Roberto Sánchez, más conocido como Sandro, fue no solo uno de los iconos más grandes de Argentina sino también de toda América. Con su inconfundible voz, eléctricos movimientos y carisma, sumado a su talento para componer conquisto al público de cada pais al que fue. Su muerte en el 2010 fue un golpe duro para todos aquellos que escuchaban su música y habían visto sus películas pero a la vez agrando el status de icono que afortunadamente pudo vivir. Yo, Sandro es un documental que que esta contado mediante entrevistas que le hicieron a Sandro durante la década del setenta. Desde su niñez hasta la conquista de los mercados latinoamericanos, el directorMiguel Mato toma la sabia decisión de no continuar más allá, de no meterse en las polémicas que tuvo el cantante en su vida y tampoco su muerte aunque haya una pequeña alusión en cierto pasaje. Que no vaya más allá de su vida responde a varios motivos. Primero porque todo ese material se puede encontrar fácilmente, segundo porque nunca se ha explorado tanto la infancia de Sandro. Esto es una pena porque muchas de sus canciones tienen raíces en sucesos de su niñez. Por ultimo sirve para que sea recordado en el esplendor de su vida, vigoroso, con sus frenéticos movimientos. Sobre esto último es interesante la misma imagen que el proyectaba. Es innegable su carisma pero lo más llamativo es verlo moviendose. Había algo de atleta en su energía desbordante, sino piensen ¿Quién más se movía de esa manera desenfrenada? Elvis lo podrá haber inventado pero Sandro lo llevo a extremos inimaginables. El documental está compuesto por una simple y cuidada reproducción de época en donde la cámara subjetiva sigue la mirada de Roberto Sanchez por los lugares y gente que estuvieron implicadas en su temprano desarrollo, esto es intercalado por canciones de algunas de sus películas. Pero el verdadero caballito de guerra de este documental son las filmaciones que hizo el cantante durante su vida. En esas home movies se pueden apreciar sus viajes a Disney, sus paseos por Estados Unidos y los amigos que lo acompañaban. Presentados sin cortes, como los había filmado originalmente Sandro, un recuerdo para que todos lo recuerden. Yo, Sandro es un excelente documental. No solo sirve como homenaje a uno de las figuras más importantes de América sino que tambien se zambulle en su vida contada por el mismo cantante y logra que disfrutemos una vez más de su voz. A su vez sirve para todos aquellos que quieran conocer o sientan curiosidad por él y sus emblemáticas canciones.
Sandro, alguna vez bautizado como Roberto Sanchez, es sin lugar a dudas uno de los más grandes artistas populares que dio nuestro país. Miguel Mato estrena al fin un trabajo que le llevó cuatro años desarrollar y nos lleva, guiados por la voz del mismo Gitano, a recorrer los momentos más icónicos de su vida, desde su nacimiento hasta la madurez artística. Allá por 1970, Sandro grabó algunos pasajes en los que contaba anécdotas de su vida. Uno puede o no tener un vínculo emotivo con el artista, pero el timbre y el color de su voz estremecen por si solos. Este audio ya arranca poniéndonos la piel de gallina. El documental no tiene un código homogéneo, sino que va variando recursos, con lo cual se hace sumamente dinámico. Por ejemplo, ficcionaliza el nacimiento y la anécdota sobre el origen de su nombre: no dejaron que sus padres (interpretados por Daniel Valenzuela y Celeste Gerez) le pongan Sandro porque no figuraba en el santoral. Una manera muy inteligente y lograda de mostrar de dónde viene el artista y a dónde llegó es utilizando filmaciones caseras realizadas por el mismo Sandro mostrando su opulenta casa, y contraponerlas con su voz contando las dificultades para bañarse cuando vivía en un conventillo. Al haber operado él mismo la cámara que registró esas imágenes sentimos que vemos a través de sus ojos, y al escuchar el relato nos sumergimos en una especie de reflexión en primera persona, materializando en nosotros mismos el Yo, Sandro del título. Además de indagar en sus dotes artísticos (esa expresividad corporal y voz no los tiene todo el mundo) se propone una mirada que rescata la humildad y la grandeza de Roberto Sanchez detrás del Sandro artista. Anécdotas contadas con humor y sinceridad, siempre agradecido de las personas que lo acompañaron a lo largo de su carrera y sin perder de vista sus orígenes. Esta heterogeneidad de registros incluye saludos grabados por sus admiradoras que acompañan imágenes de las mismas “nenas”, enfatizando lo que generaba en su público y testimonios de José Luis “El Puma” Rodriguez y Lucecita Benitez, la primera mujer que interpretó canciones del Gitano en Centroamérica. Las voces de estos artistas son quizás el punto débil de la propuesta. Por un lado sabemos que son personajes fundamentales y sus aportes enriquecen el relato, pero por otro nos alejan del vínculo íntimo que sentíamos con Sandro, moviendo ese foco con el que nos sentíamos tan cómodos. Afortunadamente, en el tramo final volvemos a la voz de Sandro y el cierre de un telón al final de un show a la par que lo escuchamos versar sobre cómo quería que lo recordemos son el broche de oro para este excelente, y necesario, documental. Emotivo, dinámico e inteligente, el documental de Miguel Mato rinde honores a uno de los más grandes artistas populares argentinos y logra que el espectador se involucre con la historia hasta ponerlo, varias veces, al borde del llanto.
