The Lodgers (Los Inquilinos), lo nuevo de Brian O´Malley (Let Us Prey) es dificil de reseñar contando lo necesario para lograr hilvanar una idea, pero sin pasarse de la raya y arruinarle el clima al espectador. Pero lo voy a intentar. Los gemelos Rachel (Charlotte Vega) y Edward (Bill Milner) viven en una enorme casa derruída, y las deudas los apremian. Quedan pocas joyas heredadas para vender y se niegan a desprenderse de la casa, pero la preocupación mayor es otra. Todas las noches deben encerrarse en sus habitaciones porque, hasta que amanece, la casa es propiedad de ciertos seres. Estos inquilinos, relacionados con el agua, atormentaron a sus antepasados y ahora los acosan a ellos. La historia se va desarrollando mediante algunos giros que, como dije antes, no vale la pena mencionar. Lo primero a destacar es el clima que genera. El ambiente rural casi en ruinas, la iluminación escasa que parece de velas y te envuelven en una historia lenta pero atrapante. Todo reforzado con una mezcla sonora que te pone la piel de gallina. Las actuaciones de los hermanos, por momentos estan llenas de una tensión que te invade. Cierta ambigüedad en su vinculo hace el resto, logrando por momentos incomodar. Nunca busca generar un sobresalto o un susto fácil, sino que apunta a perturbarte de modo más profundo. Lo logra con creces. Coquetea de tal manera con algunos tabúes que no sabes si apunta a eso o es tu idea. Algunos personajes secundarios que viven en la aldea cercana, como Sean (Eugene Simon, un joven veterano de guerra) o Kay (Roisin Murphy, la chica acosada por los bravucones del pueblo) acompañan una trama que no se desarrolla demasiado. Pero la escasez narrativa está lejos de ser un defecto. En un cine donde cada vez prima más lo explícito y lo obvio, una propuesta sugerente como Los inquilinos se despega del resto. Muy recomendable para ver en sala, sobre todo por los ambientes sonoros que logra.
¿A quién carajos se le ocurre hacer esta película? ¿Quién @#*%$ es papá? (Father Figures) supone el debut de Lawrence Sher, director de fotografìa de la trilogía The Hangover, War Dogs y The Dictator, entre otras. Si bien la película falla en casi todos sus aspectos y no podemos adosarle el cien por ciento de la responsabilidad, más sabiendo que el director pocas veces tiene control sobre el producto final, sobre todo siendo un debutante, no parece ser una carrera que querramos seguir de cerca. Claro que nos gustaría equivocarnos. Kyle (Owen Wilson) y Peter (Ed Helms) son dos hermanos que se enteran, en el casamiento de su madre Helen Baxter (Glenn Close), que su padre no está muerto como ella les había dicho y deciden emprender un viaje para conocer a Terry Bradshaw, el ex jugador de fútbol americano que se interpreta a si mismo, primer “sospechoso” de Helen de haberla embarazado. La promiscuidad y las múltiples parejas de la mujer en los años 70 hacen que no esté segura sobre quién es realmente el padre de sus gemelos, y esta duda es lo que, a duras penas, lleva adelante la trama. Tras descubrir que no son hijos de Bradshaw atraviesan los Estados Unidos para conocer, y descartar, a varios candidatos, entre ellos Ronald Hunt (J.K. Simmons) y Kevin O’ Callaghan (Jack McGee), hasta dar con su identidad, mucho más cerca de lo que creían. Partiendo de la base que es una comedia de entretenimiento a la que no se le debe pedir mucho, ya falla en dos cuestiones básicas: no hace reír ni entretiene. Repite casi de manera lineal la fórmula de “fulano puede ser nuestro padre, vamos a buscarlo, no era pero tenemos otro candidato” que aburre. Nunca suma dificultades, obstáculos, problemas a resolver. Solo surgen algunos malos entendidos que son tan arbitrarios que no funcionan ni siquiera como gags. Si bien tiene un elenco de primera línea y Wilson por lo general no falla, están todos desperdiciados. Ni siquiera Christopher Walken, que tiene una pequeña participación, se ve cómodo. Da la sensación que no sabían cómo eran sus personajes, que no sabían qué tenían que hacer, que no entendían qué escena estaban grabando. Y, encima de todo esto, Ed Helms. ¿A quién se le ocurrió instalarlo como actor de comedia? A duras penas no desentona en The Hangover, es aburrido como documental de lombrices en Vacation ¿Por qué siguen insistiendo en darle papeles principales? Renuncie, montonero Helms. Nada es rescatable en ¿Quién @#*%$ es papá? Nada. Ni siquiera es tan mala como para consumirla irónicamente. Si no nos creen, miren el poster.
