Tiene nominaciones y parte de una historia real. Quiere conmover y es un poco sensiblero. Se propone como ejemplo de amor filial pero es manipuladora. Aborda, eso sí, una historia tocante: 1986; Saroo, un niño de cinco años, accidentalmente queda atrapado en un tren sin pasajeros que lo lleva a lo largo de 2.000 kilómetros desde su pueblito rural hasta las riesgosas calles de Calcuta. El nene queda solito y perderá todo contacto con su madre y su hermano mayor. ¿Cómo sobrevivir en medio de una ciudad tan enorme y peligrosa? El film se divide en dos partes: la primera muestra las sufrientes andanzas de Saroo, siempre escapando y siempre solo. Una odisea que termina bien cuando es adoptado por una buena familia australiana. La segunda parte, veinte años después, recoge el trajinar del incansable Saroo, ya convertido en estudiante exitoso y en hijo ejemplar. Quiere encontrar su madre y su pueblo. Hacer de vuelta un viaje hacia su identidad y su familia. Film encomiable pero convencional, que pocas veces logra ir más allá del mensaje edificante y de lo políticamente correcto. Por supuesto todo empieza mal -una fórmula muy usada en el cine- y termina bien. Pero no suena verdadero: está lleno de contrariedades, pero poblado de gente buena. Y se propone como un emotivo canto a la tenacidad y al amor que nos enseña a no desfallecer y a no olvidar. Saroo necesita volver, porque aquella infancia no lo deja crecer tranquilo.
Otra huida, esta vez planeada y necesaria. Aquí se cuenta la escapada –obligada- de Pablo Neruda, ya famoso y ya senador nacional, perseguido oficialmente por comunista y acechado por un policía que no le pierde pisadas. Estamos a fines de la década de 1940. Su nombre ya tiene peso. En la vida, en la política y en la calle. El Neruda de Larrain nos deja ver, a través de una mirada poco profunda, su obra y su vida. Es un relato que alterna ficción y realidad y apuesta más al impacto que a la certeza histórica. Un film apenas correcto, que coquetea con el suspenso y la biografía, que acredita una buena reconstrucción de época y unos pocos hallazgos. El poeta y político se escapa y el que cuenta esa persecución es un policía que en el camino, como sabe todo buen cazador, va descubriendo también a su presa. Neruda nos muestra, detrás de sus exagerados contrastes, el mundo cambiante de una figura enorme y vanidosa, llena de claroscuros, mujeriego, sensible, conciente de su poder, algo figurón, una aproximación muy calculada que lo pinta como un poeta que conoció todos los excesos y todos los halagos
Atracos, desamparo y balazos en una Texas desolada y polvorienta “Qué es robar un banco después de los que ellos nos han robado”. El mensaje suena furioso y resignado en medio de una Texas polvorienta donde los carteles del camino sólo anuncian créditos y deudas. Pueblitos afligidos y sin salida, y pobladores aburridos y desolados le ponen clima, aridez y melancolía a esta película magnífica, socarrona y testimonial, que nos trae cuatro personajes inolvidables y sobre todo la cara de la crisis desde la mirada de un aburrido vecindario que ve a los ladrones con la misma simpatía con que ven a a los policías. Western de la nueva época, con las 4x4 remedando a las cabalgatas justicieras, con diálogos perfectos y elocuentes que están allí para dar información sobre el lugar y sus criaturas, como debe ser. Dos hermanos se largan a robar bancos. Lo que buscan es saldar una hipoteca. Uno de ellos salió de la cárcel. El otro está esperando poder ponerse al día con esos bancos que lo dejaron sin nada. Quiere dejarles a sus hijos un mejor futuro, “porque aquí la pobreza es como una enfermedad que se transmite de generación en generación”. Enfrente tienen a dos rangers que están de vuelta. Un sheriff (magnifico Jeff Bridges) y un descendiente de comanche, los que fueron “señores de estas llanuras”. Hay mucha humanidad en estos cuatro tipos que copian a su paisaje, seres desolados, sin horizonte, puestos al costado de la ruta. Guión perfecto, acción, pincelazos sutiles. Cine de alta escuela, intenso, llevadero, sin tiempos muertos, con ese buen hermano que se juega todo por el otro, con otros personajes fuera de lugar y tiempo y ese sheriff que antes de jubilarse necesita alguna historia caso que le dé sentido a su recorrido. Hay acción, hay humor, hay diálogos certeros y sabrosos apuntes sobre el lugar y su gente. Un western de la nueva escuela que tiene un único villano: esos bancos que se van quedando con todo.
