Barone sobrevuela una caótica Buenos Aires El director Luis Barone (24 hs: Algo está por explotar) incorpora la estética del comic en este film nacional ambientado en el año 2025, en el que Buenos Aires está azotada por grandes corporaciones y escasea el agua. Hace mucho tiempo que no lllueve. En medio del caos imperante, surge la figura de Martínez (Juan Minujín en un debut prometedor como protagonista), un joven recolector de residuos que pierde su trabajo y recibe -en un baño de Constitución- un "don" que lo convierte en un superhéroe bastante especial. El tema del "doble" (Martínez funciona a manera de un espejo que devuelve a Zenitram) que "todo" lo puede en una sociedad que fagocita a su gente; la corrupción política y las grandes corporaciones que hacen su negocio, están en la mira bien enfocada de Barone. Zenitram muestra a un personaje central vulnerable y adicto a a cocaína para poder sobrellevar su miedo a volar (de hecho se estrella contra el Obelisco y hasta es internado en el "Miami Superhéroes Hospital" donde comparte penas con Steven Bauer). Pero tiene buen corazón y su misión consiste en devolver el agua a la gente. La película, narrada a manera de cuento infantil con ilustraciones en el prólogo y en el desenlace, ofrece una mirada delirante, crítica y estimulante a nivel visual que incluye humor, acción, efectos y superpoderes. De este modo, resulta lograda la escena de la casilla de Retiro recortada por los grandes edificios de la urbe y la del tanque de agua. Si bien por momentos el ritmo decae, el resultado es gratificante por tratarse de un producto diferente que construye (y destruye) la figura de nuestro primer superhéroe nacional. Cualquier semejanza con un simple mortal no es pura coincidencia.
La historia del joven pobre y desconocido que de la noche a la mañana se convierte en héroe nacional —parecida a tantos casos de la vida real— es la que da pie a este increíble film, tan original como irónico. Zenitram es una historia fantástica que ocurre en la Argentina del futuro y que habla sobre temas reales: la falta de agua, la incursión de las grandes corporaciones internacionales en el país que van adueñándose de los recursos naturales; la explotación que hacen los medios de comunicación de los casos que salen de lo común y que ayudan a vender más ejemplares; la “avivada criolla” de quien ve en otro la posibilidad de ganar más dinero para sí mismo. Todo contado como si fuera una historieta —lo que permite que la mirada sea más suspicaz, irónica y crítica—, y con un protagonista (Juan Minujín, en el papel de Zenitram) que tiene que lidiar con los poderes que le fueron otorgados y que no sabe manejar muy bien. El héroe sale de los cánones a los que estamos acostumbrados: puede volar pero debe aprender a hacerlo bien; su nuevo papel político y social lo abruma; la fama y su nueva vida lo aturden y pronto acude a la cocaína para sentir que supera todo aquello que le produce miedo o vértigo. La película está basada en el cuento de Juan Sasturaín, quien también participó del guión. Si bien es una coproducción argentina, brasilera y española, Zenitram es argentino desde su origen, y eso queda bien claro a través del uso del lenguaje —tanto verbal como cinematográfico—; de las situaciones y la manera en la que se desarrolla la historia. Las situaciones que se plantean no hacen más que afirmar esta argentinidad. Por otro lado, tiene un elenco bastante heterogéneo; sin embargo, cada uno de los personajes parece haber sido escrito para los actores que los interpretaron. Zenitram es divertida, irónica, diferente; un film que seguramente dará que hablar.
La Argentinidad al Palo Ganadora del concurso del Bicentenario convocado por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, Zenitram: hay un argentino que vuela (2010) concentra todos los elementos propios del criollismo nacional, haciendo un repaso por la historia argentina reciente, siempre bajo un registro paródico y popular que rememora la cultura del todo por dos pesos. Zenitram (Juan Minujín), que significa Martínez al revés, es el superhéroe argentino. Proveniente de la villa 31, un buen día descubre que tiene superpoderes, calza un traje con los colores de Boca Juniors y sale a impartir justicia. Pero, como todo héroe nacional, tendrá que luchar contra la maldad de la opinión pública manejada por los medios, un presidente nefasto (Daniel Fanego) que intenta hacer negocios con el agua -único recurso natural que queda por vender- y revertir la imagen de, como él dice, “este país de mierda”. ¿Qué es ser argentino? ¿Cuáles son sus características principales? En todos éstos tópicos insiste el film dirigido por Luis Barone, siempre bajo un halo grotesco, propio de la idiosincrasia nacional. Zenitram el personaje, no es ajeno a ello es mas, es producto de la cultura de nuestros tiempos. El superhéroe adquiere sus poderes al agarrarse sus atributos, un gesto local si los hay. Al alcanzar popularidad empieza a rodearse de mujeres, drogas y alcohol, e incluso se compara con Maradona y Carlos Gardel utilizando el reviente farandulero en consecuencia lógica al éxito propiciado por los medios. Del mismo modo, y como los personajes mencionados, cae en desgracia y termina internado en una clínica de rehabilitación, pero no será cualquier clínica sino el “Miami Superheros Hospital”. La historia es narrada -o mejor dicho la leyenda- por quien descubre al fenómeno y lo reinventa mediáticamente, el periodista que interpreta Luis Luque. Él juega el papel de impulsor y representante de la joven maravilla argentina creando la leyenda de Zenitram que, como todo superhéroe, debía tener una. Juan Sasturain co-escribió el guión y también interpreta al científico que lo aconseja. Zenitram tira toda la carne al asador en cuanto construcción de identidad nacional se trate (en realidad toda no, ya se está preparando una secuela llamada Zenitram, Samba y Tango) manejando el comic como género aunque por momentos caiga en el melodrama. En esta variación genérica la película desentona un poco. Todo lo que era “tomado en joda” se vuelve serio, cambiando de registro y perjudicando la narración. Pero en cuanto a la línea temática que opera ¿No es el melodrama otro tópico de la idiosincrasia argentina? Además de reproducir los estereotipos -con una mirada que inspira la autocrítica- la película hace alusión a varias etapas de la historia de nuestro país. La década menemista, la dictadura militar, la pelea entre el gobierno y los medios, etc. Todo narrado desde un humor absurdo que provoca reflexionar sobre los acontecimientos mencionados. Zenitram tiene ritmo narrativo, despliegue visual, efectos acordes a lo ambicioso del proyecto y prácticamente ninguna comparación con otro producto fílmico argentino, ya que toma un género propio del país del norte y lo “argentiniza”. En este aspecto Zenitram es único. Sí, como los argentinos.
