Culpa, silencio y reproches en un trágico drama familiar Cuando Gustavo (Marrale) descubre su hijo acostado con su amigo, toda el hogar trastabilla. Esta triste, enojado ausente. Más que nada porque se lo ocultaron. Gustavo se lo recrimina a su esposa (Morán). Lo hicieron a un lado y algo se ha roto en esa linda casa. Gustavo es un cirujano de prestigio y cabeza de una familia acomodada. Facundo, su único hijo, empezará a partir de allí a sentir la indiferencia de su padre. No tienen nada en común (y la escena inicial de la cacería, lo subraya). Y esta revelación agrandará la grieta. Es un film sobre la culpa, pero más que nada sobre esas relaciones de padres e hijos, tan llenas de silencio y secretos. Es un film lento que se queda en la superficie de una historia tan cargada de posibilidades, aunque como melodrama familiar sale a flote La trama da un giro hacia la tragedia. Los asaltan y la muerte acaba inundando todo. Gustavo siente culpa por no haberle dado lugar a la confesión de su hijo. Y emprende un camino reparador que deja la venganza a un lado. Cuando descubre que el asesino junto a su padre fueron los que desencadenaron la tragedia, se mira en el espejo de ese vínculo enfermo. Es un film lento que se queda en la superficie de una historia tan cargada de posibilidades. Como melodrama familiar sale a flote. Marrale y Morán tienen oficio y con pocos gestos dan cuenta del horror que están enfrentando. Pero el film decepciona cuando lo policial gana la escena. Las charlas con el asesino y el encuentro con el padre bordean el absurdo. Gustavo desanda todos los caminos para poder encontrarse con el que ya no está. Pero sólo encuentra culpa y reproches. Gustavo, con su conducta, ¿no habrá forzado la actitud heroica de su hijo? Hay un episodio de su infancia que aclara las cosas. Alguna vez, cuenta, se peleó con un compañero de escuela sólo para halagar a un padre que reivindicaba el coraje. ¿Facundo no habrá querido hacer lo mismo? Hasta dónde la elección del hijo arraiga en el discurso del padre, se pregunta “Maracaibo”. Y decide entonces mandar a Gustavo a la cárcel a visitar al asesino. Más que nada para aprender a escuchar, algo que no había sabido hacer con su hijo. El matrimonio se quiebra. Se echan culpas. El silencio será más espeso que nunca. Gustavo buscará, en las fotos viejas y en la PC de Pablo, a ese hijo ausente. Quiere empezar a ver lo que estaba la vista.
Todo es plata y sangre en este oscurísimo thriller Pueblito perdido del interior chaqueño. Desolación y atraso. Protagonista sinuoso con un pasado oscuro que lo liga a las fuerzas armadas. Tipos desorbitados o indiferentes que dejan hacer o le suman pequeñas trampas a un escenario sin vida. Historia de un encuentro desgraciado que culmina en tragedia. Película sórdida, implacable. Nadie se salva. Hasta las víctimas (el hijo de la mujer cautiva) miente o esconde. Se parece a “Koblic”, hasta en sus resultados. Y es el regreso de Caetano a sus criaturas marginales y hacia un submundo despiadado. La plata es la protagonista. Esta allí, en todas las charlas, en todos los teléfonos, en todos los vínculos. Plata y violencia, un menú conocido. Cetarti (Hendler) es un tipo raro, no tiene alma ni vida. Acaba de renunciar como empleado público (“Debes ser el único empleado público del mundo que renuncia”, le dice Duarte (Sbaraglia). Vive en Buenos Aires y llega a ese pueblito chaqueño porque acaban de asesinar a su madre y a su hermano. Hacía mucho que no tenía contacto con ellos, pero ni esa noticia lo conmueve. Es un hombre chato, anodino, solitario, sin esperanza ni ganas. Y acepta, más por inercia que por otra cosa, seguirle los pasos a Duarte (buen trabajo de Sbaraglia, aunque rozando la caricatura), un tránsfuga pueblerino, peligroso y deleznable que está allí en medio de una historia demoledora. La codicia es el motor que los mueve a todos. No hay otro sentimiento. “El otro hermano” deja ver a tipos llevados por la plata hacia un destino fatal. Gente encerrada. No sólo los secuestrados, los demás también están en un sótano que ignoran pero que no los deja salir. Todos deambulan hundidos en un barrial que los liga y los confronta. Caetano no ahorra tormentos. Y el anunciado final adquiere el sentido de una masacre liberadora. La muerte, como en algunos western, viene a poner un poco de orden entre tanta mugre. Su mirada es desoladora. Y la historia, aunque está bien contada, no siempre suena creíble. Los trabajos actores son puntos fuertes (Pablo Cedrón, el chatarrero, está absolutamente espléndido) de este thriller devastador, que no da tregua, con hijos muertos o semi muertos y una madre sufrida, a la que ni los perros le tienen piedad. Cetarti es un viajero que vino de la nada y se va hacia la nada. Lleva con él, de un lado a otro, las cenizas de su hermano y de su madre. Y en el mismo cofre, el dinero. Todo junto. Como para decirnos que en este universo oscuro, tan lleno de sangre y de secretos, la vida, la muerte y la plata son cosas inseparables.