Bautizada por el demonio Este 15 de marzo se estrena Luciferina, primera parte de lo que será la “trilogía de las vírgenes” que nos propone el realizador Gonzalo Calzada (Resurrección). Ya tuvimos posibilidad de verla y sin lugar a dudas la recomendamos. Natalia (Sofia del Tuffo) pasa sus días en un convento, hasta que es notificada de la muerte de su madre y decide volver a su casa. Allí se encuentra con su padre postrado y su hermana Ángela (Malena Sanchez), quien parece ser una estudiante aplicada de psicología y padece un vínculo violento con su novio Mauro (Francisco Donovan). Descubre, además, que el altillo donde reposa su padre está lleno de pinturas que hizo su madre antes de morir, en las que se replican temáticas relacionadas con el útero, la maternidad, la fertilidad femenina. Ángela le cuenta que, tras haberse hecho un aborto, irá con sus amigos a visitar un chamán para realizar una ingesta de ayahuasca. Sintiéndose ajena a la casa y a su propio padre, Natalia acompaña al grupo de jóvenes, al principio sin escuchar su propia necesidad de saber quién es, pero encontrando respuestas al final de la experiencia, que involucran demonios y posesiones. Uno de los hilos temáticos principales, y más interesantes, es el juego con la identidad. Natalia parece haber ingresado al convento sin estar convencida, solo para huir de cierta incomodidad en su hogar, motivación que le cuestiona su hermana. No parece tener vocación de servicio o entusiasmo por la fe religiosa, al contrario, se la ve desafiante y con pocas ganas de seguir reglas. Sabe lo que no quiere, pero no sabe lo que quiere. Los otros jóvenes del grupo, compañeros de la facultad de Ángela, parecen hacerse preguntas similares, sobre todo Abel (Pedro Merlo), quien incluso ha dejado la carrera y confía que la experiencia espiritual lo ayudará con ciertos problemas médicos. Tras el ritual, cuando la trama gira y comienzan a aparecer los demonios y las posesiones que todos esperábamos y el terror se hace más carnal, la pregunta por la identidad cobra otro sentido ¿No deben saber acaso aquellos que ejecutan los exorcismos, los nombres de los demonios para expulsarlos? Otro punto atractivo es cómo se construyen estas posesiones, que no se insertan en un marco religioso excluyente: la aparición de la ayahuasca y la noción de autoconocimiento tanto del alma como del cuerpo son fundamentales para que la acción llegue a buen puerto, la resolución no se ciñe sólo a oraciones y agua bendita. Toma algunos elementos clásicos del subgénero a la vez que incorpora todo un nuevo universo, haciendo que la intriga se vuelve atrapante y el espectador no pueda predecir con claridad cómo se resolverá. Mencionábamos antes la aparición de la sexualidad femenina y su relación con la maternidad en las pinturas de la madre, tópico que se extiende hasta el final y replica en diferentes niveles. Es evidente en el aborto que menciona Ángela o en la cruz que porta Natalia, que se asemeja más a un órgano reproductor femenino que a un crucifijo, y es más subliminal en las formas del techo del altillo donde reposa el padre, bajo y a dos aguas, generando la sensación que ese recinto es un enorme útero. Esta doble aparición de los temas (a nivel narrativo y reforzados en elementos visuales más simbólicos) muestra un diseño de producción digno de ser mencionado: no daba lo mismo que el padre esté recluido en ese altillo o en una habitación con enormes ventanales. La construcción sonora termina de reforzar los momentos más escalofriantes, en los cuales el manejo del cuerpo de los actores, sobre todo de Pedro Merlo, sostienen la tensión sobre todo en el tercer acto. Luciferina es una historia dentro subgénero de posesiones que introduce algunos elementos innovadores, reforzada por una intención temática, una buena mezcla de sonido y actuaciones verosímiles. Tanto por el sonido como por el manejo de la luz en determinadas secuencias, vale la pena verla en sala.
