CAZADOR CAZADO El joven Adam Cassidy quedará en el medio de una batalla de egos implacables entre su jefe, el empresario Nicholas Wyatt (Gary Oldman) y el viejo maestro de éste, otro desalmado empresario, Jock Goddard (Harrison Ford). Adam debe robarle los a Jock los secretos de un chiche de última generación que significará un notable avance tecnológico. Pero, después de mucho transpirar, Adam se dará cuenta que, por más avispado que sea, al final, en el mundo de las súper corporaciones, todo hombre termina siendo un instrumento desechable. Eso es todo. El libro acumula un festival de lugares comunes: mucha pantalla, mucho click, muchas claves, mucho suspenso poco creíble. Ni el libro ni las actuaciones ni la realización van más allá de la chatura. Por suerte, entre tanto chantajista, entre tanto ladrón y entre tanto empresario desalmado, hay una chica linda y media docena de besos.
TODO VALE Loca, desatada, plena de ocurrencias y desbordes, esta comedia apocalíptica es una invitación para que una docena de famosos hagan lo que quieran. Hay algunos gags logrados, pero todo es tan zarpado, tan desbocado, tan desparejo y disparatado que el resultado final no va más allá de la fiestita alocada. Es otro producto de la nueva comedia costumbrista norteamericana, una vulgar manera de explorar todos los excesos. La fiesta se arma en una vieja casona de Hollywood. Adentro, reina el desenfreno. Y afuera, un fenómeno extraño, está destruyendo todo. Más allá de algunos guiños (que no suman), de chistes autorreferenciales y locuras de entrecasa, cuesta reírse con esta parodia pasada de rosca que desafía todos los excesos. Por supuesto, tiene buenos momentos, buenos actores y buenas réplicas, pero eso no alcanza.
Cerca de la gloria y lejos de todo “Quizá hemos sido aceptados por la naturaleza”, dice en un momento Thor, el capitán de estos balseros noriegos que en 1947 recorrieron 8000 kilómetros a bordo de una precaria balsa de troncos, construida con la misma técnica usada por aborígenes peruanos, para demostrar que la Polinesia había sido poblada desde América del Sur y no desde Asia, como sostenían los científicos de la época. Es un logrado drama de supervivencia que rinde tributo al afán aventurero del hombre y exalta la solidaridad, la fuerza moral y el coraje. Y en el fondo, un homenaje a la naturaleza, dueña y señora de la suerte de estos intrépidos viajeros. En esa travesía, las tormentas, los tiburones y los cientos de contratiempos ponen a prueba día a día la fuerza de espíritu de esos seis hombres, que se lanzan al océano sostenidos por su fe, porque incluso algunos de ellos ni sabía nadar. El film que rodaron durante este viaje de 101 días en su momento ganó un Oscar. Esta es, por eso, una reconstrucción, beneficiada por los avances técnicos. La soledad, la interrogación, las dudas, las largas jornadas llenas de cielo y silencio, todo se suma a este desafío que al final también deja una reflexión sobre los misterios de la distancia, esa inmensidad que al capitán Thor le permitió amarrarse a la gloria pero naufragar en el amor.
LA VIOLENCIA DE SIEMPRE Filme sobre la violencia. La que se ve, la que se siente, la que se sufre, la que a todos cambia. En un pueblito boscoso, desaparecen misteriosamente dos nenas de familias amigas. No hay pistas no hay mensajes no hay explicación. Empieza la búsqueda, la angustia y la desesperación. Atrapan a un sospechoso pero no queda detenido porque no hay pruebas. Entonces un padre, ante lo que cree que es inacción policial, decide hacer justicia por mano propia. El planteo es interesante porque roza diversas aristas. El suspenso deja lugar al debate. No hay escenas de acción, pero sin embargo el miedo esta allí a alcance de todos. El filme está bien hecho y sabe mostrar las varias caras de la violencia: una vecina muy extraña, un padre que inicia a su hijo en el ritual de la cacería, desfile de armas. Pero ese planteo prometedor, de a poco se va desinflando: la historia se alarga y se retuerce, hay trampas, se suman nuevos sospechosos, aparecen los golpes de efectos. Y al final, lo que apuntaba a ser un thriller algo recargado de importancia pero interesante, acaba resultando una historia con demasiados volantazos sobre uno de esos pueblitos chiquitos, oscuros, llenos de secretos y de malos recuerdos.