El día que Roberto Sánchez reveló a Sandro. Recientemente estrenada en el BAFICI, Yo, Sandro es un documental que en épocas de redes y Youtube aporta una mirada única sobre el ídolo popular pero además lo encuentra en una extensa travesía por sus orígenes y transformaciones desde un conjunto de entrevistas grabadas para escuchar desde su propia voz parte de su historia. Más allá de las canciones, algo que no podía faltar tratándose del compositor Roberto Sánchez, más allá de las películas con el actor Sandro, la voz a capella hace presente la ausencia sin apelar al apunte sobre los últimos años del cantante y músico, concentrándose en su transformación a nivel artístico. Las anécdotas que avanzan desde la línea cronológica sitúan al espectador en los melancólicos recuerdos de infancia, donde las figuras paterna y materna, el barrio de Valentín Alsina, ocupan el centro, así como la etapa del conventillo y los signos de escasez que el propio Sandro resume desde su sensación de haberlo conseguido todo e inclusive la fama y el dinero. En sus palabras no se advierte, sin embargo, actitudes de revancha o resentimiento alguno sino la sabiduría de la calle y de la impronta del trabajador desde los quince años, donde ya despuntaba el desfachatado pre adolescente que tras conseguir una guitarra y una muchacha a quien cantarle no necesitó nada más para ir descubriendo al artista llamado Sandro. La inteligente elección del director Miguel Mato para dosificar su relato con la mirada de Sandro en primera persona y algunos testimonios a cámara se consagra al haber introducido el aporte de la técnica para resaltar su voz a capella y luego desde las canciones, relacionadas muchas con películas emblemáticas pero también con material de archivo hogareño correspondiente a las giras que Sandro documentaba con su cámara de aficionado. Cada imagen tiene lustre de leyenda, la espesura de un archivo invaluable que será de enorme gratificación para aquellas “nenas” que vuelvan a encontrarse con esa sonrisa, vitalidad y carisma que trasciende fronteras. Otra singularidad de Yo Sandro es el empleo del recurso de la dramatización como suele hacerse en documentales televisivos para bucear en un tono de nostalgia y precisa reconstrucción de época en su infancia, adolescencia, materiales muy íntimos que lograron refugio en algunas de sus letras, que serán seguramente saludadas por “las nenas” tanto en Argentina como fuera si es que la película de Mato toma el vuelo que se merece por su sensibilidad a la hora de configurar a un cantante popular que parodiaba a Elvis y a Blackie, que se hizo De Fuego y desde sus cenizas se convirtió en ave de paso para que se lo recuerde cantando, y no de una manera solemne como él deja en claro en su testimonio. Todo comenzó el día que Roberto Sánchez reveló a Sandro.
Si bien la figura de Sandro nunca perdió vigencia, 2018 parece ser un año especialmente pródigo en acercamientos audiovisuales a la figura de El Gitano. Tras la miniserie dirigida por Israel Adrián Caetano que se emitió en Telefe, llega este híbrido entre documental y ficción (más documental que ficción) con realización de Miguel Mato. Yo, Sandro tiene como eje una larga entrevista en la que Roberto Sánchez repasa los aspectos centrales de su vida y su carrera. Ese testimonio -sumado al uso recurrente de la voz en off- van marcando el derrotero familiar y artístico de Sandro, mientras se ven fragmentos de varias de sus películas e imágenes de archivo. En este sentido, el mayor hallazgo del film son las grabaciones caseras en Súper 8 que hizo el propio protagonista en su intimidad y en muchos de sus viajes al exterior. Otro logro es haber accedido a la misteriosa mansión de Banfield, donde permaneció prácticamente recluido durante mucho tiempo. Por el contrario, las pocas escenas de ficción (como cuando sus padres van al Registro Civil a anotarlo como Sandro y el funcionario interpretado por Carlos Portaluppi se niega a aceptarlo) no agregan demasiado y los dos únicos cantantes que aparecen hablando de la admiración y la influencia del Gitano (Lucecita Benítez y José Luis “El Puma” Rodríguez) suenan a demasiado poco teniendo en cuenta la multitud de figuras que se han manifestado fans de Sandro. También en off se escuchan múltiples grabaciones de “Las Nenas”, las fans de Sandro en todo el mundo y, si bien ese recurso resulta simpático en un principio, su reiteración termina por abrumar un poco. Más allá de sus logros y carencias, Yo, Sandro resulta una propuesta prolija y llevadera. No tiene una estructura narrativa particularmente sorprendente, pero el carisma y los múltiples matices de su protagonista lo convierten en un más que digno homenaje a una figura insoslayable en la historia de la música argentina.
