La actuación de Sarah Michelle Gellar es muy buena y el elenco acompaña correctamente, pero el film avanza de una forma más bien lenta, que para los más impacientes va a ser una tortura. Si se hubiera filmado como un...
Autoayuda para combatir el bostezo La actriz Sarah Michelle Gellar, vinculada al género de terror por su participación en la serie Buffy, la cazavampiros y en los flms Sé lo que hicieron el verano pasado y en El Grito 1 y 2, es la chica a la que se refiere el título. Veronika parece tenerlo todo y, al mismo tiempo, no tener nada, razón por la cual decide tomar una drástica determinación. Luego de ingerir gran cantidad de pastillas y alcohol, su intento se suicidio se ve frustrado e ingresa a una clínica psiquiátrica donde le advierten que su vida corre peligro (por motivos que no se explicarán acá). A partir se ese momento, su percepción de la realidad cambia para siempre. Con un planteo dramático que prometía mucho más, Veronika decide morir está basada en el best-seller de Paulo Coelho, y en manos de la realizadora Emily Young (Kiss of life), se convierte en un manual de autoayuda para combatir el bostezo. La directora recurre a silencios, primeros planos y movimientos de cámara para transmitir una atmósfera de desolación, pero no siempre lo consigue. En la trama, el personaje central se relaciona con gente nueva: Marie (Marisa Leo), una mujer marcada por la pérdida de su trabajo y su separación matrimonial; el director de la institución (David Thewlis), un hombre con más problemas que sus pacientes y, finalmente, con Edward (Johnathan Tucker, el actor de La masacre de Texas), un joven que no habla y se convierte en pieza fundamental de sus días. Y Veronika hasta logra enamorarse mientras espera su muerte. Lo que se dice un amor de locos. Los díalogos y las stuaciones románticas no resultan demasiado creíbles y el comportamiento que tienen los personajes se adivina con facilidad. A veces, es mejor la muerte...
Si muero antes de despertar Ascética adaptación de la novela del brasilero Paulo Coelho, situada en Eslovenia y llevada a la pantalla grande en Japón en el 2005. La nueva versión, de la directora inglesa Emily Young, Verónika decide morir (Verónica decides to die, 2009) mueve la acción a Manhattan. Cien minutos de metraje es demasiado para esta simplona parábola sobre la “conciencia de vida”, exacerbada en sentimentalismo y magra de profundidad. Desencantada con su vida y recetada con píldoras, Veronika Deklava llega una noche a su apartamento neoyorkino y decide emborracharse y tragárselas todas. El intento de suicidio resbala y despierta de un coma internada en un hospital psiquiátrico privado, donde le informan que a lo mejor le quedan algunos días de vida. No mucho, los suficientes para formar una trama compuesta por un lifting de personalidad, hallar el amor verdadero y aprender que la vida vale la pena vivirla. Veronika (Sarah Michelle Gellar) es atendida por el Dr. Blake (David Thewlis), el capo di tutti capi del asilo. Los típicos locos de reservorio caminan descalzos aquí y allá. Uno de ellos es Edward (Jonathan Tucker). No habla, pero logra enamorar a la Gellar con sólo observarla fijamente bajo la lluvia, escena que dará falsas esperanzas a todos aquellos que alguna vez creímos que mirar fijamente a la chica que nos gusta es más romántico que perturbador. Veronika frecuenta rabietas y epifanías poco creíbles. Es depresiva porque es depresiva, y cuando estalla en algún numerito con ínfulas filosóficas en las que diserta con su sufrido doctor acerca de la frívola sociedad posmoderna. Al principio, vuelca un monólogo en off describiendo su vida con amargura; al mismo tiempo se muestran escenas de su cotidianidad que sirven de implícitos. La trama es lineal y la riegan todo tipo de lugares sensibleros y comunes, pero repentinamente se verá presa de saques oscuros o eróticos que quiebran tanto el soso tono del guión que resuena a gratuito. En otra película, con otro tipo de tono, ritmo o verosímil estas escenas serían bienvenidas, o por lo menos apropiadas; aquí parecen casi de explotación. El premio consuelo son la blonda Gellar y Tucker, actores competentes, y el pro de David Thewlis, que intenta dar algo de altura a los ya mencionados aforismos. Nada más frustrante que un actor decente sucumbir bajo el peso del personaje de ficción que debe cargar. Intentos de subtramas fallan bajo el mismo principio. Hay allí afuera 185.000 mujeres que apreciarán esta película (dice el afiche) y otros tantos que podrán mamar de la sabiduría de Coelho sin la molestia de leerlo. Alguien tendrá su epifanía en la sala, su reencuentro consigo mismo, una visión coral de luces y arpas, no cabe la menor duda. Pero no hará ello de Verónika decide morir una buena película.
