El clímax de una saga Como en cualquier ámbito social, profesional o personal, resulta difícil encontrar alguien que trabaje, se entienda e identifique con otra persona de manera natural y fluída. Cuando esos casos ocurren, generalmente son productos de muy alto vuelo o nivel. Equilibrando la brújula para el ambiente audiovisual y de la gran pantalla, Tom Cruise encontró en Christopher McQuarrie el faro que guíe en la dirección correcta a una embarcación como Misión Imposible, con diferentes capitanes a lo largo de su travesía pero sin ninguno que pueda destacarse por encima de los demás. McQuarrie llegó con la anterior entrega, Misión Imposible: Nación Secreta (2015) para poner en boca de todos -otra vez- la saga junto a Tom Cruise como el último héroe definitivo de acción, siendo participe al 100% de las escenas más osadas y peligrosas en la que estaba involucrado. Con más rienda suelta y confianza en su visión de MI, Misión Imposible: Repercusión (2018) se presenta con los pergaminos para ser elegida la mejor película de acción de todo 2018 y quién dice, la de la saga completa. Nuevamente el equipo de Ethan Hunt (Tom Cruise) se ve envuelto en una red de espionaje, traiciones y mentiras mientras intentan salvan al mundo de un desastre global tras las consecuencias de una misión que no salió del todo bien. Siendo la sexta película de la franquicia, ya se tornó dificultoso encontrar un argumento original, diferente y fresco para contar una nueva historia de este género y carácter, ofreciendo una buena historia pero sin ser éste el punto rutilante de esta clase de películas. La evolución de la saga emprendió un camino de errores y aciertos, llegando con Nación Secreta a encontrar una fórmula definitiva entre escenas de acción tanto de persecuciones, coreografías de combate, un gran equipo detrás de Cruise y plantear una superación en torno a éste, película a película, sobre los retos a enfrentar. Misión Imposible: Repercusión llega tanto al clímax de la saga como de Cruise como protagonista principal y figura de acción. La película explota sus máximos atributos como es el espionaje, los aparatos tecnológicos que tanto caracterizan a la saga, además de la utilización de la música, el entretejido entre las diferentes conspiraciones, traiciones del más alto calibre secreto y cada uno de sus carismáticos personajes. McQuarrie entendió a la perfección cual es el objetivo de la franquicia y como esconder sus falencias y así para potenciar las habilidades. A su vez, un gran uso de las diferentes e impactantes locaciones -un elemento natural relacionado a Misión Imposible- como París, ayudó a encontrar una fotografía más impactante en las andanzas de Ethan Hunt y su equipo por desmantelar otro plan malévolo para derrocar gobiernos y el orden mundial. Sí hablamos de Hunt también es propio nombrar a los personajes que lo acompañan a lo largo de varias películas como Baldwin, Simon Pegg y Ving Rhames para encontrar un equilibrio entre tanta acción y dramatismo. Así, Misión Imposible encontró una estabilidad en cuanto a su equipo como también a sus enemigos y figuras que están alrededor, con Sean Harris, Rebecca Ferguson y Henry Cavill cómo última y reciente incorporación. Misión Imposible: Repercusión es un espectáculo de acción, efectos y combates que impone su propio ritmo deja a los espectadores queriendo un poco más del agente Hunt y su equipo. Visualmente impactante en cada escena de acción, sea en una persecución en moto por París, una lucha mano a mano en un baño o un enfrentamiento entre helicópteros en la nieve. En cada una de estas escalas Misión Imposible: Repercusión se desarrolla con una naturalidad, espontaneidad y locura para cualquiera que quiera y acepte esta clase de show, sin medir las consecuencias entre la realidad y lo inverosímil.
