz con una carrera ascendente, junto a Franz Rogowski, Jacob Matchenz, Maryam Zaree y Anne Ratte-Polle, entre otros. Undine Wibeau (Beer), trabaja como guía en un museo, explicando el desarrollo urbanístico de la ciudad de Berlín, y comienza un romance con Christoph, un buzo al que conoce el mismo día que su exnovio Johannes la abandona. Pero un antiguo mito germano se apodera de ella, lo que hace que la felicidad de su nueva relación se vea interrumpida trágicamente. Lo primero que vale la pena destacar de esta película es el trabajo actoral de Paula Beer, por la que ganó el Oso de Plata en el Festival de Berlín entre otros premios. Porque su personaje logra generar la empatía necesaria con el espectador para que la acompañe en sus diferentes estados de ánimo. Conmoviéndolo por su tristeza por haber sido abandonada por su primer novio, en un momento incómodo donde se prepara para trabajar aguantando las ganas de llorar, pasando por la alegría y ternura de su romance Christoph, y el dolor por la tragedia que da lugar al tercer acto. Así como también vale la pena destacar la fotografía de Hans Fromm, quien consigue imágenes de una belleza notable sin recurrir a rebuscados efectos visuales. Y que se encuentran al servicio de una puesta en escena que toma la decisión de mostrar en lugar de dar explicaciones, todo lo contrario, a lo que hace M. Night Shyamalan en «La dama en el agua» dándole al espectador la posibilidad de interpretar libremente los hechos, respondiendo los interrogantes de acuerdo a su propio criterio. En conclusión, Undine es una película que funciona gracias al gran trabajo actoral de su protagonista femenina. Y a que su director da a entender mediante la puesta en escena que hay elementos míticos detrás de la historia de amor que cuenta, pero en lugar de explicarlos deja indicios para la libre interpretación del espectador.
Tras su paso por el Festival de Cine Alemán, llega a salas este nuevo film del talentoso director alemán Christian Petzold (autor de Phoenix y Barbara, con la fantástica Nina Hoss y de En Tránsito, con la igualmente estupenda Paula Beer, protagonista de Undine). Una relato que lo regresa a los códigos del melodrama romántico, al menos en forma, pero una historia de amor cruzada con la de un personaje mitológico. La ninfa Ondina/Undine, que es el nombre de esta historiadora de la ciudad de Berlín, de cabello cobre, que intriga desde la primera escena. Una escena de ruptura, en la que le dice a su pareja que, si la deja, lo mata. Petzold avanza en su relato con una naturalidad que camufla la precisión de su guión. Al poco, como en sus otras películas, está claro que nada acá, ni lo que parece banal y anodino, sobra o está ahí como podría no estar. La historia de amor, de Undine con un atractivo buzo de aguas profundas, es tan tierna como romántica y subyugante. Pero el interrogante, acerca de quién es ella, subyace. Y las capas de relato pasan de una situación increíble, en la que la pareja queda bañada por una pecera, a otra fantástica, en la que Undine, cuyo nombre está inscripto en las profundidades, se pierde bajo el agua, que no la ahoga. Petzold avanza en su relato con una naturalidad que camufla la precisión de su guión. Al poco, como en sus otras películas, está claro que nada acá, ni lo que parece banal y anodino, sobra o está ahí como podría no estar. La historia de amor, de Undine con un atractivo buzo de aguas profundas, es tan tierna como romántica y subyugante. Pero el interrogante, acerca de quién es ella, subyace. Y las capas de relato pasan de una situación increíble, en la que la pareja queda bañada por una pecera, a otra fantástica, en la que Undine, cuyo nombre está inscripto en las profundidades, se pierde bajo el agua, que no la ahoga.