Está bien pero no termina de convencer. Verónika decide morir es una adaptación de la novela best seller de Paulo Coehlo. Es una muy buena historia que me dejó la sensación que no le explotaron a full el potencial que tenía. Cohelo en este caso ofrece una interesante reflexión sobre qué es lo “normal” y la locura en la sociedad que vivimos. Desde su temática creo que la adaptación del libro estuvo mejor trabajada en la versión japonesa del 2005 que protagonizó la actriz coreana Lee Wan. La versión norteamericana tiene sus puntos más flojos en el guión. De entrada se plantea la situación del suicidio y luego acompañamos a la protagonista en el hospital, pero nunca llegamos realmente a conocerla del todo. Sufre el efecto Crepúsculo de ir a los pedos, donde los conflictos se desarrollan demasiado rápido. Al ser la historia tan intensa es como que ese enfoque termina por afectar al film, sobre todo en lo que se refiere al desarrollo de los personajes. El director japonés Kei Horie me parece que trabajó mucho mejor este tema al igual que la relación entre Veronika y su doctor, que acá quedó relegada a un aspecto más secundario De todas maneras el mensaje de la historia, más allá de estas falencias quedó dentro de todo plasmado. Lo mejor es por lejos el trabajo de los actores, especialmente el de Sarah Michelle Gellar, quien brinda una de las mejores interpretaciones que tiene su filmografía. Acá demuestra que está para mucho más que las películas de terror y Scooby Doo. Es una actriz subestimada que con un buen material tiene mucho para dar. Lo mismo podemos decir de David Thewlis (el mago Lupin de Harry Potter) y Erica Christensen, quienes sobresalen en roles secundarios. No es para nada una mala película, pero me quedo con la versión japonesa.
Cuando la vida vale la pena, según Paulo Coelho "Veronika decide morir", la exitosa y cruda novela del escritor carioca, tiene su versión en la pantalla, con una destacada labor de Sarah Michelle Gellar, que encara con creces su primera labor dramática tras una carrera irregular. "Veronika decide morir" es un título audaz, contundente y disuasivo. Además de ser conocido por los lectores y seguidores de las novelas del brasileño Paulo Coelho. Mañana llega a la pantalla grande esta adaptación que tiene todos los condimentos para atraer al público, pero también para frenarlo en el umbral, y que en la boletería lo piense dos veces... Porque cuánta gente hay que sólo va al cine en busca de una mera distracción, una historia light, sin compromisos, mensajes subliminales ni golpes al hígado. Casi doscientos mil ejemplares vendió sólo en Argentina este libro (de 1998) del escritor carioca, que tiene 18 publicados y casi 100 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo. Guste o no, Coelho es un referente, por lo tanto, se estima que el film de la joven Emily Young concentrará miles de adeptos. Como bien dice el título, el film arranca con una muerte, o más bien un serio intento por dejar este cruel mundo. A la veinteañera Veronika, bella, con casa propia y un sueldo anual de 75 mil dólares, vivir la vida le resulta un puñal en el estómago. Su infelicidad la arrincona contra las cuerdas. Esta realidad que sólo admite exitosos la abruma, la excluye, por lo que elige la salida más sencilla para su vacío existencial: un cóctel de pastillas... y listo. Pero no: tras un coma farmacológico de dos semanas, despierta en una clínica psiquiátrica. SALTO DE CALIDAD "¡Me encantó la película, superó mis expectativas! Qué bien está esa chica... Sarah". Las palabras corresponden al propio Coelho. Y Sarah es la cazavampiros más famosa, Sarah Michelle Gellar, la norteamericana de 33 años, conocida por trabajos más bien de poca monta: la serie televisiva "Buffy", las películas pochocleras "Scream", "Juegos sexuales", "Sé lo que hicieron el verano pasado" y una para chicos, "Scooby Doo". Ojo, no le fue mal; de hecho, cosechó innumerables fans, pero la rubia, cansada de cierta chatura profesional, necesitaba un cambio de rumbo, un volantazo, como señaló. Y cayó del cielo la propuesta para "Veronika decide morir", a partir de la renuncia a último momento de la colega Kate Bosworth. Es justo decir que Gellar nunca tuvo la chance de cumplir como "actriz seria", dado que quedó encasillada en series y películas de terror. Por lo que la jugada de los productores fue arriesgada y como toda impensada apuesta, los resultados fueron satisfactorios. Sarah logra con la bipolar Veronika el papel más importante de su trayectoria, plasmando una ductilidad convincente. Y doble mérito para la actriz neoyorkina, recientemente madre primeriza, que fue señalada por un portal de internet como una de las cinco peores intérpretes de la década, junto a Paris Hilton, Miley Cyrus, Jennifer Love Hewitt y Renée Zellweger. Un verdadero desafío representó "su" Veronika: mente, corazón y espíritu se alteran ante cada vivencia dentro del psiquiátrico, donde, contra todos los pronósticos, se enamora mientras espera el desenlace. Porque los médicos no son optimistas. Si bien es una película, y hay cosas que podrían haberse depurado, la directora logra una interesante metamorfosis en su personaje central. Del desprecio hacia la vida y hacia sus perplejos padres, a las inesperadas ganas de disfrutar las últimas horas... No faltan frases de diván y efectivas, como "No vale la pena dejar esta vida sin saber cuán lejos se puede llegar", o "Hemos reemplazado las emociones por el temor que nos gobierna". "Veronika decide morir" -que debería ser restringida no para menores de edad, sino para frágiles estados de ánimos- es una reflexión sobre el sentido de la vida y, también, sobre las segundas oportunidades. "El único remedio para un suicida es tener conciencia de la vida". Créditos, se encienden las luces.
