Martin Piroyansky escribe, dirige y protagoniza una película en la que compone un personaje misógino, inescrupuloso y por demás detestable, en algo que no llego a entender si fueron “ganas de hacer una peli”, o de tener escenas de sexo y besos con actrices lindas. Garche, porro, merca, hongos y más garche Si todo bien, pero no hablé de El Lobo de Wall Street. Y para hablar de esta película, voy a utilizar su misma clave idiomática, por lo cual a partir de ahora, eliminaré todo tipo de escrúpulos en la redacción de esta review. Nicolás (Piroyansky), es una especie de “cogelotodo”, que muy a pesar de su aspecto exterior por todos conocidos, consigue garcharse todo lo que camina, según sus amigos. Organiza un viaje de fin de año de algunos días a una casa del Delta de Tigre con varios amigos, en total, dos hombres y 4 mujeres. El Chino Darín, en pareja con Violeta Urtizberea, Vera Spinetta compone una enigmática mujer, para mi lo mejor de la peli, Inés Efron, una voladora y soñadora, y compone el sexteto Justina Bustos, a quien el personaje de Piroyansky quiere garcharse a toda costa. Yo me las cojo a todas Ni bien llegados a la isla, Nico, viene teniendo relaciones con Ines Efron, pero tras un discurso absurdo de macho alfa, termina garchandose a Vera, quien solo quiere sexo, sin amor. Tras esto, intentara por todos los medios levantarse al personaje de Justina Bustos con frases trilladas y estúpidas. Cabe destacar que logra componer un personaje superficial, incapaz de querer, empatizar y abrazar a otro. Sea amigo, amiga, mujer, garche, pareja, etc… Tras los fracasos por levantarse a Bustos, Nico, se pondrá a fumar porro con Violeta Urtizberea, novia del mejor amigo de Nicolás, y también procederá a garchársela, o casi. Al menos por ahora. Y de eso va la película, de como todos terminan garchándose a todos, en una casa en el delta, fumando porro, tomando merca y comiendo hongos, ademas de tener escenas completamente en pedo. Si bien, es cierto que tiene escenas que hacen reír, (no cómicas), es la propuesta argumental la que falla, presionándonos personajes con los que poco podemos simpatizar, sobre todo con el protagonista que no tiene respeto alguno por la gente que lo rodea. Mi peli con chicas hot Es por eso que no puedo evitar fantasear con la idea de que Piroyanski se escribió esta peli para besar, toquetear, manosear apoyar y etc. con actrices tan hermosas como las del reparto. No creo que sea el caso, ya que todo se filma de manera responsable y hablamos de actores profesionales con trayectorias por demás conocidas. Pero… es imposible no fantasear… Un amigo dice que está en contra de “el mensaje en las películas”, y decididamente Vóley también, ya que carece del mismo. Quizás si tenes entre 20 y 25, y las hormonas a full, y seguís por la vida de garchini, de boliche y chamuyándote cuanta minitah hay por ahí, la pases bien en esta peli. Si sos fan de “escuchame fresco”, seguramente vas a salir en pija de esta película, la vas a disfrutar y te vas a reír, es más, si vas con amigos, seguramente se van a hacer pija, imbéciles. Conclusión Vóley, falla rotundamente o la pega en todas, según el gusto. La factura técnica y las actuaciones son por demás correctas, quedando todo en la propuesta argumental, haciendo que te guste o la odies pura y exclusivamente por afinidad con la historia que relata Piroyansky. Si la vas de garche, de misógino, de culitos de Showmatch, de cogerte a cualquiera sin escrúpulos, y de darte cuenta demasiado tarde de lo que es el amor, (o tan solo sufrir por no poder cogerte a la única que no te da bola), esta es tu película. Si no, te vas a quedar mirando, con un toque de asco, mientras la pendejada hipster, drogona y cool se ríe a tu alrededor.
Pelotazo al vacío. Un grupo de amigos que ronda los 30 decide pasar unos días cerca del fin de año en la casa de un familiar de uno de ellos en el Tigre. Nicolás, Pilar, Cata, Manuela y Nacho son de la partida, a la que se suma inesperadamente Belén, la hermosa amiga de Manuela. El grupo llega a la casa y comienzan los enredos. Los personajes entrarán en una especie de juego de enroques, pero lo que podría haber sido interesante se encuentra lejos de generar algún interés y se diluye en escenas intrascendentes, chistes pocos graciosos o de gusto dudoso y momentos descartables. Los personajes, estereotipados (la obsesiva del orden, la “intelectual” de sexualidad indefinida, el misógino, la ingenua), están lejos de generar alguna empatía, no crecen, solo se mueven sin ton ni son, y seguir sus avatares y desventuras resulta tedioso y sus diálogos y situaciones poco importan, en una historia que parece no tener fin. La droga y el sexo aparecen, quizás como elemento de ruptura de un orden establecido o mero componente cómico, sin lograr plenamente los objetivos. El único personaje que parece sufrir alguna transformación, o al menos sentirse tocado por los acontecimientos al finalizar la película, es “Cavernico” (Nicolás, interpretado por el propio Piroyansky). Aunque al salir de la sala, uno ya se olvide rápidamente del asunto y quiera pasar a otra cosa. De los más rescatable, la música de Nicolás Sorín, sobre todo el leitmotiv musical que marca el estado salvaje de los personajes. No se termina de entender a dónde apuntó Martín Piroyansky en Vóley, si al retrato de una generación todavía anclada en la adolescencia tardía, la pugna entre lo primario que subyace dentro de nosotros y las formas civilizadas, o al vacío que nos toca vivir en estas épocas. En definitiva, puede que involuntariamente haya sido esto último, porque no le encontré ningún sentido.
Hay en “Voley” (2014) de Matías Piroyansky, una apuesta a un cine de género, con reglas bien específicas y sólidas, que al minuto uno del filme afirma su propuesta y nos invita a disfrutar y reirnos. El director pone en imágenes aquellas clásicas comedias de enredos amorosos entre jóvenes, que tantas veces hemos visto, pero con la habilidad que en esta oportunidad el placer de género se deposite en, no solo las idas y venidas entre los protagonistas, sino que, principalmente, queramos que su personaje principal, Nicolás (Martín Piroyansky), el conductor de toda la trama, llegue a buen puerto en su intento de conseguir lo que quiere. ¿Y qué es eso que quiere? Estar con cada una de las mujeres que se le cruzan por delante, creyendo que el “amor” nunca lo tocará hasta que… En “Voley” todo comienza cuando cinco amigos se embarcan para pasar la noche de fin de año en una casa de una isla del Tigre. Aislados de todo y sólo con la compañía que se pueden brindar entre sí entre el grupo se armará una dinámica particular a partir que uno de ellos, Nicolas (Piroyansky), trate de estar con todas las mujeres del grupo. En este “tratar estar con todas” podremos ir conociendo al grupo de amigos de la infancia, que solo sabe Dios por qué motivo siguen insistiendo con verse. A ellos, sin previo aviso, se sumará, Belén (Justina Bustos) una femme fatale que se transformará de inmediato en la obsesión de Nicolás, pero también silenciosamente la de Nacho (Chino Darín), quien a pesar de estar de novio hace años con Manuela (Violeta Urtizberea), una controladora e insoportable mujer, se siente atraído hacia la extraña “nueva” que pasará unos días con ellos. Hay otros dos personajes, Pilar (Inés Efrón), una joven “mística” y sensible, que tiene algo con Nicolás a espaldas del grupo, y Cata (Vera Spinetta), la solitaria del equipo que nunca va a tener nada agradable para decirte. Cuando los días pasen y el calor y la convivencia aflojen las tensiones, el grupo verá cómo la amistad será puesta en juego por los intentos de cada uno de ellos de estar con el sexo opuesto, y a medida que avance el metraje, las opciones de “parejas” se irán multiplicando hasta el punto que todos terminarán engañando a alguien con uno del grupo. En “Voley”, a diferencia de su experiencia anterior “Abril el Nueva York”, donde todo era más libre e improvisado, Piroyansky logra un buen ritmo y situaciones graciosas a fuerza de punchline y timming correcto, pudiendo reversionar la comedia romántica americana en una serie de situaciones que se desencadenan y producen efecto dominó en sus protagonistas. La solidez del guión, además, le permite concretar los límites de sus personajes, uno más interesante que el otro, a los que hará participar de una guerra de sexos que culminará demostrando que aún el macho alfa puede ser domado a fuerza de oposición, gritos y feelling instantáneo.
La carrera de Martín Piroyansky como actor ya es reconocida. Basta con ver sus participaciones en películas como Mi Primera Boda y La Araña Vampiro para percatarse de un talento innato tanto para comedias como haciendo personajes más oscuros. Sus incursiones como director tienen una preocupación por las relaciones amorosas, no exentas de humor. ¿Pruebas? El cortometraje No me Ama y Abril en Nueva York, su ópera prima. Pero en Vóley, su segundo largo, va aún más allá. Seis amigos llegan a una isla del Tigre para pasar Año Nuevo en casa de los abuelos de Nicolás (justamente, Piroyansky), uno de ellos. Las intenciones son claras desde el vamos: sexo, alcohol, drogas, más sexo, histeriqueo, más sexo, música, más droga, mucho más sexo… Un plan (o anti-plan) prometedor, y que arranca muy bien, pero surgirán cuestiones que pondrán a prueba a “Caver Nico”, como lo llaman los demás, y también las verdaderas relaciones entre los integrantes del grupo. Una comedia sobre la actual generación de veinteañeros de Buenos Aires, pero no con el lenguaje del cine independiente, como suele ocurrir seguido para reflejar a la juventud de ahora, sino en una clave cercana a las producciones norteamericanas de las últimas décadas, empezando por la Nueva Comedia Americana: Judd Apatow y, sobre todo, Greg Mottola, con algo de los hermanos Farrelly más inspirados. Pero más que un rejunte de influencias, Piroyansky le imprime a la historia una personalidad propia, y no le tiembla el pulso cuando llega el momento de ponerse un poco más serio. Con una impronta moderna, la película también recupera un subgénero del cine nacional: las comedias picarescas, incluyendo los films de albergues transitorios (muy populares en los 60 y parte de los 70), empezando por la fundacional La Cigarra no es un Bicho, de Daniel Tinayre, donde además se pronunció la primera palabra obscena de las pantallas argentinas. Delante de cámara, el director está acompañado por un elenco joven, que encaja perfectamente en la propuesta: Violeta Urtizberea, Ricardo “Chino” Darín, Vera Spinetta (la más sobresaliente), Inés Efrón y la debutante Justina Bustos. Cada uno tiene una personalidad definida, pero todos gozan de los mismos gustos… y entre sí. Vóley no sólo es muy divertida, desprejuiciada y fresca; también llena un vacío del cine argentino contemporáneo. Y prueba que, con visión y audacia, Martín Piroyansky se está afianzando como realizador.