Comedia inteligente, chispeante y encantadora Al fin una película para disfrutar. Inteligente, chispeante, sentida, romántica, emotiva. Tiene los contrastes de la vida, con personajes interesantes, sin disparates ni escenas raras, con gente a la que le pasa las cosas que le puede pasar a uno. Hay buen gusto, detalles sutiles y sabrosos apuntes. Es un filme que cuando hace reír lo hace de la mejor manera, sin grosería ni mal gusto, y cuando quiere emocionar no necesita forzar sus personajes, ni apelar a escenas culminantes, que le basta con mostrarlos confundidos, enojados, ilusionados, gente que tiene sus problemas, que ha pasado por fracasos amorosos, que aún debe pelear contra varios contratiempos, que no la tiene clara ni como amante ni como padre ni como amigo, pero que van haciendo la vida como pueden, permitiéndose la ilusión, la incertidumbre, el miedo, la expectativa. Está sostenido en diálogos sustanciosos y resuelve cada entredicho de la mejor manera, con frases ingeniosas y sin ridiculizar a nadie. Y se apoya en un magnífico grupo actoral que tiene sus picos más altos en James Gandolfini y Julia Louis-Dreyfus (protagonistas de las dos mejores series de todos los tiempos, “Los Soprano” y “Seinfeld”). Ellos dan vida a personajes, sencillos, queribles y normales. Pero lo mejor es el libro, sobrio y encantador, que tiene la apariencia de una comedia más, pero que se anima a abordar otras cuestiones: el vínculo tirante con los ex, la relación con los hijos, el temor al nido vacío, la necesidad de llenar la soledad como sea, la influencia de los otros en los juicios propios, las sorpresas que depara la vida, los desafíos que impone el amor maduro, cuando hay que asumir que lo que llega es de segunda mano y a veces descartado. Todo es fresco, difuso y creíble. Todo fluye con naturalidad, sin apuro ni subrayados, siempre a un paso de la sonrisa y de la emoción. Hace reír, hace pensar, se disfruta, es entrañable, sensible y sutil. La escribió y la dirigió Nicole Holofcener, una talentosa artista que desprecia el ridículo, el mensaje, el lloriqueo, la falsa audacia y los lugares comunes.
JUEGOS MORTALES Segunda parte de la saga de Suzanne Collins que durará hasta que el público se canse. No agrega nada nuevo: ya se sabe, detrás de este Gran Hermano mortal en un país ignoto y en un tiempo remoto, surge una heroína. Ella ganó los 74° juegos y debe salir de gira con su compañero, quien hace de novio. Todo está armado por un régimen que entretiene al pueblo con este circo espectacular, mientras se saca de encima los líderes rebeldes que empiezan a perturbar el orden. El mandón de turno, como suele suceder, no quiere que nadie le haga sombra. Así que pone en marcha los 75° juegos. Competirán todos los ganadores, casi una copa de campeones. El filme le dedica un largo rato en a los preparativos. Después llegarán los juegos, con los efectos especiales de siempre: tormentas, bichos varios, celadas, nieblas venenosas y todo un arsenal de calamidades que pone a prueba el coraje, el estado físico y la puntería de la chica de los flechazos. Mientras la pareja protagónica va matando, el pueblo se queja y el sistema reprime. Segunda parte de una alegoría demasiado evidente sobre el poder enfermo y la sana rebeldía.