Listos para crecer Tras las secuelas que dejó el catastrófico final de Avengers: Infinity War (2018), Marvel Studios cierra su año con Ant-Man & The Wasp (2018), una película más cerca a la esencia que mantiene su universo cinematográfico centrado en la mezcla del humor, aventura y acción. Con Paul Rudd y Evangeline Lilly como protagonistas y Peyton Reed otra vez tras la cámara, Ant-Man es una bocanada de aire fresco y distensión. Situada dos años después de los sucesos de Capitán América: Civil War (2016), Scott Lang (Paul Rudd) está en sus últimos días de arresto domiciliario cuando los problemas llegan a su puerta. Hope Van Dyne (Evangeline Lilly) y el doctor Hank Pym (Michael Douglas) necesitan su ayuda para traer de vuelta a Janet Van Dyne (Michelle Pfeiffer), la esposa de Pym que se encuentra perdida hace más de 20 años en el reino cuántico. Con la interrupción de diferentes villanos, el plan de Hope y Scott se verá en problemas así como también su vida de padre y superhéroe a la vez. Ant-Man and the Wasp es un nuevo aire que llega al MCU. Con una temática muy propia y una esencia clara, la película es una comedia de principio a fin gracias a la actuación desencarada de Paul Rudd y gran parte del cast que entendió a la perfección cual era el tono que Ant-Man quería desarrollar. Divertida, entretenida y mucho más fluida que su predecesora, Peyton Reed desarrolló una de las mejores producciones del estudio en estos detalles, porque su esencia partió desde este lugar. Por otro lado, en sus casi dos horas de narración, la película nunca decae en su atención y mantiene al espectador al frente sin bajar la intensidad, desde su comicidad hasta las grandes coreografías de acción y efectos especiales. En este punto, tanto Rudd como Lilly funcionan a la par como equipo y dupla bajo una química más que aceptable. Otro gran acierto es el rutilante papel de Douglas como Hank Pym, desarrollando más su personalidad y explicando parte de su pasado como el primer Ant-Man, a la par que se sube al camino de chistes y diversión de la película. El film funciona como una clara comedia donde los villanos a vencer, finalmente, no son tales. El reino cuántico -del cual todavía no había mucho incursión o conocimiento- es un nuevo escenario muy interesante a explorar a futuro, con una gran presentación en esta película. La inclusión de Michelle Pfeiffer como la primera Wasp abre nuevas líneas argumentales sobre el pasado de estos superhéroes y cómo impacta en el presente su regreso. Sin embargo, Ant-Man no lleva ese costado dramático que últimamente Marvel Studios desarrolló con sus demás películas creando cierta liviandad en la aceptación de la película en comparación con las demás. No se le puede exigir a Ant-Man ese dramatismo pero al mismo tiempo parece llegar en un momento extraño para el MCU, volviendo recién la realidad del Universo Cinematográfico de Marvel en una de las escenas post-créditos. Desde este punto y dado el éxito en las taquillas como el alto grado de dramatismo de Infinity War, cualquier película corría con desventaja al compararla con la siguiente en salir. Curiosamente fue Ant-man & The Wasp, un film no tan pretencioso relacionado al humor y la comedia como ejes centrales de su desarrollo. Tal es el caso que el propio villano del film, Ghost (Hannah John-Kamen) no resulta tan intimidante y su arco se cierra tan rápidamente como el crecimiento del personaje en la película. Ant-Man and The Wasp funciona como el recreo necesario para descargar tensiones entre los primeros sucesos de Infinity War y su resolución en Avengers 4 del próximo año, dejando el camino libre para que Capitana Marvell (2019) sea el último peldaño para el inminente film de cuarta fase del MCU.