Fábula del argentino superpoderoso Si Superman es el héroe estadounidense por excelencia, el Zenitram de Barone, Juan Sasturain y Jesús de la Vega viene a patentar un patrón genético inesperado. Todo en el marco de una Argentina devastada, con escenario “gótico justicialista”. La aparición del superhéroe, junto a la figura del vampiro, representa quizá la única mitología propia del siglo XX. Surgidos en los Estados Unidos durante la década del 30, los superhéroes encarnaban los deseos, el ansia y las fantasías de un pueblo corroído por el desastre de la Gran Depresión, que depositaba en ellos su esperanza, pero también su vanidad egomaníaca. Entre ellos, Superman equivale a Drácula: tal vez no sea el primero, pero sí el que reúne por primera vez todos los rasgos de su clase. Algo caído en desgracia ante el fabuloso éxito de sus colegas de Marvel y de su hermano menor, el Batman de Christopher Nolan, Superman continúa siendo el más norteamericano de los superhéroes. Y no por nada es sobre su molde que los creadores de Zenitram le han dado forma al primer superhéroe que responde a un patrón genético inesperado: es incorregiblemente argentino. La historia de Zenitram es la de un porteño cualquiera, Rubén Martínez (Juan Minujín), que trabaja de recolector de residuos en una Buenos Aires colapsada. Ese porvenir que imagina la película no es ni muy lejano en el tiempo ni en sus alcances, si es que todos los caminos conducen a una crisis global: el agua se ha privatizado y se raciona con un sistema de tarjetas magnéticas. Como en las fantasías retro futuristas del cine estadounidense, por caso Blade Runner, el más exitoso de los fracasos de Ridley Scott, o más aun el Brazil de Terry Gilliam, Zenitram combina una construcción social y tecnológica asentada en el pasado (los años ’50 en la Argentina) pero en un contexto futuro, el año 2025. En ese desolador paisaje, Martínez pierde su trabajo de basurero en la primera escena de la película, convirtiéndose en uno más de los millones de roñosos muertos de hambre que se amontonan en una ciudad donde las villas han crecido hasta invadirlo casi todo. Más resignado que asustado por su incierto futuro, esa misma noche Martínez conoce a un extraño entre los mingitorios de un baño público, quien le revela un destino impensado, una personalidad dormida dentro de él mismo. Tras el semi-palíndromo de su propio apellido se esconde “el otro”; frente a un presente de miseria irremediable (el peor de los temores de la clase media vernácula), la fantasía del héroe que tomándose los genitales se vuelve poderoso. Un relato y un gesto que traen a la memoria la historia de superación del último gran héroe argentino, aquel que no duda en sugerir a sus enemigos “que la mamen”. Porque si en Superman se esconden uno y todos los norteamericanos, la vida de Martínez/Zenitram reescribe la fábula del chico que consigue gambetear un destino de hambre y pobreza a partir de un don que es a la vez natural y sobrehumano, sueño común cuya última encarnación resulta Diego Maradona. Pero también pueden ser Palito Ortega, Gatica o Eva Perón. No hay héroes sin masa, sin una multitud que siga sus hazañas con admiración o lo recuerde a través del tiempo, y en ese colectivo soñador también se sostiene Zenitram. La referencia al peronismo es directa: una estética monumental/ministerial que el artista plástico Daniel Santoro, director de arte junto a Martín Oesterheld, ha denominado con gracia y precisión como “gótico justicialista”, es el telón de fondo sobre el que transcurre la acción. Exagerando el gigantismo de edificios emblemáticos, como el viejo Ministerio de Obras Públicas o el imponente Kavanagh, asfixiando a la ciudad con una favela interminable e invadiendo todo con un complejo fondo de íconos peronistas, Oesterheld y Santoro logran crear un espacio de argentinidad reconocible a simple vista. Si a eso se suma un héroe amado por el pueblo aun por sus defectos, de quien el poder político intenta sacar provecho, cualquiera notará que el resultado se parece a un espejo deformante, en el que la propia imagen se ve más gorda o más flaca, sin dejar nunca de ser propia. Es cierto que Zenitram dista de ser perfecta en lo cinematográfico. Será que el trío Barone-De la Vega-Sasturain ha construido un guión que es más grande que la película que podían hacer, un problema económico habitual en el cine argentino. Sin embargo, Barone como director ha tenido buen pulso para poner esa imperfección de su lado. Ha entendido que el sainete era el mejor de los tonos para que los miembros de un elenco sólido (Luis Luque, Daniel Fanego, el propio Minujín, entre otros) pudieran jugar a ser personajes de historieta, lejos de un registro realista. Y justamente Zenitram es una buena película porque no se toma nada en serio. Ni a los superhéroes, ni al peronismo, ni a los Lo bien que hace.
Un superhéroe con poco combustible El relato de Juan Sasturain fue llevado a la pantalla grande en este film como una caricatura del mundo del cómic En la Buenos Aires ultraseca del 2030, Rubén Martínez (Juan Minujín), joven basurero que vive en una villa, descubre en un baño de la estación Constitución que al apretarse con una mano los genitales y al grito de su apellido al "vesre" (como la ya mítica marca de depósitos de sanitarios), se convierte en alguien que puede volar. Pero no es lo único que hace. Al ser descubierto en primera plana por un periodista (Luis Luque) y de esa forma observado con atención por el presidente Olgo Orozco (Daniel Fanego), su vida cambia por completo. Primero se unirá a un viejo científico empeñado en cambiar el curso de las aguas (y recuperarlas para la gente), a la hija del veterano que retorna del exilio con un secreto bien guardado a cuestas, y a Fumetti, un dibujante de cómics (Daniel Santoro). Más tarde será nombrado ministro y se verá comprometido con los oscuros intereses del empresario español (Jordi Mollá) que comercializa el agua potable con tarjetas magnéticas. La adicción a las drogas inducida por el reportero llevarán al superhéroe con nombre capicúa a un centro de rehabilitación de gente con poderes especiales en Miami, donde conocerá a un par suyo en decadencia (Steven Bauer), que hará amistad con él, pero en verdad es un agente secreto. La adaptación del original de Juan Sasturain acerca de un superhéroe que durante los festejos del Bicentenario choca con el Obelisco, si bien con algunos altibajos importantes en materia de diálogos y de cierta falta de ajuste a la hora del montaje, conserva algo del espíritu de cómic que el autor le imprimió al original, pero no alcanza la meta por completo. Lo mismo ocurre con los actores elegidos para recrear sus personajes caricaturescos, desde Minujín y Luque hasta Fanego (el mandatario cínico hasta el caracú). Los efectos hacen juego con esta obra "a la Argentina" que siempre parece atada con alambre y su final, como era de esperar, suena a paradoja o burla, depende de cómo se lo mire. Así y todo, y como las buenas intenciones no se filman, los "peros" superan a las virtudes. En suma, Zenitram es nada más un chiste a la criolla acerca de cómo sería un superhéroe argentino, y como tal, apenas hace cosquillas.
Gran poder requiere gran responsabilidad El filme de Luis Barone trata sobre un héroe que, en el futuro, hace lo que puede. Una Argentina posapocalíptica en la que no hay agua potable -y la que se consigue sale carísima-, sin recursos naturales renovables necesita, cómo no, un héroe. Y el que respondería al y ahora ¿quién podría salvarnos? es un basurero despedido, de apellido Martínez que se encuentra con un extraño personaje en los baños de Constitución -algo quedó en pie-. Y ahí, frente a un mingitorio marca Zenitram, el ex recolector de residuos es advertido de que "Sos el elegido", y descubre que tiene superpoderes. Bah, que tomándose los genitales y mencionando su apellido al revés, puede volar. Y desde entonces se encargará de poner las cosas en su lugar. Si antes quienes detentan el poder no lo ponen a él en su lugar. Zenitram, hay un argentino que vuela juega con el ámbito y los clisés del cómic, pero no se convierte en uno. Con animación al comienzo, luego las escenas en las que este argentino que vuela y se droga, ayudado por un periodista (Luis Luque), y al que el Presidente (Daniel Fanego) quiere en algún lugar de su gabinete, sale por la vida y por los aires a ayudar a los pobres. Hasta donde le da el cuero. Surgido de la pluma de Juan Sasturain, el personaje es un loser nato. Juan Minujín, que está trabajando a destajo en el cine nacional, le pone la cuota de gracia ("Un gran poder requiere una gran responsabilidad", dice Zenitram, parafraseando a El Hombre Araña) y no mucho desparpajo a un superhéroe claramente del subdesarrollo. Las líneas que apuntan a la corrupción y la desmedida ambición de las multinacionales están siempre teñidas de humor, con nuestro arquetípico héroe intentado "cambiar el sentido de las aguas"... Con efectos especiales y chistes de doble sentido, Zenitram, de Luis Barone, nada entre la comedia desembozada y la crítica paródica. Y entre ello, toda una extrañeza es ver a Steven Bauer (el que compartía el protagonismo con Al Pacino en Scarface) como un superéroe estadounidense. Igual, queda claro que el destino de la Patria, si Dios no es argentino, está en ¿buenas? manos.