Pequeño (así lo llamaban) es negro, pobre, gay, semi huérfano (padre ausente y madre drogona y perdida). Vive, es un decir, en los arrabales ruinosos de Miami. Su vida es un constante padecer. El film se abre cuando una bandita de compañeros de escuela lo persigue para darle una paliza. Algo de todos los días. Bullyng, golpes, humillaciones varias rodean una infancia absolutamente desamparada. El film lo retrata en tres tiempos: como niño, como adolescente y como adulto. Siempre víctima. La adolescencia le depara alguna tregua porque al menos le dan la posibilidad de definir su sexualidad. Y en la adultez lo vemos caer en ese submundo que alguna vez odió, como para decirnos que lo que mal empieza, mal acaba. Film monocorde y manipulador, que no conmueve, siempre exagerado (el narco protector es el traficante más bueno del mundo), con personajes estereotipados, con muchos lugares comunes y el menguante logro de querer aportar una mirada lírica entre tanta sordidez. Cuenta la trayectoria de un luchador al que nada lo doblega y que se “salva” cayendo en el infierno de las drogas. Un destino casi prefijado lo condena a vivir en un escenario recargado de soledad y pesares. Una película sobria, melancólica, dura y muy sufrida. El nene golpeado se pasó la vida buscando afectos. Al final, en los brazos de su amigo, encontrará sino el amor al menos algo de esperanza.
A veces, las mujeres le pueden ganar al racismo y al machismo Es nada más y nada menos que un homenaje. Por eso hay que perdonarle su mirada superficial y los contornos avejentados de este biopic que parece hecho medio siglo atrás. Los personajes son tan unívocos, la reconstrucción tan de Billiken, los buenos sentimientos tan proclamados que no queda otra que la contemplación distante y respetuosa. Nada más. Es la historia de tres matemáticas negras que en los años 60, en Estados Unidos, en plena lucha espacial con Rusia, armadas de talento, perseverancia y dedicación, le hacen frente al racismo y el machismo de la NASA y logran alcanzar un gran reconocimiento en un medio donde ser mujer y negra era una condena. Es irreprochable como mensaje y merecido como homenaje, pero muy elemental como documento. Son mujeres perfectas (en el trabajo, en la calle y en la casa) que se debaten contra un ultra machismo y un ultra racismo recalcitrante. Por suerte hay un blanco, uno solo, que les da lugar, contención y recompensas, que es Kevin Costner, un actor fenomenal que siempre le da dignidad y sensibilidad a sus personajes. Al final, ellas serán reconocidas y este film celebra esa heroica lucha. “Talentos ocultos” importa por el peso de su historia y la lección que deja. Más allá de su esquematismo, vale como reivindicación y ejemplo: mientras la NASA peleaba por el control del espacio celestial, ellas disputaban una difícil carrera por un mejor espacio en la Tierra. Sus logros adquirieron enorme peso simbólico.