Así como en Transit Christian Petzold mostro las raíces del nazismo y la discriminación racial en un mundo actual, jugando como nadie con el melodrama, en esta su nueva película escribió y realizó una historia singular y seductora, que habla de amor y actualidad. Se mete con el mito griego de Ondina, devenido en leyenda romántica germana, pero construye como nadie una historia de amor como si fuera un thriller que asume sus elementos fantásticos pero no olvida su mirada profunda sobre la sociedad alemana. La protagonista trabaja en un museo mostrando las maquetas de Berlín, y cuenta sus orígenes y permanentes transformaciones, con el ansia de olvidar pasados. Ella asume el amor y su leyenda, cuando su pareja la abandona y ella le anuncia su muerte, como asegura el mito. Pero el amor asume su fuerza en otro hombre que conoce casualmente y la ninfa-mujer de hoy se rebela y enfrenta su destino. Con la misma pareja protagónica de su film anterior Paula Beer, Franz Rogowski el film se potencia y se apodera del espectador contemporáneo con sus elementos fantásticos y su fuerza de amores contrariados en un mundo que descree de ellos y marca como una ciudad reconstruida de sus cenizas olvida que tiene sus pies hundidos en un pantano. Un pantano habitado por esta leyenda subyugante.
“Me dijiste que me amabas para siempre. No podés dejarme. Si lo hacés, tendré que matarte”. Pese a este arranque, nada será tan melodramático en Undine, la nueva película de Christian Petzold, el gran cineasta alemán de películas como Triángulo o Bárbara. Petzold se basa en la mitología griega, ya que se llamaba ondinas a las ninfas acuáticas que habitaban en lagos, ríos o estanques, y eran mitad mujer y mitad pez. Undine es la mujer del comienzo, la que prepotea a Johaness, sentados a la vereda de un bar, muy cerca del museo en Berlín donde ella es una guía que explica la arquitectura de la capital alemana. Y poco después de aquella separación- Johannes, que está en pareja con otra mujer, no piensa separarse, lo tiene decidido, así que la pseudo amenaza de Undine no tendría efecto-, la chica se cruza con Christoph (Franz Rogowski), pero en el interior del bar. Una pecera enorme se rompe, ambos se mojan, el vidrio estalla y se clava en Undine, pero con el estallido el que también queda expuesto es el muñequito de un buzo. Christoph se gana la vida soldando bajo el agua, así que la metáfora también queda al descubierto. Es que es la historia de un amor contrariado, tal vez condenado. Y también la historia de Undine, una mujer con muchas cosas fantásticas -que no es lo mismo que decir fantasiosas-. Porque la trama irá complicándose, o enredándose, y ya resultará más complicado discernir qué es realidad y que no. Los accidentes que se irán sucediendo no harán más que enrarecerlo todo. Al director, y no solamente en sus últimas realizaciones, le gusta coquetear, abrevar con el fino hilo que separa la realidad de la fantasía. Y aquí vuelve a transitar entre una y otra. No llega a ser como La forma del agua, de Guillermo del Toro, pero… Ya sin su anterior musa, Nina Hoss, ahora es Paula Beer quien lleva sobre sus hombros el peso. Y Beer, la actriz de Transit, también de Petzold, ganó el Oso de plata a la mejor interpretación femenina en el Festival de Berlín el año pasado. Está muy bien pivoteando entre la incredulidad, los gestos del enamoramiento, la seducción y la entrega.
