La cara privada de una tragedia nacional El ascenso político, la fuerza tiránica con que manejó Italia, su patria, y los más importantes aspectos de la trayectoria pública de Benito Mussolini son elementos dados a conocer con notoriedad por estudiosos a través de libros, de films o de relatos orales. Pero detrás de esa vida del Duce se esconden una serie de situaciones personales casi desconocidas de ese hombre que implantó un régimen de terror. Basándose en una larga y difícil investigación que duró casi tres años, los directores Fabrizio Laurenti y Gianfranco Norelli dan a conocer en este documental páginas casi desconocidas sobre su hijo, Benito Albino Mussolini, nacido en 1915 y fruto de una relación del Duce con Ida Dalser, que transitó una vida plagada de engaños y de locura. Para evitar verse perjudicado por aquella aventura amorosa, el dictador intentó destruir toda prueba de la relación que mantuvo con aquella mujer de amplia cultura e independientemente económica. Pero no lo logró: el relato transita por la memoria y los testimonios del periodista y escritor Arrigo Petacco y de familiares y vecinos de Dalser, que reconstruyen la figura de esa mujer que lo amó apasionadamente pero que parece haber recibido a cambio sólo desprecio y humillación. El retrato del hijo del Duce contiene también dolorosas pinceladas, que culminan con su muerte, pobre y olvidado, en un hospital psiquiátrico. Los realizadores lograron enhebrar una tensa historia que, basada en los verídicos episodios que la sostienen, permite conocer la cara privada de Mussolini y de dos de las muchas víctimas de sus ansias de poder.
El amor entre la tragedia Trapero y la historia de un abogado sin escrúpulos y una médica de emergencias Pablo Trapero vuelve a poner de manifiesto en Carancho su indudable pericia pare relatar historias que tienen como marco temáticas tan relacionadas con la vida de todos los días, aquí enmarcada en una trama policial. Sus protagonistas centrales son Sosa y Luján. El es un abogado que se mueve en medio del lodo social, capaz de meter el pico entre los hierros retorcidos de los vehículos para captar a las víctimas de accidentes automovilísticos, sus "clientes". Ella es una médica que hace guardias interminables y casi vive en la ambulancia. Cuando se conocen, la pasión no tarda en manifestarse y se convertirán en dos personajes extremos que van a hacer florecer la llama del amor en medio del sufrimiento, de la muerte y de la ambición. La descripción de la intimidad de Sosa y de Luján intenta sobrevivir en un mundo inestable y carancho (nombre con el que se conoce a esos abogados que revolotean sobre sus próximas víctimas) va recorriendo ese emocionante camino hasta transformarse en una historia de amor entre un hombre y una mujer inmersos en un mercado donde la moneda de cambio es la urgencia. El realizador de El bonaerense y Mundo grúa entre otras ensambló un guión bien armado que habla de la corrupción pero que también se detiene en el amor. Una impecable fotografía apoya el clima del relato sobre la base de planos-secuencias que requerían una complicada coreografía. La labor de Ricardo Darín es notable y su personificación de Sosa quedará entre las más brillantes composiciones de su carrera artística. No menos elogiable es el trabajo de Martina Gusman como esa médica que, con algunos secretos muy escondidos, se asocia al abogado. El resto del elenco supo salir indemne de sus respectivas partes, y así Carancho será, sin duda, otra de esas producciones nacionales que hacen que la pantalla local renazca de sus cenizas.
Una buena idea que se diluye pronto Dos en uno , mediocre comedia francesa La vida de Jean-Christian, un modesto empleado de un importante emporio comercial, es tan monótona como simple, pero todo cambia cuando, en un accidente que él presencia, muere Giller Gabriel, un ex astro de la canción de los 80. En realidad quien fuera mimado por la popularidad y la fortuna no ha muerto del todo, ya que su espíritu se ha refugiado en la cabeza de Jean-Christian quien, azorado, no sabe quién le habla. Giller, por su parte, se ve impedido de controlar los movimientos del huésped que lo aloja y así, entre alocadas y por momentos repetitivas situaciones, ambos, en la cabeza del simple empleado, comenzarán a vivir una extraña vida unida por los miedos, las contrariedades diarias y hasta por un romance que hará soñar con un bello porvenir a aquel individuo gris y triste. En un camino en el que lo inconcebible se vuelve tragicómico, los directores Nicolás y Bruno intentaron realizar una comedia liviana con un soporte gracioso, pero el resultado es, apenas, una trama con muy poca chispa, demasiada locuacidad y un trasfondo simple que no alcanzan nunca a elevar los decibeles de la anécdota. Daniel Auteuil, que siempre había demostrado una gran pericia para la comedia, aquí tuvo que esforzarse al máximo para llevar sobre sus hombros a un ser demasiado extravagante. El film, pues, va perdiendo de a poco el ingenio que prometía en sus escenas iniciales, hasta convertirse en una historieta que se resuelve con poca originalidad y con una pizca de gracia que emana por momentos de la locura del personaje central, convertido en alguien al que la vida lo compensa de su rutina y, al mismo tiempo, lo tortura a través de las voces de ese músico muerto revivido en su mente. Comedia típicamente francesa, Dos en uno recrea una vez más las travesuras de esos personajes alocados, aunque aquí apenas muestra que no siempre lo original puede ser gracioso y entretenido.
