Las comunidades Mapuches hace mucho tiempo que perdieron sus territorios. Fueron asesinados o desplazados por los sucesivos gobiernos de turno. Los que sobrevivieron, desde hace varias generaciones permanecen en diversos parajes del sur. En uno de esos, ubicado en la provincia de Neuquén, se encuentra el Paso San Ignacio, otrora un lugar estratégico controlado por los pueblos originarios, y ahora es recordado por el sitio en el que habitó el beato Ceferino Namuncurá. El director Pablo Reyero se dirigió a ese emplazamiento, que tiene como única compañía al volcán Lanín, para retratar la actualidad que viven los familiares directos de Namuncurá. La zona en la que están parece una postal, aunque es inohspita, cerca pasa un río, la tierra es poco fértil, sólo crecen naturalmente arbustos muy bajos. Los pocos pobladores del lugar son entrevistados por el realizador, a quien le permiten entrar a sus viviendas e invadir la intimidad. Cada uno de ellos cuenta sus penurias y sufrimientos, intercalados con crónicas y recuerdos de los antepasados, mientras hacen sus actividades cotidianas como la crianza de animales, cocción de alimentos, etc. Éste documental tiene una estructura clásica, de gente hablando a cámara, con ritmo muy tranquilo, al igual que todo lo que rodea al paraje, donde la quietud y resignación personal es, de vez en cuando, sacudida por las inclemencias del tiempo. Todos los que brindan su testimonio convergen en un mismo sentimiento, añoran el pasado, aunque no lo hayan vivido. Pero se traslada de generación en generación, al igual que las creencias hacia una piedra llamada Newen, a la que le adjudican poderes sobrenaturales. Como así también valoran muchísimo las leyendas ancestrales y los sueños que tienen y deben contarlos. Pese a vivir en una pequeña comunidad se sienten solos y aislados. La película transmite esa atmósfera con claridad, pero se vuelve reiterativa y demasiado extensa en su duración para reflejar mucho más el aislamiento. No hay música incidental, sólo se escucha el sonido ambiente de animales y del fuerte viento que sopla a veces. En definitiva, una historia más de los perdedores de éste país, a los que no les tocó nada del reparto que hicieron los poderosos, pero que igual perduran como pueden, o los dejan
Justo que en estos momentos la selva amazónica está en boca del todo el mundo, donde hay políticos que están a favor de la conservación, y otros que prefieren la deforestación, estrenan una película cuya locación principal es esa y está ubicada del lado peruano. El singular personaje que surgió como un dibujo animado es encarnado por seres humanos en éste largometraje destinado para un público infanto-juvenil. Porque la realización de James Bobin es una versión muy endulzada de otras producciones similares dedicadas a entretener a personas más grandes. Aquí, Dora (Isabela Moner) es una adolescente criada en la selva peruana por sus padres exploradores. Ella es sagaz e inteligente. No teme a andar sola por ahí, ya que la jungla es su hábitat natural pero, como sus progenitores consideran que no está todavía preparada para encarar junto a ellos una expedición en busca de una ciudad Inca perdida, cuya leyenda dice que tiene muchísimo oro, la envían con sus familiares que viven en los Estados Unidos. En ese sitio inexplorado por ella deberá hacerse paso. Pero, como esta propuesta cinematográfica está dirigida para los pequeños, no puede permitirse ahondar en detalles y tomarse su tiempo describiendo el choque notable de culturas totalmente disímiles. El director opta por ir directamente a la aventura misma y allí va ella, con unas situaciones un poco forzadas para que vuelva a la naturaleza y demuestre sus habilidades. Isabela Moner interpreta con soltura a un personaje que está lleno de energía, simpatía, una bondad casi exasperante, candidez, aunque no es tonta, tiene valentía, nobleza y honradez. Muchas virtudes, y prácticamente sin defectos a la vista. El film está lleno de situaciones vistas en otras ocasiones. Con un grupo de malos que quieren encontrar el tesoro y la heroína, con sus amigos, deben impedirlo. El relato tiene un ritmo que no da respiro, música incidental que realza los momentos épicos, cuando es necesario. Un elenco que es funcional a la historia y a la protagonista, que no desentona. Tal vez, se nota un poco que la producción no contó con un gran presupuesto y ciertos efectos no son todo lo deslumbrante que requiere esta clase de género cinematográfico. En suma, se trata de una película que valora la hidalguía, la bondad, la amistad, y pone claramente de manifiesto que los malos siempre tienen que perder.