"Undine": extraña y trágica fábula moderna Esta una historia de amor está planteada desde una extrañeza que nunca rompe la cáscara realista que la cubre. Un hombre y una mujer están sentados en un bar, la situación es incómoda. Ella mira a ninguna parte, como si buscara algo en su interior, mientras él la observa con pena, sin saber bien qué hacer. Johannes acaba de dejar a Undine y ambos lucen afectados. En ese momento él recibe un llamado que decide no atender y ella pregunta si era la otra. Johannes se levanta para irse y Undine le recuerda que prometió amarla para siempre: está dolida y solo le sale el reproche. De golpe los papeles se invierten. Ya sin lágrimas, Undine le avisa que si la deja tendrá que matarlo. Johannes se sienta otra vez, humillado. Ella le explica que ahora tiene que ir a trabajar, pero que él se va a quedar ahí sentado, esperando, y que cuando vuelva va a decirle que aún la ama. Ahora es Undine la que mira a los ojos y Johannes el que baja la mirada. Ella se va. Él se queda. Extraño: ese es el adjetivo que mejor define al relato de Undine, noveno largometraje de Christian Petzold. Una extrañeza que el cineasta alemán va introduciendo en la película de forma dosificada, sin romper nunca la cáscara realista que la cubre, pero sin esconderla nunca. Como con los buenos magos, acá el truco está hecho a la vista del auditorio, lo cual no quiere decir que todos los misterios que se plantean vayan a ser resueltos durante el desarrollo de la historia. A contramano de lo que pudiera pensarse a partir de aquella primera secuencia, en la que la violencia acaba ocupando el centro del drama, Undine es una película de amor. Un amor intenso, único, más grande que la vida y, por eso mismo, capaz de llegar al extremo. Alguno dirá, y tendrá razón, que no es amor aquello que se consigue bajo amenaza. No lo es, claro que no. Pero eso en este caso tiene una explicación sencilla: la verdadera historia de amor de Undine, película y protagonista, todavía está por empezar. Y cuando lo haga, será de un modo no menos extraño. Undine regresa al bar después de su trabajo como guía en un museo urbanístico de la ciudad de Berlín, pero no encontrará a Johannes. En su lugar conocerá a Christoph, un buzo industrial que se presenta de forma tan torpe como inusual y, por accidente, ambos terminarán en el suelo y empapados por el agua de una enorme pecera que se rompe de forma casi sobrenatural. Ahí es donde el verdadero amor se revelará ante Undine. Pero Petzold lo hará avanzar a partir de situaciones siempre vinculadas con el agua, que de a poco irán abonando la aparición de un elemento fantástico de raíz folklórica: en la mitología del norte de Europa, Ondina (o Undine) es una joven que tras sufrir por amor fue convertida en una ninfa acuática. El cineasta logra conectar eso con el origen de Berlín, cuyo nombre proviene del eslavo y significa “pantano”. Petzold va moldeando con elegancia su trágica fábula moderna. El trabajo sobre la banda de sonido resulta particularmente potente, usando una musicalización muy marcada, basada en piezas de piano que subrayan la atmósfera melancólica, pero que el director suele interrumpir de manera abrupta a caballo del montaje. A pesar de su radicalidad, el recurso fluye de forma natural, haciendo que sus quiebres, nunca obvios, vayan alimentando una creciente sensación de ruptura, que se hace más tangible a medida que la narración avanza. Por medio del montaje Petzold también entrega algunos hallazgos interesantes en el terreno visual. Ahí se destaca el inspirado fundido que reúne el plano detalle de una maqueta con el edificio real que esta representa. El truco, utilizado para que Undine imagine a Johannes esperando sentado en la mesa del bar del comienzo, funde realidad y representación, en lo que parece ser una nota al pie sobre el cine mismo, sus formas y el modo en que funciona en la mirada del espectador esa ilusión de estar viendo la vida misma en una pantalla.
