NADAR CONTRA LA CORRIENTE El salmón enseña el camino en esta agradable comedia romántica que tiene a la dulce Emily Blunt en el centro de una historia sobre imposibles. Hay un millonario emir que quiere trasladar miles de salmones escoceses al árido Yemen, con la aspiración de convertir el desierto en un vergel. Pero su misión irá más allá. Porque también hará un vergel del desierto corazón de ese biólogo escocés que debe llevar adelante esa experiencia. El biólogo es un tipo opaco, aburridón, con un noviazgo a su altura. Y en esas arenas, tan movedizas como sus vínculos, conocerá a una relacionista que se quedó sin novio. Y entre todos, nadaran contra la corriente. El film pregunta: ¿es posible el amor entre dos personas distintas que apuestan a lo imposible? Una película elegante, bien armada, sensible que aconseja no desfallecer ante lo imposible. Los personajes dudan, pero el salmón tiene la respuesta.
AMOR Y SANGRE El gótico exuberante y tierno de Tim Burton luce alto en esa película que tiene como tema central el amor y los fantasmas que él desata. El libro es atrayente y está muy bien servido. Barnabas vuelve del más allá convertido en vampiro para poner en orden su vida y salvar su familia. En la inmortalidad nada termina. Y aquí reencontrará aquella bruja y aquellos amores. Es el vástago de una familia que sobrevive a pura apariencia en un castillo de Maine. Todos sus moradores son personajes de Burton, tipos freaks, lanzados, raros. Barnabas es el amor imposible de una bruja que, por despecho, en el pasado le mato su novia, lo convirtió en vampiro y lo metió bajo tierra. Entre sangre, brujerías y peleas los seres de Burton animan otra vez un cuento de hadas que se sobrepone al estilo recargado de un director capaz de estilizar lo peor y lograr criaturas frágiles, queribles y perdonables. La historia no da respiro y su final es encantador: hay que elegir entre la inmortalidad o el amor, entre ser humano o vampiro entre durar o querer. La sangre -nos dice- puede demorar el envejecimiento o apurar el amor.
Hijo que llega y pareja que sufre UN SUCESO FELIZ, de Rémi Bezancon.- De llantos, vómitos, cansancio y emociones está hecha la vida de esta madre primeriza. ¿O de todas las madres? La llegada del hijo es una bendición, claro que sí, pero también un estorbo para esta muchacha que después de la cigüeña no sabe qué hacer con su casa, su vida, su carrera, su pareja y sus deseos. Es una comedia costumbrista que se va poniendo seria a medida que crecen los problemas y el crío. Una película que redimensiona el rol de mami y deja el instinto a un lado para indagar en el mundo doméstico, menos idealizado y más difícil. El filme es tonto cuando quiere ser romántico, pero mejora cuando se hace un lugarcito, entre pañales y berrinches, para retratar a esa pareja que era muy dichosa hasta que llegó este vástago, tan pedido y tan invasor, que se les mete en la cama y en la vida, que les quita horas, descanso, programas, ganas y que los tiene suspendidos, entre el embeleso y el agobio. El bebe, sin querer, los obligará a revisar roles y vínculos: como padres, como hijos, como amigos, como amantes. El tema daba para mucho, pero se queda en la superficie. Está contado en primera persona por esta mami bella y comunicativa (Louise Bourgoin), que de golpe siente que debe cuidar a dos bebes (él es un poco inmaduro) y que la vida se le escapa entre mamaderas, cuatro paredes y reclamos. Hay un par de escenas poco felices (¿por qué esa manía de querer mostrarnos los partos con crudeza y detenimiento), alguna cursilerías y secundarios demasiado subrayados, pero sale a flote por la calidez de su mirada, los buenos actores protagónicos, su simpatía y su sencillez, pero sobre todo por su original enfoque: cuando el bebe ríe, lo disfrutan los dos; cuando el bebe llora, la que se encarga es la madre. ¿O no?
SE LE NOTA EL DISFRAZ Rodrigo García es un director con buena mano para retratar el mundo de la mujer ("Con solo mirarte",) que aquí dirige una producción de Glenn Close, que llegó al cine tras un exitoso paso por Broadway. Está ambientada en Dublin, a finales del siglo XIX. Y enfoca un tema imposible para la época: una mujer debe disfrazarse de hombre para poder trabajar, aunque en este caso hay chicas trabajando en ese gran hotel con ella. La idea tiene un punto de partida interesante: tanto se disfrazó de hombre que sólo soñaba con casarse pero con una muchacha. Es decir el disfraz había prevalecido y al final lo falso había terminado siendo su verdadera identidad. Pero es tan lánguida, tan sin ganas, tan correcta y previsible, que todo se cae. Declamatoria, obvia, hasta el trabajo de Glenn Close suena estereotipado. ¿Cómo nadie se da cuenta que ese mesero discreto y servicial es una mujer? Sólo un nene de 6 años parece interrogarlo con la mirada. Lentos los irlandeses. El filme acumula clises para intentar denunciar el machismo y la intolerancia de entonces: trepador violento, aristocracia tilinga, borrachines gastados. Es una película sin vida que se disfraza de cine de calidad. Pero no hay caso.
