Niñato: la vida del padre de familia hiphopero Filmado a lo largo de cinco años (si se toma en cuenta Buenos días resistencia, un corto previo en el que el madrileño Adrián Orr ya ponía el foco en la vida de David, un padre soltero de tres hijos aficionado al hip-hop) y premiado en el Bafici, este atípico film trabaja cerca de una frontera imprecisa entre ficción y documental, como es habitual en el cine que circula hoy por los festivales internacionales. A través de las transformaciones, los conflictos y los aprendizajes de los hijos de David, Orr va dando cuenta del desarrollo de una rutinaria vida familiar plagada de sucesos ordinarios narrados con profundidad, recato y nobleza.
Djam: celebración de la cultura rebétika Veterano director francés de origen argelino, Tony Gatlif es un habitué del Festival de Cannes, donde también presentó este film, que gira en torno de la cultura rebétika e intenta pintar un fresco vigoroso, y políticamente correcto, de la reciente crisis económica europea (sobre todo en países del sur del continente como Grecia y Turquía) y también de los graves problemas migratorios en la zona. La muy buena actuación de la joven actriz belga Daphne Patakia, dotada de un enorme carisma y cargada de una desbordante energía, es la fortaleza más notoria de una película que en muchos pasajes resulta demasiado esquemática y calculada, y que además incluye algunos innecesarios arrebatos de voyerismo
The square, una película que dispara acaloradas discusiones La decisión de otorgarle la Palma de Oro a The Square en la última edición del Festival de Cannes provocó una enorme polémica. Cineasta adicto a la provocación -muchos ya se habían indignado con Play (2011), la historia de un grupo de niños negros pobres que robaban a otros de su misma edad, pero blancos y de clase media-, el sueco Ruben Östlund había logrado un punto de equilibrio con Force Majeure: la traición del instinto, un film sobre el matrimonio como cataclismo. Esta vez, el blanco de sus dardos envenenados es el mundo del arte contemporáneo, sintetizado en la figura del particular director de un museo sueco que no tiene presupuesto para estar a la altura de sus competidores internacionales. Torpe para entablar relaciones, egomaníaco, más de una vez indolente y ciertamente paranoico, Cristian (el personaje interpretado con mucha eficacia por el danés Claes Bang) se ve envuelto en una serie de episodios problemáticos que Östlund narra con humor y un evidente cinismo: desde el montaje de una obra de aspiración altruista de una artista argentina que empieza con la desprejuiciada destrucción de la estatua de un monarca hasta la virulenta aparición en escena de un apremiante hombre-mono que produce una verdadera debacle en una cena de burgueses aterrados, pasando por una insólita trama persecutoria contra un niño, desatada para recuperar un teléfono celular que le roban al protagonista en un confuso incidente callejero. No hay tópico al que el director se acerque sin mordacidad: la sexualidad (es tan tensa como hilarante la escena que protagoniza con el personaje de Elizabeth Moss en torno al destino de un preservativo usado), las relaciones familiares, la hipocresía de las clases acomodadas... En una entrevista reciente, Östlund explicó que uno de los modelos para su película fue Cuento de Navidad, una novela de Charles Dickens también cargada de críticos simbolismos relacionados con la sociedad de su época. Publicada en 1843, el relato de Dickens cuenta la historia de un hombre avaro y egoísta que que transforma tras ser visitado por una serie de fantasmas en Nochebuena. La novela consiguió un inmediato éxito y el aplauso de la crítica.. En la línea de colegas como Michael Haneke y Lars von Trier, pero con aún menos sutilezas, el realizador sueco enfoca la mala conciencia de sus personajes para erigirse en un nuevo misántropo del cine. Aún con sus excesos -en el tono insolente y descarnado de la sátira y también en el largo del film, que originalmente duraba más de tres horas y tuvo que cortar para poder desembarcar en Cannes-, lo cierto es que siempre logra disparar acaloradas discusiones, algo que no deja de ser saludable.