Una verdadera montaña rusa de emociones El amor de las parejas puede llegar de las formas más inesperadas, y a su vez los hijos de quienes se unen hacen más fuerte ese lazo emocional. Cuando Katie, una mujer común que trabaja en una fábrica, conoce a Paco, también empleado allí, ese milagro mágico sucede, ya que ambos se enamoran. No tardará la pareja en formar un hogar al que sólo le falta para completarlo con felicidad el hijo tan deseado. Y éste llegará en una personita muy particular: lentamente de su espalda le van naciendo alas, y estas se van ampliando hasta que el bebe comienza a volar. La sorpresa de Katie y de Paco es mayúscula, ya que nunca imaginaron que el hijo de ambos pudiese andar por los aires, hacer piruetas por la casa, ser perseguido en un supermercado por planear sobre las mercaderías y buscar la libertad a través de ese modo tan particular. El pequeño se transformará así en un problema para sus padres que, de pronto, se ven asediados por los periodistas, curioseados por sus vecinos y admirados por el resto de su familia. Así, entre una mezcla constante entre realismo y fantasía, sumados a algunos momentos de ironía, el director François Ozon muestra el desequilibrio que puede producir en una familia la llegada de un nuevo hijo, y fundamentalmente cuando éste es tan especial. El realizador transita aquí por una montaña rusa de géneros y si por momentos el entramado cae en algunos trazos edulcorados, no por ello la historia carece de simpatía, apoyada por los inesperados giros que el realizador (sin duda uno de los más originales de la cinematografía francesa) que otorga a este cuento imbuido de ternura y de emoción.
Un hobby que se convierte en pasión Natalia Smirnoff sorprende con su ópera prima A los 50 años María del Carmen ve transitar su matrimonio con total apatía. Sus hijos han crecido, su rol de esposa recorre una diaria monotonía y su etapa de madre protectora va concluyendo. ¿Qué le queda para el resto de su vida? Esta pregunta la perturba hasta que un fortuito regalo la acerca a una realidad desconocida: los certámenes de armado de rompecabezas. Primero lo toma como un simple hobby, pero muy pronto se convierte en una obsesión. Así conoce a Roberto, un millonario que desea competir en el torneo mundial de rompecabezas de Alemania y la incita a participar. Ama de casa de familia de clase media, todo esto representa para ella un nuevo mundo difícil de sobrellevar. A escondidas de su familia, concurre casi diariamente a la casa de Roberto para entrenar, y este acercamiento se convertirá en una inesperada pasión romántica. El, con sus exquisitos modales, la hace sentir deseada y casi indispensable, mientras ella debe urdir una serie de mentiras frente a su esposo y sus hijos. La directora Natalia Smirnoff logra con éste, su primer largometraje, inscribirse entre las más prometedoras realizadoras de la cinematografía local. A través de un guión que no necesitó de falsos intelectualismos para conmover, la realizadora muestra cómo las distintas piezas de un rompecabezas pueden armar las figuras humanas. Qué camino tomará la protagonista es la pregunta central de esta película que tuvo en María Onetto a una excelente actriz para un personaje de nada fácil composición y al que ella supo darle la más pura y necesaria ternura. Gabriel Goity y Arturo Goetz apoyan con indudable calidad a este film que habla al corazón desde sus más ínfimas preguntas.