Inspirado en una historia real, así dicen, aunque no dan mayores precisiones, el debut de Fernán Mirás detrás de cámaras es poco auspicioso. La historia no está mal, pero es tan esquemático y enfático su tratamiento, tan subrayados sus personajes, tan discursivo su contenido, que todo atisbo de denuncia roza la caricatura. Cuenta la historia de una supuesta violación en un pueblito perdido del interior. ¿Violación o relación consensuada entre dos desamparados? Desde allí asistimos a otra puja: la de una abogada de buenas intenciones (Barreiro) frente a una fiscal insoportable (Onetto) que acumula todos los defectos imaginables. Cuando la abogada defensora empieza a investigar, el mundo se le vuelve en contra. Aunque ya venía mal pisada: el día que dio la última materia, diez años atrás, no alcanzó ni a festejar porque se cayó por la boca del ascensor. Desde ese día “soy la renga de mierda”? El libro le suma más obstáculos: el viaje al pueblito perdido para hablar con los testigos, es una odisea: el comisario corrompido, los parroquianos huidizos, la mitad de sus habitantes raros. Todo está exagerado. Y el trazo grueso desactiva cualquier atisbo de denuncia. La historia daba para más. Husmear en lo entretela de los sucios manejos entre la justicia, la política y la policía suele ser material rendidor, sobre todo en épocas tan descreídas. Pero la acumulación de inconvenientes no es la mejor manera de exaltar el rol sacrificado de esta abogada que está menos asqueada en ese pueblito donde nadie le habla que en ese ambiente judicial donde todos la ignoran. El final aporta una moraleja algo cínica: Sobran culpables, en el pueblito y en los tribunales, pero al final todos se salvan y ganan.
Nostalgia, amistad y música para intentar salir del pozo Gabriel Nesci, el creador de las muy recomendables “Todos contra Juan” y “Días de vinilo”, ensaya otro canto de nostalgia y amistad. Con historias sencillas y personajes melancólicos que valen más por lo que intentan que por lo que logran. Nesci escribió, dirigió y compuso la música. Y en las tres esferas sale a flote. La música es otra vez el motor emocional de esta comedia simpática a la que le cuesta levantar vuelo. Axel (Segura) vive en España, padece del mal de Asperger y cuida a su padre, en estado vegetativo; Javier (Peretti) se ha quedado viudo y no puede ni con su duelo ni con su trabajo de profesor ni con un hijo que anda literalmente por los bordes; y Lucas (Torres) es un abogado chanta y ligero que anda solito y pedaleando. No les sobra nada. Veinticinco años atrás habían formado una banda de rock que dejó alguna huella. Y ahora van por ellas, con más ganas de sacarse de encima el presente que de volver al pasado. Y eso ocupa el centro de un film amable, que quiere hacer reír y emocionar, aunque pocas veces lo logra. Los personajes tan remarcados (la hijita de la Bertotti es una de esas nenas insoportables que da el cine; y Axel a veces irrita) y situaciones caprichosas le quitan chance a una comedia que apela al sentido de la amistad, la nostalgia y los buenos sentimientos para poder rescatar a estos tres ex compañeros que andan medio estropeados por la vida, pero que encuentran en la evocación, los afectos y la música la chance de una segunda oportunidad.