Dan ganas de seguir bailando… y soñando Esta encantadora comedia romántica acude a la música y el baile para homenajear a los soñadores, “esos tontos sin remedio”, los que llegan y los que no llegan. El film elige un cielo de estrellas para pasearnos por los difíciles caminos del éxito, el amor, la vocación, el gusto del público y las cambiantes modas. Es una película emotiva y triste, bella y sensible, que tiene al deseo como el gran motor que sostiene la historia. Hay que atender la letra de las canciones, porque allí hay pistas que explican la travesía sentimental y artística de Mia y Sebastian, una camarera que sueña ser actriz y un pianista que sueña devolverle al jazz sus mejores días. Porque “Mi meta son las alturas y perseguir todas las luces que brillan”, dice una canción. Y allí van ellos, tras esas estrellas, inspiradores y lejanas. El realizador ha puesto talento y ternura al servicio de una historia que nos reconcilia con lo mejor del género. No se valió de grandes bailarines ni de grandes cantantes. No los necesitaba. Al contrario, apeló a dos figuras sin antecedentes en el musical y hasta los filmó con planos sin cortes, como para que una eventual imperfección forme parte de esas vidas agitadas por sus impulsos y sus ganas. Y Los Angeles nunca lució tan atractiva. Esa ciudad, “donde se venera todo/ y no se valora nada” deja ver sus mejores rincones porque la vemos con los ojos de ellos. Son Mia y Sebastian quienes la transforman. Como cantaba Gardel: “Con ella a mi lado/no vi tus tristezas/tu barro y miserias/ella era mi luz”. Emma Stone esta magnífica. Frágil, indecisa, siempre sensible y luminosa, su Mia nos dice que a veces llegar no es lo mejor y que el amor y el triunfo suelen andar por caminos separados. Pero “un poco de locura es la clave/para poder ver nuevos colores”, nos canta. ¿El jazz y el romanticismo están muriendo?, nos pregunta chazelle. El público de hoy parece poner la nostalgia en el estante de las cosas inútiles. Pero el film exalta a esos amores que no cesan en sus búsquedas, intensos e incompletos, inmensos y ansiosos: “No sé que quiero hacer/ pero quiero hacerlo contigo” dice otro tema. “La la land” es también un homenaje a Hollywood, a esa catedral de la fantasía. Por eso Ingrid Bergman, Casablanca, varios rodajes, Rebelde sin causa salen al encuentro de estos dos soñadores que tenían más cuando tenían menos. El film contagia vitalidad, transmite imaginación y energía, aporta hermosos temas y danzas. Ver correr a una mujer por amor entre calles oscuras, siempre conmueve. Y la última secuencia, demoledora y triste, nos deja ver que el amor, como alguna vez le pasó a la Bergman, puede estar también en el adiós. Y que aquellas parejas que no pudieron ser pero que el tiempo no pudo desgastar, seguirán eternamente unidas. El final es magnífico: al amparo de la melodía, los dos por separados van imaginando lo que no pasó, lo que pudo pasar y lo que deseaban que hubiera pasado. Un film de hermosas canciones. Una apuesta romántica en medio de una cartelera sobrecargada de estruendos. Y una fascinante fábula que pone el amor como única certeza entre tantas preguntas y sueños.
Es un film oscuro y secreto, como el personaje de Darín, un ermitaño hosco que no quiere hacer las paces ni con su familia ni con la vida. Hodara debuta en la realización con una tragedia de aquellas, con secretos mal guardados, familia perversa, herencia en juego y un presente donde la codicia, los recuerdos y el crimen acaban dándole la sustancia a la historia. Marcos (Sbaraglia) llega desde España con su señora. Cree que su regreso será un “simple trámite”, como le dice a ella. Pero el pasado, tremendo, lo está esperando para pasarle facturas. Marcos viene para llevar las cenizas de su padre al aserradero que tienen en plena montaña. Allí vive su hermano Salvador (Darín), un tipo maltratado que elige esa desolación quizá para no olvidar sus sufrimientos. El paisaje es desolador. La nieve parece tapar todo (aunque no los secretos). Salvador no quiere saber nada con nadie. Sigue allí donde conoció el infierno. Y quiere seguir allí, aislado y olvidado. Pero la llegada de Marcos lo obligará a recordar todo. Es un film renegrido, de comienzo entrecortado, un thriller algo titubeante en su desarrollo que apuesta toda su fuerza y su valor a esa revelación final que le dará un volantazo a la historia. A los actores les cuesta lucirse. Darín dice apenas cien palabras en todo el film. Sbaraglia está bien, como siempre. Técnicamente es irreprochable, pero eso no alcanza. Falla en la progresión dramática, falla en la pintura de los personajes y en las evocaciones (las escenas de la infancia son muy flojas). Los malos recuerdos nunca se van del todo, dice Hodara en esta tragedia con mucha sangre pero poca emoción.