Drama y romance para poco exigentes. Veronika es joven, lindísima, con un trabajo que muchos quisieran tener y dueña de su propia vida. Pero está sola, deprimida y ve su futuro como un negro camino del que la única manera de escapar es suicidándose. Tras el primer intento es internada por sus padres en una clínica psiquiátrica, en donde conoce a distintos personajes que despertarán su curiosidad. Allí también deberá luchar por (o en contra de) su salud, su vida y lo que pueda venir después. Al principio el film promete ser audaz; la voz en off de la protagonista –que interpreta Sarah Michelle Gellar, a quien se vio durante siete temporadas como protagonista de Buffy, la cazavampiros-, va introduciendo al espectador en la psiquis en constante desmoronamiento de la protagonista. De pronto el ritmo, junto con la música que se vuelve estridente, cambia y va de lleno a una situación de incertidumbre, vértigo y mareos. La escena del suicidio es trágica; aturde e incomoda. Pero pronto lo acelerado pierde vertiginosidad; tal vez sea por la historia misma, ya que el tratamiento al que se somete a Veronika tiene su propio tiempo. Pero lo que se vislumbraba al principio se diluye para pasar de ser un film psicológico y dramático a una historia romántica. Hay aquí abundantes lugares comunes y situaciones con resolución esperable. Salvo al principio, pocos son los recursos expresivos propios del lenguaje cinematográfico, por lo que la narración termina siendo una más. Sin embargo, son destacables las actuaciones, tanto de Gellar como de Melissa Leo (en el papel de Mari, otra de las internas pero casi recuperada), la de Thewlis (el psiquiatra, correctamente compuesto) y en menor medida de Tucker (quien interpreta a Edward, otro interno que se acerca a Veronika y con quien establece una relación especial). De todos modos, es destacable lo que cada personaje va descubriendo de sí mismo y a través de los demás; el sentido de la vida y si vale la pena el intento de vivirla se resume en la frase que casi al final se escucha decir al psiquiatra, en la que alude a la necesidad de vivir cada día como un milagro.
La vida y sus extraños caminos Tras un intento de suicidio, una mujer tiene una nueva chance. Decir que la película Veronika decide morir es de carácter terapéutico no está necesariamente relacionado con el hecho de que su autor sea el gurú de la autoayuda Paulo Coelho. No, es algo mucho más concreto: es terapéutica porque se centra, entre otras cosas, en la relación entre una mujer y su psiquiatra en el marco de una clínica de rehabilitación mental. Veronika (Sarah Michelle Gellar, la actriz de Buffy, la cazavampiros ) está deprimida. Imagina un futuro de vida clásica, si se quiere convencional (“me casaré, tendré un hijo, mi marido tendrá una amante, me separaré, etc.”), y ante esa perspectiva que supone terrible decide regresar a casa de su buen trabajo, poner música muy fuerte (Radiohead, de hecho), abrir un whisky, disponer de unas cuantas pastillas para dormir y empezar a combinarlas hasta que el cuerpo no dé para más. Al otro dia alguien la encontrará tirada en su casa, la llevará a una clínica y lograrán salvarle la vida, algo que a Veronika no parece caerle en nada simpático. En la clínica de rehabilitación, reunida con dos psiquiatras, le dirán una noticia inesperada: si bien zafó del intento de suicídio, su cuerpo ha quedado muy debilitado y matrecho, y es probable que sólo tenga unas pocas semanas de vida. Los pasos siguientes de Veronika tendrán que ver con continuar sus sesiones terapêuticas, con conocer a otros pacientes del lugar (se interesa particularmente en un joven callado), con enfrentar a sus padres inmigrantes y con empezar a vivir nuevas experiencias y confrontaciones que la llevan a hacerse un replanteo de su realidad. Basada en el best seller de Coelho y dirigida por Emily Young, Veronika decide morir es la saga de una mujer que tiene que intentar encontrarse, redescubrirse, aunque le quede poco tiempo de vida y su futuro sea incierto. Para el filme –y para el espectador-, lo que pase después no importa mucho. Imaginable como filme “con mensaje”, lo que aquí tiene que quedar claro, palabras más, palabras menos, es algo similar a aquel “vale la pena estar vivo” de un viejo filme nacional. Los buenos actores (Gellar, David Thewlis como su psiquiatra, y Florencia Lozano como otra especialista, más apariciones de Erika Christensen y Barbara Sukowa) hacen lo que pueden con un texto flojo (escrito por Larry Gross, de las míticas 48 horas y Calles de fuego ) y con situaciones y enfrentamientos predecibles. Más allá de alguna sorpresa o vuelta de tuerca, todo el filme parece desarrollarse frente al espectador con la inevitabilidad de un texto aprendido de memoria. Sabemos –ella, ellos, nosotros- las lecciones de vida que el filme nos deparará al acercarse al final de su recorrido. El resto del tiempo uno, simplemente, irá viendo como el asunto avanza, sin pausa pero sin prisa, a un destino prefijado en varios manuales: los de autoayuda, sí, pero también los de guion, que muchas veces suelen ser bastante parecidos entre sí.