En un año en el cual la figura de Sandro tuvo renovada fama, la labor de Miguel Mato pareciera entregar una mirada más. Pero los años de preproducción de esta película pospusieron una y otra vez su finalización coincidiendo ahora con este furor. Al título Yo, Sandro se agregó para su estreno el muy acertado Mi vida, que sintetiza asimismo el elemento más preciado de este documental: las viejas cintas donde el propio Sandro cuenta su infancia y sus inicios como músico, delineando así contornos desconocidos de su vida y su personalidad. Documental humilde y pequeño que va creciendo en intensidad e interés a medida que transcurre su visualización, consigue atrapar con un inteligente guion que descansa en su voz y en un montaje cuidado que incluye un añadido: viejas películas domésticas grabadas por el propio cantante en sus viajes y en el entorno tan íntimo como singular de su casa. Se recrean escenas de la mano de actores allí donde no llega el material de archivo, y los testimonios del Puma Rodríguez y Lucecita Benítez dan cuenta de su triunfo en el mercado latinoamericano. Pero la presencia de Sandro sigue siendo superior y poderosa, a través de las remasterizadas escenas de sus películas con impecable calidad; o su época con Los de Fuego; o por su relato entre tímido y juguetón, que consigue emocionar e interesar incluso a quienes lo consideraron en su momento demasiado cursi como para convertirse en un ícono sin tiempo.
Por primera vez en su filmografía, con pasiones sociales, o dedicadas a Haroldo Conti o a Leonidas Gambartes, Miguel Mato se centra en una figura legendaria del espectáculo argentino. Para contar su historia, además de las escenas de sus films, y de todo lo conocido, el realizador cuenta con un material que vale oro. Se trata de un audio que realizó el mismo Sandro (Para una nota de Radiolandia y conservado como un tesoro por el periodista Francisco Loiácono) donde cuenta su vida, desde los comienzos, su familia, su éxito, sus deseos. Pero también hay filmaciones en súper 8 realizadas por el cantante, nunca antes vistas y fotos inéditas. A eso se le agrega la dramatización de algunos momentos cruciales en su historia con la participación de Carlos Portaluppi, Daniel Valenzuela, Celeste Geréz, Patricia Rojo. Y los testimonios de figuras como Lucecita Benítez y José Luis “El Puma” Rodríguez. Un trabajo minucioso, con guión de director y Eduardo Spagnuolo, que vale la pena ver.
Yo, Sandro, de Miguel Mato Por Jorge Bernárdez Contar con las entrevistas de Sandro y filmaciones de sus giras permite pensar que Yo, Sandro podría ser un documental total sobre uno de los grandes mitos de la canción en la Argentina. Sandro de Parque Patricios al mundo, Sandro el hombre que fue nuestro Elvis, el que provocó que se lo censurara y lo acusaran de pornográfico por sus movimientos lascivos de pelvis, el que compró un boliche llamado “La cueva” y se transformó en cierta forma en el mentor de una generación que después fue la base de lo que se conoció como rock nacional. Sandro fue eso y mucho más y el documental apenas alcanza para mostrar algo de todo eso, porque no es que falten cosas pero el final deja con ganas de más. Uno puede entender que se imprima el mito y que se mantenga oculta la vida que el propio Roberto Sánchez se encargó de mantener oculta, que apenas aparezca una referencia sobre el cigarrillo cuando el mismo dice que aceptar es primer cigarrillo que le ofrecieron diciéndole “tomá y hacete hombre” fue el mayor error de su vida, pero hay mucho metraje de cada una de sus películas y opiniones que no aparecen. A cambio de eso aparece José Luis Rodriguez contando cómo una telenovela en la se usó “Mi amigo el Puma” cambió su carrera y un momento glorioso en el que Sando cantó en el Madison Square Garden y se escucha a Cacho Fontana presentándolo de manera triunfal para la transmisión vía satélite a toda América. Una hora y diez minutos de Sandro en pantalla, una muestra de su carisma desbordante aunque estaría faltando un análisis que vaya más allá de la leyenda conocida. YO, SANDRO Yo, Sandro. Argentina, 2018. Dirección: Miguel Mato. Intérpretes: Carlos Portaluppi, Daniel Valenzuela, Celeste Geréz y Patricia Rojo. Distribuidora: 3C Films Group. Duración: 72 minutos.
