Annabelle es una muñeca maligna. No se mueve ni habla, pero vive dentro de ella el espíritu de una nena muerta en un accidente de tránsito. De aquí parte la idea central de esta película de terror, derivada de la exitosa “El conjuro” (2013), donde uno de los casos estaba basado en la muñeca. Ésta nueva realización, que pretende mejorar la versión inaugural, comienza con una larga introducción explicativa de cómo la casa de la familia Mullins se transformó en un orfanato donde persevera la presencia de la difunta. Ambientada en los años ´40, la casa ubicada en las afueras de un pueblo, está cerca del taller que utiliza Samuel (Anthony LaPaglia) para fabricar las muñecas que comercializa. El hombre vive con su esposa Esther (Miranda Otto) y su pequeña hija Bee (Samara Lee). Pero la apacible vida familiar se trunca cuando fallece la niña. A partir de este momento nada será igual para el matrimonio, y unos años después, para sentirse acompañados y tener ocupado el caserón, deciden convertirlo en un hospicio para chicas. Hacia allí se dirigen 6 nenas y una monja, pero como se sabe que en este tipo de films nada va a ser cómo lo esperaban, y el mal, resurgirá. El director David F. Sandberg utiliza todos los recursos disponibles y conocidos en este género cinematográfico para llevar adelante la historia, que sea atractiva y lograr que asuste, aunque sea, un poco. La realización es prolija, bien ambientada, tiene buenas intenciones, pero es una narración que no sorprende salvo en ciertos momentos, es más de lo mismo. Cuando una de las nenas, asustada por el monstruo, grita varias veces en el pasillo de la casa, nadie la escucha y todos duermen tranquilamente, sucede el efecto contrario al que el realizador pretendía provocar, porque la situación no es verosímil, sólo lo hace para que la historia fluya sin importarle demasiado lo que piense el espectador. Se pueden destacar las actuaciones de las chicas que perciben más de cerca a Annabelle y la padecen, tanto Linda (Lulu Wilson) y Janice (Talitha Bateman) les aportan a sus personajes una credibilidad en cada escena, que el resto del elenco no acompaña y desbalancea aún más la historia. Por más que se intente exprimir el producto hasta el final, e incrementar el negocio, para buscarle una vuelta de tuerca a una película proyectada anteriormente que haya sido taquillera, no todas ameritan realizar el esfuerzo, a menos que se tenga una gran idea innovadora que deslumbre al público.
Precisión narrativa y firme dirección actoral jerarquizan una historia humanamente densa Ser libre por convicción teniendo lo mínimo y necesario para subsistir. Donde las posesiones no son necesarias, sino las ideologías. El no deberle nada a nadie, sino a uno mismo. Las pérdidas no se lamentan, son inconvenientes momentáneos que no impiden seguir adelante. Acercarse a personas que aunque no tengan lazos de sangre son más importantes y afectuosas que sus familiares. Estas frases no son simples ideas a seguir, sino reglas de vida adoptadas a la fuerza, por transitar momentos ingratos que sirven para preservarse ante la adversidad. Con estos conceptos en sus cabezas transitan los desolados campos de la llanura bonaerense, abordo de una camioneta de 1928 los protagonistas de esta historia, producida como una road movie ambientada en la década del ´30. Porque el protagonista de esta narración, el que carga sobre sus hombros con el peso de llevar adelante el relato, es Mateo (Leonardo Sbaraglia), un anarquista recientemente excarcelado cuyos objetivos inmediatos son recuperar su vehículo, que no sólo es su medio de transporte sino también, su vivienda, y el gallo de riña llamado “El Rey”. Pero, en los polvorientos caminos de un poblado se cruza con una pareja de hermanos, la adolescente Aurelia (Cumelén Sanz) y el niño, que está creciendo de golpe, Carmelo (Santiago Saranite), quienes también están en la búsqueda, pero en este caso del padre que se fue de la casa cuando el chico todavía no había nacido y sólo cuentan con un antiguo dato. Planteado este panorama la directora Fernanda Ramondo, en su ópera prima, nos traslada a una época, y a un territorio donde hay muy poca gente, con pueblitos rurales semi habitados, bajo un calor y un sol sofocante que es un protagonista más de la película. Cuando Mateo se decide a ayudar a los hermanos se establece un vínculo que, a medida que pasan los días, se va estrechando cada vez más. Ellos salieron a la aventura para buscar lo que necesitaban para seguir viviendo, y el destino los sorprendió encontrándose entre ellos mismos para forjar una nueva relación. La precisión de la estructura del guión, sumada a la buena dirección de actores, que hacen lo justo y necesario aportan credibilidad y exactitud a cada escena sin prolongarlas innecesariamente. Las miradas de Aurelia, la confianza inmediata que Carmelo deposita en Mateo, quien transmite su tranquilidad y bondad, son momentos que potencian a la obra. La idea clara de lo que la directora quiere contar y el cómo hacerlo, donde la austeridad y la escasez de presupuesto es notoria, no hacen mella en la realización del film sino que eleva su valor y lo jerarquiza.
