La columna vertebral de este documental es el relato coral de un grupo de perseguidos políticos de la Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay durante la época de la Operación Cóndor, un plan diseñado por el Departamento de Estado de los Estados Unidos y coordinado por los regímenes dictatoriales del Cono Sur, según probó la Justicia argentina en un proceso judicial que terminó en 2016. La idea rectora de este documental fue sacar a la luz algunas historias ocultas que sucedieron en el marco de ese esquema, que funcionó en la región mayormente en la década del 70, a través de relatos en primera persona y de algunos valiosos materiales de archivo inéditos que van puntuando e ilustrando esas narraciones y finalmente terminan armando el propio mapa del film. La tesis que sostiene este documental es que aquella experiencia del pasado no solo dejó huellas visibles en las sociedades de los países involucrados, sino que continúa operando en el presente. Andrea Bello, una de las directoras del film, fue una militante política que estuvo presa en un centro clandestino de detención ente 1978 y 1979. Querellante en la causa ESMA, falleció en enero de 2019. Stella Calloni, una de las guionistas de la película, es una periodista especializada en política internacional de larga trayectoria que publicó dos libros sobre el tema, Los años del lobo: la Operación Cóndor (1999) y Operación Cóndor, pacto criminal (2006).
Se habla mucho de la capacidad predictiva del cine. Muchas de las que son planteadas como distopías en la ficción terminan transformándose en realidad en la vida cotidiana. Es lo que de algún modo ocurre con esta película argentina en la que abundan barbijos, alcohol en gel y gente al borde de un ataque de nervios por una inesperada pandemia de insomnio. No hay sospecha de oportunismo: el guión empezó a escribirse en 2008 y quedó terminado en 2016. Los protagonistas de esta historia exótica y contada con un tono que combina intermitente ironía y gravedad son Augusto (Agustín Rittano) y Laura (Jazmín Stuart), una pareja que decide escapar del caos urbano en un motorhome bien equipado pero en el que, por razones de espacio, es casi imposible evitar la sensación de encierro. A medida que avanza la trama, los efectos de la crisis exterior (entre ellos un fuerte clima represivo de las fuerzas de seguridad estatales) van cediendo lugar al drama íntimo: las dificultades de una relación tumultuosa cuya tensión aumenta por la presión de un entorno tan desordenado. Rittano y Stuart lucen eficaces en situaciones bien distintas, actúan con soltura en los momentos más dramáticos y también en los que están cerca de la comedia. Son un buen soporte para una narración zigzagueante cuyo espíritu remite al de las tragicomedias surrealistas del sueco Roy Andersson.
Victoria Chaya Miranda ha declarado que se piensa como una comunicadora social. Y los temas de su cine reflejan bien ese perfil. Sus intereses van desde la lucha por la supervivencia de los jóvenes que sufren la marginalidad (la miniserie Los pibes del puente ) hasta las adicciones y la cosificación de los cuerpos (en su anterior largometraje, A oscuras) . El tema central de Lo habrás imaginado también es espeso: la trata de personas y la trama de responsabilidades políticas necesaria para su desarrollo. La densa historia de esta película, que debido a las restricciones de público conocimiento se estrena directamente en la plataforma online cine.ar, incluye también un abuso intrafamiliar perpetrado por el personaje del experimentado Mario Pasik, inspirado en el caso de real del responsable de una entidad benéfica argentina que operaba en las sombras una red de pedofilia. La directora consigue hacer funcionar con fluidez un argumento con muchas aristas, manejando con solvencia la puesta en escena, el deliberado clima de tensión permanente y un despliegue de intrigas cuyos orígenes va revelando de a poco, con mucho criterio. También recurre de manera sorpresiva a la animación 2D en un fragmento breve del film. Todo el elenco luce compacto, pero se destaca el fenomenal trabajo de Carlos Portaluppi, capaz de calibrar misterio y vulnerabilidad con una soltura admirable.
Adaptación con sólido elenco La guerra de Malvinas es, para muchísimos argentinos, una herida que aun permanece abierta. Muy especialmente para aquellos que tuvieron que poner el cuerpo, y sobre todo cuando eso ocurrió contra su propia voluntad. Pensada originalmente como obra de teatro, esta película austera y emotiva refleja el clima tenso de aquel momento decisivo para una generación de jóvenes que debió dejar de lado sueños y proyectos para participar de un conflicto bélico fogoneado por un gobierno militar en retirada. Cada rol simboliza las diferentes actitudes frente al problema: el chico que sueña con dedicarse a la música y con un viaje a España (Juan Grandinetti), el hijo de un militar que compra el discurso patriotero pero al mismo tiempo prefiere no exponerse (Gastón Cocchiarale), el pibe sensible que ni siquiera tolera la idea de enrolarse en un ejército (Agustín Daulte). Y también están los padres, con la natural carga de angustia y confusión que los tomó por asalto, sensaciones que Rafael Spregelburd e Inés Estévez transmiten con mucha solvencia. Una de las fortalezas más notorias de la película, además de la solidez del elenco y la buena ambientación de época, es la fluidez de un guion que trabaja muy bien los vínculos entre los personajes (familiares, amorosos, de amistad), transformando aquella amarga coyuntura en el telón de fondo de una historia con muchos otros matices.
