El director Joaquín Maito, asumió un compromiso muy problemático de llevar a cabo con éxito, como es el hecho de intentar transmitir sensaciones y crear atmósferas a partir de imágenes, generalmente bien captadas, con un criterio artístico y fotográfico de ensueño, pero sin una historia que resulte comprensible y atrapante para el público en general, sino todo lo contrario, direccionado para un círculo cerrado con pensamientos afines. Porque no hay diálogos, nadie brinda testimonios o explicaciones. Ninguna persona oficia como conductor. Simplemente, hay que aceptar el relato, así como lo vemos y nada más. Es difícil de analizar ñesta producción filmada en Tierra del Fuego (Argentina), España y Japón, cuando lo que podemos ver es una sucesión de imágenes y sonidos post producidos, qué, en ciertos casos, llegan a exasperar los nervios de tan agudos y prolongados que son. Lo que le interesa retratar al realizador son los gatos sin dueño que deambulan por la ciudad del sur argentino, y de otros países también. Junto a las antenas transmisoras o receptoras de los medios de comunicación que transmiten ruidos a veces imperceptibles al oído humano y, en otras, bien audibles y molestas. También a los perros, generalmente enjaulados o con dueños, intercalados con visitas a cementerios, planos generales de sectores de una ciudad, playas, o del campo.Visualmente, en varios momentos, superpone imágenes, mezclando la fauna marítima con las de la tierra. No tiene momentos emotivos ni informativos. Tampoco una trama esclarecedora. Es una lástima que todo lo logrado visualmente no sea igualado con la historia y termine en la intrascendencia.
Un padre que se encuentra desesperado porque su hijo está enfermo y a punto de morir, lo más probable es que haga locuras y Jorge (Fernando Arze) no es la excepción dentro de esta historia creada y desarrollada en un país con escasa tradición cinematográfica como es Bolivia. El director Gory Patiño, inspirado en hechos que ocurren realmente, filmó una película donde los malos predominan la escena diaria. y estar al margen de la ley es lo habitual. En ese submundo marginal vive Cacho (Cristian Mercado), el único amigo del protagonista, que, ante la necesidad de conseguir dinero. le encarga un trabajito con buen rédito, que le entregue algún individuo a un grupo mafioso, lo que se conoce como tráfico de personas. Arrinconado por las circunstancias Jorge acepta sin medir las consecuencias y, para cuando se arrepienta. va a ser demasiado tarde. Aquí, todos hacen lo que pueden para sobrevivir. Jorge es chofer de un minibús alquilado y tiene un pasado glorioso como arquero de fútbol, por eso el sobrenombre “Muralla”, pero la plata no le alcanza para la operación de su hijo, que termina muriendo. La decadencia, depresión y el estado de abandono personal están muy bien representado por el ex deportista, pero describen demasiado el espiral descendente que transita, por lo que se hace excesivamente extenso y redundante, de tal modo que cuando le toca convertirse en héroe el relato está sumamente avanzado. Con una música instrumental de fondo, que sólo sirve para rellenar un hueco porque no le aporta gran cosa, y una disparidad de situaciones que confunden al espectador, se compensa con el criterio artístico de la utilización de la cámara que cuenta con ángulos poco utilizados dentro de la llamada “industria cinematográfica”, y le aportan originalidad para tratar un tema espinoso donde al ser humano capturado se lo llama “bulto” y que se los trafica si son mujeres jóvenes,. y si son varones son sometidos a experimentos por Nico (Pablo Echarri), un médico al que le atrae mucho más el dinero que la vida humana. Planteadas así las circunstancias, en el que impera la ley del más fuerte, y que tiene los mejores contactos con el poder, no queda otra que reflexionar cómo todo se vuelve en contra y el que mal anda, mal acaba.
