“El Gran Showman” ("The Greatest Showman") es el primer largometraje del director australiano Michael Gracey. Su experiencia proviene de haber trabajado en los efectos especiales de las películas “Doble visión” (2002), “The malician” (2005) y del campo publicitario. Para crear ese espacio irreal del circo y el espectáculo, Gracey se asoció al galardonado director de fotografía Seamus McGarvey, quien tiene en su haber nominaciones en los Oscar y BAFTA por su cinematografía en “Joe Wright” (2007), “Atonement”(2007) y “Anna Karenina” (2012). El filme abre con una espectacular toma de la figura Jackman, recortada bajo las vigas con su característico abrigo largo y sombrero de copa, luciendo como una criatura atemporal semejante a Joel Grey, el Maestro de Ceremonia en "Cabaret" (1972). Y aunque “El Gran Showman” ofrece una mirada mucho más familiar, evoca el espíritu de Bob Fosse en la precisión sexy de su coreografía, y en su visión de un circo humilde, que sorprende y demuestra que cualquier espacio puede convertirse en escenario, tanto el de las casa que habita el protagonista con su familia, como en los del show que presenta. La historia es básica y lineal sobre un hipotético biotic, que posee como información ciertos datos reales interrelacionados con otros que son fantasía de los guionistas Jenny Bicks (una de las escritoras de las series “Con C mayúscula”, “Men in trees” y “Sexo en Nueva York”) y Bill Condon (autor de “Chicago” y ganador del Oscar por “Dioses y monstruos”). Lo real es que Barnum fue un show business americano en la década de 1870, además de un ejemplar caso de éxito del American way of life. Pero el filme elimina casi todos los aspectos polémicos de Barnum (estafador, cuentero, farsante) y muestra sólo a un hombre de negocios que deberá cuidar su matrimonio con su fiel esposa (Michelle Williams) y proteger a sus dos pequeñas. “El Gran Showman” narra la vida de un hombre que fue de la pobreza a la riqueza abriéndose paso a sí mismo con el lema de «hagas lo que hagas, hazlo con todas tus fuerzas». Phineas T. Barnum (Hugh Jackman), se casa con Charity (Michelle Williams) a pesar de las objeciones de su padre. Esto establece la esencia de su motivación para convertirse en un hombre rico que quiere darle a Charity la vida a la que está acostumbrada y, mientras tanto, demostrar al padre lo que fue capaz de conseguir. P,T, Barnum se gana la vida en una oficina, y cuando la empresa quiebra, descubre su talento creativo. Luego de fracasar en la creación de un museo de cera, intenta crear un espectáculo con personajes de circo que de por sí tienen un atractivo especial. Barnum presenta sus fabulosos monstruos: un hombre de 250 kilogramos, dándole el título de Gigante irlandés (aunque es ruso). Un enano conocido como Tom Thumb (Sam Humphrey), a quien viste como Napoleón a caballo. Y, por supuesto, el monstruo más singular de todos: Lettie Lutz (Keala Settle), la Dama Barbuda. En realidad Barnum crea para diversión de otros su propia corte de los milagros. Convence a estas personas para que se unan a su circo, que ya no será igual a la carpa rodante que habitaron sino un edificio en Manhattan justo cuando la grandeza de la ciudad comienza a asentarse: el nuevo mundo se está construyendo. Barnum se está conectando con la idea de que las personas están entumecidas, hastiadas, abrumadas. Necesitan algo extraordinario para animarlos a vivir. “El Gran Showman” es un musical que posee el fuego del pop que mantiene al espectador enganchado en ese ritmo, y esa calidad explosiva recuerda, a veces, la energía de "Moulin Rouge". Una de las escenas más bellas de la opera prima de Michael Gracey se registra a pocos minutos de iniciase el filme, cuando una luna enorme ilumina a los personajes en la terraza de su vivienda donde las sábanas colgadas danzan junto con ellos al son de la música, y la letra confirma que “Un millón de sueños me mantienen despierto, para el mundo que construiremos”. Lo que construye a esta realización fue organizar los números musicales con un brillo especial que se supera en cada número como en el interesante coro de "Come Alive" ("Y sabes que no puedes volver atrás" / al mundo en el que vivías, / "Porque tú están soñando con los ojos bien abiertos "), que lleva al espectador a conectarse con su majestuoso flujo sincopado, con un toque de spirituals, y una oleada de ternura melódica. Los temas fueron compuestos por el equipo de Benj Pasek y Justin Paul, quienes escribieron la letra de las canciones en "La La Land", y crearon en esta oportunidad ritmos y melodías que conducen la película, magníficamente, hacia una escala ascendente. Cuando la Dama Barbuda obtiene su propio número, "This is me", la escena es una fiesta de singular belleza. Otra secuencia espectacular es la del socio de Barnum. Phillip Caryle (Zac Efron), Phillip que se consume de amor por la trapecista negra Anne Wheeler (Zendaya), una pasión clandestina en que se basa el dúo devocional "Rewrite the stars", un número literalmente y espiritualmente suspendido en el aire, y lo curioso de él es que se realizó sin dobles. Barnum durante una visita a la reina Victoria conoce a la cantante de ópera célebre sueca Jenny Lind (Rebecca Ferguson), y él está cautivado por su voz y su presencia cristalina. La lleva a New York como una gran estrella y el éxito lo acompaña, de tal modo que hasta su crítico negativo más acérrimo lo felicita. En los escenarios de América, Barnum aprovecha para arreglar su alicaído imperio (lo que realmente sucedió). Jenny, pintados sus labios de rojo rubí, canta "Never enough" con una solemnidad extática que deja perplejo a quien la escucha. Sin embargo “El Gran Showman” no es un filme perfecto ya que su mayor problema reside en los cortes abruptos y aleatorios, de las secuencias para sintetizar la historia al máximo, creando una extraña y ambivalente edición en que aparecen personajes nuevos que no se sabe de donde salieron, como casi todos los freaks, o trabajadores del circo Barnum, fuera de los presentados especialmente para dar verosimilitud a la historia. La película no está bien editada ya que se notan saltos incomprensibles, con números musicales conectados entre sí a continuación uno de otro sin el respiro de la palabra, y con subtramas románticas que no logran cristalizar. “El Gran Showman” es la ventana musical que convierte a un hombre de dudosa reputación, en la vida real, en un fabricante de sueños que logró cautivar a multitudes y que inspiró una serie de filmes, entre ellos “Barnum” (1986), con Burt Lancanster y Hanna Schygulla. En cierto modo se parece al “Moulin Rouge” (2001), un entretenimiento festivo y eufórico que no se preocupa demasiado por la consistencia dramática o psicológica, sino que trata mostrar el estado de ánimo, la sensación, el gran espectáculo interpretado por Hugh Jackman, con irresistible profesionalismo, convertido en un magnifico maestro de vendehúmos que inventó el espíritu del espectáculo moderno al atreverse a seguir su sueño.