La voz gitana Yo Sandro (2018) desanda la vida del ídolo musical Roberto Sánchez, desde un repaso sobre algunos acontecimientos narrados en off y en primera persona por el propio cantante, a partir de un registro inédito y exclusivo. Sandro, que este año ha vivido con el lanzamiento de Sandro de América. La Serie (2018), de Israel Adrián Caetano, un libro y varios CD’s, encuentra en este documental la reafirmación de mito a partir de sus propias palabras. Mezclando estilos y materiales, el realizador Miguel Mato (Haroldo Conti: Homo Viator) se nutre de una grabación periodística para ilustrar el devenir de una figura popular que además de posicionarse desde el éxito casi inmediato con su música, hizo del culto a sí mismo y el cuidado de la imagen, un estilo de vida. A los retazos de momentos que Mato decide ficcionalizar, como por ejemplo la anotación en el registro civil con un nombre que no pudo ser, pero que luego signó su carrera como aquel “gitano”, a aquella época en la que repartía damajuanas puerta a puerta tirando de un viejo y destartalado carro, se suman imágenes capturadas por el propio Sandro, de sus viajes, casa, giras, recitales, que lo configuran de una manera especial y diferente. La particularidad de ese registro, acompañando e ilustrando la narración en off, dotan de un verosímil diferente al documental, es el propio artista el que desarrolla el relato y el que cuenta el proceso hacia el estrellato que vivió, Mato lo sigue cual lazarillo, al configurar la estructura clave de la película. El repaso de su carrera cinematográfica, los testimonios inéditos de José Luis Rodriguez y Lucecita Benítez, dos cantantes que fueron marcados a fuego por el ídolo, el plus que agregan las “nenas” con audios en los que destilan pasión y fanatismo, son también materia prima para posicionar la figura por encima del producto. Además, por un procedimiento discursivo, el cine comienza a hablar del soporte cuando las imágenes refieren a las giras, marcadas por detalles de momentos de relax en medio del trabajo y que ejemplifican su necesidad por dejar grabados todos sus pasos. Sandro se sumerge en una pileta, mira a cámara, nada, se tira de nuevo, sonríe, su carisma desborda en grabaciones caseras y Mato las incluye para reafirmar la fuerza de una figura que necesitaba del otro para completarse como estrella. A la sombra de la serie, Yo Sandro pareciera convertirse en un metadiscurso de dicho producto, confirmando algunas escenas de la misma, como por ejemplo la mítica grabación que Sandro realizó en “cueros”, o el momento de inspiración de alguna melodía, o principalmente, la explosión de los shows en vivo que caracterizaban al intérprete. Su principal virtud está en recuperar la figura desde la voz, en manejar sin tapujos la necesidad de subrayar algunos momentos con simplemente armar clips de películas, shows, o el registro de imágenes fotográficas del archivo personal de Sandro. El mito en Yo Sandro revive, se potencia, y en la intervención del propio artista como vector del mismo, se configura un producto ideal para fanáticos, que prefiere enunciar a juzgar su cercanía inevitable con el músico desde su propia voz.
Sección: Noches especiales. Hacer una película de una figura tan popular es tener medio gol hecho, porque se juega con la magnitud de su figura para atraer público. Pero al mismo tiempo trae una gran responsabilidad y un peso importante, porque hay una buena posibilidad de atraer críticas negativas por no ser lo suficientemente exhaustiva o recortar el universo de la figura convenientemente con el fin de no retratarla en sus miserias. La particularidad de “Yo, Sandro” es que Miguel Mato decidió darle la voz exclusivamente al cantante. El director decidió no hacer intervenir otra voz, ni placa explicativa alguna, y esto es una ventaja por un lado, porque nos deja conocer a Sandro, de acuerdo a lo que Roberto Sánchez dice y parece ser. Es una desventaja por el otro, porque deja de lado un montón de información que podría sumarle a los espectadores que quieren tener más datos y otras miradas en relación al ídolo. De una forma u otra, se trató de una decisión acertada para conocer más la personalidad y tener una perspectiva cercana de su forma de ser. La narración en primera persona, junto con la gran cantidad de imágenes de archivo, algunas muy caseras y otras que se mezclan entre fotos, películas y demás, saben mostrar la calidad y la sencillez de un cantante muy popular que lleva su fama con naturalidad y con conciencia, algo de lo que no muchos ídolos pueden dar gala. A esto solo se suman los testimonios de las “nenas” (sus clubes de fans) en las cintas que le enviaron a lo largo de su carrera, que ayudan a dimensionar la magnitud de Sandro. Fue un recurso que fue sobreutilizado en el trabajo, pero útil. Mientras que las dramatizaciones de la vida y del contexto en el cual creció Sandro fueron acertadas y medidas para salir de nuestra contemporaneidad ultra conectada e instantánea. En definitiva, “Yo, Sandro” no busca mostrarse como la película definitiva para seguir la carrera en números, viajes, éxitos y la masividad del artista. Aquí conocemos a Roberto Sánchez, de dónde viene y cómo se transformó en Sandro, trata de acercarse a su humanidad y en buena medida lo logra. Y por eso, quizás, pueda dejar a cierto público inconforme con lo que intenta hacer, porque cada espectador tiene una expectativa diferente con la representación de un ídolo tan popular. El acercamiento que busca es cualitativo y en la búsqueda de ese objetivo, se puede decir este film logra una llegada muy íntima con la figura, por el propio brillo de su carisma y personalidad. Por Germán Morales
Este documental se encuentra narrado por Sandro, nos cuenta su niñez, su familia, lo importante que fueron sus maestras, su juventud, sus amigos y, sobre todo, su amor por la música, como llega al éxito tan deseado, siempre está la mirada de él y su humor tan especial. La dirección está a cargo del talentoso cineasta Miguel Mato a quien le llevó cuatro años de trabajo investigación y recuperación, rescatando materiales de archivo y filmaciones inéditas porque se encuentra realizada por Sandro en formato de súper 8 y 16 milímetros, mientras se encontraba con sus amigos, su visita a las playas en Acapulco, entre otras zonas, los diferentes show, audios que nunca fueron escuchados y las voces de sus fans. Esta la palabra de: Lucecita Benitez, José Luis “Puma” Rodríguez, entre otros. Una buena reconstrucción de época con actores que también tienen su momento, por ejemplo quienes interpretan a sus padres para mostrar cuando concurrieron al Registro Civil para inscribirlo con el nombre de Sandro y que fue lo que pasó. Sandro supo conectarse con el público y vemos sus valores, incursionó varias veces en el cine, como actor e incluso como director, se va intercalando con sus canciones, sus shows, algunas de sus películas y además se reunió material de archivo inédito. Este es un gran homenaje para disfrutarlo y conocerlo. Un documental sincero, un gran trabajo montaje, edición, entretenido, te emociona, salís cantando y te llega al corazón. Se puede ver en once salas en todo el país.