Casi todo está perdido Tras los sucesos de Jurassic World (2015), los dinosaurios de la Isla Nublar se topan -otra vez- con la extinción: una erupción volcánica inminente amenaza su vida y los restos que quedan del parque temático Jurassic World. Luego de lo ocurrido en el parque, a Claire Dearing (Bryce Dallas Howard), la activista que junto a su organización lucha por la vida de los Dinosaurios, se le presenta la oportunidad de rescatarlos. Frente a esto, Dearing acude al experto entrenador de dinosaurios Owen Grady (Chris Pratt) para que la ayude en esta última misión. En una época dónde ningún estudio quiere desprenderse de las grandes franquicias – o la gallina de los huevos de oro en forma de dólares- Jurassic World es otro experimento -o víctima- por caer en la nostalgia de las remakes, secuelas, precuelas y demás. Sin embargo, el director J.A. Bayona tomó los recaudos suficientes para que la esencia original de Jurassic Park (1993) esté presente en la película en ciertos momentos pero no en todo el film, dejando al director imponer su visión como también acentuar el camino para el futuro de la franquicia. Así y todo, El Reino Caido no logra convencer desde su argumento ni desde el guión de Colin Trevorrow -quien dirigió la anterior película- y Derek Conolly. Los gobiernos le dan la espalda a la Isla Nublar y dejan que la naturaleza siga su camino con la imperiosa desaparición de los dinosaurios bajo la erupción del volcán. Bajo este contexto, los protagonistas junto a un puñado de personas deciden visitar el lugar para rescatar y salvar a los animales, aunque no todos tengan los mismos intereses en juego. El Reino Caído presenta un guión demasiado inverosímil y difícil de tomarse en serio más allá de la conciencia ecológica, animal y social que toma como motu propio. En sus tres actos, son los dos primeros donde más expuesta queda la inconsistencia del guión tanto con la historia como con los personajes. Los efectos y las grandes escenas de acción logran sobrellevar dichas falencias para que la película sea por lo menos tolerante en esos 128 minutos de duración. Otro punto a favor para Jurassic World: El Reino Caído es la intervención de Michael Giacchino (Coco) en el aspecto sonoro, dotando a la película de los mejores climas relacionados al suspenso y terror como también en momentos de acción y persecuciones. En este último y tercer acto es donde la película mejor se expresa y plantea la idea del director. Bajo el lente de J.A. Bayona desarrolla los problemas sobre experimentar con la tecnología, la variación genética y la codicia de la humanidad -al igual de las primeras películas de Spielberg- pero bajo una nueva premisa de estos tiempos: las armas biológicas. El Reino Caído toma lo mejor de sus predecesoras y lo impulsa en los últimos momentos del film bajo un gran suspenso y escenas de terror. Por su parte, tanto las actuaciones de Chris Pratt como de Bryce Dallas Howard no salen de lo genérico y superficial que condicen sus personajes, quitándoles relevancia con la historia en sí. Pese a sus falencias argumentales y de guión, Jurassic World: El Reino Caído entretiene y devuelve parte del aura de Jurassic Park, sin caer en la nostalgia pero tampoco sin ser la versión definitiva del mundo creado por Michael Crichton en su libro homónimo de 1990.
Tengo un mal presentimiento sobre esto Después de varios problemas e interrogantes con su producción; un cambio de director y falta de información que se tuvo sobre el film a pocos meses de estrenarse, Alden Ehrenreich (Han Solo) visita los rincones más recónditos de la galaxia mientras conoce tanto a villanos como amigos, en un film donde nada ni nadie es lo que dice ser. Las dudas por la calidad actoral de Ehrenreich al encarnar a un personaje tan especial bajo la sombra de Harrison Ford, y la incertidumbre por el cambio de director en medio de la filmación, se vieron opacadas por un elenco que supera con creces cualquier team-up visto hasta la fecha. Qhi’ra (Emilia Clarke), Beckett (Woody Harrelson) y el carismático Lando Calrissian (Donald Glover) se topan en el camino de Han para desentrañar el mundo de los estafadores, entre alianzas, traiciones y promesas con poco vuelo. Definitivamente, el nombre de “Una historia de Star Wars” le sienta bien al largometraje enfocado en los primeros pasos del cazarrecompensas devenido héroe, Han Solo. El film recorre escenarios de todo tipo, personajes y seres de distintos lugares siguiendo la línea aventurera tan característica de la franquicia que George Lucas dejó en evidencia con A New Hope (1976). Bajo esta impronta, Han Solo se desenvuelve como un western especial en el que nadie es tan bueno. En su narrativa, los actos de Han Solo exponen el cambio de director y los reajustes con un primer acto un poco largo y no tan entretenido como se podía pretender. Con la inclusión de nuevos personajes en su segundo acto, el film cambia el ritmo para ser una película más entretenida y divertida, con grandes escenas de acción y aventura. Con muchos gags y referencias al futuro, Solo expone ciertos detalles de la personalidad del personaje que explican las motivaciones que vemos en un desinteresado Han en Una Nueva Esperanza y como comienza su camino del anti-héroe más adelante. Sin embargo, cada aspecto de las distintas aristas relacionadas a la mitología del personaje que se desarrolló en distintas películas, tuvo el cuidado necesario. Por ejemplo en el primer encuentro con su inseparable amigo Chewbacca, las partidas de sabacc por el Millenium Falcon o el homenaje elocuente de Han Shoot First, tan polémico y hasta censurado por el propio George Lucas en la remasterización de Episodio IV. Han Solo: Una Historia de Star Wars reúne todos los condimentos necesarios para generar un producto a la escala de la franquicia, pero se queda a mitad de camino por no tener un guión que la sostenga de forma más sólida. Más que una actuación correcta, Ehrenreich no logra llegar al espectador, con él ocurre algo diferente al carisma y energía en pantalla que brinda Donald Glover (Atlanta). Así y todo, Han Solo: Una Historia de Star Wars es una historia entretenida, digna de los viejos westerns, con un gran elenco que la acompaña y la ayuda a mantener el equilibrio cuando su guión no lo hace. Una película que pudo haber sido más, pero por los problemas en su realización no lo fue, a solo 12 parsecs de perderse de la vista de los no tan fanáticos.
