Pasaron 7 años sin Superman en el cine, desde aquella insulsa versión de Brian Synger (“Superman returns”, 2006). Mucho tiempo teniendo en cuenta que estamos viviendo una etapa en que las adaptaciones de comics de superhéroes no paran de estrenarse, y mucho tiempo también porque Superman es uno de los superhéroes más populares. Dirigida por Zack Snyder, esta nueva resurrección del hombre de acero planteaba algunos interrogantes, al menos para mí, que tenían que ver con la influencia de Christopher Nolan como productor ejecutivo. Nadie duda de la capacidad de Nolan para crear escenarios grandilocuentes, ni de la espectacularidad de las escenas de acción, ni del potencial visual que le imprime a sus películas. Sin embargo, estas virtudes suelen quedar opacadas por guiones demasiado sobreexplicados y deliberadamente calculados. Nolan es un director intervencionista, no confía demasiado en sus personajes, los manipula con vueltas de tuerca caprichosas, con saltos temporales alocados y con cierta “psicología for dummies”. Tampoco olvidemos que nos aturde con los resaltados acordes de Hans Zimmer para crear una tensión dramática forzada. Basta con repasar su filmografía: “Memento” (2000), “Noches Blancas” (2001), “El gran truco” (2006) y “El Origen” (2010). Aunque, lógicamente, hay una excepción: “Batman, el caballero de la noche” (2008). Pero claro, por suerte poco de esto apareció en la realización de Snyder. Al contrario, esta nueva historia de Superman deja de lado todo psicologismo barato del personaje, a pesar de meterse en los conflictivos orígenes del hombre de acero. Snyder, el mismo de “Watchmen” (2009), hace una producción a pura adrenalina intercalada con escenas más “intimistas”. “El hombre de acero” mantiene un ritmo intermitente, pero esto no significa que sea algo negativo. El director demuestra cómo y dónde apretar el acelerador logrando un pulso anárquico y áspero. Sabiendo dosificar entre el “rompan todo” y el trauma del superhéroe. Sí, por suerte, Superman no sufre la oscuridad que sí posee Batman. Otro aspecto destacable de la película es el nuevo Superman encarnado por Henrry Cavill, apoyado por un elenco con experiencia como Kevin Costner, Russel Crowe, Diane Lane y Amy Adams, confirmando ser una de las actrices con más presente y futuro en Hollywood. Para ir cerrando, vale reiterar que éste es un nuevo Superman, distinto al edulcorado de Bryan Synger del 2006, porque Zack Snyder le ha dado un estilo más espectacular, con más fibra y hasta más romántico. Lo ha reencuadrado (un recurso reiterado en la película) en un nuevo universo, pero claro, digámoslo así: por más que este Superman rompa todo lo que se le cruza y abra un nuevo futuro para el superhéroe, el verdadero hombre de acero que se la sabe todas es ese que se luce en la saga de Marvel y que es interpretado por el gran Robert Downey Jr.