Alain (Fabrice Luchini) vive a mil. No tiene respiro. Es hiperactivo y decidido. Su vida es su trabajo y no hay espacio para nada más desde que enviudó. Apenas hay algo, muy poco, para su hija Julia (Rebecca Marder). Es el director de una compañía automotriz, está estresado y preocupado ante el lanzamiento de un nuevo e innovador auto. Su capacidad de oratoria y convencimiento es inigualable, tal es así que el proyecto y la presentación pública del mismo se encuentra bajo su responsabilidad. En resumen, es una bomba a punto de estallar y que finalmente explotó. Tuvo un ACV. “Un hombre en apuros”, dirigida por Hervé Mimran, apunta a ser una comedia dramática, pero se queda en un producto insulso. Porque no provoca siquiera una sonrisa, y en los momentos que se aproximan al drama lo tratan con liviandad. Es decir, pasa de describir la vida intensa de un CEO empresarial de París a la de su recuperación física, el acercamiento a su hija universitaria y, por si fuese poco, buscar un nuevo trabajo ya que fue despedido al no considerarlo físicamente apto para la tarea que fue designado. El protagonista, luego del percance de salud, no quedó plenamente restablecido. La memoria y el lenguaje están afectados, para reeducarlos necesita de la terapista Jeanne (Leïla Bekhti) quien también tiene sus problemas personales, que inciden indirectamente en el desarrollo de la historia. El film tiene un ritmo vertiginoso, tanto como la personalidad de Alain. En todas las escenas pasan cosas que no dan respiro y, en casi todas, se encuentra él. Al atender tantas vertientes el objetivo del relato no es claro. No se sabe si lo que se quiere mostrar es la vida intensa de un hombre de negocios, el impedimento de reinsertarse laboralmente por problemas físicos, o restablecer y estrechar la relación con su hija y, de yapa, ayudar a su terapista. A su modo Alain cambió su vida, no porque quiso sino porque no tuvo más remedio, y esa transformación personal la podemos apreciar muchos más externamente y no desde su interior, que parece frío e imperturbable, como este film, que no logra conmover, emocionar o alegrarse, y, ni siquiera, identificarse con el personaje.
El ser humano busca y genera grupos de pertenencia afines a sus intereses. Algunos de ellos militan en partidos políticos, con la ilusión de hacer algo trascendente por la comunidad en la que viven. Los más extremistas, no se conforman con solucionar lo que creen que está mal por medio de la palabra, optan por armarse y combatir las injusticias. Dentro de esa idiosincrasia creció Aurora Sánchez, descendiente de familiares europeos con convicciones firmes y espíritu muy caliente. Ella nació en Francia, pero debió huir hacia la Argentina con sus padres. La protagonista de esta historia lleva la voz cantante durante el documental. Porque también sufrió pérdidas, heridas que no cierran. Su hermano Roberto fue asesinado, y su hijo Iván se encuentra desaparecido a manos del Ejército, porque ambos integraron un comando del Movimiento Todos por la Patria que intentó copar el Regimiento de la Tablada en 1989. Codirigida por “Gato” Martínez Cantó, Santiago Nacif Cabrera, Roberto Persano, la película narra los recuerdos y las vivencias actuales de una mujer que fue madre y hermana de dos hombres que se consideraban "revolucionarios", ese era su oficio, consideraban, para pelear contra las dictaduras y liberar a los pueblos. Por eso no sólo "trabajaron" en la Argentina, sino que también se alistaron para hacer lo mismo en Nicaragua. Los testimonios de otros familiares, amigos, etc. dan a conocer lo que hacían el tío y el sobrino, enarbolando una causa que ellos consideraban justa. Nadie los cuestiona ni recrimina nada. Junto a fotografías y filmaciones de noticieros, viajes a España, Nicaragua y Francia, redondean una producción para reivindicarlos. La narración marca el contexto histórico, ya sea con imágenes o con los relatos de Aurora y, en menor medida, de Maira, su hija, y hermana de Iván. La cámara sigue de cerca el periplo europeo y centroamericano que hicieron las mujeres como para cerrar la historia y cicatrizar la herida. La producción del documental es correcta, dentro de los parámetros normales de una estructura clásica. La emoción corre por cuenta de Aurora, y en menor medida de su hija, que, ante cada recuerdo profundo, lloran sin pudor. Pero los sentimientos encontrados quedan a cargo del espectador, De los que comulgan y se identifican con esta forma fantasiosa de hacer justicia, y los otros, ños que aceptan la de las leyes, abogados y jueces.
