En el 2007 la dupla de directores españoles Paco Plaza y Jaume Balagueró se anotaron un poroto al filmar REC, una de zombies con cámara en primera persona, la cual terminó siendo un suceso de taquilla en todo el mundo. El éxito disparó tanto su correspondiente remake norteamericana - Quarantine, la que terminaría generando su propia franquicia - y su propia saga de secuelas, de la cual REC 3: Génesis es el tercer capítulo. Aquí Paco Plaza queda en solitario, dejando la preparación del cuarto (y final) capítulo de la franquicia a su socio Balagueró. El resultado final es entretenido y excitante hasta los últimos cinco minutos de metraje, en donde la película desciende a un nivel de crueldad absolutamente innecesario. Uno entiende los propósitos de Plaza en el climax - y hasta podría aprobarlos -, pero creo que había maneras mas elegantes de decir lo mismo sin caer en el efectismo barato. Confieso no haber visto nunca las entregas anteriores de la saga, aunque sí he seguido la remake norteamericana y su secuela (la cual tiene argumento propio y se aparta de REC 2), con lo cual tengo una idea de lo que pasa, aunque ello no resulta indispensable - esto no es El Señor de los Anillos o Star Wars, en donde si uno perdió el capítulo uno, desconoce qué es lo que está ocurriendo o quién es quién -. Cada capítulo es unitario, con una nueva historia y un nuevo elenco. Aquí las cosas transcurren al mismo tiempo que el filme original, sólo que a varios kilómetros de distancia y en otro ambiente - un pueblito en donde celebran una fastuosa boda -. Hay un infectado que pronto genera una horda de zombies, y hay otro idiota filmando todo el tiempo en primer plano (lo cual es más justificable en este caso, ya que la gente - en esta época en donde abundan los celulares con camarita - siempre graba sus propias versiones de la boda en video). Por suerte el chiste de la cámara POV se termina pronto, ya que el protagonista la deshace a patadas en un arranque de bronca ("¿qué?; ¿vas a filmar esta masacre todo el tiempo?" le grita a su primo), y el filme vuelve al rodaje tradicional con narración en tercera persona. En sí REC 3: Génesis es una película mucho más descontracturada que las anteriores. Los personajes son muy simpáticos y abunda el humor, incluso cuando la masacre se ha desatado. Hay momentos en que el filme bordea la autoparodia, muy a lo Sam Raimi, con novias ensangrentadas corriendo a los zombies con una motosierra en la mano, o novios masacrando muertos vivos con una espada y enfundados en armaduras medievales. Los amigotes de la pareja son unos fiesteros de aquellos, hay parientes avergonzantes (como en toda familia), y hasta hay un pésimo clon español de un célebre personaje, que se hace llamar Johnny Esponja para que no lo corran con los derechos de autor. Y toda esta carnicería ocurre utilizando de fondo un tema del Paz Martínez (wtf!!??). Yo no diría que REC 3: Génesis es shockeante o particularmente terrorífica. No hay grandes secuencias de suspenso, o momentos en donde uno se orine de miedo. Hay muertes cruentas, pero son demasiado exageradas y, después del décimo zombie despedazado, uno ya se acostumbra a ello. En donde el filme funciona mejor es como comedia negra, en donde uno espera que en cualquier momento salga de los arbustos Bruce Campbell y empiece a destrozar muertos vivientes a machete limpio. Quizás haya algún que otro patinazo del filme en el intento de justificar la epidemia - acá no se trata de un virus (como Quarantine) sino de una plaga diabólica, la cual puede ser controlada rezando versos de la Biblia... lo cual es un bolazo gigantesco, ya que la gente se infecta por mordedura (aunque no por estar bañado por la sangre de los infectados); en todo caso, ¿por qué el perro que mordió a la victima cero estaba infectado? ¿acaso se trataba de un canino ateo? -, y donde derrapa feo es en el final. (alerta spoilers) Aplaudo el coraje de Paco Plaza de rodar un climax deprimente, pero la secuencia es tan explicita y cruel que va a contramano del humor negro que venía vendiendo el filme. Mucho más diplomático hubiera sido filmar de atrás a la pareja saliendo por el tunel, y escuchar a los pocos segundos varios gritos y disparos, en vez de generar una carnicería con dos de los personajes más queridos del filme. Es una cuota totalmente gratuita de sadismo y una falta de respeto hacia aquellos que uno venía venerando como héroes, quienes se merecían una salida mucho más elegante de la historia (fin spoilers). REC 3: Génesis es un entretenimiento sólido. El problema que tengo con el filme es que el tono es muy dispar en más de una ocasión, pero no dejo de admirar la prolijidad de la ejecución y el buen setup que tiene toda la historia. Y quedaremos a la espera del cuarto y final capítulo de la saga, agendado para algún momento del próximo año.