Sutilezas y conflictos profundos en una pura y bella realización Este tipo de película, como lo es “Un día en familia”, sirve como detonador, para recordar, disfrutar e inspeccionar una de las filmografías más trascendentales de un realizador clave de la historia de la cinematografía: Yasuhiro Ozu. “Un día en Familia”, dirigida por Hirokazu Koreeda, toma como punto de partida al cine de Ozu para narrarnos un drama familiar en el que se plantean cosas complicadas en las relaciones entre padres e hijos; argumento aparentemente “chiquito”, sencillo, inocente, pero en el fondo más que profundo. Koreeda es un realizador sensible e inteligente que sabe captar esos pequeños y sutiles momentos que hacen especiales a historias familiares. Volviendo a Ozu, digamos que sus películas permiten conocer un estilo estético y narrativo muy particular y extremadamente personal. Construido a través de un argumento nimio, sencillo (a simple vista) pero con un trasfondo en el que los pequeños detalles dicen mucho en un contexto flaco, moderado y medido. Tan medido como sus cortos y estáticos planos a noventa centímetros sobre el suelo, enfocados desde el punto de vista de una persona sobre un tatami sensei. Esa meticulosidad para registrar esos instantes mínimos, justamente, es lo que permite al espectador observar desde la comodidad la lenta y escueta evolución de los conflictos familiares que afloran. Es indudable la cancha que tenía este realizador para manejar el aumento gradual de las tensiones que flotaban en la atmósfera de sus filmes. En total, rodó cincuenta y tres largometrajes, en los que lograba prescindir del clásico plano-contraplano, trasladando a la pantalla, como factura final, obras extremadamente cuidadosas y prolijas, pero profundamente sensibles. “Un día en familia” es una especie de homenaje explícito a éste realizador japonés. Abbas Kiarostami en “Five,”(2003) y, a su manera, logra que el fantasma de Ozu se mueva por los setenta y cinco minutos que dura éste film, como también en “Café Lumiere” de Hou Hsiao-hsien del año 2003. Koreeda filma “a lo Ozu”: utiliza tomas largas, cámara quieta (fija), con muchas panorámicas, también el uso de la palabra es limitado y las imágenes lo dicen todo por sí solas. En la película de Koreeda, los personajes son sugestivos, pacientes y callados, expresan sus emociones en cada silencio, en cada caminata, en cada mirada, etc. “Un día en familia” es cine puro y bello. Koreeda retrata personas comunes con vidas poco sugerentes, y por estacionarse en espacios que en apariencia parecen vacíos, pero pintan claramente el modo de concebir sus obras tan introspectivas. En esta película, que fue premiada en el Festival de Cine de Mar del Plata, deja que las cosas fluyan de una forma sensible y, con ello, consigue que la butaca de la sala se convierta en un confortable sillón desde la que contemplamos las armoniosas secuencias. La callada emoción de los personajes (sobre todo las de sus padres) está directamente emparentada con las relaciones familiares que nos mostraba Ozu en sus películas. Estoy convencido que la realización de Koreeda dialoga con la obra Ozu, la actualiza y la eleva. Finalmente, apuesto que “Un día en familia” se transformará en un film forastero, extraño para la cartelera porteño. ¿Por qué? Porqué no está hecho en 3D, no tiene efectos especiales y porque no vende muñequitos de los personajes en las cajitas felices de las cadenas de fast food. A este film lo mirarán de reojo, llamará la atención, pero en cambio, para el cinéfilo (o el espectador festivalero) será un buen motivo para revisar (e inmortalizar) la obra Yasujiro Ozu y disfrutarla plenamente con una vigencia a prueba del paso del tiempo.
