El pasado que condena. Crítica de “Rosita” de Verónica Chen. Lola es una madre joven y ya con 3 hijos: Gus, Alejo y Rosita, todos de padres diferentes. Trabaja en un salón de belleza, es linda y le gusta producirse. Con su madre internada y sin más familia, Lola lucha por sostener a sus chicos y vivir. Cuando aparece su padre, Omar, a reparar su ausencia y le ofrece una casa y ayuda, Lola acepta. En una decisión apresurada pero obligada por las urgencias, Lola se muda a la casa de Omar. Un día deja a los chicos al cuidado de él para pasar unas horas con su novio, pero cuando vuelve a casa se encuentra a los dos varones solos jugando a la Play y ni rastros de Omar ni de Rosita: ambos han desaparecido. En la primera toma vemos una misma imagen con distintos tonos de luces, una ventana partida a la mitad, tonos fríos de un lado, tonos cálidos del otro. Un mismo visto desde dos perspectivas distintas, dos interpretaciones cargadas de subjetividad. Eso sucederá cuando Lola descubra que su padre se ha llevado a su hija de paseo pero no regresa hasta el otro día sin tener noticias de ellos. La influencia de los medios, que relatan otras noticias similares con trágicos finales, el pasado presidiario de su padre y el supuesto asesinato de un compañero de trabajo de Omar; sumado al relato de un amigo de Omar, que le cuenta que su padre en el pasado trabajó en un prostíbulo, todos factores que llevan llevan a la joven a pensar lo peor. Al aparecer la niña con el abuelo, la angustia de Lola por la desaparición de su hija se calma. Pero el conflicto tomará otro rumbo cuando el relato de Omar sobre lo ocurrido esa noche sea confuso, poco claro. El pasado del padre hace pensar a Lola que su padre tenía otras intenciones con su hija pero algo salió mal. Ese hecho empuja al drama de la historia, hacia el choque vincular. Durante esa ausencia Lola ha elucubrado ideas amenazantes sobre lo que el padre podría llegar a hacer con su hija: venderla, abusar de ella, maltratarla, las más oscuras de las posibilidades se hacen sospecha en ella. A partir de ahí veremos como padre e hija comienzan a mostrar una relación de desconfianza y desencuentro, pero también de imposibilidades de expresar sus sentimientos, donde aflorarán heridas y ausencias del pasado. De esta manera la directora nos plantea una especie de juego de ambigüedades donde dudamos quien es realmente Omar y las caras que componen esa figura. Las cosas parecen una, pero el punto de vista propone la duda y la potencial resignificación de lo que creíamos. Un relato pequeño e íntimo que logra su potencia emocional a través del uso de los sugestivos fuera de campo, donde cada escena es eficaz para potenciar el estado sensorial del espectador. Pero para lograr ese impacto se apoya también en la asombrosa actuación de cada uno de los protagonistas, sobre todo de Marcos Montes en el rol de Omar. Un personaje que despierta sentimientos encontrados, ternura por momentos, bronca en otros, sobre todo en la forma de tratar a su hija, pero que encuadra de manera ideal en la historia. Sofía Britos también se luce como una joven perdida, buscando un espacio donde se sienta contenida. Lugar que encuentra a medias con un novio algo descomprometido con la relación, que prefiere llevar el perro en el asiento de acompañante del auto ante que a ella, pero que los poco ratos que tienen juntos, ya sea en río con sus hijos como teniendo sexo, le brindan felicidad y la alejan de la realidad en la que vive. Todo ese ida y vueltas, de peleas, discusiones y reclamos, donde no queda muy claro que sucedió esa noche entre Rosita y Omar nos llevarán a una escena final donde los protagonistas expresarán sus sentimientos y contarán su verdad, sin vergüenza. Una escena final con el río de testigo, sencilla pero cargada de emotividad y sentimientos; eficaz para mostrar una relación padre-hija que se empieza a construir. “Rosita” es un relato simple, pero realista y conmovedor a la vez sobre dos personas cuya circunstancias de la vida los separó pero que las urgencias los obligará a encontrarse para forjar una relación, a pesar de sus pasados y penurias. Puntaje 85/100.
