Basada en el libro homónimo de Gabriela Mansilla, esta película retrata la historia real de Luana, (interpretada muy naturalmente por Isabella G.C) quien nació siendo un varón llamado Manuel del matrimonio compuesto por Gabriela y Guillermo (Juan Palomino). Lo que aquí se plantea resulta ser el primer caso de reconocimiento de identidad bajo la Ley de Identidad de género y Luana es la prima niña trans que a los 6 años recibió el primer documento nacional de Identidad con su nombre de origen modificado al sexo femenino. Desde muy temprana edad el film nos muestra como Manuel se manifiesta con actitudes femeninas incluso como se siente cómodo vistiendo ropa de mujer. Sus padres hicieron consultas médicas clínicas y psicológicas de todo tipo para descubrir su problemática hasta que la madre asume la situación real y pelea por el reconocimiento y el respeto que merecía el sentimiento de su hija. El director se rodeó de un excelente elenco (además de los ya mencionados) como Lidia Catalano, Paola Barrientos, María Onetto, Valentina Bassi, Irene Almus, Héctor Bidonde y Ana Celentano. Todos realizan un trabajo muy sensible pero sin dudas Eleonora Wexler como Gabriela, lleva el mayor peso dramático transitando un abanico de emociones, del dolor por el sufrimiento de su hija hasta la aceptación del deseo. El trabajo de la niña conmueve, aunque el film por momentos repite situaciones y está muy romantizado y edulcorado. A pesar de éste último detalle, es una película necesaria, que aporta un gran valor testimonial.
En Julio de 2007 Gabriela Mansilla dio a luz a mellizos. Nacidos biológicamente como varones fueron nombrados Elías y Manuel. Sin embargo al poco tiempo se hizo evidente que Manuel no se identificaba con el género con el que había llegado al mundo y se autopercibía como nena, algo que expresó de manera explícita apenas tuvo oportunidad de hablar. Durante un tiempo, sin saber muy bien qué hacer, Gabriela y su marido encararon tratamientos represivos que solo empeoraron su sufrimiento ante los intentos de imponerle una masculinidad que no sentía como propia y hasta vivía como una agresión. Al contar con nueva información y con un asesoramiento totalmente distinto del anterior, dirigieron su estrategia en el sentido exactamente contrario: dejar que Manuel sea lo que quiera ser, es decir una niña. Una niña trans que ni siquiera quería ser Manuel, eligiendo ella misma el nombre con el que quería ser reconocida: Luana. Si este fue un paso gigante, sería el primero de un camino largo y difícil para que Luana sea reconocida como tal, en su casa, en el jardín de infantes y en cualquier institución que debiera recorrer. Un proceso que desembocaría en el reclamo para obtener un DNI acorde a su género autopercibido. Gabriela Mansilla contó su experiencia en el libro “Yo nena, yo princesa: Luana la niña que eligió su propio nombre”, cuyo título proviene de una de las primeras y contundentes definiciones que Luana dio de sí misma con solo dos años de edad. Ese libro es el que sirvió de base para el largometraje que toma parte del mismo título, con Eleonora Wexler en el papel de Gabriela, Juan Palomino (aquí la entrevista) en el de su marido e Isabella G.C., también ella una niña trans, haciendo el papel de Luana. La historia de Luana y la lucha de Gabriela Mansilla constituyen de por sí un material excepcional ya que hay muy pocos casos de una niña trans que se declare como tal a tan corta edad y la pelea que tuvo que dar su madre es también destacable por su fuerza y por su carácter pionero, por no contar con antecedentes en los cuales apoyarse. Se trata además de una experiencia cuya transmisión es sin duda valiosa. Pero tras ver su plasmación fílmica se impone también la idea de que no solo es importante el qué sino el cómo. Federico Palazzo, el realizador del film, con una amplia experiencia en televisión en tiras de ficción y telenovelas, debutó en el largometraje con El cine de Maite (2008), un drama que incurría en gran parte de los vicios de un cine que ya para entonces atrasaba: actuaciones exacerbadas, diálogos inverosímiles, personajes trazados al borde de la caricatura, apelación sensiblera, afán por el golpe bajo, el didactismo y la sentencia. En este nuevo film reincide en todos ellos, con el agravante de que ahora nos encontramos con una historia y personajes reales y una causa que uno a priori supone merecería un tratamiento menos estridente y más cuidadoso. El elenco cuenta con protagonistas de probado talento y eficacia como Wextler y Palomino y con un reparto notable en roles secundarios. Es llamativo verlos en un despliegue de histrionismo, diálogos imposibles y grandes parrafadas, así como ver sus gestos congelados en medio del uso y abuso de la cámara lenta como medio de subrayado emocional al que la música emotiva viene a sumar una nueva y redundante capa. Lo formal no es un aquí un tema menor o de simple superficie. Algunos podrán argumentar que con que se trate el tema ya es suficiente porque lo que cuenta es la visibilidad. Y si bien es fundamental que el tema tenga exposición y genere un debate transformador, esto solo no parece suficiente. YO NENA, YO PRINCESA Yo nena, yo princesa. Argentina. 