Algunos creen que estamos destinados a vivir bajo una misma realidad y por eso les fascina tanto la ilusión, el delirio y los sueños. Y tal vez por ello tienen fuertes impulsos de romper los límites de la razón y descubrir otras dimensiones. Justamente, por eso existen las leyendas, los cuentos de hadas, la magia y por supuesto la cinematografía. Sin dudas, Christopher Nolan, el nuevo niño mimado de Hollywood, sabe como eludir esos límites. También es uno de los pocos realizadores que ha demostrado que, aun manejando enormes presupuestos sabe hacer películas inteligentes, entretenidas y audaces dentro del cine industrial. Tras el boom de “Batman: El caballero de la noche” (2008), Nolan se metió de lleno en un proyecto que lo obsesionaba, “El origen”, el cual llevó a cabo con el poder que todo realizador anhela: el control total de su obra. Tras un primer visionado, si pudiésemos dividir su filmografía en dos, podríamos afirmar que “El origen” se alista más al bando de “Memento” (2000), “Noches Blancas” (2001) y “El gran truco” (2006) que a las dos Batman. Repasemos. En la sobrevalorada “Memento” el tema sobresaliente era la fragmentación de la memoria; en “Noches blancas” la soledad de un tipo más que derrotado; en “El gran truco” se metía con la realidad, la ilusión y la magia. Digamos que la primera y la tercera son producciones narradas con saltos temporales y vueltas de tuerca chifladas y tramposas; en contrapartida con “Noches blancas”, una película más lineal. Asimismo, tanto en “Memento” como en “El Gran Truco” prevalece la estructura laberíntica desde lo narrativo, llevando al espectador a niveles de desconcierto ante argumentos fabricados con pocos centímetros que le permiten respirar. “El origen” se introduce en el onírico mundo de los sueños y sus múltiples realidades paralelas a través de un guión muy, muy calculado. Complejamente estructurada con idas y vueltas en tres (o cuatro) etapas temporales, el tiempo presente, alternando con flash-back y con tiempos condicionales sobre otros tiempos condicionales, la realización manipula los puntos de vista del espectador de manera más que consciente en una historia, que casualmente, se sumerge en el mundo del inconsciente y el subconsciente. La última película de Nolan exige, aturde y es demasiado rigurosa con la atención y la inteligencia del espectador. Está claro que “El origen” es un laberinto no sólo espacial y temporal sino también con giros narrativos ya puestos en marcha en “Memento” y “El gran truco”. Un sueño dentro de un sueño dentro de un sueño sumado a los cuatro hilos narrativos paralelos más las capas de significados, sumergen al espectador en un embrollo que le restan emoción y suspenso a una película que se esmera en explicarse a sí misma una y otra vez. Más allá de la espectacularidad visual frecuente en el cine de Nolan (quién como pocos utiliza el ancho de la pantalla), “El origen” es una realización demasiado intangible convirtiéndose en una producción excesivamente charlada, sobreexplicada y por momentos agotadora. Al parecer, éste director todavía no puede explotar guiones que poseen cierto trasfondo abstracto, en los que la inspiración y la acción quedan amputadas en pos de revelar niveles narrativos que resultan excesivamente pasmosos para el espectador. Además, juega con los sueños como si fueran muñecas rusas, apilando realidades paralelas, manipulando al espectador y obligándolo a transitar por ambiguos recovecos en términos de emoción e insulsos en términos de acción. Indudablemente, el guión de '”El origen” está sobrecargado de giros y guiños por demás caprichosos. Por otra parte, es ineludible “linkear” a “El origen” con la última realización de Martin Scorsese, “La isla siniestra” (2010). Llamativamente, ambas tienen un interesante parentesco: el juego de realidades enfrentadas y contrapuestas a través de alucinaciones. Al mismo tiempo, en “El origen” el personaje de Leonardo DiCaprio es un profesional con problemas de culpa, secretos ocultos y con una relación afectiva sin resolver, tal como en “La isla siniestra”. Sin embargo, dejando de lado este juego de coincidencias digamos que la de Scorsese provoca emociones viscerales que permanecen ausentes en la de Nolan. “Hay películas excelentes que poseen errores técnicos. Y películas técnicamente muy bien realizadas, pero de un vacío y de una sequía interiores que da pena. Para mí es mucho más importante la inspiración, las ganas de decir algo, de hacer algo. Lo demás es menos importante”. Esta apreciación de Francois Truffaut sirve para sintetizar contundentemente las fallas que presenta “El origen”. Lejos de las virtudes de “Batman inicia” (2005) y “Batman: El caballero de la noche”, Nolan convirtió a esta obra en una de las pesadillas más decepcionantes de los últimos tiempos.¡Despertate Nolan!!!
