En una semana con varios estrenos de documentales nacionales, coinciden dos con la misma temática. El desmembramiento familiar a causa de una guerra europea, en el que parte de esos integrantes deben huir y muchos optan como destino a la Argentina. Lucía Ruiz, con su ópera prima, nos introduce en su ámbito y nos permite que la acompañemos en la aventura de reamar frente a cámara un rompecabezas complejo, que es el árbol genealógico de la familia paterna. La misma directora, con la voz en off, le habla a su fallecido abuelo Pepe, quien vino a nuestro país cuando estalló la Guerra Civil Española. Esta modalidad narrativa actúa como el eje del relato y llevar un orden, porque entrevista a parientes, a su padre en varias ocasiones, viaja a Europa dos veces donde encuentra, reencuentra y conoce también a distintos familiares que se quedaron en el viejo mundo. El apoyo de su padre es fundamental para encarar esta travesía, lo mismo que tener guardadas viejas fotos y videos. Todos los elementos que descubre los vuelca en la película. Es su manera de darle una nueva vida y reordenar la estructura parental. Saber lo más posible de sus ancestros, directos e indirectos. Sacarse todas las dudas que tiene porque está ávida de recabar informaciones y, por qué no de algún chisme valioso también. El documental, pese a disponer de muchas piezas vivas y abundante material de archivo, no alcanza a sensibilizar y lograr una empatía con el espectador. Es muy descriptivo, la música no ayuda y la frialdad se percibe. Seguramente a Lucía Ruiz esta filmación la habrá movilizado sentimentalmente, pero el traspaso a la pantalla grande no resultó del mismo modo. Ella transitó un camino muy personal para saciar su necesidad de conocer y comprender mucho mejor como fue su pasado, para estar bien preparada para el futuro y que no la agarre desprevenida.
Se parece a una linyera, pero no lo es. O a una loca, pero no lo está. O son ambas cosas, pero lo disimula muy bien, para convertirse en un personaje pintoresco que habita en la ciudad de Buenos Aires. Eso y mucho más es Marta Buneta, una mujer septuagenaria que vive en la calle. Hace una suerte de espectáculos musicales, con danza, interpretaciones y canciones cantadas con playback, junto a dos chicas más jóvenes, Malena Moffatt y Carolina Gordon, en la vereda de una plaza, desde hace mucho tiempo. Ella no siempre fue así. En su juventud resultó ser una innovadora dentro del teatro de variedades al hacer un show de striptease, que incluía un desnudo total. También estuvo casada, tuvo una casa, viajó a otros países, hasta que un día un desbalanceo psicológico provocó un alejamiento de todos, y de todo, para transformarse en una marginal social. El documental codirigido por Malena Moffatt y Bruno López nos muestra las actividades diarias de las tres mujeres al aire libre, también la cámara las sigue hacia otros lugares, de vez en cuando le hacen una entrevista y, desde sus expresiones, nos podemos dar cuenta de que todas las ideas que tiene Marta en su cabeza no están muy bien ordenadas. Tiene divagues o reflexiones místicas que las dice seriamente, para convencer a su interlocutora. Los días pasan, pero la historia se repite. Frente a cámara la protagonista no explica por qué llegó a esa situación, ni tampoco se la preguntan. O, tal vez, Marta no quiere hacerla pública. Entonces, así planteado el film, sin una jugosa historia para contar se hace muy difícil de comprender cuál fue la necesidad de realizarlo. Porque de esta manera el relato no avanza, podrían perdurar las distintas imágenes que se van sucediendo, hasta el infinito. No es una indigente. Gracias a la recaudación a la gorra que hace todos los sábados, puede comprar lo que necesite. También sabe cuáles son sus derechos y figura en el padrón electoral. Ella se automarginó del sistema, no la apartó el Estado de su órbita. Se podría inferir que goza de una libertad absoluta, no le rinde cuentas a nadie, pero debe lidiar contra un ladronzuelo que le roba cuando está distraía haciendo su show. Amigo lector, si a usted le interesa observar estos personajes urbanos, donde la sociedad no le da su lugar, pero tampoco pasan desapercibidos por el ciudadano común, vaya al cine, pero si no es así, ni lo intente, porque se va a aburrir mucho.