2021 Dirección: Federico Palazzo. Intérpretes: Eleonora Wexler, Juan Palomino, Isabella G. C., Valentino Vena, Valentina Bassi, Lidia Catalano, Mariano Bertolini, Paola Barrientos. Guión: Federico Palazzo, José Paquez. Basado en el libro “Yo nena, yo princesa: Luana la niña que eligió su propio nombre” de Gabriela Mansilla. Fotografía: Milagros Chaín. Montaje: Jonathan Smeke. Música: Martín Bianchedi. Dirección de Arte: Mariano Smaldini. Jefes de Producción: Marcela Coria, Pedro Dapello. Producción General: Víctor Santa María, José Paquez, Fernando Sokolowicz, Lorena Turriaga, Uriel Sokolowicz. Producción Ejecutiva: José Paquez, Gabriela Acevedo Gidkov, Uriel Sokolowicz. Duración: 120 minutos.
“Yo nena, yo princesa” de Federico Palazzo. Crítica. La primera película en tratar la identidad de género en la infancia. Mañana 28 de octubre se estrena “Yo nena, yo princesa” una película que hay que ver. Dirigida por Federico Palazzo y basada en el libro “Yo nena, yo princesa: Luana la niña que eligió su propio nombre” de Gabriela Mansilla, madre de Luana. De esta manera llega a la pantalla grande la historia de la primera niña trans del mundo que obtuvo la rectificación de su DNI sin necesidad de un dictamen médico ni judicial. Tras infinitas visitas fallidas a diversos profesionales, una madre descubre que uno de sus mellizos no se identifica con el género asignado al nacer, basado en su genitalia. Con mucho amor y esfuerzo acompaña a su hija en el proceso, culminando en la búsqueda de rectificación del DNI. Este proceso facilita a su hija un documento que certifique su identidad ante la burocracia. Lo primero que cabe resaltar es la sublime actuación de Isabella G. C, poseedora de una mirada que transmite mil sensaciones, desde tristeza e incomodidad hasta inocencia y la alegría más pura. Genera a su vez una gran química con Eleonora Wexler, quien interpreta a su madre. Una madre capaz de luchar contra viento y marea por la felicidad de su hija. Por otra parte, el incómodo personaje de Juan Palomino, deriva, a su manera, en villano debido a su incapacidad de comprender a Luana. En último lugar, pero no por ello menos importante, Valentino Vena es el hermano mellizo y consigue capitalizar cada segundo que aparece en pantalla con una simpatía voraz. Si bien la búsqueda del audiovisual no es ser un objeto pedagógico, en cierto modo termina siéndolo. Que no se entienda esto de manera negativa: al tratar la identidad de género en la infancia de manera directa y sin sutilezas, sentando un precedente y poniendo la conversación sobre la mesa. Diciendo las cosas como se tienen que decir, sin hacer la vista gorda, ni temiendo herir susceptibilidades. En lugar de aleccionar o dar cátedra académica, aquí se enseña desde lo emocional. Quien no quiere aprender, no lo hace, pero nadie puede evitar sentir. En este audiovisual se nombran las cosas: pene, vagina, cambio de sexo, la dificil vida del colectivo de personas trans (quienes hoy en dia tienen una expectativa de vida de 35 años), transfobia y discriminación. Lo que no se nombra no existe y en este caso por partida doble, ya que se representa en la pantalla. Poniendo el ojo sobre lo que muchos deciden desconocer. Haciendo mayor hincapié, especialmente en la primera parte, sobre la ignorancia. En muchos casos siendo el mismo sistema de salud que desestima la problemática, el cual debería poder brindar apoyo a quien lo necesite, sin importar nacionalidad, raza o género. Asimismo se comparte una visión optimista sobre el mundo, un mundo que es menos hostil que hace algunos años. Donde Luana encuentra una puerta que se cierra o persona que se niega a tratarla por quien es, encuentra otras cinco que la aceptan y acompañan. Algo reflejado en las escenas del jardín de infantes, en donde las autoridades y maestras se niegan a colaborar. Empero sus compañeritos la aceptan sin prejuicios, solo por quien es. Una verdadera historia de amor y coraje es “Yo nena, yo princesa”. Federico Palazzo, elenco y equipo técnico: espero sean conscientes de lo importante que es una película así, no solo a nivel país, sino para todo el mundo. Colaborando para que la comunidad trans ocupe el lugar que históricamente le fue sistemáticamente negado. Como bien dijo la mamá de Luana, Gabriela Mansilla, en algunas entrevistas: esperemos también a cambiar y/o abrir algunas cabezas de quienes la vean.