Dentro de un paisaje abrumador, con cerros de tierras muy secas, vientos fuertes, días calurosos y noches frías, se desarrolla esta pequeña historia en Catamarca, más precisamente en Fiambalá y sus alrededores. Allí aparece de la nada una mujer atractiva, con ropa elegante, cartera y sandalias de taco alto, atravesando a pie un terreno desértico que provoca el entierro de sus pies con cada pisada. Una voz en off, que se supone es de ella, narra un cuentito poético. Fran (Emilia Attías) camina y camina. No se sabe qué le pasa, ni de dónde viene. Está casi la mitad del film sin hablar, opta por permanecer en silencio. De vez en cuando se le aparece Not (Adriana Salonia), recriminándole su actitud. Parece ser una amiga, representante o la voz de su conciencia. Es extrovertida, llena de energía que la contrapone notoriamente con Fran. Gracias a este misterioso personaje nos vamos enterando que la protagonista es una actriz, se escapó de un set de filmación y hay mucha gente que la busca. Su misión es convencerla de que vuelva a su trabajo y la sigue a todas partes. El director Martín Jáuregui propone presentar un relato acerca de una mujer que sufre una crisis existencial, y mientras reflexiona qué hacer de su vida deambula por una zona del país muy poco amigable para la existencia humana. Ocasionalmente suena una música incidental instrumental lenta, que remite un poco a las canciones típicas de esa zona. En otros momentos se oye la voz en off de la actriz discutiendo con un hombre por la firma, o no, de un contrato. Todo eso ocurre mientras camina, se contacta con lugareños en un pueblo que la reconocen y como no tiene efectivo le regalan cosas La actuación de Emilia Attías es mucho más física que interpretativa. todo lo opuesto a la de Adriana Salonia. Ellas cumplieron con las directivas, mucho más no podían hacer. No hay puntos de giro en la narración, y si los hay no son lo suficientemente evidentes como para que la protagonista haga algo distinto durante toda la historia. Si lo que el realizador pretendía era representar a una mujer conflictuada e introspectiva, no lo pudo lograr. La profundidad necesaria para describir el problema la solucionó con inocuas voces en off y no en acciones o diálogos serios. Se decidió a navegar en aguas traicioneras y, lamentablemente, cayó en la trampa
Profunda y dolorosa mirada a la droga y sus consecuencias El flagelo de la droga ataca a todos los estratos sociales, sin pedir permiso. La adicción no se puede controlar sin ayuda, y eso es algo que no acepta Hilario (Nicolás Mateo), un joven fumador de paco que vive en la calle, pese a que proviene de una familia de clase media, porque está dominado por la enfermedad y prefiere escaparse de los institutos en los que fue internado, antes que curarse. Con esta dura realidad tiene que lidiar Brisa (Mónica Galán), una afamada actriz que está rodando una película, cuando sus problemas personales le dan un resquicio. Inés de Oliveira Cézar dirigió una historia ideada por Mónica Galán (16 de octubre de 1950 – 15 de enero de 2019), quien la protagonizó, siendo su última labor actoral. Realizada en un crudo blanco y negro, con un ritmo lento para realzar la gravedad del asunto donde una tenue, pero contundente melodía, que proviene de un piano, suena sólo un par de ocasiones para crear una atmósfera seca y opresiva, tan necesaria para tratar un tema muy cruel, dramático, y de compleja resolución. A Brisa le toca estar presente en dos ámbitos tan lejanos como son su casa, a la que Hilario va de vez en cuando y roba lo que tiene a mano, y el set de filmación que oxigena un poco la historia y también su vida personal, aunque en ese lugar se desarrollan otros problemas, pero quienes tienen que ocuparse de ellos son el director y su equipo de producción. La protagonista está sola para enfrentar la situación. Se separó del padre de su hijo hace quince años. El ex marido, interpretado por Gabriel Corrado, intenta ayudarla sin muchas ganas, pues ya está resignado al destino del muchacho. El drama narrado es muy profundo y doloroso. Madre e hijo sufren hondamente por la situación, aunque de manera diferente: Hilario es autodestructivo y librado a su suerte, Brisa está agotada y agobiada, pero eso no le impide seguir intentando, por enésima vez, rescatar de las penumbras a su único hijo. Las actuaciones de ambos son muy convincentes y creíbles. El resto del elenco, con participación de reconocidos y populares intérpretes, secundan, en mayor o menor medida, la titánica lucha diaria de Brisa con las malas actitudes de su hijo, perdido por su adicción a las drogas sin desear recuperarse, aunque se lo supliquen.