Arranca con una violación. Pero a partir de allí todo será distinto. Ella es una mujer que viene de un pasado barroso, con un padre perverso. Desde entonces aprendió a no dar lástima. No quiere ser víctima. Y tampoco lo será ahora, que es una mujer hecha, empresaria exitosa, madre protectora y amante exigente. Por eso, en lugar de la denuncia y el dolor, elige explorar ese oscuro espacio que se abre más allá de un ataque brutal que la obliga repensar no sólo sobre la violencia, sino también sobre los raros caminos que recorre el sexo, la venganza y el placer. Lo hace por el hoy incierto y por el ayer sufrido. Sin límites ni culpas. Distanciada, orillando el absurdo, a ratos fría y pretenciosa, aunque siempre inquietante y audaz, “Elle” tiene en Isabelle Huppert a su intérprete ideal; ella en plenitud asume aquí el rol de esta buena señora que desafía sus recuerdos, sus amores, sus gustos y hasta sus amigas con tal de meterse dentro del alma humana (de ella y del violador). Sofisticada, con una extraña mansedumbre a la hora de demoler tantos prejuicios, “Elle” se esconde bajo el disfraz de un juego maligno. Su aire subversivo y perturbador quiere denunciar la hipocresía de un mundo que se aferra tanto a sus estereotipos que cuando surge alguien que lo desafía nadie sabe dónde ponerse.
Una comedia audaz, inteligente y chispeante. Hay que aprovecharla porque no hay muchas. El sexo y el amor son los protagonistas. Pero nada de mal gusto ni de audacias desbordantes ni de dilemas oscuros. Aquí todo se celebra, hasta las dudas. El tema son las parafilias sexuales, desviaciones que permiten alcanzar el goce por atajos extraños. Y la cosa se despliega en medio de cinco parejas que hacen lo que pueden para superar, no esa patología, sino la rutina, que enferma más que otra cosa. No hay gente tonta. No hay situaciones chocantes, no hay morbo. El dialogo es chispeante, las situaciones están bien redondeadas y los personajes transmiten naturalidad y vitalidad. Nada desentona en esta comedia erótica que a su turno valora lo diferente desde el costado más entrador. Porque aquí nadie se propone curarse de sus desvíos, sino sacarle jugo y tratar de gozar mejor. Así que si hay amor, no queda otro que aceptar y darle para adelante. El film retrata, con mucho ingenio y sin exhibicionismo, a unas parejas que andan extraviada en sus propias dudas. Aunque a su alrededor hay otros raros exponentes que subrayan el clima de época. El elenco está magnífico. Todos suenan naturales, vitales, muy metidos en sus papeles, frescos y punzantes. Divertido retrato sobre la vida sexual de la pareja y algunos de sus infinitos recovecos.