Más argentino que el dulce de leche ¿Cómo sería un superhéroe argentino?; ¿Qué poderes tendría?; ¿Contra quienes pelearía?; ¿Cuál sería su debilidad? Quizás el escritor argentino Juan Sasturain se hizo las mismas preguntas a la hora de imaginar el destino de un hombre común, Rubén Martinez (palíndromo de Zenitram), de profesión basurero en una Buenos Aires del 2025 devenido superhéroe; o copia sudaca de Superman con calzas azules y capa azul y oro, fiel a la iconografía boquense. Esa Z que corona su traje podría representar su estatus o posición ante el panteón de los superhéroes en serio, incluso por debajo del Chapulín Colorado, con mucho menos astucia que el mexicano y mucha más carnadura humana y porteña que exacerba el típico prototipo de chanta argentino. Por eso si hay algo que no puede refutársele a Zenitram, hay un argentino que vuela, del director Luis Barone, es ese rasgo indeleble de argentinidad y por consiguiente de cine argentino con sus pros y sus contras en partes equitativas. Precisamente para una mejor lectura, el film debe desglosarse separando por un lado las intenciones y por otro los resultados conseguidos en la pantalla. Como no podía ser de otra manera, el llamado a la aventura para Rubén Martinez (Juan Minujin) ocurre en un baño público en el momento en que se acaba de enterar que perdió su empleo de recolector de basura. Allí, un misterioso hombre le anuncia que es el elegido, el salvador, y a partir de ese momento el personaje transitará por todas las peripecias propias de cualquier persona extraordinaria: un ayudante que en este caso será un periodista (Luis Luque) que se convierte en su asesor de imagen (cualquier similitud con Hancock es mera coincidencia) y narrador en off de la historia tragicómica, punto donde se advierte la impronta literaria de la fuente original. Tampoco hay héroes si no hay antagonistas y debido a ello el villano de turno es un empresario español (Jordi Mollá), quien bajo la falsa figura de benefactor que invierte en un país tercermundista -con la complicidad del poder político- pretende apoderarse de las reservas de agua tras una prolongadísima sequía que azota a una desolada ciudad, urbe que refleja la mueca de un sueño de gigantes pensado por hombres mediocres. Esa mediocridad, mezclada con algo de grotesco, costumbrismo, sátira política y tono grandilocuente -que a veces exagera el discurso y otras logra contagiarse del léxico sencillo y lúcido-, motoriza la trama del irregular film de Luis Barone sin resolver qué dirección tomar: la ironía al estilo Todo por dos pesos o una crítica de mayor profundidad reflexiva acerca de la idiosincrasia argentina o el ser nacional. No obstante, la puesta en escena de una ciudad que reúne grandes edificios, monumentos, miseria en las calles y reminiscencias de varias metrópolis cinematográficas, es un aspecto que debe destacarse. No ocurre lo mismo con las desiguales actuaciones, en donde Juan Minujin procura escapar del estereotipo pero no consigue despojarse del fantasma de Maradona que lo sigue cada vez que se pone en pose de héroe.
En medio de la abundancia de superhéroes cinematográficos anglosajones, estaba faltando un representante argentino de tan particular fauna. Pero ya llegó Zenitram, un superhéroe tan criollo como el asado y el mate. Si bien es principalmente una historia de aventuras, la película también satiriza la idiosincrasia nacional. Cómo somos capaces de fabricar ídolos de lanada para después cuestionarlos y destruirlos, y cómo el gigante caído logra sobreponerse para transformarse en una leyenda nacional. El paralelismo más inmediato y más evidente es con Diego Maradona: Zenitram surgió de los barrios más pobres, sus habilidades le permitieron trascender y volverse importante y una inspiración para los más jóvenes; ama a una chica de su barrio (Verónica Sánchez), quien regresa de España con acento de ese país; se codea con los poderosos, empezando por el Presidente Orozco (Daniel Fanego), al punto de volverse un instrumento del Gobierno; sus excesos con las drogas lo conducen a un papelón y debe rehabilitarse (no en Cuba, sino en Miami, y en un hospital para superhéroes), y termina como abanderado en la lucha contra el corporativismo (representado por Jordi Mollá). Por otro lado, aquí también podemos ver cómo los políticos manipulan a las masas según sus intereses, cómo lucran con determinadas situaciones. En Zenitram abundan homenajes, pero sin tapar la historia. El narrador de la película —un periodista chantún pero bueno, encarnado por Luis Luque—, crea una historieta, y en la editorial hay referencias a Hora Cero, mítica publicación donde trabajaban pesos pesados del noveno arte (y del arte en general) como Héctor German Oesterheld y Francisco Solano López. Por supuesto, inevitable mencionar a Superman, ya que Zenitram tiene poderes similares: vuela, ve con ojos de rayos X y su fuerza parece ilimitada. Juan Minujín demuestra que es un actor versátil, uno de esos intérpretes que no teme tirarse por un acantilado. Hace de Rubén Martínez / Zenitram un muchacho humilde y algo torpe al que las circunstancias lo llevan a calzarse el traje de esperanza nacional. El resto del elenco tampoco es para ignorar. Además de los mencionados Fanego, Mollá y Luque, se destaca Steven Bauer. Toda una generación conoce a este actor cubano por haber sido el amigo de Tony Montana (Al Pacino) en Caracortada. Aquí se pasa como un ex superhéroe como el Hombre de Goma de Los Cuatro Fantásticos. También hay cameos de Melingo, José María Muscari, Sandra Ballesteros, Edda Bustamante y Jorge Dorio. ¿Zenitram es para niños? No. Se habla en un lenguaje autóctono, con alguna que otra palabrota, y hay algunos desnudos. Aunque es verdad que los chicos ya están curados de espanto. Dato inútil: Zenitram era una marca argentina de mingitorios. Además, es el anagrama de Martínez, el apellido del muchacho. En este año de superhéroes anticonvencionales —en breve se estrena Kick Ass—, Zenitram no debe pasarse por alto. Porque, como dice el personaje de Luque: “(Ruben Martínez es) Un boludo más, pero especial”.
Más boludo que especial Rubén Martínez (Juan Minujín) acaba de perder su trabajo de recolector de residuos y se interna en los baños de Constitución. Allí, contra los mingitorios, lo aborda un sujeto misterioso: le dice que tiene algún tipo de poder, que no es alguien del común. Es más, le sugiere que diga su apellido al revés y que vea qué pasa. Rubén lo hace, es verdad, pero en realidad se mofa del fulano: se agarra los genitales en clásico gesto “¡tomá de acá!” y dice “Zenitram”. Y sí, finalmente el hombre vuela. Ese mismo hombre que minutos antes, durante un muy bonito prólogo animado, la voz en off de Luis Luque había definido como “un boludo más, pero especial”. Y precisamente ese, más allá de las falencias narrativas y de registro, es el principal inconveniente que tiene Zenitram, el film de Luis Barone. Si bien hay interesantes ideas para destacar en esta sátira de los superhéroes con un Superman criollo, el escollo que encuentra la película está en una de sus premisas. El film arranca y termina con secuencias animadas y allí, a manera de prólogo y de epílogo, la voz del mencionado Luque deja en claro el nivel de pauperización de la vida por estos lados del mundo. El asunto es cómo hacemos para que el espectador tome a ese “un boludo más, pero especial” como alguien realmente especial, ya que donde más empeño se hace es básicamente en su parte boluda. Más aún, la voz en off de Luque pertenece a Javier Medrano, el periodista que toma a Zenitram/Martínez y lo convierte en ídolo popular. Y el personaje de Medrano tiene demasiadas idas y vueltas como para que podamos confiar en él: el periodista tiene que pasar de escéptico (porque no cree) a cínico (porque quiere hacer plata con el freak), para finalmente volverse el mejor amigo del superhéroe (porque lo ayuda en su redención final). Pero entonces, cómo tener empatía con lo que pasa si Medrano tilda al héroe de boludo con poderes. Ese tono canchero de la voz en off es lo que impide que el espectador mantenga algún tipo de conexión con el film: recuerda demasiado al miserabilismo del peor humor nacional, ese que de tan misántropo termina por no generar nada. Más allá de esta barrera que la película construye, hay un relato. Y uno con bastantes ideas, al menos temáticas. Con Zenitram pasa en muchos momentos que se hace demasiado evidente la falta de un presupuesto mayor, para que los acabados técnicos suspendan la incredulidad y permitan que uno crea en lo que ve. Así uno se queda con la historia del muchacho humilde que descubre sus poderes, se convierte en ídolo popular y finalmente se tiene que ir del país porque no lo comprenden. Cualquier similitud con los ídolos que nos hemos sabido conseguir, no es casualidad. Porque si bien el universo que plantea el film tiene que ver con un futuro donde una empresa privatiza el agua y hay que comprarla con una tarjeta, y la reflexión mayor pasa por ver qué lugar puede ocupar una persona especial en un contexto de escepticismo tercermundista, de lo que quiere hablar y lo que mejor le sale a la película de Barone, es precisamente cómo los argentinos construimos mitos desde una posición pagana, aunque siempre necesitada de un Dios. El tema pasa por tener un referente a mano para celebrar o demonizar. No otras cosas simboliza el ascenso y caída de Zenitram. Surgido de la mente de Juan Sasturain, el film se apodera de una iconografía peronista y cercana al nacional-socialismo con sus grandes monumentos y sus edificios paquidérmicos, para entablar un diálogo con el presente. Si bien la referencia política surge precisa y directa, los mayores inconvenientes están relacionados con el hecho de lo que uno puede esperar a esta altura de una película sobre superhéroes. En ese territorio, a Barone le falta imaginación como para poder lograr, aún dentro de las limitaciones de presupuesto, imágenes contundentes y momentos con peso propio. La acción casi no existe, o en el caso de que esté presente, lo estático domina la escena. A Zenitram, como película de género, le lleva una hora entrar en ritmo. Recién ahí comienza a construirse un relato sobre la base de los cuentos de superhéroes, con la reencarnación de algún personaje en un alter ego más superheroico, y es donde Barone se encuentra más afiatado y logra contar con más ritmo. En esos primeros 60 minutos la película avanza más por concepto que por pericia narrativa: la relación entre Martínez y Medrano nunca termina de parecer real, misma situación se puede dar con la forma distante con la que se muestra la adicción del superhéroe a la cocaína. Y para colmo de males, está esa maldita voz en off sobradora que aquí y allá sigue burlándose del personaje y de sus posibilidades. No está mal, en todo caso, una mirada cínica sobre el género. El inconveniente es que ese punto de vista no funciona en el plano en que se plantea la situación del protagonista: ¿es posible un héroe de las clases humildes? Si bien Zenitram tiene más ideas que el 90 % de la producción nacional que se estrena anualmente, dentro del universo en el que pretende jugar tiene demasiadas fallas como para considerarla una buena película. Apenas es un soplo de aire fresco genérico y un muestrario de posibilidades para el cine de entretenimiento nacional.