El principio del fin llegó Avengers: Infinity War (2018) es el desenlace de una historia que el Marvel Cinematic Universe comenzó a desentrañar y construir con sus 18 películas y más de 20 personajes centrales en pantalla. Film tras film, el estudio comenzó a dar pistas, indicios y demás sutilezas sobre el futuro de la franquicia. Sin embargo, el hito en este universo cinematográfico llegó con The Avengers (2012), la primera reunión en la gran pantalla de los héroes. Siendo un éxito tanto en crítica como en las butacas, Avengers guardaba un as bajo la manga: en una de las escenas post-créditos -tan característica del estudio- Thanos aparecía y comenzaba a revelar hacia donde apuntaría esta historia. Seis años después y con un recorrido por 12 películas más, llegó Infinity War para marcar un antes y un después en lo que respecta al género de superhéroes en todo sentido. Una década después del estreno de Iron Man (2008) con Robert Downey Jr. personificando de manera excelente tanto al multimillonario Tony Stark como a Marvel Studios en sí, Avengers: Infinity War entiende la seriedad y el compromiso a lo que se enfrenta y promete un film duro, intenso y angustiante. Desde la dirección, los pergaminos con Capitán América: Winter Soldier (2014), una de las mejores películas del estudio y Capitán América: Civil War (2016) le dieron la posibilidad y respaldo a los hermanos Russo de hacerse cargo del evento definitivo y más rutilante de la historia de la franquicia en el cine. En Infinity War, finalmente Thanos (Josh Brolin) se suma a la pantalla y todos los personajes de la franquicia deberán juntarse para enfrentar al Titán Loco y tratar de detenerlo. En ningún momento la película de los hermanos Russo se toma respiro y desde la primera escena nos muestra la seriedad y las graves consecuencias que tendrá la presencia de Thanos en el camino de los héroes. Éste es un punto que siempre se le criticó a MCU: la falta de consecuencias en la historia y el excedido humor en personajes o situaciones claves. Infinity War descuelga los posters para humanizar a los personajes desde el sufrimiento, el dolor, la pérdida y la ira. El estudio trabajó diez años para generar una empatía particular en sus personajes con el público para llevarlos a un punto cúlmine e irreversible en Infinity War. A pesar de contar con tantas historias y personajes, la película se desarrolla con un balance perfecto entre ellos sin perder solvencia ni fluidez. Su primer acto introductorio se torna un poco largo pero no influye en su despliegue. Tanto la tensión como el peligro que acecha a cada uno de los héroes, dejará sin respiro al espectador en cada escena y conflicto. Con tanta diversidad de personajes y contextos, la fotografía de Infinity War respeta la esencia de cada grupo y lugar: es fácil diferenciar la paleta de colores que atraen a los Guardianes de la Galaxia con su música, los planetas y galaxias que atraviesan como a Wakanda, la defensa de su tradición y nación como también la oscuridad y la tensión en el ambiente en cada aparición de Thanos. Así, en este cóctel tan diferentes de personalidades, contextos y tramas argumentales, tanto los Russo en la dirección como Christopher Markus y Stephen McFeely en el guión, lograron equilibrar de manera aceitada una película de tal envergadura, cuidando que cada uno tenga su espacio y lugar relacionado a la relevancia que tienen en la trama. Tanto la interacción como la química entre ellos es otro gran punto a favor de la dirección, cuidando que cada uno sirva en el contexto en el que se desarrolla. En esta combinación faltaba otro elemento que también suele criticarse a films del género: la ausencia de un villano carismático a la altura de los héroes a los cuales enfrenta. En Infinity War, Thanos es la estrella rutilante de toda la marquesina. En un desarrollo clave a través de ambiciones y motivaciones que lo llevaron a