Esta realización de origen canadiense intenta romper con las convenciones clásicas del género, como la casa poseída por los espíritus, y para desarrollar esa idea, el director, Sheldon Wilson, incursiona en la temática del terror con la premisa de asustar y atacar a los habitantes de un caserón abandonado hace 17 años, por algo o alguien que no se ve. La concesión que se hace para este tipo de películas es similar a otras, como la mudanza de una familia que no pertenece a esa localidad y toma posesión de la propiedad arruinada por los años y la falta de mantenimiento. En este caso, llegan a la casa una madre, Jeanie (Pascale Hutton) y su hijo de 9 años, Adrián (Sunny Suljic), que hace 2 años que no habla, luego de la muerte de su padre, con el objetivo de estar alejados de la gran ciudad e intentar que el chico se recupere. Para que la ayude en la crianza y estimulación del chico la madre contrata a una niñera llamada Angela (Jodelle Ferland), quien vive con su padre desempleado, en tanto su progenitora murió en extrañas circunstancias. Hasta aquí, no hay nada novedoso, es un comienzo tradicional de la mayoría de estas películas, donde no pasa nada hasta que, con los nuevos habitantes, empiezan a notarse cosas fuera de lo normal. Lo novedoso, es que el mal no se corporiza, no es un monstruo, un ente, un zombi, una bruja, sino que es algo invisible que tiene mucha fuerza, emplea la violencia y el sadismo porque sí, sus actos no se justifican como en otras narraciones. Las acciones que ocurren en cada escena logran mantener la tensión esperable en estas situaciones, pero se vuelven previsibles y en algunas ocasiones insólitas e inexplicables. Sobre Angela recae el peso de llevar la historia porque es el centro de atención del resto del elenco que se vincula con ella de distintos modos. Aunque ella haga el mayor esfuerzo se nota que es una carga demasiado pesada, porque nadie la acompaña, ni siquiera el guión. Porque, por ejemplo, ante la situación complicada que vive la protagonista el realizador la resuelve despertándola de una pesadilla. La excusa de la aparición del mal, por el mal mismo, es muy burda y desilusiona. Es una burla a la imaginación del espectador, pues derriba de una manera elocuente los débiles pilares que sostienen a esta película al querer el realizador diferenciarse del resto, lo que da como resultado un producto totalmente olvidable.
La muerte nos llega a todos, más tarde o más temprano, como le ocurrió al personaje con el que se titula esta película. Porque Pep murió una noche, mientras dormía, sorpresivamente, y deja viuda a Marla (Claudia Cantero), que no sólo compartían sus vidas sino que también, tenían una exitosa milonga. Para el funeral la acompañan sus dos mejores amigas, Pilar (Marian Bermejo), una española que llegó justo de visita, e Isabel (Florencia Raggi). Las tres se hicieron amigas en Barcelona donde vivieron y trabajaron un tiempo, pero por diversos motivos dos de ellas decidieron volver a la Argentina. El desgraciado hecho vuelve a reunir a las tres durante una noche, la noche del velorio que se hace en la casa de Marla. La directora Karina Zarfino, excepto algunas escenas, decidió filmar la mayor parte del relato en el interior de la propiedad de los tangueros, un lugar antiguo y amplio donde entran y salen algunas personas allegadas al difunto. Quien se relaciona con todo el elenco es Isabel, que intenta llevar calma y tranquilidad a todos. Ella tiene una sensibilidad especial en captar los sentimientos más profundos de las personas cercanas. Con ese don trata de armonizar las almas de los demás. Durante la velada afloran los recuerdos de las chicas, las deudas pendientes, los sueños incumplidos, los arrepentimientos o frustraciones, etc. La realizadora logra en cada interacción entre ellas, o con otros allegados, diálogos concretos, fluidos, ágiles, propiciando buenos climas intimistas, ajenos a la sensiblería cursi y, de esa manera, las mujeres pueden desarrollar con libertad sus personajes, especialmente el de Isabel que exhibe una amplia gama de cambios de carácter que son convincentes en cada escena. En el transcurso de la noche los conflictos personales afloran y, tal vez, uno de los inconvenientes que trae aparejado, es que no se resuelve ninguno dejando al espectador con un sabor amargo en la boca. Karina Zarfino, pese a los acotados recursos económicos, que le hubiesen permitido darle más vuelo a su obra y que no todo el tiempo sea cercano a un estilo más teatral que cinematográfico, no le hace mella en poder contar una historia pequeña, que sabe cómo narrarla y llevarla al destino que ella ideó para su ópera prima. Un film con una equilibrada emotividad, pero alejada del melodrama lacrimógeno.