La idea del filme era atractiva: un superhéroe argento, anclado en el año 2025, y con la misión de retornar el agua potable, en grave faltante. Pero sólo se quedó en buenas intenciones. Lo más logrado fue la articulación de lo político y lo mediático para cambiar la realidad e intentar modificarla a su gusto, como se manifiesta en estos días. Y quizá el error más grave fue no animarse a darle una tónica de novela negra, como era el guión original de Juan Sasturain y Luis Barone. El otro guionista, el español Jesús de la Vega le agregó los pasos de comedia, y quizá banalizó demasiado la lectura del argentino medio. Zenitram toma cocaína, tiene un amor no correspondido y es el más antihéroe de los superhéroes. No fue suficiente para llegar a una buena película.
¡El que no salta es Superman! Zenitram dirigido por Luis Barone, es el original film ganador del Concurso del Bicentenario organizado por el INCAA. El guión, basado en una historia de Juan Sasturain, tiene a Juan Minujin en el rol protagónico y cuenta con curiosas participaciones como la de Jorge Rulli y la del artista plástico Daniel Santoro. Se suman los actores Luis Luque, Daniel Fanego, los españoles Jordi Mollà, Verónica Sánchez, y el cubano Steven Bauer. La idea de que exista un superhéroe argentino surgido bajo el techo de chapa en un barrio pobre, es atractivo para una comedia con toques de historieta e intenciones paródicas. Si además sus proezas se contextúan en el mundo próximo del año 2025, una época donde el agua es un artículo de lujo – la poca que hay se compra con tarjeta de crédito – por culpa de los negocios espurios del gobierno con un monopolio denominado WaterWhite, están dados los elementos para una caricatura que coquetee con la actualidad aludiendo a lugares comunes del imaginario argentino. El argumento de Zenitram promete y tiene visos interesantes. Reflejo de una sociedad disgregada y algo apocalíptica en la que cada cual piensa en sí mismo, surge este héroe maltrecho, algo torpe y sin ningún tipo de idealismo. Es Martínez (Minujin), un joven que acaba de perder su trabajo como recolector de basura y que recibe en los baños de Constitución, poderes, entre ellos el de dominar el agua por lo que podría invertir el curso de la historia y de ahí su nombre, Zenitram. Un nuevo héroe que en medio del individualismo, la atomización y un poder decadente, encuentra pronto sus límites. Acorralado entre el hastío personal y los intereses ajenos, su deseo sólo se focaliza en poder conquistar a su novia de la infancia. Un periodista (Luque) que le abre la puerta grande de la popularidad, consigue que Zenitram sea miembro del gabinete en el cargo ad hoc de Ministro de Asuntos Extraordinarios del gobierno corrupto y antinacional del presidente Orozco (D. Fanego), en obvias alusiones a un presidente argentino. El protagonista está lejos de ser un justiciero social pero le deprime responder a esos oscuros intereses. De la villa a la fama, a Zenitram le sobreviene la angustia y también la cocaína (¿suena conocido?). Y como a todo héroe le llega el ocaso, éste sucede luego de estrellarse contra el obelisco en medio de un acto oficial en la 9 de julio y quedar expuesto a su adicción. Acto seguido, sus días pasan en un centro de rehabilitación de superhéroes en Miami. A su vuelta, ahora sí para salvar a la Argentina de los despiadados intereses extranjeros (el villano del agua es un español), se enfrenta con su antiguo compañero de rehabilitación, un cubano retirado (S. Bauer) que procede en nombre de un sindicato de superhéroes. El hecho que desencadena el final de la película, convierte al centroamericano en una suerte de entregador que ciertamente no deja bien parado a los cubanos, a los sindicatos ni tampoco a los héroes, aunque estén retirados. El único personaje preocupado en un proyecto colectivo, obsesionado por inducir una lluvia y así tener agua, es el que interpreta Jorge Rulli, aquel militante de la Juventud Peronista de la época de la resistencia, perseguido y secuestrado. Rulli, quién ya fuera protagonista en el 2002 de un documental también de Luis Barone, Los malditos caminos, sobre la historia del padre Carlos Mugica, del militante José Luis Nella y de Lucía Cullen, actúa representando a quién cuestiona el poder desde un lugar insobornable elaborando un conocimiento que puede ser la llave de la liberación. Este rol es un guiño que entrecruza características del militante real, hoy abocado en reclamos ecologistas, y el personaje del film que por significar un peligro a los intereses dominantes, termina siendo secuestrado. La escenografía, eficientes efectos especiales y una costosa producción hace de Zenitram, una película atractiva en muchos pasajes de la película, mixturando muy buenos dibujos de animación en el principio y final de la historia, partes de una historieta – dibujada por Santoro, quién hace de sí mismo - y una estética futurista para los tramos que muestran una ciudad resignificada en simbolismos peronistas. En la Buenos Aires del 2025, con un halo modernizado de los años 50, reina un aire épico pero decadente. La nueva fisonomía urbana muestra multiplicación de edificios similares al mítico Ministerio de Infraestructura y Obras Públicas – aquel de donde daba los discursos Eva -, oscuros bustos parecidos a Perón en los despachos corruptos de los políticos, una especie de ave Eva que domina como insignia los capots de los autos de lujo y hasta un Monumento al Descamisado, más alto que el obelisco, que se erige dominante y absurdo. ¿En qué nos hemos convertido? – parece decir la película, desde la Argentina, la Argentina; desde el peronismo, el peronismo. Zenitram es una película novedosa dentro de la filmografía argentina. En línea, se me ocurre Adiós querida Luna de Fernando Spiner, un poco también con La Antena o La Sonámbula (aunque sin la densidad de ésta) y no muchas más. Tal vez no sea excelente, falle en algunos tramos y principalmente, en abandonar a la historia y a los personajes en función del gag. Pero, es un buen intento de ampliar el registro de tonos y de géneros del Cine Argentino. Quizá si se hubiera animado a ser una película destinada al público infantil, lo que haría que también sea vista por los adultos (por lo que los guiños políticos tendrían destinatario), Zenitram sería un film que aspiraría a tener más proyección. En cualquier caso, es complicado cuando un ramillete de giros ingeniosos prevalece por sobre la historia de una película.
