En el área de Colecciones Especiales de la Biblioteca del Congreso de la Nación se conservan libros prohibidos durante cada gobierno de facto de la historia argentina. En los períodos democráticos, ese material suele ser exhibido al público a través de muestras supervisadas por especialistas como Silvana Castro, protagonista clave de este documental, cuyo punto de partida es la suspensión de esa tradición en 2016. Pero el alcance de la película es más amplio e incluye imágenes de marchas de trabajadores, discusiones en el Parlamento y represión a manifestantes, para trazar un mapa posible de la noción de censura y de la agitada coyuntura nacional.
Ni siquiera el fortuito e inusual episodio que la transforma en fugaz heroína popular alcanza para que Paula deje de sentirse insatisfecha, incómoda con su lugar en el mundo. Luego de evitar un robo en un bar en el que intenta dar una clase de alemán con demasiadas interrupciones, la protagonista del título de este segundo largometraje de Clara Picasso (El pasante) entrará en una zona de titubeos e indefiniciones que serán la constante de su temperamento a lo largo de la historia: su carrera como actriz no termina de despegar, su vida sentimental es realmente gris y sus amistades tampoco le aportan energía, alivio o refugio. Sesenta y cinco minutos alcanzan para que la directora de esta película, exhibida en la última edición del Festival de Mar Del Plata, capture con precisión un momento concreto en la vida de esa mujer sensible que Rocío Varela encarna con rigor y solvencia. En ella recae el peso de una historia de baja intensidad centrada en una crisis personal que se intuye pasajera. Y lo resuelve muy bien, apoyada por un elenco también efectivo, sobre todo cuando la comedia asoma con discreción y elegancia, la misma que aporta "Fuego", una preciosa canción de El Mató a un Policía Motorizado que suena, un par de veces, muy oportuna.
Dividido en cuatro capítulos, este documental de Sebastián Díaz retrata la vida, la muerte y la profanación de los restos de cuatro importantes caciques de las regiones pampeana y patagónica. Dos de los cráneos de esos "lonkos" terminaron en la colección de los museos de Bariloche y La Plata. Con entrevistas a reconocidos historiadores y antropólogos como Osvaldo Bayer, Carlos Martínez Sarasola y Fernando Pepe, la película tiene una evidente orientación pedagógica y también la intención de denunciar las políticas que caracteriza como racistas de la Campaña del Desierto, cuyo trágico saldo, se narra allí, fue la muerte de unos 25.000 aborígenes.
Andre Davis arrastra un trauma desde su niñez: el asesinato de su padre, un oficial de la policía neoyorquina, en cumplimiento del deber. Ya en el inicio de esta película plagada de conspiraciones, Brian Kirk, curtido como director televisivo, deja claro que el peso de la trama recaerá sobre la espaldas de ese chico afligido convertido con el paso de los años en un héroe de manual que Chadwick Boseman (el Pantera Negra de Marvel) interpreta con aplomo y un enorme despliegue de energía. Kirk exhibe un evidente dominio de recursos para la dirección: la escena que arranca con un funeral cargado de una densa atmósfera y desemboca en un magnífico plano aéreo es efectiva y elocuente (los drones, usualmente vehículos para el exhibicionismo, también sirven para insinuar una idea en una película). Luego desarrollará con pocos titubeos una historia que gana siempre en las electrizantes escenas de acción y pierde sin remedio cuando el pulso baja. Que Manhattan es un gran escenario se sabe de sobra, pero este film que convierte la isla en una zona cercada lo pone de manifiesto con especial claridad, otro mérito de la dirección. Las virtuosas secuencias en el metro son una prueba fehaciente y revelan el magnetismo del cine de acción bien producido.
Sabrina Blanco debuta en la dirección con una película cargada de hallazgos. Un tema interesante como la búsqueda de identidad que una adolescente emprende en un contexto áspero, ambientada en un escenario singular como Isla Maciel, un barrio popular que sobrevive a la vera del Riachuelo y sobre todo una protagonista entrañable como Nicole Rivadero, una chica de ese barrio que la directora conoció en profundidad haciendo trabajo social. Su trabajo fue premiado en la última edición del Festival de Mar del Plata gracias a un papel que interpretó muy bien con apenas trece años y sin ninguna experiencia actoral. La botera pone todos esos elementos en juego y los explota con inteligencia y sensibilidad para construir un relato concreto, agudo y visceral que logra conmover sin apelar a simplificaciones ni efectismos. En términos temáticos y de puesta en escena, el film remite al cine crudo y sombrío de los hermanos Dardenne, pero el notorio ángel de su protagonista lo dota de una personalidad propia y de una potencia inusitada. También refleja con lucidez titubeos, angustias y pequeñas victorias de la intimidad femenina en un entorno difícil y determinante al que se acerca sin prejuicios, con una voluntad explícita de análisis y aprendizaje.
