La caja de Pandora Un robo en el Banco de Valencia pone a la banda en la mira de las altas esferas del poder político español. El robo con rehenes es un tópico que alimenta el cine de acción con distintos niveles de efectividad, según las vueltas del guion y la estrategia que destina a los delincuentes. La clásica escena del atraco al banco en día hábil toma en la película de Daniel Calparsoro, 100 años de perdón, caminos previsibles, aunque sostenidos por un buen elenco binacional. El gallego (Luis Tosar) y el uruguayo (Rodrigo de la Serna) son los jefes de la banda que toman por asalto un banco en el centro de Valencia. El plan que a poco de iniciada la película suena bastante ingenuo, no ha tenido en cuenta algunos detalles obvios. A la banda le queda grande el robo. La película gira en torno a la relación de los cabecillas, el ocultamiento de información, la impunidad del sistema bancario y las cajas de seguridad. Cualquier espectador puede transferir en minutos la historia a latitudes cercanas. En una entrevista, el actor español Luis Tosar dijo que hay que apurarse a verla, antes de que ocurra en la realidad. 100 años de perdón vuelve sobre el tema que cruza el poder político con el sistema bancario que, de tan discreto es cómplice de maniobras que dañan la credibilidad de las sociedades democráticas. Para los cordobeses, affaire CBI mediante, suena a historia conocida. También es inevitable la comparación con El plan perfecto, de Spike Lee, un tanque sobre el tema que 100 años... apenas puede emular. La crisis española aparece esbozada y luego es el personaje de Rodrigo de la Serna quien recuerda con amargura y humor negro el corralito de 2001 en Argentina. Los roles de Joaquín Furriel y Luciano Cáceres aportan la caracterización de los delincuentes improvisados. Los actores colaboran para crear el ambiente de la película. Se luce Furriel como el tipo corto de entendimiento que de todas maneras olfatea el escándalo a gran escala en que están metidos. 100 años de perdón entretiene con poca acción y algo de suspenso. No hay novedades. Sobre todo para la platea argentina que recuerda el asalto del Banco Río de Acasuso, un episodio real que el cine no puede superar.
Retrato de casados Carla Peterson y Sebastián Wainraich protagonizan una comedia que se detiene con humor en el desgaste de la relación después de 12 años de matrimonio. "Brindemos para que tengamos un tema de conversación”, le dice Leonel a Paola, su esposa desde hace 12 años. Es uno de los tantos remates de diálogo en la película de Hernán Guerschuny, Una noche de amor. Carla Peterson y Sebastián Wainraich se meten en los roles de los esposos que necesitan aire para la relación, un secreto a voces que se desata la noche que por fin pueden salir sin sus dos niños. La película no apuesta a la sorpresa pero tiene el acierto de que el cliché encuentra tono, desarrollo e interpretaciones interesantes. No es fácil hablar de la rutina y el paso del tiempo sin que la obviedad ahogue el guion, de manera que la cooperación del director con Wainraich funciona muy bien en el peloteo dosificado de frases ocurrentes. El recurso es parte de la caracterización de Leo, escritor de guiones, un tipo tierno y aburrido, hasta donde el retrato lo condena. Ella se pone las pilas y está al límite del acoso verbal contra su marido. Cada uno sobrevive como puede y se refugia en lo que queda del matrimonio. La película desdramatiza el tema, lo atraviesa sin dogmatismo y genera simpatía por los protagonistas. Una noche de amor reposa en la expresividad de Carla Peterson, una comediante eficaz, a cara lavada, y en la postura infranqueable de Wainraich para hacer de Leo un tipo complejo y tierno a la vez. Los espacios, pocos y funcionales, revelan economía en el recorrido de la pareja (el departamento, el auto, el restaurante y la calle). La escena en la que interactúan con la pareja cool que componen Tincho (Rafael Spregelburd) y Mariana (María Carámbula) es un paso de comedia con la tensión al rojo vivo. Lo mejor de la película es el humor con que los personajes entran y salen de las situaciones. Por otra parte, Una noche de amor ofrece un pantallazo al matrimonio entre treintañeros. El apunte sociológico plantea las marcas de época que jaquean las relaciones concebidas con mucho amor y sometidas a los esfuerzos cotidianos. Paola y Leo reman y saben que tienen que superar la prueba del abandono. Igual que en la gráfica de la película, la carrera, a la manera de los juegos de mesa, es larga cuando los dados no colaboran para avanzar. La fotografía, la música de Sinatra y el aire a Woody Allen hacen del filme una reflexión sencilla, con gags generacionales y la posibilidad que da la dupla de comediantes al abordar el tema de la rutina matrimonial.