Es cierto que le falta intensidad y que la mirada algo superficial del chileno Pablo Larrain (que nos había defraudado con la convencional “Neruda”) le quita espesor trágico a una historia tan potente. Pero más allá de algunos reparos, el filme importa porque trae un curioso y atrevido retrato de Jackie. Relata los cuatro días que van desde el 22 de noviembre de 1963, fecha del magnicidio en Dallas, hasta el funeral en Washington. Y va y viene en el tiempo. Retrocede para mostrarnos a una Jackie titubeante en una recorrida para la TV por la Casa Blanca; y avanza al verla, meses después de la tragedia, respondiendo a un periodista desde su residencia. Larrain ha dicho que no quería hacer un documental, sino animarse a imaginar lo que pasó dentro del corazón y la cabeza de esa muchacha que parecía ser una figura decorativa pero a la que el dolor la va convirtiendo en una mujer con ciertas ínfulas de grandiosidad, resuelta y cambiante, deseosa por darle futuro al legado de su marido y decidida a prestarse a las exigencias de una posterioridad que también exige exponer cuidadosamente su dolor (como ese vestido con sangre), para que los asesinos -dice- “vean lo que han hecho”. ¿Fue sincera? “Parece como si al funeral lo hubiera hecho más para mí que para homenajear a Jack”, le dice al periodista. Un oscilante retrato de Jackie, ambiguo y contradictorio. El filme no pierde interés porque cuenta un suceso inolvidable. Pero le falta garra y fuerza emocional. Natalie Portman compone una Jackie aniñada que, al corregir permanentemente al periodista que la entrevista, parece enseñar que toda existencia necesita secretos y correcciones. Larrain ha contado que su intención “no es explicar quién fue, sino acercarse a una narración emocional que nos permita estar dentro de ella”. Pero por supuesto no todo es imaginación. Están las lágrimas y la desesperación; la cruda y lograda reconstrucción de ese instante fatal, con la muerte en su regazo; el impresionante cortejo fúnebre; y el presidente Johnson y Bob Kennedy jugando su parte. Y asoma entre bambalinas el efímero resplandor del poder, que en pocas horas convierte a una orgullosa primera dama en el mito sufriente de un crimen que alumbró a una Jackie Kennedy desolada, confundida e inesperada. En una de los paseos con el sacerdote que la consuela, Jackie escucha cómo Jesús le enseñó a un ciego que el sufrimiento puede ser una forma del aprendizaje. Esos balazos que cambiaron quizá el destino del mundo, sin duda cambió para siempre el alma de esta mujer ensangrentada que no abandonaría jamás la gran escena mundial. Tras ese tul que la cubre en la marcha fúnebre, asoma otra vez la olvidada Jacqueline Bouvier, una mujer distinta, que se sintió una Kennedy más, pero que después de la tragedia se lanzó a los brazos de Onassis para darle otro final a su vida.
Una pequeña ciudad de Bélgica. Una joven médica terminó su jornada. Suena el timbre del consultorio. Está cansada y decide no atender. Después se reprochará no haberlo hecho. Porque que esa chica, que venía a pedir más ayuda que atención médica, aparecerá muerta. Era una refugiada explotada por una red de tratantes. Esa culpa no dejará en paz a la doctora. Alumbrará su conciencia y el tremendo escenario de humillación y abusos que la rodea. Los hermanos Dardenne, como siempre, parten de un hecho aparentemente menor para ir después ampliando su enfoque. Hacia el costado y hacia adentro. En su búsqueda, la médica irá encontrando seres que luchan siempre en desventaja. Sus filmes tienen una inconfundible marca: son sinceros, realistas, austeros, rigurosos, casi documentales, un cine que ha contado con mucho equilibrio los grandes problemas de una clase sacrificada, siempre en riesgo, sometida a la degradación de un sistema que las obliga a enfrentar situaciones penosas y humillantes. Este no está la altura de sus grandes trabajos, pero siempre impresiona como un cine doloroso, decente y sentido.