Fruto de un proceso de creación colectiva ideado por tres pacientes del hospital neuropsiquiátrico Alejandro Korn, en Melchor Romero, en el que se narra su proceso de externación, este film atípico contó con la colaboración de sanitaristas y profesionales del ámbito teatral y audiovisual. Entre todos supieron armar un relato singular, cargado de aliento poético y al mismo tiempo elocuente, en términos de clarificar el sinuoso tránsito de la cotidianidad en esa institución que, en 2020, cumpliendo con el plan de desinstitucionalización que establece la ley de salud mental, debería cambiar radicalmente su funcionamiento.
La sabiduría empieza como una road movie y termina como una película de terror psicológico. Tres mujeres (Sofía Gala Castiglione, Paloma Contreras y Analía Couceyro) viajan sin escalas desde una agitada discoteca porteña a un ambiente bucólico que imaginan sereno y relajado, pero se transforma imprevistamente en pesadillesco. La intención más evidente del director Eduardo Pinto fue teñir el relato de una impronta de reivindicación feminista, pero la debilidad de un guion cargado de situaciones inverosímiles (incluyendo exóticos rituales indígenas y saltos temporales que llegan hasta fines del siglo XIX) y los notorios problemas de ritmo narrativo empujan fatalmente el proyecto hacia el naufragio.
La relación íntima e intensa entre un padre y un hijo es la base de apoyo de esta película entrañable en la que Marcelo Subiotto se luce interpretando a un no vidente y Benicio Mutti Spinetta sorprende con un aplomo y una sensibilidad infrecuentes para un joven de apenas 15 años sin ninguna experiencia actoral previa. Ciegos es una película de viajes: hacia un lugar alejado del ritmo frenético de la ciudad, hacia una infancia remota que merece ser reconstruida y hacia una juventud que empieza a asomar con sus crisis, sus titubeos y sus descubrimientos. En su primer largo de ficción, Fernando Zuber trabaja con mucha solvencia el clima de una historia que camina por terrenos conocidos, pero igual impone su particular impronta con la seguridad de un cineasta que tiene claros sus objetivos.
Primer largometraje de ficción de la documentalista Susana Nobre, Tiempo común fue producida integralmente por una cooperativa y tuvo una celebrada première mundial en el Festival de Rotterdam, siempre atento al cine menos convencional. Enfocada en el objetivo de no borrar los rastros de las condiciones de realización de la película y también resuelta a no imponerles una psicología preconcebida a sus personajes, la directora portuguesa consigue contar una experiencia siempre intensa -la vivida por los padres primerizos con su hijo recién nacido- con un estilo austero y un volumen deliberadamente moderado. En línea con la tendencia que viene marcando el pulso del cine alternativo de la última década, este film de apenas una hora coquetea con el documental, renuncia a la dramaturgia empujada por el despliegue de conflictos entre sus personajes y avanza, en cambio, al ritmo pausado de la construcción de conversaciones cotidianas cuyos tópicos no por ser usuales son necesariamente irrelevantes: la vida conyugal, la rutina hogareña, los recuerdos familiares. De esos materiales ordinarios está hecho este valioso experimento audiovisual que entre sus virtudes nos dice que el cine puede ser algo más que aquello que vemos repetirse sin cesar en la cartelera local con la excusa de que su función primordial es apenas entretenernos.
Cinco años después su estreno en Paraguay, llega a las salas argentinas el debut en la dirección del popular actor Arnaldo André. La película, de inspiración autobiográfica, narra la adolescencia de un joven que, tras la muerte de su padre, ingresa en un prestigioso colegio en San Bernardino, una colonia fundada por alemanes y suizos a fines del siglo XIX. El telón de fondo es la dictadura militar del general Alfredo Stroessner, y la trama, más allá del típico anecdotario pueblerino que tiende algunos puentes hacia el humor, incluye una intriga relacionada con un personaje misterioso que despierta sospechas en torno a un pasado tenebroso durante la Segunda Guerra Mundial.