Hablando de bodrios sobreproducidos (o películas malas protagonizadas por Arnie Hammer)... Espejito, Espejito es una versión modernizada del cuento de Blanca Nieves, historia clásica si las hay y cuya máxima versión le corresponde a la animada por Disney en 1937. Pero la de Disney no ha sido la única y, cada tanto, Hollywood se da maña para regurgitar alguna que otra. La versión Disney hizo el trabajo de marketing por el cual el nombre es ultra conocido en todo el mundo y, como el cuento de los hermanos Grimm está en dominio público, es facil subirse al carro y armar su propia versión - algo similar a lo que ocurre con Drácula, Frankenstein y otros tantos personajes cuyas reversiones saturan y hastían, pero que se siguen produciendo simplemente porque se tratan de marcas reconocidas a nivel mundial por las cuales no se paga un centavo de derechos de autor -. No hace mucho tuvimos la excelente Blancanieves y el Cazador (2012), pero han existido otras de diversa calidad como todo lo que crece en la viña del señor. Y, definitivamente, la de Tarsem Singh no pasará a la historia como una de las mejores. El problema es el tono y el casting. Julia Roberts no es la mujer mas bella del mundo ni la primera opción que se me hubiera ocurrido para el papel - algo que no tenía discusión con el casting de Charlize Theron en Blancanieves y el Cazador -. Tampoco Lily Collins - con esas cejas en forma de ferrocarril -, aunque debo admitir que es simpática y tiene su carisma. Y por último el rey de los palurdos Arnie Hammer, el cual no ha calzado bien en ninguno de los papeles que le conozco. Por lo menos Hammer se redime en una escena de 5 minutos en donde cae bajo el hechizo de la Roberts y se cree un perro - y, por lejos, debe ser lo mejor del filme -. Pero si el casting es discutible, peor es el tema del enfoque. Es tan camp que parece un episodio extendido de Batman 1966. Todos sobreactúan, hablan con coloquialismos modernos - "el principe parece un chango sudado"; "esto es lo que está a la moda" - y el clima de credibilidad se diluye porque nadie parece tomarse en serio la trama. ¿Alguien cree por algún momento que la reina destila amenaza o que la Collins corre serio riesgo de muerte?. Ni siquiera la bestia que habita en los bosques - y que supone el enfrentamiento final de Blancanieves - asusta, ya que parece un monigote hecho con pedazos de muñequitos Kinder. ofertas software para estudios contables Desde ya la puesta en escena de Tarsem Singh - La Celda - es exquisita; el lujo abunda y la paleta de colores es sublime; también hay un par de ideas interesantes como la de transformar a los enanos en forajidos que viven en los bosques. Lástima que el contenido es mediocre y que no esté a la altura de las circunstancias. Modernizar un clásico no significa convertirlo en una comedia tipo las de Adam Sandler. Acá el vestuario, los decorados y el cast flotan en un libreto mal escrito, bobo y caprichoso, el cual arruina todo el potencial de la obra. Blancanieves y el Cazador tampoco es un clásico pero, al menos, le daba un enfoque distinto e intentaba hacer algo interesante ... algo que aquí no ocurre y lo cual no sería tan grave si al menos los chascarrillos tuvieran gracia.
Es apasionante intentar descifrar lo que entendemos por maldad. A mi juicio la maldad pura no existe, sino que lo que tenemos es un grupo de individuos formados con un criterio moral radicalmente diferente (y carentes de cualquier tipo de remordimiento por sus actos), categoría en la cual entran los sicópatas, asesinos seriales y genocidas. Uno imagina a un malvado como un individuo sádico que disfruta de la perversión de sus actos, pero ello implicaría un estado de conciencia que el chiflado carece - el único caso parecido sería el del individuo bueno impulsado por un acto de venganza contra un criminal, pero allí no sólo estamos hablando de una persona desequilibrada impulsada a ejecutar actos de violencia que van contra su naturaleza sino que después, en frío, la memoria de sus actos terminará por atormentarle durante el resto de su vida -. Es por eso que tenemos de un lado de la barra a tipos como Hannibal Lecter y, del otro, a un desenfrenado al estilo de Jon Voight en Deliverance (un tipo normal que se ha visto descender a un estado de salvajismo con tal de reparar la vejación que ha sufrido). El sociópata carece de crisis de conciencia simplemente porque considera a los demás como cosas: al poseer su propia escala de valores es incapaz de sentir el dolor ajeno. Tanto los asesinos seriales como Adolf Hitler y Josef Stalin han sido capaces de dormir plácidamente por las noches aún después de masacrar 5 o 100.000 personas, en donde la cantidad de víctimas no significa nada frente a su indiferencia al dolor. En algunos casos se trata de una causa - mística, mesiánica - que lo lleva a la matanza; en otra, es un dolor interno, un deseo de experimentación o una necesidad cuasi orgásmica que debe satisfacerse mediante un baño de sangre; pero esos individuos poseen un comportamiento casi alienígena, lo cual los quita de la escala con la cual nos medimos todos los seres humanos. Mientras que en algunos la locura es el fruto natural de un entorno torturante, desviado y traumatizante, en el caso de Tenemos que Hablar de Kevin es genética. En muchos sentidos el filme se asemeja a esas películas paranoides de la década del setenta sobre el advenimiento de anticristos y otros niños demoniacos del estilo de La Profecía o El Bebe de Rosemary: desde el día de su nacimiento el chico no ha sido normal y, con el paso del tiempo, se ha vuelto mas alienígena, peligroso e intimidante. Ciertamente Tenemos que Hablar de Kevin es mucho mas realista que los filmes antemencionados - pretende ser un estudio dramático sobre el origen de los asesinos seriales adolescentes, esos que cada tanto surgen en Estados Unidos y provocan masacres en sus colegios secundarios -, y es un filme que rebosa amargura e impotencia. Las grandes bazas de la película son las actuaciones - Tilda Swinton como la torturada madre; Ezra Miller & Jasper Newell como el estremecedor niño sicopata (en sus diferentes edades), el cual reacciona ante todo con un odio y violencia inusitados - y el clima. No es una película de horror standard, sino que es mas un drama con