formar su personalidad y pensamientos, el Titán Loco creado por Jack Kirby y Jim Starlin se queda con todas las luces de cada escena en la que participa. Cada diálogo, pelea y debate marcan el carisma y fundamentan el respeto, miedo y terror que provoca en cada rincón del universo. Los Russo entendieron a la perfección lo que genera el antagonista: nadie está a salvo frente a Thanos. En este punto, el aparato técnico de los efectos especiales fue una clave fundamental para darle a Josh Brolin mayores matices con los cuales poder trabajar, generando un personaje menos superficial y con más contenido. Cada escena de acción y coreografía de pelea llevan la marca registrada de la dupla directiva para recrear escenarios lo más reales y verosímiles posibles en este marco, casi sin ningún punto a objetar o que sea demasiado evidente. Siendo la película con mayor duración hasta ahora en el estudio -156 min. – Infinity War es la principal víctima de su desenlace por no poder elaborar un final más completo y redondo. A su vez, hay varios giros argumentales con poco sostén que ayudan notoriamente a continuar con la historia. Sin embargo, Avengers: Infinity War (2018) es el punto de inflexión, el golpe de efecto y la película definitiva que reunió a todos los grandes héroes siendo el primer estallido de una etapa que está apunto de finalizar. Con un villano a la altura de las circunstancias, el cine de superhéroes no volverá a ser igual después de la irrupción de Thanos a la gran pantalla, con consecuencias considerables tanto para el Universo como para la manera de plantear las nuevas películas del género.
Volver desde su esencia De manera atípica por la calidad y cantidad de las películas que llegan a los cines nacionales, la proyección de Mazinger Z: Infinity (2018) en los cines comerciales es un punto a favor para todos los amantes del animé ya que son escasas las posibilidades de poder apreciar al género en pantalla grande. Saliendo de la nostalgia y la excusa de producir un film por los 45 años del personaje desde su primera aparición, Infinity no busca trascender desde la innovación y se apega a lo que tanto rédito cosechó en toda su trayectoria: espectaculares escenas de acción, combate y una gran animación acorde a estos tiempos. Sin embargo, no hay un abuso en las nuevas tecnologías por la cual se produce un híbrido entre lo clásico y lo moderno creando en producto poco convincente y sin una raíz clara a la cual seguir. Infinity es un homenaje a sus diseños, estilos, personajes y virtudes con guiños para los más atentos y fanáticos. La primera escena de la película propone el objetivo y lo que el espectador fue a buscar: Mazinger en acción combatiendo y utilizando todo su arsenal sin desperdicio, a medida que enuncia cada uno de sus ataques. Utilizando la emoción, la adrenalina y la nostalgia, Infinity busca acercar al espectador a los recuerdos más lejanos donde el personaje recorría su camino de gloria. Sin embargo, no todo es positivo en la película sobre el personaje creado por Go Nagai. Al igual que mantuvo su esencia gráfica como estética, la narrativa corre por los tiempos de los dibujos japoneses que lejos están de la impresión occidental cinematográfica. Por este motivo, la narrativa de Infinity cae en su atención y comienza a aburrir con largos debates en los personajes, sus historias y reflexiones que no ayudan demasiado al desarrollo de la película. Siguiendo esta línea de producción oriental, varias escenas misóginas y violentas no dejan bien parada a la película en tiempos donde se visibiliza la problemática que las mujeres padecen desde hace siglos. Fiel a su estilo clásico -lamentablemente- en Infinity también hay escenas de ese tipo que se podría haber adaptado o directamente eliminado. Resulta tal el desinfle que padece la película que sus 95 minutos de duración pesan en sostener al film por este segundo acto difícil de procesar y de generar interés. Aún así, Infinity logra salir de ese lugar aburrido e incómodo para demostrar porque el personaje logró marcar tendencia en su tiempo y diferenciarse de todo lo que había aparecido hasta ese momento. Con la idea de mantener su esencia en pantalla -con sus aspectos positivos y negativos- Mazinger Z: Infinity llega a los cines para que todos los amantes del animé no se pierdan de ver al primer mecha, el que dio comienzo a todo; y así cumplir con las expectativas para deleitar a los fanáticos más acérrimos. Por Alan Schenone