Daniel Aráoz y Luis Ziembrowski protagonizan una película de acción que expone la rivalidad a muerte de Juan y Vicente Zanotti. "Hoy es el principio de la promesa", repite Juan Zanotti, un tipo triste, de aspecto temible, dispuesto a cumplir el juramento autoimpuesto. Daniel Aráoz compone un hampón que vuelve de su exilio interior para saldar cuentas de familia. Es un delincuente con carga dramática. La opera prima de Bruno Hernández, 8 tiros, pone en contexto la rivalidad de dos hermanos y hace foco en el pequeño universo de los sentimientos mal paridos. La acción, la gestualidad y los pasos de la venganza acompañan la relación de Juan y Vicente (Luis Ziembrowski). Si bien casi no comparten escenas, cada uno en su momento transmite la dificultad de ese vínculo. 8 tiros ofrece una descripción de estilo sobre el submundo que muestra con cierta asepsia y meticulosidad. La película se apoya en estereotipos en cuanto a personajes, climas y diálogos. Aun así, funciona porque nunca abandona el eje, es decir, la obsesión de Juan. Aráoz encuentra el registro del hombre que no estalla, un rostro que se alimenta de recuerdos tortuosos. Algunos flashbacks ilustran la causa de aquella promesa antigua que Juan quiere cumplir. Los niños que fueron aparecen junto al padre, en un episodio doloroso que se va descubriendo durante la película. Hernández se detiene en los detalles: mientras Juan en su búnker acondiciona autos, usa el soldador, manipula piezas. Los objetos refuerzan la estampa de ese hombre solo. Hay teatralidad en la imagen, la búsqueda de profundidad con movimientos teatrales, el registro de la intimidad de los protagonistas. La ferocidad de ambos está aplacada por el modo de actuarla de Aráoz y Ziembrowski. Se dice de los Zanotti son temibles, algunas escenas lo sugiere, pero, en general, la película transita por la tensión del encuentro y la muerte como destino. Un elenco interesante y bien plantado acompaña al dúo de actores. Roly Serrano, como el intendente Bustos; Alberto Ajaka, como el empleado fiel al capo; Alejandro Fiore, el padre, en breve aparición; María Nela Sinisterra, la agente de la DEA, y Leticia Brédice, impecable, en el personaje de la mujer sometida. La ciudad, la noche y la autopista están presentes fuera del registro realista. Son escenarios fantasmales por donde se mueve Juan. El mundo del narcotráfico se muestra como síntesis, alejado del drama. No hay espectacularidad en la cámara. La fotografía de Julián Apezteguía capta los ambientes con detenimiento, creando climas que refuerzan la idea de que Juan es la amenaza. Las escenas clásicas, jugadas sobre la música melancólica, con un montaje cuidado desarrollan el conflicto y, aunque hay previsibilidad en el guion, logran la reflexión sobre el crimen organizado. En el camino quedan los hermanos Zanotti que soportan rivalidades para ocultar la falta de amor y de rumbo.
