Una más de gente encerrada en una habitación con distintas armas, que se ven obligados a usar. . Como » El juego del miedo», por citar la “inspiración” más evidente, pero sin tanto sadismo en las máquinas de tortura. Un revolver, un machete, un hacha, y otras variantes como para que cada uno del grupo se apropie de lo puede. Una bella japonesa impasible les cuenta la situación desde una pantalla. Nada es personal, se trata de un experimento, y si quieren salir del lugar deberán matar a uno del grupo. Para llevarlos a la desesperación, en la pantalla aparece algún ser querido en peligro inminente. Repetido hasta el cansancio. Una producción hecha con dos pesos, tomando ideas de aquí y de allá. Sangre, muerte y obviedad. Solo un entretenimiento menor para lo que gustan del género.
Al comienzo se aclara que el chico de Toy Story fue a ver una película que le gusto mucho y que de inmediato se compró un juguete con la imagen del héroe. Y que ésta es la película. Como se ve un corte total y rápido con el cordón umbilical que une a este personaje con la inolvidable saga de Toy Story. Se trata de un film totalmente independiente que se mete en el mundo de la aventura y los viajes espaciales. Un grupo de humanos varados en un mundo que no les pertenece que se han quedado sin el combustible necesario para regresar. Ante las tribulaciones, hay quienes comienzan a imaginar cómo establecerse en ese lugar hostil y otros, como Lightyear, que empecinado y valiente solo quiere probar una y otra vez que puede volver a su misión, estar con las estrellas en espacio a investigar. En cada viaje que intenta en vano, él envejece minutos pero para su grupo, significan años. Y esa no es la única utilización de la relatividad del tiempo, ya que también viene perfecto para resolver problemas familiares fundacionales hasta para sentar posiciones, como que la heroína que termina acompañando a Lightyear tiene dos mamás. El equipo que queda sueña con secuelas y seguramente vendrán. Las aventuras espaciales con robots enemigos y plantas peligrosas entretiene y muy bien. El despliegue técnico y de animación es asombroso. Pero justo es decir que está lejos de la magia de Toy story. No obstante es muy efectiva y entretenida.
Es un valioso documental de Alejandra Perdomo, que se apropia de una frase inspirada en un cartel de protesta “Que arda el miedo”, para extenderse con impresionantes testimonios sobre el tema del abuso infantil y adolescente. Es un tema del que se piensa que se sabe, pero en realidad se ignora mucho. La mezcla de culpa, vergüenza y trauma muchas veces impiden a las víctimas romper con el silencio, o con el propio abuso. Los testimonios de las víctimas son esclarecedores y muchas veces escalofriantes, porque las estadísticas demuestran que el 85% de estos abusos ocurren en el ámbito familiar. Y también se pone en evidencia cuantas veces se duda del testimonio de los chicos y se valida la palabra del adulto, en una sociedad todavía muy patriarcal y misógina. Comparten sus palabras valiente los protagonistas, Mónica Cortinez, Felicitas Marafioti, Daiana Fernández, Daniel Sgardelis y Santiago Bustince, pero además brindan un marco al tema Roberto Piazza (impulsor de la Ley Piazza y sobreviviente de abuso), y especialistas como Eva Giberti, psicoanalista y creadora del Programa Las Víctimas contra las Violencias (Línea 137) y Vinka Jackson, psicóloga, escritora, sobreviviente de ASI, entre otros. Un detallado y claro aporte.