Voley es una película netamente de género y eso ya es algo bueno. Es un film que me hubiese encantado ver en mi adolescencia y que no era posible porque en Argentina no cabía la posibilidad para este tipo de propuestas. Si quería algo similar tenía que apuntar hacia Hollywood y ver películas tales como Dazed and Confused (1993) o American Pie (1999). Otro punto para destacar acerca de Voley es que posee una identidad y estilo bien marcado, que es el de Martín Piroyansky, de quien ya se puede ver una clara línea creativa y de trabajo contraponiendo este estreno con su corto No me ama (2009) y su ópera prima Abril en Nueva York (2012). Su sentido del humor moderno, poco solemne y hasta irreverente hace que sus personajes se sientan bien naturales y auténticos para los espectadores argentinos jóvenes. Algunos podrán definir esta cinta como “the Piroyansky show” dado a que no solo escribe y dirige sino que también protagoniza. Y está muy bien que así sea porque está claro que es él el que verdaderamente entiende ese universo, los personajes y como se interrelacionan. Nadie podría haber interpretado a Nico (su personaje) de esa manera. Las personalidades bien marcadas de cada uno de los protagonistas representan los amigos y/o conocidos que un veinteañero se puede cruzar en su vida: la obsesiva, el bueno, la intelectual, la ingenua y el mujeriego. El elenco trabaja en sintonía y cumple a la perfección desde los geniales Chino Darín, Violeta Urtizberea e Inés Efrón hasta los grandes hallazgos que fueron Justina Bustos y Vera Spinetta para esos roles. “Sexo, drogas y más sexo”, tal como la voz en off de su realizador y protagonista profesa en el trailer es con lo que el espectador se encontrará, pero si intenta mirar un poco más descubrirá un testimonio de una generación en un momento de sus vidas en donde poco importa o todo importa demasiado. Por esto mismo seguro que muchos la odiarán bajo el discurso “son casi dos horas de pibes drogándose y teniendo sexo”. Pero ese es un discurso fácil y pobre. Voley es entretenimiento puro y descontracturado que al mismo tiempo posee una visión, en este caso una muy particular y marcada: la de Martín Piroyansky, un nombre que hace rato que suena pero que cada vez sonará más fuerte y está película es un escalón importante en esa carrera y por eso no hay que perdérsela.
Relato salvaje En ese contexto, una comedia sexual tan desinhibida, franca y hasta un poco guarra como Vóley se agradece, aun con sus problemas. Segundo largometraje como guionista y director de Martín Piroyansky tras Abril en Nueva York, se trata de una película coral de enredos (ligados al sexo y las drogas, sobre todo) sobre seis amigos que viajan durante unos días de fin de año a una casona en el Delta del Tigre. El anfitrión y motor del relato es Nico (el propio Piroyansky en plan ego-trip), un muchacho de veintipico que invita a sus compinches de toda la vida: su amigovia Pilar (Inés Efrón), Cata (Vera Spinetta) y Nacho (Chino Darín) con su novia Manuela (Violeta Urtizberea). El protagonista es bastante lancero con las chicas y las cosas se complicarán aún más cuando Manuela invita -sin consultar al resto- a Belén (Justina Bustos), una bomba sexual que, claro, despertará una explosión hormonal en los dos muchachos del grupo. Puede que no todas las situaciones sean igual de inspiradas, que exista un tufillo misógino y sexista, que surjan algunos caprichos y arbitrariedades, pero así y todo Vóley es -como su título lo indica- una experiencia lúdica (¿deportiva?), con algunos pasajes realmente hilarantes, una muy digna factura técnica y una capacidad de provocación infrecuente por estos lares. Una película en algún sentido generacional y una cachetada a tanto cine argentino solemne, políticamente correcto e “importante”.
La comedia del amor Seis jóvenes instalados en el Tigre para pasar Año Nuevo y disfrutar de unos días de vacaciones son el eje de Vóley (2014). Martín Piroyansky (director, guionista y actor) construye una variedad de gags para conquistar al público. Y lo logra. Desde la antigua comedia latina hasta el novísimo cine indie, el arte se encargó de diseccionar el amor juvenil, de ponerle trabas y contemplar, jocosamente, cómo los jóvenes amantes se las tienen que arreglar para estar juntos. Martín Piroyansky, reconocido actor de cine y televisión, hace de esa premisa Voley, una comedia ágil, distendida, que es juvenil pero funciona de maravillas en “el amplio público”. Al mismo tiempo, esa elección marca su punto fuerte y sus limitaciones; el relato automatiza la espera del gag y genera en la construcción de los personajes breves destellos de singularidad que, al final, se homogenizan para ponerlos a todos “más o menos en las mismas”. Pero la gracia no abandona jamás a los 95 minutos del metraje. Entonces, ¿eso importa? Nicolás (Piroyansky) invita a sus amigos (compuestos porVioleta Urtizberea, Inés Efron, Chino Darín y Vera Spinetta) a recibir el año en la casa de sus abuelos, en el delta del Tigre. El plan es relajarse, salir de la urbanidad para consagrarse al ocio y a la diversión. Apenas cruzada la puerta, Manuela (Urtizberea) arma un dispositivo para rotar en las habitaciones y que todos tengan que pasar por los mismos cuartos, sin privilegios. La llegada –inesperada- de su bella amiga Justina Bustos) le llama la atención especialmente a Nicolás, quien buscará todas las formas posibles de encontrarla sola. Manuela, que está allí junto a su pareja, Nacho, no imaginaba cuando la invitó que la “intrusa” movería los cimientos de todo el grupo de amigos. Echadas las cartas sobre la mesa, lo que sigue es una batería de gags (físicos y también verbales) que funcionan de maravillas, y que hacen de Piroyansky una mezcla de Woody Allen con los hermanos Farrelly. El casting es el primer acierto; cada actor interpreta con gracia y verosimilitud el rol que le ha tocado en suerte, ingresando al timing del relato. Todos están más o menos obsesionados con tener sexo, pero la efectividad del guion radica en hacer de esa aspiración el motor de algo menos evidente, y es la pregunta por cómo el tiempo afecta a un grupo de amigos, cómo el deseo puede ser a veces destructivo. Vóley tuvo su presentación en el 29 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y el público celebró cada uno de sus momentos cómicos. Con el respaldo de una distribuidora major, la película tiene todo lo necesario para aspirar a la masividad. Habrá que seguirle los pasos a Piroyansky, quien ya había demostrado su talento como director en el corto No me ama (2009) y Abril en Nueva York (2012).
Nueva Comedia Argentina El año pasado, Martín Piroyansky estrenó su tercer trabajo como director luego del gran corto No me ama y su opera prima Abril en Nueva York, una película algo despareja pero chiquita y amable que aquí fue recibida con un desprecio desmedido. Aunque este estreno del año pasado no fue en cine sino en YouTube, y se trató de la serie web Tiempo libre. Con muchos de los elementos de varias sitcoms que bien conocemos, esta serie producida por la Universidad Tres de Febrero tiene al propio Piroyansky interpretándose a sí mismo en un reality show apócrifo que muestra su vida cotidiana en un momento en el que está esperando a que le llegue su próximo trabajo actoral. Repleta de cameos y con una cantidad de referencias a la cultura popular que no estamos acostumbrados a ver en un trabajo local, en Tiempo libre ya puede verse lo que en Vóley se vuelve aún más evidente: que Piroyansky conoce perfectamente los códigos de la comedia americana y sabe traducirlos al ámbito local sin que esto haga ningún tipo de ruido. En los últimos años ha habido muchos intentos de trasladar elementos de la Nueva Comedia Americana al cine argentino pero, en la gran mayoría de los casos, esta traslación terminaba siendo contaminada por los peores vicios de la comedia argentina más vetusta y conservadora. Nada de eso último sucede en Vóley, donde incluso sorprende que se trate de un segundo largometraje y no la película número cinco de un director que ya tiene todo aceitado. Piroyansky se apoya en una locación acotada (una casa en el Tigre al que va un grupo de amigos a pasar un par de días, fin de año incluido) y un grupo de actores jóvenes y extraordinarios y saca provecho de eso con una historia de encuentros y desencuentros, de amores y desamores, de cagaderas y constipaciones. Vóley juega a dos puntas: por un lado, tiene mucho de cuento rohmeriano (Piroyansky menciona Paulina en la playa como una las principales inspiraciones del film). Por el otro, está la comedia americana de los últimos años, con sus pedos, sus garches y sus diálogos soeces. Y Piroyansky amalgama esas dos puntas con maestría: la película es muy bella desde lo visual, con unos planos perfectamente coreográficos en los que sigue a sus personajes mientras besan a uno, besan al otro, cogen con uno, cogen con otro, están enamorados de uno y después se enamoran del otro. Y, al mismo tiempo, logra una enorme cantidad de momentos de alta comedia, con timing y diálogos precisos y donde nada parece forzado. Incluso, Piroyansky juega mucho con la sorpresa; con hacernos creer que va a ir para un lado y después tomar el camino menos esperado. Perdonen por spoilearles uno de los mejores chistes que tiene la película, pero sirve muy bien para ejemplificar esto último: en un momento, a Belén (Justina Bustos), amiga del primario de Manuela (Violeta Urtizberea) que el resto de los personajes recién está conociendo, le proponen un juego que consiste en tener que responder a cualquier pregunta con “Cuando era chica”, por más disparatada que sea. Después de varias preguntas, Nico (Piroyansky) le pregunta algo así como: “¿Cuándo te tocó tu papá por primera vez?”. Manuela lo mira mal, Belén se pone seria, empieza a relatar una historia de tintes macabros, el tono de la película se pone grave, la cámara se acerca y, en el momento menos esperado, Belén se despacha con un one-liner perfecto que hace notar que todo fue un chiste. Ya el hecho de que la película no tenga miedo a hacer chistes con esas cosas es algo bastante meritorio pero, además, esa escena está construida de forma magistral desde la cámara, desde los diálogos, desde el sonido, y todo con el fin de hacer un chiste; apenas una muestra de cuán en serio se toma Piroyansky la comedia. Pero, si hablamos de seriedad, otra de las cosas con la que la película se arriesga, y lo cual también la emparienta con el cine de Nicholas Stoller, Judd Apatow y similares, es que tampoco le teme a volverse drama: en un momento, las circunstancias de la película hacen que todo vire para un lado bastante triste y dramático, y Piroyansky resuelve esto con el mismo oficio con el que pone en escena la mejor de las comedias posibles. Es probable que varios minimicen la importancia de una película como Vóley porque todos ya bien sabemos que todavía existe esta estúpida idea de que la comedia es un género menor. Pero la realidad es que aquí casi no existen películas como esta, realizadas dentro de la industria (si bien es una película relativamente pequeña, no deja de ser de Patagonik) pero con ideas, gracia, amor por sus personajes, grandes diálogos y actuaciones brillantes. Y necesitamos que existan más.