La exacerbación de la masculinidad. Crítica de “La Hermandad” de Martín Falci Los alumnos del Gymnasium de la UNT organizan todos los años a modo de bautismo de los niños de 5º grado. En esos diez días que dura el campamento, los chicos, se encuentran tutoriados por alumnos mayores. Realizan todo tipo de actividades deportivas y lúdicas al aire libre, duermen en carpas, hacen fogones, reflexionan, cantan consignas, se pelean, comen capelletinis con salsa, desarrollan una cierta adicción a los chupetines, profieren toneladas de improperios en tucumano básico o cuentan chistes escatológicos. Sin la presencia de ningún adulto, La Hermandad es un relato iniciático, de separación de los niños de sus padres y maestros, y de convivencia cotidiana con sus casi hermanos mayores, adolescentes al borde de la adultez que asumen los roles de cuidadores o jefes durante los diez días del Campamento. Con la cámara prendida, como un testigo presencial que se limita a ver, sin intervenir, Falci cuenta lo que ha visto a través de las imágenes. En la película no existe la voz en off, lo que significa un enorme acierto de “La Hermandad”. También las fotografías del hermoso paisaje tucumano es impecable, así como los planos generales muy bellos de la multitud de carpas azules y los niños corriendo detrás del Zorro. Los planos cortos de los protagonistas reflejan la inocencia de esos rostros infantiles, sobre todo de diez niños seleccionados por el director previamente. La decisión de Falci de que los niños no fueran informados que las cámaras y la acción se centrarían sobre ellos hizo posible que la espontaneidad de los chicos, su desenfado al hablar y moverse dentro del plano, lo que logra una frescura y constantes toques de humor al film. Pero no solo es una muestra de niños en actividades reacreativas y un tierno relato de la infancia , la película es una reflexión profunda sobre la construcción de la identidad masculina y sobre el ejercicio del poder. Las escenas en que los tutores ordenan a los niños revolcarse en el barro y competir entre ellos hasta que gane el más fuerte, tienen cierto aire militar que rememoran de alguna manera a films como “El Experimento” de Oliver Hirschbiegel. Con una gran carga de agresión, a pesar de la orden dada por los tutores de no ejercer violencia en ningún caso, a raíz de la muerte de un alumno del colegio durante un terrible altercado con alumnos de otros colegios, en los días previos al Campamento. Sin embargo, los mismos jóvenes que establecen ese código no son capaces de cumplirlo. En un momento, los tutores dan golpes a los chicos con un flotador, y aunque quizás esto podría verse como algo “divertido”, finalmente resulta bastante violento. Los niños no parecen felices de participar en algunas contiendas sino que más bien las padecen. Con imágenes fuertes, el director toca la fibra íntima del espectador y lo invita a reflexionar sobre estas prácticas, “La Hermandad” es una muestra, dentro de la revolución feminista, de los modos del patriarcado enquistado en algunos colegios universitarios de Tucumán. Una película que intenta no quedar en el mero relato, sino que invita a la transformación de la realidad a través del arte
omo Perros y Gatos. Crítica de “Retrato de Propietarios” de Joaquín Maito.InicioEstrenosComo Perros y Gatos. Crítica de “Retrato de Propietarios” de Joaquín Maito. 9 octubre, 2019 Bruno Calabrese En su primer trabajo como director, Maito filma perros y gatos en todos los confines del mundo. Algunos en libertad otros encerrados, otros son usados para trabajar. La película recorre distintos horizontes cinematográficos y geográficos: desde Azul hasta Ushuaia (donde aparecen los perros de trabajo), yendo por España y en la célebre Isla de los Gatos, en Japón, donde viven un centenar de gatos y casi ninguna persona. Desde el sentido de la imágenes “Retrato de propietarios” puede leerse como un llamado de liberación a los animales, y también del hombre, que vive en un mundo del trabajo que está en oposición a la libertad. Pero a pesar de ser un documental de observación, de alguna manera se teje una pequeña fábula. Para eso el director intenta generar cierto ambiente de ciencia ficción, que trabajo a ese fin particularmente desde el sonido (Irrumpen en el sonido documental realista, las radios analógicas, los ruidos de cables y el theremin). Por eso, entre el retrato de tantos animales en cadenas, aparecen los gatos silvestres de Japón, que parecen transmitir mensajes ominosos desde antenas antes de lo que el montaje revela como una huida masiva de mascotas. Pero esa historia, de todos modos, solo se insinúa, cada espectador la autoconstruye de acuerdo a sus propia percepción del material. “Retrato de Propietarios” es un documental observacional con algunos trazos de ficción, que se da a la hora de montar las imágenes. Pero a pesar de estar protagonizada por perros y gatos, es también un alegato contra el mundo del trabajo. Una experiencia sensorial, de imágenes y sonidos; una obra interesante y original que busca la metáfora permanente en la relación del animal con el entorno donde vive y su convivencia con los seres humanos. Puntaje: 60/100.