Las injusticias que hay en este país son múltiples y evidentes. Provocan bronca, indignación e impotencia. Como la que tiene desde hace diez años Vanesa Orieta, la hermana del adolescente asesinado y desaparecido Luciano Arruga en enero de 2009 por la policía bonaerense. Ella movió cielo y tierra para encontrar su cuerpo, en una lucha titánica y desigual entre una chica pobre del conurbano que se enfrentó sin miedo y con decisión, a una corporación política y armada que se dedicó a colocarle trabas e impedimentos para que el caso no avance en la justicia. Finalmente, en 2014. sus restos fueron hallados como NN en el cementerio de la Chacarita. Este documental codirigido por Ana Fraile y Lucas Scavino recorre los caminos que lograron llevar a juicio a un policía, pero aun así, no consideran que el caso esté cerrado. La cámara está ahí, es testigo de cada charla, recuerdo, movilización, declaraciones en el juzgado, etc. involucrando al espectador de tal modo que genera una empatía inmediata con Vanesa, que pese a ser de origen humilde, habla muy bien, tanto en privado como en público. Sabe expresarse con claridad y convicción. Esta cualidad, seguramente le ha ayudado y mucho, para que el asesinato de su hermano no quede en el olvido Para darle más valor al relato los directores cuentan con archivos fotográficos y televisivos varios, como así también, de familiares y amigos que colaboraron explicando cómo sucedieron los hechos, tanto de palabra como en un plano didáctico hecho a mano. También desde un vehículo mostraron el barrio, de día y, principalmente de noche, para situarnos mejor cuál fue la zona en la que paraba Luciano y en qué lugar lo hostigaban. La película no tiene una gran producción, pero si una buena calidad de imagen y sonido. No suena ninguna canción, no la necesita, porque, de por sí, la narración es cruda y dramática en toda su extensión como para resaltarla con algún sonido extra. El film está compaginado de tal modo que tiene un buen ritmo y no aburre. Porque la que lleva la voz cantante, pese a estar siempre en inferioridad de condiciones, demostró a los demás, no importa quienes son, y se demostró a sí misma, que con una gran coraje y perseverancia, aunque sea muy difícil, se puede cambiar aunque sea un poco, la historia de siempre, eso significa la del poderoso que le gusta ejercer su poder, mucho más por las malas que por las buenas.
En los últimos tiempos se crearon varias series y películas cuya temática abordada es el narcotráfico en narraciones desde distintas posiciones. En “Pájaros de verano”, una coproducción de varios países americanos y europeos, el tema es el mismo, pero con la diferencia de que la historia está basada en la realidad, devela el germen mismo y los inicios del narcotráfico a gran escala, especialmente de la exportación ilegal de la marihuana. Como una suerte de precuela Cristina Gallego y Ciro Guerra nos traen una ficción sobre los comienzos del comercio de la droga. Ocurre entre los años ´’60 y ´’80, mucho antes de que irrumpa en el “mercado” Pablo Escobar. La historia transcurre en Colombia, en un territorio donde no hay nada y es manejado por uno de los tantos pueblos originarios que hay en ese país. Tal es así que los intérpretes hablan con su dialéctico y, de vez en cuando, en español. Ellos viven en pequeñas comunidades y sus viviendas son tolderías. Les rezan a sus dioses, son creyentes y los sueños nocturnos son importantes porque los interpretan y le auguran el futuro. Al principio, Rapayet (José Acosta) cuando entra a la familia comandada por Úrsula (Carmiña Martínez), tras casarse con su hija Zaida (Natalia Reyes), incursiona de un modo muy amateur y en algún punto, ingenuo, junto a su amigo Moisés (Jhon Narváez) dentro del mundo del tráfico de materia prima para la producción de estupefacientes. Porque ellos estuvieron en el lugar justo y en el momento indicado, cuando en los EE.UU. se pregonaba el amor y la paz, pero se necesitaba de alguna sustancia extra para experimentar el cambio. Las escenas transcurren con parsimonia, como son los personajes. Y nos permiten observar cómo conservan las tradiciones culturales ancestrales No hay apuros, todo se conversa. Para eso tienen intermediarios que saben hablar y convenir con la otra parte. Pero la gran demanda, impensada para ellos, que siempre trabajaron del menudeo, les complicó la vida, en lo económico, familiar y “laboral”. Tal es así que todo se desmadró. No sólo lo que estaban contando hasta aquí, con una muy interesante descripción de lo que podía suceder en esos tiempos, con esa gente y en una zona donde el Estado no interviene, sino que, luego, al ejemplificar como las lealtades, el honor, y las traiciones se dirimen a los tiros, a pura venganza, lo que consiguieron fue desvirtuar el objetivo primario de la película.