Venganza y culpa en esta historia de mujeres atacadas y parejas rotas Un matrimonio debe dejar su casa porque el edificio está por venirse abajo. El es profesor y actor de teatro. Ella lo acompaña como actriz. Están representando “Muerte de un viajante”. Todo apunta al mismo lado. El matrimonio se contagia de esa muerte teatral y de ese derrumbe material. Ellos se mudan a una casa que estuvo habitada por una prostituta o algo así, porque todo está aludido. Por culpa de un equívoco, la nueva dueña de casa es atacada ¿por un cliente de la anterior ocupante? A partir de allí el aire se enrarece. ¿Qué pasó en ese baño donde la mujer fue atacada? El ladrón huyó y dejó olvidado plata y un celular. ¿Pagó por algo? El marido inicia la investigación. Se obsesiona. Quiere atrapar al agresor pero también saber hasta dónde llegó. Y esa interrogante ocupa todo. Los efectos indeseables que produce la violencia saltan a la vista. La duda gana lugar. El hombre apuesta a la venganza y la mujer al olvido. El ataque lastimó una armonía hogareña que deja más marcas que las heridas. Este film ganó el Oscar como mejor película extranjera. Y Farhadi, que nos había deslumbrado con “La separación”, propone otra reflexión sobre las relaciones humanas, con la pareja en el centro de la escena. Lo hace de a poco, como es su estilo, sin estallidos grandilocuentes, permitiendo que la historia vaya envolviendo a sus personajes hasta hacerlos cambiar. Sensible, ambigua, sin tomar partido, dejando que cada criatura se explique, el film es una meditación sobre los aspectos morales que rodean a una pareja más que sobre el amor. Hay humanismo, gusto por los detalles, mirada profunda sobre los vínculos matrimoniales que están más allá del amor. Y da gusto ver a estos seres luchar contra ellos mismos, contra sus dudas y sus interrogantes y poder valorar la intensidad de las actuaciones y el peso de lasa palabras. Al final, cuando el film entra en su tramo definitivo, el argumento parece apresurarse demasiado. Hay suspenso, hay reproches, pero hay mucho para ver debajo de esa venganza que se queda a medio camino y que curiosamente le devuelve paz a un matrimonio a punto de quebrarse y llena de incertidumbre a una pareja que parecía feliz y armoniosa. Es que en los vínculos -dice Farhadi- todo está siempre a tiro de ruptura. Y no hay personajes salvadores en medio de una trama que no necesita la verdad sino saber mirarse hacia dentro. Cada uno tiene sus razones. Y todos dudan. En esas idas y vueltas el film demuestra que la vida se va haciendo de pequeñas revelaciones y de secretos, que el amor está poblado de contradicciones y que en ese clima de recriminaciones, ocultamientos y desvelos, la culpa pasa de uno a otro sin anclarse Merecido premio para esta historia cargada de una furia callada, sentida y dolorosa
Retrato de un hombre vacío que no puede con el dolor y la culpa Tragedia sobre la culpa, la desolación y el dolor. Retrato sobrecogedor pero dicho en voz baja, que parece más penetrante aún. Es la historia de Lee, un personaje signado por la culpa que a esta altura no busca redención sino apenas algún desahogo. Es un tipo gris, de reacciones lentas, parco y distante, que trabaja como conserje en Boston, un solitario triste que sólo se expresa agarrándose a las piñas en los boliches. Un día lo llaman de Manchester para avisarle que su hermano murió. Y que lo eligió como tutor de su hijo, un adolescente que mirará de reojo a este tío ensimismado y distante que apenas puede hacerse cargo de sí mismo. Y Lee tendrá que volver a ese Manchester que le dejó una cicatriz que no ha podido superar. Fue el lugar de una tragedia familiar que lo marcó para siempre, el lugar donde vive su ex esposa y donde lo esperan los fantasmas de un pasado que no le hacen lugar ni al duelo ni al alivio. El presente no cuenta. Ni siquiera ese sobrino. En el desasosiego de Lee, todo es recuerdo y remordimiento. “Manchester junto al mar” nos trae una historia dolorosa y conmovedora, contada con mano firme por un realizador austero y pudoroso. Lonergan descree de los estallidos emocionales y deja que el clima, las miradas y el silencio den cuenta del vacío que rodea al desolado Lee, un ser arrasado por cosas muy penosas y muy guardadas. Gran trabajo de Casey Affleck y sin duda uno de los grandes títulos que compiten por el Oscar. Su Lee se contagia del tono contenido de una puesta en escena intensa, seca y despojada. El film muestra el rigor de un realizador que trabaja sobre las pérdidas y los dolores insuperables, sin ceder a las lágrimas fáciles. Sus seres están y seguirán estando en esa zona donde una tristeza irremediable parece dejarlos sin expresión y sin certidumbres. A Lee, la culpa no sólo lo agobia y lo esclaviza, también le impide mirar más lejos o al menos aceptar esa mano de esperanza que le tiende su ex mujer. Tragedia implacable y retrato desgarrador de un hombre absolutamente vacío.