Paranoia y alienación en Aguas Verdes El director Mariano De Rosa se inserta en este film en las aventuras y desventuras que vive un matrimonio y sus dos hijos. Juan (meritorio trabajo de Alejandro Fiore), el padre, decide ir a pasar una temporada de descanso al balneario de Aguas Verdes acompañado por todo su grupo familiar. Nada parece perturbar esos días de descanso de Juan, hasta que Roberto, un individuo misterioso que se desplaza en una motocicleta, traba relación con su hija adolescente. Esto desencadena en Juan una angustiante paranoia; el hombre salido de la nada va conquistando a su familia y él se siente cada vez más marginado, mientras se dedica a espiar los movimientos de sus allegados. La idea original no carecía de originalidad, fundamentalmente en la pintura de ese padre que va perdiendo la confianza en sus seres más cercanos, pero el guión cae en una permanente monotonía que, sumada a unos rubros técnicos de notorias fallas, hacen de Aguas Verdes un film que promete más de lo que da. Lanzada repentinamente a las pantallas de los cines con muy escasa promoción, la película demuestra, no obstante, que el director Mariano De Rosa (que en 1998 había realizado uno de los episodios de Mala época) posee oficio para manejar la cámara.
Terror al estilo de El bebe de Rosemary Es ya un clásico de la cinematografía norteamericana: apenas un film se convierte en éxito de público, algún productor comienza a pensar en una remake. Y ése es el caso de este film que en 1974 rodó Larry Cohen. La historia comienza cuando Leonore, una aplicada estudiante que ama la poesía del siglo XIX, queda embarazada de Frank, su novio de toda la vida. Ambos se instalan en una bastante lúgubre casa para esperar el nacimiento del hijo, pero cuando ese momento llega en la sala de partos donde es atendida la madre, son inesperadamente asesinados el médico y las enfermeras. No hay rastros del asesino y la policía trata inútilmente de dilucidar el misterio, mientras Leonore y Frank llevan al bebe a su hogar. Sin embargo, ese bebe es completamente distinto de los demás, aunque la madre trata de restarles importancia a sus extrañas conductas (desaparece de su cuna, le muerde el pezón, devora una paloma que estaba en la ventana). Por pedido de la policía, es atendida por un psicoanalista que, en una de las visitas a su casa, es horriblemente mutilado, y de allí en más ese bebe -con bastantes similitudes con el creado por Roman Polanski para El bebe de Rosemary - se convierte en un pequeño monstruo que mata sin piedad a una pareja amiga de los padres y a un policía. A estas alturas ya quedan muy pocos personajes por desaparecer del elenco, y entonces el guión se centra en la necesidad de Leonore de cuidar a ese ser maligno. El director Josef Rusnak logró, sobre la base de un guión bien armado, crear un clima terrorífico sin caer por ello en lo demasiado sangriento, y así el relato va logrando tensión hasta un final tan dramático como imprevisto. Los buenos trabajos de Bijou Phillips y de James Murray sostienen la trama con gran elocuencia, en tanto que los rubros técnicos se pusieron a disposición de esta anécdota que logrará entusiasmar al público adepto al espanto.
Dilema moral repleto de repeticiones y clichés La caja mortal no logra ni sorprender ni asustar El director Richard Kelly adaptó el relato "Button Button" de Richard Matheson para la pantalla, fijando su mirada en Norman, maestra de una escuela privada, y en Arthur, su marido, un ingeniero que trabaja para la NASA. Ambos integran un matrimonio feliz hasta que un día un hombre con el rostro desfigurado aparece en su hogar y les presentará una propuesta que alterará sus vidas. El misterioso individuo es portador de una caja en la que, según él, y apretando un botón, podrá convertir a la pareja en millonarios. Para ello, sin embargo, y en caso de aceptar la propuesta, algún ser humano morirá en el mundo. Con sólo 24 horas para aceptar la proposición, Norman y Arthur se enfrentarán a un gran dilema moral y no tardarán en descubrir que las ramificaciones de esta decisión están fuera de su control y se extenderán mucho más allá de su propia fortuna y destino. De aquí en más, la línea argumental recorrerá una serie de aventuras y desventuras que, cada vez más, enredarán la historia hasta convertirla en un rompecabezas bastante difícil de armar. El director pretendió lograr un film de suspenso imbricado con esos misterios que obligan a los seres humanos a decidir cual podrá ser su futuro, pero su intento careció del necesario tono obsesionante del original. Así, el film entra en una senda que tropieza a cada paso con preguntas sin respuestas y con elementos que procuran magnificar el entramado hasta convertirlo en una serie de escenas que nunca logran el necesario poder de sorprender. Cameron Diaz pone su mayor empeño en personificar a esa mujer envuelta en el secreto que encierra esa caja, pero poco es lo que puede hacer para dar cierta credibilidad a su papel, en tanto que James Marsden, como el atribulado marido, aporta sólo un rostro dispuesto siempre a las muecas de horror. Frank Langella, como el hombre que porta ese elemento que pondrá en juego la ambición de la pareja, compone su parte con indudable solvencia, en tanto que el resto del elenco cae casi siempre en lo estereotipado de sus respectivas partes. Así, el suspenso queda a mitad de camino entre el miedo y la repetición.