Rigurosa búsqueda de una identidad presentada con calidez y ameno ritmo narrativo La necesidad interna de tener una identidad religiosa definida asaltó al hijo, que en ese entonces tenía trece años, de la directora Poli Martínez Kaplun y, con este argumento inicial, da rienda suelta a los deseos propios de recorrer su árbol genealógico poco explorado para saber el porqué de semejante inquietud del chico. La realizadora proviene de una familia europea muy particular qué, como tantas otras, vivieron del otro lado del océano Atlántico en los años previos y durante la Segunda Guerra Mundial, para culminar, gracias a la diáspora, siendo ciudadanos del mundo, pero de ningún lugar específico. Dejando de tener patria y religión. No por ser sus deseos, sino para poder salvarse del régimen nazi. Esta motivación espiritual del hijo de querer hacer su Bar Mitzvá, sin que nadie influya sobre él, ya que no tiene familiares que profesen la religión judía, pese a que los ancestros sí lo fueron, incentivó a su madre a indagar, investigar y hurgar en las aguas más profundas de sus orígenes. La trama del documental se basa en eso. Poli se coloca frente a cámara y entrevista a su madre y a sus dos tías, incluso una de ellas que vive en España. Mediante el relato de las tres hermanas, junto a fotos en blanco y negro que tienen cien años, o más, con el agregado de filmaciones caseras, cartas, documentos, etc., logra reconstruir un pasado ignorado por ella y, en parte, guardado en un rincón del alma por las mujeres nacidas en Europa. Ellas provienen de una familia judeo-alemana que debieron huir de las persecuciones. Y no sólo eso, también se hicieron conversos religiosos para poder sobrevivir. El film tiene un ritmo ameno que no aburre, y una musiquita agradable en ciertos pasajes que le da calidez a la narración. Porque a la directora le interesa contar y divulgar su propia historia con una uniformidad de criterio estético y fílmico, para que, de esa manera, apartarse bastante de otros documentales nacionales que encaran una tarea similar a ésta, sobre la de tratar vínculos familiares complicados, pero que terminan siendo unas aburridas obras de auto ayuda dejando afuera del tema a quienes sostienen todo esto, que son los espectadores. El relato es cronológico, desde los primeros nombres familiares hasta la actualidad. No sólo recurre a archivos sino que el equipo de filmación se traslada a Madrid y Berlín para obtener las pruebas en primera persona. Incluso llega a la casa que da nombre a la película, que tiene su otra historia, y sirve para cerrar el círculo familiar abierto durante décadas, como así también para saber quiénes son finalmente y que el periplo haya valido la pena.
Nick (Ben Miles) es un prestigioso abogado que nunca pensó que su mayor desafío profesional fuese la de defender legalmente a su madre de 87 años, acusada de entregar secretos nucleares al gran enemigo de entonces. Lo que parecía increíbl, o una gran confusión, no lo fue. Su dulce madre tiene un pasado oculto, dos caras pertenecientes a una misma moneda. Sólo sabía que había trabajado como física para el gobierno hasta su jubilación, pero eso fue la parte "oficial" de su vida, la otra, explotó en el año 2000. Trevor Nunn dirigió esta película basada en una historia real, cuyo comienzo se remonta a la época de la Segunda Guerra Mundial y lo que sucedía en esos tiempos en Inglaterra, donde una adolescente Joan (Sophie Cookson) estudia y se recibe de licenciada en física y comienza a trabajar en un laboratorio nuclear dependiente del gobierno británico. La producción de la bomba atómica es un hecho, y ella que se enamora de un joven comunista para seguirlo se involucra pasivamente en las actividades del comité. Cuando en el comienzo del nuevo siglo estalló el escándalo Joan (Judi Dench) es una pacífica anciana, pero su legajo la condena. Mientras la protagonista responde ante los investigadores que llevan adelante este curioso caso, porque ella supo ganarse un lugar de gran importancia dentro de un ámbito poblado por hombres. Allí fue respetada y considerada. Nunca se sospechó de ella porque la misión encargada fue realizada con eficiencia y sigilo. El relato va y viene en el tiempo. La mayor parte transcurre en el pasado para justificar los cargos presentados en el presente. Con una muy buena ambientación, detalles estéticos, una atmósfera inquietante, tanto por el tema político como por el erotismo que embarga a la joven pareja y el amor no correspondido, enmarcan a una historia atrapante desde el comienzo. El género de la película oscila entre el thriller y el melodrama, según sea necesario. El dinamismo, la música incidental y un sólido elenco sostienen eficazmente lo escrito en el guión redactado a partir de una novela literaria. Lo que hizo Joan no fue por dinero o por traicionar a su patria, sino por cuestiones humanitarias, es por ese motivo que entregó una importante información confidencial a los rusos, una acción imperdonable que se descubrió recién varias décadas más tarde. El caso podría haber prescripto, pero la memoria no.