EL MELODRAMA FANTÁSTICO En junio de este año, se estrenó en Netflix la primera temporada de una serie islandesa llamada Katla. En ella, los habitantes de una comunidad próxima a un volcán en erupción deben lidiar con una serie de acontecimientos sobrenaturales que ocurren a raíz del fenómeno geológico. El estallido de la tierra revelará secretos oscuros en una trama que conjuga el drama familiar con el suspenso producido por el factor mágico. Katla trabaja un género bastante prolífico en los últimos años, algo que podría denominarse torpemente como suspenso fantástico, si no se perdiera con ello otro término esencial que sí hace presente una categoría bastante utilizada por quienes escriben sobre este largometraje: “melodrama fantástico”. Lo cierto es que la serie de Sigurjón Kjartansson y Baltasar Kormákur funciona como un ejemplo claro de este tipo de narrativa que trabaja el tema de los vínculos humanos entablando una correlación simbólica entre una trama fantástica y una dramática/realista, y cuyo tono es primordialmente de suspenso. Liberada del peso a veces demasiado grande de la herramienta del cliffhanger, y lanzada, por su modelo de producción distinto, a un tratamiento más alejado de las formas del mainstream de las plataformas de streaming, la última película de Christian Petzold (director con experiencia en este tipo de historias) teje una narración que conjuga el relato de la vida amorosa de una historiadora alemana con un ser mitológico con antecedentes griegos, pero actualizado a través de una leyenda proveniente de la zona de Alsacia, posiblemente más próxima al guion de esta película. Es interesante, en este tipo de historias, preguntarse qué lugar ocupa el componente mágico y cuál el realista. Sobre todo cuando, como es el caso de Undine, hay algún proceso de adaptación de por medio. Cuatro categorías conforman dos binomios, entablando relaciones en las que, irremediablemente, es necesario establecer algún tipo de jerarquía: realismo/fantástico y obra adaptada/obra que adapta. Para todo guionista, este trabajo se reduce a una pregunta sobre lo prioritario: ¿qué tan leal se es a la obra original? o ¿en qué medida el mundo realista se ve trastocado por el componente fantástico? Tanto Katla como Undine priorizan, para el componente fantástico (y, por lo tanto, para la leyenda que adaptan), la función narrativa de trasfondo simbólico y la función de tono de generador de suspenso. Esto se corresponde con la naturaleza del género fantástico, en el cual lo mágico es siempre un componente menor que viene a pervertir un universo realista. Y sin embargo, de algunas diferencias de cantidad que se dan entre las dos obras en cuanto al equilibrio y al peso narrativo de lo mágico y lo real depende que Undine no resulte tan atrapante como la serie de Kjartansson y Kormákur, más obvia y ruidosa en sus giros narrativos. En su afán por priorizar una trama ambigua y algo abstracta, por establecer sutiles relaciones entre algunas nociones vagas del mito y la historia real que quiere contar, Undine traza en la introducción y el desenlace algunas escenas realmente cautivadoras, pero sufre en el medio de algunos bajones rítmicos que pierden un poco al espectador. Más allá de eso, el trabajo estético de Petzold, cuando se propone quebrar las reglas realistas de su universo, es algo que vale la pena ver.
Christian Petzold es un cineasta alemán que ha logrado estrenar varias películas en Argentina, por lo cual su filmografía es bastante conocida en nuestro país. Valorado por muchos, su cine ha caído bajo la protección de la crítica, aun cuando no ha hecho hasta ahora ninguna película relevante. Aun así, Undine tiene el raro privilegio de ser un peor película. Con un realismo mágico germano nos sumerge en una historia que juega a dos puntas, un melodrama duro que se combina con un imaginario poético incómodo y tonto. Lo que podría haber sido un film complejo u original, es un ejercicio un tanto bochornoso. Queda cubierto por una narración pausada y solemne, alemana en el peor sentido, siempre con aires de importancia. Imposible que se le escape un sentimiento a pesar de tener en su centro una historia de amor. Hollywood ha sabido como manejar el cine romántico y el fantástico mucho mejor de lo que se aquí. Las sirenas han dado un material más profundo a Disney que al Petzold, embriagado su propio juego, deslumbrado por una película tan burda como superficial. Casi todo lo contrario a las posibilidades del cine.