El signo de los tiempos Basada en hechos reales, La gran apuesta relata la especulación durante el fraude hipotecario de 2008 en Estados Unidos, con un elenco de estrellas. Una voz en off comienza el relato que durante La gran apuesta va ganando velocidad, a medida que se suman los personajes. El director Adam McKay logra compactar en 130 minutos la tragedia de los ahorristas estadounidenses, estafados por los bancos de ese país en 2008, el huevo de la serpiente que comenzó a moverse en 2005. La película presenta a los agentes de bolsa que vieron venir el tsunami tres años antes. La gran apuesta ofrece mucha información específica, transmitida en un esfuerzo de comunicación con diferentes recursos. La voz que explica, que corresponde a Ryan Gosling, aporta datos; Mark, el personaje de Steve Carrell, es quien hace los cuestionamientos éticos y morales ante el flujo de dinero ajeno que un día se evapora sin explicación; el excéntrico Michael Burry (Christian Bale), mastica variables y descubre el engaño cuando nadie podía imaginar la catástrofe que dejó a millones de personas sin trabajo, casa, ahorros ni fondos de jubilación. Y Ben, el enigmático (Brad Pitt) juega como el outsider de ese mundo que abandonó porque no soportó el hedor. El acierto de la película está en el modo de contar la historia reciente, documentada, y recordada por el efecto colateral que tuvo en otros países (Grecia, España, entre otros). Para el gran público es una oportunidad de conocer a fondo la maniobra de los bancos, las complicidades del mundo financiero y la voracidad con que se ejecutaron las hipotecas, planteadas desde el comienzo, inviables. El director alega en contra de la farsa de Wall Street y reflexiona sobre el imaginario del ciudadano estadounidense ciego ante un sistema que le soltó la mano. Adam MacKay arma un falso documental, basado en hechos y personajes reales, con algo de reality y en constante apelación al público. Los personajes miran a la cámara y se expresan como si estuvieran filmando una conferencia en torno al mundo financiero y sus bajezas. Steve Carrell se destaca en la composición de Mark, el indignado, mientras Gosling mantiene el equilibrio en la creación de un personaje que por momentos lleva la carga de la información (la escena en su oficina con el equipo de Mark es un momento de comedia estupendo). Por su parte, Bale, como el tipo aislado del mundo que supo verlo con nitidez, queda algo forzado, actuando las rarezas de Mike. John Magaro (Charlie) y Finn Wittrock (Jamie) forman la dupla de pícaros jóvenes que comienzan en el negocio y llegan a las mismas conclusiones que sus pares experimentados. “Creí que vería adultos”, dice uno de ellos cuando entra a una corporación desierta tras la estampida. Con imágenes frenéticas de videoclip y la adrenalina que recuerda a El lobo de Wall Street, la película toma el cauce de la denuncia, el registro de una etapa que golpeó a los ciudadanos en su buena fe. La frase inicial de Mark Twain plantea el tono de la comedia ácida, con dosis de cinismo: “Lo que te mete en problemas no es lo que no sabes, sino, lo que crees saber”. La paz americana se quiebra pero unos pocos lo descubren y los involucrados no están dispuestos a escuchar. La película describe la “burbuja” que acompañó el fraude hipotecario, rematando el guion con la frase: “La verdad es como la poesía. La mayoría de la gente odia la poesía”. La edición de Hank Corwin no da respiro, en tanto la fotografía de Barry Ackroyd superpone rostros y ambientes en la cuenta regresiva. Quizás cuesta entrar a la lógica durante los primeros minutos de película pero después vale la pena dejarse llevar por las evidencias del guion basado en el libro de Michael Lewis. La gran apuesta es también un aporte del cine a la posibilidad de generar masa crítica en los espectadores que quieren estar alerta.