Luego de ocho años y dos controvertidas producciones como realizador, Mel Gibson regresa a su oficio de actor con éste thriller policial, el género que mejor domina en la pantalla grande. Mel Gibson vuelve a ponerse delante de las cámaras en “Al filo de la oscuridad”, adaptación de la miniserie homónima de 1985, que dirige Martin Campbell, el mismo de “Casino Royal” (2006), la primera incursión de Daniel Craig vistiendo el traje de James Bond. El detective de homicidios Thomas Craven (Mel Gibson) ve cómo su hija Emma (Bojana Bokakovic) es asesinada en su presencia. Convencido de que la bala ha tenido un destinatario equivocado, en la investigación descubre negocios sucios y encubrimientos que no debería haber sacado a la luz. “Al filo de la oscuridad” es una realización atípica en su ritmo, además su protagonista parece que fuese de otra época, con un código moral anacrónico. Sin dudas, remite al cine de los años `70. Combativo, violento y brutal en sus arrebatos, Mel Gibson se enviste con la encarnadura de héroe vengador y convierte su drama en una cruzada contra todos. Aunque nos vemos obligados a decirlo que no compartimos su metodología de la justicia por mano propia. Revival “setentoso” Tomas Craven no descansará hasta atrapar al asesino de su hija, incluso cuando la ley no lo ampara porque el mundo de los “malos” la corrompe, éste detective no duda en dar la espalda a una justicia en la que cree más bien poco y administra la suya a sangre y plomo. De acción seca, impactante y diálogos precisos y rústicos, características típicas del cine hollywoodense de los años ‘70, “Al filo de la oscuridad” se transforma en un policial difícil de encastrar en el panorama de los géneros actuales. Precisamente, porque posee un ritmo brusco, que dificulta su emparentamiento con otras películas de su clase (¿acaso es necesario hacerlo?). Más allá de algunas denuncias políticas (un poco correctas) y un plano final fuera de tono “Al filo de la oscuridad” es un objeto extraño, tal vez como lo fue el año pasado “Agente internacional” (2009), que propone un personaje que pega, recibe golpes y dispara como el prototipo de héroe clásico, una especie en extinción en el cine de estos tiempos.
El realizador de la trilogía “El señor de los anillos” (2001/2003) y “King Kong” (2005) regresa a la pantalla grande con la adaptación de la novela 'The Lovely Bones' entre dudas, polémicas y decepciones. Además, reflota la histórica disputa entre el traspaso de obras literarias al mundo cinematográfico. Se había suscitado gran interés por la siguiente película de Peter Jackson tras el éxito de los dos títulos antes citados. Curiosamente la elegida ha sido una producción de menor envergadura que las mencionadas superproducciones: “Desde mi cielo” es una adaptación de la novela homónima de Alice Sebold, la cual él mismo había adquirido los derechos. Esta realización ha sido encarada con el relato en primera persona de una chica muerta. Asesinada a los 14 años, Susie Salmon cuenta desde su cielo cómo se las arreglan sus seres queridos para seguir adelante tras su muerte. Susie observa y describe desde ese “espacio intermedio” las vidas de aquellos a los que dejó atrás: su familia, un amigo que pudo haber sido su primer novio y a su asesino, el señor George Harvey. Ante las exitosísimas adaptaciones de la trilogía de “El señor de los anillos'” se pensó que Peter Jackson era el indicado para encarar la de esta novela. Porque éste realizador es altamente reconocido por llevar al cine libros que nadie se había animado adaptar (tal es el caso de los de Tolkien) y porque ya había triunfado en retos similares. Indudablemente, Jackson tuvo que enfrentarse a un desafío común a casi toda adaptación. Porque como es sabido, la literatura tiene su mundo y sus reglas, y el arte cinematográfico tiene las suyas. En principio, de por sí el traspaso de obras literarias a la pantalla grande tiene una cierta “desventaja”. Lo que la letra impresa provoca en el lector (la famosa e inmensa imaginación literaria) puede ser muy distinta a la de quien emprenda el proceso de traspaso al audiovisual. Las percepciones del mundo recreado pueden ser muy distintas a las expectativas, por ende, puede llegar a perder la expresividad pretendida. Obviamente esto puede resultar de manera contraria y colmar las expectativas de los lectores (ahora espectadores), tal como lo logró el mismo Jackson con la compleja obra de J.R. Tolkien. Sin embargo, algo falló en esta trasposición. Lógicamente, una adaptación no debe ser fiel a la obra original, pero Jackson no pudo afianzar narrativamente los aspectos que más le interesaban de la novela de Alice Sebold. En el inevitable proceso de suprimir elementos del libro, Jackson recortó sobre el complejo mundo de Susie y lo expone a una mera descripción del espacio intermedio (su cielo) en el que ella se encuentra y desde donde narra su historia. La eliminación de varios pasajes y temas de la novela, tales como la lenta y cruel descomposición familiar, la terrible comprobación de que el mundo seguirá su curso sin ella y el temor a ser olvidada, son descartados por el realizador. Y es justamente donde el libro toma vuelo. Esta omisión de Peter Jackson y su enfoque en otros recovecos narrativos provocan que la narración no se defina ni por el drama familiar ni por el thriller de suspenso. Este vaivén hace que “Desde mi cielo” navegue por mensajes y recursos sentimentales aleccionadores sobre la vida y la muerte que no generan ningún tipo de interés ni tensión narrativa. La extraña condensación argumental de Peter Jackson hace que la película se enfoque en las partes menos nutritivas de la novela, naufragando en instantes seudo-religiosos carecientes de valores cinematográficos. Además, más allá de las discrepancias estéticas en la manera en que el director de “King Kong” representa el cielo de Susie, esta obra cae en ciertos baches narrativos desde el mismo instante en que se comete el asesinato de la protagonista. Cuando muere Susie, muere la película. Justamente, todo lo contrario de lo que sucede en la novela, cuando en realidad la muerte de ella es el viaje iniciático a una nueva “vida”. En conclusión, digamos que la excelente adaptación de Jackson de “El señor de los anillos” no la repitió en “Desde mi cielo”. Sin duda, este tropiezo del realizador es una buena manera de entender que las trasposiciones literarias tienen su secreto y no siempre pueden alcanzar la efectividad lograda en el universo literario como en el mundo del llamado séptimo arte.