Juventud Salvaje. Crítica de “Monos” de Alejandro Landes La película nos sitúa en las densas selvas y las neblinosas cimas de las montañas del norte de Colombia, en un espacio abstracto, ajeno al tiempo y la moral convencional. Un grupo de ocho soldados paramilitares llamativamente jóvenes, niños en realidad, que realizan un exigente ejercicio de entrenamiento en la cima de una montaña, instruido por un hombre adulto (William Salazar) que, sin embargo, es más pequeño que su ejercito. La banda de jóvenes militarizados se conoce como los “Monos”; viven bajo el cruel mando militar de la imaginaria “Organización”, muy probablemente un sustituto de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Viven en un estado perpetuo de combate, con un propósito general poco claro. Dentro de sus filas se destaca la presencia de lo que ellos hacen llamar “una vaca lechera reclutada” y una ingeniera estadounidense (una excelente Julianne Nicholson) que han tomado como rehenes. Los jóvenes guerrilleros han dedicado los años de desarrollo más importantes de su vida a esta causa peligrosa. Los nombres de guerra de los jóvenes tienen la particularidad de ser parte de la cultura occidental: Rambo, Bigfoot, Boom Boom, Lady, Smurf y Swede. Entre ellos fomental la exploración sexual y el aclopamiento (algo similar al casamiento), previa aprobación en una ceremonia con todos los soldados presentes. Por la noche, después de que terminan los ejercicios, saltan y bailan a través de una enorme hoguera. La película oscila desde primeros planos inquietantes de rostros cubiertos de lodo hasta extensas tomas de vegetación de la jungla extensas. Por momentos, “Monos” aumenta la tensión con una serie de enfrentamientos violentos. Sin embargo, incluso estos intercambios más dramáticos dejan espacio para pausas largas, con la cámara a la deriva a través del paisaje de la jungla mucho después de que la devastación haya concluido, como si solo la naturaleza tuviera la armadura para sobrevivir a esa guerra tan inútil. A medida que se desliza hacia el caos, “Monos” acelera hacia una conclusión fascinante que deja el destino de unos pocos personajes abiertos y la posibilidad de un nuevo capítulo. Si bien evita inyectar detalles específicos sobre los alrededores de la Guerra Civil que plagan las laderas del país, “Monos” sugiere que incluso si los guerrilleros huyen de la jungla salvaje, el resto del país no ofrece un escape. “Monos” rastrea a un grupo disfuncional de jóvenes militantes mientras atraviesan terrenos peligrosos, participando en un comportamiento salvaje mientras juegan con su mortificada rehén estadounidense. La película proporciona una ventana al caos hambriento de poder en los márgenes de la sociedad que podría ocurrir en cualquier momento y en cualquier lugar. Ayudado por la apabullante banda sonora de la compositora Mica Levi (“Under the Skin”), Landes nos sumerge en una burbuja asfixiante, llena de suspenso sobre unos jóvenes alienados enredados en una batalla sin sentido. Puntaje: 80/100.