La historia de Yo nena, yo princesa es conocida. Todo empezó a fines de la primera década de 2000, cuando el hijo de un matrimonio, de apenas dos años, le dijo a su madre la frase del título, puntapié para una lucha –intrafamiliar, burocrática– para que ese chico, en 2013, pasara a llamarse oficialmente Luana, convirtiéndose en la primera menor trans en el mundo en tener un documento oficial acorde a su identidad de género. Basada en el libro homónimo escrito por Gabriela Mansilla -madre de Luana, que hoy tiene 14 años-, la película de Federico Palazzo recrea aquella historia centrándose en los mil y un obstáculos que debió sortear el grupo familiar, desde los abuelos hasta los padres (Eleonora Wexler y Juan Palomino), pasando por la propia Luana (interpretada por la niña trans Isabella G.C.). Habrá, entonces, encontronazos matrimoniales, psicólogas que proponen “métodos correctivos”, colegios que no acompañan su transición de género y algún que otro funcionario público dispuesto a trabar las cosas. Yo nena, yo princesa está pensada como una película de divulgación, de registro de un suceso histórico. Apoyado en actuaciones intensas, pero nunca desbordadas, y con una línea claramente demarcada que divide a los “buenos” de los “malos”, el relato encuentra en la fluidez narrativa su principal mérito. El problema es que, sobre el final, el guion asume estar escrito desde un presente muy distinto en términos de reconocimientos y derechos identitarios, y pone en boca de los personajes términos y conceptos estrictamente contemporáneos, sentando de manera obvia –y varias veces– una posición a favor de la diversidad y la inclusión.
Un nuevo clásico queer del cine argentino La película de Federico Palazzo cuenta la historia de Gabriela Mansilla y su hija Luana, la primera niña trans argentina que recibió su documento de identidad de acuerdo a su autopercepción de género, según la ley de Identidad de Género sancionada en 2012. Yo nena, yo princesa está destinada a convertirse en un nuevo clásico del cine queer argentino. La historia testimonial de Gabriela Mansilla y su hija Luana, la primera niña trans del mundo que recibió su DNI, de acuerdo a su autopercepción de género, a través de la Ley 26.743 de Identidad de Género sancionada en 2012, conmueve y el director Federico Palazzo hace buen uso del destacado elenco que lo acompaña, logrando un relato armónico y amoroso. La película se centra en una pareja (Eleonora Wexler y Juan Palomino), padre de mellizos (Isabella G. C. y Valentino Vena) y en la reacción que les genera que uno de los niños no se identifique con el género asignado en su nacimiento. Mientras la madre trata de entender que le pasa a su hije, sin dejar de amarle y buscar contención legal para que se respete su identidad, el padre -un típico "machirulo"- se resiste a la decisión de que uno de sus varoncitos se considere una nena. Psicólogas de dudosa reputación que proponen "métodos correctivos", maestras de jardín de infantes que discriminan, una red de apoyo familiar entrañable, problemas burocráticos y una dolorosa crisis matrimonial son algunas de las trabas a las que la pequeña y su madre se enfrentan, con valentía y amor. El guión subraya sin sutilezas a los aliados y los detractores, afín de remarcar el sentido para el cual fue pensado el filme: entrar en la mayor cantidad de casas y generar debates que ayuden a la deconstrucción de generaciones no interpeladas por las últimas conquistas en materia de derechos para las personas LGBTIQ+. Si hay algo verdaderamente notable en la película de Palazzo son las actuaciones de Eleonora Wexler y Juan Palomino, intérpretes versátiles que se entregan a sus personajes con pasión. Yo nena, yo princesa es de los trabajos más completos de Wexler, quien ofrece una composición memorable en donde rebosa la intensidad sincera del amor maternal infinito. La historia de valentía protagonizada por Luana y Gabriela es la prueba definitiva de que al odio se le gana con amor. Siempre.