La guerra al ras del suelo Con el para nada apropiado título de “Vivir al límite” llega a las salas argentinas la realización de Kathryn Bigelow basada en las crónicas del periodista Mark Boal sobre uno de los trabajos más peligrosos del mundo: desactivar bombas en suelo iraquí. Protagonizada por Jeremy Renner, Anthony Mackie, Brian Geraghty y las participaciones de Guy Pearce, David Morse, Ralph Fiennes, “The Hurt Locker” (“Vivir al límite”) mezcla autentica acción junto con el drama que implica psicológicamente a los soldados una profesión tan riesgosa, donde los hombres voluntariamente enfrentan la muerte todos los días. La obra de Kathryn Bigelow narra las vivencias de la brigada de élite que se encarga de desactivar explosivos en Irak. Además, responde al guión del escritor Mark Boal, y sus vivencias, quien integró las filas de la escuadrilla de bombas del EOD en el ejército de EE.UU. Los soldados que se juegan la vida desactivando bombas en las calles de Bagdad apenas tienen la perspectiva de sobrevivir apenas un día más hasta poder completar el tiempo de permanencia en Medio Oriente para luego regresar a su país. Los enemigos de estos soldados son casi invisibles, son personas que hablan un idioma extraño, con los que resulta complicado dialogar, que los odian y que los quieren ver lejos de sus tierras. Todo el paisaje urbano de Bagdad es hostil. Un celular que cae al piso, un niño que vende películas o una bolsa de plástico que vuela alrededor de los soldados, pueden transformarse en riesgos inminentes. Para Kathryn Bigelow el campo batalla todo puede llevarte a la muerte. Sin embargo, la realizadora no tiene una posición ideológica: no toma posición ni baja línea. Elige el trabajo de este escuadrón especializado en desactivar bombas como excusa para exponer ciertos aspectos de un conflicto bélico que nadie parece comprender. Es más, la película prescinde tanto como pueda de subtramas y recovecos argumentales que desvíen la atención más allá de las acciones de los tres protagonistas. El sargento William James (Jeremy Renner, nominado al Oscar a Mejor Actor) es quien encabeza el equipo que lucha diariamente para desactivar los artefactos explosivos. Este líder no es uno más. Ya que el sargento James es un tipo adicto a la adrenalina y posee una característica muy particular: siente un enorme placer en lo que hace. La incertidumbre y angustia parecen no afectarle. Se convierte en un nuevo héroe de acción que desafía los peligros de una manera que va desde lo irracional (casi suicida) hasta por el gusto de exponerse a los riesgos de enfrentarse a la muerte cara a cara. Bigelow apostó por una estética mimetizada con el arenoso terreno del campo de batalla: “The Hurt Locker” es polvorienta como el mismísimo suelo iraquí. Mediante el montaje de las escenas, y la compaginación de la producción, la realizadora logró que los continuos puntos de conflicto sean capturados con mucho nervio a través de un registro en consonancia con las herramientas que utiliza el cine documental. Además, consigue un efecto tenso, que transmite la sensación de estar ahí, en pleno combate junto al escuadrón antibombas y los peligros a los que están expuestos. Sin dudas, esta vertiginosa y tensionante realización tiene tantos logros y aciertos como los riesgos a los que se expone este equipo de guerra en pleno campo de batalla en Irak.