Drama inspirado en "El secreto de sus ojos" Julia Roberts lidera el drama inspirado en "El secreto de sus ojos" con la contundencia de una gran actriz. El guion mantiene los hallazgos del original. El detalle navideño, sutil, en contraste con la revelación del rostro criminal en la pantalla de la computadora, señala el comienzo de Secretos de una obsesión, la película de Billy Ray basada libremente en el guion de El secreto de sus ojos. Plantear la comparación no sólo es una pérdida de tiempo, sino un obstáculo para disfrutar el thriller que mantiene los hallazgos de la historia original y recicla el contexto, las circunstancias y el punto de vista con respecto a la modalidad de trabajo de la justicia y la policía en Estados Unidos. Pensada para el público global, la película gira en torno a tres actores notables: Julia Roberts, Chiwetwl Ejiofor y Nicole Kidman, en los roles de agentes del FBI y la fiscal de distrito, respectivamente. A Jess, Ray y Claire los une el espanto: descubren que la hija adolescente de Jess ha sido brutalmente asesinada. Julia Roberts comentó que la impactó El secreto de sus ojos, por el silencio y el melodrama. Con esas coordenadas la actriz compone una madre doliente, que conoce los límites autoimpuestos de la justicia y la política en seguridad para la que trabaja. Excelente trabajo de Chiwetwl Ejiofor como Ray, el oficial desclasado que lleva adelante la obsesión por encontrar al asesino de Carolyn, la adolescente que vio crecer, y buena performance de Kidman, en su rol distante y contenido, que expresa la lucha interior del corazón que late en el lugar equivocado. La anécdota central se desarrolla en dos tiempos: en 2002, momento del asesinato al lado de la mezquita, y en el presente. El guion abusa de los saltos temporales que exigen mucha concentración. Los detalles de la puesta y el diseño ayudan al espectador a reconstruir las implicancias del rol del asesino Anzor Marzin en el entramado político. La escena del hallazgo del cadáver es una obra de arte, con Jess (Julia Roberts) desgarrada de dolor. La emoción atraviesa los momentos clave del relato, liderados por la frase que se escucha un par de veces: "las pasiones son como mapas". El amor, la amistad incondicional, la pérdida, la impotencia van cruzando el cuerpo de los personajes. Hay en la película violencia institucional y física, con un tratamiento poco jugado, aunque logra transmitir desesperación y tristeza. Kidman se luce en la escena que pone a Claire cara a cara con el asesino (Joe Cole). En la segunda línea, muy efectivos Michael Kelly (Reg Siefert), Dean Norris (como Bumpy Willis) y Alfred Molina (Martin Morales). El tema de la justicia dirigido al sistema político hace explícita la orden que convierte a un violador en ciudadano intocable, si tiene buena información para el FBI. El contexto de la paranoia posterior al atentado de las Torres Gemelas sobrevuela la historia pequeña y única de la madre que ha perdido a su hija. Una foto, la intuición de Ray, la búsqueda y la sorpresa final son datos que a los conocedores de El secreto de sus ojos les traen recuerdos. Al mismo tiempo que, para el espectador sin información previa, esos hallazgos hacen de Secretos de una obsesión, un thriller policial que rinde honores al melodrama desde las herramientas actorales que concibe Hollywood para su público.
El fin del sufrimiento Sinsajo 2 cierra la saga Los juegos del hambre con mucha acción y con el planteo de una oscura guerra fratricida. Jennifer Lawrence realiza un gran trabajo actoral. Katniss despierta en una cama de hospital en el Distrito 13. En plena guerra contra el Capitolio, el Sinsajo recupera fuerzas. La última película de Los juegos del hambre comienza con una escena que los seguidores decodifican rápidamente. El prólogo muestra la situación de la contienda, con Peeta en rehabilitación después del lavado de cerebro al que fue sometido por el presidente Snow. La saga finaliza con una película visualmente oscura, monumental, en continuidad con el planteo estético que propuso desde el comienzo. En este caso, el foco se concentra en las acciones más que en la puesta. “Morir por una causa justa, no por un espectáculo”, dice la presidenta Coin antes de la misión que devuelve a los vencedores al Distrito 2, lugar donde el Capitolio acopia las armas. Una vez más Katniss está donde deber estar, por instinto. La acompañan las cámaras y el reality encara la resolución siniestra, paso a paso. Jennifer Lawrence logra un personaje inolvidable, con su bello rostro expresando la angustia por la misión que debe asumir. La actriz está a la altura de Julianne Moore, Donald Sutherland y Philip Seymour Hoffman, en su última actuación. La actriz muestra la constante