Retrato de la marginalidad y la locura. Crítica de “The Unicorn” de Isabelle Dupuis y Tim GeraghtyI Ganadora de la Competencia Oficial Internacional en el último BAFICI, se estrena el documental sobre Peter Grudzien, quien tiene la reputación de haber sido el primer músico country abiertamente gay. Por Bruno Calabrese. A diferencia de cualquier otro documental sobre músicos, “The Unicorn” sale de la zona de confort y evita caer en lugares comunes del cine sobre música, sin hacer demasiado hincapié en el hecho de que nos están acercando a un artista relegado al culto under. Grudzien es un personaje maldito, cuyo legado quedó perdido en el tiempo, es por eso que el film se vuelca más a la marginalidad en la que vive el músico por sobre su trayectoria o su sexualidad. Un film donde los fantasmas de los psiquiátricos y centros de asistencia revuelan permanentemente, bajo un tono sombrío y desesperanzador. Grudzien está viviendo en una casa del barrio neoyorquino de Astoria, en Queens, junto a su hermana esquizofrénica y un padre hostil que está por cumplir 100 años. El anciano ocupa el primer piso del inmueble y trata de evitar a los excéntricos hijos que engendró cuando era un obrero en medio de la gran crisis financiera. Las fotografías y recuerdos de su parte del hogar dan cuenta de un pasado gris pero menos opaco que el presente. Arriba, Grudzien vive ensimismado en su mundo. Se dedica a escuchar vinilos, tocar guitarra y coleccionar obsesivamente tecnología análoga obsoleta. Su tesoro más preciado es una fotografía junto a Johnny Cash, su referente musical. Cada tanto camina por las calles de Nueva York vestido como un dandy de otra época. Discute con su hermana de manera compasiva, ya que, por su enfermedad, ella casi no sale de su pieza. Frágil, excéntrica y entrañable, se lamenta por las múltiples cirugías plásticas que le deformaron el rostro y sueña con encontrar el amor que nunca conoció. Los realizadores no realizan ningún tipo de manipulación sobre el material filmado durante el recorrido de dos años (2005-2007), más que lo que significará el proceso de selección de las mismas. Por lo cual, la película es un retrato, bastante deprimente, de un veterano artista olvidado, que vive en una casa repleta de objetos llenos de polvo, y que tiene notorios rasgos paranoicos. Un film que, en complicidad de la baja definición de la cámara y por su muy modesto presupuesto, logra retratar de manera perfecta la intimidad de esas vidas desgraciadas. Puntaje: 80/100.
La trata de personas desde adentro. Crítica de “Muralla” de Gory Patiño ¿Qué somos capaces de hacer cuando la vida de un ser amado (sobre todo cuando es un hijo) corre peligro? Al igual que “John Q”, protagonizada por Denzel Washington, esa parecería ser la premisa principal de la película. La historia arranca con Coco “Muralla” Rivera (Fernando Arze), quien en algún momento fue un gran guardameta. Ha conocido la gloria en los años noventa como arquero de San José al tapar un penal que le mereció el campeonato al equipo. Sumido en el alcohol, hoy es un chófer de minibús que trata de juntar plata para pagar la operación de su hijo enfermo. Él ya no vive con su familia, se ha vuelto un marginal, y en este su lugar en el mundo, la delincuencia puede ser uno de los caminos por los cuales atravesar. Su desesperación llega a tal punto que vende una niña a una red de trata para pagar el tratamiento. A pesar de sus esfuerzos el niño muere y su fantasma atormenta al Muralla quien, en busca de redención, decide recuperar a la niña, aunque esto implique su propia condena. “Muralla”, ópera prima de Gory Patiño, es el spin off de una serie de televisión que todavía no se ha emitido en Bolivia; La película muestra un escenario sórdido de una ciudad que escucha mucho sobre el tema en cuestión pero poco muestra. La ausencia de imágenes relacionadas con lo que la trata y tráfico representan encuentra en esta película un espacio ideal para hacer evidente un problema que ocupa un sitio de privilegio a la hora de pensar los males de la actualidad. El