Reinventarse desde el pasado Año 2045. Wade Watts (Tye Sheridan) es un adolescente al que le gusta evadirse del cada vez más sombrío mundo real a través de una popular utopía virtual a escala global llamada “Oasis”. Un día, su excéntrico y multimillonario creador muere, pero antes ofrece su fortuna y el destino de su empresa al ganador de una elaborada búsqueda del tesoro a través de los rincones más inhóspitos de su creación. Ese es el punto de partida para que Wade se enfrente a jugadores, poderosos enemigos corporativos y otros competidores despiadados, dispuestos a hacer lo que sea, tanto dentro de “Oasis” como del mundo real, para hacerse con el premio. ¿Cuál cineasta es más adecuado que Steven Spielberg para realizar Ready Player One (2018), la película que adapta la novela de Ernest Cline en la cual se hace un homenaje a la cultura pop de los ‘80? Spielberg aterró en los cines a los espectadores con Tiburón (1975), emocionó a grandes y chicos con el extraterrestre ET (1982) y llevó a estos seres en un plano no desarrollado hasta ese momento en el cine, con Encuentros cercanos del tercer tipo (1977). Ready Player One es una referencia, mimo y adulación a la cultura pop que moldeó a los jóvenes de los ’80 y a la vez coincidió con el comienzo de una nueva forma de entretenimiento: las consolas de juegos. Así, Ready Player One es un film plagado de referencias icónicas de esos tiempos y otras no tanto, en la que el espectador más especializado se sorprenderá con otras aluciones y guiños. Desde la dirección, Spielberg deja un poco de lado la apelación a lo nostálgico -tan común a esta parte- para recrear una película con nuevos aires en lo que a ciencia ficción actual refiere. Tanto en su realización como en la narrativa, hay pocos directores como Spielberg que entienden al género para sacar provecho a cada momento y circunstancia. Pese a tomarse ciertas licencias en cuanto a la adaptación narrativa del libro, Spielberg llega a la fibra nerviosa e íntima que plantea el texto original y eso es plasmado en la película. Ready Player One es visualmente impresionante: las recreaciones de las batallas, los diferentes escenarios y las escenas de acción y persecución crean un clima sin lugar, acompañado por una banda sonora plagada de clásicos. El hecho de incorporar y prestarse al juego de introducir a los personajes a una película de culto de Stanley Kubrick simplemente demuestra la calidad narrativa y técnica en lo que resulta una de las mejores escenas del film. El reparto encabezado por Tye Sheridan se compromete con la visión del director para realizar buenas actuaciones, tomando a Mark Rylance en un gran papel, emocionante con sus ideas y las contradicciones propias de los genios. Lo único que finalmente le resulteacontraproducente es esta idea de poner en pantalla a cuanta figura, personaje o gag’s, siendo decenas de estos al punto de terminar por sofocar al espectador y agotarlo por proponer tantos guiños en la pantalla. Ready player one (2018) es otra estrella más en la basta carrera de Spielberg y más aún, en la ciencia ficción, un género en el que marca tendencia, expone y se reinventa para alcanzar un producto que se convertirá en otro clásico para disfrutar de su estética en su totalidad: la espectacularidad visual, el pulso narrativo del director y una gran banda sonora.