Deslucida versión de una novela de Pablo Coelho Pobre adaptación de Verónika decide morir Desde luego no es el propósito del film ayudar a comprender el fenómeno Paulo Coelho, pero sin duda muy poco aporta esta adaptación de una de sus novelas más exitosas. El problema reside, probablemente, en que el fuerte atractivo de las obras del best seller brasileño depende menos de las anécdotas que en ellas se relatan que de las generosas dosis de "revelaciones" y grandes verdades (superficiales, parecidas a las de muchos libros de autoayuda), que el autor desliza en medio de ficciones envueltas en un esotérico pero accesible clima de espiritualidad. El film -en realidad, ya hubo uno anterior basado en la misma novela y realizado en 2005 por el japonés Kei Horie- debe sacrificar ese costado aleccionador (aunque reserva bastante material para los diálogos del psiquiatra y para la moraleja final) y ceñirse a una trama que, por obra de la adaptación, no es precisamente jugosa y cuyos personajes carecen de consistencia. Todo gira en torno de una mujer joven cuyo vacío existencial -producto de un mundo materialista y hueco en el que no cabe la espiritualidad- la lleva a intentar el suicidio, y del proceso de revalorización de la vida que experimenta después, gracias a un amor improbable y repentino, cuando el destino la condena a morir pero le quita la posibilidad de elegir cuándo. La torpe adaptación y el lenguaje gélido y escasamente riguroso de la directora Emily Young, que no consigue convertir a personajes que son puro cliché en seres humanos reconocibles, echan a perder cuanto podía haber de sustancia dramática en la historia. La pintura de los pacientes del lujoso establecimiento psiquiátrico donde casi todo transcurre responde a los estereotipos más arraigados. Poco puede hacer Sarah Michelle Gellar con un papel tan poco elaborado como el de la deprimida Verónika y mucho menos sus compañeros de elenco, entre quienes aparece -fugazmente, por fortuna-, la admirable Barbara Sukowa.
Segundas oportunidades se ofrecen No se puede decir que a la vida de Veronika Deklava le falte algo, pero realmente le falta todo. Pese a su excelente presencia, su buen temperamento y un trabajo que le permite darse todos los gustos de una buena vida burguesa, Veronika sufre depresión y este estado le brinda momentos de lucidez reveladora que no le gustan nada. La gran epifanía llega el día en que le recetan antidepresivos y se da cuenta que la vía farmacológica la llevará a un tobogán de conformismo al que no está segura de querer subirse. Entonces, decide suicidarse. Y como la película no tendría sustancia sin un “pero…”, esta tentativa le abrirá la puerta de otra oportunidad. La nueva vida es Villette, una clínica psiquiátrica privada; y puede que sea una existencia más bien breve. No bien despierta de su coma en la cama de la clínica, le advierten que su intento de suicidio le ha debilitado el corazón y que su vida depende del capricho de un aneurisma. Sumida en la incertidumbre de los días, semanas o meses que le quedan, Veronika ronda el neuropsiquiátrico buscando y no buscando adaptarse, pero sobre todo aprendiendo el valor de una existencia que estaba echando en falta. Esta adaptación de la británica Emily Young aborda situaciones que primero rozan la sensiblería, y que con el correr de los minutos se vuelven decididamente sosas, muy poco jugadas. Es cierto que la novela original de Paulo Coelho no es un dechado de situaciones de riesgo, o de imágenes provocadoras, pero el argumento en sí, la historia de fondo, permitía una apuesta mayor a la hora de trasponerla al cine. Ya que los guionistas se tomaron el trabajo de re-ambientar al personaje principal, su historia de vida y su entorno, bien podrían haber ido un paso más allá de la propuesta original. Sin embargo, hay ráfagas de belleza en algunas secuencias (la agonía de Veronika al comienzo) Sarah Michelle Gellar se desenvuelve bien en una trama que le es amigable y funcional, aunque sin particulares brillos. Tampoco los encontraremos en el resto del elenco, y no porque se trate de malos actores; están convincentes en su gestualidad David Thewliss y Erika Christensen, pero no hay vuelo en sus personajes. Son figuras planas, desprovistas de motivación y funcionales a una trama que los quiere para el tiempo y lugar de la acción. Sin historia, o al menos sin una historia interesante; pero sobre todo, sin futuro. Una película para asomarse, mirar, encontrar la dosis justa de amor a la vida que pretende insuflarle su argumento original, y olvidársela al volver a casa.
Filosofia barata y zapatos de goma Quien haya tomado contacto con alguna de las novelas del escritor Paulo Coelho sabrá -más allá de su escaso valor literario- acerca de su filosofía positivista frente a los avatares de la vida y podrá palpar esa impronta de libro de autoayuda que tantos best sellers ha logrado imponer, siendo uno de los escritores más traducidos del siglo. Verónika decide morir (el libro se llama igual que la película) es una novela publicada por el brasilero en el año 1997, ambientada en Eslovenia -`la pelicula transcurre en Manhattan-, que básicamente gira en torno a la revalorización de la vida a partir de la amenaza de la muerte o, en otros términos, pensar que para recuperar la intensidad de la existencia es necesario someterse a una gran pérdida. Así las cosas, finalmente llegó la adaptación cinematográfica a cargo de la realizadora Emily Young, quien además contó con un elenco prometedor encabezado por Sarah Michelle Gellar en el rol de Verónika; David Thewlis interpretando al doctor Blake, jefe de un hospital psiquiátrico; Jonathan Tucker en la piel de Edward, un paciente que tras un trágico accidente donde perdió a su familia quedó mudo y en un estado casi catatónico, y finalmente la participación de Melisa Leo como Claire, quien jugará las veces de antagonista del doctor Blake (David Thewils). Basta con el recurso de la voz en off para ponernos al tanto como espectadores de la angustiosa vida que lleva Verónica y su desencanto total con la vida, al punto de decidir suicidarse con la ingesta de pastillas. Tras dos semanas en coma, ella despierta en la cama de un psiquiátrico privado donde se le comunica que le quedan pocos días de vida, pues la sobredosis dañó sensiblemente su corazón. A partir de allí, el relato transitará por los lugares comunes y la protagonista experimentará, entre pesadillas y epifanías –bastante cursis por cierto-, una suerte de nuevo pacto con lo vital para volverse a enamorar tanto de Edward como de su nueva y aplastante existencia. Sin anticipar el final, debe decirse que Verónika decide morir es un drama bastante predecible a pesar de las buenas actuaciones de Sarah Michelle Gellar y Melisa Leo, quienes desde sus respectivos papeles aportan algo de emoción a la trama bajo una correcta dirección y una acogedora banda sonora.