Comedia sexual de una noche en el Tigre En el segundo largo de Piroyansky hay vino, porro, unos honguitos alucinógenos y pronto los chicos van a empezar a entrar y salir de las habitaciones, con más o menos lógica. Pero cuando la comedia se pone seria no termina de despegar. Aunque cuando le tocan papeles dramáticos no deja de lucirse, como demostró en La araña vampiro, Martín Piroyansky es a esta altura –dejando a un lado a Diego Capusotto, que juega en otra liga– el mejor actor cómico argentino. El tema es que hasta ahora el cine, o él mismo, o ambos, parecerían no terminar de convencerse. Hasta el momento, su lucimiento en largometrajes se vio acotado a papeles secundarios (Mi primera boda, Vino para robar), episódicos (Excursiones) o como parte de elencos grupales (Cara de queso, Sofacama). Para comprobar que Piroyansky es un capocómico a punto caramelo hay que buscarlo en cortos propios (la gran No me ama, 2010) o de terceros (la igualmente perfecta Un juego absurdo, 2009), o en la webserie Tiempo libre, coescrita, dirigida, protagonizada y coproducida por él junto a la Untref. En todos ellos este graduado de la mejor escuela de comedia de las últimas décadas en Argentina (la serie de cable Magazine for fai, 1995/1998) compone una suerte de Woody Allen veinteañero, lleno de dudas e incertezas, frecuentemente forreado por quienes lo rodean (pero sin llegar jamás al abuso) y particularmente inseguro en lo que hace a las relaciones sexuales y de pareja. Todos esos cortos, y los episodios de la webserie (que duran entre 5 y 10 minutos) pueden verse en YouTube.Voley no es el debut de Piroyansky (Flores, 1986) como realizador cinematográfico. En 2012 presentó, en el Festival de Mar del Plata, su ópera prima, Abril en Nueva York, comedia romántica indie en la que no actuaba y que no carecía de elementos de interés. El más alto, sin duda, la presentación de Carla Quevedo, actriz pura y simplemente fabulosa. El buen ojo y la muy buena dirección de actores de Piroyansky vuelven a apreciarse en Voley, que, apoyada por una productora de las grandes (Patagonik), sale con aspiraciones de seducir al público joven. Algo así como Comedia sexual de una noche de verano en el Tigre, en Voley un grupo de amigos se junta para pasar Año Nuevo en una casa del Delta. Son chicos y chicas, tienen veintipico, van a pasar varios días solos: habrá cuernos. Típico del personaje-Piroyansky, Nicolás no luce exactamente como el tipo más canchero a la hora de levantarse una chica y, sin embargo (o justamente por eso), no puede parar de ir al frente con todas. Mecanismo cómico asegurado.Lo más cerca que este hincha de Independiente estuvo hasta ahora de un protagónico, Voley no deja de ser, como el título indica, un deporte colectivo, en el que un grupo de muy buenos comediantes giran alrededor de un cómico solar. Nico curte amistosamente con Pilar (Inés Efron, encantadora y/o amanerada, como quiera verse), pero sin querer saber nada con nada que suene vagamente a compromiso. Nacho, su mejor amigo (Chino Darín, de gran presencia cinematográfica) está muy en pareja con Manuela, su peor enemiga (Violeta Urtizberea nunca estuvo mejor). Se les une el personaje más desdichado: Cata (Vera Spinetta) carga no con uno sino con dos estereotipos bastante descalificadores: es la lesbiana endurecida y venenosa, y la intelectual que “habla en intelectual”. Por lejos, el punto más bajo de la película. El más alto, al menos en algunos sentidos, es Belén (la hasta aquí desconocida Justina Bustos), una rubia que... que... ¡además actúa bárbaro!Hay vino, porro, unos honguitos alucinógenos de la zona (¿en el Tigre?, ¿dónde?) y pronto los chicos, además de ver duendecitos (buenísimo el gag donde Piroyansky aparece digitalmente empequeñecido, con bonetito rojo) van a empezar a entrar y salir de las habitaciones, con más o menos lógica. Cuando la cosa empieza a derivar de comedia sexual liviana a melodrama de confesiones, caras largas y lágrimas, uno piensa que la profundidad de las relaciones no da para eso. Hasta que se comprende que de lo que la película trata es justamente de eso: del paso de la despreocupación sexual adolescente al momento en que los sentimientos empiezan a aflorar de más adentro. Si esa línea está bien trazada, que se trate de situaciones muchas veces vistas hace que la película –súper bien actuada, muy bien fotografiada– no termine de despegar. Lo que sí hay, claro, son unos cuantos gags imperdibles, para sumar a la Piroyansky Collection: Nicolás bailando sexy, para conquistar a Belén; un polvo con pelos arrancados; un encendedor que se niega a encender en un momento clave; la celebración de Año Nuevo encerrados en un baño, entre explosiones diarreicas; Nico lustrando vajilla a mil en medio de la noche, ligeramente afectado por la inhalación de aceleradores químicos. 6-VOLEY Argentina,2014Dirección y guión: Martín Piroyansky.Duración: 90 minutos.Intérpretes: Martín Piroyansky, Violeta Urtizberea, Inés Efron, Chino Darín, Vera Spinetta, Justina Bustos.
En perpetuo movimiento. Un par de noches próximas a fin de año, casa en el Tigre, cinco amigos cerca de los 30 y una chica que se suma para alegría o fastidio del resto, drogas, sexo y un grupo que no será el mismo una vez que se termine el último porro. ¿Vóley, sólo es eso? No, por suerte. La segunda película de Piroyansky director (luego de Abril en Nueva York o algo así como tengo plata, una cámara y quiero filmar algo) construye su discurso desde dos ejes: por un lado, la clásica comedia de situaciones fijada en un tiempo y espacio únicos con mucha testosterona sub 30 de por medio, y por el otro, una sutil mirada del director en relación a la amistad, la traición y el fin de una década para el grupete de amigos. Nicolás, Pilar, Manuela, Nacho, Cata y Belén tienen sus particulares características y su propia visión del mundo y desde allí Piroyansky articula un discurso que entremezcla momentos graciosos con otros patéticos y traiciones e infidelidades con escenas corales donde el director va y viene en cuanto a decidirse por un único punto de vista. Pues bien, en su superficie genérica, Vóley es una comedia que trabaja desde diversas capas que van más allá de la gracia y simpatía de sus personajes (bienvenidos los seis trabajos actorales con una brillante Violeta Urtizberea en su histérica composición), ya que el relato oscila entre aquello que provoca una complicidad inmediata con el espectador (diálogos, situaciones vodevilescas) y la posterior derivación hacia otras zonas más oscuras y menos transparentes debido a las idas y vueltas de los únicos seis personajes. Piroyansky, por lo tanto, logra exponer a sus criaturas y exhibir sus virtudes y defectos pero jamás levantando un dedito acusador. El director no se ubica por encima de sus personajes sino que los muestra tal como son, eligiendo el camino de la comedia para imponer una mirada sobre el mundo que no debería confundirse con una elección leve y superficial. Vóley, es una buena película, entre otras cuestiones, porque el director elige proteger a sus personajes.
Movido fin de año entre amigos. Son seis; cuatro chicas y dos muchachos. Todos rondan los veintipico y tienen toda la libertad para pasarla bien los días de fin de año en la casa del Delta de la que uno de ellos dispone. Agréguese que unos y otras hace rato que se han liberado de las inhibiciones y los prejuicios de los jóvenes de otros tiempos. Sexo, drogas, alcohol son, para ellos, a veces temas para la charla y sobre todo, casi siempre, puro motivo de diversión y no de conflicto, que para eso son, básicamente, amigos. Aunque a veces la convivencia en estos días de vacaciones y la sucesión de enredos (más o menos graciosos) haga que cuando menos lo esperen los sentimientos -incluso los no correspondidos- hagan su aparición e interrumpan las risas. Piroyansky se reserva el personaje central. Es él, Nicolás, quien reúne a sus amigos de siempre en la casa que ha sido de sus abuelos. Mujeriego full time, está siempre a la pesca de nuevas partenaires, aunque haya llegado a la isla acompañado por su actual pareja, Pilar (Inés Efrón). Con ellos llegan también su mejor (y al parecer único) amigo, Nacho (Chino Darín), que sí trae una compañera un poco más formal, la obsesiva Manuela (Violeta Urtizberea), fanática del orden y la limpieza, que a su vez incorporó a una invitada, la muy sexy Belén, que por serlo activa el interés de los varones. Completa el grupo la intelectual Cata (Vera Spinetta), siempre con un libro en mano y partidaria del sexo sin compromiso. Martín Piroyansky quería hacer un film de jóvenes para jóvenes, posiblemente inspirándose un poco en las comedias que el cine norteamericano cultiva con frecuencia en los últimos tiempos, incluidas su dosis de humor escatológico y sus pizcas de sexismo y misoginia. Lo hace con conocimiento del medio, buen oído para el lenguaje juvenil y considerable noción del ritmo de comedia, aunque no pueda evitar que haya altibajos entre las distintas situaciones que integran el relato: encuentros y desencuentros amorosos o puramente carnales, picardías, borracheras, rencillas, algún diálogo que ilustra superficialmente sobre los hábitos y los intereses de una generación para la que sexo, porro y todo lo que a ellos se refiera forman parte del vocabulario cotidiano con total naturalidad. Si el libro acusa baches indisimulables, debe decirse que en lo que hace a su factura técnica el film confirma las virtudes que el joven director había mostrado en Abril en Nueva York, y que tiene en este caso la ventaja de contar con la frescura que aporta un elenco parejamente desenvuelto. Piroyansky se hace cargo del personaje central (y el más desarrollado, todo lo contrario de lo que sucede con el más desdibujado, que le toca al Chino Darín), si bien son las chicas (en especial Violeta Urtizberea, Vera Spinetta e Inés Efrón, en ese orden) las que tienen más oportunidades de lucimiento.
Sexo, drogas y rotación. Esta comedia para adolescentes muestra las andanzas amorosas de seis amigos en una casa en el Tigre. Con ese aspecto woodyallenesco de nerd torpe y tierno, Martín Piroyansky parece predestinado a la comedia. Surgido de ese semillero de talentos que fue Magazine For Fai, siguió demostrando sus dotes para hacer reír en películas como Sofacama, Cara de queso o Mi primera boda, y como director eligió el mismo camino. Primero con una comedia romántica, Abril en Nueva York, y ahora con Voley, más decididamente humorística. Un grupo de amigos -cuatro chicas y dos varones- se van al Tigre a pasar Año Nuevo a la casa de fin de semana de uno de ellos. Cada uno de ellos representa arquetipos más o menos identificables en todos los grupos juveniles: el macho alfa, el aparato, la mandona, la aniñada, la intelectual, la cheta linda. Como un equipo de voley, son seis y practican la rotación... amorosa. Hay todo tipo de encuentros y desencuentros sexuales, más que románticos: ahí radica el quid de esta comedia de enredos orientada a los adolescentes. La película tiene dos aspectos relativamente novedosos para el cine nacional: habla de una franja etaria no muy visitada -la de los veintipico, aunque estos chicos se comportan casi como púberes- y recurre al humor drogón, muy usado en el cine estadounidense pero no tanto aquí. En sus mejores momentos -en general protagonizados por el propio Piroyansky y Violeta Urtizberea, otra egresada de Magazine For Fai-, Voley logra divertir. También, reflexionar sobre esa misteriosa costumbre en vías de extinción llamada monogamia, y sobre la forma de vincularse de “los jóvenes de hoy en día”, como dirían Les Luthiers, aparentemente mucho más desprejuiciados que sus padres a la hora de los bifes. También hay muchos pasajes menos logrados, en los que estos adolescentes tardíos se ponen demasiado pavos y parecen parte de un Clave de sol del siglo XXI, o de una de esas obras de Darío Víttori de puertas que se abren y se cierran. Y hay otra sorpresa para el medio local, no tan agradable como las anteriores: chistes escatológicos al peor estilo de las bazofias de Adam Sandler, que afean innecesariamente una película digna.