Una historia cuyo secreto mejor guardo se resume en una palabra: Atreverse El mundo árabe es muy tradicionalista, las costumbres se conservan y respetan desde hace siglos. Las relaciones familiares se obedecen a rajatabla. Transgredir un rito que manche a la religión y a las convenciones culturales instaladas es una afrenta imperdonable, especialmente frente a la sociedad que la circunda. Bajo estas circunstancias, apremiado y presionado por dos bandos, Hedi (Majd Mastoura) se encuentra entre la espada y la pared. No sabe cómo manejar la situación, sólo acata y sigue. Continúa su vida siempre concentrado, pensativo, circunspecto, con un rostro inexpresivo, porque, por un lado, con 25 años de edad, su madre Baya (Sabah Bouzouita) le arregló el casamiento con una chica, Khedija (Omnia Ben Ghali), que apenas conoce y él no la quiere, aunque ella está muy entusiasmada porque otro objetivo que formar una familia, no tiene. Y del otro lado, está la exigencia de su jefepara que salga a vender autos a empresas de otra ciudad, porque la economía del país está muy deprimida y en su lugar de trabajo no hay ventas. El protagonista es una olla a presión y no sabemos en qué momento puede estallar. El director Mohamed Ben Attia, en su ópera prima, nos acerca y nos transmite cómo se maneja la sociedad tunecina en la actualidad, que pese a estar actualizados tecnológicamente y conectados e informados con el resto del mundo, sostiene su idiosincrasia, sin dejarse influir por la modernidad, y esos conceptos tradicionales suelen chocar con los pensamientos de ciertos jóvenes que ven recortadas sus posibilidades de ser como los de otras culturas y deben resignarse a ser y a actuar como sus antecesores. Durante su estadía en un hotel de lujo, ubicado en la ciudad donde lo mandaron a visitar potenciales clientes, Hedi conoce a una chica, Rym (Rym Ben Messaoud), una bailarina de ritmos caribeños que, junto a otros compañeros, trabaja de hotel en hotel, no sólo en Túnes sino en otros países europeos, entreteniendo las noches de los turistas. El amor entre ellos es instantáneo, intenso y Hedi no puede despegarse de ella. La disyuntiva que se plantea en su vida es si continúa con los mandatos impuestos por su madre dominadora y omnipresente, o abandonar todo por un amor verdadero; Continuar sometido a las exigencias no deseadas o desafiar lo institucionalizado; Quedarse y aceptar todo lo impuesto por otros o trazar su propio destino; Perder una vez en la vida la cabeza y guiarse por sus deseos o continuar el resto de la existencia lamentándose lo que no se aventuró a hacer. Todas estas preguntas y reflexiones retumban en la cabeza de Hedi durante los momentos en el que permanece solo, y el silencio es su aliado y consejero. Con una actuación precisa de cada uno de los componentes del elenco, las transformaciones gestuales y de carácter del protagonista les demuestra a los demás que no está anestesiado, producen una historia mínima y creíble cuyo secreto mejor guardado reside en una sola palabra: atreverse.