Desventuras de un imposible superhéroe argento Es mucho lo que desde la historieta argentina podría hacerse en materia de cine. En este sentido, la misma Zenitram desliza guiños -tan obvios como ajenos a su argumento acerca del tema. Pero, sin dudas, la mejor película sobre historieta argentina será aquella que olvide a los cuadritos y se entienda como cine propiamente dicho. Habrá que hacer justicia al decir que si bien Zenitram tiene que ver con el mundo de las historietas, lo hace desde una mezcla acriollada del estereotipo del superhéroe norteamericano. De la inventiva del cuento y guión de Juan Sasturain, emerge un personaje con superpoderes que, en verdad, es un "boludo cualquiera". El relato, desde el off del actor Luis Luque, despierta un interés que, vanamente, el film intentará mantener. Zenitram despierta a sus dones mágicos luego de pronunciar el anagrama de su apellido, revelación que en un baño maloliente el ángel tanguero de Daniel Melingo le sopla al oído. Hay montones de referencias a los lugares comunes de Superman y sus amigos: el diario ("El Tiempo"), la palabra mágica (Zenitram/Shazam!), la metrópoli (de futuro retro como Ciudad Gótica), la femme fatale, el archienemigo, etc. Pero la mezcla que de ello resulta se vuelve rápidamente aburrida, sin chispa, con resoluciones que no tienen en claro hacia dónde, cinematográficamente, dirigirse. El problema, en última instancia, radica en el film como totalidad, como proyecto que no puede plasmar verosímilmente el mundo de historieta de un imposible superhéroe argentino, destinado a salvar a su país de las corporaciones y del control sobre el agua. Para el caso, y en función de ejemplos mejores, bien valdrá la pena recordar cómo los incorregibles responsables de Filmatrón (2007), con Pablo Parés a la cabeza, perfilaron un film tan low budget como celebratorio del mundo de los cómics -algo de lo que el realizador Luis Barone demuestra estar tan ajeno ; así como contraponer la artesanía plástica del director Esteban Sapir y el expresionismo silente de La antena (2007) a la fallida reconstrucción retro que de la Buenos Aires del 2025 Zentiram propone, con situaciones tan cercanas como lejanas a Sin City (2005). Es más, si nos detenemos en el caso de los efectos especiales, la pregunta necesaria será acerca del porqué de la innecesariedad de incluirlos en un film como éste, donde todo -desde el mismo personaje remite a lo barato y a lo atado con alambre. Las resoluciones visuales son tan poco creíbles, tan "pobres", que no se sabe muy bien si están hechas a propósito. Más el amontonamiento que significan las referencias a la supuesta argentinidad, a saber: virgencita, foto de Evita, camiseta de la Selección, techos de chapa, barriga, monumento símil descamisado y, por supuesto, la mención a Perón. Todo mezclado, todo revuelto, y con una ironía que, por dicha y subrayada, no termina por surtir el efecto que de ella se espera.
Una idea y un conjunto de temas interesantes podrían haber generado un filme mejor. Basada en una historia original de Juan Sasturain, este quinto largometraje de Luis Barone, tiene un origen tan interesante como fallida es su realización. Podría este humilde crítico sugerir que muchas de las decisiones que forman parte del proceso de producción aparecen, al mirar la película, erradas. Vamos por partes. Zenitram (Martinez al vesre), es un súper héroe. Argentino, porteño más precisamente, es un humilde joven a quien se le revela, en un baño de estación, el secreto que oculta, tras su aspecto común y a su presente frustrante. Ser un súper en Buenos Aires no es lo mismo que serlo en Washington o Nueva York. De algún modo, aquí está lo que la idea original pretende trabajar, pero que se pierde en un guión pobre, con diálogos obvios, con ideas poco elaboradas, y líneas temáticas que por simples y maniqueas, se hacen inútiles dramática y políticamente. En un futuro cercano - y decadente - el mundo carece de agua. En Argentina el recurso ha sido privatizado y está en manos de un empresario español, que obviamente lucra con cada gota de agua que consume el pueblo. Martínez / Zenitram es amigo de don Mingo Arroyo, inventor que cree haber descubierto como terminar con la sequía, con lo que el poder de Frank Ramírez podría acabarse. Mientras el súper héroe intenta dominar sus poderes, un periodista se acerca a él para ayudarlo, y a su vez, aprovecharse de tal relación para conseguir poder y dinero. Martínez, al convertirse, sueña con emigrar a Miami, donde el reconocimiento a los súper poderosos es diferente. Pero él carga con la marca trágica del súper héroe porteño. Así deriva, casi inexplicablemente, perdido por las drogas, el alcohol y las mujeres. Zenitram, condenado a ser un burócrata de ministerio, modo en el que es incorporado por el sistema real de poder, termina confinado en una clínica de recuperación para súper héroes. El guión mezcla de todo un poco, y lo hace mal. Las ideas sobre cierta condición porteña del héroe, la corrupción, el poder político y el poder real, el amor, la ecología y las batallas del agua, el origen popular de los héroes “reales”, y la propia intención de considerar al argentino como el único súper héroe que puede salvar a la humanidad, todo ello podría haber sido contado de mejor manera. Pero si el guión es pobre, la realización no mejora el trabajo. Las elecciones en el armado del elenco, entre profesionales y no profesionales, parece ser un juego de complicidades y equívocos, que no aporta nada interesante. Así se convierte en un conjunto de “guiños” inútiles. El muy respetable luchador político y ambientalista, Jorge Rulli, interpretando a don Mingo, el inventor ecologista, puede significar algo para los muy informados, pero dramáticamente se desfasa con otras actuaciones, que están planteadas en un registro más profesional (lo mismo ocurre con la auto representación de Daniel Santoro). La fotografía de la película es un pastiche, la imagen oscila entre una presencia clara, limpia y nítida, y ocasiones en la que se hace oscura, granulada, todo sin responder a condición alguna de orden narrativo. Todo regado con una voz en off, que explica lo que se ve, al punto de que un supuesto chiste de cierre de la película, anticipa su remate en las imágenes que cuentan lo que la voz dice un largo rato después. De este modo una idea interesante y un conjunto de temas que podrían armar un mejor proyecto, más algunas actuaciones muy interesantes (especialmente Fanego y Luque) y un buen uso de efectos especiales, terminaron en una película pobre y aburrida. Es una verdadera pena. Ojalá sirva como principio para otros intentos que logren conformar una obra mayor a esta.
Buenos Aires, año 2025. Una gran corporación domina el agua y somete a toda la población a pagar por el vital elemento. En los baños de Constitución, un recolector de residuos que acaba de perder el trabajo descubre que tiene superpoderes y se convierte en un superhéroe. Claro que el pibe, Zenitram, es un bardo que tiene miedo de volar, empieza a falopearse, se estrella contra el Obelisco y se deja utilizar por un inescrupuloso periodista. Absurda comedia argenta a la que, curiosamente, la falta de ritmo y de punch en los gags le juegan en contra y la transforman en algo más gracioso de contar que de ver. Los FX son muy buenos. Por ahí anda Steven Bauer, el recordado Manny del “Scarface” de Pacino/De Palma, pero solo dura en pantalla pocos minutos. Interesante, pero fallida.