Al comienzo, durante la infancia, hacer alguna actividad deportiva es un divertimento, un juego, un modo lúdico de aprender ciertas reglas de convivencia entre compañeros. Luego, con el paso de los años, muchos prueban distintas disciplinas, pero sino los satisface ninguna, abandonan por completo la actividad física. Aunque hay otros que tienen suerte al encontrar su “deporte” y lo abrazan con firmeza hasta el último aliento. De eso se trata este documental dirigido por Verónica Schneck que se inmiscuye en el mundo de la natación, más precisamente en las carreras de largo aliento, llamadas maratones de aguas abiertas, y se focaliza especialmente en la competencia internacional de la clásica Santa Fé-Coronda que se realiza desde 1961. La directora entrevista a los protagonistas y herederos de los que inspiraron e impulsaron la creación de esta carrera, como Teresa Plans, que actualmente vive en un geriátrico y es una leyenda en Coronda por haber realizado en 1952 un raid uniendo Paraná-Coronda en 24 horas, cuando lo tendría que haber hecho en 12 horas, pero una tormenta la retrasó. A la vez, para trazar un puente generacional, la cámara sigue a la actual exponente de este tipo de competencias, Pilar Geijo, en la previa, durante y al finalizar una nueva edición de la Santa Fé-Coronda. De algún modo la directora va y viene en el tiempo, recurriendo no sólo a los testimonios de los protagonistas de la historia, sino también, a fotos de la época y archivos fílmicos, todos en blanco y negro. El relato es prolijo, sin mayores pretensiones que documentar un evento deportivo que ocurre todos los veranos, donde concurren nadadores de distintos países que son de elite, y que paraliza a la ciudad, congregando a una innumerable cantidad de público a la orilla del río para ser testigos privilegiados de semejante gesta. El entrenamiento, el esfuerzo y sacrificio, es habitual en el espíritu de los corredores. Cada brazada más rápida marcar un menor tiempo al anterior, tener el fuego sagrado y el espíritu competitivo es el corazón que prevalece tanto en los amateurs como en los profesionales. Aquí apreciamos las dos caras de la misma moneda. Todos sienten orgullo por lo que hacen y logran. Las emociones que se manejan en la película son mínimas, exactas. Los recuerdos de los que ya no están, el no poder volver a ser lo que uno fue y las frustraciones que marchitan el alma, atraviesan a todas las generaciones representadas en esta realización.