Aunque la prostitución haya sido catalogada como la profesión más antigua del mundo, aún hoy, en pleno siglo XXI, genera temas para la discusión. La mayoría de la sociedad la cuestiona públicamente, pero en el ámbito privado está de acuerdo, o por lo menos la acepta sin inconvenientes, y también hay una porción importante de habitantes que directamente la apoya, y, por si fuera poco, hacen alarde de utilizar los servicios. El tema posee varias aristas para abordarlo y en este caso el director Jeff Zorrilla toma como punto de referencia para realizar este documental, a los hombres que vienen solos a Sudamérica, por unos pocos días, para practicar el turismo sexual. De allí toman la palabra “mongering” para calificar esta tan particular actividad. Los “turistas” son generalmente solteros, no son millonarios, son de clase media, que se pueden hacer del tiempo varias veces al año para salir del primer mundo y viajar a algún país subdesarrollado, para, no precisamente ver los paisajes o museos sino, recorrer de noche bares y boliches donde paran las prostitutas. El realizador estadounidense toma como “guía de turismo” a Ramiro, un proxeneta nacido en el país pero que a los 6 meses se fue con su familia a Houston y vivó allá hasta los 35 años, luego lo deportaron, aunque no explica el por qué, y se siente un apátrida, despotricando contra la Argentina y los E.E.U.U. Este curioso personaje no tiene plata y realiza contactos a través de internet con extranjeros para recomendarles lugares de visita y chicas. Entonces, como para ejemplificar la situación vemos dos historias paralelas, la un turista que viene a completar su récord de haber estado con 400 mujeres, antes de su cumpleaños que se aproxima, y el otro caso, es de un inglés que tuvo un hijo con una prostituta argentina. Ellos lo ven como un comercio normal, donde para acceder a ciertas “prestaciones” hay que negociar y pagar porque, en definitiva, es más barato que hacerle el novio a alguna chica pagándole las salidas, cenas, tragos, etc. El director no utiliza las clásicas “cabezas parlantes”, sino que acompaña a los distintos personajes en su recorrido por Buenos Aires, y ocasionalmente entra a sus departamentos. Como criterio artístico, alterna imágenes en HD con otras con una tonalidad de colores, movimientos de cámara, saltos de fotogramas, rayones, etc., que remiten a las películas de los años `’70. Jeff Zorrilla no se coloca en el plano de denunciante, tampoco de querellante, ni de defensor del sistema, no lo juzga, simplemente nos transmite lo que hacen ciertos hombres para distenderse y pasarla bien.
Exhaustivo y riguroso documental sobre una mujer que desafió a su época Ocasionalmente, dentro de las sociedades, emergen personas que desde pequeñas se sienten descolocadas, diferentes, por sus pensamientos o creencias. No aceptan las convenciones colectivas, los estamentos o los mandatos familiares. Simplemente les surge desde sus entrañas y, si saben cómo, pueden canalizar esas necesidades del tal modo que llegan a erigirse en paladines o referentes para las minorías, a tal punto de potenciar ciertas fuerzas catalogadas como débiles, pero molestas para los gobiernos de turno. En 1894, con estas características personales nació en la ciudad de La Plata, Salvadora Medina Onrubia, y este documental dirigido por Daiana Rosenfeld está dedicado a la vida y obra de esa mujer que influyó tanto en la política como en la cultura argentina en los comienzos del siglo XX. Para el público en general, no tan consustanciado con la historia de nuestro país, más allá de lo estudiado en el colegio, la biografía de la protagonista se escapa del registro testimonial que poseen los especialistas en la materia. Al poco tiempo se mudan a Gualeguay, Entre Ríos, y a los 13 años se recibe de maestra, cargo en el que trabajó unos años, hasta que se da cuenta que a los 16 años está embarazada de un conocido político, pero decide no casarse para no estar sometida a un hombre y perder la libertad, de este modo se convierte en madre soltera de “Pitón”, con todo lo que eso representaba para la época. Este hecho será el primer hito importante en su vida, pero no será el único porque más tarde, con 20 años, ella se muda con su hijito a Buenos Aires y su existencia será de novela, pero que, con el paso del tiempo, se convertirá en una tragedia. Entró a trabajar en el diario “La Protesta” como periodista y se convirtió en anarquista, pero no era una más sino que fue militante, líder, guía, y una voz respetada hasta por los hombres que siempre la tenían en cuenta ante cada protesta o conflicto. Más tarde, se uniría a Natalio Botana, dueño del influyente diario “Crítica”, con quien tiene tres hijos más, y se casa con él. Su juventud fue vertiginosa, en poco tiempo se hizo de un nombre dentro de la política y la cultura nacional porque también escribió obras de teatro, cuentos, etc. La madurez le traerá aparejado el drama, las pérdidas y la debacle, a nivel personal y económico, pues todo lo que soñó y realizó se esfumó en un santiamén, tal vez porque su personalidad no le permitía callarse nada, influyendo de manera decisiva en el destino desgraciado de su familia de un modo inimaginable. Con un exhaustivo y riguroso relato cronológico de la vida de Salvadora, contada en paralelo a los vaivenes políticos que ocurrían durante esos convulsionados años en el país, la directora ficciona algunas situaciones con la actuación de Berenice Gandullo, personificando a Salvadora, para unir momentos, sustentar las reflexiones realizadas por el personaje en cuestión, resaltando con planos detalle o primeros planos de gestos, miradas, emociones, tristezas, etc., todo eso narrado con una voz en off sobre escritos de la protagonista, además de imágenes de archivo de fotos, noticieros de la época, recortes y tapas de diario. También hay entrevistas a la nuera, y a biógrafos, para apoyar mucho más los datos históricos que la directora vuelca, con una gran precisión, en la pantalla. Como hemos observado en este exhaustivo documental dedicado a una mujer adelantada a su época, en más de un aspecto, donde su único y mayor deseo era ser libre e independiente, las circunstancias que enfrentó no las supo manejar y la terminaron condenando eternamente.