La “guinda” de la paz El incansable Clint Eastwood presenta su última realización, la cual tiene aspiraciones al Oscar, basada en un caso real que marcó la convulsionada historia de la Sudáfrica post apartheid.. Con sus casi 80 años, Eastwood es un emblema de un tipo de cine, de películas, de géneros, que ha marcado una gran porción de la historia del cine. Dicha contribución lo ha hecho desde dos vertientes artísticas (la de actor y director) para confluir en una mucho más compleja (la de autor). Otro mérito que ha logrado éste cineasta, es que los espectadores vayan al cine sabiendo que van ver una obra de Clint Eastwood y no la del nombre del acto y/o actriz protagónica del film. Privilegio que hoy poseen realizadores como Woody Allen, Pedro Almódovar, Steven Spilberg y algunos otros más. A lo largo de la historia hemos conocidos muchos casos de la utilización del deporte con fines políticos. La unión de ambos universos no siempre ha tenido buenos resultados, ya que la mayoría de las veces se han estrechado con fines pocos nobles. Podríamos recordar los Juegos Olímpicos de 1936, con Hitler a la cabeza. o un caso más cercano y conocido, como el de Jorge Rafael Videla en el Mundial del '78 y las heridas que aún no terminan de cerrar en nuestro país. “Invictus” narra la historia de dos hombres (políticos) que marcaron un momento clave en Sudáfrica. Por un lado, el entonces recién asumido presidente de Sudáfrica, Nelson Mandela, y por otro, el capitán de los Springboks, François Pienaar. Con un país al borde de la guerra civil, el mandatario (que salió de la cárcel en 1990, tras 27 años de cautiverio) encontró en el rugby el instrumento más propicio para la reconciliación nacional, una meta casi imposible tras décadas de apartheid. Eastwood muestra como Mandela construyó una nueva nación a partir de los enfrentamientos y rencores generados por el régimen anterior, y cómo a través de la Copa del Mundo de Rugby de 1995 consiguió acercar a blancos y negros y lograr el liderazgo de un país unido. Sin dudas, la persistente idea en las películas de Eastwood marca una necesidad de abordar temas importantes y de contenido social. En algunas los expone sin la más mínima sutileza, declamados incluso por los personajes, y con moraleja evidente para todo el mundo, y en las otras, mediante la ligereza visual y el humor consiguen que las producciones adquieran un perfil más bajo y menos grandilocuente. Pero lo que es innegable en el cine de este realizador es la claridad narrativa y expositiva que posee la cámara dirigida por el “viejo” Clint. Está claro que en “Invictus” hay cierta indiferencia y carencia de riesgo desde lo formal (políticamente correcto) y, como contraparte, se apoya en el “contenido” a través de la reconstrucción ficcional de la historia real de la Sudáfrica de los ‘90. Gloria, deporte y política se unen en una realización que cuenta una historia de redención y perdón (tópico reiterado de toda la filmografía de Eastwood), amparada en un relato lineal sin lugar a interrupciones ni sorpresas con el típico estilo de éste incansable director clásico.