Atreverse. Traspasar los límites impuestos desde el entorno social o por uno mismo. Aceptar los deseos como son realmente y no intentar torcerlos. Permitir que las pulsiones fluyan naturalmente. Aparentar frente a los demás o mostrarse como son, sin miedo o vergüenza. Esta es la base y el núcleo fundamental del conflicto que mantiene la atención a lo largo de una historia en la que predomina la atracción sexual por sobre el amor. Marco Berger elaboró una película con dos protagonistas qué, cuando se vieron por primera vez, nunca más pudieron esquivar sus miradas. Fue inevitable, pese a la negación inicial. Juan (Alfonso Barón) vive solo en una casa grande que heredó de sus abuelos. Allí se aloja un compañero de trabajo, Gabriel (Gastón Re), mientras espera que sus padres amplíen la propiedad para poder vivir allí con su pequeña hija Ornella (Malena Irusta), ya que él enviudó de muy joven y la nena está con los abuelos. Ellos tienen conductas heterosexuales. Reciben amigos, ven partidos de fútbol y películas, toman mucha cerveza, fuman y hablan de mujeres. Juan tiene una amante llamada Natalia (Melissa Falter), que lo visita asiduamente, y Gabriel también sale con una chica. Nada hace presumir lo que se oculta. Pero sucede. La resistencia de ambos cede frente a la pasión. Juan y Gabriel cuando están solos no tienen temores. Tampoco se arrepienten o lo toman como un error. Simplemente crearon un universo propio para vivir como quieren. No median las palabras, sólo los actos. El film está construido bajo la estructura de una narración clásica. El ritmo es lento, parsimonioso. También es demasiado extenso en su duración para lo que se cuenta. Está musicalizado en los momentos que el realizador considera importantes, brindándole una mayor calidez y profundidad dramática a las imágenes. Todos los personajes, incluso los de reparto, cumplen perfectamente con sus interpretaciones y ayudan a que la pareja protagónica se sienta contenida y cómoda. La fascinación, el encanto y las sutiles actitudes seductoras son muy fuertes. La muralla moral que los separa se desvanece cuando ceden a la tentación y se atreven a dar el primer paso, que no tiene vuelta atrás. Lo de ellos no lo toman como un problema puertas adentro, sino cómo un dilema de difícil solución, para poder seguir con la relación fuera del dormitorio.
Homenajear a un artista fallecido realizando una obra póstuma, es un arma de doble filo muy peligroso de manipular. Porque captar el espíritu, la sensibilidad, la mirada personal, etc., del personaje en cuestión es difícil de ser recreado por otro. Eso es lo que ocurre en esta película codirigida por Laura Amelia Guzmán, sobrina del homenajeado, oriunda de República Dominicana, e Israel Cárdenas, mexicano. Ambos recuerdan y dan a conocer al público a un director de cine muy reconocido en el Caribe que fue asesinado en el año 2000. Jean-Louis Jorge filmó algunas películas exóticas con bailes sensuales, asesinatos y vampiros. Fragmentos de esos films integran la trama, junto a fotografías, música caribeña, y también algún tango. Realizada en Santo Domingo dentro de un Lodge paradisíaco, se alojan allí quienes van a interpretar al equipo técnico y artístico que va a rodar un largometraje sobre un guión de 1980, que fue encontrado por una gran amiga de Jean Louis,-Vera (Geraldine Chaplin), que es actriz y directora. En ese sitio se va a reunir con gente que conoce hace años y confía en ellos. El relato recorre momentos de la producción, filmación, inconvenientes de toda índole, alternados con otros donde a Vera se la ve preocupada o desconcertada. Fantaseando con situaciones o recuerdos, que no queda muy en claro, si fueron reales o pura imaginación de la protagonista. Narrado con mucha calma, se percibe que la falta de dinámica es muy natural en esos territorios, donde el calor y la humedad convierten a las personas en más aplacadas y pacientes, alejados de los ritmos que se viven actualmente en las grandes ciudades. Filmar una película dentro de otra, se ha hecho varias veces, cubriendo prácticamente todos los géneros cinematográficos, pero en este caso, resulta indescifrable hacia donde quiso apuntar la dupla de realizadores, porque cuando no muestran la “cocina” de cómo se hace una película, se regodean mostrando imágenes de paisajes o de una persona bailando, en la que no logran plasmar en la pantalla los sueños y fantasmas que atormentan a Vera. Sólo queda claro, para comprenderlos un poco mejor, una frase que dijo ella al final: No sé si es la película que hubieses querido filmar, pero tómalo como un regalo. A buen entendedor, pocas palabras.