Moderna comedia de enredos entre veinteañeros Por la barbita que se dejó en esta película, el personaje de Martín Piroyansky pareciera un nieto escuálido de Martín Karadagian. Con los gustos del loco aquel que revolea por los aires a la Anita Ekberg en "La dolce vita". Y un poquito más de alcance que el Sátiro Virgen. Este es un Sátiro en Estado Interruptus. Menos mal que puede ir rotando de lugar y de compañera de juego. Por algo esta comedia se llama "Voley". ¿O será porque la palabra puede disfrazar un calificativo despectivo bastante habitual? Todo depende de la jugada que haga el tipo (y que no se la descubran antes de tiempo). El tipo invita a sus amigos a pasar Año Nuevo en una casita del Tigre (la casa de los abuelos). Ahí llegan, él, su amigovia buenuda, un flaco con su novia medio hincha pero muy organizada y organizadora, y una friki en pose de intelectualosa con pinta de Vilma, la de Scooby-Doo. Que, por cuenta propia, invitó a otra piba. Rubiecita ella, pancita al aire y pantaloncitos cortos. Así que, descontando la novia del amigo, el tipo tiene tres mujeres a su alcance. Señala las instalaciones, la cancha que está al costado, y vamos a ver qué pasa. Y lo que pasa es una comedia moderna de enredos entre veinteañeros, con hongos, porros, bebidas a lo loco, charlas desinhibidas, intenciones non sanctas, gente que se mete en la pieza indebida por la puerta o por la ventana (como en tiempo de los abuelos), histeriqueos inconsecuentes, por tradición, rotaciones no siempre autorizadas, traiciones a los códigos (después de declamar que nadie es dueño/a de nadie), madres que llaman al celular sin ser atendidas porque las nenas están durmiendo la mona, soledad de fondo. Y en el fondo, los supuestos liberados resultan ser medio caretas, la que parece más frágil es la única contenedora, y quienes la van de piolas pueden quedar asociados al voley. Hermosa, la toma final. Piroyansky, querido actor de comedias, se había probado como director con un corto delicioso, "No me ama". Luego hizo entre amigos, con un grupo mínimo, una linda historia de amores desparejos, "Abril en Nueva York". Ahora los de Patagonik le dieron la posibilidad de seguir avanzando: más recursos, elenco un poquito más grande, también entre amigos, mejor lanzamiento. El tema es el mismo, con sus debidos matices: el temblor del enamoramiento por la persona tal vez equivocada, la inseguridad de los afectos, la torpeza y el dolor del crecimiento, si es que el personaje crece. Si este autor sigue avanzando y madurando en esa línea, no digamos que en el futuro pudiera haber algo en el aire, como una suerte de "Comedia sexual de una noche de verano", pero pudiera haber algo.
Cuento de verano La comedia es un género muy delicado. Hacer comedia requiere de mucho pulso y una gran habilidad. La comedia en cine exige que ese pulso sea no solo para el guión y los actores, sino también –y principalmente- para el director, de quien dependerá que la película funcione o no un nivel milimétrico. Argentina es un país con una larga lista de excelentes comedias, las cuales no necesariamente responden al mismo tipo de comedia. El costumbrismo y el grotesco han sido las dos líneas más fuertes de la comedia luego del final de la Edad de oro del cine nacional. Pero Voley tiene otro árbol genealógico, sea consciente de esto su realizador o no. Nicolás (Martín Piroyansky) planifica pasar el fin de año en una casa en el Tigre. Es una casa vieja, nada fastuosa, que él y cuatro amigos más -tres chicas y un chico- van a compartir unos días. Se sumará una chica más para completar el grupo y estos son los seis personajes protagónicos de esta gran comedia. Comedia que se diferencia de otras de producción nacional no sólo por sus muchos méritos, sino también por el estilo. Voley tiene un timing extraordinario. Los diálogos, brillantes, son interpretados de forma adecuada, sin falsas pretensiones de realismo pero sin caer tampoco en el artificio. Los diálogos son precisos y afilados, los actores los interpretan de manera impecable y el director, con la ayuda del montaje, la cámara y el sonido, les da el marco para que se luzcan en su sobria efectividad. Si la forma es impecable, las ideas también lo son. Voley no es un film pacato, ni temeroso a la hora de exponer la sexualidad. Sus protagonistas son jóvenes, su mirada del mundo y sus acciones responden a esa misma juventud. Los afectos se mueven, como en las comedias de Shakespeare, los sentimientos varían, el deseo los impulsa, como en las películas de Ernst Lubitsch. Accidentalmente o no, el título Voley podría referirse a la rotación, algo que aparece en los personajes de la película. Hablamos de un árbol genealógico y también uno piensa en Comedia sexual de una noche de verano de Woody Allen, también conectada con Shakespeare, y muchos personajes y películas con las cuales el film de Piroyansky comparte varias cosas. También es sencillo evocar a François Truffaut y películas como Besos robados o cualquier andanza de Antoine Doinel adulto, o el Peter Bogdanovich de Todos rieron. Algo de Eric Rohmer podría evocarse sin que sea considerado absurdo. Más aun cuando el tono de esta maravillosa comedia no esconde un cierto tono agridulce. Porque Voley se disfruta en su movimiento impecable, en su entretenida y graciosa ejecución, pero esto no significa que la película sea superficial o banal. Hay en la película una mirada muy interesante sobre la fragilidad de los sentimientos y las contradictorias conductas de las personas. Por eso la mención a todos los nombres citados arriba. Si los actores son fundamentales en una película, en una comedia no pueden fallar jamás. Y el elenco es increíble. No hay duda de que se trata de dirección de actores, porque a los mismos actores se los ha visto hacer interpretaciones inferiores a las que aquí realizan. Todos están increíbles, no se trata de desmerecer sus trabajos previos, sino marcar lo mucho mejor que están acá. Todos merecen elogios, aunque para elegir a una persona –y un personaje, Pilar- hay que decir que Inés Efrón alcanza su punto más alto como comediante. Es verdaderamente graciosa, entiende a su personaje y le saca el máximo de provecho. Es verdad que ella y Cata (Vera Spinetta) tienen servidos los mejores remates, pero es un arte saber rematar. Ambas lo consiguen. El artífice principal, Martín Piroyansky merece el reconocimiento por una película como esta. La comedia clásica –americana, francesa, argentina- parece haber vuelto en Voley. Corrijo, no parece, realmente ha vuelto.
Relaciones por deporte "Voley" es el segundo largometraje como guionista y director de Martín Piroyansky, quien también actúa en esta entretenida comedia juvenil donde el sexo y las drogas forman parte de un juego que terminara enredando a todos sus protagonistas. Tras Abril en Nueva York, Martín Piroyansky escribe, dirige y es uno de los protagonistas de esta comedia de enredos, tantas veces vista en las comedias hollywoodenses para adolescentes, en la que cinco amigos se embarcan para pasar la noche de fin de año en una casa de una isla del Tigre y a la que luego se sumara otro integrante más para complicar la historia. Así es como un desprejuiciado y descreído del amor -Piroyansky-, junto a su ingenua amigovia Pilar -Inés Efrón-, su mejor amigo Nacho -Chino Darín- con su controladora y obsesiva novia Manuela -Violeta Urtizberea-, la enigmática Cata -Vera Spinetta- y una despampanante Belén -Justina Bustos-, que llegará para enredar todas las relaciones de pareja, componen la galería de personajes que da curso a esta historia sin pretensiones más que entretener e identificar parte de una generación actual. Voley logra mantener buen ritmo a lo largo de todo el relato a fuerza de gags, físicos y verbales, propios del género; personajes estereotipados y superficiales con los que uno no se identifica pero que son interpretados con tal naturalidad y verosimilitud que enganchan; y diálogos concretos y concisos, aunque éstos cobren mayor fuerza y significación en el contexto del lunfardo local. Sin descuidar los aspectos técnicos y centrando su potencial en el buen trabajo de todo su reparto, Voley logra ser una comedia distendida y entretenida que se anima a jugar con algunos temas tabúes de nuestra sociedad, retratando -en algún sentido y superficialmente- una generación de jóvenes que en la actualidad experimenta las relaciones como deporte, buscando permanentemente nuevas reglas.
Martin Piroyansky, como director, afianza su estilo, su mirada irónica, fresca, inteligente. Sus comedias son agridulces, piadosas, divertidas. Como este encuentro de amigos, algunos típicos, otros muy particulares. Y el juego de la seducción, los histeriqueos, los equívocos, apuntan a estos seres confundidos y queribles. El director se reserva el protagónico, un tierno perdedor, como un moderno Woody Allen. Un film sólido y disfrutable.