Es tiempo de amar Tonya Harding apareció en los Simpsons. Y si no la recuerdan, la serie la retrató con ropa de patinaje y una barra de hierro en sus manos. Allá por 1994, la patinadora profesional se vio envuelta en una polémica: Nancy Kerrigan, su principal competidora, fue golpeada en las rodillas repetidas veces con una barra de hierro por un hombre que huyó tras el ataque. Tonya, de origen humilde y entorno violento, resultaba beneficiada con la lesión, lo que la convirtió en sospechosa. Craig Gillespie tomó un guion de Steven Rogers y bajo el ala de una Margot Robbie productora y protagonista logró una película biográfica oscura que no abusa del dramatismo. La narración comienza mostrándonos una Tonya de cuatro años, que no es aceptada por la entrenadora de su ciudad por ser aún muy pequeña. Envalentonada por su madre LaVona Fay Golden (Allison Janney), deslumbra a la profesora, quien la acepta entre sus filas. Hasta aquí, todo parece indicar que estamos ante una historia típica de personajes de origen humilde con un talento excepcional que termina triunfando a pesar de todas las dificultades. Pero no. El entorno de Tonya, primero a través de su madre y luego de su marido Jeff Gillooly (Sebastian Stan) se vincula con ella a través de la violencia tanto psicológica como física. Tonya desarrolla una personalidad que pensaría que, como dice un meme que circula hace poco, “para qué resolver las cosas hablando si se pueden resolver a los tiros”. El contexto de ella se vuelve entonces, complejo. Porque si no fuera por el constante planteo de desafíos, no hubiera llegado tan lejos como llegó. Pero, con relaciones menos tóxicas, sin estar todo el tiempo angustiada, enojada y a punto de explotar todo el tiempo, hubiera llegado más lejos aún. El punto fuerte de la película es sin lugar a dudas el montaje. Dinámica, entretenida, hilvanando entrevistas a Tonya, Jeff y LaVona con flashbacks marca un ritmo que la acerca más a una comedia negra que a un drama profundo. La banda sonora, compuesta por temas de los 90, imprime una alegría y una energía que se suelen contraponer con el estado anímico de la patinadora. Y claro que por más que la película haga un muy buen uso de los recursos técnicos, si no hay buenas actuaciones no termina de funcionar. Margot Robbie está tan bien en el papel que incluso, en algunos momentos de cansancio y agotamiento, parece fea, demacrada, algo que uno pensaba que era imposible. Allison Janney acompaña en el mismo tono, lo que les ha valido a ambas múltiples nominaciones. Frente a Nancy Kerrigan, elegante, sonriente, con aspecto de princesa, la mayoría de los espectadores vamos a identificarnos con Tonya. Y, a pesar de su fuerza, su empuje y su capacidad para reinventarse, terminás la película sintiéndote derrotado. No es tu culpa como espectador: te educaron diciéndote que los buenos ganan. Pero…¿Tonya era buena? ¿Fue la víctima a pesar de ser señalada como una de las culpables? No olvidemos que en función del incidente su carrera quedó trunca, y Nancy siguió compitiendo.