Jackie Chan y Pierce Brosnan protagonizan “El implacable” (“The foreigner”) realizada por Martín Campbell (“The mask of Zorro” –“La máscara del zorro”- 1998, “Casino Royale”, 2006, “Edges of Darkness” –“Al límite”- 2009), “Green lanterm” –“Linterna verde”-2011), quien vuelve a dirigir tras un receso de seis años. Este filme es un thriller político sobre una conspiración, basado en la novela “The chinaman”, de Stephen Eláter, de 1992. Martín Campbell, un experto en cine de acción, le da la oportunidad a Jakie Chan, una leyenda de 63 años, de emocionarse y hasta derramar lágrimas, antes de pasar a combatir a los malos, un territorio archiconocido por éste actor experimentado en artes marciales, y en donde puede demostrar sus habilidades de actor circense, como en sus comienzos. Este nuevo contra-tipo o antihéroe por el cual incursiona Jackie Chan le permite mostrar que no sólo sabe coreografiar acrobacias o dar patadas, sino que también es capaz de ofrecer una inusual vena dramática. En ella demuestra su capacidad para ejercer el rol de un padre deshecho por el dolor presionando hasta el límite, a un funcionario del gobierno irlandés con un pasado terrorista. En una carrera de cinco décadas definida por la mezcla de acrobacias con humor casi clownesco en donde ocasionalmente ha mostrado su faceta dramática, “Crime store” (1993) o “Shinjuku incident” (2009), esta propuesta le permite no sólo dar una vuelta de tuerca sobre su anterior producción, sino que le posibilita consolidar su estrellato en el mercado chino continental. Sobre todo cuando financistas de ese país invirtieron casi 35 millones de dólares en el filme. La película comienza con el estallido de una bomba en Londres por parte de una célula fuera de control de nacionalistas del IRA, que se cobra varias vidas, incluida la de Fan (Katie Leung), hija del dueño de un restaurante chino-vietnamita en Londrers, Quan Ngoc Minh (Jackie Chan). Un ex soldado de las fuerzas especiales cuyo conjunto de habilidades oculta detrás del anodino modo de caminar y de los gestos poco grandilocuentes que utiliza.Quan inicialmente trata de sobornar al jefe de la investigación, el comandante Bromley (Ray Fearon) para que le proporcione los nombres de los responsables. Pero, al no obtener ninguna respuesta, vuelca su furia sobre Hennessy (Pierce Brosman).Es el papel más dramático que Chan ha abordado y lo juega con una intensidad en espiral y un poder emocional puro al insustancial personaje,. La vida del inmigrante se destruye cuando su hija adolescente Fan se convierte en el daño colateral de un ataque terrorista. Los culpables, los radicales de Irlanda del Norte, que se autodenominan el nuevo IRA, escapan a la justicia. Quan decide librar su propia guerra, y como tuvo entrenamiento secreto del gobierno, sus enemigos no tienen idea a quien se enfrentan, ni tampoco toleran las extralimitadas manifestaciones del mismo. El terrorismo político llevado no al punto de vista de ISIS, sino de un grupo local, funciona como un recordatorio eficaz de que, aunque los londinenses asustados sean blancos, los extranjeros que viven allí tienen, incluso, más razones para temer por sus vidas ya que viven en un país donde podrían terminar siendo daños colaterales de la insana violencia de blanco sobre blanco. Y como en esta ocasión los asiáticos son los que cuentan la historia, corresponde a un hombre chino (Chinaman), que además es una superestrella, poner las cosas en su lugar. El guión muy ajustado de David Marconi, no pierde el tiempo con detalles, tampoco puede establecer una conexión dramáticamente satisfactoria entre Chan (Quan) y Brosman (Hennessy), ya que por momentos se desequilibra la figura de Brosman por la fuerza de Chan. Incluso repite (tal vez sugerida por Campbell) una escena de la clásica miniserie “Edge of darkness” (1985, en la que el afligido padre recoge cuidadosamente las pertenencias de su hija, tratando de conectarse con ella o con lo que queda de su esencia. Pero el guión está más relacionado con las traiciones múltiples entre los terroristas irlandeses, las trampas políticas entre ellos y el establishment político británico, que con el drama familiar de Chan. La banda de sonido, una partitura electrónica, de Cliff Martínez evoca el cine de género de los años ochenta, y la capacidad de la época para convertir las tensiones políticas en eficientes detonadores de la realidad, aunque “El Implacable” es, en gran medida, producto del clima de miedo actual, ya que la amenaza constante de los terroristas, ahora con el nombre de cualquier grupo árabe, no permiten vivir sin la angustia y la pregunta permanente ¿en qué momento pasará?
Maha Haj, sugestiva directora israelí-palestina, muestra en su opera prima una visión poco frecuente de la clase media palestina, con sus problemas, amores y fracasos. “Asuntos de familia” (“Personal Affaire, en árabe “Omor Saskia”) es un melodrama con algunas notas cómicas, absurdo, y humor negro, donde en algunos momentos sus personajes se sumergen en la incomprensión y el egoísmo. Maha Haj, hasta su incursión en la realización, había sido directora artística en películas de los directores palestinos-israelies: Elia Suleiman, (“The Times That Remains: Chronicle of a Present Absentee” – “El tiempo que queda: crónica de un ausente presente”, 2009) y Ziad Doueiri (“El atentado” – “The Attack”, 2012). En “Asuntos de familia” logra abrir un camino hacia el exterior y hacer comprender una realidad interna que, a pesar de apariencia leve, contiene un profundo drama social y familiar en el que están involucradas tres generaciones. A pesar que no profundiza en temas trascendentes como lo político o lo religioso, la guerra o las rivalidades entre israelíes y palestinos, no deja de dar una cierta pincelada de color sobre los mismos, lo que le permite referenciar hechos concretos sin caer en la obviedad. Trata sobre la ruptura de la rutina y la renovación de una realidad que agobia por ser tan conflictiva. Pero también es la historia de una misma familia, repartida a ambos lados de la frontera con Israel y Suecia, a la que la realizadora divide en capítulos que remiten al universo personal de cada miembro. En esas secuencias el espectador podrá conocer primero a los padres (los personajes Saleh y Nabeela, (Sanaa y Mahmoud Shawahdeh, actores no profesionales) que interpretan a una pareja de mediana edad en Nazaret, silenciosamente infeliz, y cuyos actores transmiten la resignación y el descontento que ha consumido su matrimonio. Con sus caras inexpresivas y fuertemente controladas, tienen el mismo tipo de fantasía inexpresiva que uno encuentra en una película de Roy Andersson: “Giliap” (1975), “Canciones desde el segundo piso” (2000), Du, levande (“La comedia de la vida”, 2007, y “Una historia de amor sueca”, 1970). Tareq (Doraid Liddawi), uno de los hijos, que vive en Cisjordania, intenta seguir con su vida de soltero y no desea ningún tipo de compromiso; Maisa (Maisa Abd Elhadi), en vano, busca una y otra vez atraer el interés de este último, Hisham (Ziad Bakri) el otro hijo, lleva una vida solitaria y fría en Suecia, y busca por todo los medios llevar a sus padres a Estocolmo. Samar (Hanan Hillo), la única mujer del grupo de hermanos, a punto de dar a luz, es la que percibe la realidad de modo diferente y la que sostiene a su abuela (Jihan Dermelkonian), que padece cierta demencia senil y diabetes, cuya única obsesión era correr los muebles para ver las baldosas que había comprado su padre en Nabluz. George (Amer Hlehel), el marido de Samar, con un golpe de suerte pasa de ser un simple mecánico de coches palestino a un actor de Hollywood, aunque él lo que anhela realmente es otra cosa mucho más sencilla; conocer el Mediterráneo y bañarse en él. Mediante planos fijos, para permitir que sus personajes se luzcan de modo natural, y casi sin banda sonora, sólo utilizando algunos elementos de melodía latinas (“Quizás, quizás, quizás”, 1947, del cubano Osvaldo Farrés) combinados con otros ritmos autóctonos, dan el tono justo a su propuesta. Maha Haj también despliega su talento para el encuadre, y de esa forma cuenta de modo diferente una realidad escarnecida geopolíticamente. En su relato muestra la grieta que provoca la incomunicación generacional e intergeneracional a las que trata con gran sutileza, y que remite a “Cuentos de Tokio” (Yasujiro Ozu, 1953). Asuntos de familia en su primera mitad deja de lado el constante conflicto político de la zona, en favor de un simbolismo carcelario, remitido al modo de vida de los protagonistas. Pero que se hace visible cuando, casi en el final del filme, la prisión interna a la que están sometidos, es tan palpable como el cuarto de interrogatorios al que son llevados Tareq y Maisa, y cuyo escape virtual es bailar un tango. Construida sobre una serie de diálogos, por momentos irónicos, otros satíricos, y situaciones absurdas y pintorescas, pero muy creíbles “Asuntos de familia” es una pieza sin mayor pretensión que la de mostrar una cotidianeidad que se concentra en lo domestico y evita lo político, pero que nos recuerda que detrás de las barreras y fronteras culturales, sociales, raciales, familiares, existen individuos que buscan la felicidad y desean vivir en paz.