El peso de ser un héroe En Más fuerte que el destino, Jake Gyllenhaal es un sobreviviente al atentado durante la maratón de Boston, quien al mismo tiempo se convierte en un símbolo nacional por ayudar a atrapar a los terroristas. Tras perder sus piernas en dicha situación, deberá superar la depresión y los traumas mientras lidia con un papel de héroe que jamás buscó ser. Basada en una historia real y en la novela de Jeff Bauman, David Gordon Green retrata los problemas diarios de las personas con discapacidad mientras procesan los traumas y la depresión que conlleva sufrir una situación tan extrema desde físico, emocional y mental. Green, un director que oscila entre el material televisivo (Vice Principals) y cinematográfico (Experta en crisis) expone en su última experiencia en la gran pantalla la historia de un sobreviviente famoso que debe cargar sobre sus hombros el peso de ser un símbolo de superación y perseverancia mientras debe resolver sus problemas internos que no se ven en la pantalla de la televisión ni fuera de su propio hogar. El multifacético Jake Gyllenhaal encarnando a Jeff Bauman emprende un recorrido interno doloroso, conflictivo entre lo que debe aparentar en público y lo que realmente siente sobre sí mismo y la nueva vida a asimir. Gyllenhaal conmueve desde su dolor, frustración y carisma al alcanzar una actuación soberbia, poniendo a prueba la empatía de los espectadores con un personaje que no busca ni quiere posicionarse en el lugar en que su familia y los medios lo instauran. Un personaje real, con contradicciones, dificultades y errores que a menudo es difícil de encontrar en estas clases de producciones. Gran parte del brillo de Gyllenhaal se debe también al buen trabajo de Tatiana Maslany (Orphan Black, La dama de oro), generando entre ellos una química natural y emotiva en pantalla. Buscando alejarse de las situaciones clichés, Más fuerte que el destino es un drama emotivo que expone la necesidad de la sociedad estadounidense de buscar culpables y generar ídolos que los identifique con su nacionalismo, cosificándolos en búsqueda de algún rédito. En su narrativa y dirección, Más fuerte que el destino no baja nunca su intensidad y no pierde su objetivo en sus dos horas de duración, con Gyllenhaal logrando una de sus mejores actuaciones. Desde su fotografía y especialmente la dirección, se ahonda en retratar la personalidad de Bauman y como se ve superado por las situaciones elegidas y producidas por su entorno. En su miedo por defraudarlos se retrae y comienza a consumirse en su interior, tratando de huir de las reales responsabilidades que debe afrontar, tanto él como su familia. Más fuerte que el destino es una película de errores, de reflexiones sobre el camino que tomamos frente a las adversidades y el sacrificio que una persona está dispuesta a hacer.
Finalmente llegó el apocalipsis Después de problemas de producción, retrasos, la partida del director de la primera entrega -y reciente ganador al Oscar- Guillermo del Toro,para pasar sólo a producir su secuela, Titanes del Pacífico: La Insurrección (2018) finalmente llegó para continuar la guerra entre los Kaijus, monstruos alienigenas gigantes y los Jaegers, robots comandados por humanos de igual tamaño con Jake Pentecost (John Boyega) entre sus filas. La primera clara diferencia entre la película de 2013 y su secuela, tiene que ver con la falta de entretenimiento y acción en el film dirigido por Steven S. DeKnight (Daredevil 2015). Más de hora y media de película divagó en construir personajes vistos hasta el hartazgo, diálogos poco logrados y un elenco muy regular en su pobre desempeño. El sentimiento de peligro, pelea y defensa del planeta se ve perdido en un film que se centra más en desentrañar la personalidad de Jake (John Boyega), sin ningún giro o antecedente interesante tanto para el argumento de la película como para el espectador. El guiín de esta secuela de Pacific Rim (2013), es una producción muy vaga y práctica al caer en lugares comunes a la par de su narrativa: lenta y sin matices desde su puesta, tales como efectos y sonido que hacían diferente a la franquicia de las demás. Titanes del Pacífico: La Insurrección no cuenta con grandes coreografías de combate ni sorpresa tanto por los mecha como por sus enemigos: el giro argumental pecó de predecible y muy funcional para encuadrar una trama de estructura muy débil en todos sus polos. Ni en su guión, dirección, puesta o esencia, Pacific Rim defendió lo propuesto anteriormente por Guillermo Del Toro. La esencia del día D, de estar en menos