Si me voy antes que vos Veronika repasa sus veintiocho años, analiza sus días en un trabajo bien remunerado que odia, conjetura que en el futuro tendrá un matrimonio que se va a ir apagando por el hastío y las infidelidades del que se imagina, será su marido. Entonces Verónica decide morir. Y casi lo consigue, con una combinación clásica de pastillas y alcohol. Pero unos días después se despierta en un psiquiátrico y comprueba que a pesar de que falló en su intento de suicidio, las drogas que tomó dañaron su organismo y pronto morirá. Veronika decide morir ya fue llevada al cine por el japonés Kei Horie (Veronika wa shinu koto ni shita, 2005), y es uno de los tantos bestsellers de Paulo Cohelo, el prolífico escritor-sanador brasileño que con una escritura sencilla, plagada de parábolas elementales, se convirtió en uno de los autores más importantes en el universo siempre en expansión de la autoayuda. A la dificultad de adaptar un libro de Cohelo, la película suma otra al depositar el protagónico en Sarah Michelle Gellar, una actriz limitada, conocida principalmente por la serie Buff, La Cazavampiros y los films Sé lo que hicieron el verano pasado y Scooby Doo. Sin embargo, la directora inglesa Emily Young (Kiss of Life) demuestra un buen pulso para la dirección de actores y saca adelante el trabajo de Gellar y la rodeó con un elenco competente, comenzando por David Thewlis, que interpreta a Blake, director médico donde Verónika está internada, Jonathan Tucker, el joven esquizofrénico Edward, con el que la protagonista redescubrirá el amor, y la extraordinaria Melissa Leo como Mari, la paciente más veterana. Lo cierto es que el problema de la película es el origen. Casi no hace la diferencia la correcta realización –aunque por momentos abusa de cierto paisajismo, con tomas casi publicitarias–, el oficio de los intérpretes y una estructura dramática medida. Es el texto de Cohelo el que anula casi todo, martillando sobre el “valor de la vida” con un planteo tramposo (que se resuelve inesperadamente al final), subestimando primero a los lectores y ahora a los espectadores.
Así cualquiera decide morir Les voy a contar una historia conmovedora: Veronika tiene un laburito en una multinacional con sede en Nueva York, en unos de esos rascacielos con vista a toda la ciudad. Va a trabajar vestida con ropa de ejecutiva que le hace apretar las nalgas y fruncir el ceño durante las aburridas reuniones donde se deciden cosas que no le importan. Porque Veronika tiene alma de artista. Pobre Veronika, los padres no la dejaron seguir estudiando piano en la prestigiosa Academia Juilliard porque en su estrechez de inmigrantes pensaron que no iba a poder subsistir con su gran talento musical. En el fondo la quieren, pero le cagaron la vida. Ahora ya no tiene ganas de nada, un día pone Radiohead y se clava pastillitas de todos los colores que la dejan en coma. ¡Qué tonta! Se hubiera comprado un libro de Paulo Coelho antes de semejante decisión. O a lo sumo, si no le gustaba leer, podría haber ido al cine. Una vez al año estrenan una película como esta, un canto a la vida como esas en las que Julia Roberts cuida a un enfermo de cáncer. Con esas lecciones podría haber aprendido a oler las flores por las mañanas y a disfrutar de un casete de Debussy sin tener que acabar en un neuropsiquiátrico lleno de locos de verdad. Quién sabe, Dios obra de manera misteriosa. Si Veronika hubiera ido a ver una película de Emily Young no se habría encontrado con el Dr. Thompson y su extraño método de sanación que consiste en decirle mentiritas blancas al paciente para que se le despierten las ganas de existir. Por eso, cuando despierta del coma, después de que se llenara la panza de pastillas, el doctor le avisa que le queda poco tiempo de vida. Pero de todas formas no tiene ganas de sentarse a esperar; la Vero sigue emperrada en morirse lo más pronto posible. Así deambula por el hospital, de acá para allá en busca de algún medicamento que le reviente el corazón marchito. Y en ese deambular lo que le revienta el corazón no es ninguna droga, sino el frikigalán silencioso de Edward. Las chicas del cotolengo mueren por él y su misteriosa afonía. Al principio Veronika no le presta demasiada atención, está más interesada en tocar el arpa. Hasta que un día descubre por los pasillos un piano muy bonito y se sienta a batir los dedos, y mientras toca apasionada una música elegante ve por la ventana que Edward la escucha parado bajo la lluvia cual Michael Myers. Ahí descubre que son iguales: los dos tienen alma de artista. El dibuja lindos retratos y la mira con respeto cuando ella se hace una paja. Eso es el amor, lo que le da sentido a todo y unas ganas locas de vivir lo que Veronika cree que son sus últimos días. Al final se escapan a pasear por la ciudad, se divierten tanto que ella se queda dormida y, para meterle suspenso al asunto, él por un momento piensa que está muerta. ¡Qué mala suerte! Justo ahora que el amor le había hecho recuperar el habla le vuelve a pasar lo mismo que lo había dejado callado tantos años. Pero ella se despierta y a él le vuelve la sonrisa. Sin saber que el Dr. Thompson es un patrañero, Veronika va a vivir el resto de sus días como si fueran los últimos. Carpe diem.