Nada nos puede pasar El guion de Los olvidados, película dirigida por Nicolás y Luciano Onetti, fue el ganador del Primer Concurso de Cine de Género Fantástico organizado por el INCAA. Ya arrancaba su rodaje con un enorme voto de confianza. Un equipo documentalista, encabezado por el director que encarna Damian Dreizik, arriba a la localidad perdida de Epecuén, con intenciones de grabar una película sobre el desastre natural que dejó el pueblo bajo el agua allá por 1985. Pero se topan con un grupo de lugareños sádicos y desequilibrados, que terminan convirtiendo la empresa en una carnicería. Una combi Volkswagen, inadecuada para el hostil terreno epecuense, transporta al equipo de rodaje interpretado por Agustín Pardella, Victorio D´Alessandro, Paula Brasca y Paula Sartor, además del mencionado Dreizik. Los acompaña una lugareña exiliada tras el desastre, interpretada por Victoria Maurette. En una estación de servicio en medio de la nada se cruzan con una extraña familia, compuesta por Mirta Busnelli, Chucho Fernandez y Germán Baudino. Es el primer contacto que los extranjeros tienen con lugareños, y es tan hostil como como el paraje mismo. Este primer encontronazo es solamente la punta del iceberg y terminan sumándose a una larga lista de personas atraídas por la locación y luego masacradas. Los olvidados tiene varios puntos a destacar. En primer lugar la fotografía, de Facundo Nuble, premiada en el último Buenos Aires Rojo Sangre, que aprovecha las ruinas y las irregularidades del paisaje para pintarlo con colores y generar climas escalofriantes. Las actuaciones alcanzan un gran nivel, sobre todo Mirta Busnelli, que incluso ha sido distinguida en festivales: y es que es genial ver a una actriz que uno por lo general relaciona con la comedia componiendo a una mujer sucia y desalineada, terroríficamente fuera de sus cabales. Con La masacre de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, 1977) o Las colinas tienen ojos (The Hills Have Eyes, 1982) como principales referencias, la película de los Onetti logra fusionar el subgénero del slasher a la idiosincrasia argentina integrando tanto en la trama como en la dirección de arte elementos que son 100% locales: un banderín de Chicago en el espejo retrovisor de la camioneta, la aparición recurrente de las empanadas o algunos rasgos del carácter de los personajes hacen de la historia algo tan nuestro como el mate.
El peor de los miedos es el miedo a lo desconocido El cine de terror en Argentina está pasando por un excelente momento. Luciferina (Gonzalo Calzada), Aterrados (Demian Rugna) y Los olvidados (Hnos. Onetti), estrenos de este año, suben muchísimo la vara y demuestran al espectador que recuperar la confianza en el cine nacional de género es una buena elección. En este contexto, Necronomicón, de Marcelo Schapces, lamentablemente, se queda un paso atrás. La directora de la Biblioteca nacional, interpretada por Cecilia Rosetto, le encarga al bibliotecario Luis Abramovich (Diego Velazquez) que ingrese a un sector subterráneo del edificio, descubierto tras la caída de una pared, que se encuentra inundado, para relevar qué libros pueden rescatarse. A la vez que su hermana paralítica Judith (Maria Laura Cali) es poseída por una extraña entidad, se termina convirtiendo en el nuevo guardián del Necronomicon, un libro que, de caer en manos equivocadas, ocasionaría desastres quizás peores que el apocalipsis. Completan el abanico de personajes Victoria Maurette, quien le revela a Abramovich algunos secretos sobre el recién fallecido Dieter (un Federico Luppi reconstruido con CGI, por más loco que suene), anterior cuidador del libro, y Baxter, su librero amigo, que sabe más de lo que le dice, interpretado por Daniel Fanego. La principal característica de Abramovich es que está bastante perdido con la vida en general: repite de modo insistente que no entiende lo que le están diciendo. Esta desconexión de la realidad lo acercaría a una especie de antihéroe, pero la cualidad está tan subrayada que exaspera, asemejándolo más a una caricatura. Nosotros como espectadores nos identificamos con él por sentirnos de la misma manera en diferentes momentos: apariciones de personajes (de carne y hueso o en 3D), cambios de rumbo en los planes e incluso escenas de acción nos hacen perder el hilo conductor de la trama. Otro punto que nos distrae es la propuesta visual de VFX no realistas: maneja un código más de cine de nicho y no tanto de propuesta comercial. El problema con esta estética es que el espectador medio suele catalogarlos de “truchos” o “berretas” y es incluso capaz de abandonar la sala a mitad del visionado. El lector de Lovecraft va a saber encontrar algunas de sus criaturas y personajes típicos, enmarcados en un clima de ahogo general de una Buenos Aires oscura que soporta una tormenta hace ya varios días. Temáticamente las intenciones de la película son excelentes: es novedosa, atrevida, y se mete de lleno en el universo lovecraftiano con conocimiento de causa. Pero la forma, tanto a nivel guion como visual, atrasa un poco.