Contar con voz propia “Me crié en una casa de inquilinato. Léase ‘conventillo’. Bah… ‘yotivenco’”, se franquea la voz sobre imágenes de un PH actual, íntegramente reciclado y convertido en mansión para uno solo. Para el que habla. Pero para esa mansión falta mucho todavía. La voz es la de Roberto Sánchez, uno de los grandes cantantes populares del siglo XX aquí y en toda Latinoamérica, y posiblemente el gran showman de estas pampas en toda la historia del negocio musical criollo. Contracara de la reciente serie televisiva Sandro de América (de allí que el título subraye que ésta es “la película”, para que quede clara la diferencia), Yo, Sandro aborda el mito desde el documental. En otras palabras, no aborda el mito, ya que ningún documental puede hacerlo. Tampoco lo analiza o deconstruye, como un documental sí podría hacerlo, sino que elige contar su historia (o parte de ella), en su propia voz. Ése es el principal valor de Yo, Sandro: el de estar íntegramente narrada por el autor de Penumbras, desde las cintas que perduraron de una entrevista que tuvo lugar en junio de 1970, en la que el ídolo repasó su vida. Su valor y su límite, en la medida en que lo que cuenta es lo que Sandro elige contar de sí mismo. Y nada más. A ese off, que cubre los primeros veinticinco años de vida del ídolo, nacido en 1945, se le suma una coda que cuenta con la voz de Cacho Fontana y que narra la histórica presentación de Sandro en el Madison Square Garden, en 1973. Y, uno de los principales aciertos del documental dirigido por Miguel Mato y escrito por el realizador junto a Eduardo Spagnuolo, también se suman al off las voces de “las chicas”, las fans de Sandro, cuyos clubs (“clobs”, pronuncian algunas de ellas) se extendían desde Puerto Rico hasta la Patagonia. Yo, Sandro se atiene al modelo más tradicional de los documentales que ponen el peso en la voz en off, donde las imágenes ilustran lo que esa voz narra. Algunas veces lo hace con más acierto que en otras: desde ya que los fragmentos que documentan los shows del falso Gitano (en televisión, sacudiéndose como un gusanito con los primeros Los De Fuego, hasta las presentaciones en Sábados circulares, y en toda clase de clubes, teatros y estadios) aportan mucho más que algunas reconstrucciones de época en las que la época luce algo desorientada (niños con boina y tiradores en los años 50) o innecesaria, como una dramatización inicial en la que un amargo burócrata del Registro Civil, personificado por Carlos Portaluppi, rechaza el nombre Sandro, porque “si no figura en el Santoral no existe”. Único momento (acertado) en que las imágenes no se alinean con lo que dice el off, el mencionado al comienzo, donde el recuerdo del humilde “yotivenco” de infancia se contrapone a la mansión-bunker banfileña, en la que el nativo de Alsina se refugió en los últimos años. Los mayores hallazgos están en el off y son aportados por el propio Roberto, que como buen showman es un magnífico narrador, y que en dos o tres temas cantados a capella recuerda a los desmemoriados el abismo existente entre su condición de cantante de ley y la de mero e inexplicable fenómeno de masas que siempre representó Palito Ortega.
Sandro ha sido una de las figuras más emblemáticas de la música popular en nuestro país. Dueño de un estilo nacido en las entrañas del rock, Roberto Sanchez (su nombre real), tuvo una carrera magnífica, llena de hitos que sus fans y seguidores homenajean en este tiempo en que el gran cantante, ya no está físicamente con nosotros. Y en particular, su historia, siempre tuvo dos caras. Una artística, a la que todos accedimos. Y otra personal, íntima, que estuvo vedada durante mucho tiempo. Mi mamá era fan de Sandro y recuerdo que me hablaba mucho del caserón de Banfield (donde vivía el músico), de su obsesión por resguardar su intimidad y del respeto con el trataba a sus seguidoras. Incluso tengo el recuerdo de ella narrando una de sus últimas actuaciones, abrazado a un tubo de oxígeno en el escenario. Sandro era eso, pura fibra. Pasión. Calibre. Potencia. Y vida. Este documental de Miguel Matos (en cuyo CV tenemos trabajos en que recorre la trayectoria de Gogo Andreu y Haroldo Conti), tiene un formato cercano a lo clásico (entrevistas, backstages, recortes de archivo, algun clip, etc) pero incorpora alguna escena ficcional, que sirve un poco de recuerdo, cálido, sobre el origen del nombre del músico y no mucho más. Tenemos algunos artistas que hablan de cómo sus canciones cambiaron su vida (increíble lo del "Puma" Rodríguez), pero se extraña una mayor cantidad de exponentes de esa época sobre el Gitano. Desde lo profesional, hay mucha gente que puede dar cuenta de él y su perfil como ícono musical, en el medio, que no está presente. Mato, en cambio, eligió ese recorte y potenció material inédito, como la presentación de cintas domésticas grabadas por Sandro en viajes y vacaciones. Eso, sumado a los comentarios de sus "chicas" (fans), terminan por mostrar que el camino elegido era, presentar al hombre, más que el artista. Y reflexionar, sobre su perfil íntimo, sin explorar su gloriosa faceta artística en profundidad. El relato recobra una entrevista con Sandro donde él cuenta su infancia y sus inquietudes, lo cual va configurando una proyección sobre lo que sería en el momento de desplegar su talento. Una cosa que me pasó con el documental es que de a ratos me emocionó, (Sandro no fue de mi época pero me tocó vivir de cerca el amor que sentían sus seguidores por él) es que te da un pantallazo mínimo sobre la magnitud del cantante, pero sentís que hay mucho detrás por descubrir. Salís de sala con ganas de buscar el canal Volver, y pedir que te den una maratón de sus películas. O buscar las increíbles perfomances que tenía con su banda original, "Los de Fuego". Sandro es historia grande de la música nacional y este registro, hace un homenaje acotado pero valioso sobre su figura. Me atrevo a decir que este doc, pide y reclama una segunda parte. Ideas. Sí, es de visión obligada para cualquier corazón curioso que quiera explorar la vida íntima de un artista excepcional.
