Dos filmes que apuestan a la espectacularidad y también la nostalgia. Uno va hacia el futuro y otro hacia el pasado. Los dos quieren rescatar algo que está en peligro. El humor se agradece, aunque no hay mucho más. Es un desfile de cosas sabidas trayendo personajes que dejaron su marca y siguen vendiendo. "Los vengadores" -un seleccionado de superhéroes que se deben esmerar ante un villano cinco estrellas- busca más la complicidad. Y al nuevo opus de "Hombres de negro" se le nota, por suerte, la influencia de Spielberg: propone un retorno, como siempre, al pasado para pagar viejas facturas y para emparchar un presente que pide algunas mejoras. Dos buenos productos.
CUENTO DE HADAS El finlandés Aki Kaurismaki es uno de los directores mimados por la crítica. Haga lo que haga, siempre será exaltado. Esta vez se muda a Francia con sus personajes, una galería de seres fracasados, derrotados, solos, distintos Y nos trae un cuento de hadas, lineal y lleno de buenas intenciones. Su cine es el de siempre: austero, básico, absurdo; también pesado, ingenuo y distante. Sus personajes son afectuosos pero van cuesta abajo. Y por eso suena Gardel en la radio para recordarnos que "que en el mundo no cabía/toda la humilde alegría/ de mi pobre corazón". Habla de la inmigración, de cómo Francia va cerrando sus fronteras, de los prejuicios y los miedos. Y dice que la solidaridad y la tolerancia pueden hacer milagros (cura a una enferma incurable y salva a un insalvable) y que sólo en las pequeñas historias y en los seres más simple todavía hay esperanza. Pero es tediosa, elemental, muy explicada. Y hasta con un policía reivindicado en un final que nos hace acordar a "Casablanca". Para muchos, una joya insuperable. Para otros -entre los que me incluyo- un cine hecho de poses, medio lánguido y algo artificioso.
Otra cruda radiografía de Trapero Con extrema crudeza Pablo Trapero se mete en una villa para trazar otra violenta radiografía sobre la marginalidad. Y lo hace teniendo como protagonistas a dos sacerdotes y una asistente social. El filme se abre con una secuencia oscura: un cura sobrevive a una matanza de los narcos en la selva del Amazonas. Y allí conocerá el miedo, la culpa y también el verdadero rostro de la violencia. Ya en Buenos, se incorporará a la parroquia de Ciudad Oculta, a cargo de un padre Julián que hace lo que puede ante una realidad que no sólo los supera, también le quita vida y esperanzas. La villa es otra selva: están los vecinos, los narcos, los adictos, los asistentes, los buchones, los vendedores, la policía. Y todos metidos en un barrial que mezcla reclamos, necesidades, desesperación, dolor, bronca, venganza. ¿Qué hacer y cómo? Con esta película valiente, difícil, pero también sangrienta y despareja, Trapero confirma que, en el cine nacional, nadie filma como él. No hay un detalle que no le sume vigor y certeza a esta reconstrucción realista y vertiginosa que vale como un homenaje al padre Mujica. Todas las actuaciones son perfectas, todas las caras son ciertas, todas las secuencias son creíbles. Pero Trapero no se conforma con el registro vívido y visceral de ese mundo. También explora y plantea sus dudas sobre el genuino poder de la solidaridad, el porqué de la violencia, la indiferencia de los que deciden, la cómoda mirada de las autoridades de la iglesia y de la clase política. Los dos curas y la asistente social pelean contra todos, con poca compañía y más dolores que logros. Y Trapero, como balance, apela a otro final demoledor (como en "Carancho") que no les dejará salida ni esperanza. Algún alarde, alguna excesiva crudeza al retratar la violencia, algún innecesario atajo argumental (el final de Julián), le restan rigor a este filme valioso, que emociona, pega y duele. La marginalidad -parece decirnos- es como ese edificio inacabado que le da título al filme: si los que deciden no se deciden, no terminará nunca.