Austera y sencillas producción con sutil desarrollo narrativo Perdidas en la precordillera sanjuanina se encuentran estas dos almas a la deriva, una, Teresa (Paulina García), que está en un lugar de paso y no puede llegar a su próximo trabajo por problemas ajenos a ella, y el otro, es el Gringo (Claudio Rissi), quien sí está donde le gusta estar, de aquí para allá, manejando su motorhome. Se conocerán de un modo fortuito en el santuario de la Difunta Correa, alguien que es reservada, introvertida y modesta, con su opuesto, una persona amable, relajada, extrovertida y conversadora. Ellos dos protagonizan esta road movie, una coproducción argentina-chilena, dirigida por Cecilia Atán y Valeria Pivato, es su ópera prima y mantienen la narración en dos momentos temporales, el actual, y medi9ante flashbacks nos van contando los últimos días de la empleada en la casa. Teresa trabaja en una casa grande en la ciudad, pero la familia decidió venderla, y como no necesitan más de sus servicios, la envían a cuidar a unos parientes que viven en San Juan. Pero, por problemas mecánicos, el micro no puede llegar a la capital provincial y debe esperar la llegada de otra unidad. En ese sitio se cruza con el Gringo, un buscavidas, y los planes que ambos tenían, individualmente se van a modificar de manera sustancial.. La película se centra en el derrotero que realizan ellos, buscando el bolso perdido de la mujer, a bordo del motorhome por el desierto sanjuanino, viaje donde predominan las acciones por sobre los diálogos que son los justos y necesarios porque confrontan la verborragia de él contra la parquedad de ella. El vínculo entre ambos va creciendo muy lento, pero sin pausa. El objetivo de la protagonista es encontrar su bolso y continuar con su camino. En cambio, pese a que el hombre la ayuda en todo momento, lo que realmente le interesa es ella, lo demás es una excusa para estar juntos. El relato mantiene un ritmo acorde a la zona donde ocurre la historia, porque es un páramo, con un calor bochornoso, donde abundan los arbustos y encontrar un árbol, es un milagro. La cámara se regodea mostrando con un plano general los paisajes que transita la pareja, y acto seguido, en un plano más intimista, siendo testigos del creciente vínculo entre ellos, los vemos dentro del vehículo o en las casas de los amigos del Gringo. El film es austero, sencillo, que va adquiriendo una profundidad cada vez más elocuente, como el amor y la atracción que van sintiendo estos dos maduros personajes.
Denso y sostenido entramado dramático en el entorno familiar La contraposición de dos mundos tan disímiles, uno es el de Nahuel (Lautaro Bettoni), un adolescente que vive con su padrastro Bautista (Boy Olmi) en una confortable casa de Buenos Aires, va a un colegio privado y juega al rugby, pero tiene un carácter irascible, y el otro, el de Ernesto (Germán Palacios), que vive en una modesta propiedad en las afueras de San Martín de los Andes, junto a su segunda mujer y sus hijas, son en realidad un puente que une y aleja a la vez la vida de ellos. El film dirigido por Natalia Garagiola, rodado casi en su totalidad en el sur argentino, nos adentra en la relación tan particular de estos dos personajes, porque son padre e hijo, pero Ernesto es un progenitor ausente ya que abandonó a Nahuel cuando era muy chico y con quien desde entonces prácticamente no mantuvieron ningún vínculo. Un día el chico viaja a ver, e instalarse con su padre, en contra de su voluntad, y la relación familiar que nunca fue buena no transitará por un lecho de rosas. Desde el primer momento chocarán. Ernesto es un guía de caza muy riguroso, metódico, para nada afectuoso. No es, ni le interesa ser, simpático o amable. Tal vez su pasado o la rigurosidad del clima invernal le modelaron el carácter. Es un referente y una fuente de consulta para sus pares, ámbito en el que mejor se desenvuelve. Nahuel arriba al pueblo peleado con la vida. Hay algo que lo tiene mal, a disgusto, y no tiene empacho en demostrárselo a su padre desde el mismo momento del reencuentro La misión de reconstruir el nexo entre ambos es el argumento principal de la película. El resultado dependerá de ellos, que no tienen demasiada voluntad en modificarlo, y cada vez que están cara a cara la tensión aumenta La directora realiza un relato vertiginoso de la historia, la superficial, la visible, pero hay otra oculta que la lleva de a poco, con un guión preciso, sólido, para correrle el velo a la intriga de saber porqué son y actúan así los personajes principales. La sucesión de escenas conflictivas acentúan cada vez más la rebeldía del chico, porque no aprecia a su padre, ni se halla a sí mismo. Se siente incómodo y lo demuestra. Es un volcán en erupción. La narración se sustenta en la intriga y las dudas que generan las actitudes de ambos, el manejo de los climas, miradas y silencios, dicen mucho más de lo que expresan dialogando, porque lo no dicho y las acciones son más importantes y fuertes que el sentimentalismo. Con todos estos elementos nos preguntamos: ¿alguno aflojará y dejará el orgullo de lado? ¿Nahuel abandonará el resentimiento y la furia que tiene para adaptarse a un nuevo estilo de vida? Son incógnitas que se van a ir resolviendo, pero para eso hay que tener paciencia y estar atentos cual cazador que espera a su presa con sigilo.
