NO HAY QUE SOBREPROTEGERLOS Dream Works (“Shrek”, “Madagascar”) nos brinda otra película inteligente y simpática, de gran impacto visual y suave mensaje aleccionador. Los protagonistas son una familia de la Edad de Piedra que vive en una cueva. El patriarca se encarga de protegerlos y de advertirles. “Siempre hay que tener miedo”, es su consigna previsora. Y a su alrededor rondan los peligros de un planeta que se está haciendo. El filme mezcla la aventura, las ganas de aprender (el niño que porta el fuego) y sobre todo deja un mensaje para esos padres sobreprotectores que, por intentar cuidar su prole, infunden desconfianza y miedo. Será la hija (la verdadera protagonista de la historia) la que se anime a salir de la cueva, toda una alegoría. Y gracias a su escapada conocerá el fuego, el amor, el prójimo y la necesidad de seguir avanzando pese a los muchos temblores que tiene reservado la vida. Un filme ágil, de fantásticas imágenes, con buenos personajes y una acción que nunca decae.
Celos y Pastillas Thriller farmacéutico, que arranca con todo y al final se pone confuso, pero mantiene el interés. Historia de una muchacha que cae bajo una aguda cuadro depresivo cuando su esposo sale de la cárcel. El psiquiatra le da pastillas, pero la cosa no mejora. Entonces decide probar con un nuevo medicamento. Y se pudre todo. ¿Mala praxis? ¿Laboratorios desalmados? ¿Amores torcidos? El tema daba, pero Sorderbergh deja cabos sueltos y el filme pasa del juego de intereses a una turbia historia de amores enfermos. Hay celos de todo tipo, pero al final nadie sabe qué pasa. Soderbergh (“Erin Brockovich”, “Traffic”) ha dicho que con este filme se despide del cine. Es una pena, porque es un realizador talentoso que ha mostrado pulso firme y energía para retratar gente intensa.
Hombres al borde de un ataque de nervios Buenísima comedia dramática. Tiene gracia y naturalidad. Y habla de hombres cuarentones, sensibles, creíbles y angustiados que enfrentan el amor y salen mal parados. Ellos son los que guardan y sufren, pero ellas, más sinceras y directas, los dejan al descubierto. Son seis episodios de parejo y empinado nivel. Todos relatan un encuentro decisivo y acreditan una misma cualidad: están muy bien escritos y estupendamente interpretados. Cada gesto, cada palabra, cada duda, esta sutilmente expresada. Vale tanto lo que dicen como lo que callan. Hay confesiones, mentiras, manejos, revelaciones, desilusiones, nostalgias, reproches, despistes. Son historias diversas: un par de amigos que se reencuentra y confiesan sus pesares; un marido cornudo que aprenderá a conocer a su mujer gracias al amante; un divorciado que quiere reconquistar a su ex; un oficinista que anda de levante y termina mal; dos parejas que por debajo de sus apariencias dejan ver el lado oscuro de su intimidad. Es imposible no sonreír y no identificarse con estos relatos y con algunos de estos hombres frágiles, ciertos, con sus dudas y sus fantasías, con lo que muestran y lo que ocultan. El elenco es insuperable. Si no hay actores de este calibre es imposible sostener un filme donde lo que cuentan son las palabras, los matices, los rostros, las miradas. Cesc Gay sabe manejar historias corales (ya lo había demostrado en “En la ciudad”) y sabe dirigir actores y crear climas. Javier Cámara, Ricardo Darín, Leonardo Sbaraglia, Luis Tosar y Eduardo Noriega no necesitan gritos ni explosiones. Están allí, emocionan, son creíbles y terminan siendo los puntales de este filme agridulce, inteligente y sensible.
Gente mala Es una más de acción, pero supera el nivel medio. Parker (Jason Statham) es un delincuente de principios que quiere vengarse de unos ex compinches que lo trampearon. Anda por Miami siguiéndolos y allí conocerá a Jennifer López (muy buen trabajo) que se gana la vida en una inmobiliaria y sólo quiere dar un zarpazo para pasar al frente y dejar atrás una vida con privaciones. Hay mucha acción, un relato bien contado, suspenso, tiros, atracos. Todo bien servido, con ritmo y toques de humor. Raro, eso sí, este Parker, un malandra con códigos: le roba a los que le sobran, no lastima a nadie, paga sus cuentas y hasta rechaza a Jennifer López porque está casado. Ladrones (y maridos) así, ya no quedan.
¿Y Por qué no? Livianísima comedia francesa, obvia, medio tonta, indulgente, con caras conocidas y una historia que rebosa buenas intenciones y nada más. Annie, Jean, Claude, Albert y Jeanne son amigos desde hace más de 40 años. Y rondan los 75. Y deciden irse a vivir todos juntos. Y allí surgen los pesares, alguna enfermedad, gestos fraternos y hasta una infidelidad doble que al final es perdonada, porque sólo queda tiempo para la tolerancia y el olvido. Hay rostros conocidos, escenas traídas de los pelos (los diálogos de la Fonda con el muchacho) y pincelazos sin gracia sobre el sexo, el paso del tiempo y la amistad.