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Voley: Un partido a favor de la amistad y el amor Estas últimas semanas se han estrenado varias películas argentinas de muy buena factoría y calidad: "El Patrón: Radiografía de un Crimen" y "Pistas para Volver a Casa", son ejemplos (Nótese también que son de distintos géneros). A estos filmes se les suma esta hermosa comedia llamada "Vóley", protagonizada, escrita y dirigida por Martín Piroyansky. Bien por el cine argentino. Nico (Piroyansky), Manuela (Violeta Urtizberea), Nacho (Chino Darín), Pilar (Inés Efrón) y Cata (Vera Spinetta) son un grupo de amigos que se conocen desde la adolescencia. Cada uno tiene puntos de vista de la vida muy distintos, pero aun así siguen unidos. Todos deciden pasar la noche de Año Nuevo en la casa de los abuelos de Nico, que queda en Tigre. A ellos se les va a sumar Belén (Justina Bustos), una amiga de Manuela que fue invitada sin consulta previa. Nico, que sólo piensa en estar con todas las mujeres que pueda, queda inmediatamente prendido de esta rubia de ojos claros súper sexy y vanidosa. Nacho no tiene problemas, porque es decisión de su novia Manuela, una controladora total. Pilar, que vive en su mundo sin darle bolilla a absolutamente nada, tampoco se niega y Cata, que es de muy pocas palabras, también acepta a la blonda. Desde que llegan a la casa, Nico pone en práctica su teoría: el amor no existe y el hombre no puede ser monógamo. Por supuesto que la idea es poder estar con Belén. El problema es que, algunas veces queriendo y otras no, logra estar con las demás mujeres de la casa, incluida Manuela. Todo se vuelve mucho más complicado cuando Nico descubre que se enamora de ella, un sentimiento que nunca había tenido. Ahora se siente angustiado, ansioso, sin poder controlar lo que siente, pero no puede contárselo a nadie. Obviamente el grupo se enterará y entrará en crisis, pero pronto se sabrá que él no fue el único que rompió las "sagradas" reglas de la amistad. "Una bocanada de aire fresco para el género", sería una frase adecuada -y trillada pero efectiva- para definir esta película. Martín Piroyansky, en su segundo largometraje después de Abril en Nueva York (2012), demuestra que conoce al dedillo la comedia y los tiempos que esta necesita. Pero por sobre todas las cosas entiende lo que puede hacer reír al espectador y saber qué situaciones contar. Imposible que nadie se sienta identificado con ciertas cuestiones que ocurren o los personajes que presenta. Tanto Vera Spinetta como el Chino Darín, que no tienen tanto rodaje en cine, están muy bien en sus roles, al igual que Justina Bustos en su debut en la pantalla grande. Piroyansky, que sabe y mucho de actuar, y Urtizberea logran grandes actuaciones. Aplausos para Inés Efrón que se luce muchísimo con su personaje. Lo único que a este periodista no le gustó tanto fue el final, que podría haber tomado otro curso y cerrar con moño la historia. Siempre es cuestión de gustos, ¿no? Este pequeño gran filme merece un lugar destacado dentro de la cinematografía local. Anoten el nombre de Piroyansky que, con tan sólo 29 años recién cumplidos, da muestras de un talento gigantesco al que hay que seguir porque seguramente va a brindarnos grandes películas. Vóley tiene todos los condimentos y cualidades necesarios para ganar el partido: un gran equipo con un armador talentoso. Vayan a verla y aplaudan cada punto.
Nos juntamos el finde? Un grupo de amigos se junta para pasar el fin de año en la quinta de los abuelos de uno de ellos en El Tigre. Mail va mail viene, organizan para encontrarse, tomar la lancha todos juntos, y pasarla bomba todo el fin de semana. Nico (Martín Piroyansky) Manu (Violeta Urtizberea) Nacho (Ricardo “Chino” Darín) Pilar (Inés Efrón) y Cata (Vera Spinetta) son amigos desde hace muchos años, y al llegar a la casa se encuentran con la sorpresa que Manuela ha invitado a alguien más, a Belén (Justina Bustos), una amiga de la infancia. La atractiva Belén pronto se convierte en el objeto de deseo de Nico, y también de Nacho -aunque haya llegado a la casa con su pareja, Manuela. Queda así planteada una comedia de enredos amorosos, en la que las parejas se cruzan, hay amores inesperados, y algunos secretos guardados salen a la luz. Los personajes son el reflejo de una generación que, llegados los treinta, aún viven una adolescencia tardía, en la que se permiten las dudas, las vueltas, las histerias, y seguir experimentando a ver que es lo que quieren. La historia es muy dinámica, por momentos planteada como una sitcom, con humor absurdo, buenos chistes, con buenos remates, y mucha energía adolescente. Es una comedia divertida, con personajes un tanto estereotipados: el mujeriego, el lindo, la histérica, la boluda, la rara y la que está buena. Todos se juntan en un escenario alejado, donde después de bailar, drogarse, discutir, y otras cosas, pasa todo lo que tenía que pasar.
ESTRATEGIAS PARA LA TRAMPA Vóley es la segunda película como director del actor y realizador argentino Martin Piroyansky. Es una comedia juvenil donde abunda el uso de todo tipo de drogas recreativas, así como también la experiencia del sexo (aparentemente) libre y sin amor. Simpática y con algunas búsquedas en torno a la puesta en escena, el filme logra cierta dosis de humor que la ubican en las lista de “películas para ver con amigos”. Dedicada a un target de audiencia al que la producción nacional no suele dirigirse, muestra las situaciones típicas que transita un grupo de amigos que decide pasar Año Nuevo en una isla de Tigre. Con Piroyansky a la cabeza los demás integrantes del elenco se reparten entre las actuaciones de Vera Spinetta, Chino Darín, Inés Efron, Justina Bustos y la gran Violeta Urtizberea que le da a la película un toque de frescura necesario, lo cual se agradece. Sin la presencia de grandes figuras, son los jóvenes del off quienes aportan un clima descontracturado a un filme que busca la empatía con sus pares. Es en una casa isleña donde ellos pasarán la última noche del año viejo y los primeros días del nuevo, casi como una excusa perfecta para la vivencia de experiencias extrasensoriales y la libertad de la vida sin prejuicios. Pero no todo es tan sencillo, porque surgen los roces de la convivencia, y la emergencia de un amor prohibido. Problemas que gracias a la flexibilidad del género permiten explorar algunos rincones oscuros de las mentes de estos jóvenes. Si bien, el eje central de la historia es el relato íntimo del protagonista (Nico – Piroyansky) que se enamora de la novia de su mejor amigo, lo valioso de la narración aparece cuando en los diálogos se comienza a sospechar la presencia de un autor que dirige la atención del espectador no sólo a la recreación sino a una reflexión acerca de la amistad. Tal vez la palabra reflexión no sea la correcta para describir un filme que busca la complicidad en la carcajada y la identificación con sus personajes: un grupo de jóvenes porteños con las hormonas a flor de piel. Sin embargo, Vóley, no es un filme “de jóvenes drogados teniendo sexo”, sino que es una fotografía generacional de una clase media que vive las mieles de una buena economía. Pero, ¿por qué Vóley si en casi toda la película nada remite a aquel juego de pelota? La respuesta está en el paralelismo entre el juego y la vida que Piroyansky propone en la venta de su película cuando en el cartel promocional reza “Voley, todos hacemos trampa”. Por un lado, no deja ser una buena idea, pero por el otro, una vez visto el resultado, lo cierto es que aquella ocurrencia podría haberse desarrollado con mayor eficacia a lo largo del metraje y no sólo en su epílogo. Más allá de esta apreciación personal, es destacable, si bien el recurso no está del todo explotado, como el director logra en estas secuencias uno de los momentos más estéticos de la película. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
In Voley — the new film written, directed and starred in by Martín Piro-yansky — Nicolás (Piroyansky), Pilar (Inés Efrón), Cata (Vera Spinetta), Manuela (Violeta Urtizberea), and Nacho (Ricardo “Chino” Darín) have been close friends since their teenage years. Now, they are in their mid-twenties and are still friends, although they see life with different eyes. As New Year’s Eve approaches, Nicolás invites them all to celebrate it at his family’s summer house in Tigre. So off they go, with one unexpected guest: Belén (Justina Bustos), a friend of Manuela’s ever since childhood. One more point to consider: there’s a love affair as well, for Nacho is actually Cata’s boyfriend. Soon enough, there will be more sexual allure in the air, as each one in the party goes for their object of desire. And to think that once they were just innocent friends... But it’s time for unforeseen urges. As far as light-weighted youngster’s comedies, Voley does meet most of the genre’s expectations. It has about a dozen of amusing scenes that unfold effortlessly, it’s rather well acted by the entire cast (special praise goes to Piroyansky and Urtizberea), it keeps a swift pace from beginning to end, the dialogue is well written and many times witty, and most of the jokes and punchlines are delivered with good timing. If you are to take it a string of anecdotes and episodes that nonchalantly draw a portrayal of these youngsters (including drinking alcohol, smoking marihuana and snorting cocaine, all of it in small doses) Voley does the trick — even when three or four jokes are plain dumb, and not in a good way. And yet halfway through it, let alone once you’ve reached its ending, you can feel Voley needs a stronger screenplay: one that can hold all these anecdotes together and join them into a picture of a larger scope. A screenplay with a central plot in which the subplots may converge and say something else other than what they say separately. But since that’s not the case, no wonder why, you may feel you’ve been shortchanged. And while the characters are not heavily stereotyped, they do not have many personal traits either. A couple of them, Belén and Cata are in fact underwritten. So in a sense, Voley misses on a good opportunity to shine in a genre tackled not that often in local cinema. Yet, it does have its undeniable assets as well.
Crítica emitida por radio.
Un grupo de amigos en una casa. Una de las chicas invita a otra a quien nadie veía desde la infancia: la casi nueva es de una oquedad manifiesta, pero está buena, lo que destroza las defensas de los “ellos” del grupo mientras las “ellas” mantienen tensión. Lo que sigue es un juego de ajedrez semiamoroso que termina descubriendo el pasado de los personajes, sus miserias, sus agachadas y sus lealtades. Ok, con todo esto uno puede pensar en un film argentino de los 70 (algo como “La sartén por el mango”), pero resulta que Martín Piroyanski es un director inteligente y hace que la película sea otra cosa. Cuando es cómica, es efectivamente cómica; cuando es tierna, es tierna sin sentir vergüenza. Lo que quieren decir los personajes, lo dicen, y las palabras desatan muchas veces el efecto cómico sin por eso dejar la imagen al descuido. El realizador en ningún momento mira a sus personajes desde arriba sino que, incluso en sus pequeñeces, trata de comprenderlos todo el tiempo. E inventa cosas con la cámara, de paso, lo que vuelve la experiencia de la película mucho más placentera. En un país –en un mundo– más justo, “Voley” debería ser un éxito e instalar definitivamente a una generación de intérpretes y a un director. Y como el film recién se estrena, estamos a tiempo de que ese día de justicia llegue en las salas. Aun cuando es un retrato generacional preciso, se va a reír. ¿Qué más quiere?