Luis Barone es un director extraño… y maldito dentro del cine nacional. Su filmografía no es precisamente destacable, aunque tuvo un meritorio reconocimiento gracias a Los Malditos Caminos (2002) un extenso y abarcativo documental. Pero también tuvo una interesante ópera prima: 24 hs, Algo está por Explotar (1997). Pero la maldición comenzó con El Tigre Escondido (2003), un thriller filmado en el Tigre, que nunca pudo estrenarse porque en la película actúa, Omar Chaban. Esta fue la insólita y única razón por la que la película nunca pudo exhibirse públicamente, Tras varios años de post producción, al fin se pudo estrenar Zenitram, ambiciosa co producción española sobre el primer superhéroe argentino llevado al cine oficialmente, abriendole las puertas a El Eternauta (¿la dirigirá Enrique Piñeyro?). Pero Zenitram está lejos de ser una película pensada para las masas y un público infantil adolescente. Entre un tono seudo bizarro, el clase B, el homenaje y la burla hacia los superhéroes estadounidenses, se filtrea una burda sátira social, que se ríe de los argentinos y nos describe de la forma más surrealista posible, anclándose en las costumbres, el vocabulario y las tradiciones icónicas. Se trata de una película costumbrista con elementos de ciencia ficción y mensaje ecologista (Barone estuvo involucrado en Sed Invasión Gota a Gota, documental de Mausi “Martinez” sobre la escasez del agua). La película nunca intenta trascender como una obra popular, capaz de ser el “éxito” de las vacaciones. Casi es lo opuesto, y el problema de la película es una falta de coherencia narrativa y de intensiones. Parecen viñetas de historietas aisladas. Divertidas ideas inviduales e independientes sobre un tema utópico (como sería un superhéroe argentino) a las que les falta un nexo. Excelentes, imaginativas y ocurrentes decisiones son resueltas a veces, con escenas insípidas, que no terminan de cerrar. Como el chiste que empieza bien y al final no alcanza el nivel inicial que tanto prometía. A su vez, no se logra comprender si Barone quiso crear una comedia bizarra pretenciosa al mejor estilo Alex de la Iglesia, o una propuesta clase Z como las joyitas de Farsa. Y por este motivo, por ser demasiado abarcativo en las subtramas, en personajes, en intenciones, en incluir chistes, es que la película se pierde… vuela demasiado alta, pero cae en pozos de aire. Uno recuerda por momentos a El Día de la Bestia o Acción Mutante, en otras escenas uno cree estar viendo Plaga Zombie, con el costumbrismo de Esperando la Carroza. Pero también tiene esa falta de cohesión que tenía, por ejemplo, The Spirit de Frank Miller. La estética, a la vez, mezcla el retrofuturismo de Superman (a la vez, hay citas textuales a la película de Donner de 1978 y la “remake” del 2006). Hay personajes que aparecen y desaparecen de la nada (El Presidente interpretado magníficamente por Daniel Fanego) y otros cuya aparición es demasiado forzada como The Thinner (¿Qué hace ahí Steven Bauer?). En cambio la misteriosa e inexplicable aparición del “empresario” que le da los poderes a Zenitram y nunca más aparece es un acierto… justamente por el misterio que despierta. Pero, a pesar de la confusión en la logística del guión, algo funciona de forma indefectible: el humor, la ironía, el sarcasmo. La burla hacia los símbolos. No se salva nadie, ni los recolectores de basura, ni las empresas extranjeras que nos roban el agua (¡Es cierto! Este futuro no me parece demasiado delirante), ni los Kirchner, ni los periodistas vividores, ni los conductores faranduleros… ni Maradona se salva. Realmente tiene escenas y ocurrencias desopilantes. Las interpretaciones son irregulares. Mientras que Minujin y Luque se lucen en sus roles protagónicos, al igual que Fanego y Jordi Molla como los villanos, es realmente una lastima que la lacónica, inexpresiva, aunque bonita, Verónica Sánchez sea “la chica” de turno. No convence ni un minuto su presencia delante de la cámara. Error de casting serio forzado por el convenio de co producción… y completamente desenfocado aparece Bauer, en un intento fallido por tener una “estrella” de Hollywood que pueda hablar español. Zenitram es un gran despliegue nacional que no sé si va a poder cubrir los gastos de producción. Se trata de un film, al que le va a costar encontrar su público. Porque entre los homenajes al cómic nacional, el humor político (definitivamente, el punto más alto de su argumento), la crítica a las empresas multinacionales y efectos especiales, tan absurdos y elementales al principio, pero bastante bien resueltos en el final, se encuentra una película entretenida, interesante, pretenciosa y al mismo tiempo nostálgica. Increíblemente extraña es la sensación con la que sale el espectador tras su exhibición. Satisfactoria, pero a la vez, incompleta. Varias buenas ideas con resultados ambiguos juntos en un experimento que uno intuye que podría haber sido mejor, pero a la vez mucho peor, mucho más solemne, grandilocuente y decepcionante. Este Zenitram no deja con la boca abierta, no es asombrosa y no se nota que haya sido esa la intención de sus realizadores. Sin embargo, no me extrañaría si de acá a 15 años (época en la que transcurre la historia), se convierta en una película de culto: mientras estemos pasando nuestras tarjetas de crédito por encima de las canillas para sacar un poco de agua, la basura cubra nuestras cabezas, alguien prometa limpiar el Riachuelo… diremos… como necesitaríamos, entre nosotros a un… Zenitram.
Los primeros minutos de la película asustan un poco, ya que parece que vamos a ver un producto malísimo, pero a medida que pasa el tiempo, uno empieza a meterse en la historia, ya que...
Para quienes nacimos a fines de los ‘80 y crecimos en la pantomima socio-político-económica que pergeñó el monarca Carlos I de Anillaco, Buenos Aires es una ciudad que no ha cambiado demasiado desde que la madurez nos dotó de memoria. Repasemos: cuesta imaginar a Puerto Madero como ese muladar donde se apelotonaban ratas y descansaban inertes grúas como mudos testigos de una prosperidad indescifrable, o las calles con adoquines, o los teléfonos públicos a cospel, o los colectivos sin máquinas expendedoras, o un servicio ferroviario acorde con la distribución demográfica de la megalópolis capitalina y su correspondiente cordón provincial. Esto acapara mi atención en demasía, sobre todo si habitamos uno de los países menos densamente poblados del mundo (en la International Data Base de Estados Unidos rankeamos en el 192º lugar sobre 226 poblaciones, entre países, colonias y principados). Pero los grandes se quejan de eso. Dicen que viene desde antes. Revisando libros de historia, me enteré que es verdad. El problema es tal desde hace cuarenta años. A riesgo de que el lector tilde este texto de menemista, es necesario decir que Menem no puso sino la cereza a un postre cuya cocción comenzó cuatro décadas antes, cuando Arturo Frondizi implementó el Plan Larkin. Años más tarde, el neoliberalismo de la última dictadura militar de Martínez de Hoz y el mencionado patilludo con la fiebre de las privatizaciones decorarían la receta. Para mas información, resulta ineludible La última estación, la más imprescindible, por lo que cuenta y la forma en que lo hace, de los cuatro documentales que conforman el fresco socio-económico-político de Pino Solanas. Todo esta perorata viene a cuento de una de las escenas que abre Zenitram, donde Rubén Martínez, hombre poco perspicaz y de no demasiadas luces, recibe la misteriosa visita de alguien que le asegura que se convertirá en el primer superhéroe argentino. No voy a ahondar demasiado en la imposibilidad del anclaje temporal que presenta el diseño de arte de Daniel Santoro y Martín Oesterheld, que mixtura la liturgia peronista del primero, férreo militante e ideólogo de la recreación del avión Pulqui que retrató Alejandro Fernández Mouján en la película homónima, con la distópica visión del segundo, quien lleva en los genes la imaginación de su abuelo Héctor, creador de El Eternauta. Tampoco en el tono oscilante entre el homenaje comiquista con la sátira socio-económico-política del ser argentino. Menos en su condición de OVNI, un auténtico objeto visual no identificado, quizá la película más exótica que dio el cine argentino en los últimos años, quizá motivo principal de su ya nimia carrera comercial. A una semana de su estreno, vendió apenas cinco mil setecientos tickets en más de treinta salas. Sí prefiero centrarme en la cosmovisión que propone Luis Barone y equipo. La escena en cuestión trascurre en el baño de Constitución, punto neurálgico del transporte urbano donde cada día cientos de miles de personas arriban desde el sur del conurbano para enlazar con alguna de las varias decenas de colectivos que se apelotonan en las dársenas de enfrente. Barone abre aplicando un plano general con el fin primordial de ubicar espacialmente al espectador, que decrementará su graduación hasta terminar en el baño: como en la ciencia, el cine va de lo general a lo particular. Lo que se ve es un tremedal de inmundicia: un techo ajado por el tiempo y herido por infinitos agujeros sostenido por un decimonónica estructura metálica oxidada que oculta cualquier vestigio de mantenimiento o pintura; una iluminación insuficiente provista por los escasos portalámparas que aún conservan la lumbre que les da sentido; el piso sucio ya no por desidia actual sino por negligencia de origen incierto. Se ven rieles casi tan viejos como la patria, quizás el único elemento que conserve un brillo que hoy, a la luz de la penuria cotidiana, peca de anacrónico. Sobre ellos reposan mastodontes de hierro, caballos de Troya con que millones supieron ingresar en la fortaleza capitalina durante los más de sesenta años que llevan prestando servicio. A lo lejos hay una locomotora descascarada que llega tosca y tambaleante, como si le diera vergüenza arribar a tan tétrico destino. Se oye un sonido irregular que retumba con descaro. Esa bocina que supo imponer respeto de automovilistas y atención de transeúntes desprevenidos es el bramido doloroso de una mole férrica cansada, harta del esfuerzo vano y el descuido crónico. Como amante de los trenes y ex trabajador ferroviario, sentí la triste certeza de que esa escena se mantendrá cotidiana durante tres lustros. Cambiará todo para que nadie cambie. Los trenes serán privados, públicos, mixtos, pero seguirán igual. La diversión con Zenitram me resultó imposible por el extraño mérito de Barone, el ilustrador del pavoroso retrato de lo que, a esta altura, es irredimible.