Carlos Bianchi protagoniza éste documental, pero no es el afamado y exitoso director técnico de fútbol, sino un homónimo anónimo pero, por su historia de vida, también es exitoso en lo suyo. Pese a ser la cara más visible de la narración, hay otras personas que intervienen también, que hacen y pasan por lo mismo que Carlos. Sirve, y mucho. para dar a conocer y popularizar una situación y actividad laboral, que, si uno no está vinculado al tema, no se sabe que existe. Porque el film registrado entre 2014 y 2017, dirigido por Juan Manuel Repetto, se detiene a contarnos como un grupo de personas trabaja en el Instituto Nacional de Tecnología Industrial, en el sector de lácteos, para detectar sabores y olores, como si fuesen unos catadores, cuya utilidad se toma en cuenta para la elaboración posterior de estos alimentos. Pero lo curioso y atractivo es que quienes trabajan allí son ciegos o disminuidos visuales. Desde hace muchos años funciona este servicio de integración comunitaria, donde ellos pasan por un proceso selectivo para poder pertenecer al plantel permanente y tener un sueldo digno El protagonista es un referente dentro de los llamados "panelistas", por su antigüedad y capacidad, pero lo que sobresale de esta realización es su historia personal de lucha y superación, porque se casó y tuvo hijos,viven en condiciones no del todo buenas, dentro del Instituto Román Rosell, que fue un centro muy importante de rehabilitación de no videntes, en San Isidro, pero actualmente es preso del abandono por parte de la dependencia gubernamental a la que pertenece la administración del sitio, y las personas que se alojan allí lo hacen para que el inmueble esté ocupado y no lo vendan. El director le da un sentido estético y narrativo a la película de tal modo que la valoriza como en ciertos momentos pese a no estar musicalizada, salvo al final, en la que se asemeja mucho más a una ficción que a un clásico documental. Es cierto que cuando lo considera útil, para acercarse y conocer más a los integrantes del personal hablan a cámara y cuentan sus vivencias, pero en los momentos que se registran las imágenes dentro del pasillo donde están los boxes con los panelistas trabajando, parece de ciencia ficción. Juan Manuel Repetto encontró a una persona singular que no se dio por vencida, y a un lugar de trabajo que los prefiere a ellos porque tienen una mayor sensibilidad en los sentidos del olfato y el gusto. De ese modo, tienen un lugar de cobijo, aceptación y, fundamentalmente, de respeto, como el que Carlos Bianchi se lo ganó por perseverancia y alejado de las luces de la fama.
La afamada directora francesa Agnès Varda, fallecida en marzo, próxima a cumplir los 91 años, decidió realizar un último trabajo pese a su enfermedad, un documental en el que pudiera contar sus experiencias y el modo de filmar que tuvo en su carrera. Una película que ella misma dirigió y compaginó con pasión, la misma que puede apreciarse en una charla magistral que dio en un teatro a sala llena, cuyos concurrentes fueron estudiantes de cine y gente especializada en el séptimo arte. Como una suerte de legado hecho a conciencia, nos deja fragmentos de sus obras en la que explica de qué manera las creó y fue modelando en el lugar de filmación, porque muchas veces se guió por su intuición y sensibilidad al improvisar alguna escena o acción, tanto dentro de un escenario ficticio como en locaciones reales.. La charla dentro del teatro se da con algunos invitados, y también sale a exteriores para recorrer escenarios utilizados en algún film en el que recuerda, sola o acompañada por algún artista, cómo logró rodar unas tomas o pudo potenciar al máximo las actuaciones de los intérpretes. Siempre con un tono cordial, de buen semblante y amena, narra las vivencias en algunas de sus emblemáticas producciones. Pero, con la pretensión de abarcar gran parte de su larga carrera, llega un momento en que se nota la duración del documental y el interés va disminuyendo. A lo mejor porque apuntó a ser más didáctica que emotiva, la narración se torna fría y distante, por lo que no consigue llegar a tener una empatía con el espectador, a menos que uno sea un fanático de la directora. Así como en su larga vida nos dejó muchísimas películas para recordarla, con esta obra póstuma nos transmite una lección de perseverancia y conducta como bastión y motor para sobreponerse a las adversidades económicas que le dificultaron filmar, o el abrirse paso en un territorio ocupado por hombres y ganarse el respeto de ellos, para hacer lo que siempre quiso hacer desde joven: abrazar al arte en todas sus formas