En un pueblo correntino, de casas bajas, pobres y calles de tierra, donde un animador, desde un austero escenario, invita a los vecinos a ver el torneo de fútbol femenino kuña porá, en el marco de la campaña política de un candidato a intendente, se desarrolla este largometraje dirigido por Clarisa Navas. Porque, prácticamente la historia se desarrolla en una tarde, dentro de un campito sin pasto, donde se juegan los partidos. Es una película coral, aunque la historia tibiamente se focaliza en Tami (Silvana Dorrego), una buena jugadora que tiene algún problema existencial o con alguien, pero nunca se devela el misterio, y también en Mery (Ana Carolina García), una entusiasta jugadora que mientras espera para entrar a la cancha trata de “levantar” a una chica que tiene novio. Las otras compañeras de equipo presentan sus conflictos, donde la mayoría expone sus intereses, que es conocer chicas. En definitiva, la narración pivotea entre dos temáticas dentro de un campo de juego. Por un lado, abordar el inexplorado fútbol femenino que, por lo visto, tiene lo bueno y lo malo como el masculino. Por otro, el tema que tal vez tiene un mayor peso dentro de esta historia, es la búsqueda del amor lésbico, con diálogos sin tapujos que se suscitan entre las chicas, fundamentalmente sobre sus preferencias sexuales, Es una ficción, pero en ciertos tramos se acerca a la estructura narrativa de un documental. La cámara es un testigo privilegiado de las reuniones que mantienen las jugadoras en diferentes sectores mientras esperan largamente su turno para jugar. Con un presupuesto austero, utilizando pocas locaciones en estado original, dependiendo de las actuaciones, el ritmo y los momentos de interés que genera el guión, la directora aborda historias personales que quedan inconclusas porque ellas continúan permanentemente buscando a su amor pero, por el momento, no lo encuentran. La pasión que genera el fútbol, más allá del género de la persona y el deseo de enamorarse, son los dos motores que impulsan a esta historia sencilla, transparente y genuina. La realizadora no pretende contar un cuento con un final feliz, sino, un momento posible, tangible, donde no hay héroes ni villanos, simplemente se trata de seres reales a los que les suceden las mismas cosas que a los demás pero que, en este caso, fueron filmadas para la posteridad.
Abril de 1982, Tierra del Fuego. Sobre la orilla del canal Beagle se encuentra el puesto de la Armada Argentina. A ese lugar inhóspito trasladan a dos conscriptos de la marina: Pablo (Juan Manuel Barrera) y Ramón (Gonzalo López Jatib) para ponerse bajo las órdenes del Suboficial (Osqui Guzmán) y del Cabo (Jorge Sesán) con el objetivo de controlar e identificar, a través del radar, el tránsito de barcos que circulan por el canal. Ellos pensaban, especialmente quien está a cargo del puesto, que iba a ser una tarea sencilla, monótona y, tal vez, tediosa, por estar convencido de que los barcos ingleses no iban a llegar al Atlántico sur, negociarían y eso sería la solución para que la disputa no evolucione peligrosamente. Alex Tossenberger dirige esta película haciendo una libre aproximación, de lo que fue la guerra de las Malvinas desde el sector continental, que estuvieron en alerta pero que no combatieron directamente. Los cuatro personajes permanecen a la expectativa, cumpliendo órdenes realizar el trabajo asignado. Con la supervisión del Suboficial, quien, además de cocinar, constantemente da órdenes gritando a los “colimbas” para generar respeto y subordinación, y si a alguno de ellos se le ocurre hablar de más ya es motivo suficiente como para exigirlos físicamente. El film transcurre mostrando los días y las noches que pasan los militares alejados de todo, aislados, y que a las noticias del conflicto bélico las