Moacir es el personaje principal de esta película, porque es un personaje en sí mismo. Se lo puede catalogar como un cantautor brasileño, pero es mucho más que eso. O sólo es una parte de su personalidad multifacética. Porque estamos en presencia de alguien que se reconstruyó, o, mejor dicho, que se está reconstruyendo día a día a sí mismo luego de haber estado internado en el hospital Borda durante varios años, con un diagnóstico de esquizofrenia paranoide, y que fue dado de alta en 2011. Bajo la batuta del director Tomás Lipgot, que nos permite adentrarnos una vez más en la particular vida del protagonista, recordamos que es la tercera película juntos, luego de “Fortalezas” (2010) y “Moacir” (2011), y que en virtud de lo que vemos es una autobiografía y también un auto homenaje, por haber logrado salir de la situación en la que se encontraba e insertarse nuevamente en la sociedad para realizar su trabajo. Moacir nació en una favela de la ciudad de Santos, y en 1982 se subió a un micro y recaló en Buenos Aires, que lo cobijó hasta ahora. Tuvo una infancia dura, difícil, y pudo trascender a través de su música y su voz. Con estos datos expuestos él pudo torcer su destino con fuerza de voluntad y por eso pensó en divulgar su historia. Lo que vemos en pantalla es una mezcla de documental, reality de su vida, backstage de la filmación y también ficción. Y, al conocerse tanto el director y el protagonista, hay una complicidad manifiesta entre ambos, pero, el músico se toma atribuciones de cambiarle los diálogos, sugerirle como realizar una toma, etc., donde no se sabe, quién dirige a quién. A Lipgot le cuesta encauzar la filmación y llevar el control de la situación. Las partes más logradas del film son las situaciones de ficción pura, que están bien hechas, con una estética y una imagen impecables, con un elevado sentido de la calidad artística, pero, las otras escenas, provocan un desbalanceo en el relato, y lo hacen flaquear en algunos tramos. En definitiva, durante la película, la figura de Moacir se eleva con su modo de ser jovial, desprejuiciado, que viste trajes con colores estridentes y usa distintos modelos de pelucas, pese a que tiene todo el pelo. Ya se siente más allá del bien y del mal, por eso cree que está bien filmar y exponer su vida, sin buscar que le tengan lástima o pena. Simplemente para decir que, si se quiere, se puede.
Hay personas que son curiosas por demás. Son intrépidas de nacimiento, sin medir las consecuencias que sus acciones pueden ocasionar. Estas características se acentúan, en la mayoría de los casos durante la adolescencia. Como son los tres cooprotagonistas de esta película, que tienen inquietudes por investigar conductas paranormales y van de visita a una casa-museo, conocida como la casa de las masacres. Con la intención de retratar un hecho muy particular ocurrido el 9 de junio de 1912, en Villisca, estado de Iowa, Estados Unidos, el director Tony E. Valenzuela trata de desentrañar con una producción de terror un misterio jamás dilucidado en más de 100 años, sobre una matanza producida por un hombre que entró esa noche a la casa de la familia Moore, donde asesinó a 8 personas y nunca descubrieron quién fue el culpable. Caleb (Robert Adamson) y Denny (Jarrett Sleeper) son amigos desde hace 6 años y tienen como hobby cazar fantasmas. Por ese motivo, a medida que pudieron, compraron el equipo mínimo y necesario para detectar estos eventos extrasensoriales. A esta excursión se les suma Jess (Alex Frnka) y los tres van de visita a esa famosa casa. Pero, las necesidades que tienen ellos por descubrir verdaderamente un caso son más fuertes que la razón y la sensatez, y así entran de noche para tratar de contactarse con los espíritus. Los avezados amantes de este género sabrán qué les sucederá a los jóvenes, contra quienes tendrán que luchar, el peligro que correrán, etc. Es decir, no hay sorpresas ni innovaciones, sólo más de lo mismo. La única que sale airosa es Jess, quien además de aportar su belleza, muestra una gran capacidad gestual ante los continuos cambios de ánimo que sufre su personaje, haciéndolo más creíble. Es tan trillado el tema de las casas embrujadas, aunque esta realización esté basada en un hecho verídico, que, por más que se tengan buenas intenciones en filmar una de terror, siempre es necesario darle una vuelta de tuerca al género para que resulte atractivo y atrapante, pero, en este caso, la tuerca no giró todo lo posible y el resultado está a la vista.