'Undine', la última película de Christian Petzold ('En tránsito' -2018-, 'Barbara' -2012-) llegó a nuestro país esta semana en el marco del 21º Festival de Cine Alemán y el próximo jueves se estrenará en cartelera. El guionista y director alemán de 61 años nos presenta aquí un sólido drama romántico tan poético como desgarrador. Undine es el título de la película y también el del personaje central de este relato, una historiadora que ama pero no es correspondida como lo desea. Sin embargo, pese a lo que ese sentimiento pudiera producirle, el destino la cruza con un hombre con el cual se funde en una relación profunda e intensa en la cual se siente plena. Petzold se toma su tiempo para reflejar la relación entre Undine y Christoph, interpretados por los extraordinarios Paula Beer y Franz Rogowski. Durante la primera parte, el filme bucea en los matices de este vínculo, para virar hacia un desenlace donde el director expone una arista más dramática y poética. Cargada de metáforas y sutilezas, 'Undine' mantiene un ritmo tal que el espectador se adentra en la particular sintonía de la historia desde el primer momento. Los planos, la fotografía y la música generan climas únicos que acompañan la trama. Paula Beer compone un personaje femenino susceptible y fuerte. Los primeros planos le muestran al espectador la expresión de los ojos de este rol complejo que la actriz encarna con compromiso y entrega. MITO Y LITERATURA 'Undine' tiene una carga poética interesante desde su concepción pues el personaje obedece a un mito (ondina significa 'ninfa acuática de espectacular belleza'). Petzold afirmó que se inspiró en un capítulo de un libro de Peter Von Matt (escritor suizo ganador del Premio Johann Peter Hebel) en el que se relata la historia de una criatura acuática. Las influencias literarias del director se plasman con sutileza y compromiso. Petzold desarrolla el romance y visibiliza el drama con claridad, a la vez que permite que el espectador reflexione sobre lo poético que resulta el mensaje en la historia. Es una película bella, de gran fuerza narrativa y con dos personajes muy potentes. Petzold convoca con 'Undine' a los cinéfilos y amantes de la literatura, y también a quienes quieran emocionarse con una historia de amor única y desgarradora. Calificación: Muy buena
La antiquísima máxima geométrica de Euclides sobre las paralelas que nunca se juntan tienen por momento algún sentido narrativo en Undine, una película que no siempre articula coherentemente la hermosa y trágica historia de amor que devela, algunos apuntes históricos y arquitectónicos relacionados con Alemania y una alusión demasiado abierta y vaga al mito que tiene a las ninfas como protagonistas.
El amor después del amor Con Udine, el alemán Christian Petzold se anima con una fábula romántica en donde confluyen la historia berlinesa, la mitología, la tragedia y la desilusión. El realizador Christian Petzold se distingue por narrar historias con elementos de thriller que abordan elípticamente la historia alemana reciente. Su método no incluye comentarios, sino lo que pasa al escarbar la psique de sus personajes, lo que el contexto hizo con ellos y por qué actuaron en consecuencia. Mediante ese método, Petzold desintegra lo genérico del thriller y deja lugares vacíos para experimentar. Un caso extremo fue Yella (2007); protagonizada por su actriz fetiche Nina Hoss, la película abandona parcialmente esas cuestiones y se zambulle en lo sobrenatural. Undine, su reciente film, es una integración de esos extremos: rescata “lo inexplicable” en un juego dialéctico con la historia. Undine Wibeau (Paula Beer, siempre brillante) es una joven historiadora que vive a escasos metros de su trabajo, el área de Planeamiento Urbano perteneciente al Senado berlinés, en el pintoresco Hackescher Markt del céntrico Mitte. Su ocupación diaria es hacer visitas guiadas en donde explica, con ayuda de amplias y meticulosas maquetas, la historia del Palacio Real, otrora situado en la ex Berlín Oriental, bombardeado durante la Segunda Guerra Mundial y finalmente demolido, así como detalles de la reconstrucción berlinesa durante la ocupación soviética y de su integración occidental tras la caída del Muro. La primera escena muestra el quiebre de su relación, con un grado de tensión que no es ajeno a Petzold. Pero rara vez vemos una ruptura tan plausible como acto apertura, por lo tanto impacta. En un café aledaño a la casa de Undine, Johannes (Jacob Matschenz) da mil vueltas para decir lo indecible, mientras ella lo asesina