Impensado. Insólito. Increíble, pero cierto. Todos estos adjetivos y muchos más se pueden escribir para calificar una situación cuya responsabilidad absoluta es la del ser humano, y que ahora, no consigue resolverla, luego de intentar ejecutar diferentes alternativas reparadoras. Es por este motivo que el director Juan Dickinson viajó a Tierra del Fuego para filmar un caso que llama la atención. Porque sucede en un territorio muy atractivo para las industrias de producción ganadera, lanar y turística. El gobierno provincial y los ciudadanos tienen que padecer y luchar, casi en vano, no sólo contra los castores desde hace décadas, sino también, de un tiempo hasta hoy, contra otra plaga, la de los perros cimarrones que cazan y matan a las ovejas, más por entretenimiento que por hambre. Durante el documental vemos a varias personas que cuentan la problemática desde distintos ángulos. Hay veterinarios que se dedican a la castración gratuita. Estancieros que sufren los feroces embates de los canes. Médicos que se preocupan por la salud humana. Y proteccionistas que tienen refugios caninos, etc. Todos coinciden en que llegaron a un punto límite, porque pierden las producciones y, con ellas mucho dinero. El relato tiene una estructura clásica. La mayoría de los entrevistados actúan como "cabezas parlantes", otros permanecen de pie. A algunos, la cámara los sigue para mostrar sus actividades. Coronado todo con la voz en off del propio director, quien en varios pasajes acota una información extra. Además, cuenta con antiguas fotos para apoyar la historia de un territorio inhóspito durante el pasado. El relato tiene un ritmo que entretiene, es didáctico e informativo. La misión que adopta el director no es la de encontrar una solución al problema, sólo pretende dar a conocerlo públicamente. porque están inmersos en un brete generado por sus antepasados que, por el momento, no vislumbran una salida en la que estén todos de acuerdo. Lamentablemente quienes introdujeron a las mascotas en ese lugar, lo hicieron con buenas intenciones, pero todo se desmadró. Por eso, más que nunca, hay que decir: “cuidado con el perro”. Y no es broma, a juzgar por lo visto durante el documental.
Momentos cruciales, únicos. Meses de espera, estudio, preparación, pocas horas de sueño. Todo eso se va acumulando lentamente hasta que hace eclosión un día, el de dar un examen, parcial o final, en una universidad. Sobre esta temática angustiante para cada persona que decide estudiar, es que Eloísa Solaas plasmó la idea de filmar su ópera prima. Allí están los alumnos. Solos o acompañados repasando el temario. Los pasillos de cada facultad son un hervidero. Los nervios, dudas, ilusiones y frustraciones se pueden apreciar durante el documental. Lo mismo que el instante más temido, estar frente al docente que lo bombardeará de difíciles preguntas. La cámara de la directora nos hace partícipes y testigos de los exámenes orales que suceden en diversas universidades, incluso hasta la de música. Sólo de esto trata la película que tomó ciertos casos testigo a modo de ejemplo. Dentro de las aulas vemos quién sabe y está seguro de sí mismo. Los que dudan y salen a flote, o los que terminan hundidos. Quiénes tienen el temple de acero o los que les aparece la mente en blanco. Los aprobados o bochados, etc. La directora los deja ser. No los interroga, ni busca emociones. La única melodía que suena en un par de ocasiones es la del muchacho que toca música clásica en el piano, frente a la mesa examinadora. Todo lo demás, es sonido ambiente, directo. La narración es puramente objetiva, políticamente correcta. No es el propósito de ser tendencioso, sólo se exhibe lo que puede ver el ojo humano. No se utiliza material de archivo, ni siquiera una voz en off para que nos guíe un poco o permitirnos conocer cuáles fueron las intenciones o motivaciones de la directora en narrar de este modo, una situación que ocurre miles de veces al año.