evolución de su personaje convertido en símbolo de la rebelión. La carga de dolor la acompaña siempre. Katniss no ha aprendido a sonreír. No tuvo tiempo para eso. La película que dirige Francis Lawrence respeta en todo el libro de Suzanne Collins y cierra la tercera parte que, por imperio de la industria, fue dividida en dos partes. Aun así, Sinsajo 2 no pierde tensión dramática, suspenso y ritmo. Katniss y el ejército de los distritos liberados toman por asalto el Capitolio. En esa epopeya, la lógica de los perversos Juegos del hambre se traslada a la ciudad gobernada por Snow. La capital de Panem es la arena de los juegos de la guerra. Las pruebas son extremas, con un sistema de minas diseminado por las calles. Katniss, Peeta (Josh Hutcherson) y su contrincante Gale (Liam Hemsworth) enfrentan la tarea decisiva, mientras las cámaras lanzan spots (propos) con la nación Panem en vilo. “La sed de sangre es una necesidad difícil de satisfacer”, dice Coin (impávida Julianne Moore). Se suman imágenes poderosas como las aguas negras avanzando, los siempre espeluznantes mutos, la creación de personajes extravagantes y penosos, como Tigris. Al tiempo que la emotividad del guion sostiene a Katniss, la heroína que nació en tiempos devastadores, en el Distrito 12, el más pobre y castigado. El amor se subordina a su liderazgo. Sinsajo 2 desarrolla varias ideas sobre la naturaleza del poder, el sentido de una guerra fratricida y la democracia como destino. Katniss descubre que en esa guerra, otra vez, hay que saber matar, empleando la estrategia de Gale o de Coin. Ella es simplemente un sinsajo que desea ser libre. En ese dilema, la paz como símbolo y búsqueda es el gran interrogante. El final, atípico, también deja abierta la reflexión sobre el poder que se recicla.
Viveza criminal Gustavo Postiglione filmó un policial en el que la noche rosarina es habitada por personajes teatrales, al amparo del género. Dos escenas aparentemente inconexas marcan los dos saltos narrativos con que Gustavo Postiglione ofrece su policial Brisas heladas, con guiños al cine, el género policial y espacios de Rosario que sus vecinos reconocen. El conflicto entre Bruno y Mabel, hermanos que andan en la mala, cada uno por su lado, funciona como núcleo psicológico de la historia que va trazando líneas narrativas con prolijidad y sin sorpresas. La película está basada en la obra de teatro homónima de Postiglione, génesis que quizás explica que el fuerte de Brisas heladas está en las interpretaciones actorales y en la construcción de personajes. Un bolso desata la ira del capo mafia, devaluado matón de barrio, el rol del siempre inquietante Norman Briski. Antonio amenaza desde la mesa de un bar, flanqueado por dos caras de malo. Los dramas personales se desatan en ambientes claustrofóbicos. Se anunció que el Museo Arte Contemporáneo de Rosario (Macro) fue acondicionado como el loft de Bruno, espacio aséptico, con puertas corredizas, lugar donde los hermanos hablan un buen rato de películas, diálogos que desvían la atención del tema principal, escueto y planteado con respeto al género. Sale el tema de Steve Mc Queen, la música de Carpenters que escuchaba el padre, Love Story, el clan Mason, la muerte de Sharon Tate, Roman Polanski y El bebé de Rosmary. Postiglione juega el guion con ejercicios de estilo, la música que él mismo compuso, la dirección de arte preciosista de Ana Julia Manaker y la fotografía de Héctor Molina que potencia la imagen de Rosario como ciudad cosmopolita, escenario del hampa. La imagen es urbana y universal, sin localismos, como si el cine policial borrara las marcas propias.Lo sórdido en la película aparece bajo el encanto de la ficción. Juan Nemirovsky es Bruno, un hombre ambicioso e inseguro, a la vez. María Celia Ferrero, Mabel, trabajó los cambios emocionales, del limbo creíble al estallido, de víctima a simuladora. La relación entre hermanos pone un condimento interesante aunque la resolución sea lineal, desaprovechando el potencial del vínculo. En tanto Elli Medeiros, como Carmen, pone la cuota de primera dama endurecida por la proximidad del delito. El interrogatorio, amable, se inserta mientras el flashback descubre los motivos del conflicto y amontona muertes. Gastón Pauls, como el fiscal, mide la capacidad de Mabel para enfrentar la ley. La película pierde ritmo por el tratamiento clásico del interrogatorio, con primeros planos y la teatralidad de Celia Ferrero para vestir su personaje de ambigüedades. Brisas heladas es una historia de viveza criminal en la que Postiglione no deja nada librado al azar. Deja atrás las improvisaciones y la cámara inquieta de otras películas, para meterse en un género que, como la valija de Mabel, está lleno de juguetes.