feeling de cine arte. La gente habla poco, hay escenas largas y atmosféricas, y la cosa pasa por la transmisión de emociones. Es un filme tan genial como terrible. Durante 90 minutos uno se empapa de frustración al ver cómo este chico se transforma en una fuerza rebelde e incontrolable. Tiene mucho que ver las perfomances - Jasper Newell (Kevin a la edad de 8 años) comanda la escena con una autoridad escalofriante -, las que transmiten una sensación de incomodidad creciente. Es que el pibe es una criatura brillante, prepotente y apática, la cual se baña de normalidad cada vez que aparece el padre - y por ello mantiene las apariencias -. Es posible verlo como un monstruo misógino, el cual desprecia profundamente a las mujeres - con su madre tiene un encono personal; con su hermanita el odio llega hasta el punto de cercenarle un ojo y matar a su mascota - y sólo se entiende en un mundo de varones. Después de todo, los acontecimientos se disparan cuando sus padres llegan a tal estado de crisis que la única resolución posible es el divorcio. ¿Qué haría Kevin si estuviera todo el tiempo al cuidado de su madre?. Toda la historia está narrada en flashbacks, los cuales no siempre son prolijos. Vemos el presente de Tilda Swinton - odiada por el pueblo, golpeada, insultada, vandalizada, debatiéndose entre los sicofármacos y el alcohol - y vemos ráfagas del pasado, de la masacre del colegio, de como Kevin se fue volviendo cada vez mas tiránico y falso, y de la creciente impotencia de su madre - la cual no escatimó carácter o violencia para intentar domar a la criatura -. Es posible que el personaje del padre sea demasiado naif: los excesos de Kevin, en unos cuantos casos, resultan imposibles de camuflar; el atentado contra su hija es una canallada, pero él se refugia en la teoría del accidente (y quizás porque considera a Kevin su hijo favorito ya que la llegada de la nena no fue deseada); y es obvio que en la escuela hay cortocircuitos pero esas cosas parecen aflorar recién sobre la hora final de la crisis matrimonial. Da la impresión que es un descreído de cualquier versión que pueda ofrecerle Tilda Swinton, dejando a la mujer en completa soledad y sin apoyo posible para buscar atención siquiátrica temprana para el pequeño. Suena terrible que ella sea la única que conoce toda la verdad, y no pueda hacer nada para cambiar el acontecimiento de las cosas. ofertas software para estudios contables Lo que es particularmente inquietante es la lectura final de la historia; pasada la tragedia, la madre decide permanecer al lado de su retoño sicópata en un último intento de conseguir su retorcido cariño. Si yo fuera Tilda Swinton me hubiera suicidado hace rato o, bien, me hubiera conseguido un arma y hubiera pulverizado a tiros a mi desgraciado hijo. Pero el personaje de Swinton vive en piloto automático y hay varios indicios - como preparar una habitación para Kevin similar a la que tenían en la casa en donde ocurrió la masacre - de que a la mujer le faltan varios caramelos en el frasco. Quizás crea, en su desquicio, que ésta es la oportunidad que el destino le había reservado para encontrarse con su hijo y encaminarlo - o redimirlo - o, bien, el instinto de supervivencia de una familia (o lo que queda de ella) prima sobre todo el horror y la locura padecida. Tenemos que Hablar de Kevin no es un filme para cualquiera; rebosa de inteligencia, es intenso y estremecedor, pero es amargo y frustrante. Es mas un estudio de personalidades que una cinta de horror, pero deja una huella profunda, la cual permanece con uno aún muchos dias después de haberla visto.
Furia de Titanes 2 es un festival de pornografía digital. Oh, sí, los efectos especiales desbordan la pantalla, y no pasan más de dos minutos sin que algo gigantesco y espectacular salte encima de los protagonistas. Mientras que en lo visual es tan abrumadora que al final aburre - "ups; otra vez un monstruo gigante de 150 metros de altura; ya van como 20 en lo que va del filme ..." -, uno termina preguntándose si podrían haber gastado un poco menos en efectos digitales y un poco mas en conseguir un buen libretista. En especial, alguno que supiera algo sobre la mitología griega, porque los dos guionistas que figuran acá conocen tanto de Perseus como yo de ingeniería nuclear. No se molestaron en hacer el más mínimo trabajo de investigación y se dedicaron a despachar fruta al por mayor, inventando historias disparatadas y reciclando como se les dió la gana a los nombres de héroes y dioses de la mitología griega. El resultado final es ciertamente bizarro, aunque la película exhibe tanta energía que termina siendo mínimamente potable. La culpa de todo la tiene Ray Harryhausen. El maestro del stop motion diseñó la original Furia de Titanes en 1981, pero el filme obtuvo una recepción más que tibia - ¿quién iba a ver tipos desnudos combatiendo con espadas a dragones de plástico cuando en ese momento lo que estaba de moda eran los descomunales combates espaciales de La Guerra de las Galaxias? -, y cualquier proyecto de secuela terminó siendo abortado. 30 años después vino la remake, la cual recaudó muy bien y dió pie para una continuación pero... ¡ups!, ¡ya no había más guiones para rehacer!. Entonces los ambiciosos productores se vieron obligados a contratar libretistas para crear un argumento desde cero, y eligieron a los más económicos del catálogo. Estos tipos decidieron hacerse los bananas, reinventando la mitología a su gusto - por ejemplo, que los dioses ganan poder o se debilitan de acuerdo a la cantidad de fieles y oraciones que reciben; que pueden morir y/o transferirse energía entre ellos (como si intercambiaran baterías Duracell); y tienen hijos (legítimos y bastardos) regados por todos lados -, lo cual a uno le hace rechinar los dientes. No sólo es una reimaginación estúpida e innecesaria sino que - lo que es peor - está tomada textualmente de Inmortales (2011), la cual fue la primera que intentó hacer todo esto (y sin éxito). La copia de Inmortales llega hasta la subtrama de los titanes encerrados en una montaña, con lo cual uno se extraña de que el filme no haya recibido algún tipo de demanda por plagio. Si la parte mitológica del filme apesta, al menos Furia de Titanes 2 obtiene sus mejores bazas en el apartado de efectos