condiciones que el rival, del heroísmo en el apocalipsis y la proeza de lo imposible quedó trunco y sin consistencia. La película se acerca más a la propuesta de Transformers de Michael Bay -incoherente, recicladas con efectos con mucha espectacularidad sin consistencia y personajes olvidables- que al querido Gipsy Danger y el dramatismo con el cual comienza la película protagonizada por Charlie Hunnam y Idris Elba de 2013. En este sentido, ni John Boyega ni Scott Eastwood estuvieron cerca de manejar la intensidad de sus personajes como así lo lograron Hunnam y Elba. Básicos, predecibles y sin ningún conflicto más allá de la superficialidad hicieron que los nuevos héroes lograran una empatía o desarrollo aceptable. No es mala la actuación de Boyega, sino que cae siempre en el lugar de interpretar el mismo papel -excepto con Detroit (2017), que mostró una faceta mucho más interesante-. El caso de Eastwood (Rápidos y furiosos 8, Suicide Squad) es un poco diferente, en un rol un poco más protagónico a los que suele acceder: no sale de actuaciones fuera del promedio y la aceptación acorde a la película, en films que oscilan entre lo mediocre o lo aceptable. En sus 120 minutos de duración, la película nunca corre de la zona de confort al espectador ni lo nutre con lo que fue a buscar en pantalla: una pelea épica entre robots gigantes y monstruos, con grandes proezas de sus protagonistas, sacrificio y grandes efectos especiales. Titanes del Pacífico: La Insurrección no estuvo a la altura de su propuesta original produciendo una película mezquina desde su historia, personajes, pero más importante en la acción y peleas. Lamentablemente, más cercano a la idea de Bay enfocado en el marketing por producir figuras de acción que por promover una película más original, funcional y correcta para la esencia que marcó su antecesora. Por Alan Schenone
El nuevo gameplay cinematográfico En campaña por relanzar al personaje bajo un aspecto más actual, Tomb Raider: Las aventuras de Lara Croft (2018) acompaña el lanzamiento de su nuevo juego para las consolas de última generación. Lara Croft (Alicia Vikander), una joven atlética sin un rumbo claro en la vida, decide investigar y averiguar que ocurrió con su multimillonario padre, teniendo como única pista su último paradero: una isla mítica, lugar de una tumba legendaria en alguna parte de la costa de Japón. Esta última versión de Croft se aleja de la imagen sexualizada de Angelina Jolie de 2001 para focalizarse en un personaje más joven, terrenal, con conflictos internos sin resolver. Entre una mezcla de acción y puzzles, la película se desarrolla al igual que los videojuegos característicos de la franquicia como así también los de aventura. El film adapta a la perfección esta esencia gamer en un gran traslado del joysticks a la pantalla de manera fluida y natural, cuando en muchos otros casos no se obtuvo el mismo resultado –Assassin’s Creed (2016), por ejemplo-. Alicia Vikander, la ganadora del Oscar como mejor actriz de reparto por La chica danesa (2015), encara a una Lara Croft autosuficiente y que busca encontrar el rumbo a su vida después de la desaparición de su padre hace siete años. A su vez, Vikander demuestra una destreza física ideal para desenvolverse de manera eficaz tanto en las coreografías de combate como en las escenas de acción. Lejos está de envidarle algo a los héroes de acción en estos tiempos; al contrario: dota a su personaje de una sensibilidad que conmueve y genera empatía con el espectador, acercando a su personaje más al público. Utilizando los flashbacks como un recurso narrativo, el director Roar Uthaug recorre distintas facetas del padre de Lara como también desarrolla el vínculo que los une. El cast que acompaña a Vikander también logra una buena performance, tanto Daniel Wu como compañero y Walton Goggins como un antagonista con las intenciones claras y sin titubear. El punto flojo recae en Dominic West como el padre de Lara, preso de las -malas- decisiones del guión, con un personaje que en ningún momento termina de convencer en pantalla. Bajo esta impronta, Tomb Raider se pierde en incoherencias y acciones muy fuera de lugar que ayudan a que se desarrolle la historia en 122 minutos, aunque son muy poco comprobables y creíbles. Sin muchos sobresaltos y con un guión que no ayuda a sostener una trama -con varios antibajos-, Tomb Raider Las aventuras de Lara Croft (2018) logra salir airoso de su reboot cinematográfico en una película que cumple con su propósito: entretener con mucha acción y una Lara Croft autosuficiente e intensa.