La madre de la insurrección Pablo Agüero entra en el laberinto d ela historia argentina del siglo XX, guiado por el ícono y emblema del cadáver de Eva Perón. Como un ensayo minucioso, de buen lector de la historia argentina del siglo XX, Pablo Agüero, director de Eva no duerme, aporta su mirada en torno al destino del cadáver embalsamado de Eva Perón. La opera prima retoma hechos, documentos y literatura para exponer en tres capítulos, la potencia de una líder que atravesó las décadas como abanderada de los más débiles. El director utiliza el registro audiovisual de la época, escenas multitudinarias de la Plaza de Mayo donde nació la esperanza de muchos y también se dio la represión brutal en junio de 1955. La voz de Eva suena en algunos momentos, aunque la película trabaja sobre ese cuerpo preparado para la eternidad, robado, profanado, desaparecido y recuperado, periplo que acompaña los procesos dolorosos del avance y sojuzgamiento de las clases desprotegidas. En El embalsamador, Imanol Arias encarna al doctor Ara, el español que dedicó desvelos y arte al cadáver. La constante de la película, que desde el comienzo crea atmósferas emocionales y visuales, va del thriller a la exposición aséptica. Eva no duerme es una película bella, de espacios cerrados, recurso inteligente del director que deja en manos de las imágenes documentales la multitud y su movimiento.Mientras tanto hace crecer la teatralidad. En El transportador, en la cabina del camión del ejército, y El dictador, la escena del secuestro y fusilamiento de Aramburu, la película pone la cámara sobre los personajes desgarrados de la historia. Es ineludible la cita a Rodolfo Walsh, ya que hay mucho de Esa mujer (aunque no dicho)en el modo de referir diálogos y posiciones políticas. Las actuaciones hacen honor a la dificultad del registro, con Imanol Arias (Massera, el narrador); Dennis Lavant (el coronel Carlos Eugenio Moori Koenig); Daniel Fanego (Aramburu). La fotografía de Iván Gierasinchuk logra ambientes fantasmagóricos, con Buenos Aires bajo la lluvia, el traqueteo sobre el puente, un sótano con una sola lámpara que oscila, el claroscuro de los rostros con lágrimas contenidas, miedo, ira o resignación. Una mano que se abre, el rigor mortis de una pierna, la máscara sobre el rostro donde el embalsamador busca dolor, cobra otro sentido en el trabajo de Ara que habla con ella (muy interesante procedimiento sobre el cuerpo de la actriz Sabrina Machi). Agüero no profana a su Eva. Deja que el cuerpo hable por sí solo. "La madre de las insurrecciones", dice Massera. Gael García Bernal y su voz son el contrapunto refinado, la anunciación del exterminio que Aramburu describió: "No van a quedar ni los cuerpos".