especiales. Uno no ve tanto despliegue digital en pantalla desde la última entrega de Transformers o de la trilogía de precuelas de Star Wars. No hay escena en la cual no pase algo espectacular, aunque llega un punto en donde uno se satura y se pregunta si el filme tiene algo más para ofrecer que no sean costosos juguetitos de colores en pantalla. Esa búsqueda constante de la grandiosidad termina por afectar la credibilidad del filme - Perseus es un humano con algunos dones... pero aquí se comporta como un Superman a la griega derrotando a seres gigantescos, no una sino varias veces a lo largo de toda la película-, y daña la relación del público con el protagonista. Si a Perseus hace cosas imposibles y nunca le pasa nada, ¿cómo construir un momento de tensión o hacer que nos interesemos por su suerte?. En medio de toda esa exageración los productores tuvieron el tino de contratar a Bill Nighy - sobre-actor profesional si los hay, y el cual hace juego con el estilo del filme -. El inglés se relame con su papel y es un constante ladrón de escenas,... lástima que los idiotas de los libretistas lo sacan de cuadro demasiado rápido. Por lo demás, el resto de los caracteres es hueco y sin brillo - Liam Neeson y Ralph Fiennes intentan aportar aplomo y presencia, pero el libreto los hace tan volubles que parecen estar mezclados en un culebrón mexicano; Sam Worthington es bastante anónimo como héroe (al menos le sacaron el rapado G.I. Joe y le pusieron una peluca más acorde a la época y al personaje); y el peor es Edgar Ramirez, que se ve demasiado caribeño para ser Ares y carece de amenaza -. Nada de esto ayuda a elevar la puntería del filmeo. Furia de Titanes 2 es tolerable para matar 90 minutos de tiempo, pero no resiste un examen minucioso. Es vistosa y pasable, calificaciones que resultan terribles si uno considera que esto es un producto de 150 millones de dólares de costo... lo cual debería haber alcanzado (y sobrado) para generar un filme muy superior al que terminó resultando.
En lo conceptual, Los Juegos del Hambre está plagada de problemas: la credibilidad del universo es ridícula, las reglas del juego de marras no siempre resultan claras, y el final no termina por cerrar de manera satisfactoria todas las interrogantes que la trama dejó planteada. Ya de por sí todo esto debería dar como fruto un filme mediocre... algo que aquí no ocurre. El factor desequilibrante es el personaje central, el cual es tan carismático que termina por cargarse todo el filme al hombro. Los Juegos del Hambre no tiene un ápice de originalidad. Es otro de esos filmes futuristas en donde la gente que está aburrida resuelve sus problemas mandando a un gladiador a matarse en una arena televisada. Este pequeño subgénero comenzó con La Decima Victima, y siguió con ejemplos de todo tipo y color, que van desde Rollerball a The Running Man, pasando por Battle Royale - la idea es siempre la misma, lo que cambian son las excusas para realizar semejantes eventos - . En sí, Los Juegos del Hambre parece un híbrido de estos tres últimos: corporaciones que apoyan a participantes; deportistas metidos en un juego mortal para resolver problemas políticos; adolescentes asesinándose unos a los otros, y una matanza convertida en espectáculo televisivo del prime time. Ciertamente es un futuro de segunda mano, y uno concebido de manera no muy brillante. Los primeros minutos del filme se hacen detestables, especialmente porque el escenario carece de credibilidad. Todo es tan exagerado y colorinche - una mezcla de barroco y punk, con gente vestida como Mozart y teñida de tonos azules y fucsias - que resulta fácilmente odiable. Pero el mayor problema es aceptar la existencia de semejante certamen. Al menos La Décima Victima planteaba la cosa en terminos alegóricos, como una sátira a la TV y previendo la llegada de los reality show. Pero el resto de los filmes que le han seguido (y que han intentado vender la misma idea), han fracasado estrepitosamente, al menos en mi mente. ¿Si Argentina quisiera invadir Brasil, resolvería el conflicto en un partido de fútbol?. ¿Si usted fuera la invadida Irak, intentaría solucionar el tema de la ocupación jugando un match de baseball con los norteamericanos?. Acá el ganador del certamen se hace adjudicatario a una vida de lujo mientras que el resto de sus compatriotas sigue condenado a una vida miserable. Si se quiere, Los Juegos del Hambre se puede interpretar perfectamente como una alegoría comunista. ¿Acaso los deportistas más destacados no tenías privilegios en la fenecida URSS? ¿Acaso los países satélite de la Cortina de Hierro no tenían la falsa sensación de igualdad de status cuando participaban de juegos olímpicos reservados exclusivamente para naciones pro-soviéticas? Hay tres cosas que impiden que uno abuchee el filme en esos minutos de arranque. El primero es que el director Gary Ross (Pleasantville) sabe cómo crear clima, y cómo hacer que toda esta tramoya se vea mucho más interesante de lo que realmente es. La segunda es el desarrollo de los personajes secundarios, que son sólidos y hasta apasionantes en algunos casos. Y la tercera es la protagonista. No sólo la perfomance de Jennifer Lawrence - X-Men: First Class - es impecable, sino que ella (y todo su personaje) derrocha carisma. Katniss Everdeen es una guerrera nata, una especie de Legolas de la clase obrera, pero también es una adolescente aterrada por la brutalidad de la experiencia que le corresponde vivir. Si uno intenta descifrar el inesperado y furioso éxito que obtuvo Los Juegos del Hambre, yo lo asignaría al hecho que posee una de las mejores heroínas adolescentes de los últimos años. Es muy fácil convertir a Katniss en un objeto de culto, ya que posee una multiplicidad de facetas sumamente ricas. Los Juegos del Hambre es un muy buen espectáculo que le exige al espectador un salto de fe en los minutos iniciales. Pasada la bobada del setup se convierte en una aventura absorbente, la cual tiene sus fallitas pero uno termina por perdonarlas por la calidad del show. A mí me gustaría ver la secuela para resolver los cabos sueltos que quedan aquí, y ver la evolución del personaje en este universo, amén de reencontrarme con Jennifer Lawrence, cuya presencia y perfomance hacen presagiarle una gran carrera como actriz.