La Sudamérica convulsionada de los años `70 fue infestada por dictaduras militares apañadas por los EE.UU. El caos, las persecuciones, desapariciones y asesinatos estaban a la orden del día, y dentro de ese ambiente de terror se encontraba Chile que terminó cayendo en la trampa generada por la clase burguesa y militar que no toleraba ser gobernada por un presidente socialista. Éste documental italiano dirigido por Nanni Moretti, recuerda esos tiempos convulsionados en el país trasandino. Allí, la dictadura de Pinochet tomó el poder en 1973 y los que tenían ideas de izquierda fueron su blanco favorito. La película refleja una situación particular que ocurría en la capital chilena. Muchos de los perseguidos lograban colarse a la embajada de Italia y conseguían refugio hasta que los llevaban al país europeo, donde los aceptaban y le daban trabajo. Con una narración clásica, el director obtuvo muchos testimonios de los que sobrevivieron al régimen de Pinochet, y unos pocos también, del lado militar. Algunos, volvieron a vivir a su país cuando regresó la democracia, y otros se quedaron en Italia. La calidad técnica es impecable. Nos sitúa en el comienzo mismo del germen que impulsó la revolución militar. Allí vemos al pueblo entusiasmado con la asunción de Allende, y el clima hostil que se fue generando día tras día. El desarrollo es cronológico. Ante cada explicación histórica del país, o declaración de las personas damnificadas, le siguen los archivos fílmicos que le da un mayor valor al relato. Todo esto sirve para comprender mucho mejor la situación. Nanni Moretti va a fondo. No tiene pruritos en confrontar con quién crea necesario. Maneja los climas adecuadamente. Son pocos los que llegan a emocionarse, la mayoría recuerda esas situaciones de sufrimiento con un buen semblante. La película cumple perfectamente con la intención del realizador de popularizar un hecho dramático que afectó en mayor o menor medida a los países de la región.
El período que le tocó gobernar a "Isabelita" no fue un lecho de rosas. El tercer gobierno de Perón estuvo marcado a fuego por ciertos grupos radicalizados que, empleando la violencia y armas de fuego, pretendía torcer el destino del país. Ni el General, ni su esposa pudieron con ellos. Los Montoneros y el E.R.P se oponían al gobierno y sus prácticas estaban fuera de la ley. Las de La triple A, también. Ambos bandos eran enemigos y actuaban en consecuencia. Dentro de este contexto convulsionado se generó un caldo de cultivo muy espeso que propició el golpe militar de 1976. Con un clima de ebullición política permanente había muchas personas que, idealizando la revolución cubana, quisieron hacer algo similar y comenzaron a militar en diferentes agrupaciones peronistas. Este documental hace referencia a un hecho ocurrido en el partido de Lomas de Zamora durante 1975, en el que secuestran, torturan, asesinan y dinamitan a ocho militantes perseguidos luego de una protesta en la avenida Pasco, localidad bonaerense de Temperley. La Masacre de Pasco fue silenciada por años. Pero, gracias al trabajo de Patricia Miriam Rodríguez, que publicó un libro al respecto, se hizo esta película que la dirigió Martín Sabio. Aquí, con una buena idea de otorgarles el poder para que hagan la investigación sobre los crímenes a un grupo de alumnos de un colegio vecino, se conoce la historia. Pero el alumnado no está sólo en esta misión, sino que cuenta para este menester con las directivas de la profesora Gabriela Caputi, donde consigue guiarlos, estimularlos e inspirarlos para que salgan a la calle y averigüen sobre lo sucedido hace más de 40 años. Durante el desarrollo del proyecto escolar, la cámara sigue a todos lados a los estudiantes. Logran recabar un sinnúmero de testimonios de personas que fueron víctimas del Terrorismo de Estado, como así también de testigos del barrio, familiares, amigos y asimismo de integrantes de los Montoneros que, como es su costumbre, no muestran signos de arrepentimiento, sino que se consideran héroes y exhiben su orgullo de haber estado armados realizando actividades ilícitas, siendo civiles. Además de las declaraciones, se sustenta la crónica con fotos de la época, y un dibujante que ilustra cada hecho con tinta negra sobre una hoja blanca Técnicamente es un documental clásico. Con un par de melodías que suenan en los momentos que el director considera oportuno para resaltar el dramatismo que trasciende la pantalla. La única mancha es la disparidad de planos sonoros que dificulta y en algunas ocasiones, mucho, la audición de los relatos. Una historia más de las tragedias argentinas, en la que cada vez que se descubre algo turbio, cuando se lo aprieta, sale pus. Que no puede sanarse, pero genera un cierto alivio cuando se esclarece.