Se basa en el libro que una madre, Gabriela Mansilla, escribió contando la experiencia con su hija Luana, que con 20 meses expreso su disconformidad con el género que le fue asignado. Fue el primer caso en el mundo de una nena trans que logro su cambio de DNI sin dictamen médico ni judicial, acorde con la ley sancionada en el 2012. Pero además, la actriz que personifica a la protagonista también es una nena trans. Y la verdadera Luana actuó como extra. Mansilla fundó Infancias Libres, una organización civil pionera para ayudar no solo a niñes o adolescentes trans, sino asistir a sus familias. El caso es tan conmovedor que por sí solo convoca a ver el film. Escrito y dirigido por Federico Palazzo, cuenta con un elenco excepcional: además de sabella G. C. y de Valentino Vena, Eleonora Wexler, Juan Palomino, Lidia Catalano, Valentina Bassi, Paola Barrientos entre muchos otros. El argumento sigue paso a paso los momentos en que el matrimonio, los padres, comienzan a darse cuenta que uno de los nenes expresa percibirse como nena. El proceso es largo y angustioso, desde psicólogos que atrasan hasta la colaboración del CHA (Comunidad homosexual argentina), las reacciones del padre, que no puede acompañar el proceso, las luchas de la madre, tremendas y crueles. El filme cuenta con el apoyo de la mayoría de los organismos que defienden la libertad travesti y trans y que confían, como seguramente será, que muchos comprendan, se emocionen y reconozcan abiertamente la identidad no binaria.
Las infancias trans en una película imprescindible Federico Palazzo ("4 metros", "El cine de Maite") aborda en su tercera película el tema de las infancias trans a partir de la historia real de Luana, la primera niña trans en recibir su DNI. Yo nena, yo princesa (2021) es la transposición cinematográfica del libro Yo nena, yo princesa: Luana la niña que eligió su propio nombre en el que Gabriela Mansilla, madre de Luana, cuenta en primera persona todos los acontecimientos que atravesó desde que Manuel, uno de sus hijos mellizos, con apenas dos años, le dijo que era una nena. La desazón, el desconocimiento, el sentido y la lucha son los diferentes estados por los que atraviesa Gabriela hasta que, en 2013, Luana con apenas 6 años consigue lo que hasta ese momento ningún menor en el mundo había logrado: tener un DNI acorde a su identidad de género. La película recurre a una estructura clásica para narrar de manera cronológica los diferentes eventos a los que debió enfrentarse Gabriela, desde aquellos relacionados con lo familiar, como los vinculados a temas médicos, escolares, sociales y burocráticos, comenzando por el embarazo hasta llegar al año 2013 en que Luana recibe el DNI. Mientras que desde lo formal la película no pretende nada más que llegar a la mayor cantidad de público y que el mensaje se entienda con claridad. En ese sentido apela a una serie de recursos como el subrayado de algunas situaciones claves o la utilización de la banda sonora para buscar el golpe de efecto. Una estética muchas veces más relacionada con la televisión o el telefilm que, en este caso, se justifica frente al verdadero objetivo de la película: hacer masiva la historia de Luana y poner en la agenda el tema de las infancias trans. Los puntos más fuertes de Yo nena, yo princesa son las actuaciones. Eleonora Wexler se carga en sus espaldas la película, nos convence de todo y nos hace preguntarnos porque el cine no la aprovecha un poco más. La actriz trans Isabella G. C. es la encargada de ponerse en la piel de Manuel-Luana y conducirnos con ingenuidad categórica por todo el proceso de cambio, mientras que el resto del elenco, que cuenta con la participación de Paola Barrientos, María Onetto, Valentina Bassi, Lidia Catalano, Valentino Vena, y Juan Palomino, entre otros, resultan alfiles fundamentales para que la partida termine con un jaque a la reina. Con sus defectos y virtudes, Yo nena, yo princesa, es una película honesta con un fin igual de honesto. Se le pueden cuestionar muchas cosas, la temporalidad no queda muy en claro y por momentos confunde, y elogiar otras tantas. Pero no se puede negar que cumple su objetivo y que era necesaria una película, que apunte al gran público, para darle visibilidad a un tema que lo merece y necesita.