MAS VERDADES DOLOROSAS Melodrama espeso, con fondo de guerra y peleas en todos los flancos. Sobre todo en los corazones de sus protagonistas, que deben hacerle frente, más que a las balas, a las sospechas, las dudas y la traición. Buena historia que pone en duda los alcances de un amor que debe abrirse camino entre bombardeos y mentiras. Hay algo de “Casablanca”, es cierto, en las entrelíneas de un melodrama que arranca también en los años 40 y en esa ciudad y que adquiere el mismo tono: la guerra mirada desde esos salones elegantes y con los ojos de una pareja que juega (con fuego) a las escondidas. Ese fragmento inicial es lo mejor del film. Detalles jugosos, juegos de ellos a dos bandas, buen gusto a la hora de mentir (¿y mentirse). Dan ganas de que el film siga allí, engañando a los demás y engañándose ellos. El relato nos habla y de una pareja de espías al servicio de los aliados. Deben encontrarse en Casablanca para llevar adelante un operativo suicida. No se conocen pero deberán actuar como enamorados. Y el peligro los acaba uniendo más allá de la guerra. Ya en Londres, el film pierde interés. Pero el tramo final, lleno de suspenso y preguntas, es el plato fuerte. “Aliados” es una historian de espías intercambiados que se dejan envolver por una pasión verdadera que no tiene lugar en ese mundo de puro engaño. La expresiva Marion Cotillard deja desairado a un Brad Pitt que no está para darle vida a un personaje sinuoso, desesperado y arriesgado. Zemeckis puso su oficio. Y jugó todas sus fichas al brillo de una pareja estelar, aunque la trama daba para una lectura más sugestiva sobre el deber, los sentimientos y la lealtad. Nos dice que el amor no lo puede todo. Y con buenos pincelazos hace las paces con una historia que pedía un abordaje más trágico y no tan romántico. La escena de la revelación, cuando la verdad cae como una bomba sobre esa pareja, requería temperatura más arrolladora y más doliente. El film deja una pregunta para espías y espiones: ¿Hasta dónde el amor puede arriesgarse?
Imaginativo relato sobre el poder transformador de la palabra El lenguaje es todo. Por él se desatan las guerras y se alcanza la paz. El lenguaje acerca y aleja. Y las palabras sirven por igual para el amor y la disputa. Y será el lenguaje la principal herramienta de este film imaginativo, interesante pero algo pretencioso, que apela a la memoria, el tiempo, las pérdidas y los misterios para contarnos una interesante fábula. Un día, bajan 12 naves extraterrestres. Se posan en diferentes países del planeta. ¿A qué vienen? Asombro, estupor, miedo. Son huevos gigantes que sólo emiten un ronco susurro. Por eso el ejército norteamericano le pide ayuda a Louise Brooks, una experta lingüística, que ha decodificado todas las expresiones humanas pero que no sabe si podrá traducir lo que dicen estos recién llegados. A su alrededor, crece la tensión. A los ejércitos no les interesa saber qué quieren decirnos sino a qué vinieron y qué buscan. Pero la doctora Brooks aprendió que el lenguaje no sólo une a los pueblos. Si aprendemos una lengua nueva, asumimos también sus rasgos dominantes. El lenguaje, dice, asimila al hombre que lo practica, incluso llega a cambiar su cerebro y le abre la puerta a otros saberes. Y Louise tendrá nuevos poderes gracias a este contacto. Podrá leer el futuro, tanto, que una hija que aún no nació le dará las claves para entender mejor a los invasores. El film juega con el tiempo y los contrastes: ella es la única que apuesta al diálogo, ante una maraña de hombres, científicos y guerreros, que buscan un camino más corto para poder expulsar a los