Consorcistas unidos por el peligro Vecinos es una eficaz comedia negra Los habitantes de los edificios de departamentos desconocen, casi siempre, lo que les ocurre a sus vecinos. Sin embargo, y cuando las circunstancias lo requieren, todos ellos se asocian para enfrentar algún problema que pueda hacer peligrar esa tranquila cotidianidad. En este caso, el ingreso a una de las viviendas de dos desconocidos en busca de un bolso con dinero. Todos quienes poco antes casi se desconocían procurarán salir de esa angustiosa situación en momentos en que los delincuentes intentarán huir con el suculento botín. Así se juntarán una casi anciana solitaria, una prostituta de lujo, un portero cómplice de alguno de los vecinos y otros personajes que se empeñarán en impedir que el robo se lleve a cabo. Poco a poco, el clima se va enrareciendo hasta poner a sus protagonistas en una situación tan insólita como peligrosa. El realizador trazó, sobre la base de un guión de María Meira, las facetas de una comedia negra con algunos toques de humor y algunas pinceladas de dramatismo en torno de alocadas situaciones que, si por momentos caen en la exageración, no por ello dejan de lado la pintura de seres humanos en los momentos más comprometidos de sus vidas. La comedia negra, un género no muy transitado por la cinematografía nacional, halla en Vecinos una buena muestra de que nuestra pantalla puede transitar con comodidad por otros caminos, y así Rodolfo Durán logró con su problemática un film que entretiene y permite descubrir las aristas más profundas de los hombres. Para ello supo rodearse de un elenco solvente -Tina Serrano vuelve a mostrar su indudable oficio para este género; Mercedes Funes logra atrapar con seguridad a su insólito personaje, y Antonio Ugo reafirma su calidad de actor-, mientras que los rubros técnicos responden con seguridad a la propuesta.
Cuando todo queda en familia Daniel Burman dirige esta historia sobre dos hermanos, que interpretan Antonio Gasalla y Graciela Borges Separados durante años por diversas contingencias que ni ellos mismos pueden explicar, Marcos y Susana, dos hermanos de muy distinta forma de vida, vuelven a unirse en un triste momento de sus existencias. Ese momento es cuando muere la madre de ambos, alguien que tuvo a Marcos bajo su cepo protector y asfixiante durante mucho tiempo en tanto que Susana, de una personalidad tan avasallante como delirante, transitó su camino entre fiestas, desfiles de modas, reuniones de la alta sociedad y un fastuoso micromundo inventado por su necesidad de figurar. A los 64 años, y sin esa madre que lo tuvo a su lado siempre, a Marcos sólo le queda su jubilación y pasar las horas encerrado junto a sus herramientas de orfebre. Pero Susana lo obliga a dejar Buenos Aires para irse a vivir con ella a una semidestruida casa en un pequeño balneario uruguayo. En esta especie de exilio, Marcos tratará de buscar el placer y la quietud. La relación entre los dos hermanos oscila como un péndulo y día tras día ajustan cuentas pendientes y recuerdos mal guardados. Mientras Marcos se siente atraído por la labor del director de un elenco de aficionados que pondrá en escena la obra Edipo Rey , de Sófocles y por sus constantes partidas de ajedrez, ella prosigue con su vida de fingimientos y de mentiras dentro de una alta clase social a la que, en realidad, nunca perteneció. El guión, adaptado de una novela de Sergio Dubcovsky, posee una enorme ternura. El director Daniel Burman vuelve aquí, como en sus anteriores producciones, a demostrar que sabe imbuir a sus personajes de la exacta naturalidad que necesitan para poder transitar el camino de la existencia entre la amargura, los reproches, los perdones y las renuncias. El excelente trabajo de Graciela Borges, medido, inserto en la variedad de sus sentimientos y de sus culpas, y la no menos impecable labor de Antonio Gasalla, puesto en la piel de ese Marcos sometido a los caprichos de su hermana, configuran una pareja de notable naturalidad y gracia en esta historia de tristezas pero también de esperanzas. La fotografía y la música son otros de los logrados rubros de esta trama que, sin falso melodramatismo, llegará sin duda al corazón de los espectadores.