Los decentes: cine político, pero sin solemnidad Hay muchas maneras de hacer cine político. Y no siempre, aunque se perfilen como estrategias recurrentes, las mejores son la solemnidad, las declamaciones o la pura evidencia. Los decentes es, a su manera -con sus singularidades, su desprejuicio y su humor a veces esquivo pero siempre mordaz- una película que sabe encontrar resonancias políticas en un argumento extravagante. Una empleada doméstica consigue trabajo en una prototípica casa de country bonaerense y de pronto su vida pega un giro copernicano. No tanto por la aparición del arquetipo de la lucha de clases -un tópico transitado al que el film se arrima un rato y luego va abandonando de a poco, hasta desembocar en un final inesperado, explosivo y de gran potencia cinematográfica-, sino por la inteligencia para demarcar con sutileza los límites para una comunicación fluida con los que deben lidiar grupos sociales que manejan códigos y escalas de valores diferentes. Igual que la Alicia de Lewis Carroll, Belén (gran trabajo de Iride Mockert), una mujer sumisa y apocada del conurbano, descubre en un pintoresco grupo de vecinos nudistas un mundo nuevo que la cambia por completo. No cae en un agujero, como la joven protagonista de aquella fantástica novela decimonónica. Apenas atraviesa un portón y consigue liberarse de las ataduras a las que parecía condenada por siempre, simplemente por su condición de clase.
Los últimos: ambicioso western futurista Entre enero y abril de 2000 hubo en Cochabamba una serie de masivas protestas conocidas como "La guerra del agua". Su detonante fue la privatización del abastecimiento de agua potable municipal que impulsó el por entonces presidente boliviano Hugo Banzer. Alarmado por el alcance de la reacción popular, Banzer decretó el estado de sitio. En 2016, Evo Morales declaró la emergencia nacional por la escasez de agua, luego de la peor sequía desde 1980. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), en 2025 1800 millones de personas vivirán en regiones con ausencia de agua y dos de cada tres sufrirán su escasez. Los últimos, ópera prima de Nicolás Puenzo (parte de una familia de cineastas: es hijo de Luis y hermano de Lucía), aborda esa problemática desde una perspectiva propia: un film ambicioso en términos de producción que cruza el western futurista, el cine bélico y la road movie para contar la desesperada fuga de un pareja de refugiados (Peter Lanzani, la debutante Juana Burga) que, perseguidos por un poderoso y brutal ejército privado que ocupa territorios del Altiplano para saquear sus recursos minerales, encuentra un inesperado apoyo en un corresponsal de guerra (Germán Palacios). La sobrecarga de solemnidad no beneficia a la película, pero esa debilidad no opaca el valor concreto de poner el foco en un tema espinoso al que vale la pena prestarle atención de inmediato.
Volver a empezar: singular y errático romance El de Isabelle Huppert es un caso excepcional en la industria cinematográfica actual. Ella -y también Meryl Streep, pero no muchas intérpretes más- es una de las pocas actrices de más de 60 años que puede mantener una carrera prolífica y con brillo propio en un contexto en el que ser joven ha cobrado un valor desmesurado. Su presencia es también la fortaleza principal de esta película manierista y errática en la que Huppert interpreta a una empleada de una fábrica dedicada a la repostería que vive un inesperado romance con un compañero aficionado al boxeo al que triplica en edad. Esa singular historia de amor viene acompañada del revival de su faceta de cantante pop impulsada por el festival de la canción Eurovisión, una experiencia que parecía tristemente sepultada en el pasado. El desmarque de su vida rutinaria dispara también la aparición de una serie de conflictos familiares que el film narra con un tono trillado y aleccionador. También es desafortunado el desprecio con el que Bavo Defurne (director belga poco conocido por aquí, pero premiado más de una vez en Europa) pinta el mundo del trabajo. Admirador confeso de los fantásticos melodramas de Douglas Sirk, Defurne evidentemente se propuso emularlos, pero al menos en este caso le ha faltado la mordacidad e inventiva para estar a la altura de ese ambicioso propósito.
La familia chechena: danza para recordar a Dios El baile del zikr ha acompañado a los chechenos a través de los siglos. Funcionó como soporte moral frente a las invasiones rusas del siglo XIX y también durante las deportaciones masivas ordenadas por Stalin. Esta película, atípica por su radicalizada propuesta formal, pone el foco en esa danza de aliento mántrico y en los postulados del sufismo, que han funcionado como exorcismo de los pesares de un pueblo que sufrió no hace mucho dos cruentas guerras. Parte de una trilogía dedicada a zonas del mundo en conflicto, se exhibe en la sala Lugones en el marco de una retrospectiva de Martín Solá que incluye otros tres largometrajes (Hamdan, Mensajero y Caja cerrada).