Desarma y sangra Verónika decide morir es un melodrama televisivo de esos que pasaban en el viejo canal 9 de Romay. Verónika (Sarah Michelle Gellar) es joven y bonita. Tiene un trabajo que le permite un muy buen pasar económico. Pero no es feliz. Un día descubre que ese mundo que habita es una mentira, un vacío, una vacuidad. Y decide matarse. Es una niña rica que tiene tristeza. Y esta alusión no es traída de los pelos porque todo el sustento de esta película tiene mucho que ver con esos ‘90 que además de menemato nos legaron un pensamiento light y una filosofía new age. Bucay, Osho, Coelho, “los que se robaron el queso” y demás ascendían a los primeros puestos de ventas en las librerías y los suplementos culturales daban cuenta del fenómeno de los libros de autoayuda y muchos no paraban de enrostrarnos la posibilidad segura de alcanzar la felicidad con tan solo desearlo. Un mundo ficcional que se las daba de pura realidad se erguía ante nosotros y así nos dejó. Los del queso siguen robando otras cosas, Bucay quedó archivado tras algún juicio por plagio y Coelho escribe en la revista dominical del gran diario argentino y además llegó al cine, (este filme está basado en uno de sus best sellers). Dije que Verónika decide matarse, pero obviamente no lo consigue. Para que haya película y para poder desarrollar la idea de una segunda oportunidad (tan característicamente hollywoodense) y permitir apreciar los métodos bastante particulares que un Doctor en psiquiatría lleva adelante en su clínica un tanto especial. Que uno no tiene nada claro, que cuál es la medida de los desórdenes mentales, que nos podemos ayudar entre todos, que los dolores pueden superarse, que el amor es la clave resolutiva de todo, son los tópicos que un guión lineal y superficial desgrana con una seriedad que asombra. Como si con tocar el piano se diluyeran los traumas, los problemas, las frustraciones, los sufrimientos, esas culpas que cargamos o nos cargan, las responsabilidades por nuestros actos. Como si la respuesta fuera soplar y hacer botellas. Como si la solución se diera en un abrir y cerrar de ojos, sin intervención ni esfuerzo alguno de nuestra parte. El elenco hace lo que puede con parlamentos y situaciones de una inveromilitud increíble trabajando personajes bastante estereotipados y esquemáticos. Verónika decide morir es un melodrama televisivo de esos que pasaban en el viejo canal 9 de Romay. Así, tal cual, como si no hubiera pasado el tiempo. Y lo que enoja es que se juegue tan livianamente con temas que merecen más respeto. “No existe una escuela que enseñe a vivir” dice una canción por allí y algunos todavía no aprenden que de nada sirven las lecciones de vida.
¿Por qué? Eso, ¿por qué? ¿Por qué esta película? ¿Por qué Verónika decide morir? Por nada importante, porque uno se puede morir por lo que quiera, quién es quién para impedirlo, pero tampoco es cuestión de andar muriendo por cualquier pavada, vea: un día la chica en cuestión se levanta en su hermoso departamento de Manhattan y decide que en el futuro su vida será una mierda, estará casada con un tipo que la engañará vilmente y estancada en ese trabajo en el que le va muy bien y gana mucha plata pero que en realidad no le gusta ni un poquito. Entonces, ese mismo día, pero a la tarde, después de haber paseado por toda la isla la cara de culo y de hastío de este mundo moderno y desalmado, decide que lo mejor es morirse ahora ya mismo sin perder un segundo. Pone Radiohead, que como todo el mundo sabe es la banda sonora del suicidio, y separa prolijamente en hileras algunas pastillas, no todo el frasco, solo algunas, lo que claramente es una inconsistencia según el manual del suicida porque si te vas a matar mejor tomar todas las pastillas, para qué dejar más en el frasco si no se espera volver a tomarlas, en fin… Sigamos, porque viene un momento muy interesante: empieza a escribir una carta a los padres: “Queridos mamá y papá, nada de esto es su culpa”, y lo borra, ya está, primer indicio de que en realidad todo esto es por culpa de los padres, como siempre. Entonces, en lugar de reventarles la conciencia a los progenitores que de puro pajueranos no la dejaron estudiar piano, le manda una carta de lectores a una revista de moda que proclama que el verde es el nuevo negro ofuscada por la falta de visión editorial para cosas importantes como la vida misma y la trascendencia humana, que como también se sabe es de lo que realmente quieren enterarse las lectoras de Vogue y Cosmopolitan, todas potenciales suicidas justamente por esto mismo. Una desgracia, mire. Pero como si la pobre chica no tuviera suficiente con todo esto que ya le conté, sobrevive, y no contenta con no morirse encima termina en un