Si un bodrio recauda bien, la secuela es inevitable. Atrás quedan los pudores de los productores y demás involucrados sobre si lo que están haciendo es un crimen contra la cinematografía. Para mí Ghost Rider se componía de una premisa estúpida y un horrendo protagonista (amén de malos diálogos). A nadie le importó esto - costó 100 millones, obtuvo 228 millones; listo el pollo, marche una secuela! - y acá tenemos los resultados. Ghost Rider 2: Espíritu de Venganza es más absurda que el original, está peor actuada, y se nota que es mucho más barata. Quizás sea ésta la bala que logre detener en seco a los productores y nos libre de estos engendros cinematográficos. Uno ya ha visto otros enviados del diablo que andan en motos cool (Spawn), pero ninguno de ellos tuvo un casting tan fuera de lugar como el de Nicolas Cage. El tipo tiene cara de bobo, y ahora tiene el agravante que se se ve gordo, envejecido, recargado de colágeno y con un pelo tan falso que parece que le hubieran robado la peluca a una muñeca Barbie. No niego que Cage me cae bien cuando hace de tipo común y algo canchero (Next, Knowing, e incluso Kick Ass), pero cuando se hace el héroe imbatible, me hace acordar al papel de Robert Downey Jr. en Tropic Thunder, en este último donde hacía de actor desubicado que se creía capaz de tomar cualquier rol aunque no le diera el físico (por ejemplo, hacer de negro). Sorry si soy repetitivo con mis discursos, pero es algo que me brota de lo profundo del alma. Acá Cage se ve viejo y totalmente fuera de lugar. Es vox populi que su situación financiera apesta, razón por la cual toma todo tipo de papel que le deje un buen cheque en su bolsillo. A este paso terminará haciendo comedias directas a video con Cuba Gooding Jr. en unos cinco años. Considerando que entre los responsables de esto figure David Goyer (el mismo tipo que escribió Batman, el Caballero de la Noche!) resulta increíble la pobreza de ideas que tiene el argumento. Acá hay un nene que es el hijo del diablo (o de uno de sus súbditos, nunca queda claro). Papito lo reclama, la madre se lo niega. Aparece Johnny Blaze como el guardián protector de turno, y todo el mundo anda a las corridas (si todo esto les suena, es porque existen Babylon A.D. y decenas de filmes con argumentos similares). A su vez Blaze quiere exorcizar el demonio que tiene adentro, para lo cual va a un monasterio que tiene un portal intergaláctico / interdimensional / inter lo que mongo sea y allí se saca a la calavera humeante de su interior. Mal día para ir al baño, ya que al pibe lo secuestran al toque y el flaco ya no tiene superpoderes. Y ahora, ¿qué hachemo? Como todo esto lo filmaron en Rumania (o por ahí), se ven muchos Renaults Duster persiguiendo a Renaults Sandero y esquivando Dacias del tipo Renault 12. Oh sí, se fueron a rodar al lugar más barato de la Tierra y se nota. Los efectos especiales no son demasiado buenos y, para colmo, la cámara parece operada por alguien que está sufriendo un ataque. Se mueve todo el tiempo, hay mucho corte rápido... no quiero imaginar lo que debe ocurrir en las plateas de los cines 3D en donde están exhibiendo esto, en donde todo el mundo debe ponerse verde y con ganas de expulsar el almuerzo del viernes pasado. Corte rápido y cámara movediza no necesariamente involucra adrenalina. Las persecuciones son mas o menos, nada del otro mundo. Hay un gran momento en donde el Jinete se monta en una grúa gigante de minería y la transforma en un vehículo infernal en llamas... pero lamentablemente no hay otras secuencias que sean igual de innovadoras o impactantes. Los combates son algo bobos - el Jinete cancherea demasiado a la hora de pegarle a alguien y y el resto de los secuaces aprovecha para mandarle un par de bazukazos con lo cual nuestro héroe sobrenatural queda viendo las estrellas -, y hay demasiados diálogos que bordean lo lamentable. Pero el colmo es cuando Nicolas Cage debe frenar al espíritu que lleva adentro, en donde el quía comienza a sobreactuar salvajemente - se ríe, grita, golpea todo, habla sandeces -. Curiosamente estas escenas hacen que el filme se sienta más como una versión de cuarta de El Increíble Hulk que como algo propio de Ghost Rider: "no me provoque... no soy yo cuando me enojo". Ghost Rider 2: Espíritu de Venganza es pérdida de tiempo y dinero. Es mediocre y la única razón por la cual uno la ve es porque está la chapa de Nicolas Cage y Marvel en el poster. Pero a Cage se les está terminando el período de gracia, y últimamente se ha visto involucrado en tantos bodrios que, más que un gancho para la audiencia, su nombre corre serio riesgo de transformarse en una advertencia para evitar que alguien le compre un ticket.