Infrecuente pequeña joya cuyo canto de libertad está colmado de esperanza, optimismo y humor El realizador Tony Gatlif (Michel Dahmani, músico, escritor, vagabundo y hasta delincuente) premiado como mejor director en Cannes con “Exils” (2004), vuelve a recurrir a su joven musa, Daphne Patakia, para presentar en la última edición del festival de Cannes “Djam:Una joven de espíritu libre” Djam vive en el cuerpo de la actriz griega Daphne Patakia, que actuó en “Spring Awakening” (“El despertar de la primavera” 2015), dirigida por Constantine Giannaris, y comparte pantalla con Maryne Cayon (“Les apaches”, Thierry de Peretti, 2013), que ya había trabajado con el director en “Gerónimo” (2014) y Junto a ellas encontramos al actor armenio Simon Abkarian (“La mécanique de l’ombre”, “Testigo”, Thonas Kruithof, 2015). Djam, una joven griega, enviada a Estambul por su tío Kakourgos, un viejo marino enamorado del rébétiko, para hacer fabricar por herreros turcos una biela que, por ser de origen ruso, no tiene repuesto. Esto le permitirá poder reparar su barco y volver a realizar los viajes turísticos alrededor de las islas, de los cuales vive. Allí conoce a Avril, una francesa de dieciocho años, sola, sin dinero ni documentos porque se los había robado su novio. Avril había viajado a Turquía a trabajar en una ONG como voluntaria para ayudar a los refugiados. Djam entabla relación Avril y, a través del canto y la danza, consigue que le den un nuevo pasaporte, además de convencerla de realizar un viaje hacia Mytilene, a la casa de su abuelo, para buscar recuerdos, transformados en fotos y discos. Con su generosidad innata, insolencia, imprevisibilidad, irreverencia, descaro, todo le da igual, hasta el punto de no llevar calzones bajo la falda, es una forma de mostrar su rebeldía más provocativa y su libertad extrema. Durante ese peregrinaje hacia Mytilene, protegerá a su nueva amiga, realizando ambas un road movie, iniciático, plagado de encuentros, situaciones caóticas, momentos compartidos entre tristes y risueños, música, danzas y esperanza. Cual irresistible Salomé la maravillosa Daphne Patakia, esa heroína luminosa como el sol del mediterráneo, proyectará directo al corazón de espectador su canto colmado de melancólica vehemencia, para hacer descubrir al neófito el rebétiko, una música tradicional de los griegos de Asia Menor, Estambul, Esmirna y otras islas, que habían sido expulsados de Turquía por Atatürk, durante la crisis que comenzó en 1923. Con la llegada de los refugiados griegos, a Lesbos en particular, la salida de los musulmanes de la isla fue automática, se realizó de acuerdo con el convenio recíproco entre los dos países (Tratado de Lausana). Los exilios son siempre un ida y vuelta de individuos que están a merced de los poderes de turno. Por lo tanto debido a esas migraciones el rebétiko es una corriente musical desarrollada en las tierras bajas de Atenas, cuya combinación de griegos y turcos tejió un vínculo concreto entre Oriente y Occidente. Es música de libertad y tradición. Es el canto fuerte y visceral de una cultura, que a pesar de los reveses de la fortuna mantiene en alto el estandarte de haber sido la cuna de la civilización occidental. La música es el denominador común en el filme, como en todas las películas de éste realizador argelino. El rebétiko, en este caso es lo predominante, y es la música que cultiva desde hace tiempo Tony Gatlif. Es un género musical de ritmo envolvente, doloroso y rebelde, que se apropia del participante y lo invita a reunirse con textos subversivos, marginales, que hablan de la gente a la gente y protestan contra el poder, el dinero y todos aquellos que no saben amar. Djam es la encarnación del espíritu del rebétiko: libre, consciente de saber quién es, y que con alegría sencilla revive cada vez que comienza una canción, o un nuevo encuentro. Djan es ese espíritu rebelde que trata de liberar a las mujeres griegas de la regresión a la que fueron sometidas desde finales de los ‘60. “Djam: Una joven de espiritu libre”, es un filme en forma de caracol, al que se le ve el caparazón, el rebétiko, pero qué para llegar al corazón hay que hacer un recorrido por ese triángulo que conforma la historia entre griegos, turcos y europeos. Grecia es la tierra prometida y encrucijada de todos los caminos, los de Siria, África, todo el Mediterráneo. Desde Turquía, estas personas sólo pueden ir a un país libre como Grecia. Tony Gatlif sostuvo al hablar de su esta obra que: “el hombre se ha convertido en un animal que debe ser atrapado. Él va de un lugar a otro. Él huye. Y cae en la trampa entre un camino sobre la tierra o el mar. No podemos enviarlos de regreso a un país en guerra. Ellos son mantenidos en campamentos. Afortunadamente, no con alambre de púas, pero sí con vallas, casas de cartón o lona blanca. " La historia de la humanidad ha sido siempre así, siempre existió alguien que ataca, alguien que huye, alguien que es amo, alguien que es esclavo. La esclavitud moderna pasa por las barcas de los contrabandistas. Flotando a la deriva o pudriéndose abandonadas en embarcaderos lejanos. Por un cementerio de chalecos salvavidas. Y sin hacer ninguna arenga de política barata Tony Gatlif lo reconstruye no de modo explícito, sino a través de la mirada de Avril, que está sola en medio de un basural de chalecos y comida, y que lleva a la reflexión de que el hombre se había convertido en una mercancía, desechable. Djam y su familia también son exiliados, escapan primero a Francia, durante la Dictadura de los Coroneles (1967-1974), y en la actualidad al Mediterráneo, de la dictadura de los bancos. Al volver a centrarse en la historia del exilio, Gatlif expresa una vez más su profundo y oculto sentimiento: la esperanza de evidenciar nuevos horizontes, de exteriorizar un nuevo vehículo para "vivir juntos". De ahí su elección por el rebétiko. Tony Gatlif, hijo de padre Kabyle (tribu berebere) y madre gitana, siente el peso de ser un nómade entre culturas diferentes. De ser alguien que está enancado en ellas y sólo la música puede expresarlas. Por eso el rebétiko, que posee semejanzas con el kabyle (Argelia), chalga (Bulgaria) manele (Rumania), rumba, bulería o flamenco (España), es la expresión de su pensamiento en Djam. Pasa de todo en esta realización y de modo muy sutil; desde escenas cómicas y trágicas hasta el éxodo de los inmigrantes a causa de la situación política de una Grecia arrodillada, desesperada, que es mostrada como al pasar en una situación de un joven que cava su tumba y luego bebe Ouzo, para despedirse de sus amigos, porque viaja a Noruega, y para quien Djan toma su inseparable “baglama” (instrumento como guitarra pequeña esencial en el rebétiko) y baila. Hasta la violencia de los ladrones y la pago a un taxista, previo refregado de los euros por la vagina de Djam, al que le dice que el dinero esta bendecido, Desde “Nunca en domingo” (Jules Bassin, 1960) no se había visto en el cine un personaje con tanto desenfado y libertad, como el de Djam, Esta Melina Mercouri actual desprende tanta pureza como inocencia, tanta picardía como seducción, tanto desparpajo como timidez, y que además puede dormir bajo el cielo abierto, como en un rincón de una cueva en el lugar más inhóspito o recorrer bajo un sol ardiente, saltando, los tejados de Estambul, Y que hace pis sobre la tumba de su abuelo, un fascista, colaborador de los “coroneles”, mientras le dice a Avri: "Hay que orinar en las tumbas de aquellos que prohíben la música y la libertad". En tiempos de intolerancia e estigmatización la elección del director es clara y fluye con naturalidad para reflejar, sin emoción fácil o calculada, e imágenes engañosas, la situación actual de los inmigrantes. Para mostrar la realidad de una Europa que comienza a fragmentarse y de un Mare Nostrum o Yegua Nostrum, es decir de un Mediterráneo que continúa coleccionando despojos y cadáveres de aquellos, hombres y mujeres, que subieron a los barcos en busca de una vida mejor y libertad. NOTA COMPLEMENTARIA El rebétiko es un género musical griego cuyas raíces se encuentran en la música griega de mediados del siglo XIX de la costa occidental de Asia Menor y Constantinopla, y que se desarrolló plenamente en los bajos fondos de las ciudades griegas, principalmente El Pireo, Tesalónica y Siros tras la catástrofe de Asia Menor y la expulsión de la población griega. Orígenes[ La música rebétika tiene sus orígenes a mediados del siglo XIX en dos tipos de música griega: en primer lugar la música tradicional de las ciudades costeras de Asia Menor y Constantinopla; en segundo lugar las canciones de presidio. Ambos estilos se encuentran en un tipo de local característico de ciudades como Esmirna o Constantinopla, los «cafés Amán» (griego: #954;#945;#966;#941; #913;#956;#940;#957;). En estos locales, propios de los barrios marginales y relacionados con el consumo de alcohol y drogas, se presentaban actuaciones en vivo y constituyeron el crisol donde la música popular microasiática se mezcló con los elementos que serían propios del primer rebético: la prisión, el alcoholismo, el amor y el hachís. Período de predominio del elemento esmirní En 1922 sucedió la llamada catástrofe de Asia Menor (Guerra de Independencia Turca), en la que Grecia perdió todas sus posesiones en Turquía y la población griega fue obligada a abandonar sus hogares, de acuerdo con el tratado