Una ¿comedia? cínica pero simpática La tercera realización de Jason Reitman (“Gracias por fumar”, 2006, y “La joven vida de Juno”, 2007), llega a las salas de cine con la crítica a los pies de su protagonista, George Clooney, quien figura en todas las predicciones como uno de los candidatos a quedarse con el Oscar. Antes de comentar ciertos aspectos de “Amor sin escalas” es necesario hacer una importante aclaración. Vale la pena destacar que el título con que conocemos en la Argentina “Up in the air”, no tiene nada que ver con la historia que narra la producción. Si hay algo que está claro es que “Amor sin escalas”, como se sugiere en el título, no es una comedia romántica sino, justamente, todo lo contrario. Aclarado este detalle, digamos que el film está basado en la novela de Walter Kirn y resulta menos una comedia ligera y más una historia temas controvertidos: las consecuencias de la fuerte crisis económica que sufrió (sufre) los Estados Unidos. Ryan Bingham (George Clooney) es un experto en facilitar el despido de miles de personas en las empresas dentro del territorio estadounidense. Mientras la economía norteamericana se derrumba, la empresa en la que Bingham trabaja florece A cambio de su talento como cruel portavoz de despidos, recibe todo tipo de privilegios y la meta que se ha fijado es totalizar 16 millones de millas de viajero en las compañías aéreas, todo un récord. Pero los problemas no tardan en surgirle con la aparición de dos mujeres, Alex Goran (Vera Farmiga), otra ejecutiva colega en la actividad, y Natalie Keener (Anna Kendrick). De esta manera podemos reseñar la historia de esta producción. Digamos, pues es necesario hacerlo, que la temática que aborda Jason Reitman es muy actual, ya que afecta dramáticamente a miles (¿millones?) de desocupados, víctimas de la crisis planetaria, y ofrece una amarga, feroz y pesimista visión sobre la realidad socioeconómica de su país a través de un personaje (o un actor) con un enorme carisma, como es el que compone eficazmente George Clooney. Jason Reitman (32 años) ha concretado como realizador, con sólo tres largometrajes, a partir del 2006, constituirse en un cineasta sumamente interesante, tanto por las temáticas e historias que encara, como por un estilo personal transitando el difícil camino del humor ácido, bien dosificado, poco frecuentado, mediante productos de buena calidad que llegan a los espectadores dejando en su paladar artístico un añotado sabor agridulce. Ha demostrado ser un realizador (y guionista) inteligente, y sólido narrador, en el actual panorama fílmico estadounidense que adolece de directores que sepan plantear con efectividad la sátira, la farsa, cuanto menos la comedia.
Se trata de una nueva producción fílmica inspirada en uno de los personajes que más veces fue trasladado a la pantalla grande. En esta ocasión Guy Ritchie, el niño mimado del cine cool y 'videoclipero' de Inglaterra, se sumerge por primera vez en Hollywood junto a una dupla protagónica sorprendente para transformar al famoso detective y su inseparable compañero en un extraordinario héroe de acción, garantizando un... ¡Elemental éxito!!!! A casi 10 años del estreno de “Juegos, trampas y dos armas humeantes” (1998), Guy Ritchie aterriza en Hollywood abordando a uno de los personajes más populares de la literatura británica. A través esta realización Ritchie dejó atrás de los films independientes pequeños, para sumergirse por primera vez en la industria hollywoodense. Su incursión por tierras estadounidenses lo hace acompañado por una pareja protagónica de lujo: Robert Downey Jr. da vida al legendario detective Holmes, Jude Law interpreta el papel de Watson, su amigo de confianza ycolega de aventuras. Tras una serie de brutales crímenes rituales, Holmes y Watson llegan a tiempo para salvar a la última víctima y descubrir al asesino: Lord Blackwood. Sin dudas fue la oportunidad perfecta para tener su bautismo en el universo de la meca del cine. Hasta la fecha, a una semana de ser conocida en los Estados Unidos el resultado de la ecuación parece ser todo un éxito económico: en sus primeros días de exhibición recaudó más de 140 millones de dólares, rozando el primer puesto tras la imbatible “Avatar”. El director de “Snatch, cerdos y diamantes”(2000) dispuso una combinación de estética con sabor inglés sumado a un presupuesto millonario característico de Hollywood, logrando una película plena de acción y alejada (no tanto) de la estética 'videoclipera' a la que Ritchie nos tiene acostumbrados. Sin embargo, como en sus películas anteriores, éste realizador británico apela al humor más negro, la acción más desenfrenada y la trama más enrevesada como ingredientes principales de la película. Sherlock Holmes, personaje literario tan frecuentado en el cosmos del séptimo arte, seguramente Arthur Conan Doyle, su creador, nunca imaginó lo atractivo que resultó el singular detective en el tiempo, y que un cineasta como Guy Ritchie lo iba a transformar en un flamante héroe de acción con visión moderna.