Una comedia de enredos en la que no faltan: drogas, alcohol, sexo y algunas otras cosas. Este mes algunos actores parece que decidieron estrenar su película. La semana pasada fue el turno de “Pistas para volver a casa” de Jazmín Stuart quien a los 39 años estrenó casualmente su segundo largometraje al igual que Martín Piroyansky (29) a diferencia que este aquí actúa, también es una comedia con ciertos enredos, una historia diferente y en la cual claramente quiere emular a Woody Allen (aún le falta pero no está mal el intento). Esta es una historia de enredos y también con pocos personajes. En este caso se desarrolla en una casa ubicada en el Delta del Tigre, un lugar últimamente elegido para filmar. Lo habían hecho para “El desafío” (2015) de Juan Manuel Rampoldi, mostrando su paisaje, viaje en lancha, disfrutar de algún chapuzón, el sol, la naturaleza, es otra de las formas de reducir el presupuesto y darle cierta publicidad a la zona. El anfitrión es Nicolás (Martín Piroyansky) de unos veinticinco años, la casa pertenece a sus abuelos e invita para pasar unos días de fin de año a: Pilar (Inés Efrón) su pareja, Cata (Vera Spinetta), Nacho (Chino Darín) y su novia Manuela (Violeta Urtizberea) son amigos desde la adolescencia. Y se agrega al grupo Belén (Justina Bustos) una amiga de la infancia de Manuela, a quien está la invito por su cuenta. En un principio no es aceptada pero al verla Nicolás queda deslumbrado cuando observa su buen cuerpo. Con el transcurso de la convivencia cada uno va mostrando su personalidad .Nicolás solo piensa tener relaciones sexuales con cuanta mujer se encuentre a su alcance, no cree en el matrimonio ni en el noviazgo y solo le interesa saciar su deseos; a Manuela le gusta organizar todo, es mandona y no da respiro a nadie; Pilar es una soñadora e intenta a todo darle un sentido; Cata es un ser enigmático que puede ser bisexual, un ser libre; Nacho sigue a su pareja y Belén es una bomba atractiva que puede llegar a desequilibrar al grupo. Pero algo inesperado surge entre ellos, terminan fumando porro, consumiendo drogas, alcohol, hongos alucinógenos, sexo descontrolado, entran en crisis, aparecen los reproches, se desenmascaran, en fin se cantan las cuarentas, hay una explosión hormonal y todo tiende a desbarrancarse. Es una película coral de enredos, con la acertada música de Nicolás Sorín, los desnudos están cuidados, los personajes ingresan a situaciones un tanto salvajes, con diálogos que nos identifican, muy pochoclera, no sostiene en ritmo y llega a aburrir un poco, las actuaciones son desparejas, con escenas que no tienen mucho sentido y chistes poco efectivos.
El final del verano. En Vóley, Martín Piroyansky retrata en clave de comedia a un grupo de amigos que entran en conflicto a partir de la tensión sexual que generan entre sí. Hay una especie de sentimiento fugaz que une los trabajos de Martín Piroyansky, el intento por dibujar la viñeta siguiente a la fase coming of age, un género que muestra el paso de un periodo de vida al siguiente (por lo general, de la adolescencia a la adultez). En Vóley, ese retrato (que pareciera extenderse cada vez más con el correr de los años) está en clave de comedia, aunque algunas escenas provoquen más melancolía que gracia. Un grupo de amigos decide pasar sus vacaciones en una casa de verano del Tigre, propiedad de la familia de Nicolás (Piroyansky), al que apodan “Cavernico” por sus impulsos hormonales: es divertido, promiscuo y mantiene sus sentimientos controlados a través de un discurso antropológico bastante subjetivo y de muy dudable validez. Lo acompañan Pilar (una especie de amiga con derecho, interpretada por Inés Efrón), su gran compañero Nacho (Chino Darín) y su novia Manuela (Violeta Urtizberea), y la misteriosa y esnob Cata (Vera Spinetta). Minutos después de su llegada a la casa se les suma Belén (Justina Bustos), amiga de Manuela, una rubia de belleza intimidante que despierta una tensión sexual muy palpable en el ambiente. Cada uno interpreta una suerte de estereotipo de la post adolescencia, personalidades que juegan con emociones y valores propios de una época y una clase social puntuales. La película plantea un cuadro de situación en el que los perfiles entran en conflicto a partir de la convivencia. La chica retraída e intelectual, la soñadora y colgada, la responsable y obsesiva, la seductora y segura, el chico maduro, el despreocupado: cada personaje juega su rol en un escenario bucólico y libre, con la falta de preocupaciones que permiten las vacaciones, y motivados por las drogas y la música. En su búsqueda estética, el Piroyansky director usa los colores opacos, una técnica probablemente inspirada en cierto cine de autor norteamericano (incluso la fuente tipográfica de los créditos es amarilla y con ausencia de mayúsculas), y la ropa de los chicos es informal pero cool, muy en sintonía con tendencias actuales, algo que también se percibe en algunas líneas de diálogo y chistes que en otra época seguramente no hubieran funcionado. Es un poco exagerado calificar a Vóley como una película generacional, pero queda claro que está la intención de retratar costumbres de cierta juventud de hoy. Todos los habitantes de la casa viven aventuras –sexuales y sentimentales–, pero es Nicolás el que juega más fuerte. Es la figura central de ese partido de vóley en el que todas las tensiones laten por debajo de la adrenalina deportiva, una escena que resume el clima de esas vacaciones con excesos y romances intermitentes. Y como todo el mundo sabe, en algún momento las vacaciones se terminan.
Yo soy tu amigo fiel La segunda película de Martín Piroyansky como director supone nada más ni nada menos que un nuevo comienzo para la comedia argentina. El responsable de Abril en Nueva York explora esta vez nuevos terrenos en busca de la reinvención del género y como resultado obtiene Voley, la evidencia más clara de su evolución como cineasta. En Buenos Vecinos –la más reciente de las maravillosas comedias dirigidas por Nicholas Stoller– el perfecto equilibrio de una pareja de recién casados se ve perturbado con la llegada a su nuevo barrio de una fraternidad dispuesta a todo para divertirse. En Voley, el orden se ve alterado por la aparición de una nueva integrante en un grupo de amigos ya establecido: una girl next door argentina que deja boquiabiertos a los integrantes masculinos y despierta las sospechas femeninas. A medida que avanza el relato, Piroyansky se encarga de subir la apuesta más y más, complejizando las relaciones entre los personajes y alternando diferentes ritmos narrativos. Porque al igual que Stoller, el director/guionista/actor argentino sabe manejar diferentes tiempos cómicos y recurrir a varios tipos de chistes que abarcan desde el humor físico hasta salvajadas varias y escatologías, de forma muy efectiva y como nunca antes fue visto en el cine nacional. Para lograr la magia que se ve en pantalla, Piroyansky se vale de una troupe de comediantes inesperados, pero nunca tan queribles y creíbles, integrada por Inés Efrón, Violeta Urtizberea, el Chino Darín, Vera Spinetta y Justina Bustos, cuyas tensiones y personalidades irán poco a poco cocinando a fuego lento el desastre final. Lo que comienza como un viaje desenfrenado termina convirtiéndose en un relato entrañable y conmovedor en el que los personajes no temen desnudar su alma ante la cámara, frente al espectador o delante de ellos mismos. La construcción de cada miembro del grupo es milimétrica y trabaja varias capas: zonas oscuras –como las que habitan en todos los grandes comediantes– y transparencias en donde quedan al descubierto traiciones, dolores, virtudes y defectos, exhibidos sin ningún tipo de juicio, más bien todo lo contrario: siempre desde el amor que les tiene Piroyansky a sus personajes. El cine es movimiento y este comediante todo-terreno lo sabe, por eso construye toda la puesta en escena alrededor de su idea de dinamismo en el cuidadoso trabajo que hay en los diálogos, en los remates que caen en el momento justo y en las escenas que adquieren una inesperada fuerza cómica. Pero si hay algo central en Voley es la amistad como una de las relaciones más fuertes con las que cuenta el ser humano, algo alrededor de lo cual la Nueva Comedia Americana forjó su núcleo más sólido y su fuente de poder, el santo grial del que se nutre Piroyansky. El cineasta sub-30 busca y encuentra sus influencias en tres tipos de comedia americana: una es sin dudas la comedia adolescente de David Spade y Chris Kattan, es decir, la de los perdedores con suerte. La segunda es la línea escatológica que atraviesa la película y que va desde John Waters hasta los hermanos Farrelly. Y por último, Voley presenta una tercera vertiente (agri)dulce y melancólica que la acerca al cine de Ben Stiller y Greg Mottola. Ésta quizás sea la que aparece con más fuerza cuyo sentimiento luego se traduce en el plano final. Piroyansky es un director capaz de digerir todas estas referencias y retorcerlas hasta obtener un producto nuevo, inspirado en otros pero muy personal y, a la vez, original como lo es su última película, un artefacto que conoce bien las reglas de juego de la comedia clásica y sus mecanismos. Juguetona, delirante, cargada de energía y de una libertad arrolladora, Voley explota todos sus recursos a conciencia y se impone como un modo de prolongar la vida de una fórmula que sigue viva, por más que en nuestro país no goce del éxito que merece. Y eso, que no es poco ni es frecuente, hay que saber reconocerlo y agradecerlo cuando aparece. Algo similar sucedía décadas atrás, con el policial argentino, primero con Adolfo Aristarain –cuyos referentes fueron algunos de los maestros del cine norteamericano clásico– y años más tarde con Fabián Bielinsky. Hay que dejar en claro que no es para nada común la presencia de un cineasta con la juventud y la precisión de Piroyansky, un artista que supo actualizar y despertar un modelo de comedia que permanecía casi en estado vegetativo en nuestro país, y que se fortaleció como el heredero argentino de la Nueva Comedia Americana sin renunciar en ningún momento a su contemporaneidad local. Alguien a quien definitivamente no hay que pasar por alto. El tiempo dirá si Piroyansky logrará ubicarse como el gran referente de lo que hoy podríamos, comenzar a llamar, quizás tímidamente, una nueva comedia argentina.
Voley, la nueva película escrita, dirigida y protagonizada por Martin Piroyanski. Es difícil adivinar cuántos años tienen aproximadamente los protagonistas de Voley. Mientras uno, al conocer a los actores, diría que rondan o pisan los 30 años, los personajes parecerían tener al menos diez años menos. Piroyanski se pone en el centro de un grupo de amigos que se juntan a pasar unas vacaciones en una cabaña del Tigre, donde además pasarán Año Nuevo. Cada uno de estos personajes es la representación viva de un estereotipo: el tipo que sólo piensa en tener sexo y ni siquiera vislumbra la posibilidad de una relación seria, la parejita compuesta por la obsesiva del orden y la limpieza, la enigmática que se la pasa con la nariz dentro de un libro, la soñadora y distraída pero dulce, y la nueva incorporación al grupo: la rubia linda y sexy que pasa a ser objeto de deseo de cualquier hombre. Más alejado del cine indie (y sin duda experimental) que su película antecesora, Abril en Nueva York, Voley se sucede prácticamente en una sola locación entre sexo, alcohol y drogas. No hay un personaje que no tenga sexo en la película, y les cuento, por si no se dieron cuenta, que son un grupo de dos hombres y cuatro mujeres. El humor funciona hasta cierto punto, hay algunas líneas graciosas, pero también hay escenas que caen de manera obvia en lo escatológico o chistes obligados. Los actores que acompañan a Piroyanski en este proyecto son Inés Efron, Vera Spinetta, el Chino Darín, Violeta Urtizberea y Justina Bustos. Hay que resaltar que al menos cada actor le encuentra la vuelta a su personaje, aunque ninguno de estos tenga mucha dimensión. Hay un laburo de dirección prolijo y con alguna secuencia musical extraña pero bella en Voley, aunque todo esto no es más que algo pequeño dentro de un todo que es una película totalmente prescindible, desvaríos de alguien con ganas de destacarse pero que todavía no sabe cómo utilizar las herramientas que el cine tiene para lograrlo y recurre a personajes vacíos y estereotipados.