Después de sus trabajos con documentales, “Línea 137”, “La cárcel del fin del mundo”, la cautivante “Transoceánicas”, Lucía Vassallo dio paso a su opera prima de ficción, con un libro propio y de Sebastián Cortes, con un disparador personal lejano y mucha libertad creativa. Esta historia de dolor por la pérdida, de impotencia frente a lo irremediable abre puertas hacia un camino de apropiación, de convertirse en el otro, de vampirizarlo, desintegrarlo, incluirlo en nuestro cuerpo, aunque ese sea solo el camino de mayor ansiedad y desgarro. Una pareja de chicas, aparentemente ideal, o por lo menos para una de ellas, el descubrimiento de una plenitud que no conocía. Para la joven albina, una increíble debutante Nieves Villalba, el no compromiso, el seguir su deseo libremente, el querer experimentar con su propio cuerpo con químicos no conocidos la llevan a un estado de coma. Para la otra, una intensa e inquietante Sofía Gala Castiglione, queda el vacío, la ignorancia, el abandono. Por eso, como un ser siniestro y ávido, nada la detiene en averiguar cada paso y cada rastro de la existencia de la chica inconsciente, para apropiarse con avidez de cada relación, actividad, objetos, vivienda, espacios reales y espirituales. Para reflejar ese clima de búsqueda insaciable, la directora se valió de inspiraciones desbordadas y una estética bella y perturbadora. Cuidó cada detalle hasta la frialdad milimétrica con pequeñas notas de color, para plantear un terror posesivo que solo transmite inquietud y riesgo. Una película personal, que incomoda al espectador poniéndolo frente a la cara más oscura del deseo, a la pulsión en llamas.
El género del terror es un negocio tentador. Tiene públicos cautivos, audiencia ansiosa por consumir estas películas, aún, como este caso, pueden adivinarse inspiraciones varias en filmes que marcaron épocas desde “El resplandor” a “El bebe de Rosemari”, “Midsommar” y tantas sagas. Al realizador Taneli Mustonen hay que reconocerle que en buena parte del film logra muy buenos climas de suspenso, situaciones siniestras, y un suspenso que va dosificando con habilidad. Esta historia de un matrimonio que ha tenido un accidente y que ha perdido a uno de sus hijos gemelos, tiene ingredientes que pueden explicarse desde oscuras tradiciones folklóricas, hasta la locura lisa y llana de algunos de sus protagonistas. Entre la explicación racional y lo sobrenatural que suele venir en noches de niebla, mansiones crujientes, complots que suman a casi todos los integrantes de un pueblo rural sueco, avanza este film sin grandes inquietudes de originalidad. Durante el desarrollo de la trama hay muchas promesas que se incumplen, y quedan como interrogantes temibles a un desenlace donde el rulo de la historia se estira y retuerce hasta la exageración. Muchas veces la tentación de explicarlo todo es peligrosa y las teorías de triángulos sagrados contra círculos infernales son un buen ejemplo de falta de ingenio. Pero, reconozcamos que casi todo el film resulta intrigante y brinda algunos escalofríos.
Cumplir los sueños maternos, casi como un mandato, amortiguar la pérdida, recomponer vínculos familiares, todos temas que sobrevuelan esta comedia inglesa, en un barrio tan encantador como Notting Hill, tan frecuentado en el cine inglés. Una abuela, gran estrella en el pasado, que paga las culpas de sus ausencias y poca generosidad, se transforma en el motor de un negocio a punto de naufragar, para ese rol la gran Celia Imrie, resulta sencillamente perfecta. Su nieta con una crisis de vocación, la mejor amiga de su hija, un amor del pasado con cuentas pendientes, redondean una historia que transcurre para agradar mientras el negocio en cuestión tiene éxito amoldándose a la característica multirracial de la zona. Como una receta aceitada del género con un buen elenco, los conflictos siempre se resuelven sin que la sangre llegue al rio y las dosis de satisfacción posee el azúcar exacto de una masita fina. Un canto a los emprendedores y empedernidos en recuperar su cuota de afecto y felicidad. La película cumple con belleza estética, climas bien logrados y fiel a un público que gusta de comedias románticas de la vieja escuela.
Cuando el planteo de una película de aventuras y humor tiene que ver con la acumulación de universos, ese comodín de películas basadas en comics, que permite cualquier rulo de argumento, uno piensa de inmediato en un presupuesto millonario dedicado a los efectos especiales. Pero lo que hacen los creadores de este divertimento tan intenso como delirante está muy lejos de ese despliegue. Daniel Kwan y Daniel Scheinert, los “Daniels” directores y guionistas, crean una comedia donde una heroína descubre que cae en un multiverso colorido, creativo, humorístico y sorprendente. Para la dueña de una lavandería, que se desespera por zafar de una inspección de impuestos, que casi no se comunica con su marido ni con su hija, que los ignora, encontrarse con realidades paralelas no la libera sino que multiplica sus problemas. Aquí al principio viene lo mejor de la película que acumula ideas como que un portal es un “bagel”, que hay un mundo donde todos tienen dedos de salchicha, o que la protagonista pase por roles tan dispares como estrella de cine de Hong Kong a experta en kung fu, con sus familiares y conocidos, también transformados. Todo se parece a una catarata frenética e imaginativa. El problema es que a las dos horas y cuarto de película espectador puede sentirse abrumado con tanto ritmo y las reiteraciones son inevitables. La magnífica actriz Michelle Yeoh esta perfecta en su rol, y los rubros técnicos, de maquillaje, peinado, compaginación, musicalización están a la par del talento creativo y ayudan a sus excesivos creadores.