A la memoria de Haroldo Conti El almuerzo, la película de Javier Torre, recrea en clave de ficción el almuerzo que Jorge Rafael Videla ofreció en la Casa Rosada a referentes de la cultura, en 1976. El almuerzo, de Javier Torre, es un viaje a la Argentina de la violación a los Derechos Humanos. La anécdota recrea el almuerzo que el genocida Jorge Rafael Videla ofreció en la Casa Rosada a referentes de la cultura, en mayo de 1976. La película, sencilla y con diseño documental, pone la cámara sobre cada personaje y deja que los discursos aparezcan controlados por el miedo y la sospecha del horror que no se puede nombrar. Alejandro Awada compone el rictus de Videla de manera magistral. Mastica las palabras y se dirige a sus invitados con desprecio disfrazado de cortesía. A su mesa ha sentado a Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Horacio Ratti (presidente de la Sade) y el Padre Castellani, interpretados por Jean Pierre Noher, Lorenzo Quinteros, Roberto Carnaghi y Pompeyo Audivert, respectivamente. En la otra punta de la mesa, el Secretario General de la Presidencia, General Villarreal (sobrio, Arturo Bonín) mide la situación. La película entrelaza esa circunstancia difundida por los medios de comunicación a dos meses del golpe de estado, con la desaparición, tortura y asesinato del escritor Haroldo Conti (Jorge Gerschman). Cada invitado llega a la Rosada con preocupación por el nivel de apoyo que implica la invitación. Previamente se los muestra escuchando historias de represión, de procedimientos irregulares, y conocen la lista de escritores desaparecidos. La mediación es un anhelo que se esfuma con la primera mirada de Videla.Más allá de la imitación, una de las decisiones que sostiene la película, ya que los actores han buscado los rasgos distintivos de las personalidades evocadas, Javier Torre recrea ese momento crucial en la vida y la muerte de la nación. La incomodidad de los comensales, la conversación en torno a la figura del escritor en la sociedad, lo patético de la situación con esos hombres respetables comiendo con el dictador, mientras Haroldo Conti vive su calvario, componen una imagen escalofriante del pasado. La actuación de cada actor es de una intensidad conmovedora. Audivert, por ser quizás menos mimético, y Gerschman, como la víctima que representa a tantos mártires, estremecen por la actualidad del planteo, aun en un contexto de garantías de los Derechos Humanos. El almuerzo es, a su manera, un homenaje sentido a Haroldo Conti, que remite, sin decirlo, a la frase "Nunca más", repetida tantas veces como sea necesario.
Vida de artista Dos muchachos de Cali sueñan con pintar los muros de la ciudad con mensajes de libertad y resistencia. Pocas veces llegan a las salas locales registros de historias cotidianas con protagonistas latinoamericanos. En Los hongos, el director Oscar Ruiz Navia sigue con su cámara a dos muchachos de Cali, que, en skate y bicicleta van en busca de los espacios donde pueden expresarse libremente. La película muestra sin narrar y mantiene la frescura del registro en el que hay momentos reveladores. Cuando canta el gallo, Ras está despierto. Aún no ha dormido. Se lava la cara y va a la construcción. Lo alientan ideas e impulsos que comparte con Calvin, el chico del otro lado de la ciudad. Son grafiteros y creen en su arte como denuncia, herramienta y desahogo. Sus mundos domésticos son escuetos. Ras vive con María, su madre, una inmigrante que va a la iglesia y teme que su hijo esté embrujado. Calvin cuida a su abuela enferma de cáncer. La Ñaña es quien lo protege con su afecto aunque el cuerpo esté débil. Los cuidados del nieto demuestran la ternura del chico que la acompaña y la ayuda a dormir, la asiste y le pinta los labios. Es la dimensión íntima del chico que sueña con la revolución o algo así. Los chicos se desplazan por la ciudad sobre el fondo de paredes de ladrillo sin revoque. Van a encontrarse con los referentes de una actividad que disputa muros e ideas al establishment. El contexto es el de las elecciones municipales. Los paredones sirven de soporte a cantidad de afiches idénticos, con la foto del favorito. El padre de Calvin discute en el bar sobre los nuevos candidatos surgidos de la noche a la mañana. “Son los candidatos del fachismo, la autocracia, el narcotráfico. Nada de aventuras”. La tribuna de los muchachos está con los grafiteros. Ras quiere que la frase sea: “Nunca más guardaremos silencio”, tomada de la revuelta egipcia. Las mujeres con la cara cubierta son también el signo de los tiempos que quieren cambiar. La cámara se mete en la fiesta con las chicas de la facultad, el amorío de Calvin y Dominique, nacido en la facultad de artes; hasta llegar al puente donde trabajan de noche mientras Calicalentura Radio transmite ‘la revuelta submarina’. La película se detiene en la cultura popular de los jóvenes, un recorte que no incluye sicarios y narcos. El título alude a un concepto tan popular como errado, que dice que los hongos nacen en contextos de putrefacción.