reciben vía radio, escuchando los comunicados de prensa. Ante cada novedad los personajes se ponen cada vez más nerviosos y no saben qué hacer, o lo que va a pasar. Esta obra intenta transmitir la tensión de la espera, la angustia, los miedos, la desolación, la desinformación, que se genera por parte de los mandos superiores que los tienen abandonados, sin provisiones ni armamento, a lo que se suma la nula instrucción que tienen los conscriptos, mezclado con el pseudo patriotismo que intenta inculcar el Suboficial. Todo ello da lugar a un combo de situaciones que diluye el drama que realmente fue la guerra, porque, por ejemplo, Pablo,es un estudiante de Derecho que vive en la Capital, que predice todo lo que va a suceder con mucha seguridad, y es muy poco creíble, y Ramón, es un tucumano recién salido de su pueblo, demasiado inocente y bueno como para tener tamaña responsabilidad, desbalancéan la historia. Sólo la experiencia y versatilidad de Osqui Guzmán, que sostiene a su personaje, y a la narración, la película no decae del todo porque hay muchos diálogos fuera de timming, en tanto que el resto del elenco no acompaña y hay escenas al borde de ser risueñas cuando el resultado debiera ser todo lo contrario. Por todo esto, el largometraje termina siendo desparejo y no logra su cometido como el director hubiese querido.
Emotiva recordación de una hazaña en coherente narración entre dos épocas Allí, imponente, con sus nieves eternas, se erige la séptima montaña más alta del mundo con sus 8167métros perteneciente al Himalaya y que forma parte de ser uno de los 14 ochomiles del planeta. No es la más popular de la región, pero, no por ello, es ignorada por los escaladores. Hacer cumbre es muy difícil y exigente. Teniendo esa meta en sus cabezas partieron hacia Nepal, en abril de 2008, un grupo de cuatro amigos argentinos con la intención de filmar la ascensión y realizar un documental para su productora de audiovisuales. Ellos no eran ningunos improvisados, tenían experiencia y madurez. Encararon el proyecto solos, si auspiciantes, excepto el proveedor de las carpas e indumentaria, y por fuera de algunas de las empresas que tienen guías, médicos, sherpas, etc. El desafío era doble, no implicaba solamente escalar hasta esa altura, sino, hacerlo sin ayuda externa ni oxígeno suplementario, únicamente con esfuerzo y sacrificio físico y mental. La película co-dirigida por Guillermo Glass y Cristián Harbaruk está realizada en dos épocas, la actual y la del año 2008. La importancia de ir y venir en el tiempo radica en el hecho de que el año pasado se juntaron tres de los integrantes del grupo, que viven en distintas provincias, y concretar la ascensión al volcán Llullaillaco, ubicado en la provincia de Salta, a modo de homenaje al compañero Darío Bracali que no volvió del Himalaya. Es la manera que se le ocurrió a este grupo para cerrar una etapa y poder terminar definitivamente el documental. Con unas imágenes espectaculares, filmado y narrado por ellos mismos, casi día por día desde la llegada a Nepal hasta el regreso, Nos transmiten las vivencias y las peripecias propias de esta actividad. El montañismo tiene sus riesgos, cada escalador, siendo novato o veterano, sabe a lo que se enfrenta. Tener la sabiduría de retirarse a tiempo y no ser un necio y terco sino se puede continuar allá en la altura, es una virtud no una deshonra. Pero la pasión, que es una sensación inexplicable e intransferible, es más poderosa que la razón y la precaución, llevó a estos intrépidos compatriotas al techo del mundo para cumplir un sueño que no fue completo, porque no todos pudieron volver de esa expedición. Uno, porque dejó su vida allí, y los otros, porque parte de sus recuerdos y sentimientos quedaron también en la ladera del Dhaulagiri, junto a Darío.