John Carter de Marte es un título influencial de la ciencia ficción, y data de 1912. Precisamente es la primera novela popular que escribió Edgar Rice Burroughs - a quien todos conocemos como el padre de Tarzán -. En sí, John Carter no es sci fi clásica - en donde abundan las descripciones científicas y elaboradas teorías alternativas sobre el funcionamiento del universo - sino que se trata de una fantasía maquillada de aventura espacial. En ese sentido John Carter no difiere demasiado de relatos como Sandokan o El Ladrón de Bagdad; lo único que varía es el escenario y un par de excentricidades como para decir que la acción transcurre en otro planeta. Después de mucho trajinar llega esta adaptación a la pantalla grande, proyecto por el que pasó una tonelada de gente durante las décadas que demoró su gestación - desde Ray Harryhausen, John McTiernan y Robert Rodriguez hasta Kerry Conran y Jon Favreau -, y que recién pudo encaminarse en el 2007, cuando la Disney adquirió los derechos. En el interín aparecieron los estudios The Asylum - especialistas en rodar mockbusters o "títulos sospechosamente parecidos a los blockbusters del momento, pero disponibles ya en el estante de su video club" - , los cuales aprovecharon el detalle de que los derechos de la novela eran de dominio público y decidieron mandarse con su propia versión - La Princesa de Marte - en el 2009, la cual es bastante fiel al libro pero termina siendo un engendro a medio cocinar. Ahora la Disney ha logrado materializar su propia y suntuosa versión, poniendo al animador Andrew Stanton (Wall-E) al frente del espectáculo. Pero el resultado final es un mix de grandes escenas y problemas narrativos, y aunque las virtudes superan a los defectos, el conjunto no termina por ser satisfactorio. Hay que considerar que el proyecto tenía una gran cantidad de obstáculos desde el vamos. El más importante de ellos es su falta de originalidad frente a los ojos del espectador moderno. Las generaciones modernas han devorado centenares de filmes entre los que se incluyen Superman, Flash Gordon y, especialmente La Guerra de las Galaxias - todos ellos, títulos que han mamado conceptos y estilos del original de Rice Burroughs - con lo cual, cuando vemos a John Carter montado en un bicho en el desierto, inmediatamente decimos "esto lo sacaron de los guerreros Tusken de Star Wars" (y, como ello, se podrían citar cientos de referencias en cada fotograma de la película). Es difícil poder analizar en solitario una historia que es muy antigua y a la que cientos de filmes posteriores depredaron masivamente sus ideas. Aún así, John Carter: Entre Dos Mundos se las ingenia para inyectar energía a cosas que uno siente como recicladas, como las batallas con los navíos aéreos o la arena de combate en donde aparecen un par de monstruos enormes y peludos (más de uno dijo "eso lo copiaron a Episodio II, El Ataque de los Clones"). Esas escenas son espectaculares y están bien rodadas. El otro obstáculo a vencer es la obsoleta ciencia que impregna al relato original, que va desde la presunción que Marte es habitable y tiene ríos, hasta el viaje "mental" que hace Carter para llegar al planeta rojo. La Disney ha intentado camuflar esto, sacando el "de Marte" del título "John Carter" (o reemplazándolo en castellano por el "Entre Dos Mundos"), pero ello no evita que la gente lo tome como ridículo (nadie analiza tomar esto como una aventura de fantasía de antaño). El tercer problema es la estampa del mismo sello Disney en el poster de la película, lo que suele equivaler al beso de la muerte en la taquilla para cierta clase de filmes. La Disney vende muy bien dibujitos animados y aventuras de Julio Verne, pero aquí el objetivo que se plantean es muy grande - se gastaron 250 millones de dolares en esto, esperando que se transforme en la próxima Star Wars -, y el logo del ratón Mickey solo termina por espantar a aquellos que tienen más de doce años. Hubiera sido mejor que la Disney comercializara el producto por otra vía (como tenía el sello Buena Vista en una época) que con su chapa oficial, la cual no atrae al público para el cual fue específicamente orientado el filme. Y el cuarto problema es el excesivo respeto por la historia. El director Andrew Stanton debería haber simplificado varios aspectos cruciales, como es la crónica inicial de los sucesos que llevan a Carter a Marte (se podría haber contado en un flashback en vez de apelar a algo tan elaborado y largo), o la compleja relación que mantienen las razas entre sí en el planeta rojo. Hasta la causa de los Therns no termina siendo muy clara que digamos - son unos interventores divinos que establecen el orden que se les place en un planeta determinado para luego aprovecharse de ello -. Todo esto se traduce en algunos momentos de confusión o escenas demasiado alargadas, o cortes al relato (como los flashbacks de la esposa de Carter) que no terminan por aportarle substancia. Es posible que mi review sea injusta con un clásico que ha sido transcripto de manera respetuosa. El problema es que todo lo visto en pantalla parece copiado de filmes que uno ya conoce, precisamente porque éstos se inspiraron en el original literario de Burroughs. Pero también es cierto que da la impresión de que al director Stanton el relato se le escapa de las manos en determinados momentos. Como sea, el filme no es tan redondo ni todo lo emocionante que debería ser, y no va a llegar a ser la próxima Star Wars. Eso es seguro aunque, en el fondo, sea una verdadera lástima.