maquinas para gimnasio Cyberdine - click aqui Permítanme comenzar mi review de una manera un tanto pedante. A final de cuentas, he leído a tantos pelotud... atómicos con aires intelectualoides que han analizado a Zenitram de una manera tan equivocada, que considero que tengo derecho a justificar mi análisis en términos un poco más coherentes. Esos periodistas serán buenos críticos de un Bergman o un Allen, pero acá nosotros escribimos todo el tiempo sobre cine fantástico, así que paren un poco de mandar fruta y escuchen un poco más a la gente que está especializada sobre el tema. La raíz del tema es que hay un problema de incompatibilidad entre la cultura Argentina y la temática de género (sci fi, terror, policial, etc). Vale decir, una enorme mayoría de géneros están asentados en raíces norteamericanas o europeas, y no se pueden transplantar tal como son (salvo que sea en tono de comedia). Usted no puede poner un detective privado en Buenos Aires o un vampiro en Bariloche porque eso sería ridículo (aunque hay gente que lo ha hecho, y así le ha salido). Eso no quita de que haya versiones autóctonas de ciertos géneros - Borges cultivó el policial y la temática fantástica con un fuerte gusto argentino; Oesterheld nos dió su alegórica historieta El Eternauta, Mosquera R. nos regaló Moebius -; pero dejando de lado esos casos, en la mayoría del resto lo que se hace es crear híbridos, versiones tomadas tal cual de sus moldes yanquis a las que se le agrega porcentajes iguales de cultura criolla y autoparodia. Esto resulta fundamental para que la versión "a la Argentina" logre superar con vida la barrera de los clichés del género - imaginen a Superman buscando una cabina telefónica en Buenos Aires -. El que sabe mucho de esto y ha lidiado con éxito con las dificultades de nacionalizar géneros sin caer en lo ridículo es Damian Szifron. Acá Zenitram (basada en un cuento de Juan Sasturain que data de 1996) es un híbrido que entra en la última categoría antes mencionada. El gran riesgo con la nacionalización de géneros es que a veces uno se engolosina con la cuota de cultura criolla que agrega (que sirve para satirizar a los clichés del rubro), y que puede llegar a generar un bofe bíblico como Adios Querida Luna, llena de chistes intelectualoides que sólo le hacen gracia a su autor (¿alguien se rió cuando golpeaban al alienígena con el videojuego del Maradona virtual pateando penales?). Aunque Zenitram amenazaba bastante con caer en esos mismos derroteros, por suerte el filme de Luis Barone tiene una riqueza bastante importante de ideas, lo cual no quita que no tenga su propio caudal de problemas (y algunos de ellos realmente serios). Acá hay un muchacho de la villa, al que un día alguien le da superpoderes como en una versión criolla de Shazam - grita su nombre al revés y ya se transforma -. No hay explicación de quién lo hizo y por qué a él, quedando simplemente como el deux ex machina que impulsa la historia. Así mismo recibe la misión de reintegrar el equilibrio del mundo, devolviendo la posesion del agua a la gente. Pero el pibe no es muy brillante, vuela como puede, tiene superfuerza, supervista y supertodo pero no sabe manejarlo. Al toque está la prensa dando vueltas, y allí aparece el periodista Javier Medrano, el que termina por transformarse en una suerte de mentor y manager. El corrupto presidente de la nación (Daniel Fanego, que se relame con su papel) procede a salir en la foto con él y le inventa un ministerio para que se le pegue un poco de la popularidad del muchacho; y, a su vez, el siniestro empresario español Daniel Durban procede a bajar sus líneas de envilecimiento hacia Medrano y Zenitram. Y mientras el muchacho está cada vez más sacado por la droga y el poder, descuida las necesidades de la gente y el objetivo de su misión. Mal día para que Superman deje la falopa. Juan Sasturain demuestra que es un escritor inteligente y que maneja los códigos del género de superhéroes. Como aquí hay superhéroe pero no supervillano, el relato debe funcionar como una alegoría (algo que han demostrado las películas de Godzilla de 50 años a esta parte). Acá Sasturain se dispara con una versión alegórica de la Argentina menemista de los años 90, mezclando en la volteada a Maradona, el Guillote, y los temibles inversores españoles de la época (¿alguien dijo Iberia?), y todo esto salpicado por los clichés del género de superhéroes y toques de picardía criolla. Es en esos momentos cuando Zenitram funciona, provocando más sonrisas que risas, ya que toda la situación nos es inconscientemente conocida pero nos resulta simpático el maquillaje que le pusieron. Pero Zenitram posee dos graves problemas que la lastran y terminan por frustrar casi todos sus esfuerzos. El primero es el de un par de perfomances horribles. Mientras que Luis Luque le da el tono justo al relato con su voz en off, Fanego se regodea con su presidente populachero, y Minujin llega con lo justo para su superhéroe, por el otro lado Verónica Sanchez arruina completamente cada escena en la que aparece. Posee química cero con el protagonista, es antipática y carece de carisma. El otro que tampoco ayuda es Jorge Rulli, ya que su profesor distraído es tan monocorde y aburrido que es soporífero. El segundo problema importante de Zenitram es el clímax, que es abrupto y deja un montón de historias sin cerrar. Quizás el tema pase porque el relato sólo funcionaba como alegoría menemista y, cuando debe apartarse de ello para cerrar su porción original de la historia (los superpoderes y el regreso del agua), se desmorona violentamente. La inclusión con calzador del superhéroe yanqui retirado que compone el cubano Steven Bauer es una clara señal de que los guionistas no sabían como darle un cierre a todo. Zenitram es una aventura a la que aquí calificamos con cuatro atómicos en un exceso de generosidad, simplemente porque el 90% de la película funciona de manera bastante competente, hay unas cuantas ideas interesantes, hay un par de momentos buenos, y los efectos especiales son impecables para una producción made in Argentina (atenti al auto Justicialista que conduce Verónica Sanchez, que es una rareza total). Pero el 10% restante (el final) es terrible y desbalancea seriamente los méritos de la obra al punto de ponerla en riesgo de naufragar. Las conclusiones serían: ¿es interesante? Sí, como curiosidad y en un sentido bastante nerd. ¿Es cómica?. No mucho, tiene un par de momentos, y el resto del tiempo es simpática. ¿Es recomendable?. ¿Vale la pena ir al cine?. Y... yo le diría que, salvo que sea un ultrafan de la Marvel o la DC Comics (o le sobren los 30 mangos de la entrada a un cine), dése un tiempo y espere a a que salga en video.
Héroe nacional y popular Juan Minujín se calza el traje de Zenitram, un superhombre algo torpe que le hace frente a su destino de ser argentino. "Con un poco de humor es más fácil decir cosas terribles", reflexionaba hace algún tiempo el director argentino Luis Barone. Será por eso que eligió un cuento corto de Juan Sasturain para llevar a la pantalla grande al primer superhéroe vernáculo de carne y hueso, un argentino que deberá hacerse cargo del destino que le tocó en suerte y luchar contra un presente poco alentador. Y es que Zenitram, el film que relata las desventuras de este particular hombre volador, está plagado de guiños hacia nuestra idiosincracia. Así, la historia comienza en una Buenos Aires del año 2025, una ciudad azotada por las grandes corporaciones que acaparan el monopolio del agua y gobernada por un tirano (Daniel Fanego) de gestos populistas y políticas antinacionales. Pero la contraparte antes tanta injusticia llegará del lugar menos pensando: un baño en la estación de trenes de Constitución. Rubén Martínez (Juan Minujín), acaba de perder su trabajo como recolector de basura y recibe un "don" que lo hace repentinamente poseedor de una fuerza sobrehumana y de la capacidad de volar. Claro que Martínez (Zenitram, a partir de ahora) apenas sabrá controlar esos dos superpoderes que le han sido asignados, y se las ingeniará para ayudar a la población a recuperar el libre acceso al agua. Eso hasta que él también empiece a ser manipulado, tras aceptar un cargo dentro del gabinete del tirano gobernante. Pero la súbita popularidad y los excesos, levarán a nuestro héroe a caer en desgracia y terminar internado en el "Miami Superheros Hospital", una clínica de rehabilitación en Estados Unidos. Lejos de su país, se da cuenta que su Argentina lo necesita, y Zenitram, excedido un poco de peso, vuelve a luchar por su patria. Nuestro primer superhéroe vernáculo es solidario, vulnerable, adicto a la cocaína (un hábito que adquirió para poder sobrellevar el vértigo de volar), y no siempre actúa con acierto. Un reflejo bien retratado de la identidad nacional desde el guión, con referencias a nuestro pasado histórico y también a nuesto presente más inmediato. Acompaña a esta delirante historia una correcta actuación de Minujín, aunque algunos papeles secundarios sean poco consistentes. Una buena apuesta a un género que no es común en el cine nacional -quizás el antecedente más cercano sea La antena, de Estaban Sapir-, con una realista recreación de lo que puede ser un futuro apocalíptico y efectos especiales acordes a la verosimilitud del relato. Zenitram, hay un argentino que vuela, quinta película dirigida por Barone, resultó ganadora del concurso del Bicentenario convocado por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales. El reconocimiento parece haber animado al creador a buscar una secuela (Zenitram, Samba y Tango) , actualmente en producción.