visitantes. En el anterior film de Villeneuve, el soberbio “Sicario, también una joven mujer se mezclaba entre los hombres para aportarle una nueva mirada a ese mundo repetido y violento. Y aquí será Louise la que ira entreviendo el propósito de los visitantes y también las luces y sombras de su futuro destino. Aprendió de los alienígenas, que el tiempo no es lineal sino circular y ella desde allí jugará con sus pálpitos y revelaciones a lo largo de un relato que exagera un poco con sus idas y vueltas y más de una vez confunde y despista al espectador más atento. “La llegada” es un film más complicado que complejo, aunque visualmente es impecable. Tiene una primera parte formidable: suspenso, deslumbrante fotografía, concentración dramática. Después se alarga más de la cuenta. Y al final (los finales siempre cuestan más en este tipo de historias) adopta un trazo algo convencional para traernos un mensaje esperanzador sobre el espíritu de los hombres. Como todo film sobre extraterrestres, desde el cielo hace llegar un mensaje edificante: hay que saber escuchar al otro. Hay que ponerle el oído al prójimo, sin impaciencia ni prejuicios. Hay que hacerle lugar a lo que no conocemos y hay que poner siempre a la palabra por encima de la violencia.
Historia de venganza y culpa sobre un amor que se fue y quiere volver Sofisticada y pretenciosa incursión del caligráfico Tom Ford en una interesante historia de venganza amorosa que corretea entre el cine noir y el melodrama lujoso y que va del desierto texano a los ambientes de alta gama. La cosa es así: Susan tiene una galería de arte en Los Angeles, un marido con pinta y plata y una mansión a la misma altura. Pero no es feliz, pequeño déficit. Y no lo es porque al novio que amaba, un soñador más, lo dejó (sin saber que estaba embarazada) para irse a vivir con este tipo que la llena de cosas, hasta de ausencias. Una tarde, el ayer vuelve (los recuerdos que hacen mal, siempre vuelven): aquel novio escribió una novela que está dedicada a ella. Y allí se relata un hecho terrible: una salida de vacaciones de una pareja con una hija que acaba de la forma más trágica y perversa. Susan siente que es una alegoría de su propia vida. Que ella es la mujer de esa novela y que esa hija que muere es la del aborto. Desde allí el film se ordena en tres planos: el ayer del noviazgo, el hoy de la angustia y la realidad que entrecruza la novela y alumbra esos dos tiempos. Como la cosa se pone espesa y confusa, (para la protagonista y también para el espectador) Susan decidirá recurrir a la ficción y de alguna manera inventarse otra novela. En esas largas noches de insomnio, ella hace jugar a la venganza y la culpa para tomar distancia con un marido que la engaña y con un ex novio que la mata en su novela. Y bueno, armará su propio relato, que culminará con esa falsa cita final que la pondrá definitivamente frente a frente con la soledad. El que escribió esta historia es Austin Wright. El que la filmó es Tom Ford, un vestuarista que, como corresponde, está más preocupado por las apariencias que por la sustancia. Su imagen es muy cuidada, pero le falta verdad. Le sobran lujos y estilo para filmar los buenos ambientes de Los Angeles, pero carece de tierra y polenta cuando le toca incursionar en el cine negro. De cualquier manera, la novela deja algunas ideas interesantes: hay que escapar hacia la ficción cuando la realidad es demasiado agobiante. Susan descubrirá que si no se puede ser feliz con lo que le sobra, al menos le queda refugiarse en lo que le falta. Sabe que los amores que no pudieron ser, siempre vuelven, aunque sea como alegoría.