de Lausana(Suiza) y los acuerdos de intercambio de población entre Grecia y Turquía. La población desplazada griega constituyó una inmensa masa humana de refugiados que en su mayoría se encontraron en la extrema pobreza y se establecieron en ciudades como Atenas, El Pireo y Tesalónica, trayendo con ellos sus tradiciones, su cultura y su música. De la comunión entre la música microasiática y diversos elementos de la música tradicional griega, surgió el genuino rebético. En este período la temática de la música rebética gira fundamentalmente en torno al amor, a la delincuencia y a las drogas. La influencia de la música de Esmirna es tan abrumadora que, en ocasiones, resulta difícil distinguir entre genuino rebétiko y canción esmirní. Poco a poco, sin embargo, el rebétiko irá adquiriendo su propia personalidad. Período clásico En 1932 se realizan las primeras grabaciones de música rebética en Grecia por Márkos Vamvakáris. En 1936 comienza la dictadura de Ioannis Metaxas que establece la censura. Toda la discografía con referencias a hachís, opio, etc. es prohibida. Se continúan, sin embargo, grabando canciones rebéticas con temática legal. Esta situación se mantiene hasta la segunda guerra mundial, pues con la ocupación alemana de Grecia se prohíben todas las grabaciones. Sin embargo los emigrantes griegos de los Estados Unidos continúan con las grabaciones con temas ilícitos, apareciendo, además, una serie de nuevos estilos rebéticos propios de los emigrantes griegos de Estados Unidos con diversas influencias de la música popular americana. Período de aceptación y popularización[ La figura principal del este periodo es Vasílis Tsitsánis. Tras la liberación de Grecia por los aliados la música rebética comienza a aproximarse a la música popular comercial y a alcanzar a un público menos marginal y más amplio. Paralelamente la temática del repertorio rebético abandona definitivamente los temas marginales y se centra en el amor y los problemas sociales. Aparecen nuevos cantantes como Sotiría Béllou. La mayoría de los estudiosos consideran que a mediados de los años cincuenta, el rebético desaparece en su forma genuina y da paso a un tipo de canción ligera (griego #955;#945;#970;#954;#972; #964;#961;#945;#947;#959;#973;#948;#953;, /laikó tragúdi/; literalmente ‘canción popular’) con raíces rebéticas, a la que se suele denominar arjontorebético (griego: #945;#961;#967;#959;#957;#964;#959;#961;#949;#956;#960;#941;#964;#953;#954;#959;#965;, /arjonto rebétikou/). Comienzan entonces a publicarse estudios y antologías de música rebética, biografías de rebetis y nuevas grabaciones de temas clásicos. El #956;#960;#959;#965;#950;#959;#973;#954;#953; (buzuki), instrumento básico del género, se difunde enormemente en toda la música popular y comercial griega, aceptado por grandes compositores renovadores de la música popular griega como Míkis Theodorákis y Mános Chatzidákis. En la actualidad el rebético goza de gran reconocimiento académico y continuamente se realizan ediciones antológicas de todas las piezas del género.
Realización dominada por una poética exquisita “Extraordianrio” (“Wonder” título en inglés) realizada por Stephen Chbosky sigue las desventuras de un niño de 11 años que, por primera vez, ingresa a un colegio secundario y debe compartir el aula con otros jóvenes que poseen códigos propios. Estos estaban integrados, y su socialización fue gradual. En el caso de Auggie Pullman, además de ser nuevo en esa cofradía, la deformación de su cara no le permite establecer otro vínculo que no sea el escarnio. Desde su nacimiento tuvo que soportar 27 operaciones, ya que padecía los efectos desfigurantes del síndrome de Treacher Collins, (un trastorno craneofacial) Su madre, para evitarle humillaciones, formalizó su educación primaria en la casa, por lo tanto la relación con otros niños fue nula. Su mirada sobre la realidad fue a través de una escafandra de astronauta, y su fantasía de ser un héroe de la saga “Star Wars”. Su padre, Nate (Owen Wilson), y su madre, Isabel (Julia Roberts), quieren que se defienda por sí mismo y sea parte de esa comunidad. Auggie también, aunque los niños que conoce en la Escuela Preparatoria Beecher hacen que no sea fácil. Al final de su primer día allí, ya ha sido apodado (como de uno de sus personajes favoritos de "La Guerra de las Galaxias"), y al llegar a su casa se corta, con rabia, la trenza de cola de rata, su única demostración de estar a la moda. Al renunciar a ese pedacito de cabello acepta la presión y el poder destructivo del grupo. Los compañeros lo tratan como un bicho raro, por esa crueldad propia de la edad y para demostrar que son dueños de un territorio de pertenencia que un extraño invadió. “Extraordinario” se ve y se siente como una historia real, pero no lo es, en realidad es la novela ganadora del Premio Mark Twain de R. J. Palacio (Raquel Jaramillo Palacio, una escritora estadounidense, hija de colombianos). Es la autora de varias novelas juveniles, entre ellas “La lección de August” (o "Wonder"), ésta última fue de hecho inspirada por una canción pop de 1995 de Natalie Merchant, también titulada "Wonder". La canción de Merchant dice: "Sepa que este niño estará dotado / Con amor, con paciencia y con fe", sentimientos ricamente explotados en la película. Esta realización trata el problema “del otro”, del diferente, de aquel que se siente solo, por ser motivo de burla y humillación, invisible para todos los que lo rodean, excluido de la sociedad, un alien que se automargina para no sufrir. En ese sentido “Extraordinario”, mantiene la línea de “El hombre elefante” (David Lynch 1980), que reveló a Johmn Merrick, como una figura delicada y fascinante, bajo un cuerpo deformado. También Peter Bogdanovich lo hizo en "Mask" (1985), sobre un adolescente con una cara de desencajada extrañeza. Pero también mantiene cierta correspondencia con el estilo de Jonathan Demme, (“El mensajero del miedo”, 2004, “El silencio de los corderos” , 1991, y “Philadelphia” 1993). Este es el tercer largometraje dirigido por Stephen Chbosky, el novelista que comenzó su carrera como cineasta en 1995 con "The four corners of nowhere".(“Las cuatro esquinas de ninguna parte”, 1995) y continúo con "The perks of being a Wwllflower" (“Las ventajas de ser tímido”. 2012), adaptación de su primera novela, "Perks" un drama que incluyó, con asombrosa autenticidad, los placeres y los peligros de la vida adolescente. “Extraordinario” toma y desarrolla el punto de vista de los personajes principales; Auggie (Jacob Tremblay, “Roon” 2015), Via (Izabela Vidovic), Jack Will (Noah Jupe), Miranda (Danielle Rose Russell), deja que el drama fluya de anécdota a anécdota, son pequeñas subtramas organizadas de tal modo que cada una de ellas arroje un rayo de luz nueva sobre la vida de Auggie. Si bien todo el filme gira en torno a él y es la historia central, las otras historias confluyen para que Auggie pueda ser visualizado en todo su dolor. En ese sentido la producción recuerda a Jean Renoir “Las reglas del juego” (“La règle du jeu”, 1939) en el que todos tenían sus propias razones para su comportamiento, pero a su vez va más allá al explorar la fragilidad de la amistad y la familia, y la importancia en el carácter de cada individuo Auggie es un fanático de la ciencia que adora "Star Wars" y Minecraft, helados y juegos deportivos X-Box; él se alimenta de las fantasía como todos los chicos de ir al espacio exterior (le gusta caminar con un casco de astronauta que lo oculta y alimenta sus sueños) Su rostro, que parece juvenil y viejo al mismo tiempo, es discordante la primera vez que se lo ve, pero cuanto se asimila su inocente mirada y sonrisa, se comprueba que más allá de su aspecto físico brilla su alma. Los primeros 30 minutos son sencillos, en los que Auggie se introduce en la vida pública a través de una serie de figuras predecibles: el director de buen corazón de su nueva escuela (Mandy Patinkin , “La reina de España”, 2016, “Homeland” TV), el maestro de ciencias (Daveed Diggs, más conocido en TV), que irradia calidez y conoce las formas correctas para ayudarlo a sentirse bien; la maravillosa Sonia Braga, en breve cameo, como la abuela muerta, que todo lo sabe,. Entre los compañeros aparece el niño rico y matón (Bryce Gheisar), el de clase media y becado (Noah Jupe) que enfrenta la presión social de ser el primer amigo real de Auggie. Fundamentalmente estos personajes se bosquejan con la integridad suficiente para convencer de que cada una de estas primeras escenas podría haber sido escritas sólo para ellos. De hecho, la mayor fortaleza de la película es que Auggie se convierte en un medio para un fin. Y su camino de iniciación no es sólo un apoyo para su crecimiento personal, sino que como héroe absurdo logrará lo que nadie hubiera soñado: el gran premio de la Escuela Preparatoria Beecher. En cierto punto "Extraordinario" cambia abruptamente de perspectiva, reduciendo a Auggie a un papel secundario dentro de su propia historia para obligar al espectador a ver la realidad a través de sus ojos. Se trata de una realización con una poética exquisita que lleva a recordar el poema de E. Merrill Root (1895 - 1973) "Necesitamos un renacimiento de la maravilla. Necesitamos renovar, en nuestros corazones y en nuestras almas, el sueño inmortal, la poesía eterna, el sentido perenne de que la vida es un milagro y una magia".