Que el tango sea una música universal, ya lo sabemos. Que el tango se inventó en Uruguay o en la Argentina, todavía hoy está en discusión. Pero, por lo menos en este lado del mundo, muy pocos, o casi nadie, sabe que Finlandia también compone, interpreta y baila su propio tango. Esto no se originó en las últimas décadas, cuando el tango argentino recorrió el mundo difundiendo su arte, sino que aparece mucho tiempo antes. Por este motivo, con una gran curiosidad, la directora de este documental, Gabriela Aparici, se propuso viajar varias veces al país nórdico en busca de la mayor información posible sobre el movimiento musical que vincula, inesperadamente, a ambos países, tan lejanos en la distancia, idiosincrasia, clima, modo de vida, cultura, etc., pero tan cercanos en el ritmo del 2x4. En esta realización se entrevista a distintas personas, ya sean cantantes, bailarines, instrumentistas, coreógrafos, que se dedican a interpretar el tango, cada uno desde su lugar. Los personajes son en su mayoría finlandeses, y también la directora visitó distintos lugares porteños donde músicos jóvenes tocan el tango. Reuniendo tantos datos y testimonios que Gabriela Aparici consiguió en su derrotero, nos enteramos de la antigüedad que tiene el tango en ese país, de los problemas que tuvo durante la guerra con Rusia en los años ´40, y de los sentimientos que narran sus letras, que son parecidos y a la vez distintos de los nuestros, pero donde las pasiones no son las mismas, porque aquí las pérdidas se lloran y ellos mantienen la esperanza del reencuentro. La directora recorrió varias ciudades finlandesas, y observamos que hay muchas mujeres que componen y tocan tango, en general, instrumental, y en las orquestas que lo interpretan con cantante predominan los hombres, aunque dejan mucho que desear, no podrían competir con los rioplatenses. No tienen la voz ni el carisma que nos acostumbramos a oír por aquí. Pero, la juventud mantiene vigente al tango El documental mantiene las vías clásicas del relato, con los entrevistados sentados. De vez en cuando la directora utiliza su propia voz en off, y en otras aparece en cámara. En algunos momentos, realiza una puesta en escena, en otros, planta la cámara para filmar la actuación de una orquesta. Tiene un objetivo claro, y en ese hurgar en el pasado finlandés, alternando con imágenes de archivo en blanco y negro, sea tanto fotos como videos, matizados con la música y reportajes, consigue dilucidar una cuestión: que el universo musical es mucho más pequeño de lo se supone.