director logra de manera acertada crear un cuadro de situación desde el lado de los operadores del crimen, sin profundizar en todo el aparato que ejecuta operaciones con la complicidad institucional y civiles, lo que daríamos en llamar “el poder real”. Envuelta en una oscuridad, se enfoca más en el drama del protagonista y su búsqueda de redención que tratar de desentramar el trasfondo del problema, lo que provoca mayor desazón. Igualmente Gory Patiño logra reflejar una Bolivia desde el costado marginal. La fotografía de la gran ciudad desde las afueras de la gran ciudad donde deambula el protagonista con su camioneta contrasta con la decadencia de las calles de los alrededores, lo que da un sentido apropiado para el relato. Quien carga con todo el peso dramático es Fernando Arze Echalar interpretando a Muralla de manera creíble y convincente. En sintonía con Pablo Echarri quien le agrega matices a su personaje, el de un médico argentino, eslabón clave dentro de la trata de jóvenes . La primera mitad del film desarrolla la descripción de las problemáticas económicas y sociales de los suburbios de manera realista. Pero a partir de la segunda parte el relato se vuelca en la trama de venganza, con una historia que avanza con ciertos arquetipos pero pierde cierta verosimilitud. A pesar de eso “Muralla” entretiene y funciona como denuncia. Es un film potente, complejo sobre una problemática actual que preocupa y visibiliza parte del entramado que funciona atrás del tráfico de personas. Puntaje: 70/100.
Balada triste del Guasón. Crítica de “Joker” de Todd Philips.I La pasión de Arthur Fleck, un hombre ignorado por la sociedad, es hacer reír a la gente. Sin embargo, una serie de trágicos sucesos harán que su visión del mundo se distorsione considerablemente convirtiéndolo en un brillante criminal. La espera terminó, finalmente llega a la salas de cine la película que refleja el pasado de uno de los mejores villanos del mundo del comic. Varios se han puesto en la piel del némesis de Batman, desde César Romero en la lisérgica serie de los 60 hasta el oscuro villano interpretado por Jack Nicholson en “Batman” de Tim Burton. Pasando por el increíble y premiado post morten Heath Ledger en “The Darh Knight”, hasta el decepcionante Jared Leto en “Suicide Squad”. Muchos son los que han dado vida al mítico archienemigo del encapotado murciélago. El propio peso del personaje cada vez que aparecía en acción en las diferentes películas, lo hacían merecedor de su propia película y la misma llegó de la mano de un director que, llamativamente, viene de la comedia. Todd Philips cobró relevancia dentro del género con películas como la exitosa saga “The Hangover” (“¿Qué pasó ayer?”), “Due Date” (“Todo un parto”) y la nueva versión del clásico de los setenta “Starky & Hutch”. La elección no despertaba grandes expectativas en un principio, si la aparición de Joaquín Phoenix para interpretar al payaso, quién deslumbró en películas como “Her” o por ponerse en la piel del músico Jhonny Cash en “Walk the line” (por la cual ganó el Globo de Oro por su actuación). Pero el rol donde podría ser un personaje de los denominados villanos y nos acercaría más al actual, era el de “Gladiator”, interpretando al despreciable Comodo, enemigo de Máximo Décimo Meridio. Todos esos condimentos generaban cierta expectativa, pero nada hacía esperar la experiencia que significa “Joker”. Como primera medida y tomando el antecedente del director, esto no es una comedia, es puramente un drama intimista y pesimista. Por otro lado, y teniendo en cuenta el rol de villano que interpretó el actor en “Gladiator”, el Guasón no es un villano que encierra maldad por que sí ni un dictador, sino todo lo contrario. El Guasón es una víctima de la sociedad, forma parte de los excluidos. Esa parte de la sociedad que Bane utilizaba en “The Dark Knight Rises” para generar el caos en Ciudad Gótica. “Un payaso” (como los llama el sorpresivamente despreciable Thomas Wayne) que no encuentra su lugar en el mundo, al que la gente le pasa por al lado y no registra, un