Un film donde lo bello se transforma en maravilloso “Loving Vincent” (coproducción polaco-británica, codirigida por Dorota Kobiela y Hugh Welchman) no es sólo un filme original en su estilo, sino también una maravillosa demostración de la utilización de la tecnología en pos de la creación de belleza. La historia se rodó, primero, con actores reales. Participaron Jeromy Flynn (Doctor Gachet), Douglas Booth (Armand Roulin), Helen McCrory (Louise Chevalier), John Session (Pere Tanguy) y Robert Gulaczyk en el papel de Vincent van Gogh, entre varios más. "Era necesario hacerlo para re-imaginar los personajes retratados y los pasajes pintados por Van Gogh", explica el director de cine, el británico Hugh Welchman (Oscar a Mejor Corto Animado “Pedro y el Lobo”, 2008). Héroe, junto con la polaca Dorota Kobiela (su esposa) de este ambicioso y delicado proyecto experimental mundial que une la pintura de Van Gogh con el cine y la animación. En "Loving Vincent", cada fotograma inspirado en la obra del pintor, fue pintado a mano. El filme está integrado por alrededor de 65.000 fotos, tomadas en alta definición de las 120 pinturas utilizadas para esta película. Cada una fue reproducida por alguno de los más de 100 artistas que participaron en el proyecto. Pintores de Polonia, Rumania, Francia, Holanda, Bélgica, Francia e Italia, fueron re-educados para replicar a un maestro inigualable, pero al mismo tiempo fueron instruidos en la técnica de animación. La realización seduce y traslada la mirada hacia la misteriosa y más íntima vida del pintor e introduce al espectador en los bucólicos entornos de sus últimos años, cuando vivió en Arlés y en Auvers-sur-Oise y pintaba los campos de trigo, papas, lavanda y flores de la Provenza francesa, rincones en Arlés, como el restaurante amarillo que visitaba con frecuencia y aún hoy sigue existiendo en esa hermosa ciudad del sur de Francia, de pasado romano. Aparecen constantemente los cielos de azul intenso, tanto de día como de noche, que parecen de fantasía y se asocian con el imaginario de Van Gogh, pero que asombra cuando se llega allí, porque son reales. "La noche estrellada", "Terraza de café por la noche" o el “Dormitorio de Arlés”, se animan e iluminan para mostrar un modo de vida. Mientras que los retratos del doctor Gachet, el de Louise Chevalier y, en especial, el del joven Armand Roulin (Douglas Booth), protagonista de "Loving Vincent", toman los cuerpos de los protagonistas, hablan, se desplazan, se emborrachan y sufren en su realidad de dibujo. El espectador se sorprenderá, por ejemplo, ante la versión de "Orilla del Oise en Auvers", cuando Roulin se acerca a hablar con el barquero de la ciudad, o en frente al "El café de medianoche", en que aparece la pintura, cuando el Armand recibe el encargo de encontrar a quien entregar la última carta escrita por Vincent y está tirado, durmiendo, sobre una mesa. Pero en las escenas que implican un retorno al pasado, utilizando flashback, como recurso, estéticamente se recurre al blanco, negro, pasando por la gama de los grises y sirve para producir contraste, no sólo entre los colores estridentes del presente sino, para diferenciar la historia central del recuerdo. En ese espacio monocromático, además de dejar descansar la vista de los estridentes colores del presente, también modifica las pinceladas, éstas son más suaves, casi una línea. Remitiendo a los primeros dibujos de Van Gogh, que eran como bosquejos. El argumento de "Loving Vincent", toma de referencia además de los cuadros, 800 cartas escritas por el pintor a su hermano Teo y amigos. La acción comienza un año después de la muerte del artista, un supuesto suicidio. La película tiene como protagonista a un personaje real que pintó Van Gogh, Armans Roulin, el hijo de su amigo cartero. Un hombre joven y apasionado que, con el fin de descubrir qué pasó realmente ese fatídico día, en que Van Gogh agoniza, se interna en un frenético road-movie pueblerino recorriendo el lugar y los espacios donde vivió y murió Vincent, Auvers-sur-Oise, En ese viaje encontrará varios personajes que le ofrecerán una visión diferente del pintor, creando desde distintos puntos de vista un rompecabezas muy difícil de armar, ya que las miradas son fragmentarias y se reflejan en mínimos trozos de vida la verdadera historia. A La manera de “El ciudadano” (“Citizen Kane”, Orson Welles, 1941), esos retazos alcanzarán un trágico final. En ese viaje también los personajes se referirán a un extraño hombre, medio desquiciado de pelo rojo, que pinta por la campiña y el pueblo, y de un joven algo trastornado, que siempre tiraba piedras a Vincent. Y en algún momento alguien pensó, que él lo habría matado. A la manera de un docu-ficción, con toques de “cine noir”, "Loving Vincent", desafía al espectador a ingresar en el juego a través del asombro, la intriga, la curiosidad, la incertidumbre y a ejercitar su vena detectivesca, ya que a medida que pasan los minutos la mirada sobre sobre el suicidio no es tan clara, y las hipótesis del asesinato cobra fuerza. El filme no olvida a las putas amigas de Van Gogh, ni a Gauguin, ni su disputa por una de ellas, ni el corte de la oreja, que hasta la actualidad no se sabe si fue real. Tampoco olvida la rivalidad entre los dos pintores, ni la pobreza, ni las pinturas que fueron entregadas, a los vendedores de pan o papas, para poder comer. Vincent Van Gogh es un personaje borroso como individuo, pero que brillará a través de su obra. En ese doble juego de luces y sombras, entre lenguajes diferentes como cine y pintura, lo estético y lo narrativo, entre la estridencia y el blanco y negro, saturado de grises, surgirá su figura y la ambivalencia de sus acciones. Que, en un orden plegado se mostrará en los cuadros y en el desplegado en su modo de vida, borracho, pendenciero, soñador y desquiciado. "Loving Vincent", con música de Clint Mansell, (compositor que acompaña en la mayoría de los filmes a Darren Aronofsky y en especial en "Réquiem por un sueño" (“Requiem for a dream”, 2000), es una auténtica recreación del universo de Van Gogh, cuyo antecedente fue un episodio “Cuervos” en el filme “Sueños” (“Dreams” de Akira Kurosawa, 1990), en donde el realizador grafica las pinturas de “Campo de trigo cuervos” (1890) y “El puente de Langlois en Arles” (1888). La vida de Vincent Van Gogh fue una soledad limitada, íntima, que hizo una comunión: con el universo, con el espacio invisible de una palabra, soñar, y también con una necesidad desesperada de vivir, como si cada día fuera el último. El tiempo y el espacio están bajo el dominio de la imagen que proyecta cada uno de sus cuadros. Su ser-allí esta sostenido por la de un ser en otra parte, que proviene de los recuerdos. Y esos recuerdos fueron recuperados por dos soñadores: Dorota Kobiela y Hugh Welchman, quienes lograron llevar al espectador no sólo al universo de Van Gogh, sino a la intensidad poética de su pintura.