Yo nena, yo princesa es la versión cinematográfica del libro de Gabriela Mansilla, quien allí contaba la historia de su hija Luana y el recorrido que la familia realizó para entender el conflicto de identidad de esta niña trans. La película comienza con la ignorancia sobre el tema, la angustia de los padres y los primeros indicios que darían con las respuestas que tanto buscaban. En la primera mitad de la película el realizador consigue que todo ese proceso sea comprensible, lógico y emocionante. Los momentos de angustia, soledad y desamparado que poco a poco mutan a una lucha por la identidad. Una hora de película inicial que es convincente y humana, ganando claramente la pelea por la comprensión, aportando luz sobre un tema complejo. Solo algunas escenas con cámara lenta y subrayado musical hacen mucho ruido en esta primera parte del film. La narración convencional, por otra parte, es una aliada de una historia que necesita que el espectador se concentre en los personajes y no en la forma. Justamente por eso las varias escenas en cámara lenta hacen un ruido terrible. Pero la película no cree en su propio discurso ni en la propia historia. Más de un cuarto de película, toda la última media hora final, es una agotadora y vulgar bajada de línea didáctica, cuyo tono educativo es completamente anti cinematográfico. El maniqueísmo de la historia alcanzo un punto de no retorno y la película cae en picada. Antes del comienzo de la película unos veinte carteles indican todos los organismos que quieren formar parte del proyecto y colgarse la cucarda de estar allí. Al final queda claro que esta película es solo un folleto explicativo y que el cine es solo una excusa para el discurso. Tal vez siempre lo es, solo que a veces una obra artística es capaz de darle un envase que vale la pena. Lamentablemente este panfleto no lo es. Borra con el codo lo que había conseguido escribir claramente con la mano al comienzo.
«Yo Nena, Yo Princesa», adaptada del libro homónimo, es la primera película argentina en tratar el tema de las infancias trans de pleno. Una pareja (Eleonora Wexler y Juan Palomino) son padres de mellizos (Isabella G. C. y Valentino Vena), en donde uno de los chicos no se identifica con el género que le asignaron al nacer Llevando a la pantalla grande la historia de Luana, niña que logró su identidad a fuerza de lucha y tesón, Federico Palazzo pone su oficio para un relato que trasciende su forma y pone en evidencia aquello que aún tenemos que transitar como sociedad para lograr, verdaderamente, una integración. Eleonora Wexler, Juan Palomino, e Isabella, son sólo el trío protagónico de un elenco de más de treinta intérpretes. La película está dirigida por Federico Palazzo, quien cuenta sobre su llegada a la historia: “Entendí que para estar a la altura de la circunstancia no sólo tenía que quedarme con lo expuesto en medios y redes, o sólo con la lectura del libro de Gabriela Mansilla, donde está todo el relato de los involucrados, sino que tenía que seguir investigando”. Y al verla, uno entiende que más allá de cualquier pretensión cinematográfica, hay una historia que tenía que ser contada, para continuar en un camino de integración y evolución. No basta en un país que cuenta con leyes de identidad y punta de lanza en reivindicación en materia de derechos lgbtiq+, quedarse con lo que se tiene, porque la sociedad, aquella que cual magma se traslada vitoreante entre las personas, en muchas oportunidades, muchísimas, retrocede casilleros. Acá Luana es interpretada de una manera sorpresivamente contundente por una actriz niña trans, Isabella, quien como homenaje para Luana, que permitió que ella hoy pueda tener la identidad que manifestó desde su temprana edad tener, lo pueda vivenciar, sin recorrer el derrotero de dolor y amargura que la pionera Luana y su madre, principalmente, debieron padecer. “Yo nena, Yo princesa” tiene a Eleonora Wexler encarnando con verdad su rol, el de una madre que ante la primera duda, se esconde, adhiere junto a su pareja (Palomino) a escandalosos mecanismos de castigos (La naranja mecánica un poroto al lado de esto), para luego reconstruirse y abrazar a esa hija que pedía a gritos que se la llame como corresponde, con su nombre de mujer. Palazzo se vale del soporte cinematográfico, y si bien por momentos su narrativa se acerca más a la ficción televisiva, tal vez por la necesidad de ser pedagógicamente activo para bajar en imágenes un complejo proceso de transición, hay una firma autoral en notables momentos como cuando varias generaciones de mujeres hilvanan para Luana un vestido, o cuando el padre decide irse y un travelling del rostro compungido pero esperanzado de Wexler se traslada hacia la espalda de Palomino yéndose del lugar. Isabella deja la vida en cada escena, construye su personaje a imagen y semejanza de ese relato que Gabriela Mansilla supo poner en palabras, que Palazzo recupera en imágenes, y que la niña encarna con valentía, la necesaria, claro, para un relato que habla de luchas, de pasiones, de esfuerzos, pero sobre todo de sueños, nada más ni nada menos que del sueño de ser quien realmente se desea ser, sin importar la edad de cuando se lo pida.