invisibilizado. Resulta inevitable no hacer la comparación con “Taxi Driver”, sobre todo en la transformación de Arthur Fleck hasta convertirse en el supervillano de DC. El carácter revolucionario que adquiere el personaje, más algunos detalles que mejor no adelantar, nos acercan a “Fight Club” de David Fincher. Pero “Joker” es una historia que se vale por sí misma, un producto que, al igual que “Logan”, va por fuera de las historias de superhéroes, cuyo peso argumental y metafórico encierra muchas aristas que nos permite disfrutar de la misma sin saber nada acerca del personaje. Desde el plano actoral, es magnífico el desempeño de Joaquín Phoenix. Las expresiones del actor, sus diálogos con la terapeuta y su viaje mental a través de sus alucinaciones son extraordinarias. El actor logra darle cuerpo a un Guasón entrañable por momentos, siniestro en otros, un revolucionario antihéroe que nos pone en aprietos, ya que uno no puede evitar sentir empatía y lástima por él. Robert de Niro, como Murray Franklin, un exitoso presentador de televisión, da cátedra como representante de los medios que banaliza el caos en Ciudad Gótica, que entretiene a esa clase burguesa, el opio que sodomiza a la sociedad y se burla de “los payasos”, pero le dará lugar cuando se transforme en un producto de consumo masivo. Indirectamente, uno de los responsables de la transformación de Arthur Fleck. Todos esos factores hacen de “Joker” un film duro; lleno de violencia, explícita y simbólica.. Con una problemática muy actual, que abarca temáticas como la desigualdad social y la concentración de la riqueza en unos pocos. Mientras “los payasos” la ven pasar y nadie se pone en sus zapatos, sufriendo la exclusión de una sociedad ciega y egoísta. Una balada triste e incómoda que nos interpela de manera magistral y con un arte visual notable. Puntaje: 100/100.
Drogas y Tradiciones. Crítica de “Pájaros de Verano” de Ciro Guerra.I La película narra el ascenso y la caída de un traficante de drogas y su familia, la cual comienza en 1968 y abarca doce de años de violencia en el desierto del norte de Colombia. El último drama surrealista del director de “El Abrazo de la Serpiente”, Ciro Guerra, nos pone esta vez en contra de los rituales moribundos de una tribu remota contra la sorprendente ambivalencia de la naturaleza, esta vez, utilizando el telón de fondo para explorar los orígenes del narcotráfico. Si bien nunca alcanza las psicodélia de su película anterior y se basa en un patrón de eventos más convencional, “Pájaro de Verano” ofrece otro poema de tono fascinante sobre la identidad fracturada de Colombia. Desde el inicio mismo se sumerge en las tradiciones que dictan la vida wayuu, cuando la joven Zaida (Natalia Reyes) realiza un baile para la comunidad local, propio de los jóvenes cuando cumplen 18 años. Donde se le acerca el pretendiente Raphayet (José Acosta), quien pronto se convierte en protagonista de la historia. Despreciado por la familia como indigna de la joven, Raphayet se lanza en una misión a través del paisaje para recuperar una gran cantidad de vacas, collares y mulas con el objetivo de ganar su mano. En el proceso, recluta a su amigo Moisés (Jhon Navaez), un sonriente hedonista que convence a Raphayet para que lo ayude a repartir marihuana a los hippies en Peace Corp. Al principio, parece un plan fácil, pero Moisés es una persona tna intensa que sus travesuras eventualmente conducen a resultados violentos y un enfrentamiento que obliga a Raphayet a elegir sus lealtades. Las hazañas de Raphayet y Moisés contienen indicios de una entrañable comedia de amigos oscuros, pero nada en esta remota existencia dura para siempre. A cada instante del relato, “Pájaros de Verano” desarrolla la jerarquía del clan, con la matriarca espiritual de la familia (Carmiña Martínez) que toma las decisiones, a través de señales de los sueños y hace demandas arriesgadas de su hijo. El imperio creciente de la ley; el tío de su esposa (José Vicente Cotes), el llamado “mensajero de palabras”, llega a cada escena escondida debajo de las gafas