con la mirada. Suena un celular y él decide no atender. “¿Era ella no?”; y después: “Dijiste que me amarías toda la vida”. Johannes mira los cuatro puntos cardinales. Con una calma que inexorablemente se rinde al nerviosismo, trata de hacer algo habitual en estos casos: desdramatizar la situación. Pero Undine le da un escalofriante ultimátum. Si al volver de su próxima visita guiada no lo encuentra aún sentado, para aclarar su situación, deberá matarlo. Cuando vuelve, por supuesto, no está. Pero casi una hora después de transcurrido el film, la situación se invierte. Una mañana, Johannes la sorprende en el café. Ella va camino al Senado, pero Johannes se resigna a esperarla con una calma ahora luminosa. Y esta vez, al volver, Johannes permanece sentado. Undine acepta quedarse un instante sólo para abandonarlo. Es un desplante que, sin saberlo, provocará un segundo quiebre con Christoph: la persona que la acompañó en el ínterin de sus dos frustrantes encuentros en Hackescher Markt. Christoph (Franz Rogowski, que compartió créditos con Beer en el anterior film de Petzold, Transit) hace tareas subacuáticas de mantenimiento en la turbina de un lago. Undine lo descubre tras la pelea con Johannes. Cuando entra al bar, cree oír su nombre al ver a un buzo miniatura dentro de una pecera. Era una advertencia, porque la pecera, inexplicablemente, estalla. Ella se salva y rescata de la caída a Christoph, a quien simbólicamente asocia con la salvación. Entre los peces muertos rescata al buzo en miniatura, un avatar de Christoph, que atesorará como un talismán. En esa instancia la película hace un giro a lo platónico, no sólo por las escenas que sobrevendrán sino porque –contra lo que cabría esperar– Christoph no deviene un sustituto de Johannes. Pese a su discordante estatus (no tiene los modales ni la presencia del “rival”), el compromiso de Christoph es honesto e incondicional. Y a Undine la enamoran esas cualidades, de las que su ex carecía. No son valores que lamentablemente enciendan amor a primera vista; ni la gente suele enamorarse perdidamente tras ser rechazada. Pero ya al inicio se intuía que Undine era una mujer distinta, algo que pronto Christoph descubrirá. Con kit de buceo, Undine lo acompaña en sus tareas subacuáticas. Como trazando un paralelismo con las mutaciones del Berlín que exponía, se genera una simbiosis que concluye cuando, durante una exploración, descubren el nombre Undine y un corazón grabados en la turbina, cual grafiti. Suceden bellas imágenes que Christoph interpreta como alucinaciones, pero nunca le harán sospechar lo que al espectador sí. Con un nombre que remite a las ninfas acuáticas de la Antigüedad, ¿acaso no es la historiadora una sirena? Gracias al Canto XII de la Odisea –donde Ulises, alertado por Circe en su regreso a Ítaca, se amarra al mástil del barco al pasar por la Isla de las Sirenas–, predomina el mito medieval de criaturas antropófagas, que embelesaban a los marineros para devorarlos tras estrellar con arrecifes. Pero en la historia hay más de una docena de mitos, dispares e incluso contradictorios. En la China milenaria, las sirenas eran codiciadas por los pescadores, ya que vertían perlas preciosas al llorar; para algunas culturas grecorromanas no eran peces sino aves. En casi todas las culturas, lo único que tenían de bello era el canto. Hollywood apagó la música y encendió el glamur. Con películas como Night Tide (de 1961, con un joven Dennis Hopper) y el popular telefilme The Bermunda Dephts (1978), las sirenas fueron hermosas y románticas, dubitativas entre seguir al hombre que sedujeron o retornar a su origen. Para Undine, el origen no es sólo el mar sino algo igualmente profundo. Las súbitas dudas de Christoph sobre su fidelidad dinamitan la relación, y Petzold recrudece el film con una serie de confusas compaginaciones, donde no sabemos qué es onírico y qué es real. Especialista en disuadir expectativas, el director hace un último enroque: cede el protagonismo a Christoph, y también el trauma. Según el propio director, el film es una revisión del mito desde una mirada feminista. Decepcionada por la traición y luego por el descreimiento, Undine –expresión homérica si las hay– desencadenará hecatombes. Pero el film es también una reflexión sobre el desencuentro. El amor aparece en los momentos menos pensados, pero no sabemos si durará por siempre, como Undine le reclama a Johannes; ni si fue verdadero amor aquel que dejamos pasar. Lo único certero es la impermanencia, como lo demuestra la tragedia del Palacio Real.