Crítica emitida en Cartelera 1030 sábado 5 de Mayo de 19 a 20hs. por Radio Del Plata (AM 1030). Parece que el 2018 es el año de homenajes para Roberto Sanchez, conocido popularmente como Sandro, recordemos que hace poco se emitió en la televisión abierta, en el canal Telefé, "Sandro de América", miniserie dirigida por Israel Adrián Caetano. En esta ocasión el documental "Yo, Sandro" está dirigido por Miguel Mato, quien reúne imágenes de archivo, un par de testimonios, y otras escenas recreadas recientemente por actores como Carlos Portaluppi. Además, en el relato está presente la voz en off del querido Sandro, cuyo audio es producto de una entrevista realizada en 1970 en su oficina y la de Anderle (su manager) acompañando las imágenes durante toda la narración. En cierta forma es el mismisimo Sandro contando su historia. Lo más interesante de "Yo, Sandro" es que las imágenes de archivo no sólo son de sus películas (algo que se considera le faltó mostrar más a la miniserie) sino que también hay materiales de viajes y otros, filmados personalmente por Sandro a quien parece la cámara le gustaba bastante, no solo para aparecer frente a ella. Asimismo, se muestran imágenes inéditas de la mansión de Banfield, la cual es casi un misterio para el público. Con respecto a los temas que se esbozan se habla de la infancia del cantante, de sus padres, el colegio primario, la escritura y creatividad, sus primeros trabajos por fuera y dentro de la música, su comienzo con la guitarra, las grabaciones y posteriomente, su presencia en los diversos programas televisivos que lo conviertieron en una estrella de la canción popular. Es conmovedor y consternador a la vez escuchar del mismo Sandro, confesar que el error más grnade su vida fue el cigarrillo. Por último, yo Sandro es un documental muy respetuoso que rinde un cálido homenaje a un ídolo popular que supo cautivar a toda clase de público, es muy dinámico, no sólo por su corta duración sino también por sus ritmos. Un sentido homenaje, ideal para sus fanáticos.
Ojalá los admiradores de Ramón Palito Ortega sepan perdonar la ocurrencia de titular esta breve reseña como la ficción que Enrique Carreras dirigió y el cantautor tucumano protagonizó a fines de los años ’60. Sucede que, en el documental aquí abordado, éste que Miguel Mato le dedicó a Sandro, el otro astro de la industria discográfica argentina parece estar a un tris de pronunciar la célebre expresión ‘Un muchacho como yo’. En realidad quien parece estar a punto de repetir esas palabras no es Sandro, sino su creador: el nada mediático Roberto Sánchez, que falleció en 2010. Acaso este desdoblamiento sea uno de los aspectos más interesantes del largometraje concebido varios años antes que la serie de Adrián Caetano que Telefé emitió en marzo. “Un muchacho como yo” podría haber bromeado Sánchez sobre su alter ego exitoso en la entrevista informal que le hicieron en 1970, y que Mato convirtió en hilo conductor de su coqueteo con el género autobiográfico. A partir de filmaciones en Súper 8 y fotos tomadas lejos de los escenarios y sets de cine y televisión, el realizador refuerza la distinción del sujeto privado respecto de su versión estelar o pública. Mato se aparta un poco de esta aproximación cuando abandona el material de archivo nunca o rara vez expuesto para dramatizar algunos recuerdos evocados (en esa instancia los actores Daniel Valenzuela y Celeste Gerez encarnan a los padres del niño Roberto). También para entrevistar a dos colegas de Sandro, José Luis Rodríguez y Lucecita Benítez, y para reproducir mensajes grabados de las admiradoras históricas del también bautizado Gitano. Algunos espectadores encontramos que las pinceladas de ficción atentan contra la originalidad de este homenaje. En cambio los testimonios del Puma venezolano y de la cantante portorriqueña, así como las declaraciones de amor de las Nenas, enriquecen la reconstrucción que Sánchez hizo en 1970 de su vida artística, desde la (controvertida) inscripción de su nacimiento en el Registro Civil hasta su conversión en Sandro de América.