Los descendientes de tribus indígenas aunque con el paso del tiempo y de las generaciones se adaptaron a la vida ciudadana, haciendo trabajos acordes a lo requerido en las grandes urbes, tienen un llamado de la sangre que deben responder, y eso es el respeto de los ritos y tradiciones inculcados por sus ancestros. Ese es el mensaje que recibió un día Magalí (Eva Bianco), una enfermera jujeña que ejerce en Buenos Aires, para que vuelva con urgencia a su pueblo porque falleció su madre. En la Capital vive sola en una pensión, acompañada por un perro, y aquí, haciendo una analogía con su vida familiar, en el guión está perfectamente trazada la personalidad de esta mujer, porque como no tiene con quién dejar a la mascota la abandona en una plaza, como hizo con su hijo, al que dejó al cuidado de su madre. Ambas situaciones definen a la protagonista como una mujer dura y expeditiva que aparta los sentimientos para poder cumplir con sus obligaciones y necesidad. Juan Pablo Di Bitonto narra una historia austera desde la producción, pero muy profunda desde lo sentimental sin para ello apela a los golpes bajos, sólo le interesa mostrar la transformación de Magalí en pocos días al tener que hacerse cargo de su hijo Félix (Cristian Nieva) y volver a vivir como cuando era joven, dentro de una casa de adobe, sacar agua del pozo, y cocinar en una olla pues no hay cocina. Con un ritmo pausado transcurre el relato. Los diálogos son escuetos y economizadas las acciones. Sin música, sólo es audible el sonido ambiente, y gracias al paisaje que rodea a Susques se desta ca una excelente fotografía, especialmente la nocturna. Pero, el volver a adaptarse para realizar antiguas actividades que eran cosa del pasado no es lo problemático, sino el hecho de haber sido designada para oficiar una ceremonia tradicional en las alturas de un cerro con el objetivo de alejar a un puma que merodea el lugar y se dedica a matar las llamas que los pobladores crían. Ese es su gran dilema, si ignorar la situación y volverse con su hijo a Buenos Aires o declinar su actitud frente a las presiones de los vecinos y hacer lo que todos los que la conocen esperan de ella.
En esta nueva película de Sebastián de Caro, siempre enarbolando la idea de contar una historia a través del humor absurdo, coloca su particular visión sobre una fiesta de casamiento, tantas veces tratada por la cinematografía internacional en los últimos años, con sus contratiempos, dudas, y problemas de último momento, etc., pero aquí, está ubicada desde el punto de vista de una wedding planner, pero no de cualquiera, sino de Claudia, quien fue designada para esta tarea supliendo a otra chica, que estaba planificando esta boda desde hace un tiempo, pero que, lamentablemente, se enfermó. La perfección, la eficiencia y la exigencia, tanto para los demás como para uno mismo, está encarnada en la figura de Claudia (Dolores Fonzi), empleada de una empresa dedicada a organizar eventos de distinto tipo. Pueden ser recitales, velorios o casamientos. La obsesión por los detalles, son su mayor virtud dentro de su ámbito laboral, aunque eso pueda traerle ciertos problemas con sus jefes o clientes. Ningún problema la saca de foco. Tiene la gran capacidad de estar segura de lo que quiere y, a raíz de ello, poder convencer a los otros de que todo va por los carriles normales. Su vestuario es impecable. Claudia viste, como sus compañeras, un traje azul, con gorro del mismo color, cuyo aspecto es parecido a la de una azafata. Con todas estas armas, tanto las de su aspecto exterior como las del trato humano, encara cada labor asignada. Relatada con un ritmo vertiginoso, la protagonista corre de un lado a otro y cuenta con la colaboración de Pere (Laura Paredes) como una obediente asistente. Ambas intentan lidiar con un imprevisto, Jimena (Paula Baldini), la novia, que previamente contrajo matrimonio en el registro civil, no quiere casarse por iglesia, pero no por problemas religiosos, sino que se arrepintió. Los diálogos y las escenas son geniales. Cada vez que alguno de los pintorescos personajes gesticula o habla seriamente provoca risa porque hay un trasfondo en la historia. Algo turbio pasa. Sólo un sector de los invitados sabe los motivos por el cual la novia no se quiere casar, mientras que el otro presiona para que dé el sí, pero la incógnita se mantiene a lo largo del film y la tensión aumenta. Las melodías que suenan en determinadas escenas ayudan a reforzar la idea de lo que estamos viendo. Estéticamente impecable, no sólo del vestuario, sino de los detalles organizativos de una fiesta, incluso de la locación conseguida para desarrollar la historia. Pero, luego de tanta expectativa generada, la resolución no está a la altura de lo narrado anteriormente, porque decae un poco y pierde la inercia de la fuerza arrolladora que tuvo a lo largo de del relato.