Sólida narración con efectiva atmósfera dramática Ante una grave enfermedad, la persona que la sufre, puede tomar diferentes caminos para sobrellevarla. Si es terminal, como en éste caso, la resolución que adopte tiene que ser la definitiva, por lo menos eso es lo que pensaba el protagonista de esta película. Determinado, aceptando su destino y sin contarle nada a nadie, ni a su hijo, Fernando (Julio Chávez) abandona su departamento, su auto, sus responsabilidades, y con su alma en pena se embarca en su velero Cronos, que le servirá como vía de escape, para soportar en soledad, navegando por el delta, sus últimos momentos en compañía de sí mismo, su fiel barco, la naturaleza y los intrincados canales fluviales. Aunque, a veces, los planes se pueden alterar porque, en un momento de distracción, antes de partir, Carla (Pilar Gamboa) se cuela en la embarcación por miedo de que la acusen de un crimen que no cometió, y cuando Fernando la descubre ya es demasiado tarde para regresarla al puerto. Carla, que es uruguaya, pretende convencerlo de que la lleve de vuelta a su país pero, el comienzo tenso, distante, se modificará y él intentará ayudarla. El velero se convierte así en el ámbito de contención de dos seres en fuga, aunque cada uno de ellos, huye por distintos motivos. En este film dirigido por Matías Lucchesi predominan los silencios por sobre las palabras. Las acciones, miradas, gestos mínimos, ausentes de grandilocuencias, son más relevantes para ir marcando los momentos importantes de esta historia. Una serie de infortunios propios de la navegación, mezclados con la presencia del prefecto Mario (César Troncoso), que tiene una relación de cierta amistad con Fernando, pero que en estos momentos no es bienvenido provoca una tirantez cada vez mayor entre los tres. Su personalidad entrometida se vuelve molesta, irritante, que incomoda a los demás, como un custodio que los sigue a sol y sombra ante cada uno de sus movimientos y no los deja respirar libremente. Cuando Fernando había planificado realizar un tranquilo e introspectivo viaje final, aunque también estos hechos le harán analizar de otra manera lo que va a depararle el futuro y de qué modo intentará afrontarlo dignamente. El director realizó una película simple, con escasos recursos, pero bien contada, donde la creación de atmósferas dramáticas, tanto en el interior opresivo del barco, como en los exteriores, con el calor y la frondosa vegetación que los rodea, están balanceadas. Con estos claros conceptos de realización, se demuestra, una vez más, que el secreto de hacer una buena película radica en la simplicidad y corrección de contar una historia, sin menoscabar la inteligencia del espectador.
Con una historia sencilla bien contada pueden decirse cosas interesantes En la costa argentina no todo es mar, sol, playa, vacaciones, etc., hay también otro mundo, en el que viven los residentes permanentes de esos lugares que, fuera de temporada veraniega, tienen que continuar con sus obligaciones como todos, y el paisaje cambia, sobre todo, en las pequeñas localidades, que es desolador. El movimiento de la gente disminuye y el frío penetra no sólo en los huesos, sino también en los ánimos de todos los vecinos. Con un panorama complicado desde lo humano y lo geográfico, Pablo (Nahuel Viale), es un veinteañero que intenta llevar una vida lo más correcta posible, dentro de su lógica, para poder finalmente despegar y realizar su propio vuelo. Por eso es aprendiz de cocinero en el restaurante de un hotel de categoría en Quequén, y en sus ratos libres, junto a otros muchachos, hace algunos “trabajitos”, que le permite juntar el dinero para tener su propio restaurante y así poder independizarse. Su objetivo lo tiene muy en claro, y no se cuestiona su labor paralela, las hace y punto. La cuestión, que esos “trabajitos” son pequeños delitos, ordenados por El Chaqueño, quien nunca aparece en pantalla, pero el nexo entre él y la banda es Parodi (Esteban Bigliardi), asumiendo el rol de jefe sobre los otros tres. Tiene una personalidad irritante y no confían en él, pero le obedecen igual. Pablo tiene la dura tarea, no sólo de estar en la cocina todos los días, mostrarse disponible para realizar algún atraco, sino también, tiene que lidiar con su madre Mimí (Mónica Lairana), que trabaja de mucama en el mismo hotel que él y es una borracha empedernida. Ante tantos problemas, el protagonista hace lo que puede, resiste las presiones hasta un punto alto de tolerancia, pero el desmadre se encuentra latente, se intuye algo, pero resuelve las cosas como se le ocurren en ese momento. En su ópera prima el director Tomás De Leone nos relata la vida de un joven que no tiene grandes posibilidades para progresar, porque su familia no lo ampara, los que podrían considerarse amigos, son delincuentes de poca monta, como él, la ciudad termina siendo un territorio hostil, y por ese motivo siempre se mueve en la periferia, donde lo agreste predomina, escasean las casas y hay poca gente. La historia transmite el sentimiento profundo, intimista, de alguien que quiere pertenecer a una sociedad, como todos, pero las circunstancias que padece lo van empujando cada vez más, excluyéndolo y convirtiéndolo en un marginal. Con un ritmo preciso, escenas y diálogos cortos, desarrollados con el tiempo justo y necesario, el realizador maneja los climas con minuciosidad, demostrando que si se tiene una historia sencilla bien contada, se pueden filmar cosas interesantes.