Revoluciona la experiencia cinematográfica Luego del impresionante éxito de ‘Titanic” (1997), James Cameron (James Francis Cameron, canadiense de 55 años) regresa a la dirección con “Avatar”, un ambicioso proyecto destinado a romper la taquilla. Cameron se vio obligado a esperar más de 10 años para concretar este proyecto, porque las herramientas tecnológicas disponibles en ese entonces no eran suficientes para desarrollar el mundo que él imaginaba y quería modelar en la pantalla grande. El responsable de “Aliens, el regreso”(1986), “El abismo”(1989), “Terminator”(1984), “Mentiras verdaderas” (1994) y “Titanic”, ideó un film bajo una premisa apoyada en el desarrollo de la tecnología aplicada al mundo del séptimo arte. La magia del cine en 3D Sin dudas, Cameron buscó y logró a través de “Avatar” cambiar el modo de disfrutar el espectáculo dentro de una sala cinematográfica. Uno de los principales logros de esta producción es su empalagoso despliegue visual. La realización de Cameron destruye categóricamente la idea de que se puede ver cualquier película de cualquier manera o formato. Este film cachetea a la piratería. “Avatar” sólo puede verse en el cine para disfrutarla como se debe. Para éste cineasta la tecnología es fundamental, tanto para la concepción como para la visualización de la obra, obligando al espectador a ir al cine sí realmente quiere deleitarse por completo. 100% cine. Al film de Cameron se lo ha acusado de ser un relato lleno de cursilerías, de ser poseedor de una mirada inocentona, de estar repleto de tópicos de distintos géneros cinematográficos, de estar sobrecargado de obviedades y torpezas. Sin embargo, más allá de estas arbitrariedades “Avatar” es, por supuesto, una película de ciencia ficción llena de aventura, vértigo, adrenalina y puro entretenimiento, logrando que los 162 minutos de duración sean fáciles de digerir sin tener la necesidad de un intervalo. Sin dudas, éste realizador bebe el modo de hacer películas de directores que aseguran el disfrute del arte cinematográfico como George Lucas, Steven Spielberg y Peter Jackson. Cine político Cameron también comparte el concepto de revolucionar la cinematografía desde la innovación de la tecnología puesta al servicio de la emoción de los espectadores. Por eso, “Avatar” es una película política. Busca romper ciertas tendencias que alejan al público de las salas cinematográficas. Tengamos en cuenta que históricamente, el séptimo arte tuvo que enfrentar retos con la aparición otros tipos de dispositivos que competían para captar al público, tal fue el caso, por ejemplo, el nacimiento de la televisión en blanco y negro, luego a color. Por eso, el cine debe reinventarse constantemente. Hoy, Internet, el precio de las localidades y el negocio de la piratería amenazan la experiencia del espectador en una sala de cine. Por esto mismo, “Avatar” es un maravilloso espectáculo visual que, como dijimos anteriormente, se disfruta en una sala de cine 3D y que “obliga” al espectador a asistir a para verla a allí a través de un notable despliegue de imágenes que revolucionan la manera de ver el cine. La historia Año 2154. Jake Sully (Sam Worthington) es un marine que ha quedado paraplégico, pero es enviado a Pandora en reemplazo de su hermano gemelo, asesinado, ya que así podrán aprovechar su Avatar creado con la mezcla del ADN humano y del de algún integrante de la tribu local de los Na'vi. Luego de 6 años en criogenia, Jake despierta en destino y se encuentra en medio de una disputa entre empresarios y militares mercenarios que están allí para explotar a sangre y fuego un preciado mineral, en tanto los científicos intentan descifrar los conocimientos de esa raza que convive en armonía con la flora y la fauna de una impresionante selva tropical en la que todo es enorme y exótico: animales, plantas luminosas, árboles, cascadas y hasta montañas flotantes. “Avatar” es un maravilloso espectáculo visual y un relato lleno de cursilerías, una película donde conviven la mirada más inocentona con las búsquedas expresivas más audaces, las metáforas pedestres con el más alto vuelo estilístico. Así de contradictorio resulta este esperado y arriesgado regreso de Cameron a la cartelera.