Yo creo que entre finales de los años 60 y la siguiente década de los 70 es cuando el cine norteamericano produjo sus mejores obras. No es difícil encontrar el por qué cuando uno chequea la enorme camada de directores - jovenes, osados, innovadores - que surgieron en esos tiempos, sea Spielberg, Lucas, Scorsese, Ford Coppola, sumados a tipos del calibre de Arthur Penn, Peter Yates, John Boorman, John Milius y un largo etcétera. El cine ha evolucionado desde entonces, pero no ha producido tantos filmes memorables como en aquella época; es por ello que muchos cineastas miran con nostalgia el pasado y se animan, de vez en cuando, a revivir el estilo directorial de aquella época. Drive, por ejemplo, es una visita a los policiales de antaño, que toma mucho del estilo de clásicos como A Quemarropa y Bullitt con algo de The Driver (1978). Es muy estático - usa muchos primeros planos y cámaras lentas - y se basa mucho en climas logrados a base de perfomances intensas y silenciosas; pero, cuando se pone en movimiento, estalla con toda la furia y es capaz de proveer secuencias shockeantes de las cuales Tarantino se pondría orgulloso. Honestamente la dupla central no es de mi agrado; tienen cara de payasos, vienen de otros rubros - dramas históricos, comedias independientes, etc - y no parecen los mas adecuados. En lo personal, nunca pude tragar a Carey Mulligan, la cual tiene particular devoción de hacer de víctima llorosa. Acá hace de esposa penitente de un convicto recién salido de la cárcel, obligada a pasar cuitas todo el día en compañía de su hijo pequeño. No es la mas bonita ni la mas simpática del mundo y, francamente, no sé que le ve Gosling, a no ser de que vive a dos metros de su puerta y le genera un romance cómodo. No hay mucha quimica entre ambos, principalmente porque los tipos se la pasan callados y mirándose, lo que parece mas propio de un romance indie bien de cine arte. Ni siquiera llegan a explotar en una noche de euforia y pasión, ya que lo máximo que consigue el protagonista es un beso. Quizás sea su fragilidad lo que le despierta el sentimiento protector que los hombres llevamos adentro, vaya uno a saber. Drive no es enteramente original; en pocos minutos uno deduce cómo viene el drama, ya que se trata de otra historia de criminal de vida perfecta al cual un par de cambios de último momento - laborales, sentimentales - le empiezan a mover el piso hasta producirle una crisis terminal. El problema es involucrarse en los nuevos conflictos que surgen alrededor, en donde el protagonista deja de ser frío y calculador y se vuelve descuidado y emocional, un detalle que pronto es explotado por sus enemigos. Acá el tipo es un conductor de riesgo que en sus ratos libres trabaja para la mafia, liderando el escape de los ladrones a la hora de dar un golpe jugoso. Al no participar del robo el tipo tiene la cabeza fresca y despierta, y ello queda patente en la brillante secuencia inicial en donde esquiva el rastrillaje de la policía sin demasiada alharaca y con mucha astucia. Pasada esa secuencia, la cosa se vuelve dialogada y estática, en especial porque uno debe devorarse el reprimido romance entre Gosling y Mulligan. Honestamente, Gosling se ve y suena demasiado blando para el papel. De todos modos es muy efectivo cuando explota en violencia, ya que el blandengue demuestra ser inesperadamente brutal, capaz de despedazar gente con un martillo, o patear la cabeza de un matón hasta dejársela como una sandía podrida. Como suele pasar en los policiales, las coincidencias están a la orden del día, y el robo al cual asiste - para ayudar al desvencijado esposo presidiario de la Mulligan - resulta estar vinculado con los intereses de uno de sus patrones (un rabioso Ron Perlman, el cual hace una dupla perfecta con un inesperadamente efectivo Albert Brooks). Ups, al tipo no le interesa dejar testigos así que las cosas salen mal y dispara una espiral de violencia. Es el momento en que el conductor debe emprender un viaje de ida para salvar a los inocentes, quizás a las únicas dos personas que le interesan sobre la Tierra. software de facturacion para restaurantes SistemaIsis Si el desarrollo es algo largo y estático, es porque el director Nicolas Winding Refn (Bronson) se dedica artesanalmente a crear momentum. Los planos son largos y artísticos, en absoluto no convencionales, enfocando las cosas desde ángulos inusuales - vemos una pelea a través de las sombras de los combatientes; Gosling parece fundirse con el decorado varias veces; la cámara se centra en personajes de relleno que pronto demuestran ser los responsables de algún acontecimiento importante de la historia -, y haciendo que Gosling sea un antihéroe astuto y despierto, atento a las mas minimas señales de peligro que sienta en su entorno. Por el otro lado está el placer de las persecuciones automovilísticas, hechas con stunts y no con CGI, y en donde se siente la emoción provocada por la velocidad, el rugido de los motores y la adrenalina. Definitivamente es un filme rodado de manera inusual y tremendamente efectiva, en donde los acontecimientos resultan impredecibles y en donde el protagonista termina triunfando gracias a su inteligencia. Drive: Acción a Máxima Velocidad es un estupendo thriller. La acción impacta y hay buenas actuaciones. El suspenso es tremendamente efectivo y no hay nada en la trama que uno pueda dar por sentado. Es simplemente la historia de un criminal que decide redimirse, aún cuando el proceso genere toneladas de cadáveres y termine por hacer trizas su mundo; pero la vida de un inocente vale más que la de mil condenados y aquí Ryan Gosling lo demuestra, yendo hasta las puertas del mismo infierno con tal de salvar a aquella que podría haberlo conducido a una vida de paz, felicidad y normalidad.