Destin Daniel Cretton, realizador de “El castillo de cristal”, ya en sus anteriores trabajos como “I am not a hipster” (2012), la vida de un joven músico independiente que vive solitario en un mundo propio, en el que nadie puede entrar para no perturbar sus temores, y "Short term 12", de 2013, anticipa un panorama semejante en un corto profundamente dramático y creíble sobre niños en riesgo. Nacido en Hawai, Cretton estudió cine en San Diego y allí, antes de graduarse, tuvo la experiencia de trabajar en un refugio de niños preadolescentes y adolescentes en peligro. Su primer corto fue “Deacon's mondays” (2007), sobre un joven jardinero que mata un pájaro con la cortadora de césped. El segundo fue "Short term 12", antecedente de su segunda película. “El castillo de cristal”, tercer filme de Destin Daniel Cretton, es una adaptación del best seller del 2005 “The glass castle” de la periodista y escritora Jeannette Walls. El libro, como suele suceder, es mucho mejor que la adaptación que realizaron Cretton y Andrew Lanham, porque el universo turbulento e indigente de la familia disfuncional, que presenta el filme, en la novela es mucho más conmovedor y complejo, a la vez que está involucrado en una resonancia emotiva más profunda. “El castillo de cristal”, parecería haber sido una elección de Destin Daniel Cretton para dirigir otra película sobre niños en conflicto, especialmente protagonizada por actores estelares como Woody Harrelson, Naomi Watts y Brie Larson, su estrella de "Short erm 12". Pero en las manos de Cretton este cuento asentado en hechos de una especie de bicho raro, con una crianza dentro de un ámbito indigente, suena falso. El filme se basa en los complicados recuerdos personales de una escritora acerca de su infancia traumática, y sin embargo, se siente como un cuento de Hollywood empalagoso, en el cual un trauma brutal finaliza con una bonita reverencia a ese extemporáneo hippismo. La historia se centra en Jeannette (Brie Larson, protagonista también del corto “Short term 12”, “Kong, la isla de la calavera” y “Basmati blues” (2017) , sus hermanas Lori (Sarah Snook, “La modista” -"The dressmaker",2015), Maureen (Brigette Lundy-Paine, “Irrational man” 2015), y su hermano Brian (Josh Caras, "Hell on wheels" TV- 2015, “Veep” TV, 2014), a quienes sus padres los mantuvieron fuera del sistema, lo que les permite realizar actos que ponen en peligro sus vidas como en el caso de la protagonista, quien por cocinar salchichas prende fuego a sus ropa. Por la irresponsabilidad del padre Rex (Woody Harrelson, “Natural born killer”, 1994, “Transsiberiam”, 2008), un soñador alimentado por el flujo constante de alcohol, y la madre Rose Mary (Naomi Watts, “King Kong”, 2005, “Easters promises”, 2007) que pinta, evadida de la realidad, cuando sus hijos piden comida. Por otra parte los niños son arrastrados a una sucesión de viviendas destartaladas, en algunos casos convertidas en basurales, situaciones de enfrentamientos extremadamente agresivos, en algunos casos ser testigos las niñas, y defender, del abuso de la abuela a su hermano. Con los años comprenderán que ese perverso hecho también había ocurrido con su padre. Los padres, pero especialmente el padre, crea un paraíso artificial en el cual regala estrellas para navidad, y constantemente rediseña un castillo de cristal en el cada uno de los niños agrega un elemento todos los días. Esa imagen del padre creó en cierto modo una mirada transubjetiva (espacios psíquicos inter-intra y transubjetivo) en los niños, es decir, según ciertos psicoanalistas, en pensar sobre dos espacios: el de dentro y el de fuera de cada sujeto. En el caso de los niños era convivir con el de dentro, la realidad de sus padres, y el de fuera, tratar de escapar a como diera lugar de ese mundo sórdido que les proponían. El de fuera era la esperanza de un modo diferente de vida, para ello ahorran dinero para ir a la universidad que en la mayoría de los casos su padre les arrebata para beber. El universo desordenado y angustiante paterno los ahogaba y los llevaba a situaciones extremas como en la secuencia del bar, en que el padre se juega en el billar, y en cierto modo la obliga a acostarse con su contrincante para ganar unos dólares y luego invertirlo en alcohol. Sus padres son unos perfectos desclasados como un rezago de la contracultura hípster re categorizada por los hippies Los hípsters, aparecidos en los ‘40, están en contra de las convenciones sociales y rechazan los valores de la cultura comercial predominante (el mainstream), y ángeles caídos del hipismo de los ‘60 en los que librepensadores, y soñadores de un mundo de paz y amor se transforman en los perdedores del lower east side (la parte baja del este). El filme se estructura en flashback que se alternan entre la actualidad de Janette en los ‘80 y sus recuerdos, que están divididos en varias etapas de su vida. Es una especie de canavá en el cual cada hilo que sostiene un recuerdo se trenza con otro que da una réplica al anterior. Es como si la mirada del presente le permitiera a la protagonista obtener esas respuestas y justificar en cierto modo los hechos del pasado. Los que corresponden a la infancia se relacionan con la admiración que la pequeña Janette y sus hermanos sienten. especialmente por su padre que fabrica castillos en el aire para ellos. Ese mito paterno se irá desgajando a medida que crecen y comienzan a ver las fisuras que ese mundo ideal que les crearon sus padres y las falencias de éstos. La otra mirada es la de Janette adulta, periodista, exitosa y comprometida con un yuppie, que también vive ajeno a la realidad, fuera de las inversiones y el dinero, que trata de olvidar lo vivido y aborrece a sus padres por continuar en esa falsa ilusión infantil. Ellos son la mirada opuesta a sus propios sueños y porque la obligan a hurgar en su memoria permanentemente, que le trae obstinadamente a este grupo mixto casero y las vidas de sus habitantes, con imágenes y escenas que, por más transparentes que sean, siente como si hubieran sido atrapadas caminando sobre un esquizofrénico sinfín.
“Un Hombre llamado Ove”, del director Hannes Holm (“La familia Anderson”, 2012-2013; “Maravillosa y amada por todos”, 2007; “Nunca ocurre lo que se espera”, 2000: “Eva y Adán”, 1997), es una “dramedia” que intenta instalar en el espectador un sentimiento de compasión sobre un personaje que no consigue inspirar ni siquiera lástima. Es la historia de un hombre gruñón, cascarrabias, solitario y resentido, en que las pérdidas han formado parte de su vida como una trágica constante. Ya se ha visto este tipo de personaje en variantes llevadas a una tipología lunaticus-lunática o fóbica en filmes como “St. Vincent” (Theodore Melfi, 2014) con Bill Murray, “Mejor... imposible” (“As good as It gets”, James L. Brooks, 1997), con Jack Nicholson, y “Gran Torino” (Clint Eastwood, 2008). Lo que lo diferencia a Ove de ellos es que no posee los trastornos típicos de esos personajes, sino más bien es un ser pasivo con alteraciones propias de una inconformidad provocada por la realidad de su tragedia: perdió el trabajo luego de 43 años de realizarlos, su nuevo estado social lo perturba y no logra adaptarse a su nueva vida.. Ove (Rolf Lassgård) es un viudo hosco, taciturno y amargado, cuyo presente es cuidar el vecindario donde vive, obligando a sus vecinos a vivir un régimen casi militar de convivencia que él se ingenió para establecer. Los flashbacks contaran la otra vida de Ove, su infancia, adolescencia, la muerte de su padre y de su esposa. Una familia iraní que se muda al vecindario, que se ve es un barrio obrero en alguna región fuera de los límites de Estocolmo, cambiará su vida radicalmente. Parvaneh, la joven embarazada a quien encarna la actriz sueca nacida en Irán, en 1979, Bahar Pars, poco a poco va dando color al gris mundo de Ove posibilitando que éste recuperara la fe en el ser humano y en él mismo. Con técnicas de encuadre casi televisivo y una musicalización por momentos empalagosa “Un hombre llamado Ove”, a pesar de haber sido seleccionada como candidata al Oscar como mejor película extranjera y mejor maquillaje, pasará a integrar el equipo de los filmes que son olvidados.