Un filme conmovedor Conmovedora, inteligente, intensa, humana. Un pequeño incidente deja ver temas como la violencia, la manipulación, el falso orgullo, la fuerza del mandato religioso, la lucha de clases. El filme se abre con una pareja ante un juez. Ella se quiere separar, pero él no le da el divorcio. Ella quiere irse a vivir a otro lado, pero él no acepta porque tiene a su padre con Alzheimer. En el medio, está la hija, que se reparte como puede y sólo espera que se reconcilien. Pero las cosas se complican. Una mucama que ingresa a la casa para cuidar al anciano, desencadena sin querer los hechos: un malentendido, un accidente, una acusación, un aborto. La situación se desborda y entra a jugar la justicia. Todos guardan secretos que agravan el escenario. Y todos acomodan esos secretos a la ley del mal menor. Lo terrible es que todos tienen sus razones y sin embargo la realidad los termina arrinconando. Son seres equivocados, pero íntegros, que se mueven en un clima de desesperación. Porque detrás de este suceso, el sistema muestra la sumisión cultural, la violencia, el chantaje moral y el poder dominante del hombre en una sociedad donde la autoridad se confunde con el miedo. El amor de pareja, por supuesto, lucha en inferioridad de condiciones en ese escenario. Hay un juez, un matrimonio casi roto, otro que vive angustiado, una maestra, dos nenas. Nadie es bueno ni malo del todo en este soberbio filme. Cada uno defiende su parte en función de un contexto que obliga a mentir, a esconderse, a huir o amenazar. Un filme estupendo, sin duda lo mejor que hemos visto en el año. Es tan real y tan cierto que impacta y emociona. No hace falta recurrir a escenas extremas para tratar de conmover. El dolor está allí, en ese marido callado, en esa mucama abnegada, en ese hombre violento, en esa mujer confundida y en esas nenas, tan queridas y tan infelices. Los secretos corren de un lado a otro. La verdad se abre paso pero ocasiona más de una ajuste de cuentas. La diferencia de clases y de cultura se hace notar. Es una historia pequeña pero es notable como el director va extrayendo a cada paso, como si fueran capas de cebolla, nuevos centros de interés. Un filme que habla de la vida, de la muerte, del amor, de la violencia y, sobre todo, de la conciencia. Un filme creíble, inteligente y perturbador.
Dos filmes que apuestan a la espectacularidad y también la nostalgia. Uno va hacia el futuro y otro hacia el pasado. Los dos quieren rescatar algo que está en peligro. El humor se agradece, aunque no hay mucho más. Es un desfile de cosas sabidas trayendo personajes que dejaron su marca y siguen vendiendo. "Los vengadores" -un seleccionado de superhéroes que se deben esmerar ante un villano cinco estrellas- busca más la complicidad. Y al nuevo opus de "Hombres de negro" se le nota, por suerte, la influencia de Spielberg: propone un retorno, como siempre, al pasado para pagar viejas facturas y para emparchar un presente que pide algunas mejoras. Dos buenos productos.
MIENTRAS EL CUERPO AGUANTE Hastío, indiferencia, un cansancio existencial que solo el sexo alivia. Y Brandon acude a él, con enfermiza recurrencia, para combatir un tedio que lo supera. Es una de esas películas donde los personajes no necesitan más que sus obsesiones. Allí encuentra la angustia y una engañosa salida. El tipo consume sexo en varios formatos: por Tv, contratando prostitutas, visitando baños en busca de hombres o mujeres y masturbándose a toda hora. Hasta que aparece su hermana, extraviada también. Pero es la única que ruega por un poco de afecto en medio de un escenario donde solo hay lugar para lo momentáneo, lo violento, lo triste. Su hermana lo pondrá frente a la imagen de la familia y de los lazos duraderos. Y eso acabará sumiendo al protagonista en una crisis más honda. Será ella la que le mostrará que esa existencia transitoria y casual es parte de sus vidas y de su destino. Un filme que quiere decir más de lo que muestra. Exhibicionista, efectista, lánguido y algo impostado. "No somos malos, venimos de un lugar malo" le dice la desesperada hermana a este personaje que recurre maniáticamente a su cuerpo para que le dé noticias de que sigue estando vivo.