MAS ENREDOS QUE PELOTAZOS El tema daba para una buena comedia. El fútbol tiene tantas aristas más allá de lo estrictamente deportivo, que un libretista ingenioso puede encontrar allí un filón inagotable. Esta película habla de los representantes, esa fauna tan presente y temida. Y del submundo que crece alrededor del fútbol. Esta vez la aparición de un juvenil criollo que despierta el interés del Real Madrid es el disparador. Y hacia va el pichón de crack y Diego Peretti, un ginecólogo enviado a Europa como representante del futbolista. Y se toparan con un manager español que juega en tercera, chanta y manipulador. Y allí empezarán los enredos. Que no son tantos ni tan originales y que de a poco va descubriendo el lado humano de estos perdedores que al final harán las paces con la vida. La película no tiene gracia, los diálogos son chabacanos, las situaciones tontas; si hasta Peretti, un muy buen comediante, no está cómodo en la piel de un personaje que flota entre la ingenuidad y la torpeza. Hay cameos de Palermo y Casilla, también de Ricardo Darín, que le da la bienvenida a su hijo. El fútbol y el humor, ausentes.
Como los Cars, estos animales siguen los dibujos de viaje. Lo exigen los argumentos y lo impulsa la posibilidad de una nueva tecnología que le da realismo y relieve a sus escenarios. Tras escaparse del Zoo de Manhattan, el león, la cebra, la jirafa y el hipopótamo, junto a su selecto equipo de acompañantes, aparecen en Europa y no les quedará otra que sumarse a un circo para escapar de una implacable poli francesa. Ya se sabe que para los animales de circo, los del zoológico son medio serviles. Así que hay que huir, disfrazarse y aprender cosas de circo. La apuesta no es otra cosa que un paseo simpático con muchos enredos y algunas sorpresas que concluye en el Zoo de siempre. Dibujo para chicos, sin otras lecturas. Vistoso, con aciertos parciales, ritmo vertiginoso, acción y aventuras. El esquema funciona, aunque también muestra señales de cansancio y algunas reiteraciones.
HORRORES Y CULPAS Forzada y retorcida versión libre sobre los últimos días de Edgard Allan Poe, que siempre dan lugar a conjeturas misteriosas. El guión apela a los cuentos crueles del gran escritor, a su amorío con una bella joven del lugar y a sus días de miseria, cuando dejó de escribir sus perturbadores relatos para dedicarse a reseñas musicales en un diarito de la ciudad. Pero loquitos nunca faltan, ni antes ni ahora. Entre la neblina de Baltimore surge un criminal serial que toma al pie de la letra los crímenes imaginados por Poe. Lo admira tanto que lleva a la realidad los asesinatos surgidos de la ficción. Por eso la policía recurre al escritor para develar el misterio. Creen que en sus textos está la inspiración y la pista. El tema tiene aristas interesantes: ficción y realidad, crimen y castigo, admiradores que transforman en víctima a sus ídolos. Pero el libro prefiere el camino más fácil: el suspenso, el hecho policial, los golpes de efecto y resoluciones forzadas y poco creíbles, como ese encuentro final entre el asesino y el escritor, tan conversado y tan traído de los pelos, con reparto de culpas, rarezas y venenos. Pero, pese a todo, la historia a los tropezones mantiene su interés. John Cusack tiene a su cargo un Poe desequilibrado que siente culpa por haber inspirado tanta atrocidad. La realidad y la ficción suman penurias y al escritor no le quedará otra que ir al encuentro de sus fantasmas. Porque Poe -según el filme- fue la principal víctima de su inspiración.