Princesa de amores imposibles Es cierto, no cuenta todo lo que se podía contar, es parcial y simplificada, pero lo que cuenta lo cuenta bien. El filme se impuso límites: no ir más allá de la historia de un amor imposible, aunque imaginando que ese romance con el cardiocirujano paquistaní era el gran amor de una princesa sin amor. Muestra una Diana sola, enamoradiza, vulnerable, buena y voluble. Sin Carlos, sin pompa, sin la realeza, con sus hijos lejos. El personaje daba para mucho, sobre todo para poder escarbar en las tortuosas relaciones entre ella y la reina, entre Diana y su marido infiel, entre Diana y la celebridad, entre lo que era y lo que simbolizaba. El filme no retrata a fondo esta mujer tan bella, tan poderosa y tan abandonada, que no tuvo ni un amor ni una familia. Se ocupa solamente de ese romance arrebatador que floreció en los dos últimos años de Diana, cuando ya Carlos no estaba y en la residencia eran más los silencios que los sueños. Y lo hace ajustándose al tono y al formato de un melodrama triste y elegante, que no evita las frases hechas ni las escenas convencionales y que nos recuerda algo que el cine ha contado muchas veces: que el amor suele capitular ante el peso las diferencias, sociales, económicas, religiosas y culturales. Su amor es el cardiocirujano pakistaní Hasnat Kahn, que la ama pero la deja para no enfrentar a su madre y para no poner su carrera bajo los focos de un mundo de lujo y oropel tan distinto al suyo. Está Diana, sus lágrimas, sus viajes, su manejo de la prensa, sus escapadas. Y su plan final: aparecer junto al millonario Dodi Al Fayed, sólo para darle celos a este pakistaní pollerudo que sufría pero se iba en amagues. ¿Habrá sido así? Buen trabajo de Naomi Wats, comienzo prometedor, relato ágil y una pincelazos algo acaramelados pero vendedores sobre los momentos finales de esta señora que abandonó a Carlos “porque éramos un matrimonio de tres… y eso es demasiado”. Dirigió Oliver Hirschbiegel, el de “La Caída” (el final de Hitler), a esta altura, un especialista en retratar últimos días.
ENTRAR ES FACIL, PERO... Un abogado que atraviesa problemas económicos se mete en el mundo del narcotráfico cuando acepta actuar como escolta de un cargamento de droga que proviene de la frontera mexicana a los Estados Unidos. Claro, cuando quiere escaparse comprende que en al mundo de la droga es fácil entrar pero difícil salir. Este es el punto de partida de este “film noir” de Ridley Scott, extravagante y discursivo. El libro es de Cormac McCarthy (No hay lugar para los débiles, “La carretera”) un escritor que no da salidas y que envuelve a sus criaturas en los pliegues de un fatalismo oscuro. Hay más palabras y sorpresas que acción, es vertiginosa, excéntrica y sus personajes no van más allá del estereotipo al borde de la caricatura. El filme es retorcido, tiene sangre, pero no pasa de ser un juego confuso y disparatado al que ni siquiera su cambios de escenario (Estados Unidos, México, Amsterdam, Londres) ni su fuerte elenco (Michael Fassbender, Brad Pitt, Cameron diaz, Javier Bardem, Penélope Cruz) consiguen darle vid a este desfile de tipos divagantes que se la pasan recitando citas y consejos y que acaban siendo más llamativos que interesantes.