Confirmándose como uno de los narradores cinematográficos contemporáneos más atractivos y originales, Christian Petzold nos deleita con su más reciente creación: “Undine”, presentada en último Festival de Berlín. En su mundo audiovisual parecieran tensarse las fuerzas realistas y oníricas, hasta adquirir vida propia bajo un concepto que reformula las mitologías de la que bebe su inspiración. De manera que “Undine” puede verse como una fábula, por medio de la cual Petzold utiliza el medio para trasponer dispositivos literarios. Allí, en ese espacio sagrado, comprende y vislumbra la esencia del cine, de su cine. El autor admira la tradición del séptimo arte alemán, anclado en una mirada mitológica ejercida por el expresionismo de la primera era, a través de icónicos films mudos de W.F. Murnau y Fritz Lang. Thomas Mann hablaba del ‘stimmung’, o el espíritu de una era que interpretaba, mediante el artificio artístico, determinadas coordenadas históricas, sociales y culturales. “Undinde” representa una fundación conceptual como declaración de intenciones. Petzold visualiza un objeto de deseo y encumbra al mito femenino de la ninfa. En sus influencias sobrevuelan la sirena de Truffaut y también el fetiche obsesivo de Hitchcock. El responsable de la trilogía “Barbara”, “Phoenix” y “Transit” no podría aplicar mejor a aquella selecta etiqueta que atravesó la cinefilia dorada a las puertas de la Nouvelle Vague. Autor, con todas las letras. La base argumental de esta historia moderniza la simbología presente en la novela corta del ‘erzählung’ escrito por Friedrich de la Motte Fouqué, revalorizando el sentido de una adaptación fílmica. La perspectiva y el punto de vista particular del autor son vitales aquí. Vuelta a los orígenes del cine que no independiza su función del vehículo literario, aunque escandalice el epíteto de arte sucedáneo a las teorías menos conservadoras, la transposición respeta el espíritu de la obra original. El director recurre a la misma dupla actoral de su anterior largometraje; quizás sendos personajes interpretados arrastren presencias fantasmales de un pasado hecho de trazos de ficción. En “Undine”, rodada en menos de un mes, el relato oral conserva cierta permanencia romanticista. Petzold no descuida la mirada histórica sobre Berlín ni soberbio tratamiento estético al amplio sentido metafórico en el que abreva el menú. Hay vida subacuática en el río cruzado por Heráclito. Hay un cauce seco donde florecerán nuevas ideas. El agua funciona como elemento disparador, y resulta una llave de acceso a la propia cosmogonía del autor, de cara a una próxima trilogía. Interesante resulta pensar en seriales conceptuales y patrones de correlación para prolongar una mirada conceptual. Sobre todo en tiempo de nimios productos seriados y franquicias concebidas para superhéroes de cartón.