Una semana que duró siempre Amable aproximación a un suceso real. No es un retrato de Marilyn. Es la puesta en pantalla de un libro de recuerdos que tiene más nostalgia que certezas. El que evoca es el protagonista, Colin Clark, que llegó a ser director de TV. Cuenta los días del accidentado rodaje, en 1956 y en Londres, del filme "El príncipe y la corista", protagonizado por la Monroe y sir Laurence Olivier, actor y director. Un encuentro incendiario entre la hermosa y turbada rubia y el impagable actor. Marilyn se había casado con Arthur Miller y tomaba clases de actuación con los Strasberg. Quería progresar como actriz, ser algo más que una estrella hermosa. Y Olivier no soportaba sus caprichos, sus caídas su impuntualidad, sus olvidos. Miller viaja a París a ver a sus hijos y allí entra en escena el relator, Colin, un muchacho de 23 años, que empieza trabajando como asistente de tercer nivel del desesperado Olivier y acaba siendo el confidente y algo más de esta muchacha hermosa y frágil, tan aniñada y tan seductora, una actriz que se tornaba talentosa cuando dejaba soltar su instinto, pero tan desamparada y necesitada de afecto, tan famosa y tan vulnerable. Colin, por supuesto, jamás se olvidará de esta semana junto a la estrella. Gran trabajo de Michelle Williams, que nos trae una Marilyn inestable y vivaz, una rubia que hizo historia y que del brazo de Miller aspiraba a dejar atrás su carrera como estrella excéntrica y su triste pasado, para poder terminar al fin con sus miedos, su inseguridad, sus pastillas, su soledad. Es una comedia elegante, superficial pero atractiva, sin grandes hallazgos, pero bien armada, con buenas reconstrucciones, que trata a Marilyn con mucha ternura, que apuesta más a la piedad que al escándalo y que encima, para subrayar su aliento nostálgico, nos arropa con la inolvidable versión de "Las hojas muertas" del gran Nat King Cole.
¿Quién es la más linda y poderosa? Blancanieves no es esta vez una muchacha candorosa y frágil. Nada que ver. Es una especie de Juana de Arco que necesita salvarse para rescatar a su reino, que cayó en manos de una malvada que mató al rey y encerró a Blancanieves en una torre del palacio. Pero el espejito le dice a la terrible reina que deberá cuidarse de esa nena que ya es una linda muchacha. Por eso necesita su sangre: para ganar eterna juventud y de paso, para eliminar una competidora al trono. Esta aventura fantástica descubre el lado oscuro del inmortal cuento y aprovecha a la perfección las posibilidades del cine digital sin empalagar con los efectos. Es una historia atrayente que habla de la belleza, como fuente de poder y de esclavitud; del coraje y la lucha entre el bien y el mal, pero sobre todo nos trae a dos mujeres que se sienten más cautivadas por el trono que por la hermosura. Un filme con algunas idea interesantes, con una Charlize Theron que acierta como la malvada y una Kristen Stewart linda y nada más. El final, que parece anticipar una segunda parte, dice que las que mandan siempre deben dudar. Y que toda reina no deja de preguntarle a su espejito, quién es la más linda y quien manda más. Y esta Blancanieves, encima, deberá despejar una pregunta crucial: ¿con quién me quedo de los dos? ¿Con el noble Willams o con el rústico cazador? Porque una cosa es el gabinete y otra, el corazón.
Marcharse, amar o cambiar Martina, Sofía y Violeta son tres hermanas. La abuela que las crió ha muerto hace poco. Y esa casa, llena de recuerdos, por un lado las retiene y por el otro no las deja crecer; las contiene y las inmoviliza. Filme sobre la ausencia, el paso del tiempo, la fuerza de los lazos familiares y el descubrimiento del sexo y de la libertad. La cámara no sale de esa casa, no sabemos qué pasa fuera de ella, sólo un inquilino joven parece agitar las aguas de ese mundo quieto, nervioso, tenso. La casa parece calcar el ánimo de sus ocupantes: una sala de estar vacía, cuartos con llaves, garage con secretos, sillones para poder tocarse y hasta plantas que van perdiendo sus raíces. Las tres chicas andan por allí, sin mucho que hacer en ese verano pegajoso que le da clima a una pereza que se parece a la incertidumbre y que le contagia al filme el aburrimiento de las tres chicas. La música, la televisión, los celos, las pequeñas rencillas y mentiras van redondeando los contornos de una historia morosa y algo recargada, un ejercicio de estilo que pone en el centro el difícil vínculo entre hermanos, una película con clima, sensibilidad, gusto por los detalles y buenas actuaciones, pero que también es alargada, reiterativa, recargada de elipsis y exageradamente contemplativa. Como mucho cine nacional, la historia es chiquita, sugiere más que lo que cuenta, pero hay aciertos en la marcación actoral, los encuadres, la música. Es un cine perturbador, melancólico que sabe transmitir los requiebros, la búsqueda, los cuestionamientos y las dudas de estas hermanas que entran y salen del pasado como pueden, pero que al final de este espeso verano empezarán a vislumbrar un nuevo camino: una se marchará, otra descubrirá el amor y la tercera regalará los muebles para romper con el pasado. Han crecido y la casa les muestra el camino: las puertas están para irse y las ventanas para aprender a mirar. (*** BUENA)