La Casa Blanca en bandeja Es interesante, más allá de sus enormes baches. Y lo es porque mal o bien pasa rápida revista a hechos que le han puesto su marca al siglo pasado: el asesinato de Kennedy y Martin Luther King, la guerra de Vietnam, Watergate. El film asume un claro tinte de corrección política y carga las tintas cuando aborda el horror de la discriminación. Porque por encima de este vuelo rasante sobre un pedazo de la historia de la Casa Blanca, lo que realmente aquí se cuenta es la trayectoria de un negro que se crió en los infernales algodonales del furioso sur (madre violada y padre asesinado por el patrón), que acaba anclando en la Casa Blanca como lavacopas y que irá ascendiendo hasta convertirse en el mayordomo de confianza de los presidentes que fueron pasando: desde Eisenhower hasta Reagan, pasando por Kennedy, Johnson, Nixon, Ford y Carter. El filme es la biografía de ese personaje que realmente existió, que se llamó Eugene Allen, al que el cine le cambió el nombre, le agregó un costado heroico y además un hijo: un joven rebelde que con su postura radicalizada resume y potencia el tema central de esta película. Porque lo que el film pregunta (y este mayordomo al final se cuestiona) es: tiene sentido poner su vida al servicio de los que esclavizaban a su raza. El hijo le reprocha haberse conformado con ser “un negro bueno” al servicio de los blancos en lugar de sumarse a la causa de los que aspiran a ser buenos ciudadanos, con todos sus derechos. El filme va de la Casa Blanca a la vida hogareña. Y allí no todas son buenas: la mujer es alcohólica (“te olvidas de tu hogar y sólo pensás en la Casa Blanca); los hijos hacen lo que pueden; los recuerdos vuelta a vuelta lo zamarrean. La película no va más allá del aspecto meramente divulgativo y algunos apuntes ambientales son tan apurados que estropean el conjunto. Los presidentes son apenas figuras de reparto, mal presentadas, que ni siquiera son parecidos. Pero bueno, son referencias insoslayables a la hora de inventariar el ascenso de un hombre que nació en un pantano de terror y se codeó con lo más alto y cuya biografía sirve para que el cine americano vuelva a ponernos sus banderas, sus cánticos a la oportunidad y todo su discurso prometedor, mientras al mayordomo se le caen las lágrimas y Obama se hace cargo del milagro. Es una película llena de buenas intenciones, sentida y calculada, que tiene su cuota de dolor y reverencias, pero que, por dedicarse a los grandes temas, dejó de lado lo más sabroso, que era las anécdotas que podía aportar un testigo tan directo, tan cercano y tan apreciado. Es convencional, elemental en su planteo y está dirigida por efectista descarado: Lee Daniels, el director de la deplorable “Preciosa”. Pero, pese a estos reparos, el tema interesa, hay buenos trabajos (Forest Whitaker y Oprah Winfrey) y siempre atrae poder echarle un vistazo a esos pasillos por donde han circulado los dueños del poder.
TODO ES PARA SIEMPRE ¿Que tal si pudiéramos volver al pasado para corregir lo que hicimos mal? Que todo sea un ensayo general antes de darle forma definitiva a la vida. Esta comedia romántica, que flota sobre la ciencia ficción y la new age, sugiere que es mejor no saber lo que nos puede pasar, que aquí no hay borrador, todo es para siempre. Historia parecida a la de “El hechizo del tiempo”, pero sin el encanto de aquella hermosa comedia. En el centro está Tim, un antihéroe juvenil de estos tiempos: tímido, huraño, lenteja y raro. Pero al cumplir los 21 su padre le da una noticia que le cambiará la vida: los varones de esa casa tienen el don de poder volver al pasado para rehacer lo que estuvo mal hecho. No podrán cambiar el mundo, pero sí acomodar mejor su existencia y darse algunos gustos. Y allí entra el amor, traído por una luminosa Rachel McAdams, cada vez más cautivante y vivaz. Pero de a poco el tono de comedia se tuerce, el recurso se agota, el ropero se vuelve cargoso, el film se torna confuso y el final es retórico, alargado y sentencioso. Entre la fantasía y la resignación, Curtis nos recuerda que debemos aceptar que pasamos por aquí solo una vez y que al final el mañana, con sus sorpresas, tiene más encanto que andar reciclando el ayer a cada rato.