Basándose en un mito de una criatura mitad humana y mitad marina el realizador de «Ave Fénix» crea una historia de amor en la Berlin actual que también funciona como fábula clásica. Tomando como punto de partida y referencia el mito germánico conocido en castellano como Ondina (una criatura mitad humana, mitad marina, «condenada» a un amor eterno con un ser humano), la nueva película del director de TRANSIT sigue flotando en esa zona fabulosa entre el drama y la fantasía, integrando mundos en apariencia mágicos o fantasmagóricos al real de una forma, sino natural, al menos muy creíble desde lo narrativo y estético. UNDINE es una historia de amor: profundo, verdadero, doloroso. El hecho de que coquetee con una temática mítica y que tenga al agua como elemento central parece llevarla a un territorio similar al de LA FORMA DEL AGUA, pero la película se aleja de ese paradigma más fantástico y solo lo utiliza como figura retórica y hasta como juego. Undine es una chica (Paula Beer, la nueva musa del realizador, ya distanciado de Nina Hoss, histórica protagonista de sus películas) que trabaja en un museo explicando la historia arquitectónica de Berlín y que, cuando empieza la película, se está separando de una pareja. La separación es un poco violenta (no físicamente, sino en el tono) y ella directamente lo amenaza de muerte sino cambia de parecer. Pese a eso el hombre la deja igual. Pero apenas sucede la ruptura en cuestión, en un confuso episodio Undine tiene un accidente en ese mismo lugar con un tal Christoph (Franz Rogowski, el Joaquin Phoenix germano) que trabaja de buzo. El accidente involucra una pecera que se destruye, justo un muñequito de un buzo que cae en sus manos y el agua que los moja, arrastra y lastima. Tras ese extraño accidente parece sellarse entre ellos un romance irrompible y mágico, que Petzold dedica su tiempo a explorar. Pero todo tiene sus vueltas y complicaciones, sus entreveros y accidentes, y eso llegará en UNDINE más temprano que tarde. Hay regresos inesperados, situaciones confusas que podrían pertenecer al orden de lo «mágico», accidentes y desapariciones dudosas. Pero los episodios tienen un eje en común que es poner a ambos amantes ante la dura situación de soportar varios contratiempos. Y es ahí que el mito cae con toda su fuerza y condena, en cualquiera de las versiones (griega, germánica, irlandesa, nórdica, hasta llegar a la mismísima Sirenita de Hans-Christian Andersen) que puedan imaginar, con sus similitudes y diferencias específicas. Tal vez sin la maestría formal y temática de TRANSIT y mucho más cerca de las primeras películas un tanto fantasmales y misteriosas del cineasta alemán –en las que, como decíamos antes, elementos del género fantástico más puro conviven con tramas policiales o románticas más clásicas–, UNDINE es más que ninguna otra cosa una increíble y melancólica historia de amor que se apoya en mitos pero que nunca se aleja del todo de la realidad contemporánea alemana. La película tiene toda una subtrama muy interesante ligada al rol sociopolítico de la arquitectura berlinesa que, si bien no se integra demasiado naturalmente al resto de las ideas del film, es muy interesante en sí misma. Pero lo principal pasa por la dupla Beer-Rogowski y su amor condenado, su pasión por el otro, el agua, los celos, el miedo, el dolor. Ellos convencen al espectador de la credibilidad de la fantástica historia (hay un par de escenas que son especialmente indescifrables) gracias a que transmiten de una manera muy verdadera la pasión que sienten el uno por el otro, la alegría del grato momento compartido (hay un gag muy simpático con la canción «Staying Alive«, de Bee Gees) y los enormes, casi desmedidos, sufrimientos que los atravesarán cuando las cosas se compliquen. Es que más allá de su impecable manejo de los elementos de la puesta en escena y de sus estructuras narrativas complejas, lo que siempre transmite el cine de Petzold es la pasión y devoción de sus personajes. El realizador será de la Nueva Escuela de Berlín, pero en el fondo es un romántico de la más vieja de las escuelas.