Buena, movida, bobita, hueca. Esa es una buena definición de la saga Underworld (o Inframundo, como prefieran llamarle), y la última entrega no es muy diferente a las otras. Entran un par de directores suecos, sale Scott Speedman (bah, lo relegan a un cameo digital), hay algunos cambios, la historia se mueve al futuro... y la calidad no mejora. Considerando el impasse de 3 años desde la última entrega, la saga podría haber mejorado la puntería (o bien podría haber seguido sepultada, total, nadie la extrañaría demasiado). Como sea, lo único bueno del filme es que no aburre, pero no hay nada en él que sea mínimamente memorable a las 24 horas de haberlo visto. No es ninguna novedad de que los artesanos del cine se extinguieron en Hollywood hace varias décadas. Hoy la meca del cine está dirigida por un montón de idiotas universitarios que piensan todo en términos de marketing y explotación de mercado. En ese sentido, antes de arriesgarse con una película ignota que trate sobre vampiros y hombres lobos, han decidido extender la vida útil a una saga conocida pero agotada como es la de Inframundo. Al parecer "esa" es una de las nuevas movidas del mundillo cinematográfico norteamericano - la otra es reestrenar / remakear todo en 3D -. Underworld es una marca, tal como lo es Coca Cola o McDonalds; aún cuando un filme de la saga fracase, el poder de la marca terminará por dar ganancias a la larga, y ello ya es todo un éxito considerando lo inestable que se ha vuelto el mundo de los negocios cinematográficos. Porque, sinceramente, no creo que hubiera una multitud golpeando la puerta de los estudios y clamando por una nueva secuela de la serie. Inframundo: El Despertar es mediocre pero entretenida. Vuelve la bonita Kate Beckinsale, a la que le quedan bien las ropas de cuero pero que carece de carisma como heroína de acción. Acá los nuevos directores de la entrega se esfuerzan al mango para que Selene sea una total badass (pateatraseros), destrozando a cien policías y decapitando lobizones con las manos desnudas... pero todo ello termina salpicando la imagen moral de nuestra protagonista. ¿Está bien que mate humanos para sobrevivir?. ¿Se justifica?. No importa, no interesa. Una vez que la Beckinsale exterminó a medio elenco en los 10 minutos iniciales, es atrapada y llevada a un laboratorio en donde la corporación malvada de turno quiere frizarla y hacerle cosas poco glamorosas (!). Oh, sí, todo esto tiene un fuerte tufillo a Resident Evil reciclado: reemplacen a los zombies por vampiros y licántropos, y el argumento es más o menos el mismo. Nada de lo que ocurre en Inframundo: El Despertar es demasiado original. Desde la hija made in vitro de la protagonista, pasando por el vínculo síquico con su madre, su cumplimiento de una profecía, la guerra entre humanos y no naturales, la conspiración de turno... etcétera, etcétera. La acción está ok, los diálogos son breves, la historia avanza y es fácil de seguir... todo está muy industrializado y pasteurizado, como una salchicha de marca que es bromatológicamente correcta pero tampoco es alimento ni llena demasiado la panza. Para colmo el filme se empecina en mostrar unos hombres lobos hechos con CGI que parecen confeccionados en una Commodore 64. Gastaron 70 millones de dólares en esta pavada,... ¿y no podían conseguir unos efectos especiales decentes?. Inframundo: El Despertar se deja ver. Es pasable y, cuando se le desliza alguna pavada, es tolerable. Carece de originalidad y apenas es excitante. Simplemente es una excusa para matar el tiempo, lo cual hace con un mínimo de eficiencia.
Es sorprendente la cantidad de gente que putea públicamente a Con el Diablo Adentro. Ciertamente no es un filme redondo, pero tampoco es la abominación que todos recriminan. Hay un par de momentos interesantes - como las sesiones de exorcismos en que se ve envuelta la protagonista - y, en cuanto al resto, no hace nada demasiado terrible. En todo caso, los problemas del filme pasan por lo narrativo. La sensación reinante es que la historia fuerza los pasos para llegar a esos momentos pico de alta tensión, resintiendo la credibilidad de toda la trama. También es cierto que Con el Diablo Adentro carece totalmente de originalidad. La primera mitad es un reciclado casi textual de El Rito - otro yanqui que llega a Roma a investigar sobre el exorcismo y se adentra en la escuela especializada que mantiene El Vaticano -, a lo que se suma el enfoque de cámara en primer plano y grabando todo el tiempo a lo Blair Witch, algo que ya había intentado El Ultimo Exorcismo y abordando este mismo tema. Sigue a esto la alianza con un par de sacerdotes poco ortodoxos - los cuales realizan exorcismos por su cuenta -, y terminamos con un demonio que salta de un cuerpo a otro a lo Fallen (1998). Y todo esto está salpicado con tips informativos extractados de El Exorcista (1973), la cual sigue demostrando que es la única obra potable e imbatible sobre el tema. Como se puede ver, esto es una ensalada de influencias en donde uno puede distinguir en cada momento de qué filme previo sacaron tal o cual idea. Aún con todo eso, Con el Diablo Adentro podría haber sido una serie B pasable. Los exorcismos no son lo mas guau, pero tienen algo de nervio y están ok. En todo caso los peores problemas del filme pasan por el resto de la historia, en donde a veces la credibilidad está agarrada con saliva. Por ejemplo, en un momento vemos a un cura saliéndose de quicio e intentado ahogar a un bebito durante un bautismo - con lo cual toda la familia lo agarra, cuando no intenta boxearlo -, y a la siguiente escena el mismo tipo anda suelto y lo más campante por su casa. Del mismo modo está el inicio del filme, en donde la madre de la protagonista es trasladada de Estados Unidos a Roma (!) de manera inexplicable y archivada en una clínica siquiátrica - ¿por orden del Vaticano? ¿para qué? ¿para después abandonarla en el asilo? -. O cuando los sacerdotes que hacen exorcismos en su tiempo libre consiguen una sesión en la clínica con la madre de la chica... y los doctores los dejan a solas, con total disponibilidad de inyectarle las drogas que se les de la gana (o iniciar un exorcismo a escondidas). No sólo hacen todo eso, sino que después le muestran la filmación al director del hospital y termina por apoyarlos. Como puede verse todas éstas son situaciones absolutamente artificiales, planteadas únicamente como punto de partida para la escena siguiente; lástima que la gente no reacciona como personas reales (o normales), y la lógica brilla por su ausencia. Ciertamente Con el Diablo Adentro no es horrible, pero sí es insatisfactoria. Jamás agrega nada nuevo al tema, y todo lo que hace se ve apurado y poco consistente. Los personajes son totalmente anónimos, y son simplemente figuritas de carne y hueso que el libreto manda de aquí para allá a la espera de que en el medio ocurra algo. Tampoco la cámara POV aporta la tensión que el relato precisaba, aunque aquí las sesiones de exorcismo están mejor coreografiadas que en El Ultimo Exorcismo. En todo caso Con el Diablo Adentro es mera rutina de filme para cable, hecho con algo más de presupuesto en escenarios internacionales; pero carece de shock y misterio, y termina siendo una pérdida de tiempo y recursos sobre un tema que daba para mucho más.