Los humanos solemos humanizar a las mascotas, especialmente a los perros, que son los más dependientes y sociables con las personas. Con dicho concepto básico los españoles y canadienses coprodujeron éste dibujo animado dirigido por Alberto Rodríguez y Nacho La Casa, basado en la vida de Ozzy y, en menor medida, la de los perros vecinos y otros compañeros de aventuras. Ozzy es un simpático y juguetón perro de raza Beagle, que vive con un matrimonio de historietistas y su pequeña hija, tranquilos y felices, hasta que la pareja recibe una invitación para viajar a Japón, relacionada con la revista que dibujan. El problema es que no tienen con quien dejar al perro, ven la publicidad televisiva de un albergue canino y allí lo llevan. Pero lo que en principio parecía ser un modelo a seguir, por la hospitalidad y el confort que le brindan a sus huéspedes, inesperadamente, sin fundamentos lógicos, lo trasladan a una cárcel con todos los condimentos vistos en otras ocasiones. Donde está el jefe carcelario malo, el guapo presidiario que controla y maneja a los demás, en este caso encarnado por un chihuahua, el bueno, el solidario, etc. Gran parte del film transcurre en el presidio y los padecimientos e intentos de fuga mantienen la atención del espectador, a la espera de ver si logran con su cometido. La calidad de imagen y sonido es impecable. La producción no tiene nada que envidiarles a los grandes estudios. Es una historia bien contada, con un buen guión de acuerdo a la narración que vemos, donde no hay golpes bajos, ni momentos lacrimógenos. El protagonista es un héroe de bajo perfil, pero, aun así, lo demuestra en cada escena, convirtiéndose en un líder impensado. Tal vez el inconveniente más importante por el cual la película es incongruente se deba a la injustificada acción del dueño del pensionado a hacer lo que hace y, por otro lado, que los perros no realizan travesuras propias de su género sino que a sus actividades las representan como personas, pero siendo animales de cuatro patas. Tanto los buenos como los malos y eso provoca el efecto contrario, no resulta tan simpático como se pretende.
Las inundaciones que sucedieron durante los últimos años en las zonas norte y noroeste de la provincia de Buenos Aires, no es fruto únicamente del cambio climático sino de las modificaciones constantes que hace el ser humano en el territorio que habita, adaptándolo a su gusto y necesidad, sin respetar el diseño original, con la consecuencia de taponar los desagotes de agua que iban hacia el Río de la Plata o al mar, y de esa manera, quedándose estancada, arruinándole la vida a cientos de miles de ciudadanos. Para intentar frenar esta locura apareció un luchador, un quijote, Francisco Javier de Amorrortu, de 75 años, que, desde hace más de 20 dedica exclusivamente su vida a reclamar, escribir en su computadora demandas judiciales, enviar por e-mail estudios hechos por él mismo, recorrer tribunales, y en todos los ámbitos les hacen oídos sordos a sus intimaciones, pero, pese a las negativas, no se cansa de insistir. Francisco vive solo en “El Campito”, su lugar en el mundo en la localidad de Pilar. Hacia allí fue el director de éste documental, Pablo Nisenson, junto a su equipo, para ver en vivo y en directo a su propietario, saber cómo trabaja y porqué se dedica a eso. Lo entrevista varios días y, con un criterio artístico durante la realización, nos muestra también el detrás de cámara. Los argumentos del personaje en cuestión son sólidos, cuando puede, da charlas de concientización a la gente interesada en el tema de la invasión y transformación en terrenos con humedales en las zonas próximas al Delta, con las construcciones de countries y barrios privados, que frenan el desagüe del río Luján. Pese a que se sabe que tiene razón en su discurso, lo ignoran porque los intereses políticos, y fundamentalmente, económicos, predominan por sobre la naturaleza y la visión de futuro. El ambientalismo y los grandes negocios, no van de la mano. Vemos la intimidad de sus días y cómo pelea contra los poderosos, contada de una forma sencilla, didáctica, con una estética alejada de la cinematografía y más cercana a la pantalla del televisor.