“Yo, Sandro” es un documental de Miguel Mato, que se estrenó a sala casi llena en el Goumont. Con el relato en primera persona de Roberto Sánchez, a través de una entrevista en los años ’70, el film recorre momentos de la vida de ese hombre que se hizo ídolo. El realizador, que cantaba en su juventud las canciones de Sandro, fue, recientemente, premiado por su película “Haroldo Conti, Homo Viator” que filmó en el 2009. El, también guionista, puso manos a la obra para hacer una película que hablara de la leyenda del cantante. Con sonidos y filmaciones originales de la época, reconstruyó la historia de un hombre que trascendió épocas y generaciones. Si bien el sonido en algunos momentos hacía difícil seguir la entrevista, fue un acierto que fuera original. Las nenas de Sandro coreaban, en voz baja, sus canciones desde las butacas, demostrando así que la sandromanía sigue vigente, a pesar de su ausencia. Miguel Matos hace hincapié desde su obra en la laboriosidad de Sandro, en esa pulsión de estudiar y trabajar para dar más calidad a sus shows, algo que lo hace crecer e innovar permanentemente. El film muestra la relación de cuidado y respeto que siempre quiso tener el cantante con sus fans. Había mucho más que sex appel en el ídolo y eso se plasma muy claro en el film. El director aclara que la película empezó hace cuatro años atrás. Para la realización del proyecto, el también guionista Miguel Mato contó con un invalorable audio del propio Sandro contando su historia. Esas dos cintas del año ’70 en pleno esplendor del artista le dan al relato la pasión propia del ídolo de América. La manera de contar de Roberto Sanchez su propia historia es un plus emotivo y genuino que traspasa la pantalla. Con partes ficcionalizadas, escenas de sus películas y material inédito de las filmaciones hechas por el cantante, y fotos no conocidas de su intimidad, se complementa este documental. Con banda original a cargo de Esteban Morgado, que recrea las canciones de Sandro, el documental fluye. Con yapa al final, de las entrevistas al Puma Rodriguez y a la cantante portoriqueña Lupita, es imposible no irse del cine cantando bajito. En el film se logra transmitir esa emoción propia de los recuerdos. Allí estaba desde el riachuelo y el conventillo hasta el click del encendedor malboro inseparable y en el medio: la imponente Nueva York y la vida de un hombre con valores, con mucha pasión que logró trascender el tiempo y llega a través de las generaciones. Todos, algunos más, algunos menos, quieren saber de qué se trata “Yo, Sandro, la película”.
Tiempo de gitanos El documental sobre Sandro, en su intento por no ser clásico, cae en arbitrariedades y decisiones equivocadas. El resultado es que brillan las escenas de sus películas en las que el director no mete mano. Si algo nos enseñó la historia del cine es que cualquier vida puede ser digna de ser contada. En el caso de la vida de Sandro, uno que no es un particular conocedor ya sabe sobre su reclusión de los últimos años, su adicción al cigarrillo, su comienzo con el rock imitando a Elvis, su cambio hacia una música romántica, sus películas –algunas muy bizarras– como galán, y no mucho más. Miguel Mato eligió que sea el propio Sandro el que cuente su vida mediante el audio de una entrevista que le hizo el periodista Francisco Loiácono a comienzos de los años 70, y acompañar esas palabras con imágenes actuales de los lugares que menciona (el conventillo en el que creció, un estudio de grabación), algunas pocas fotografías, una filmación en Súper 8 del propio Sandro en un viaje por los Estados Unidos y, por supuesto, escenas de sus películas. El resultado es inexplicable. Si bien el audio –columna vertebral de la película– es un hallazgo y revela una personalidad a la vez humilde, pícara y canchera, nada de lo que cuenta Sandro es muy significativo, ni tampoco responde nuestros interrogantes sobre su vida y mucho menos de mete en los misterios de los últimos años (obviamente, no va más allá de los 70). Y las imágenes que elige Mato para acompañar son redundantes en el mejor de los casos y directamente arbitrarias en el peor. Cuando Sandro describe el conventillo en el que vivía cuando era chico, las imágenes muestran una mansión lujosa. ¿Es lo que hay ahora en el lugar del conventillo? ¿Es una recreación de la casa en la que vivió en los últimos años mostrada como un contraste entre los primeros años y los últimos? (Digo recreación porque, aunque Mato filmó el interior de la casa, la viuda de Sandro no lo autorizó a poner las imágenes). En fin, no queda claro. La arbitrariedad alcanza niveles delirantes. Sandro cuenta que sus padres quisieron ponerle Sandro, pero que en el registro civil no los dejaron y por eso le pusieron Roberto. Este dato, quizás conocido entre los fanáticos pero que yo desconocía, no merece mucho más que una nota de color al pie. Mato decide dedicarle la única escena ficcionada de la película: Daniel Valenzuela y Celeste Gerez interpretan a los padres y Carlos Portaluppi al empleado del registro civil en una escena ilustrativa digna de un acto escolar. Después la película no vuelve a utilizar el recurso de la ficcionalización con actores: por un lado, viendo el resultado de esa única escena, es mejor; por el otro, un caso más de capricho e inconstancia. Hay otras decisiones que me atrevo a calificar como objetivamente equivocadas. Hay solo dos entrevistados en la película: José Luis “El Puma” Rodríguez y Lucecita Benítez, una cantante portorriqueña. El Puma Rodríguez cuenta la relación de su apodo con la canción de Sandro “Mi amigo el puma”. Más allá de que parece otra arbitrariedad que en una película casi sin entrevistados uno de ellos sea El Puma Rodríguez, lo que hace Mato después es criminal: alterna el musical de la película Operación Rosa Rosa en la que Sandro canta esa canción con unas imágenes del Puma Rodríguez cantándola en un estudio. La extraordinaria sensualidad del Gitano cantando transpirado y moviendo la pelvis con unos pantalones oxford celestes y una camisa abierta hasta el ombligo ante un auditorio de mujeres de todas las edades gritando desaforadas se ve interrumpida por un anciano con peluca y botox que no tiene absolutamente nada que ver con nada. El resultado involuntario de Yo, Sandro. La película es que brillan por contraste las escenas musicales en las que vemos a Sandro en acción, sin que se metan el director, el montajista o el musicalizador (con una versión de “Una muchacha y una guitarra” horrenda, con guitarra sola, melancólica). Lo vemos cantando todos sus hits y algunos no tan conocidos (se destaca el clip de “Atmósfera pesada”) y hay una secuencia particularmente interesante en la que vemos varios de sus besos apasionados (bueno, acá sí hay mano de un montajista; quizás sea el gran momento cinematográfico de la película). Miguel Mato eligió no hacer un documental clásico de “cabezas parlantes”. Yo, Sandro. La película es la demostración de que a veces lo clásico, lo probado, es mejor que hacer cualquier cosa.