Ella y Él: Reflexiones sobre la memoria y los sentimientos en un universo cerrado Los recuerdos que pueden tener una persona no siempre son fidedignos. El paso del tiempo también hace su trabajo y los modifican. Además, depende mucho de la mentalidad, el carácter y la personalidad de cada uno que suele distorsionar los hechos, fuesen buenos o malos, como para terminar creyendo que lo vivido en su momento resultó ser del modo que se acuerdan y no de la forma que sucedió realmente. Sobre la memoria y sentimientos vinculados al amor es que el director Valerio Mieli reflexiona con este largometraje coproducido entre Italia y Francia. Para contar la historia de un universo cerrado el realizador se vale de dos herramientas fundamentales, el flashback reiterado, compaginado con precisión para no cometer errores temporales, y el trabajo actoral de la pareja protagónica que vuelca toda la expresividad en la pantalla sin tapujos en pos de ser creíbles con sus actuaciones, donde lo que prevalece es la sensibilidad, el romanticismo, los climas y la intimidad, abordada con la máxima profundidad posible que se puede transmitir en un film. Sobre estos pilares se sostiene una historia de amor entre un hombre y una mujer que no tienen nombre, porque no es lo importante, son simplemente ella y él. Lei (Linda Caridi) y Lui (Luca Marinelli) un par de jóvenes que se conoce una noche en una isla y son tan distintos que se complementan. Él es melancólico y triste, pero no depresivo. Su memoria está poblada de fantasmas que empañaron su infancia. Ella es todo lo contrario, alegre, optimista, siempre feliz. Pero el idilio alguna vez tiene que terminar. El encantamiento inicial, molesta. El pasado de cada uno conspira contra el futuro de ambos. Los vaivenes emocionales son más fuertes que el amor. Mientras, de tanto en tanto, recorren con sus pensamientos, y también físicamente, los lugares y las acciones que les marcaron la vida. Durante el relato Valerio Mieli juega mucho con los planos sonoros. Del sonido ambiente y los diálogos pasa abruptamente al silencio absoluto, y luego retorna al estado anterior. Lo mismo hace con el foco, que no lo mantiene siempre, sino que le gusta mucho desenfocar a los personajes, asimismo utiliza la cámara en mano para estar muy cerca de los intérpretes. Estos detalles artísticos y técnicos completan el concepto estético y narrativo para poder llevar a cabo una obra que puede llegar a confundir por los viajes al pasado y el retorno al presente, los encuentros y desencuentros, pero que es fácilmente comprensible. Los que no entendieron del todo fueron Lei y Lui, que priorizaron sus intereses personales por sobre la pareja hasta que fue demasiado tarde para repararlo.
Reflejos en el tiempo de un héroe anónimo a través del relato ameno y cálido De vez en cuando alguien descubre, o encuentra, una historia interesante sobre alguna persona que se destacó por sobre la mediocridad general, sin proponérselo como un objetivo de vida. Simplemente sus acciones lo llevaron a eso, como para que su figura merezca ser analizada en profundidad y finalice su biografía en un libro o un film. Este es el caso por el cual Carlos Echeverría decidió realizar una película sobre la vida y obra de un hombre, de algún modo un héroe anónimo, que trabajó a destajo por el bienestar de la población que lo cobijó durante mucho tiempo. El personaje en cuestión se llamó Juan Carlos Espina, un médico bonaerense qué, en la década del ´40, decidió trasladarse a El Maitén, un pueblo de Chubut, para atender a la innumerable cantidad de pacientes que había abandonados a su suerte porque no existía la asistencia médica en esa zona. Pero, eso no fue todo. Dos décadas más tarde, se involucró activamente en política para, desde otro lugar, poder mejorar las condiciones sanitarias de los pobladores y, de yapa, reclamar la devolución de las tierras a sus habitantes originarios. El atractivo que tiene esta crónica es la manera en que está contada. El director diagramó una estructura típica de documental, con archivos de videos, fotos antiguas, diarios, documentos oficiales color sepia, testimonios varios, pero, además, para completar la idea trazada, en realidad sigue una línea ficcional qué si uno le presta la debida atención se dará cuenta de que no todo lo registrado visualmente es totalmente verídico. Especialmente quién lleva adelante la tarea de ser una suerte de extensión corpórea del realizador frente a la cámara. Nahue Espina (Mariana Bettanín), dice ser nieta del médico y el verosímil está instalado desde el comienzo. Ella vive en Camarones, un pueblo ubicado sobre la costa y su aventura es ir en tren hacia el sector cordillerano donde se encuentra El Maitén, para buscar y conocer cuáles fueron sus orígenes y quién fue su abuelo. En el ferrocarril conoce a Fernanda (Pilar Pérez), que en realidad es una historiadora, y juntas comparten un tramo del viaje en el que va explicando los problemas que hay desde hace más de un siglo con las tierras de esa provincia. Con un relato ameno, extenso en su duración, profundo y cálido, no sólo por el ritmo sosegado generado en la sala de compaginación, sino también por la manera de moverse y hablar, tanto en on como en off de la protagonista, sumado a una muy buena musicalización instrumental, que suena especialmente en los momentos de transición, hace que la narración tenga el tono justo para atrapar la atención del espectador desde el comienzo y entender una vez más la monumental y desigual lucha que se da en nuestro país contra los molinos de viento.