Un amor de verano Llámame por tu nombre (Call Me By Your Name) es la nueva película de Luca Guadagnino (Io sono l´amore), con guion de James Ivory basado en la novela homónima de André Aciman. Es una de las películas favoritas en estas temporadas de premios (le voló la peluca a todo el mundo el año pasado en la Berlinale y cosechó varias nominaciones) pero la verdad, a nosotros no nos terminó de convencer. Elio (Timothée Chalamet) es un adolescente de 17 años que pasa sus días estudiando música o leyendo en un pequeña villa italiana de paisajes paradisíacos. Su padre (Michael Stuhlbarg), un arqueólogo, recibe a Oliver (Armie Hammer), un estudiante de posgrado estadounidense, quien pasará el verano con ellos con el fin de documentarse para labores académicas. Esta llegada despierta algo en la pacifica vida de Elio: empieza a sentirse seducido por este extranjero, culto y atlético joven, que atrae las miradas de todos en el pueblo, aunque este, unos años mayor, de a ratos parezca despreciarlo o ignorarlo. Las acciones se desarrollan en planos largos, con pocos cortes, delegando todo el peso dramático en las actuaciones. La elección de poner a varios personajes en un mismo encuadre, y jugar con el foco, dejando incluso a veces borroso a quien está hablando, respalda la intención de transmitir un clima de confusión, de tensión, casi de promiscuidad que es lo que sostiene la primer mitad de la película. Sin lugar a dudas, los paisajes, algunos pintorescos y otros imponentes, dotan a la película de una identidad visual que la hace única y dotan al idilio de un marco paradisíaco, de ensueño. Posiblemente este elemento y “la escena del durazno” sean las dos cosas que más recordemos después de verla. Sobre la construcción de los personajes, Elio parece mucho más decidido y maduro que Oliver, a pesar que el contraste tanto en sus cuerpos como en su relación con el entorno sugiera a primera vista todo lo contrario. Por momentos incomoda la posibilidad el vínculo devenga en una relación tóxica por algunos “histeriqueos” de Oliver. El hecho que Elio parezca menor a 17, y Oliver mayor a los 24 que se supone que tiene, podría generar hipótesis o lecturas relacionadas con la pedofilia, porque la diferencia de edad parece mucho más grande. En lo personal, creo que esta lectura se ve invalidada por ser Elio quien presenta mayor madurez emocional de los dos. Aprovechando la línea temática que abre la arqueología, hay pequeñas menciones al mundo griego antiguo (donde sabemos que la homosexualidad y las relaciones entre tutores y discípulos eran frecuentes) pero es un esbozo muy sutil, sin gusto a nada, que no sabemos si es apenas una referencia dirigida al espectador que esté en tema o un punto que se dejó sin explorar. A pesar que esté ambientada en 1983, y que el entorno de Elio, enterado de la relación, lo apoye, la película se siente insulsa. A esta altura, por suerte, una historia de amor entre dos personas del mismo sexo no viene a romper ningún paradigma ni a ser novedosa solo por eso, sino que ya dejamos de fijarnos en el sexo de los protagonistas y nos centramos en lo que nos pueda generar el vínculo. Y la relación entre Elio y Oliver pasa sin pena ni gloria, como un primer amor frustrado. *Crítica de Ayelén Turzi
Escenas de la vida conyugal La nueva película de Hernan Guerschuny y Jazmín Stuart parte de una premisa que ya hemos visto: tres matrimonios pasando unos días de ocio en una casa de campo. Pero la personalidad de los personajes, los vínculos que establecen y el mensaje que subyace la convierten en una propuesta original e interesante. Leo (Fernán Mirás) y Andrea (Carla Peterson) son una pareja de arquitectos, con un hijo preadolescente, bien acomodados económicamente, los anfitriones de la velada, que disfrutan contando de sus frecuentes viajes. Sol (Pilar Gamboa) y Nacho (Martin Slipak) son padres de unos trillizos insoportables, que demandan toda la atención de ella, dejándola sin energía para tener sexo. Lupe (Jazmín Stuart) y Mariano (Juan Minujín) lidian con el hecho que ella siga fumando marihuana aunque esté amamantando a su bebé de pocos meses. Algunas