Una realización sobre la belleza de lo extraño Bajo la dirección de José Luis López Linares, con guión de Cristina Otero, e idea del neerlandés Reindert Falkenburg basada en su libro “The Land of Unlikenes”, el documental “El Bosco: El jardín de los sueños”, galardonado con tres premios Goya y nominado a los Emmy, se centra en el cuadro más trascendental del pintor, y uno de los más icónicos: “El jardín de las delicias”. En su primera secuencia abre con un pensamiento de Andrei Tarkovsky: “Cuando una obra nos conmueve escuchamos en nuestro interior la misma llamada de la verdad que impulso al artista crearla”, anticipa lo bello que puede llegar a ser la cinta. Para su realización, ha contado con la participación de 30 personalidades del mundo de la cultura y de la ciencia: Reindert Falkenburg, Cees Noteboom, Laura Restrepo, Orhan Pamuk, Miquel Barceló, Michel Onfray, Salman Rushdie, Nélida Piñón, José Manuel Ballester, Sílvia Pérez Cruz, Cai Guo Quiang, Ludovico Einaudi, William Christie, entre otros. El rodaje se hizo con el Museo del Prado cerrado. Esas imágenes se mezclan con secuencias de un carnaval que rememora las imágenes del cuadro en algún lugar de los Países Bajos, acompañadas por una banda sonora muy ecléctica. En ella se incluyen piezas de Bach, Elvis Costello, que pone sonidos a los tapices de Cluny, Lana del Rey con Gods and Monsters, Ludovico Einaudi cuya música ambiental, para meditar y a menudo introspectiva, da el tono justo al filme, junto con Olafur Arnalds de Max Ritcher, y el turbador Váter Unser de Arvo Part. Sólo faltó a la cita Umberto Eco, que tuvo que acudir a un encuentro con la eternidad. En este filme el espectador podrá participar de una extensa reflexión entre artistas, escritores, filósofos, músicos y científicos, sobre los significados históricos y artísticos del cuadro, trayendo a la actualidad un diálogo entre autor y espectador que fue iniciado hace 500 años en la corte de los duques de Nassau (Bruselas), cuando se supone que fue encargada la pintura a El Bosco. Se tienen muy pocos datos sobre la identidad y la biografía de El Bosco, lo único cierto es la fecha de su muerte en 1516, lo que contribuye a alimentar el enigma del significado que se esconde en sus obras. Y como se dice en algún momento del filme: "Al final de la novela, el escritor desvela el misterio. En este caso, el autor no quiere que resuelvas el misterio, quiere que permanezcas en él". Según Linares «El Bosco ha sido designado como un miembro de una secta esotérica, un cripto-cátaro, un alquimista, otros lo ven tan culto que incorporó mensajes complejos en forma de juegos de palabras visuales basadas en textos bíblicos o en el folclore. Estas interpretaciones a menudo sólo reflejan la mentalidad del espectador», La película parte de la contemplación del tríptico y de las especulaciones que genera. No posee hilo conductor, ni tampoco narrador. Es el encuentro de hombres pertenecientes a una cultura moderna con un artista plástico que proviene del siglo XVI. Todos admiran esa obra de arte que a diario contemplan alrededor de 5.000 personas. Las miradas son variadas y de acuerdo a su profesión, por ejemplo Michel Onfray supone que el cuadro es una invitación a pensar lo impensable. La cantante Sílvia Pérez Cruz, protagoniza uno de los momentos en que la emoción emerge como salida del cuadro, en el momento en que comienza a balbucear unas palabras entrecortadas, y luego arranca a cantar a plena voz, sobre un esquema musical que figura en el cuadro. Jheronimus van Aken, familiarmente Joen, conocido como Jheronimus Bosch, y en España el Bosco, nacido en Hertogenboch, comúnmente llamada Den Bosch, Holanda: de donde tomó el nombre, perteneciente a la hermandad de Santa María, concibió su obra artística con una mirada que oscila entre lo religioso y lo terrenal, entre lo sublime y lo diabólico. Los trípticos hablan del hombre que ha perdido su rumbo para llegar al cielo porque los places lo distraen de su objetivo. Ya en El carro de heno (1516), en La nave de los locos (1500), el Tríptico del Juicio a Viena (1482), o Mesa de los pecados, muestra un esbozo de ese mundo onírico, culpable, prostituido, vicioso, degradado, y que estallará en su máxima expresión en “El jardín de las delicias”. Pilar Silva, jefa del Departamento de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte del Museo del Prado, comenta en la entrevista que concedió al periódico ABC: “En el segmento de Adán, Eva... y la lechuza, El Bosco no escoge el pasaje en el que Dios crea a Eva de la costilla de Adán, ni siquiera cuando ella muerde la manzana del pecado. Inmortaliza el momento en el que Dios presenta a la pareja y bendice la unión: coge la mano de Eva, mientras los pies estirados de Adán rozan el manto del creador. Adán, que acaba de despertarse, mira embelesado a la seductora Eva, arrodillada y que baja la mirada. A la izquierda de la escena, un drago canario. «Nunca vio El Bosco uno directamente, sino a través de algún grabado», dice Pilar Silva. Representa el árbol de la vida. Pero, justo encima de la escena, asomado en un hueco de la fuente de los cuatro ríos, vemos una lechuza, que se repite en varias zonas del tríptico. Encarna la maldad y el pecado. Junto a Adán, El Bosco pinta animales (un elefante, aves) que representan la fuerza, la inteligencia... Junto a Eva, una jirafa, un cisne, un conejo..., símbolos de pureza, soberbia y fecundidad. En El Paraíso amenazado: Pilar Silva nos llama la atención sobre una roca antropomorfa, en la que advertimos el perfil del diablo. Fue utilizada por Dalí en obras como «El gran masturbador». Sobre la roca, una palmera, que simboliza el árbol de la ciencia, del bien y del mal, pero la serpiente tentadora baja por su tronco y por la roca reptan alimañas. El Bosco nos advierte con todo ello de que, pese a estar en el Paraíso, el pecado ya está acechando. Es una premonición de lo que se avecina. El Infierno musical: La tabla del Infierno, también se conoce como «El Infierno musical», debido a los numerosos instrumentos musicales que aparecen en él: un arpa, un laúd, un tambor, una gaita... Pero en este caso se tornan objetos de tortura, donde se crucifican a los pecadores. La escena está presidida por una gigantesca figura antropomórfica: el hombre-árbol, «el gran engañador, el diablo», que mira al espectador y algunos asocian a un autorretrato del Bosco. Su cuerpo destrozado deja al descubierto una taberna. Eran numerosas las ventas y burdeles que había en torno a la plaza donde vivía el artista en Hertogenbosch. El hombre-árbol sostiene sus heridas piernas sobre unas barcas. Y es que en el Infierno el agua se torna hielo resquebradizo. «Desde los textos medievales, dice Pilar Silva, el hielo es el castigo de los envidiosos». A la izquierda de la escena, dos orejas atravesadas por un cuchillo con un claro significado sexual. El cuchillo tiene la letra «M», marca de un platero de la época. A la derecha, unos perros devoran a un hombre con armadura, que sostiene un cáliz en la mano. Es el castigo de los sacrílegos. No sólo los pecados capitales están representados en «El jardín de las delicias». En la época se perseguía y se castigaba la bebida, los juegos de azar, la prostitución... En esta escena aparece un hombre clavado a la mesa donde ha estado jugando y una mano atravesada por un puñal con un dado en sus dedos. Al lado, naipes y el tablero de una especie de backgamon. De nuevo, la inversión de papeles. Aquí vemos un conejo que lleva clavado sobre un palo a una persona que acaba de caza En el cuadro aparece una crítica a los franciscanos: Llama la atención ésta imagen, en la que El Bosco pinta un cerdo, con el tocado de una monja clarisa (forma parte de la orden franciscana), que trata de convencer a un hombre, con unos documentos sobre sus piernas, para que los firme. A un lado, el tintero; al otro, una figura porta los sellos. «Es una crítica a los que hacen malos usos: jueces, notarios... – dice Pilar Silva –. Pero también a cómo manejaban el dinero las órdenes mendicantes. Critica a los franciscanos, nunca a los dominicos».. El Bosco, sostiene Pilar Silva “es una paradoja que critica la locura y la estulticia de la plebe, pero emplea los motivos que provienen de ella; que ataca la conducta contraria a la moral católica, pero es uno de los mayores outsider de la historia; defiende la sabiduría y la vida ordenada y rechaza la locura pecaminosa, pese a lo cual cultiva las invenciones más descabelladas; abomina de las miserias terrenales y al tiempo expone un código ético profano. Esta tensión irresoluble en la obra del Bosco ha hecho del pintor una fuente inagotable de interpretaciones, cuyo misterio le coloca en lo más alto de la popularidad”, En este maravilloso y fascinante documental el espectador se encontrará con una obra onírica, llena de sugerencias, insinuaciones y miradas que interrogan o con picardía seducen para que el individuo intervenga en su juego. La carga erótica del cuadro muestra que los instintos más recónditos y extravagantes cobran vida de modo insólito, libre y amoral: animales bizarros, hombres-pájaros, pavos reales increíbles, jirafas de múltiples orejas, soldados con armaduras devorados por lobos verdes, una pareja dentro de un