Martín Piroyansky – el actor y director de veintitantos, de cara larga, ojos expresivos y naturalidad asegurada – consagró el lunes por la noche su vuelta a la pantalla grande con su segundo largometraje, Voley. Cinco amigos deciden vacacionar en vísperas de Año Nuevo en una casita a las orillas del Tigre, un escenario natural más que adecuado para que comiencen a enredarse los delicados hilos de los cuales penden las relaciones que los conectan. Cinco amigos modernos, desenfadados y bien diferenciados entre sí que deciden habitar bajo el mismo techo en el transcurso de lo que parecen ser algunos días. Hasta ahí, la película simula ser un road trip, con la particularidad que los viajes son en su mayoría sobre la superficie del agua. Lo primero a destacar – de hecho, lo que primero revela la película – es la construcción minuciosa de todos y cada uno de los personajes principales. Es así como conocemos a Pilar (Efrón), algo así como la Phoebe Buffay de la reunión, habitante de su propio planeta, distraída y original; a Nacho (Darín) – el macho alfa – pintón, caballero y novio eterno de Manuela (Urtizberea), la maniática controladora, que sin aviso invita a Belén (Bustos) - su amiga de la infancia – provocativa y mordaz; Cata (Spinetta), el personaje mas enigmático y ácido del relato, que genera risas tan solo con pocas líneas, y Nicolás – “Cavernico” – que pocas expectativas tiene acerca del amor y las relaciones duraderas y que, casualmente , es el que se encama con la mayoría de las mujeres de la casa, a pesar de que nadie sabe “cómo hace”. Con este elenco llamativo en cartelera y, además, coherente en su totalidad, Piroyansky trabaja a sus personajes de manera equilibrada, donde cada quien tiene su momento para expresar su singular personalidad; todos ellos tienen asignados instantes del guión para originar risas en el público; por ejemplo, en la escena de del festivo brindis, donde un monólogo de Nicolás es interpelado de manera justa y dinámica por las respuestas de sus compañeros de mesa. En general, cada miembro del elenco se desarrolla bien dentro de los límites de su propio papel, sobre todo el propio Martín, que encarna a ese personaje familiar – entre langa y perdedor– que conquista la comicidad con sus muecas y voces, provocando risitas aún cuando ese mantiene callado. Pareciera que el sinfín de rostros que puede tener Piroyansky bastara para el publico se divierta. El sexo descomprometido, el encuentro con un abanico de drogas de recreación y los impulsos más primitivos del hombre son los ejes de una comedia que se desenvuelve de manera adecuada con su elenco y sus emplazamientos. A nivel técnico, el largometraje resulta prolijo y vistoso. Pareciera que el nuevo cine argentino que llega a pantalla ha adoptado un compromiso estético que, a un primer vistazo, parece ser serio. La fotografía es impecable; los colores y las luces de las escenas de verano están bien cuidados y acompañan de manera natural algunas situaciones del guión. En general, la película es dinamismo puro, llevándonos de una situación a otra en cuestión de segundos, donde los personajes parecen desfilar en derredor de una casa, topándose continuamente unos con otros. Si bien la trama posee algunos giros predecibles – porque no olvidemos que Piroyansky utiliza como fuente de inspiración los lugares comunes y los retuerce y los satiriza, dentro de ciertos márgenes – también hay algunos detalles que sorprenden para bien; a veces es sólo una oración o una reacción de alguno de los personajes que funciona realmente bien en el clima que la escena genera en la sala. Y la gente se ríe y se ríe bastante. Otra de las virtudes de Voley radica en ciertas secuencias en slow-motion que se repiten a lo largo de la película. Son esos instantes, breves, en donde dos humanos se topan y deben tomar una decisión: retroceder o avanzar. Estas secuencias grafican de manera acertada ese impulso primitivo que nace de la negación del deseo – sonorizada con una especie de tambores de guerra – en la que ese paso hacia delante (porque en la mayoría de las veces lo son) transcurre lentamente, dándole tiempo al espectador para observar cada pequeño gesto y percibir en ello la tensión que en ese momento se genera entre dos personajes. Estos segmentos se presentan casi cronometrados en el instante previo en que Nicolás curta con alguien. Es una representación directa de la teoría del propio personaje con respecto a las relaciones amorosas, donde el hombre está genética y socialmente predispuesto – desde el inicio de los tiempos – a dejarse llevar por sus pasiones , a satisfacer siempre sus deseos por sobre todo. Otras secuencias también ralentizadas están ubicadas estratégicamente sobre el desenlace y corresponden a los momentos donde la trama revienta, de alguna u otra manera, y donde los rostros y los cuerpos de los protagonistas en cámara lenta generan por sí mismos la resolución cómica. Y, además, están acompañados por una dramática ópera que lleva al extremo el nivel de ironía que alcanza la contraposición de imagen y sonido . El público ya para esta altura se ríe descomprometidamente frente a la satirización del drama de las situaciones. Una mezcla de tensión e ironía que deviene en gracia – o una sensación de total empatía – que estamos acostumbrados a ver en la trayectoria de Martín, donde las situaciones casuales se intensifican y acidifican. A pesar de que nada es del todo inesperado, sus guiones apelaron y apelan a los rincones de la vida diaria, donde el espectador se halla y se ríe de sí mismo al recordarse en situaciones parecidas a las que discurren en pantalla. A veces es fácil pasar por alto otras cuestiones ajenas a la cámara y al guión a la hora de reseñar, pero quizás es justo mencionar que el trabajo de Analía Bernabé – también vestuarista de La carrera del animal (2011) – refleja directamente la personalidad de todos los personajes, cableándolos a tierra, volviéndolos tangibles. Los cinco amigos están claramente definidos no sólo por su concepciones personales del amor y la vida, sino también por cómo visten, cómo caminan y cómo interactúan con el escenario. Son los casos de la adorable Pilar, a cargo de la siempre acertada Inés Efrón, así como también Vera Spinetta – como la sombría y distante Cata – cuyo rostro y expresiones son más que acertados para cada situación guionada. Ambas se desenvuelven cómodas con sus roles en la mayor parte de la película , algunas líneas forzadas y otras no tanto, pero siempre originando en el público una conexión inmediata con las actuaciones. Cabe aclarar que a partir de ahora me gustaría considerar a Voley como la verdadera ópera prima de Piroyansky, donde se anima a hacer lo que mejor sabe hacer, una comedia acostada sobre un entramado de asperezas, debilidades y voluntades de las relaciones personales, donde siempre se llega a la encrucijada en la que hay que decidir entre dejarse llevar por las tentaciones o sucumbir bajo la represión. En cierta forma recuerda a la temática de Un juego absurdo (2009) – de Gastón Rothschild – donde el personaje del propio Martín se repite una vieja lección de física: “La distancia es el asunto primordial. La intensidad de la pulsión es proporcional a la distancia a la que se encuentra el objeto deseado. El deseo es esa distancia”. Y en ésta película las distancias se acortan, se pegotean y se separan, los senderos se entrecruzan y las pasiones se mezclan entre unos y otros en medio de las vacaciones en El Tigre. “En todas las películas hay un punto de vista, hasta en Disney o en Hollywood. Sobre todo en Disney y en Hollywood”, dice el crítico Nicolás Azalbert, y Voley no es la excepción. Piroyansky apela al humor mordaz y, al mismo tiempo natural, que no sólo habla de su línea cinematográfica sino también de una idea de lo frágiles que se tornan las relaciones en cualquier sociedad actual, donde los códigos y las costumbres se moldean en el día a día, evitando generar – consciente o inconscientemente – conexiones reales con el otro.
"Nicolás, Pilar, Cata, Manuela y Nacho son amigos desde la adolescencia. A los veinticinco años siguen unidos, aunque con más diferencias que puntos de encuentro. Nico propone festejar la noche de año nuevo en la casa familiar del Tigre. Sin consultar Manuela, invita a Belén, su amiga de la infancia. La resistencia del grupo se hace sentir. Belén es superficial y vanidosa. Sin embargo, su deslumbrante encanto físico hace que los varones la acepten con menos reparos y el rechazo inicial parece superado. Nicolás es un ferviente seguidor de toda teoría que se oponga a la monogamia. El amor no existe y el hombre está hecho para saciar su deseo sexual con la mayor cantidad de mujeres posible, el resto son mandatos sociales, dice. Fiel a sus ideas, Nico seduce y pasa la noche con cada una de las chicas. Después de estar con Manuela - novia de Nacho, su mejor amigo - descubre que está enamorado. El sentimiento es irrefrenable y no duda en declararlo. El grupo entra en crisis. En medio de reproches y sinceramientos se sabrá que Nicolás no fue el único que rompió las reglas de la amistad". La historia protagonizada por cinco veinteañeros de clase media alta, en lo económico, pero intelectualmente superficiales, vacíos, apunta, como única meta manifiesta de la juventud a invertir su tiempo pasado, presente y futuro sumergidos en el sexo, la droga, el alcohol y los conflictos colaterales que pueden emerger entre sus interrelaciones. La propuesta sonaría interesante (rememorando quizá algunas realizaciones italianas y francesas de los '50 y '60), encarada como mero entretenimiento o apuntando a una apreciación crítica de actitudes y conductas humanas, enmarcada en cualquier género, considerado entre la tragedia y la comedia, pero planteo, desarrollo, entramado y culminación de las ideas temáticas, narrativas, conceptuales y estéticas presentan en el guión un tratamiento inconsistente y vacuo, tanto en las situaciones, los conflictos insinuados, como en los diálogos. Los personajes, como tales, sufren las lógicas consecuencias de los errores cometidos por el guionista primero y el realizador más tarde, lo que resiente la lógica, la verosimilitud, y la natural progresión dramática del relato y de quienes lo viven. Técnicamente sin peso, y en lo actoral sin gravitación. Los problemas planteados en éste caso no son lo excepcional en nuestra cinematografía de ficción, pues presenta, en mayor o menor grado, el deterioro agravado en el tiempo, durante las últimas décadas, respecto de los valores artísticos y/o comerciales de las obras generadas por nuestra producción, pudiendo rescatarse un mínimo porcentaje respecto de los estrenos anuales.