Con Elvis hasta el final No imita a Elvis. Es Elvis. El filme retrata el fanatismo desbordado de un apasionado que no hace otra cosa que vivir a la sombra de su ídolo. A su hija le piso Lisa Marie y a su mujer le dice Priscilla. Desaliñado, gordo, con barba, cuando alguien lo llama por su nombre verdadero, Carlos, se enoja. Anda con su Fairlane por esas calles del conurbano animando todo lo que puede: fiestas familiares, geriátricos, bingos. Pero su idolatría está más allá del éxito. Lo pedalean con el cachet, pierde a su mujer, en su casa es un ausente. El tiene una sola devoción y con eso le basta para mantenerse en pie. Una película viva, carnal, con defectos, pero auténtica, fresca, intensa, que mira con piedad a estos perdedores. Bo sabe retratar ese mundo, sus maneras y sus diálogos, sus sueños y sus patinadas. Y tiene como mejor aliado a John McInerny, el actor platense que no siempre acierta en las escenas dramáticas, pero que cada vez que canta se transforma y llena el escenario y la película con su voz, su presencia, su mirada, su entrega. Como Elvis, conmueve y como Carlos no desafina. El saldo es más que bueno. No es una gran obra. Pero hay energía, soltura y ganas. Y encima, el regalo de media docena temas del gran Elvis Presley.
BUENAS INTENCIONES Cuenta la historia de Pilar, una joven que padece autismo y un grave retraso mental. Y cuenta cómo estos aspectos repercuten primero en su familia y después en el medio que la rodea. El director ha informado que ha experimentado en carne propia este problema porque que tiene un hermano autista. Las buenas intenciones nunca están de más, pero no bastan. El filme muestra cómo esa familia se va deteriorando. Pero cobran demasiado protagonismo los ataques de la enferma y lo que pasa en el centro de rehabilitación. Patricia Palmer es lo mejor de un elenco que da vida a personajes mal delineados. El tema importa y técnicamente está bien hecha. Pero los golpes de efecto y los subrayados ayudan poco.
NADIE LE CREE Un thriller psicológico que no aporta nada nuevo. Estamos en un pueblito de Oregon. Una muchacha denuncia haber sido atacada y haber sido secuestrada por un loquito de gustos raros que la tenía metida en un pozo. Logra salvarse y hace la denuncia. Pero la policía no le cree. Ella es medio rarita y el suceso -inventado o no- le agregó nuevos elementos a su paranoia. Meses después vuelve a la comisaría: dice que el malvado volvió y que secuestró a su hermana. Y la poli tampoco le cree. Así que ella debe tratar de salvar a su hermana, dar con el canalla y además esquivar a la poli que la quiere encerrar. El film no elude ningún lugar común. Es mediocre y previsible. La incrédula policía no pega una: investigando, fallan y persiguiendo son de lo peor. Pero no son los únicos chapuceros de Oregón: el villano es otro fracaso total.
Acción, peligros y sonrisas Johnny Depp se pone otra vez en la piel de su amigo, el malogrado escritor Hunter S. Thompson, para protagonizar una comedia de acción que mezcla con despareja suerte cine negro, costumbrismo, denuncias, amores peligrosos, personajes lanzados y pincelazos pintorescos. El filme está ambientado en la revoltosa Puerto Rico de los 60, cuando Thompson empezaba su carrera periodística. Depp es Paul Kemp (alter ego del autor) un tipo demasiado tentado por el alcohol y los bordes. Llega para trabajar en un diario del lugar. Tan disipado como él. Y a partir de allí, sumido en un escenario imposible y extravagante, la historia empezará a entreabrir varias ventanas: lo que pasa en el diario, el recelo indudable entre los nativos y los extranjeros, la presencia de una mafia inmobiliaria que trama negocios sucios y una historia de amor que tiene el marco extremista del lugar, arrebatado y riesgoso. Más allá de algunos derrapes, hay buenos momentos, personajes secundarios de peso y citas y frases imperdibles. Es la historia de un empecinado que allí aprendió a jugarse por sus corazonadas. El film tiene vértigo, simpatía, Johnny Depp atrapa y la rubia Amber Heard es como ese paisaje: inquietante, bella y peligrosa.