Yo nena, yo princesa es el nuevo film de Federico Palazzo, basado en hechos reales extraídos del libro Yo nena, yo princesa: Luana, la niña que eligió su propio nombre, de Gabriela Mansilla, madre de la primera niña trans del mundo en recibir su documento de identidad, de acuerdo a su autopercepción de género, a través de la Ley 26.743 de Identidad de Género sancionada en 2012 en Argentina. Película muy necesaria para reconocer en un otre lo que se siente y se habita. Es importante y clave que al momento de audiovisionar este film nos situemos en su narrativa como espectadores del presente de la historia que se relata, pues aún, en ese tiempo y espacio, nuestras luchas colectivas de feminismo y diversidades permanecían ocultas bajo el peso equívoco de una mirada heteronormativa y sociopatriarcal; y que si bien hoy nuestras luchas continúan, la apertura empática es otra. Resulta que Eleonora Wexler y Juan Palomino interpretan a una pareja de mapadres de mellizos de sexo masculino (Isabella G. C. y Valentino Vena) donde el “conflicto” reside en que uno de los chicxs, Manuel, no se identifica con el género que le asignaron al nacer. Desde el inicio, la madre trata de comprender cuál es el padecimiento que le aqueja a su hije, quien parece aislarse de sus espacios, como si no le pertenecieran. El padre minimiza la percepción de considerarse nena de Manuel y trata de “extirparlo” con resistencias y castigos, hasta caer en el ocultamiento social, el famoso si pero no de la construcción machista, sexista y patriarcal, pues Palomino interpreta a ese gran número de personas a las que les resulta totalmente difícil (casi imposible) aceptar un universo no binario. Sin embargo, su madre, en búsqueda constante por el bienestar de ese hije, lucha incansablemente desde el amor dando pelea a la ignorancia de médicos, psicólogos, abogados y organismos educacionales, que solo generan en esta familia oscuridad e injusticias, hasta que consigue dar con una psicóloga, hermosamente interpretada por Paola Barrientos, la cual le brinda el apoyo humano necesario para poder transitar el camino, poco conocido entonces, sobre el derecho a la identidad de género trans. La niña Isabella G.C., quien interpreta a Luana en la película, es la primera niña trans actriz en el mundo, siendo también la primera historia cinematográfica mundial que habla de la infancia trans. Un doble dato repleto del color del arcoíris lleno de información de todo lo que está bien en el cine argentino. ¿Por qué si? Porque Gabriela Mansilla, mamá de Luana y activista por infancias y adolescencias travestis trans expresó en una proyección de cine-debate que “Aun falta visibilizar un montón: la expectativa de vida de las personas travesti trans sigue siendo de 35 años, el 1% solamente llega a la vejez y tenemos un alto porcentaje de índice de suicidio, todavía no tenemos una ESI que contemple los derechos de las niñeces travestis y trans dentro de las escuelas”. Por ello importa que un cine busque, a través de su relato, sanar en comunidad mientras abraza a las niñeces, con escucha y respeto, informándonos sobre derechos y libertades, porque esta película no deja de ser también la historia de muchas personas de la comunidad travestis trans que han sido “expulsadas” de la sociedad, sin ningún tipo de contención, información y/o espacios de escucha.