Recórcholis, un argentino que vuela! ¿Se imaginan si el pobre Clark Kent hubiera sido criado en Argentina?, ¿se imaginan cómo sería su vida mentada por un periodista argentino?, ¿se imaginan cómo hubiera sido su cotidiana rutina si viviese en una villa del conurbano?. Para ver Zenitram, un argentino que vuela hay que saber que desde ya no se verá una megaproducción de esas que ahora abundan sobre los superhéroes, no veremos siquiera una película de acción o intriga policial. Zenitram es una comedia altamente bizarra y barata nacida de un relato del escritor argentino Juan Sasturain y dirigida por Luis Barone. Un film realmente original que se toma con sorna el mundo de los superhéroes, los humaniza, los despedaza y los usa para mostrar una realidad político-social con la socarronería más hilarante. El punto de Barone es mostrar qué pasaría si Argentina contara con un superhéroe, nos plantea que estaría lejos de servir como lo suele hacer un superhéroe clásico y lo más probable es que terminase tras un escritorio lleno de papeles por firmar y sellar con un título de Ministro en asuntos extraordinarios. Porque Zenitram es un muchacho desempleado que vive en una Argentina del año 2025 donde nada ha cambiado, donde el agua ahora se compra con tarjeta de crédito especial, donde la diferencia entre pobres y ricos es increíblemente aun mayor que la de ahora. Un muchacho que en el peor de sus días, en el que acaba de ser despedido, tiene un encuentro extraño en un baño de constitución y termina adquiriendo los superpoderes básicos de volar y tener fuerza. Y así como He-man gritaría espada en mano "por el poder de Grayskull", Zenitram simplemente tiene que tocarse las pelotas y gritar su nombre para invocar sus nuevos dones. Ganadora del concurso del Bicentenario convocado por el Instituto Nacional de Cine y Artes Visuales, esta parodia es realmente una increíble y profunda radiografía de muchos de nuestros héroes nacionales, de cómo se los ensalza, se los usa y se los desacarta para finalmente olvidarlos. Todo el guión viene inundado de guiños certeros sobre muchos de nuestros "héroes" cotidianos, entre ellos el mismísimo Diego, y de los otros más clásicos. Con un comienzo que nos remonta a un claro homenaje al primero de nuestros "superhéroes" gráficos, El eternauta y con unas actuaciones prometedoras del joven Juan Minujín quien junto a Daniel Fanego y Luis Luque hacen de esta co-producción entre Argentina- Brasil y España, una de las películas más arriesgadas de nuestra cinematografía. Sorpresa aparte encontrar en el reparto a Steven Bauer, aquel mano derecha de Scarface!. Zenitram es un film que disfrutarán los argentinos que gusten de las propuestas nuevas y alocadas, los que conozcan palmo a palmo la realidad de un país que muchas veces no perdona. Zenitram es un fiasco para los que quieran una clásica comedia lineal y pongan demasiado ojo en los detalles de efectos y montajes. Aunque hay que decirlo, para el presupuesto que deben haber manejado han hecho maravillas. La película decae por momentos, es cierto y hacia el final parecería querer adquirir una impostura seria a la que no hay que creerle demasiado. Es un film infructuoso para el espectador distraído que no sepa ver en el guión el innegable surrealismo de esta historia.
Luis Barone, quien no pudo estrenar, hasta ahora, a su quinta y excelente realización “El tigre escondido” (2003), que sólo fue proyectada para un sector de la crítica especializada porque en su elenco figura el actor y bailarín Omar Chabán, llega ahora, casi el mismo día de su cumpleaños, con su sexta obra cinematográfica, en el género de la comedia fantástica en coproduccción argentino-española basada en la historieta de Juan Sasturain y con la que ganó el Concurso del Bicentenario que fuera convocado por el INCAA La historia, con una fuerte impronta bizarra, cuenta cómo Rubén Martínez, que ha tenido un día en el que todo le ha salido mal, entra a los míticos baños de la estación de trenes de Constitución sin preocuparse demasiado porque total, ya no tiene nada para perder. Pero sorpresivamente se le aparecerá un etéreo personaje sin nada de angelical que en una vertiginosa escena de “anunciación” le revelará que ha sido elegido “divinamente” para transformarse en el héroe con poderes especiales. Zenitram (Martínez al revés), que hasta puede volar, siempre y cuando tome la energía que tiene latente en sus genitales, donde pareciera estar el poder de los argentinos. De ahí en más al primer héroe volador argentino, se le dará vuelta, además del apellido toda su vida, de ciudadano casi marginal pasará a ser una personalidad buscada por el mismísimo Presidente de la Nación, por poderosos empresarios extranjeros, por una mujer en la que él está realmente interesado. Será idolatrado por las masas populares argentinas y contenido a medias por sus amigos y su reducida familia. A todo les conviene de una manera u otra estar cerca de este personaje con semejantes poderes como para arreglarles a ellos, de manera perfecta, la vida. En el guión (escrito por Barone, Juan Sasturain y Jesús de la Vega, con la asistencia de Liliana Escliarr), la ironía está presente a lo largo de toda la trama. Si bien están ambientadas en el 2025 la vigencia de las situaciones juega a favor de los gags que se suceden a lo largo de toda la proyección, el espectador se divierte con escenas que quizá él mismo vivió ese mismo día en la vida real, el metamensaje de que nunca nada cambiará para los argentinos es contundente, pero con el ritmo de la comedia resulta mucho menos doloroso. El protagonista vuela, pero no es un dibujo animado, por lo tanto los efectos especiales fueron indispensables y están presentes a lo largo de toda la historia, aunque la factura técnica no se destaca precisamente en el montaje. El elenco fue producto de un buen casting, todos los actores dan el physique du rol adecuado, lo que les facilitó la tarea a la hora de actuar sin esforzarse por componer. Juan Minujín como el protagonista tiene y aprovecha la oportunidad para desplegar todos sus recursos como actor y logra al clásico argentino que toma con naturalidad y cierta torpeza el cambio de rumbo de su vida. Luis Luque, en el personaje del periodista que siente que a él también le ha llegado su golpe de suerte, transmite esa dicotomía tan argentina de pregonar el bien pero no siempre optar por él. También se lucen Daniel Fanego como el Presidente Orozco (¿uno de los monos de la famosa canción?) y Jordi Mollá en su rol de un inescrupuloso empresario español. Llama la atención por su particular figura y acento el actor cubano Steven Bauer a quien hemos visto en “Traffic” (2000), “Scarface” (1983) y en muchas otras producciones incluidas sus participaciones en la serie televisiva “La ley y el orden”. En pequeños roles, casi paneos, se ve a José María Muscari, Edda Bustamante y Sandra Ballesteros. Si bien se trata de una coproducción, esta es una obra con un contenido argumental netamente argentino. El Presidente busca un mediático que no sea discutido por las masas, el empresario español no quiere que se conozca que su único interés es recaudar una importantísima cantidad de dinero mediante la explotación de un recurso que no le pertenece. Zenitram es el clásico habitante de Buenos Aires, convencido de que se lo ha elegido por ser el mejor, por lo tanto su necedad se prolongará hasta que la realidad lo golpee cruelmente. La conclusión sería que los argentinos no podemos o “no debemos” volar y quizá sea una de las cosas a favor de los habitantes del país de los cuatro climas que por siete años, a principios del siglo XX, fue el granero del mundo.