DOS POLIS BUENOS Reality policial ambientado en Los Angeles, con mucho latino, mucha droga, mucho desquiciado. Y dos polis buenos, que se llevan bien: un mexicano y un californiano. El director mete la cámara dentro del patrullero y andamos con ellos a pura sirena. Sus imágenes sucias y apuradas adoptan la rugosidad de esos programas de TV que registran en vivo las actuaciones policiales. Pero a este reality en calles calientes le falta profundidad y fuerza. No hay historia, no hay sorpresas, uno anda todo el día adentro de esa camioneta que se pasa inventariando los costados más peligrosos de esos barrios marginales. Eso es todo. Lo novedoso es, que a diferencia de tanto film que muestra policías ruines, “En la mira” intenta ser un homenaje, humano y sencillo, a esos buenos uniformados que se la juegan.
AMORES IMPOSIBLES Suntuosa y engolada aproximación al transitado texto de Leon Tolstoi sobre adulterio y amores imposibles en la Rusia imperial de finales del siglo XIX. Lo mejor es Keira Knightley, bella y arrebatada, la única que pone sangre y alma en medio de una puesta en escena de buscada artificiosidad donde todos terminan siendo personajes distantes de un argumento que ni los roza. Filme esteticista, muy cuidado, pero más preocupado en lograr escenas lindas que en meterse dentro de esta apasionada historia de amor y vergüenza. El filme se engolosina con sus luces, sus colores, sus decorados y sus pasos de baile. Quizá haya sido un buen recurso para subrayar el mundo extravagante y vacío de una sociedad que vivía en un mundo de fantasía; pero la historia pedía más realismo y más pasión, menos espejos y más intensidad. El duque parece un príncipe de Disney y los demás lo acompañan. Y cuesta ver debajo de tanto oropel las idas y vueltas de un relato que ponía el amor como un acto desafiante. En esa sociedad todo era apariencia. Y Anna, por eso, enfrentará la condena social. Se atrevió amar a quien no debía en ese mundo de puro baile.
El retrato de una madre desesperada Elena y Vladimir forman una pareja madura. El es un hombre rico y frío. Elena es modesta y dócil. Se conocieron de grandes y cada uno tiene un hijo de un matrimonio anterior. El hijo de Elena, un holgazán irresponsable, no consigue mantener a su familia Y Elena tiene que ayudarlo. La hija de Vladimir es una chica indomable que tiene una relación distante con su padre. Elena era enfermera. Conoció a Vladimir en el hospital y hace dos años que se casaron. Pero son los hijos los que van agigantando el drama y los que van poniendo en escena la diferencia de clases de esta pareja. Ella, más que compañía le brinda atención; sigue siendo su enfermera, incluso para hacer el amor espera la voz del mando de Vladimir. Elena vive tironeada entre dos mundos muy enfrentados. Se lamenta que su hijo no tenga las oportunidades que a la hija de Vladimir le sobran. Y no encuentra como achicar la distancia. Pero al final se encargará trágicamente de juntar esas dos formas de vida. “Elena” es un drama familiar que adquiere los trazos de un desolador thriller hogareño. El tema es demasiado simple y está filmado con excesiva desnudez: minimalismo, pocas palabras, cámara en mano, sencillez descriptiva. Habla de las diferencias sociales, de los hijos difíciles, de las contradicciones de los nuevos modelos de familia, pero sobre todo deja ver el costado materialista de una sociedad que vive, ama y hasta mata alrededor del dinero.
NENAS QUE ASUSTAN Niñas abandonadas, padre desquiciado, abandono y un espíritu que se empecina en seguir todo de cerca. En esta historia de apariciones y cosas raras, el argentino Muschietti hace saber que está bien dotado para un género tan transitado y tan requerido, donde escasean las sorpresas y sobran las truculencias. Lo mejor es una realización intensa y cuidada que apeló por supuesto a los aliados de siempre: oscuridad, gente rara, apariciones, violencia y gritos. Muschietti tiene pulso para sostener el suspenso con pocos elementos, incluso sin necesidad apoyarse en lo sangriento, dejando que esas nenitas extrañas, esos rostros y ese pasado se encarguen, como manda el género, de ir sumando misterio, intrigas y miedo. Al final, la historia se apoya mucho en lo inexplicable para recordarnos que las madres nunca se van del todo.
Los peores vicios del “italianismo” ramplón aparecen puntualmente en esta fallida comedia costumbrista, un festival de exageraciones. Sin frescura, sin imaginación, los personajes son caricaturas desafortunadas que, cuando tratan de hacer reír, dan pena. Todo es grito, payasadas alrededor de una docena de tipos insoportables que a ratos son bobos y a ratos ridículos. Por suerte están ellas: lindas, vitales, audaces y lanzadas. El primer episodio es lamentable, el segundo es apenas mejor y el tercero, con Robert De Niro y Mónica Belluci, es el menos malo, pero lo mismo, da pena que De Niro tenga que hacer un strip ease para rescatar algunas sonrisas.