Si en La noche Edgardo Castro revelaba con crudeza y sin tapujos detalles de su propia intimidad -un periplo anárquico condimentado con alcohol, drogas y sexo casual-, en Familia , otra vez como guionista, director y protagonista, exhibe el revés de esa trama, la monotonía de un rutinario encuentro con sus padres en Comodoro Rivadavia, una experiencia teñida por la abulia donde quizás podrían rastrearse algunos de los estímulos que forjaron la personalidad del protagonista. Castro se toma los primeros veinte minutos de la película entrar en acción, como si demorara adrede el ingreso a ese espacio en el que, él lo sabe de sobra, no va a sentirse del todo cómodo. Y después se adapta como puede a la apatía y las tensiones latentes de la dinámica del lugar. La contracara, una vez más: en La noche aquello que lo impulsaba era el deseo, mientras que en Familia el camino es entregarse a la resignación, en el mejor de los casos. En esa mesa navideña todos están muy cerca, pero la distancia emocional que los separa es importante. La televisión y los teléfonos celulares son las únicas conexiones con el afuera. En esta ficción que coquetea todo el tiempo con los mecanismos del registro documental, cada uno parece tener guardado algún secreto inconfesable y practica a destajo la política de la evasión. Como en las mejores familias.
No es para nada habitual que una película proveniente de la India se estrene en la Argentina. El país asiático produce cerca de mil películas anuales, pero la mayoría está destinada a su gigantesco mercado interno. Las que logran repercusión internacional por lo general responden a cánones más extendidos, como el caso de este primer largo de ficción de Rohena Gera, una cineasta de familia acomodada que estudió en Stanford (Estados Unidos) y entendió muy bien cómo llaman la atención fuera de su país de origen la dinámica de una sociedad en la que se cruzan culturas, creencias, castas y clases diferentes con una lógica propia. La historia es convencional (el amor imposible entre una empleada doméstica y un joven adinerado para el que trabaja) y los recursos para que avance, los del melodrama leve, más cercano a la delicadeza de James Ivory que de la intensidad de los culebrones televisivos clásicos y sin muchas sorpresas. En su atención al detalle (gestos, roces, miradas) es tan rigurosa como Con ánimo de amar, exquisita película del hongkonés Wong Kar-wai que la directora ha citado como referencia importante en varias oportunidades. Y en cuanto a su eficacia en términos de alcance emotivo, la base en la que se apoya es Tilotama Shome, actriz que construye con tanta sutileza como determinación a una mujer discreta, honesta y capaz de perseguir su deseos.
Israelí de origen palestino decidido a combatir los estereotipos que suelen castigar a su pueblo, inmigrante ilegal en Nueva York, amigo del prestigioso escritor y crítico de arte John Berger -a quien está dedicado este largo, muy celebrado en la última edición del Festival de Cannes-, Elia Suleiman es, no caben dudas, un personaje singular. Su cine (recordar la fantástica Intervención divina, de 2002) es anómalo, muy personal y está casi siempre teñido de un humor ingenuo en la superficie, pero corrosivo en la profundidad. "A mayor desesperación, mayor humor", declaró el director cuando le preguntaron sobre la lógica de este film inusual que comienza en Palestina y continúa en París y Nueva York. Su espíritu explorador y poético es muy similar al de El paseo, la magnífica pieza literaria del suizo Robert Walser dedicada a la observación del gran espectáculo del mundo, con su belleza y su absurdo. El protagonista del relato, un alter ego del cineasta excéntrico, melancólico y, sobre todo, entregado obstinadamente al silencio, busca financiación para un proyecto cinematográfico destinado a promover la paz en Medio Oriente. En el trayecto que recorre persiguiendo ese objetivo se encuentra con situaciones y lugares que aparecen en la película a la manera de atractivas viñetas, siempre cargadas de gracia, sugestión y belleza, tres cualidades que en cine son invalorables.
Adaptación de una novela de Mario Cruz ambientada en la ciudad chilena de San Bernardo en los prolegómenos de las elecciones que llevarían a Salvador Allende al poder, esta película premiada en La Habana y Venecia pone el foco en el despertar sexual de un joven (Juan Carlos Maldonado) que es encarcelado luego de acuchillar a un amigo. Las relaciones que entabla allí (especialmente con un veterano convicto interpretado con mucha eficacia por Alfredo Castro) reflejan también las disputas de poder, las lealtades y las traiciones de ese universo con sus propios códigos, en el que se desarrolla el grueso de la historia). Aparece en el elenco el argentino Gastón Pauls.
Después de enterarse por un diagnóstico clínico de que apenas le queda un mes de vida, Julio decide emprender con su hijo un viaje en moto desde Tucumán hacia Mar del Plata. El objetivo, más que escuchar de cerca el ruido de las olas, es vivir una última experiencia que los una, llevar adelante juntos un recorrido cargado de recuerdos y sazonado con un humor ligero, necesario para quitarle peso y solemnidad a ese momento crucial. Aun cuando tropieza con algunos lugares comunes, la película contagia todo el tiempo la calidez del vínculo entre Federico y Santiago Bal, fallecido antes de su estreno. Los protagonistas interpretan personajes delineados previamente en un guion, claro. Pero hay mucho de la verdadera relación familiar que tiñe a la ficción de un tono melancólico y crepuscular.
El doloroso pasado familiar de la directora de este emotivo documental es reconstruido a través de una investigación que hilvana crudos testimonios de la violencia, material de archivo atesorado durante años y, sobre todo, el influjo poderoso de la figura de Nelly Ruiz de Llorens, maestra santiagueña que se sumó a Madres de Plaza de Mayo para reclamar por sus dos hijos desaparecidos durante la última dictadura militar y se transformó muy pronto en una incansable militante por los derechos humanos. La película alumbra la historia de cuatro generaciones de mujeres marcadas por la agitada vida política argentina de aquellos años con sobriedad, firmeza y valentía, al tiempo que plantea nuevos interrogantes sobre un relato que sigue sin clausurarse.