de sol y un sombrero de vaquero para pronunciar declaraciones inexpresivas sobre las demandas familiares de sus competidores. Bajo un aire inquietante en estos procedimientos, cada momento de la vida de la familia parece dominado por una sensación de extinción inminente e inevitable, donde, incluso los hijos de Raphayet, casi nadie sonríe y nadie se ríe. El hermano menor de Zayda, Leonidis (Greyder Meza), crece dando por descontada la ilegalidad de la tierra, y se convierte en un psicópata cuyos crudos deseos precipitan la lenta ruptura de los lazos familiares. La codicia va haciendo que cambie la fisonomía del lugar, a medida que el imperio de Raphayet toma forma, construyéndose en el cautivador set principal, una lujosa mansión en medio de la nada. El propio personaje de Raphayet tiene una cualidad fría e inacabada, como si hubiera sido concebido simplemente para darle a esta historia expansiva una medida de protagonista. A su esposa le va aún peo; a pesar de su presentación dramática, ella sigue siendo una no entidad en todo momento. “Pájaros de Verano” está plagado de ceremonias extraordinarias, desde huesos exhumados hasta la comunión con los muertos hasta sueños interpretados por el bien de las decisiones comerciales. La película traza una trayectoria, adoptando al mismo tiempo una exploración a los Wayuu y forzando su dinámica en un escenario que finaliza con escena explosiva, salida del final de “Scarface”. En un ambiente de insectos silbantes, vientos huracanados, cigüeñas errantes y cabras rebuznando, “Pájaros de Verano, al igual que la maravillosa “Wind River” (2017) de Taylor Sheridan, indaga en la forma en que esta existencia rústica parece estar en desacuerdo con las crecientes amenazas del deseo capitalista. Puntaje: 85/100.
Lucha por la inclusión. Crítica de “El Panelista” de Juan Manuel Repetto En su segundo documental, el director nos introduce en la vida de Carlos Bianchi, quien está a cargo de un equipo de personas que trabajan en el Laboratorio de Análisis Sensorial del INTI. El mismo se encarga de analizar de manera sensitiva los alimentos que consumen los argentinos de una manera entre artesanal y científica. la particularidad que tiene ese panel de empleados tiene ceguera. En su ópera prima de Repetto, “Fausto” del 2016 reflejaba la historia de Fausto Celave, un joven con autismo que ingresó a la universidad pública para estudiar informática. En dicho film mostraba como el deseo de un joven por estudiar una carrera era más fuerte que todas las trabas que suponía su discapacidad, desafiando todos los límites. Pero también exponía a una sociedad que aún no está en condiciones de incluir a todos los seres humanos. En “El Panelista”, muchos de esos temas tocados en Fausto vuelven a aparecer. Pero esta vez bajo una actividad particular, que muchos de nosotros no sabíamos que existía. La cámara del realizador se enfoca en las diferentes historias de vida de quienes trabajan en el panel. Carlos, el protagonista, es ciego desde pequeño, algo que nunca lo frenó para buscar trabajo y criar a sus cuatro hijos. El drama se hace presente de manera más cruda en las historias de quien nació ciego producto de los golpes recibidos por su madre durante el embarazo o quien perdió la vista por un accidente automovilístico en el que también murió su madre. Pero más allá de las historias, Repetto demuestra la profesionalidad con la que trabaja el INTI en la materia y cómo les da el espacio necesario a los ciegos para que puedan desarrollar y poner en función otros sentidos como el olfato, el tacto o el gusto. “El Panelista” refleja como cualquier persona, quienes tienen una discapacidad también tienen conocimientos y talentos que pueden aportar mucho a cualquier equipo de trabajo. Una obra que sorprende y nos invita a reflexionar sobre las complicaciones que sufren las personas con discapacidad para ingresar en el sistema laboral, así como la necesidad de llevar a cabo políticas de estado eficientes para abordar el tema y cuyo objetivo sea lograr una verdadera inclusión. Puntaje: 80/100.