loquero, lujoso, eso sí, pero loquero al fin, con todos los estereotipos y clichés sobre el tema que se le ocurran incluido el médico poco ortodoxo que en realidad es un siome, y el ping pong que, a riesgo de ser repetitiva, como todo el mundo sabe solo practican las personas con problemas psiquiátricos. Y para seguir con las inconsistencias le agregamos que Veronika, a causa de la jodita esa con las pastillas, se laceró el corazón y no le quedan ni semanas de vida, o sea que se va a morir igual y por eso está internada en un psiquiátrico que por si no lo sabe es el lugar especializado para tratar problemas cardíacos. Pero después nos enteramos de que no es un problema conceptual de guión sino que eso del corazón roto eran todas patrañas del médico ese poco ortodoxo que le quiere enseñar a esta chica que la puta, vale la pena estar vivo. Y para eso nada mejor que mostrarle un montón de gente que está peor, que se sabe es un excelente argumento para sacudir de la modorra a los suicidas endebles, sumado a, en este caso, conocer un chongo que tiene más problemas que los Pérez García, lo que la hace sentir como una especie de Mujer Maravilla, que al final no estaba tan mal y la vida con un pibe de la mano se disfruta y todo. Casi ni vale la pena detenerse en ese momento en el que se especula con que se murió ahí nomás delante del pobre tipo (encima se amaga con que se tira al río porque parece que se le mueren todas las minas), pero no, era que se había dormido un rato, y rápidamente se despierta a tiempo para ver el amanecer, que por suerte no es el amanecer de los muertos. Una más para la góndola de películas de autoayuda que en realidad, como todo el mundo sabe solo ayudan a que uno tenga ganas de prenderse fuego a lo bonzo por el mero hecho de haberlas mirado.
Un drama en la piel de Buffy Basado en el Best seller(?) homónimo de Paulo Cohelo y dirigida por la todavía ignota Emily Young, Veronika decide morir es uno de esos films de origen americano pero de exibición europea y asiática. En su tierra natal la esperan más bien el próximo año y por supuesto contó este pasado Agosto con un estreno especial en varios cines brasileros donde su recepción fue bastante exitosa. El argumento se centra en Veronika, una mujer de unos 28 años que parece tenerlo todo: buen trabajo, soltura económica e independencia, sin embargo su constante vacío existencial la lleva a querer suicidarse infructuosamente y despierta no sólo en un psiquiátrico sino además con una severa lesión cardiovascular que la llevará tarde o temprano irremediablemente hacia la tan esperada muerte. Sus días de internación, su relación con otros pacientes y en especial con Marie y Edward poco a poco harán que su percepción de la vida cambien por completo. No leí la obra original- muchos critican obviamente las omisiones que el film hace de la historia madre- pero puedo decir que este film pasará a mi lista de "indefiniciones" , aun no podría decir si me gustó o no. Tiene muchos aciertos y muchos sinsabores, esos que nos dejan con ganas de más profundidad. Con momentos intensos, de grandes silencios, de primerísimos primeros planos y movimientos de cámara que a veces aportan a la atmósfera y otras perturba el visionado. El primer gran acierto de la película parecería ser ante todo una Sara Michelle Gellar (Buffy) bastante sólida en el personaje de Verónika y Marisa Leo en la piel de Marie, una mujer atormentada por la pérdida de su trabajo y su posterior separación matrimonial, único lazo posible entre Edward y el mundo de afuera. Actuaciones nada brillantes pero sí destacables que le dan a Verónika decide morir un pilar importante para un film ante todo correcto. Destaca también David Thewlis ( nuestro Lupin del mago) como el director de la institución, un hombre aparentemente tan vacío existencialmente como muchos de sus pacientes. Mientras, Johnathan Tucker interpretando a Edward, un joven que no habla y sin embargo se convertirá en la clave de salvación de Verónika (y de él mismo claro) se mueve a veces con soltura y otras con aires de estereotipo. Algo que de por sí ocurre con varias instancias del film dentro de lo que es el mundo del Psiquiátrico. Sin grandes pretenciones para la banda de sonido, la película hace uso de ella en las partes claves y necesarias, lo cual la hace efectiva; porque ante todo Young prefiere hacer uso constante de los silencios y miradas que del estrépito musical para provocar las emociones del espectador. Un film recomendable por sus pocos diálogos llamativos y profundos, por sus instancias más fuertes y por ser seguramente una historia que encantará a muchos y desilusionará a otros. Film que se aprecia mejor con segundos visionados a pesar de sus flaquezas.