En un cóctel donde convergen creyentes, ateos y agnósticos florece un sentimiento tan propio del ser humano como es la pasión por algo o por alguien. A partir de esa premisa es que el director Eduardo Yedlin desarrolla una historia cuyo protagonista es Alberto Roitman, un antropólogo argentino que hace muchos años vive en Israel, y tiene la misión principal de ser el curador de los manuscritos de la Biblia más antiguos que se tienen registro. Fueron encontrados en 1947 en unas cavernas y se los conocen como “Los rollos del Mar Muerto”. Tamaño hallazgo permanecen en un museo llamado Santuario del Libro. El antropólogo oficia como conductor y guía del documental, porque vino a nuestro país y volvió a su pueblo natal, ubicado en la provincia de San Juan, junto con su hermano, para recorrer las veredas y el barrio de su infancia. Luego llega a Buenos Aires, visita el museo de Argentinos Juniors, club del que es hincha, y al que iba a ver a la cancha, para después partir a Brasil en el que da una charla y retorna a Israel donde transcurre la mayor parte del film. Técnicamente la cámara se dedica a seguir a Roitman hacia donde vaya. Él charla con otros especialistas en la historia bíblica, como así también, personas que la religión no les atrae y prefiere volcar la pasión en el fútbol. Podemos apreciar impactantes imágenes de Jerusalém y sus alrededores cargados de pasado, y adentrarnos en el museo donde están los famosos rollos. En innumerables ocasiones suena música judía y de otros orígenes, para animar la filmación. Pese a volver al sitio de su niñez y al barrio porteño de su juventud, junto a la lectura de una carta escrita por su padre, al protagonista no lo invade la emoción y, al parecer, ni siquiera la nostalgia. Es así, le apasiona su trabajo, para eso se preparó, aunque su objetivo no era estar en ese lugar, y mucho menos a la edad en que fue designado. Pero vive para ello, y es un hombre reconocido en el ámbito al que pertenece. Sino fuese por el valor simbólico de los escritos, el interés que provoca el relato decaería aún más, porque el concepto que se quiso transmitir no fue lo suficientemente claro como para juntar en una misma película a la creencia religiosa con la futbolística.
Violet (Elle Fanning) tiene una gran vocación y talento para desarrollarla, pero los impedimentos abundan. Todavía es menor de edad, estudia en el colegio secundario, vive con su madre María (Agnieszka Grochowska), en el interior de una isla del Reino Unido, en la que ayuda con las tareas diarias de una granja, pues su padre las abandonó cuando era chica. No están bien económicamente, y también debe trabajar de mesera y, por si fuese poco, María es respetuosa de la religión y esos preceptos se los inculca a su hija, de modo que los enfrentamientos diarios son habituales. El único lugar que tiene para sí misma la protagonista, donde se siente cómoda y puede hacer lo que más le gusta, es un bar con mesas y un escenario al que se sube alguna noche para cantar a unas pocas personas. Uno de los espectadores es Vlad (Zlatko Buric), quien fue en su país natal un importante cantor de ópera. Él está viejo, retirado, abandonado, y le gusta beber alcohol, pero se convertirá en su mentor y la alentará en el camino de perseguir su sueño, dentro de un concurso muy importante de canto y baile Max Minghella escribió y dirigió esta película con una temática abordada en innumerables ocasiones. Aquí lo importante es ver cómo y de qué manera se la cuenta para no repetirse ni copiarse. Y, pese a que redunda en cuestiones como ser que una chica pobre, circunspecta, sin contactos o influencias, con oposición familiar, puede lograr lo que se propone, el film se distingue por la compaginación, iluminación, arte y, por supuesto, mucha música, cuando las escenas lo ameritan son más o menos saturadas de color y sonido, que es el modo buscado por el director para manifestar y resaltar los estados de ánimo, conflictos, dudas, frustraciones, etc., que suceden dentro de un relato básico y convencional. La estructura del guión respeta las principales reglas narrativas tan necesarias en estos casos para que la historia avance hacia un final deseado. Dentro de todo, podríamos decir que Violet tuvo suerte en que los golpes de la vida le enseñaron a sobreponerse, como así también que alguien la descubra y sea su guía en muchos sentidos. Porque sólo con tener talento no alcanza, es necesario que den una oportunidad para poder demostrarlo. y ella la tuvo. A partir del concurso, el futuro la espera con las puertas abiertas.