charlas sobre temas tabú y ciertas incomodidades generadas a propósito como diversión comienzan a fisurar el clima de cortesía entre las parejas, para finalmente terminar sembrando crisis internas. Cada una de las parejas se va distanciando a su propio ritmo, como decantación de sus propios problemas, problemas de los que nunca habían hablado o quizás no sabían que tenían. No tiene una estructura narrativa clásica, las acciones en sí son mayormente débiles y banales, propias de un fin de semana de ocio: hacer un asado, cuidar a los hijos, conversar. Es una película de personajes, más concretamente de personajes encerrados. ¿Cómo encerrados en una estancia al aire libre? Detrás del comportamiento y las psicologías de cada uno de los personajes se logra entrever que están atrapados en preconceptos, convenciones, limitaciones sociales y dentro de sus propias parejas. El rol de la comunicación es también fundamental. Si bien pasan algunos días cerca, están lejos. Lejos de sus parejas, de sus amigos y sobre todo lejos de ellos mismos: han llegado a la mitad de sus vidas sin saber quiénes son. Este minimalismo emocional se soporta en las actuaciones, que tienen un muy buen nivel, sobresaliendo Fernán Miras, cuyo personaje además aporta algunos toques de humor que lo colocan en el lugar de personaje favorito si tuvieras que elegir uno. El montaje, que dilata algunos momentos y acelera su ritmo en otros en función de la generación de tensión, y la musicalización, son los recursos más sobresalientes. Se nota que desde el principio había una premisa clara que transmitir y todos los elementos fueron puestos en función de lograr el objetivo. A modo de conclusión, podemos indicar que el arco que opera sobre Fede, el preadolescente que se levanta después del mediodía siempre con hambre, trae aparejada una hermosa hipótesis: el mundo de los adultos posee una complejidad innecesaria. Siempre que puedas elegir, elegí no crecer. Y si lo que tenés que elegir es una película de la cartelera, elegí Recreo, es una opción no convencional con la que la vas a pasar bien. Crítica de Ayelén Turzi.
Cuestión de fe Últimamente las películas de terror se dividen entre las que son una bomba como No respires (Don’t Breath, 2016), It (It, 2017) y las que no asustan a nadie, como Siete deseos (Wish Upon, 2017), Satanic: El juego del demonio (Satanic, 2017) ). Crucifixión, dirigida por Xavier Gens (La Piel Fría, 2017) se acerca mucho al segundo bando, aunque tiene una serie de buenas intenciones que hacen que no merezca ser catalogada como “mala”. En un lejano pueblito de Rumania, un exorcismo termina con la muerte de la monja poseída. El cura que lo practicó y otras monjas más, son condenados a prisión. Nicole (Sophie Cookson), una periodista neoyorquina, siente afinidad con el caso por motivos que no quedan del todo claros pero están relacionados con la muerte de su madre y logra que la autoricen a cubrir la noticia. Una vez allí va recabando testimonios, siendo su escepticismo el principal obstáculo a la hora de verificar que efectivamente la posesión existió. Se nos advierte que los hechos están basados en sucesos reales, y en efecto, allá por 2005, la hermana Maricica Irina Cornici falleció en un monasterio del distrito de Vaslui, tras un exorcismo practicado por el sacerdote Daniel Petre Corogeanu asistido por varias monjas, que incluyó tres días de ayuno absoluto y crucifixión. La película arranca con unos movimientos de cámara que, recorriendo el pueblo y el monasterio, meten al espectador enseguida dentro de la trama, en los momentos previos al exorcismo. Logran captar la atención pero el interés se diluye pocos minutos después, cuando pasamos a Nicole en la redacción del periódico donde trabaja. La protagonista no tiene nada en particular que nos genere empatía. Es una periodista que no parece enfrentarse a ningún desafío de investigación, ya que la mayor parte de la película solamente se entrevista con los allegados a la monja, sin ningún hilo conductor que la guíe. A Nicole le pasan cosas, sí, pero ninguna es intensa como para identificarnos con ella y querer acompañarla en el recorrido: la investigación se suma al deseo de superar la muerte de su madre y a cierto interés amoroso que surge, pero son elementos aislados que fragmentan su foco antes que respaldar sus acciones. Y como el hilo de la investigación, la respuesta que fue a buscar tampoco está clara, al espectador le da lo mismo qué pase. Hay, a través de la relación que establece con el padre Anton (Corneliu Ulici), el cura joven con quien enseguida hace buenas migas, un intento de preguntarse qué es la fe a lo largo de las diferentes conversaciones y de una complicación que surge al final, pero como todo, carece de fuerza y se termina diluyendo. Este podría haber sido el punto diferencial de la película, su identidad, su marca registrada, y queda supeditado a un par de líneas de diálogo perdidas en la trama. En paralelo al misterio principal, vamos asistiendo a través de diferentes flashbacks a la relación de la monja fallecida con su entorno, lo cual nos abre algunas pequeñas pistas sobre la resolución general, pero con el mismo nivel de debilidad y arbitrariedad que todos los otros elementos de la trama. Entretenida, para público poco exigente, es de esas películas que olvidas automáticamente después de verlas. Podría haber explotado mucho mejor algunas vetas, como la pregunta sobre qué es la fe o indagar en esos hechos reales que la motivan, pero elige apegarse a mostrar sucesos sobrenaturales y generar sobresaltos desde el montaje y el sonido, dando un resultado tan desganado e insulso como su protagonista. *Review de Ayelén Turzi
Disney ya dejó de adaptar cuentos populares hace mucho, y actualmente está más volcado a versar sobre minorías o tradiciones locales de diferentes partes del mundo, como por ejemplo fue el caso de Moana el año pasado. En esta ocasión, Coco se adentra en la tradición mexicana del Día de los Muertos, pero todo el color y los pétalos de flores que la decoran ocultan un batacazo muy duro al corazón... Miguel es el más pequeño de una familia con dos grandes tradiciones: el trabajo como fabricantes artesanales de zapatos y la prohibición de la música. Por supuesto, el principal deseo de nuestro amiguito es desoír ese mandato familiar y convertirse en una estrella de la canción, siguiendo así los pasos de Ernesto de la Cruz, el cantautor más popular del país. Cuando el niño intenta conseguir una guitarra para participar de un concurso de talentos, termina en la Tierra de los Muertos. Y solamente la bendición de uno de sus familiares fallecidos le permitirá regresar al mundo de los vivos, retorno para el cual tiene las horas contadas. A esta altura no hace falta mencionar lo espectacular que puede ser visualmente Pixar-Disney. Ya la secuencia de créditos iniciales te deja sin aire. El pueblito donde vive Miguelito se ve soñado, con numerosos detalles y texturas. Y la Tierra de los Muertos es un festival. Pero, porque siempre hay un pero, hay detalles en las temporalidades que distraen. Se mezclan elementos de diferentes épocas que, sí, es una película para chicos, pero definitivamente hacen ruido. Ya desde el planteamiento del conflicto muchas cuestiones argumentales se ven algo obvias: el joven que decide romper el legado familiar, la censura, la falta de apoyo... nada que no hayamos visto o nos resulte sorpresivo. Pero justo cuando se pone a indagar verdaderamente sobre la tradición, sobre el olvido, la identidad, el amor... ahí vuelve a ser el Disney que mató a Mufasa y a la mamá de Bambi. Si bien la trama logra secuencias cómicas que arrancan carcajadas, la catarsis termina siendo a moco tendido. Por ahí la estás pasando re bien, con alguna canción pegadiza o disfrutando las payasadas de Dante, el perro, cuando de pronto... ¡plaf!, golpe bajo. Pero creo que ya les conté demasiado: Coco es una montaña rusa. VEREDICTO: 7 - SINFONÍA AGRIDULCE Con una trama previsible, una temporalidad que tiene algunos huecos, personajes entrañables, canciones pegadizas y un derroche visual que es pura fiesta, Coco podría catalogarse de "traicionera": así como te abraza, te clava un puñal en la espalda. Pero mejor vayan a verla cuando se estrene y saquen sus propias conclusiones.