A Paulo Coelho le fue contada, por una joven llamada Verónica, las experiencias profesionales de su padre dentro de la psiquiatría. Decidió entonces adentrarse en el mundo de los establecimientos neuropsiquiátricos para conocer cómo transcurre la vida en ellos y luego, en el año 1998, publicó la novela “Verónika decide morir” a la que le dio un cierto toque teatral, que permite a los lectores componer en su mente a los personajes sólo desde la completa descripción que hace quien escribe sin dejarle lugar para imaginarlos de otra manera. Coelho conoce a la perfección esta técnica porque también es autor y director de teatro donde este recurso es una de las bases conceptuales para el armado de una puesta en escena. En el año 2009 la novela fue llevada por Emily Young al cine con guión de Roberta Hanley y Larry Gross, quienes la fijaron en el género del drama romántico alejándose un poco del mensaje testimonial del libro al poner mayor énfasis en la vida amorosa de la protagonista y mostrar levemente el ámbito de los lugares donde son internados los enfermos mentales. La historia cinematográfica conserva la estructura cronológica de la novela para contar lo que le sucede a Verónika, una mujer que no ha llegado a los 30 años, exitosa en su profesión, sin problemas de dinero pero a quien la rutina y una vida sin ningún tipo de emociones la llevan, rápidamente, a una fuerte depresión que hace crisis y provoca su decisión de suicidarse. Pero falla. A raíz de ese intento de eliminarse será internada en un establecimiento neuropsiquiátrico dirigido por el Dr. Igor, profesional que experimenta con una sustancia orgánica denominada Vitriolo, con la que intenta curar a los pacientes depresivos. El médico le comunica a Verónika que los fármacos que tomó al intentar quitarse la vida la afectaron orgánicamente y que morirá dentro de un plazo muy corto. En el lugar también está internado Edward, un joven que padece esquizofrenia desorganizada, es decir, que razona y acciona de manera normal pero tiene limitada emocionalmente su capacidad para hablar (alogia). Verónika que al tomar conocimiento de que su fin está próximo ha decidido hacer todo lo que se reprimía por imposiciones sociales entablará una relación sentimental con el muchacho. En esta obra cinematográfica al espectador le llega el mensaje de la necesidad de una contención afectiva-emocional para poder vivir, por lo que se trata en definitiva de una historia sensiblera y con un cierto optimismo hacia las posibilidades de curación de un trastorno psíquico. Sin embargo la desprolijidad del guión al presentar “lagunas” en la narración que desvirtúan lo profundo que se le quiere imprimir a la proyección de la consideración social hacia los enfermos mentales. Tal es así que se incluye cinematográficamente la metáfora de un relato que cuenta sobre un reino en el que el agua fue contaminada por una sustancia que volvió locos a todos los habitantes, pero las escenas pasan tan rápido que la mayoría de los espectadores no tiene demasiado tiempo para elaborar el mensaje de que los “locos” son los que hacen cosas diferentes a lo que la sociedad impone que deben hacer los “normales” y todo queda solamente en una pretensión de profundidad narrativa. Esta obra cinematográfica contiene momentos interesantes y las interpretaciones son correctas y parejas aunque ninguno de los roles son exigentes y los actores sólo construyeron sus interpretaciones desde los estereotipos. Se destaca la música incidental del compositor inglés Murray Gold.
Compendio audiovisual de autoayuda A veces los soportes con los que se hace una obra artística alcanzan éxito precisamente por su organización estructural para destacar la belleza y la hermosura que se puede desprender del imaginario humano. Otras tantas, el intento se reduce a un par de pasajes sombríos y disfrazados. Verónica decide morir no es una mala película, pero sufre en demasía la adaptación a la pantalla grande de la obra escrita por Paulo Coelho. El éxito y fenómenos alcanzados por el autor brasilero podían presagiar un traspaso cinematográfico, pero parece ser que el formato audiovisual puede quedar chico sin el debido pulido. Incluyendo también los casos de Guillermo Martínez (Los crímenes de Oxford, 2008) y García Márquez (El amor en los tiempos del cólera, 2007) por citar autores latinos adaptados en los últimos años, podríamos coincidir en el mal tino que está teniendo el cine americano para llevar a la gran pantalla libros consagrados de este lado del planeta. Y es que Verónica decide morir no es una mala película, pero en su intento por ser aleccionadora e invitar al espectador a pensar con reflexiones moralistas y mensajes éticos sobre el valor de la vida, recae en la redundancia y la previsibilidad. Verónica (Sarah Michelle Gellar) es una mujer de 28 años que tras augurar un destino ordinario y sin sobresaltos –“casarse, criar hijos, descubrir los engaños de mi marido, ver que mis hijos cometen mis mismos errores” dirá al respecto- intentará suicidarse con la ingesta de pastillas y alcohol. Tras ser rescatada, será internada en un centro psiquiátrico donde sabrá que su vida pende de un hilo. Allí pasará sus días Verónica, entre un piano, el Dr. Blake (David Thewlis) principal director del establecimiento y Edward (Jonathan Tucker), un interno que no habla pero establece un fugaz contacto con la protagonista. A partir de las situaciones establecidas por un guión que en momentos resulta efectivo y en otros predecible, la directora Emily Young aprovecha cada momento para intentar igualar aquel fenómeno construido por Coelho. Así, los diálogos sobre el comportamiento de la sociedad posmoderna y las relaciones generadas en un mundo prefabricado son puestos en duda precisamente allí, en el hospital psiquiátrico, donde pierden sentido términos como lo “normal”, lo “lógico” y lo “razonable”. Pensado de esta manera, los poco más de 100 minutos que dura la película no alcanzan ni para el desarrollo de los personajes, ni para una completa articulación de la trama principal. Sin embargo, el sentido del film y la capacidad de transmitir la idea original están presentes y se subyacen con un metraje que logra su cometido a medias. Muy a pesar de ello, Verónica decide morir cuenta con ciertos hallazgos que vale la pena descubrir por sí mismo. Ya sea desde el correcto trabajo actoral, hasta un denotado cuidado estético, el film se hace con respeto y busca traducir aquello que intenta contar su obra original. El no lograrlo completamente tampoco impide que, a pesar de sendos lugares comunes, no se trate de un film atendible.