Diez años de impunidad y complicidad institucional. Crítica de “¿Quién mató a mi hermano?” de Ana Fraile y Lucas Scavino.InicioEstrenosDiez años de impunidad y complicidad institucional. Crítica de “¿Quién mató a mi hermano?” de Ana Fraile y Lucas Scavino. 25 septiembre, 2019 Bruno Calabrese Si hay un crimen que goza de una impunidad indignante, ese es el del joven Luciano Arruga. Uno no toma dimensión, ni reflexiona sobre la gravedad institucional que existe alrededor de semejante hecho. Para refrescar un poco lo sucedido es necesario saber que Luciano era un joven de 16 años que vivía en Lomas del Mirador. Un joven de condición humilde que recibía reiterados aprietes por parte de la policía bonaerense para que realice “robos para la corona”. El se negaba a llevar cabo esos ilícitos, hasta que una vez fue acusado de robo y detenido en forma ilegal, incumpliendo con las normas que lo protegían por ser menor de edad. En la comisaría fue torturado por horas, para luego ser dejado en libertad. Una vez afuera y antes de realizar la denuncia formal de dicha situación, fue abordado por un patrullero de la policía bonaerense que lo vevantó en la esquina de su barrio. esa fue la última vez que se lo vió con vida. Luego de ese 31 de enero de 2009, su hermana comenzó su búsqueda ante las trabas que le ponían desde un entramado policial, judicial y político, que trataba de encubrir el caso. En el año 2014, sus restos fueron encontrados en el Cementerio de la Chacarita enterrado como NN, luego de ser atropellado por un automóvil tras ser liberado en la Avda Gral Paz. El documental abre con el testimonio de Vanesa en el juicio realizado en el año 2015 contra el policía Torales por torturas hacia Luciano, quien fue severamente golpeado en el año 2008 en el destacamento policial de Lomas del Mirador, creado para brindar seguridad al barrio acomodado de la zona. Por esta causa el policía fue condenado a 10 años de prisión. Luego de ese desgarrador testimonio veremos como Vanesa se convierte en el motor principal, sobre el cual gira el documental. Pero ella no está sola, vecinos, familiares y amigos del barrio se unirán a ella. También las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Somos testigos de la lucha de Vanesa, bregando ante el fiscal, los jueces y funcionarios políticos en alianza con organizaciones de Derechos Humanos (donde Adolfo Pérez Esquivel y Nora Cortiñas hacen acto de presencia) e incluso ante la sede en la ONU en Suiza, para obtener respuestas en este caso de violencia institucional. El documental no solo muestra la lucha de ellos sino que deja al descubierto la soledad en la que se encuentran los sectores populares ante la violencia institucional, que desnuda lo peor de la policía bonaerense y de una sociedad que suele mirar para para otro lado. También pone al descubierto una justicia y un sistema político que no da respuesta ni protege a las personas en situación de vulneravilidad, cuyos derechos civiles son pisoteados constantemente. Una justicia que solo responde a la requisitoria de las clases más altas y deja desprotegidos a las clases más bajas, sobre todo los pibes. En momentos donde la doctrina del gatillo fácil se vocifera desde la cúpula gubernamental, la lucha contra la naturalización de estos crímenes es imperante desde todos los sectores. Es por eso que este documental es imprescindible para poner al descubierto la lucha por lograr que eso no suceda. “¿Quién mató a mi hermano?” es un grito de guerrra que interpela al espectador. Una pregunta que diez años después de sucedido aún no tiene respuesta. Pero que no debe cerrarse en el simple hecho del nombre propio de Luciano Arruga, sino también en nombre de todos los jóvenes en permanente estado de vulnerabilidad. Puntaje: 80/100.