Control, descontrol y viceversa Un grupo de amigos -cuatro chicas y dos varones- deciden festejar Año Nuevo lejos de adultos, en una casa familiar en el delta del Tigre. Cada uno representa arquetipos más o menos identificables en todos los grupos juveniles: el seductor, torpe pero tierno y un poquitín ridículo (Nico); la controladora (Manuela); la naif (Pilar); la intelectual introvertida (Cata); el seriecito y responsable (Nacho); la rubia superficial pero atractiva (Belén). Los chicos programan desarrollar la convivencia con estrictas normas de limpieza y distribución del trabajo -quién cocina, quién lava- y una democrática rotación, como en el vóley, por cada uno de los cuartos de la casa, lo que facilita imprevistas infidelidades. El director expone a sus criaturas confundidas entre pulsiones y sentimientos, exhibe sus virtudes y defectos sin juzgarlos ni detenerse en un único punto de vista. Para eso cuenta con un casting inmejorable, donde cada actor interpreta con gracia y hace muy creíble su personaje (a la conocida solvencia de Efron, Darín, Piroyansky y Urtizberea se suma la grata sorpresa de Justina Bustos y Vera Spinetta en sus roles). Sin dejar de ser la clásica comedia de situaciones, fijada en un tiempo y espacio únicos, la película tiene mucho de la picaresca adolescente de las populares teen-movies americanas con hilarantes encuentros y desencuentros sexuales. Pero también esta comedia de enredos, orientada a los adolescentes tardíos de nuestros tiempos y de clase media alta, tiene interrogantes y autodescubrimientos con relación a la amistad, al amor y a sus sombras. Lo hace con un discurso que entremezcla momentos graciosos con otros patéticos, a lo que contribuye un buscado descontrol que empieza con mucho vino y sigue con honguitos alucinógenos del delta, hasta provocar la crisis del grupo, una vez que se ha recuperado la razón. Amor no, sexo sí “Vóley” elude lo previsible del cine argentino respecto del sexo y sobre todo, a cómo referirse él. Aquí no hay sexo explícito ni pornografía (si se observa cómo se resuelven las escenas más hot, es más lo que se insinúa que lo que se muestra) y, por lejos, todo es más natural que en una de Porcel y Olmedo, por nombrar un clásico tan argento como el queso y el dulce de batata. La droga y el sexo aparecen en “Vóley” como elementos de ruptura del orden establecido, en tanto transgresión consentida hasta con cierta inocencia, como si se tratara de las travesuras de un niño experimentando en un tono de juego. A diferencia de la juvenilia ochentista de películas como “Porky’s”, con sus adolescentes ansiosos por perder la virginidad, estos jóvenes parecen estar de vuelta, y simplemente -y ante todo- quieren preservar su libertad con mucho miedo al compromiso. Sólo hay una pareja formada, aunque en su vínculo no está todo dicho. Detrás de los constantes gags y chistes resuena algo menos evidente: la pregunta por cómo el deseo puede ser a veces destructivo. Igual a lo que sucede en el proceso de individualización de un niño como parte de su desarrollo, cuando la cosa empieza a derivar de comedia sexual liviana a melodrama de confesiones, aparece el tema del paso desde la despreocupación sexual adolescente al momento en que los sentimientos empiezan a salir a la superficie. Desde adentro Como un joven émulo de Woody Allen, Martín Piroyansky, nacido en 1986, no sólo escribe y dirige sino que también protagoniza. Mira desde adentro el universo que expone y sus interrelaciones. Su sentido del humor moderno, poco solemne y hasta irreverente hace que sus personajes se sientan bien naturales y auténticos, sostenidos sobre una batería de gags físicos y también verbales que funcionan junto a pasajes menos logrados, con chistes escatológicos al peor estilo de las comedias de los hermanos Farrelly. En su franca exposición sobre la forma de vincularse de “los jóvenes de hoy en día”, “Vóley” logra divertir y distraer. Es un entretenimiento descontracturado y sincero, que al mismo tiempo se pregunta por la lucha entre las formas civilizadas y lo más primario que subyace adentro de cada uno y también refleja el gran vacío que nos toca vivir en estos tiempos de líquida modernidad.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Sin códigos «No todos los problemas son sexo, drugs & rock and roll» pero en el caso de Vóley (dirigida y protagonizada por Martín Piroyansky) el abuso continuo de estos elementos anulan paulatinamente el vínculo que uno puede llegar a crear con sus personajes. Realmente una pena, pues si bien Pirovansky no se enmaraña demasiado en desarrollar las personalidades de sus protagonistas intenta introducir cierta complejidad emocional a medida que pasan los días de este último fin de semana de año nuevo. Dosificando un poco el “todos contra todos” y dándole algo de espacio al argumento, hubiese sido una propuesta infinitamente superior. Porque el problema ni siquiera es la liviandad de como todos garchan entre todos sino como este hecho impacta en la vida y relaciones de sus personajes. No obstante, este loco fin de semana entre amigos tiene momentos graciosos y emotivos. Honestidad de por medio ¿Quién no tuvo un enamoramiento fugaz, poco feliz e inoportuno con la chica equivocada? A no ser que tu religión no lo permita creo que todos terminamos mandándonos una cagada, dados vuelta y resacosos por lo menos una vez en nuestras vidas. Más allá de las limitaciones que marcó el exagerado estereotipo de sus personajes quisiera destacar las actuaciones de Violeta Urtizberea (captó a la perfección la esencia de la novia insoportable e hinchapelotas) y Vera Spinetta quienes aportaron los momentos más cómicos de la película. Completan el reparto el Chino Darín, Inés Efron y Justina Bustos (aplausos por la escena en bikini). En resumen, una película ni tan cómica, ni tan loca como te quiere vender el tráiler, entretenida de a ratos, vacía de a otros, que se queda en el umbral por no saber explotar su potencial en los momentos que lo necesitaba.
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LAS REGLAS DEL VOLEY El viaje, el desplazamiento o el cambio de escenario parece ser el primer paso, el puntapié inicial para trastocar las reglas del juego. O tal vez sólo funciona como una breve licencia, una excusa para moverse entre fronteras sinuosas y límites borrosos entre la amistad, el sexo y la adultez. O quizás no, y el núcleo problemático que este escriba percibe sólo es el telón de fondo donde se inscribe una comedia brillante que no busca resolver ningún problema sino abrir el juego, un poco más, donde las preguntas, enunciadas de soslayo, se perfilen como una afrenta al sentido común. Voley es la última película de Martín Piroyansky, donde luce el humor ágil y cotidiano que gira en torno a lo absurdo, donde las dudas y las incertezas son el motor que tracciona una comedia que se sostiene sobre la ilusión, ilusión de los protagonistas queda claro, de una vida adulta que una vez estructurada, sólo resta echarla a rodar. Los tiempos que gobiernan la narración, la secuencia entre planos abiertos y descriptivos, y los bretes que se ciernen sobre los personajes se convierten lentamente en una marca de estilo, en un sello de autor que se vio en el corto No me ama (2010) y que en Voley están más refinados. Voley cuenta el viaje de seis amigos a una casa en el Tigre para recibir año nuevo. Lo disímil de cada uno de los personajes -y lo antagónico- lleva a preguntarnos quizás cuántos conflictos amenizamos con los amigos propios a quienes conocemos hace años y con quienes así y todo compartimos gran parte de nuestras vidas. Sin ánimos de anticipar nada, pero tal y como puede verse en el trailer, los conflictos están al caer: una convivencia indómita, un amor intempestivo y las hormonas, que combinados con el alcohol y las drogas -dos anecdóticos porros, unos hongos alucinógenos y un poquito de cocaína-, pujan para que todo aquello que transcurre a espaldas de los demás se vuelva conocido. Y como sucede en el deporte, todos rotan y pasan por todas las posiciones, acaso para que el juego continúe. Piroyansky, cada vez más consolidado como actor, a lo que se suma su laburo como escritor y director, arma una comedia que no tiene reparos morales, es incisiva, irrumpe con personajes incorrectos que buscan -y esbozan- explicaciones inverosímiles sobre su vida y sobre la sociedad, y aprietos que devienen en más aprietos que aflojan un poco, risa mediante, pero que crecen y se acumulan hasta los últimos minutos. A todo esto se le pueden sumar pequeños homenajes que el director realiza al cine clásico, tanto de terror como de suspenso, y unos gags brillantes donde Nico (Martín Piroyansky) aparece digitalmente empequeñecido y efectúa un baile ridículamente sexy entre otros. Voley es una comedia protagonizada por Ricardo “Chino” Darín, Violeta Urtizberea, Martín Piroyansky, Inés Efrón, Justina Bustos, Vera Spinetta y estrenó el pasado jueves 12 de marzo en todas las salas del país.
Publicada en la edición impresa de Marzo.
Enredados Con un humor a veces bizarro y desenfadado y otras más simple y directo, Voley es una divertida comedia de enredos amorosa-erótica-juvenil que ofrece una rara verosimilitud en medio de su franco contenido absurdo. Martín Piroyansky, en su múltiple tarea de escribir (con la colaboración inicial de dos guionistas), dirigir y protagonizar su película, logra esa autenticidad en medio de tanto disparate, y también equilibrar su variopinta galería de personajes y situaciones, otorgándole una característica definida a cada elemento. Su primer opus “real” muestra un trabajo encomiable por otorgar unidad a un film con diversos disparadores. Dentro de su tono descontracturado y desfachatado, Voley se interna en algunos tópicos intrincados y reflexivos alrededor de los conceptos sustanciales de la amistad, el sexo y el amor, ubicando en el desenlace algunas sensaciones que exceden el puro entretenimiento. Pero el film se guarda pasajes realmente desopilantes que garantizan la diversión, y más allá de algunos excesos al borde del mal gusto y momentos sobrecargados (los reiterados besos), el balance es positivo. El elenco, joven pero experimentado en cine, logra naturalidad y matices, muy lejos de la inexpresividad de cierto tipo de cine independiente protagonizado por actores de la misma edad. La espléndida Violeta Urtizberea se destaca con un rol en el que debe lidiar con ella misma, entre manías y sentimientos encontrados. La deliciosa y versátil Inés Efrón es otro punto alto, mientras que el propio Piroyansky ofrece otra de sus disfrutables performances.
Piroyansky afirma su creatividad El actor debuta como director en una comedia para adultos jóvenes, con sentido del humor muy propio. “Sexo, drogas y más sexo”, promete la voz en off de Martín Piroyansky en los spots de promoción de Vóley. La película que dirige y protagoniza cumple con lo enunciado, en un relato que recuerda a los comienzos de la saga American Pie , o para los más veteranos, a Porkies. Relato sobre adultos jóvenes de entre 20 y 30, da una versión criolla del fin de semana de locura entre amigos de vieja data y de personalidades bien difinidas y compatibles más allá de las diferencias. La obsesiva, el bueno, la intelectual, la ingenua y el mujeriego se encuentran entre los personajes de este grupo que es convocado a festejar el año nuevo en una finca vacacional en una isla del Tigre. Sin preguntar, una de las chicas invita a una amiga de la infancia, superficial y vanidosa pero despampanante, características que dispararán sentimientos encontrados, más de un reproche y replanteos de los vínculos, siempre a partir de una tensión sexual creciente que lo propicia. Nicolás (Piroyansky) es la voz cantante del relato y de su narración y es a través de su mirada que se habla de las inquietudes de un segmento social puntual: jóvenes de clase media alta que extienden su adolescencia -conflictos incluidos- más allá de lo esperable, porque su condición se los permite. Si el tono de comedia hace llevadera la historia, el estilo de Piroyanski (Mi primera boda, Ni un hombre más), un actor y ahora director con características muy definidas, suman para su aceptación. Tiene un estilo: como intérprete arranca la carcajada catártica en los momentos más comprimidos y a partir de gestos simples; como director, muestra en este primer largo de ficción que puede hacerse cargo de sacar lo necesario de un reparto de ascendentes y consagrados.