El sacrificio personal que hace un matrimonio joven y pobre para progresar es lo que sintetiza la realización de Hernán Fernández. Estas pocas palabras alcanzan para describir el proceso habitual que transitan las personas impedidas económicamente de acceder a una vida digna. Con una puesta de escena austera, mínimos recursos técnicos, escenográficos, de vestuario, etc., tan necesarios para introducirnos en un ambiente humilde de un pueblito correntino, transcurre la historia de Sonia (Sonia Ortíz), que está embarazada, vive en una casita de madera sin agua corriente y quedó sola, ya que su marido tuvo que ir a trabajar a Buenos Aires. Sus días son rutinarios. Hace los quehaceres domésticos, controles médicos, lecturas de la biblia con otras chicas y viajes en una camioneta de la suegra. De vez en cuando, en un momento pactado de antemano, va a un almacén que tiene un teléfono semipúblico, para esperar el llamado de Elías (Elías Aguirre), su marido. La distancia la acortan de ese modo y con alguna carta, también. En la película que nos muestra en carne viva como escasea todo, sobra la paciencia. La procesión va por dentro. Es tan evidente que casi no hay diálogos, las palabras huelgan. Los silencios abruman. El sonido ambiente predomina, ya que no hay música. El relato es pesado, muy lento, no hay ni un mínimo espacio para el relax y la diversión. El director pone en pantalla prolongadas tomas con una mínima acción. Y, si lo considera necesario filma con cámara fija planos generales largos, para abrumarnos aún más y conseguir una empatía con la protagonista, qué, cómo todos los del elenco, no son actores, pero sus papeles lo interpretan con coherencia y seriedad. Los kilómetros de distancia provocan sufrimiento, junto a la pobreza, pero ellos están seguros de ir por el camino correcto. Un áspero y tortuoso recorrido que, finalmente, haya valido la pena.
Una madre se ocupa y preocupa por sus hijos. Pero una madre judía también se desvive por ellos con total abnegación, a tal punto de controlarlos, agobiarlos, generarles culpa y sufrir por ellos. Es la típica idishe mame. Sobre este estereotipo está construida la película, en tono de comedia, protagonizada por Dina (Betiana Blum). Ella encarna el prototipo clásico contado a lo largo de la historia humana. Pero, en esta ocasión es llevada al extremo máximo para que provoque risa, alguna reflexión y compadecimiento con los tres hijos. Ellos no la soportan y hace años que se fueron a vivir a otros países, lo más lejos posible, siendo y haciendo lo que quisieron ser y no les permitían. Roxana (Soledad García), David (Alan Sabbagh) y Diego/Dolores (Lucas Ferraro) son los hijos o víctimas de la personalidad de Dina. Para ella, los chicos son perfectos y exitosos, los llama todos los días vía Skype, desea que vengan a visitarla, pero no lo logra. Tampoco Dina puede ir, porque teme, o, mejor dicho, le tiene pánico a viajar en avión. Ese inconveniente intenta solucionarlo de una manera poco ortodoxa y macabra a la vez, hacerse pasar por muerta. Néstor Sánchez Sotelo dirige a un multiestelar elenco de comediantes, donde se encuentran las amigas de Dina, su hermana, un pretendiente y la mucama. Todos aceptan el plan siniestro y delirante de la protagonista. Ella no es querible, pero si insistente. Tiene un gran poder de convencimiento y el único modo de decirle que no, es escaparse como hicieron sus hijos. O, más bien, esconderse de la mirada inquisidora para poder ser ellos mismos, sin darle explicaciones. El film tiene mucho ritmo. En cada escena sucede algo que justifica a la anterior, musicalizada con canciones tradicionales judaicas. Diana exagera en todo, sus ideas, padecimientos, gestos ampulosos, etc., un papel que le calza justo a Betiana Blum. En lo que desentona el relato es justamente en el tono, falta la chispa necesaria para provocar carcajadas. Tiende a ser una clásica comedia costumbrista argentina realizada fuera de época, por lo que resulta anticuada en estos tiempos, lamentablemente.