Van Gogh, hipnótico y emotivo Los enigmas que circularon alrededor de la muerte de Vincent van Gogh son material ideal para una intriga detectivesca. Y eso fue lo que detectaron, y aprovecharon bien, el británico Hugh Welchman y su esposa, la polaca Dorota Kobiela. Construyeron entonces un atrapante y atípico thriller que lanza una hipótesis acerca de las causas del aliento trágico que rodeó los últimos días del genial artista, nombre clave de la pintura moderna. Loving Vincent es un film atrapante porque logra mantener la tensión y la intriga a lo largo de casi todo el relato. Y atípico porque el lenguaje elegido es el de la animación, que no le quita peso ni profundidad a la historia. Por el contrario, la revitaliza con su formidable belleza plástica, fruto del trabajo arduo e inspirado de 125 profesionales que durante dos años llegaron a crear 65.000 cuadros al óleo para fotografiarlos y luego darles vida apelando a la técnica de stop motion, una solución que quizás escandalice a los puristas, pero que le quita solemnidad a un argumento que a veces se resiente justamente por rendirse a esa tentación casi inevitable. También rodaron escenas con actores de carne y hueso que luego fueron recreadas por un grupo de animadores, a la manera de lo que experimentaron en su momento películas como Despertando a la vida (2001), de Richard Linklater, y Vals con Bashir (2008), de Ari Folman. El resultado es hipnótico y emotivo, dos cualidades que Van Gogh seguramente habría apreciado.
Revisar el pasado doloroso En un momento en que el asunto de las tomas de los colegios es motivo de intenso debate en el país, se estrena esta película premiada en Moscú y Gramado que reconstruye con pasión y honestidad intelectual un fragmento de la historia de la militancia estudiantil en los años 70. Basada en una novela de Gaby Meik, apoyada en una notable reconstrucción de época y beneficiada por el buen desempeño de un elenco muy joven, el film transcurre en un época difícil de la historia argentina, cuando el fantasma de la represión ilegal empezaba a tomar cuerpo. El relato tiene un disparador: la destitución de Raúl Aragón, recordado rector del Colegio Nacional de Buenos Aires e integrante de la Asamblea para los Derechos Humanos (APDH) y la Conadep, que pone en alerta a un alumnado politizado y decidido a defender sus derechos. Pero el film se da espacio también para humanizar a sus personajes, exhibiendo sus conflictos amorosos y familiares, echando luz sobre sus certezas y sus vacilaciones. Es excesivo el uso de la música para subrayar el temperamento de algunas escenas, sobre todo porque la historia tiene de por sí los condimentos necesarios para emocionar sin la necesidad exagerar ese recurso. Pero esa decisión no empaña la saludable convicción de los directores para mantener viva una discusión sobre un pasado convulsionado y doloroso, siempre útil para pensar un futuro mejor.
Honestidad, inteligencia, complicidad Los vaivenes de una amistad duradera, las obligaciones que implica la maternidad y las frustraciones que puede provocar, las oportunidades perdidas, las rupturas amorosas con sus amargas y poco originales consecuencias, la inestabilidad emocional, los dilemas vocacionales... El futuro que viene aborda todos esos temas espinosos con honestidad e inteligencia, sin rendirse ante las soluciones prototípicas ni las redenciones ejemplificadoras. Guionista fogueada en la ficción televisiva (El sodero de mi vida, Son amores y, sobre todo, Soy tu fan, el ciclo donde se notó con más claridad su impronta personal), Constanza Novick trabaja en su ópera prima con un material que circula regularmente en ese ámbito, pero se permite desplegar una mirada más aguda y menos condescendiente que la determinada sin escape por la neurosis del rating. Pero la decisión de trabajar sobre vínculos reales, más que ideales, no obtura la aparición de la candidez, el humor y la ligereza en los pasajes donde la película se aliviana y tiende un puente hacia la complicidad del espectador. La escena del romance adolescente, bañada en la miel de una canción deliberadamente cursi de Los Parchís, y la desopilante coreografía del personaje que encarna el gran teatrista Federico León son dos buenos ejemplos de esa capacidad de la directora para lograr cambios de clima sin perder fluidez, equilibrio ni identidad.