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Miguel Mato, a través de una vida contada por el propio Sandro, dirige este documental que decide enfocarse en la etapa menos conocida del ícono argentino: su infancia y su carrera más temprana. El propio Roberto Sánchez, también conocido como Sandro (nombre que sus padres le quisieron poner originalmente y no les permitieron, en aquella época en que cada nombre tenía que estar registrado en el libro para poder ser utilizado), es quien va contando su historia. Su propia voz narra desde momentos de su infancia a aquellos en los que encontró repentinamente el éxito a través de la música y el cine. Narrada con su voz, con su forma entre simpática y poética de hablar. En el medio se cuelan unas pocas escenas ficcionalizadas (como la mencionada con sus padres queriendo registrar a su hijo como Sandro) y testimonios sólo de otras dos personas: José Luis Rodríguez (El Puma, conocido por ese apodo gracias a una canción de Sandro) y Luz “Lucecita” Esther Benítez, cantante puertorriqueña cuyo primer tema fue uno de él. Luego, imágenes de archivos y, sobre todo, la música. Canciones que a veces suenan de principio a fin. Interpretaciones frente a un público real y otras tantas de las películas que protagonizó. Una forma de mostrar que de un modo u otro, desde un principio, Sandro estaba destinado a convertirse en ícono con el magnetismo que provocaba en quien lo veía y escuchaba. La opción del director es revelar aquella etapa de Sandro menos conocida, la de su infancia. Es por eso que el film profundiza más en esos aspectos y no tanto en el más reciente. Así, la voz del propio Sandro narra fragmentos de su humilde niñez pero la cámara sigue rincones de su vida ya conformada por el éxito a través de una casa enorme y de suntuosa decoración. Otro agregado a este collage audiovisual se encuentra en unas grabaciones en Súper 8 que Sandro rodó en ciertos momentos de su vida, ya sea en su casa o en algún viaje. Por último, las voces de sus admiradoras (las famosas “nenas”) leyendo cartas en las cuales describían lo que sentían por él y lo que significaba en sus vidas.
Sandro fue una pasión de multitudes. Venerado hasta el éxtasis por sus “nenas”. Pero detrás del singular personaje popular hay una historia personal muy poco divulgada, y éste documental intenta dar a conocer al público sus primeros años de vida y de carrera. A Miguel Mato le llevó 4 años reconstruir la historia, recolectando videos desconocidos, muchos filmados por el mismo Sandro en los distintos viajes que hizo al exterior, además de archivos de películas, revistas, fotos, programas de televisión, etc., todos contados con la voz en off del protagonista y también, está su música, combinados con partes recreadas con actores, locaciones y vestuario de la época de los primeros años Sandro. El film abarca el período desde que nació hasta su estrellato y consagración, a mediados de la década del ´70, cuando protagonizaba películas, llenaba teatros, hacía recitales en América e incluso en el Madison Square Garden de Nueva York. La narración es cronológica, bien elaborada, pero técnicamente es una lástima que la voz en off suene tan baja, incluso hay pasajes que se vuelven inaudibles. Además, hay tramos que mientras el cantante habla un tango cubre sus palabras. Por otra parte, cuando termina la narración sobre la vida y obra de Sandro se corta abruptamente el clima logrado, introduciendo unos comentarios y partes cantadas de Lucecita Benítez y el “Puma” Rodríguez dentro sendos estudios de grabación desluciendo el trabajo previo. Para conocer al ídolo, al mito de la música popular argentina, que logró cambiar la opinión de muchos detractores y que lo terminen reconociendo, éste documental tiene su utilidad y tal vez sus fanáticas no lo discutan. Pero las fallas técnicas y el agregado final desequilibran el relato de tal modo que desmerece la labor detallada y minuciosa que demandó la realización de esta película.