Así como su primer corto premiado mostraba a las mujeres que iban a visitar a “sus” presos (Peregrinación), este su primer largo documental distinguido como mejor opera prima en el Bafici 2021, muestra la vida carcelaria desde adentro, en un penal de máxima seguridad. La vida contada en directo, con sus sueños, código y costumbres, en un mundo donde las ficciones solo ponen violencias extremas y las realidades existen en una suerte de mundo paralelo. Desde un hombre de sesenta años que paso más de treinta detrás de las rejas, hasta el chico que mató a su padrastro para evitar que termine con la vida de su madre, al que se entrena para volver al boxeo y solo alberga ilusiones de libertad. Lenguaje propio, humor y códigos de un ámbito donde el realizador fue recibido, luego de mucho recelo, como alguien con quien abrirse a la confidencia, y que nos muestra reglas, pasiones y modos de razonar que sorprenden. Un trabajo que brinda climas increíbles, como quien comparte como un compañero ese momento de vida.
Una joven mujer presa de una rutina sin concesiones. La primera parte de este film de Cesar González (Lluvia de jaulas, Atenas) se parece a un documental sobre el trabajo que acomoda a los cuerpos a los ritmos de las máquinas. La protagonista vive en un lugar precario, se alimenta como puede, hace la limpieza en una enorme imprenta donde sus compañeros repiten los gestos del trabajo hasta la locura de las horas. Pero la cámara que no se despega de Nadine Cifre (co-guionista) que vive para trabajar, que soporta cómo puede el machismo que la rodea, festejos vecinales, hombres abusivos en los colectivos, un jefe de palabra excesivamente amable y actitud dominadora. Lo que siente como un valor importante le sirve al director para definir a toda la economía de un país: un trabajo en blanco, un objetivo tan difícil de conseguir y conservar, en cuyo nombre se entrega todo, las horas, la sumisión, la poca libertad. Hay un quiebre, donde el film se transforma en un thriller, se redondea como una fábula moral en apariencia, pero en realidad muestra otra cosa. El mecanismo de la culpa, los códigos y rituales barriales que los personajes están obligados a cumplir, pero por sobre todo ese implacable juego del poder, la violencia constante y también desatada sobre la fragilidad de los cuerpos.
La nueva película de Martin Fariña un realizador siempre personal e interesante, talentoso y dispuesto a la experimentación, es sorprendente. Este film se presentó en el BAFICI en la sección “Vanguardia y Género” y según el programador David Obarrio puede verse como la versión onírica de “Gualeguaychu, el país del Carnaval”, que Martin co-dirigio con Marcos Berger. Pero lo que propone este director tan particular es indagar sobre la carne, sobre los cuerpos y su propia luz, su brillantez, su singularidad. Por eso comienza con los rituales de la purificación de la carne, los rudos trabajos de campo que mezclan el calor, las ensoñaciones de los gauchos, el terror que aflora en los ojos de los animales en el matadero, el desgarro de la vacas, la exhibición de nuestro alimento transformado en ofrenda. Y cuando esa dura labor termina, de rutina y aprendizaje, llegan los rituales de festejo, los de la purpurina y las máscaras, el brillo prestado y la invitación a la celebración. Los cuerpos masculinos en el esplendor de su juventud, en la expansión de la sed y las ansias, en una danza que se acopla a la música con ese montaje que también realizó Fariña, para mostrar este acercamiento a mundos privados inexpugnables donde las fantasías, los sueños, los deseos están tan lejos de las palabras y tan cerca de su cine.