mejillón, elefantes, hongos gigantes, etc. El Bosco, en cierta forma parece haberse sumergido en los sueños para realizar su pintura, debido a su manera alucinatoria de pintar, donde deja a los deseos y temores en libertad para que puedan flotar sin orden establecido, ingrávidos, movidos o regidos sólo por el principio del placer. Las figuras como los animales, las plantas, los instrumentos, los objetos, las pequeñas cosas, como una rama que sale del ano o los puntos sobre diminutos pájaros que esperan el momento de iniciar su vuelo, dan una característica particular al conjunto, pero también alguno de ellos (cabras, leones, lobos, bebiendo alrededor de un lago, son como una metáfora del fin del mundo de acuerdo al artista Cai Guo Quiang. En el documental se dice que El ardín de las delicias es una pintura “precartesiana”, es decir anterior a una racionalidad establecida como fórmula del pensamiento humano. Es decir que la forma caótica del sueño compuesta por la condensación, primariedad, desplazamiento, dramatización y el contenido latente, es la que rige la estructura del tríptico y le permite al espectador dar rienda suelta a su imaginación para interpretarlo. Cada uno ve lo que quiere de acuerdo a los diferentes estímulos visuales, culturas, etnias, modos de vida, profesiones, traumas, anhelos, temores, por eso cuando el tríptico se cierra en su parte exterior se ve un globo terráqueo dentro de una esfera transparente. Al abrirlo aparece por arte de magia un increíble jardín de imágenes sobrecogedoras, sobre el paraíso con Eva y Adán, los placeres de la carne, la lujuria (temas propios de la edad Media), el infierno a la derecha, porque de él no es posible retornar. Es un cuadro que escudriña al espectador, que actúa a modo de espejo y que lo lleva a perderse entre sus figuras. Según Willam Chistie “es un cuadro que invita a entrar y participar”. R. Falkenbug dirá es una cuadro “, en que la gente se ve a sí misma. Si nos damos cuenta de que el cuadro es un reflejo de nosotros ante la pintura en cuanto miramos en su interior comenzamos a soñar. Es una imagen en espejo de nosotros”. Según Cees Nooteboom (escritor y ensayista neerlandés) “Este cuadro ha estado ahí expuesto dese hace mucho tiempo, emanando su fuerza, su alma… Antes de la Revolución Francesa, después de la Revolución Francesa, antes y después del marxismo, y antes y después de Auschwitz (…) Lo que significa que el cuadro, ha permanecido siempre igual. El mismo objeto material hecho de madera y pintura (,,,) Pero los ojos pertenecen a cabezas cuyas mentes han cambiado por completo”. La mirada del siglo XXI por cierto es diferente, ya la culpa y el castigo han perdido valor, sin embargo esos eternos pecados de la soberbia, la lujuria, del poder abusivo de gobernantes y jueces, de la mentira y la falsedad, la avaricia y la envidia, el robo, el secuestro, el asesinato, el incesto, la violación, mantuvieron su vigencia a lo largo de siglos. El Bosco podía enjuiciar a través de su arte, pero hoy numerosos artistas ya no poseen esa intención de denuncia del medioevo o el renacimiento, sino más bien producen artículos que reflejan su frívola vanidad personal
Un paisaje, un vuelo accidentado, dos niñas, un zorro y una rosa, fueron la maravillosa fuente de inspiración de Antoine de Saint-Exupèry para escribir “El principito” (“Le petit prince”), una novela corta en la que, de manera alegórica, expone parte de su filosofía de vida y su concepción sobre el individuo. El libro fue ilustrado por el propio Antoine de Saint-Exupéry y publicado en 1943. Y un vuelo de la Aeroposta Argentina, filial de Aéropostale, una empresa francesa de correo, fue la que determinó el destino del aviador y su historia. Antoine de Saint-Exupèry había llegado a Argentina en 1929 con la misión de organizar la red de América Latina, a su vez esos viajes le sirvieron de marco a su segunda novela “Vuelo nocturno” (“Vole de nuit”). En 1931 la bancarrota de la Aéropostale puso fin a la era de los pioneros y propició su casamiento, en abril, con Consuelo Suncin Sandoval, la acaudalada viuda del escritor y diplomático Enrique Gómez Carrillo, salvadoreña-francesa, y nacionalizada argentina, periodista y escritora. Los empleos de Antoine de Saint-Exupèry fueron variados y no muy constantes, entre 1922 y 1926 trabajó como inspector de una fábrica de ladrillos o representante de los camiones Saurer. Luego incursionó por el diseño, dado que había estudiado arquitectura, y por fin la aviación fue la que acaparó todo su interés, porque a través de ella podía hacer girar las hélices de su espíritu aventurero. El documental con ciertas escenas dramatizadas “Vuelo nocturno” de Nicolás Herzog, al igual que en su filme anterior “Orquesta roja” (2010), utilizó un espacio de acción que conoce bien, Concordia (Entre Ríos). El documental narra una historia en la que se entrelazan realidad, leyenda y mito, donde los personajes se cuelan en el relato, como escapados de un cuento, y poco a poco van revelando aquellos misterios que el escritor había enterrado con él en el mar. Saint-Exsupéry recorrió el territorio argentino sobre sus cuatro puntos cardinales, y en cada lugar dejó un hálito especial que permitió que su ausencia se sintiera como presencia, por ejemplo en el Hotel Ostende (Ostende-Pinamar) aún se conserva la habitación intacta que había utilizado el aviador cuando transitaba por esos parajes. O en el departamento 605, ubicado en el 6 piso de la galería Güemes que era vivienda y oficina de la Aeropostal, y actualmente museo. Y en Concordia quedó inalterable, en la memoria de los protagonistas, aquella visita accidental que, por el desperfecto de su avión, lo retuvo varios días en el castillo de los Fuchs Valon, y le permitieron después regresar a visitarlos varias veces más. A partir de esa rueda de su avión atascada en una vizcachera comienza la aventura del espectador de ir descubriendo poco a poco el mundo mágico de Sanit-Exsupéry. Esa magia lo llevó a conocer el castillo San Carlos, cuya propia historia pertenece al terreno de lo fantasmagórico y misterioso. Su primer dueñ, el francés Edouard Demachy, lo construyó en 1888 y luego despareció, dejando el palacio intacto. Años más tarde la arrendaron los Fuchs Valon, un matrimonio francés con dos hijas, a las que Sanit-Exsupéry denominó, en un artículo publicado a fines de 1932, a su vuelta a Franci, como Princesses d´ Argentine. Con una ambientación musical de Ezequiel Luka y Gerardo Morel, muy atractiva y acorde con la propuesta de fotografía de Gastón Delecluze, da la filme una impronta ilusoria de cine casero organizado con elementos reales a partir de una serie de entrevistas y paisajes, pero a la vez ficcionando ciertos pasajes del filme, que parecen estar basados en; “El aviador (“L´Aviateur”, (1926), o “Tierra de hombres” (“Terre des hommes”, 1939). Desde ese montaje muy bien compaginado por Sebastián Miranda y Nicolás Herzog de realidad–ficción, el espectador se entera que al zorro lo había domesticado con paciencia una de las princesas, y que el boabas era un árbol de zona tan retorcido como su homónimo africano. Que la serpiente, era la mascota de la familia que circulaba por debajo de la mesa del comedor, asustando a Antoine. Y que “la vana y petulante rosa”, no se sabe muy bien si es la representación o símbolo de su madre, o de su esposa, pero sí que estaba multiplicada en el jardín de las princesas Edda y Suzzane. Lo interesante del filme fue el material sonoro, fotográfico y fílmico que aportaron las princesas ya adultas, el testimonio de los cuidadores del castillo, los jardineros, y todos aquellos que de un modo u otro conocieron al escritor. Entre los recuerdos aparecen la serie de grabaciones que Saint-Exsupéry envió a Jean Renoir para compaginar una película que nunca se llegó a filmar, álbumes de fotos de ese tiempo infinito que es el pasado, pero sobre todo el afectivo reencuentro con la memoria de mujeres adultas que después de años regresan al universo de su infancia. Otra de las secuencias interesantes es el viaje al castillo de Saint-Exsupéry en Lyon (Francia), cuyo recorrido lleva a imaginar tardes de tertulias femeninas, té con masas, noches de valses y miradas furtivas. En ese lugar de pisos como damero, blancos y negros, grandes salones vacíos, y una ventana que movilizó la ilusión de un niño que soñaba con ser aviador, haciéndolo fabricar una bicicleta con alas con ayuda de un carpintero, para dar inicio a los viajes urdidos en su imaginación. “Vuelo nocturno” de Nicolás Herzog es una realización que se puede atesorar en la memoria como una pequeña joya, que al igual que “El principito” (“Le petit prince”) en su capítulo XXI nos dice a través del zorro: “Adiós - Aquí está mi secreto. Es muy simple: sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos. -Lo esencial es invisible a los ojos – repitió el principito a fin de recordarlo.- Es el tiempo que has perdido en tu rosa lo que hace a tu rosa tan importante”. Lo que hace importante a “Vuelo nocturno” es el corazón y el amor que puso Nicolás Herzog en su filme para que el espectador partícipe de esa soledad limitada de un recuerdo que está en comunión con el universo, en el espacio de la palabra y en el espacio de lo invisible.